LA DIVINA COMEDIA, DANTE

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satanas1
view post Posted on 12/11/2008, 14:55




CANTO XII

Era el lugar por el que descendimos
alpestre y, por aquel que lo habitaba,
cualquier mirada hubiéralo esquivado.

Como son esas ruinas que al costado
de acá de Trento azota el río Adigio,
por terremoto o sin tener cimientos,

que de lo alto del monte, del que bajan
al llano, tan hendida está la roca
que ningún paso ofrece a quien la sube;

de aquel barranco igual era el descenso;
y allí en el borde de la abierta sima,
el oprobio de Creta estaba echado

que concebido fue en la falsa vaca;
cuando nos vio, a sí mismo se mordía,
tal como aquel que en ira se consume.

Mi sabio entonces le gritó: «Por suerte
piensas que viene aquí el duque de Atenas,
que allí en el mundo la muerte te trajo?

Aparta, bestia, porque éste no viene
siguiendo los consejos de tu hermana,
sino por contemplar vuestros pesares.»

Y como el toro se deslaza cuando
ha recibido ya el golpe de muerte,
y huir no puede, mas de aquí a allí salta,

así yo vi que hacía el Minotauro;
y aquel prudente gritó: «Corre al paso;
bueno es que bajes mientras se enfurece.»

Descendimos así por el derrumbe
de las piedras, que a veces se movían
bajo mis pies con esta nueva carga.

Iba pensando y díjome: «Tú piensas
tal vez en esta ruina, que vigila
la ira bestial que ahora he derrotado.

Has de saber que en la otra ocasión
que descendí a lo hondo del infierno,
esta roca no estaba aún desgarrada;

pero sí un poco antes, si bien juzgo,
de que viniese Aquel que la gran presa
quitó a Dite del círculo primero,

tembló el infecto valle de tal modo
que pensé que sintiese el universo
amor, por el que alguno cree que el mundo

muchas veces en caos vuelve a trocarse;
y fue entonces cuando esta vieja roca
se partió por aquí y por otros lados.

Mas mira el valle, pues que se aproxima
aquel río sangriento, en el cual hierve
aquel que con violencia al otro daña.»

¡Oh tú, ciega codicia, oh loca furia,
que así nos mueves en la corta vida,
y tan mal en la eterna nos sumerges!

Vi una amplia fosa que torcía en arco,
y que abrazaba toda la llanura,
según lo que mi guía había dicho.

Y por su pie corrían los centauros,
en hilera y armados de saetas,
como cazar solían en el mundo.

Viéndonos descender, se detuvieron,
y de la fila tres se separaron
con los arcos y flechas preparadas.

Y uno gritó de lejos: «¿A qué pena
venís vosotros bajando la cuesta?
Decidlo desde allí, o si no disparo.»

«La respuesta ‑le dijo mi maestro-
daremos a Quirón cuando esté cerca:
tu voluntad fue siempre impetuosa.»

Después me tocó, y dijo: «Aquel es Neso,
que murió por la bella Deyanira,
contra sí mismo tomó la venganza.

Y aquel del medio que al pecho se mira,
el gran Quirón, que fue el ayo de Aquiles;
y el otro es Folo, el que habló tan airado.

Van a millares rodeando el foso,
flechando a aquellas almas que abandonan
la sangre, más que su culpa permite.»

Nos acercamos a las raudas fieras:
Quirón cogió una flecha, y con la punta,
de la mejilla retiró la barba.

Cuando hubo descubierto la gran boca,
dijo a sus compañeros; «¿No os dais cuenta
que el de detrás remueve lo que pisa?

No lo suelen hacer los pies que han muerto.»
Y mi buen guía, llegándole al pecho,
donde sus dos naturas se entremezclan,

respondió: «Está bien vivo, y a él tan sólo
debo enseñarle el tenebroso valle:
necesidad le trae, no complacencia.

Alguien cesó de cantar Aleluya,
y ésta nueva tarea me ha encargado:
él no es ladrón ni yo alma condenada.

Mas por esta virtud por la cual muevo
los pasos por camino tan salvaje,
danos alguno que nos acompañe,

que nos muestre por dónde se vadea,
y que a éste lleve encima de su grupa,
pues no es alma que viaje por el aire.»

Quirón se volvió atrás a la derecha,
y dijo a Neso: «Vuelve y dales guía,
y hazles pasar si otro grupo se encuentran.»

Y nos marchamos con tan fiel escolta
por la ribera del bullir rojizo,
donde mucho gritaban los que hervían.

Gente vi sumergida hasta las cejas,
y el gran centauro dijo: « Son tiranos
que vivieron de sangre y de rapiña:

lloran aquí sus daños despiadados;
está Alejandro, y el feroz Dionisio
que a Sicilia causó tiempos penosos.

Y aquella frente de tan negro pelo,
es Azolino; y aquel otro rubio,
es Opizzo de Este, que de veras

fue muerto por su hijastro allá en el mundo.»
Me volví hacia el poeta y él me dijo:
«Ahora éste es el primero, y yo el segundo.»

Al poco rato se fijó el Centauro
en unas gentes, que hasta la garganta
parecían, salir del hervidero.

Díjonos de una sombra ya apartada:
«En la casa de Dios aquél hirió ‑
el corazón que al Támesis chorrea.»

Luego vi gentes que sacaban fuera
del río la cabeza, y hasta el pecho;
y yo reconocí a bastantes de ellos.

Asi iba descendiendo poco a poco
aquella sangre que los pies cocía,
y por allí pasamos aquel foso.

«Así como tú ves que de esta parte
el hervidero siempre va bajando,
‑dijo el centauro‑ quiero que conozcas

que por la otra más y más aumenta
su fondo, hasta que al fin llega hasta el sitio
en donde están gimiendo los tiranos.

La diving justicia aquí castiga
a aquel Atila azote de la tierra
y a Pirro y Sexto; y para siempre ordeña

las lágrimas, que arrancan los hervores,
a Rinier de Corneto, a Rinier Pazzo
qué en los caminos tanta guerra hicieron.»
Volvióse luego y franqueó aquel vado.
 
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astaroth1
view post Posted on 12/11/2008, 18:02




CANTO XIII

Neso no había aún vuelto al otro lado,
cuando entramos nosotros por un bosque
al que ningún sendero señalaba.

No era verde su fronda, sino oscura;
ni sus ramas derechas, mas torcidas;
sin frutas, mas con púas venenosas.

Tan tupidos, tan ásperos matojos
no conocen las fieras que aborrecen
entre Corneto y Cécina los campos.

Hacen allí su nido las arpías,
que de Estrófane echaron al Troyano
con triste anuncio de futuras cuitas.

Alas muy grandes, cuello y rostro humanos
y garras tienen, y el vientre con plumas;
en árboles tan raros se lamentan.

Y el buen Maestro: «Antes de adentrarte,
sabrás que este recinto es el segundo
‑me comenzó a decir‑ y estarás hasta

que puedas ver el horrible arenal;
mas mira atentamente; así verás
cosas que si te digo no creerías.»

Yo escuchaba por todas partes ayes,
y no vela a nadie que los diese,
por lo que me detuve muy asustado.

Yo creí que él creyó que yo creía
que tanta voz salía del follaje,
de gente que a nosotros se ocultaba.

Y por ello me dijo: «Si tronchases
cualquier manojo de una de estas plantas,
tus pensamientos también romperias.»

Entonces extendí un poco la mano,
y corté una ramita a un gran endrino;
y su tronco gritó: «¿Por qué me hieres?

Y haciéndose después de sangre oscuro
volvió a decir: «Por qué así me desgarras?
¿es que no tienes compasión alguna?

Hombres fuimos, y ahora matorrales;
más piadosa debiera ser tu mano,
aunque fuéramos almas de serpientes.»

Como. una astilla verde que encendida
por un lado, gotea por el otro,
y chirría el vapor que sale de ella,

así del roto esqueje salen juntas
sangre y palabras: y dejé la rama
caer y me quedé como quien teme.

«Si él hubiese creído de antemano
‑le respondió mi sabio‑, ánima herida,
aquello que en mis rimas ha leído,

no hubiera puesto sobre ti la mano:
mas me ha llevado la increible cosa
a inducirle a hacer algo que me pesa:

mas dile quién has sido, y de este modo
algún aumento renueve tu fama
alli en el mundo, al que volver él puede.»

Y el tronco: «Son tan dulces tus lisonjas
que no puedo callar; y no os moleste
si en hablaros un poco me entretengo:

Yo soy aquel que tuvo las dos llaves
que el corazón de Federico abrían
y cerraban, de forma tan suave,

que a casi todos les negó el secreto;
tanta fidelidad puse en servirle
que mis noches y días perdí en ello.

La meretriz que jamás del palacio
del César quita la mirada impúdica,
muerte común y vicio de las cortes,

encendió a todos en mi contra; y tanto
encendieron a Augusto esos incendios
que el gozo y el honor trocóse en lutos;

mi ánimo, al sentirse despreciado,
creyendo con morir huir del desprecio,
culpable me hizo contra mí inocente.

Por las raras raíces de este leño,
os juro que jamás rompí la fe
a mi señor, que fue de honor tan digno.

Y si uno de los dos regresa al mundo,
rehabilite el recuerdo que se duele
aún de ese golpe que asesta la envidia.»

Paró un poco, y después: «Ya que se calla,
no pierdas tiempo ‑dijome el poeta-
habla y pregúntale si más deseas.»

Yo respondí: «Pregúntale tú entonces
lo que tú pienses que pueda gustarme;
pues, con tanta aflicción, yo no podría.»

Y así volvió a empezar: «Para que te haga
de buena gana aquello que pediste,
encarcelado espíritu, aún te plazca

decirnos cómo el alma se encadena
en estos troncos; dinos, si es que puedes,
si alguna se despega de estos miembros.»

Sopló entonces el tronco fuememente
trocándose aquel viento en estas voces:
«Brevemente yo quiero responderos;

cuando un alma feroz ha abandonado
el cuerpo que ella misma ha desunido
Minos la manda a la séptima fosa.

Cae a la selva en parte no elegida;
mas donde la fortuna la dispara,
como un grano de espelta allí germina;

surge en retoño y en planta silvestre:
y al converse sus hojas las Arpías,
dolor le causan y al dolor ventana.

Como las otras, por nuestros despojos,
vendremos, sin que vistan a ninguna;
pues no es justo tener lo que se tira.

A rastras los traeremos, y en la triste
selva serán los cuerpos suspendidos,
del endrino en que sufre cada sombra.»

Aún pendientes estábamos del tronco
creyendo que quisiera más contarnos,
cuando de un ruido fuimos sorprendidos,

Igual que aquel que venir desde el puesto
escucha al jabalí y a la jauría
y oye a las bestias y un ruido de frondas;

Y miro a dos que vienen por la izquierda,
desnudos y arañados, que en la huida,
de la selva rompían toda mata.

Y el de delante: «¡Acude, acude, muerte!»
Y el otro, que más lento parecía,
gritaba: «Lano, no fueron tan raudas

en la batalla de Toppo tus piernas.»
Y cuando ya el aliento le faltaba,
de él mismo y de un arbusto formó un nudo.

La selva estaba llena detrás de ellos
de negros canes, corriendo y ladrando
cual lebreles soltados de traílla.

El diente echaron al que estaba oculto
y lo despedazaron trozo a trozo;
luego llevaron los miembros dolientes.

Cogióme entonces de la mano el guía,
y me llevó al arbusto que lloraba,
por los sangrantes rotos, vanamente.

Decía: «Oh Giácomo de Sant' Andrea,
¿qué te ha valido de mí hacer refugio?
¿qué culpa tengo de tu mala vida?»

Cuando el maestro se paró a su lado,
dijo: «¿Quién fuiste, que por tantas puntas
con sangre exhalas tu habla dolorosa?»

Y él a nosotros: «Oh almas que llegadas
sois a mirar el vergonzoso estrago,
que mis frondas así me ha desunido,

recogedlas al pie del triste arbusto.
Yo fui de la ciudad que en el Bautista
cambió el primer patrón: el cual, por esto

con sus artes por siempre la hará triste;
y de no ser porque en el puente de Arno
aún permanece de él algún vestigio,

esas gentes que la reedificaron
sobre las ruinas que Atila dejó,
habrían trabajado vanamente.
Yo de mi casa hice mi cadalso.»
 
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satanas1
view post Posted on 14/11/2008, 22:02




CANTO XIV

Y como el gran amor del lugar patrio
me conmovió, reuní la rota fronda,
y se la devolví a quien ya callaba.

Al límite llegamos que divide
el segundo recinto del tercero,
y vi de la justicia horrible modo.

Por bien manifestar las nuevas cosas,
he de decir que a un páramo llegamos,
que de su seno cualquier planta ahuyenta.

La dolorosa selva es su guirnalda,
como para ésta lo es el triste foso;
justo al borde los pasos detuvimos.

Era el sitio una arena espesa y seca,
hecha de igual manera que esa otra
que oprimiera Catón con su pisada.

¡Oh venganza divina, cuánto debes
ser temida de todo aquel que lea
cuanto a mis ojos fuera manifiesto!

De almas desnudas vi muchos rebaños,
todas llorando llenas de miseria,
y en diversas posturas colocadas:

unas gentes yacían boca arriba;
encogidas algunas se sentaban,
y otras andaban incesantemente.

Eran las más las que iban dando vueltas,
menos las que yacían en tormento,
pero más se quejaban de sus males.

Por todo el arenal, muy lentamente,
llueven copos de fuego dilatados,
como nieve en los Alpes si no hay viento.

Como Alejandro en la caliente zona
de la India vio llamas que caían
hasta la tierra sobre sus ejércitos;

por lo cual ordenó pisar el suelo
a sus soldados, puesto que ese fuego
se apagaba mejor si estaba aislado,

así bajaba aquel ardor eterno;
y encendía la arena, tal la yesca
bajo eslabón, y el tormento doblaba.

Nunca reposo hallaba el movimiento
de las míseras manos, repeliendo
aquí o allá de sí las nuevas llamas.

Yo comencé: «Maestro, tú que vences
todas las cosas, salvo a los demonios
que al entrar por la puerta nos salieron,

¿Quién es el grande que no se preocupa
del fuego y yace despectivo y fiero,
cual si la lluvia no le madurase?»

Y él mismo, que se había dado cuenta
que preguntaba por él a mi guía,
gritó: « Como fui vivo, tal soy muerto.

Aunque Jove cansara a su artesano
de quien, fiero, tomó el fulgor agudo
con que me golpeó el último día,

o a los demás cansase uno tras otro,
de Mongibelo en esa negra fragua,
clamando: “Buen Vulcano, ayuda, ayuda”

tal como él hizo en la lucha de Flegra,
y me asaeteara con sus fuerzas,
no podría vengarse alegremente.»

Mi guía entonces contestó con fuerza
tanta, que nunca le hube así escuchado:
«Oh Capaneo, mientras no se calme

tu soberbia, serás más afligido:
ningún martirio, aparte de tu rabia,
a tu furor dolor será adecuado.»

Después se volvió a mí con mejor tono,
«Éste fue de los siete que asediaron
a Tebas; tuvo a Dios, y me parece

que aún le tenga, desdén, y no le implora;
mas como yo le dije, sus despechos
son en su pecho galardón bastante.

Sígueme ahora y cuida que tus pies
no pisen esta arena tan ardiente,
mas camina pegado siempre al bosque.»

En silencio llegamos donde corre
fuera ya de la selva un arroyuelo,
cuyo rojo color aún me horripila:

como del Bulicán sale el arroyo
que reparten después las pecadoras, t
al corrta a través de aquella arena.

El fondo de éste y ambas dos paredes
eran de piedra, igual que las orillas;
y por ello pensé que ése era el paso.

«Entre todo lo que yo te he enseñado,
desde que atravesamos esa puerta
cuyos umbrales a nadie se niegan,

ninguna cosa has visto más notable
como el presente río que las llamas
apaga antes que lleguen a tocarle.»

Esto dijo mi guía, por lo cual
yo le rogué que acrecentase el pasto,
del que acrecido me había el deseo.

«Hay en medio del mar un devastado
país ‑me dijo‑ que se llama Creta;
bajo su rey fue el mundo virtuoso.

Hubo allí una montaña que alegraban
aguas y frondas, se llamaba Ida:
cual cosa vieja se halla ahora desierta.

La excelsa Rea la escogió por cuna
para su hijo y, por mejor guardarlo,
cuando lloraba, mandaba dar gritos.

Se alza un gran viejo dentro de aquel monte,
que hacia Damiata vuelve las espaldas
y al igual que a un espejo a Roma mira.

Está hecha su cabeza de oro fino,
y plata pura son brazos y pecho,
se hace luego de cobre hasta las ingles;

y del hierro mejor de aquí hasta abajo,
salvo el pie diestro que es barro cocido:
y más en éste que en el otro apoya.

Sus partes, salvo el oro, se hallan rotas
por una raja que gotea lágrimas,
que horadan, al juntarse, aquella gruta;

su curso en este valle se derrama:
forma Aqueronte, Estigia y Flagetonte;
corre después por esta estrecha espita

al fondo donde más no se desciende:
forma Cocito; y cuál sea ese pantano
ya lo verás; y no te lo describo.»

Yo contesté: «Si el presente riachuelo
tiene así en nuestro mundo su principio,
¿como puede encontrarse en este margen?»

Respondió: «Sabes que es redondo el sitio,
y aunque hayas caminado un largo trecho
hacia la izquierda descendiendo al fondo,

aún la vuelta completa no hemos dado;
por lo que si aparecen cosas nuevas,
no debes contemplarlas con asombro.»

Y yo insistí «Maestro, ¿dónde se hallan
Flegetonte y Leteo?; a uno no nombras,
y el otro dices que lo hace esta lluvia.»

«Me agradan ciertamente tus preguntas
‑dijo‑, mas el bullir del agua roja
debía resolverte la primera.

Fuera de aquí podrás ver el Leteo,
allí donde a lavarse van las almas,
cuando la culpa purgada se borra.»

Dijo después: «Ya es tiempo de apartarse
del bosque; ven caminando detrás:
dan paso las orillas, pues no queman,
y sobre ellas se extingue cualquier fuego.»
 
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astaroth1
view post Posted on 15/11/2008, 14:26




CANTO XV

Caminamos por uno de los bordes,
y tan denso es el humo del arroyo,
que del fuego protege agua y orillas.

Tal los flamencos entre Gante y Brujas,
temiendo el viento que en invierno sopla,
a fin de que huya el mar hacen sus diques;

y como junto al Brenta los paduanos
por defender sus villas y castillos,
antes que Chiarentana el calor sienta;

de igual manera estaban hechos éstos,
sólo que ni tan altos ni tan gruesos,
fuese el que fuese quien los construyera.

Ya estábamos tan lejos de la selva
que no podría ver dónde me hallaba,
aunque hacia atrás yo me diera la vuelta,

cuando encontramos un tropel de almas
que andaban junto al dique, y todas ellas
nos miraban cual suele por la noche

mirarse el uno al otro en luna nueva;
y para vernos fruncían las cejas
como hace el sastre viejo con la aguja.

Examinado así por tal familia,
de uno fui conocido, que agarró
mi túnica y gritó: «¡Qué maravilla!»

y yo, al verme cogido por su mano
fijé la vista en su quemado rostro,
para que, aun abrasado, no impidiera,

su reconocimiento a mi memoria;
e inclinando la mía hacia su cara
respondí: «¿Estáis aquí, señor Brunetto?»

«Hijo, no te disguste ‑me repuso-
si Brunetto Latino deja un rato
a su grupo y contigo se detiene.»

Y yo le dije: «Os lo pido gustoso;
y si queréis que yo, con vos me pare,
lo haré si place a aquel con el que ando.»

«Hijo ‑repuso‑, aquel de este rebaño
que se para, después cien años yace,
sin defenderse cuando el fuego quema.

Camina pues: yo marcharé a tu lado;
y alcanzaré más tarde a mi mesnada,
que va llorando sus eternos males.»

Yo no osaba bajarme del camino
y andar con él; mas gacha la cabeza
tenía como el hombre reverente.

Él comenzó: «¿Qué fortuna o destino
antes de postrer día aquí te trae?
¿y quién es éste que muestra el camino?»

Y yo: «Allá arriba, en la vida serena
‑le respondí‑ me perdí por un valle,
antes de que mi edad fuese perfecta.

Lo dejé atrás ayer por la mañana;
éste se apareció cuando a él volvía,
y me lleva al hogar por esta ruta.»

Y él me repuso: «Si sigues tu estrella
glorioso puerto alcanzarás sin falta,
si de la vida hermosa bien me acuerdo;

y si no hubiese muerto tan temprano,
viendo que el cielo te es tan favorable,
dado te habría ayuda en la tarea.

Mas aquel pueblo ingrato y malicioso
que desciende de Fiesole de antiguo,
y aún tiene en él del monte y del peñasco,

si obras bien ha de hacerse tu contrario:
y es con razón, que entre ásperos serbales
no debe madurar el dulce higo.

Vieja fama en el mundo llama ciegos,
gente es avara, envidiosa y soberbia:
líbrate siempre tú de sus costumbres.

Tanto honor tu fortuna te reserva,
que la una parte y la otra tendrán hambre
de ti; mas lejos pon del chivo el pasto.

Las bestias fiesolanas se apacienten
de ellas mismas, y no toquen la planta,
si alguna surge aún entre su estiércol,

en que reviva la simiente santa
de los romanos que quedaron, cuando
hecho fue el nido de tan gran malicia.»

«Si pudiera cumplirse mi deseo
aún no estaríais vos ‑le repliqué-
de la humana natura separado;

que en mi mente está fija y aún me apena,
querida y buena, la paterna imagen
vuestra, cuando en el mundo hora tras hora

me enseñabais que el hombre se hace eterno;
y cuánto os lo agradezco, mientras viva,
conviene que en mi lengua se proclame.

Lo que narráis de mi carrera escribo,
para hacerlo glosar, junto a otro texto,
si hasta ella llego, a la mujer que sabe.

Sólo quiero que os sea manifiesto
que, con estar tranquila mi conciencia,
me doy, sea cual sea, a la Fortuna.

No es nuevo a mis oídos tal augurio:
mas la Fortuna hace girar su rueda
como gusta, y el labrador su azada.»

Entonces mi maestro la mejilla
derecha volvió atrás, y me miró;
dijo después: «Bien oye el precavido.»

Pero yo no dejé de hablar por eso
con ser Brunetto, y pregunto quién son
sus compañeros de más alta fama.

Y él me dijo: «Saber de alguno es bueno;
de los demás será mejor que calle,
que a tantos como son el tiempo es corto.

Sabe, en suma, que todos fueron clérigos
y literatos grandes y famosos,
al mundo sucios de un igual pecado.

Prisciano va con esa turba mísera,
y Francesco D'Accorso; y ver con éste,
si de tal tiña tuvieses deseo,

podrás a quien el Siervo de los Siervos
hizo mudar del Arno al Bachiglión,
donde dejó los nervios mal usados.

De otros diría, mas charla y camino
no pueden alargarse, pues ya veo
surgir del arenal un nuevo humo.

Gente viene con la que estar no debo:
mi “Tesoro” te dejo encomendado,
en el que vivo aún, y más no digo.»

Luego se fue, y parecía de aquellos
que el verde lienzo corren en Verona
por el campo; y entre éstos parecía
de los que ganan, no de los que pierden.
 
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nubarus
view post Posted on 15/11/2008, 20:42




CANTO XVI

Ya estaba donde el resonar se oía
del agua que caía al otro círculo,
como el que hace la abeja en la colmena;

cuando tres sombras juntas se salieron,
corriendo, de una turba que pasaba
bajo la lluvia de la áspera pena.

Hacia nosotros gritando venían:
«Detente quien parece por el traje
ser uno de la patria depravada.»

¡Ah, cuántas llagas vi en aquellos miembros,
viejas y nuevas, de la llama ardidas!
me siento aún dolorido al recordarlo.

A sus gritos mi guía se detuvo;
volvió el rostro hacia mí, y me dijo: « Espera,
pues hay que ser cortés con esta gente.

Y si no fuese por el crudo fuego
que este sitio asaetea, te diría
que te apresures tú mejor que ellos.»

Ellos, al detenernos, reemprendieron
su antiguo verso; y cuando ya llegaron,
hacen un corro de sí aquellos tres,

cual desnudos y untados campeones,
acechando a su presa y su ventaja,
antes de que se enzarcen entre ellos;

y con la cara vuelta, cada uno
me miraba de modo que al contrario
iba el cuello del pie continuamente.

«Si el horror de este suelo movedizo
vuelve nuestras plegarias despreciables
‑uno empezó‑ y la faz negra y quemada,

nuestra fama a tu ánimo suplique
que nos digas quién eres, que los vivos
pies tan seguro en el infierno arrastras.

Éste, de quien me ves pisar las huellas,
aunque desnudo y sin pellejo vaya,
fue de un grado mayor de lo que piensas,

pues nieto fue de la bella Gualdrada;
se llamó Guido Guerra, y en su vida
mucho obró con su espada y con su juicio.

El otro, que tras mí la arena pisa,
es Tegghiaio Aldobrandi, cuya voz
en el mundo debiera agradecerse;

y yo, que en el suplicio voy con ellos,
Jacopo Rusticucci; y fiera esposa
más que otra cosa alguna me condena.»

Si hubiera estado a cubierto del fuego,
me hubiera ido detrás de ellos al punto,
y no creo que al guía le importase;

mas me hubiera abrasado, y de ese modo
venció el miedo al deseo que tenía,
pues de abrazarles yo me hallaba ansioso.

Luego empecé: «No desprecio, mas pena
en mi interior me causa vuestro estado,
y es tanta que no puedo desprenderla,

desde el momento en que mi guía dijo
palabras, por las cuales yo pensaba
que, como sois, se acercaba tal gente.

De vuestra tierra soy, y desde siempre
vuestras obras y nombres tan honrados,
con afecto he escuchado y retenido.

Dejo la hiel y voy al dulce fruto
que mi guía veraz me ha prometido,
pero antes tengo que llegar al centro.»

«Muy largamente el alma te conduzcan
todavía ‑me dijo aquél‑ tus miembros,
y resplandezca luego tu memoria,

di si el valor y cortesía aún se hallan
en nuestra patria tal como solían,
o si del todo han sido ya expulsados;

que Giuglielmo Borsiere, el cual se duele
desde hace poco en nuestro mismo grupo,
con sus palabras mucho nos aflige.»

«Las nuevas gentes, las ganancias súbitas,
orgullo y desmesura han generado,
en ti, Florencia, y de ello te lamentas.»

Así grité levantando la cara;
y los tres, que esto oyeron por respuesta,
se miraron como ante las verdades.

«Si en otras ocasiones no te cuesta
satisfacer a otros ‑me dijeron‑,
dichoso tú que dices lo que quieres.

Pero si sales de este mundo ciego
y vuelves a mirar los bellos astros,
cuando decir “estuve allí” te plazca,

háblale de nosotros a la gente.»
Rompieron luego el círculo y, huyendo,
alas sus raudas piernas parecían.

Un amén no podría haberse dicho
antes de que ellos se hubiesen perdido;
por lo que el guía quiso que partiésemos.

Yo iba detrás, y no avanzamos mucho
cuando el agua sonaba tan de cerca,
que apenas se escuchaban las palabras.

Como aquel río sigue su carrera
primero desde el Veso hacia el levante,
a la vertiente izquierda de Apenino,

que Acquaqueta se llama abajo, antes
de que en un hondo lecho se desplome,
y en Forlí ya ese nombre no conserva,

resuena allí sobre San Benedetto,
de la roca cayendo en la cascada
en donde mil debieran recibirle;

así en lo hondo de un despeñadero,
oímos resonar el agua roja,
que el oído ofendía al poco tiempo.

Yo llevaba una cuerda a la cintura
con la que alguna vez hube pensado
cazar la onza de la piel pintada.

Luego de haberme toda desceñido,
como mi guía lo había mandado,
se la entregué recogida en un rollo.

Entonces se volvió hacia la derecha
y, alejándose un trecho de la orilla,
la arrojó al fondo de la escarpadura.

«Alguna novedad ha de venirnos
‑pensaba para mí‑ del nuevo signo,
que el maestro así busca con los ojos.»

iCuán cautos deberían ser los hombres
junto a aquellos que no sólo las obras,
mas por dentro el pensar también conocen!

«Pronto ‑dijo‑ verás sobradamente
lo que espero, y en lo que estás pensando:
pronto conviene que tú lo descubras.»

La verdad que parece una mentira
debe el hombre callarse mientras pueda,
porque sin tener culpa se avergüence:

pero callar no puedo; y por las notas,
lector, de esta Comedia, yo te juro,
así no estén de larga gracia llenas,

que vi por aquel oire oscuro y denso
venir nadando arriba una figura,
que asustaría el alma más valiente,

tal como vuelve aquel que va al fondo
a desprender el ancla que se agarra
a escollos y otras cosas que el mar cela,
que el cuerpo extiende y los pies se recoge.
 
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satanas1
view post Posted on 16/11/2008, 23:35




CANTO XVII

«Mira la bestia con la cola aguda,
que pasa montes, rompe muros y armas;
mira aquella que apesta todo el mundo.»

Así mi guía comenzó a decirme;
y le ordenó que se acercase al borde
donde acababa el camino de piedra.

Y aquella sucia imagen del engaño
se acercó, y sacó el busto y la cabeza,
mas a la orilla no trajo la cola.

Su cara era la cara de un buen hombre,
tan benigno tenía lo de afuera,
y de serpiente todo lo restante.

Garras peludas tiene en las axilas;
y en la espalda y el pecho y ambos flancos
pintados tiene ruedas y lazadas.

Con más color debajo y superpuesto
no hacen tapices tártaros ni turcos,
ni fue tal tela hilada por Aracne.

Como a veces hay lanchas en la orilla,
que parte están en agua y parte en seco;
o allá entre los glotones alemanes

el castor se dispone a hacer su caza,
se hallaba así la fiera detestable
al horde pétreo, que la arena ciñe.

Al aire toda su cola movía,
cerrando arriba la horca venenosa,
que a guisa de escorpión la punta armaba.

El guía dijo: «Es preciso torcer
nuestro camino un poco, junto a aquella
malvada bestia que está allí tendida.»

Y descendimos al lado derecho,
caminando diez pasos por su borde,
para evitar las llamas y la arena.

Y cuando ya estuvimos a su lado,
sobre la arena vi, un poco más lejos,
gente sentada al borde del abismo.

Aquí el maestro: «Porque toda entera
de este recinto la experiencia lleves
‑me dijo‑, ve y contempla su castigo.

Allí sé breve en tus razonamientos:
mientras que vuelvas hablaré con ésta,
que sus fuertes espaldas nos otorgue.»

Así pues por el borde de la cima
de aquel séptimo circulo yo solo
anduve, hasta llegar a los penados.

Ojos afuera estallaba su pena,
de aquí y de allí con la mano evitaban
tan pronto el fuego como el suelo ardiente:

como los perros hacen en verano,
con el hocico, con el pie, mordidos
de pulgas o de moscas o de tábanos.
Y después de mirar el rostro a algunos,
a los que el fuego doloroso azota,
a nadie conocí; pero me acuerdo

que en el cuello tenía una bolsa
con un cierto color y ciertos signos,
que parecían complacer su vista.

Y como yo anduviéralos mirando,
algo azulado vi en una amarilla,
que de un león tenía cara y porte.

Luego, siguiendo de mi vista el curso,
otra advertí como la roja sangre,
y una oca blanca más que la manteca.

Y uno que de una cerda azul preñada
señalado tenía el blanco saco,
dijo: «¿Qué andas haciendo en esta fosa?

Vete de aquí; y puesto que estás vivo,
sabe que mi vecino Vitaliano
aquí se sentará a mi lado izquierdo;

de Padua soy entre estos florentinos:
y las orejas me atruenan sin tasa
gritando: “¡Venga el noble caballero

que llenará la bolsa con tres chivos!”»
Aquí torció la boca y se sacaba
la lengua, como el buey que el belfo lame.

Y yo, temiendo importunar tardando
a quien de no tardar me había advertido,
atrás dejé las almas lastimadas.

A mi guía encontré, que ya subido
sobre la grupa de la fiera estaba,
y me dijo: «Sé fuerte y arrojado.

Ahora bajamos por tal escalera:
sube delante, quiero estar en medio,
porque su cola no vaya a dañarte.»

Como está aquel que tiene los temblores
de la cuartana, con las uñas pálidas,
y tiembla entero viendo ya el relente,

me puse yo escuchando sus palabras;
pero me avergoncé con su advertencia,
que ante el buen amo el siervo se hace fuerte.

Encima me senté de la espaldaza:
quise decir, mas la voz no me vino
como creí: «No dejes de abrazarme.»

Mas aquel que otras veces me ayudara
en otras dudas, luego que monté,
me sujetó y sostuvo con sus brazos.

Y le dijo: «Gerión, muévete ahora:
las vueltas largas, y el bajar sea lento:
piensa en qué nueva carga estás llevando.»

Como la navecilla deja el puerto
detrás, detrás, así ésta se alejaba;
y luego que ya a gusto se sentía,

en donde el pecho, ponía la cola,
y tiesa, como anguila, la agitaba,
y con los brazos recogía el aíire.

No creo que más grande fuese el miedo
cuando Faetón abandonó las riendas,
por lo que el cielo ardió, como aún parece;

ni cuando la cintura el pobre Ícaro
sin alas se notó, ya derretidas,
gritando el padre: «¡Mal camino llevas!»;

que el mío fue, cuando noté que estaba
rodeado de aire, y apagada
cualquier visión que no fuese la fiera;

ella nadando va lenta, muy lenta;
gira y desciende, pero yo no noto
sino el viento en el rostro y por debajo.

Oía a mi derecha la cascada
que hacía por encima un ruido horrible,
y abajo miro y la cabeza asomo.

Entonces temí aún más el precipicio,
pues fuego pude ver y escuchar llantos;
por lo que me encogí temblando entero.

Y vi después, que aún no lo había visto,
al bajar y girar los grandes males,
que se acercaban de diversos lados.

Como el halcón que asaz tiempo ha volado,
y que sin ver ni señuelo ni pájaro
hace decir al halconero: «¡Ah, baja!»,

lento desciende tras su grácil vuelo,
en cien vueltas, y a lo lejos se pone
de su maestro, airado y desdeñoso,

de tal modo Gerión se posó al fondo,
al mismo pie de la cortada roca,
y descargadas nuestras dos personas,
se disparó como de cuerda tensa.
 
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nubarus
view post Posted on 16/11/2008, 23:40




CANTO XVIII

Hay un lugar llamado Malasbolsas
en el infierno, pétreo y ferrugiento,
igual que el muro que le ciñe entorno.

Justo en el medio del campo maligno
se abre un pozo bastante largo y hondo,
del cual a tiempo contaré las partes.

Es redondo el espacio que se forma
entre el pozo y el pie del duro abismo,
y en diez valles su fondo se divide.

Como donde, por guarda de los muros,
más y más fosos ciñen los castillos,
el sitio en donde estoy tiene el aspecto;

tal imagen los valles aquí tienen.
Y como del umbral de tales fuertes
a la orilla contraria hay puentecillos,

así del borde de la roca, escollos
conducen, dividiendo foso y márgenes,
hasta el pozo que les corta y les une.

En este sitio, ya de las espaldas
de Gerión nos bajamos; y el poeta
tomó a la izquierda, y yo me fui tras él.

A la derecha vi nuevos pesares,
nuevos castigos y verdugos nuevos,
que la bolsa primera abarrotaban.

Allí estaban desnudos los malvados;
una mitad iba dando la espalda,
otra de frente, con pasos más grandes;

tal como en Roma la gran muchedumbre,
del año jubilar, alli en el puente
precisa de cruzar en doble vía,

que por un lado todos van de cara
hacia el castillo y a San Pedro marchan;
y de otro lado marchan hacia el monte.

De aquí, de allí, sobre la oscura roca,
vi demonios cornudos con flagelos,
que azotaban cruelmente sus espaldas.

¡Ay, cómo hacían levantar las piernas
a los primeros golpes!, pues ninguno
el segundo esperaba ni el tercero.

Mientras andaba, en uno mi mirada
vino a caer; y al punto yo me dije:
«De haberle visto ya no estoy ayuno.»

Y así paré mi paso para verlo:
y mi guía conmigo se detuvo,
y consintió en que atrás retrocediera.

Y el condenado creía ocultarse
bajando el rostro; mas sirvió de poco,
pues yo le dije: «Oh tú que el rostro agachas,

si los rasgos que llevas no son falsos,
Venedico eres tú Caccianemico;
mas ¿qué te trae a salsas tan picantes?»

Y repuso: «Lo digo de mal grado;
pero me fuerzan tus claras palabras,
que me hacen recordar el mundo antiguo.

Fui yo mismo quien a Ghisolabella
indujo a hacer el gusto del marqués,
como relaten la sucia noticia.

Y boloñés no lloró aquí tan sólo,
mas tan repleto está este sitio de ellos,
que ahora tantas lenguas no se escuchan

que digan "Sipa" entre Savena y Reno;
y si fe o testimonio de esto quieres,
trae a tu mente nuestro seno avaro.»

Hablando así le golpeó un demonio
con su zurriago, y dijo: « Lárgate
rufián, que aquí no hay hembras que se vendan.»

Yo me reuní al momento con mi escolta;
luego, con pocos pasos, alcanzamos
un escollo saliente de la escarpa.

Con mucha ligereza lo subimos
y, vueltos a derecha por su dorso,
de aquel círculo eterno nos marchamos.

Cuando estuvimos ya donde se ahueca
debajo, por dar paso a los penados,
el guía dijo: « Espera, y haz que pongan

la vista en ti esos otros malnacidos,
a los que aún no les viste el semblante,
porque en nuestro sentido caminaban.»

Desde el puente mirábamos el grupo
que al otro lado hacia nosotros iba,
y que de igual manera azota el látigo.

Y sin yo preguntarle el buen Maestro
«Mira aquel que tan grande se aproxima,
que no le causa lágrimas el daño.

¡Qué soberano aspecto aún conserva!
Es Jasón, que por ánimo y astucia
dejó privada del carnero a Cólquida.

Éste pasó por la isla de Lemmos,
luego que osadas hembras despiadadas
muerte dieran a todos sus varones:

con tretas y palabras halagüeñas
a Isifile engañó, la muchachita
que antes había a todas engañado.

Allí la dejó encinta, abandonada;
tal culpa le condena a tal martirio;
también se hace venganza de Medea.

Con él están los que en tal modo engañan:
y del valle primero esto te baste
conocer, y de los que en él castiga.»

Nos hallábamos ya donde el sendero
con el margen segundo se entrecruza,
que a otro arco le sirve como apoyo.

Aquí escuchamos gentes que ocupaban
la otra bolsa y soplaban por el morro,
pegándose a sí mismas con las manos.

Las orillas estaban engrumadas
por el vapor que abajo se hace espeso,
y ofendía a la vista y al olfato.

Tan oscuro es el fondo, que no deja
ver nada si no subes hasta el dorso
del arco, en que la roca es más saliente.

Allí subimos; y de allá, en el foso
vi gente zambullida en el estiércol,
cual de humanas letrinas recogido.

Y mientras yo miraba hacia allá abajo,
vi una cabeza tan de mierda llena,
que no sabía si era laico o fraile.

Él me gritó: « ¿Por qué te satisface
mirarme más a mí que a otros tan sucios?»
Le dije yo: « Porque, si bien recuerdo,

con los cabellos secos ya te he visto,
y eres Alesio Interminei de Lucca:
por eso más que a todos te miraba.»

Y él dijo, golpeándose la chola:
«Aquí me han sumergido las lisonjas,
de las que nunca se cansó mi lengua.»

Luego de esto, mi guía: «Haz que penetre
‑dijo‑ tu vista un poco más delante,
tal que tus ojos vean bien el rostro

de aquella sucia y desgreñada esclava,
que allí se rasca con uñas mierdosas,
y ahora se tumba y ahora en pie se pone:

es Thais, la prostituta, que repuso
a su amante, al decirle "¿Tengo prendas
bastantes para ti?": “aún más, excelsas”.
Y sea aquí saciada nuestra vista.»
 
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astaroth1
view post Posted on 16/11/2008, 23:50




CANTO XIX

¡Oh Simón Mago! Oh mfseros secuaces
que las cosas de Dios, que de los buenos
esposas deben ser, como rapaces

por el oro y la plata adulteráis!
sonar debe la trompa por vosotros,
puesto que estáis en la tercera bolsa.

Ya estábamos en la siguiente tumba,
subidos en la parte del escollo
que cae justo en el medio de aquel foso.

¡Suma sabiduría! ¡Qué arte muestras
en el cielo, en la tierra y el mal mundo,
cuán justamente tu virtud repartes!

Yo vi, por las orillas y en el fondo,
llena la piedra livida de hoyos,
todos redondos y de igual tamaño.

No los vi menos amplios ni mayores
que esos que hay en mi bello San Juan,
y son el sitio para los bautismos;

uno de los que no hace aún mucho tiempo
yo rompí porque en él uno se ahogaba:
sea esto seña que a todos convenza.

A todos les salían por la boca
de un pecador los pies, y de las piernas
hasta el muslo, y el resto estaba dentro.

Ambas plantas a todos les ardían;
y tan fuerte agitaban las coyundas,
que habrían destrozado soga y cuerdas.

Cual suele el llamear en cosas grasas
moverse por la extrema superficie,
así era allí del talón a la punta.

«Quién es, maestro, aquel que se enfurece
pataleando más que sus consortes
‑dije‑ y a quien más roja llama quema?»

Y él me dijo: «Si quieres que te lleve
allí por la pendiente que desciende,
él te hablará de sí y de sus pecados.»

Y yo: «Lo que tú quieras será bueno,
eres tú mi señor y no me aparto
de tu querer: y lo que callo sabes.»

Caminábamos pues el cuarto margen:
volvimos y bajamos a la izquierda
al fondo estrecho y agujereado.

Entonces el maestro de su lado
no me apartó, hasta vernos junto al hoyo
de aquel que se dolía con las zancas.

«Oh tú que tienes lo de arriba abajo,
alma triste clavada cual madero,
‑le dije yo‑, contéstame si puedes.»

Yo estaba como el fraile que confiesa
al pérfido asesino, que, ya hincado,
por retrasar su muerte le reclama.

Y él me gritó: «¿Ya estás aquí plantado?,
¿ya estás aquí plantado, Bonifacio?
En pocos años me mintió lo escrito.

¿Ya te cansaste de aquellas riquezas
por las que hacer engaño no temiste,
y atormentar después a tu Señora?»

Me quedé como aquellos que se encuentran,
por no entender lo que alguien les responde,
confundidos, y contestar no saben.

Dijo entonces Virgilio: «Dile pronto:
“No soy aquel, no soy aquel que piensas.”»
Yo respondí como me fue indicado.

Torció los pies entonces el espíritu,
luego gimiendo y con voces llorosas,
me dijo: «¿Entonces, para qué me buscas?

si te interesa tanto el conocerme,
que has recorrido así toda la roca,
sabe que fui investido del gran manto,

y en verdad fui retoño de la Osa,
y tan ansioso de engordar oseznos,
que allí el caudal, aquí yo, me he embolsado.

Y bajo mi cabeza están los otros
que a mí, por simonía, precedieron,
y que lo estrecho de la piedra aplasta.

Allí habré yo de hundirme también cuando
venga aquel que creía que tú fueses,
al hacerte la súbita pregunta.

Pero mis pies se abrasan ya más tiempo
y más estoy yo puesto boca abajo,
del que estarán plantados sus pies rojos,

pues vendrá luego de él, aún más manchado,
desde el poniente, un pastor sin entrañas,
tal que conviene que a los dos recubra.

Nuevo Jasón será, como nos muestra
MACABEOS, y como a aquel fue blando
su rey, así ha de hacer quien Francia rige.»

No sé si fui yo loco en demasía,
pues que le respondí con tales versos:
«Ah, dime ahora, qué tesoros quiso

Nuestro Señor antes de que a San Pedro
le pusiese las llaves a su cargo?
Únicamente dijo: “Ven conmigo”;

ni Pedro ni los otros de Matías
oro ni plata, cuando sortearon
el puesto que perdió el alma traidora.

Quédate ahí, que estás bien castigado,
y guarda las riquezas mal cogidas,
que atrevido te hicieron contra Carlos.

Y si no fuera porque me lo veda
el respeto a las llaves soberanas
que fueron tuyas en la alegre vida,

usaría palabras aún más duras;
porque vuestra avaricia daña al mundo,
hundiendo al bueno y ensalzando al malo.

Pastores, os citó el evangelista,
cuando aquella que asienta sobre el agua
él vio prostituida con los reyes:

aquella que nació con siete testas,
y tuvo autoridad con sus diez cuernos,
mientras que su virtud plació al marido.

Os habéis hecho un Dios de oro y de plata:
y qué os separa ya de los idólatras,
sino que a ciento honráis y ellos a uno?

Constantino, ¡de cuánto mal fue madre,
no que te convirtieses, mas la dote
que por ti enriqueció al primer patriarca!»

Y mientras yo cantaba tales notas,
mordido por la ira o la conciencia,
con fuerza las dos piernas sacudía.

Yo creo que a mi guía le gustaba,
pues con rostro contento había escuchado
mis palabras sinceramente dichas.

Entonces me cogió con los dos brazos;
y luego de subirme hasta su pecho,
volvió a ascender la senda que bajamos.

No se cansó llevándome agarrado,
hasta ponerme en la cima del puente
que del cuarto hasta el quinto margen cruza.

Con suavidad aquí dejó la carga,
suave, en el escollo áspero y pino
que a las cabras sería mala trocha.
Desde ese sitio descubrí otro valle.
 
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nubarus
view post Posted on 17/11/2008, 21:17




CANTO XX

De nueva pena he de escribir los versos
y dar materia al vigésimo canto
de la primer canción, que es de los reos.

Estaba yo dispuesto totalmente
a mirar en el fondo descubierto,
que me bañaba de angustioso llanto;

por el redondo valle vi a unas gentes
venir, calladas y llorando, al paso
con que en el mundo van las procesiones.

Cuando bajé mi vista aún más a ellas,
vi que estaban torcidas por completo
desde el mentón al principio del pecho;

porque vuelto a la espalda estaba el rostro,
y tenían que andar hacia detrás,
pues no podían ver hacia delante.

Por la fuerza tal vez de perlesía
alguno habrá en tal forma retorcido,
mas no lo vi, ni creo esto que pase.

Si Dios te deja, lector, coger fruto
de tu lectura, piensa por ti mismo
si podría tener el rostro seco,

cuando vi ya de cerca nuestra imagen
tan torcida, que el llanto de los ojos
les bañaba las nalgas por la raja.

Lloraba yo, apoyado en una roca
del duro escollo, tal que dijo el guía:
«¿Es que eres tú de aquellos insensatos?,

vive aquí la piedad cuando está muerta:
¿Quién es más criminal de lo que es ése
que al designio divino se adelanta?

Alza tu rostro y mira a quien la tierra
a la vista de Tebas se tragó;
y de allí le gritaban: “Dónde caes

Anfiareo?, ¿por qué la guerra dejas?”
Y no dejó de rodar por el valle
hasta Minos, que a todos los agarra.

Mira cómo hizo pecho de su espalda:
pues mucho quiso ver hacia adelante,
mira hacia atrás y marcha reculando.

Mira a Tiresias, que mudó de aspecto
al hacerse mujer siendo varón
cambiándose los miembros uno a uno;

y después, golpear debía antes
las unidas serpientes, con la vara,
que sus viriles plumas recobrase.

Aronte es quien al vientre se le acerca,
que en los montes de Luni, que cultiva
el carrarés que vive allí debajo,

tuvo entre blancos mármoles la cueva
como mansión; donde al mirar los astros
y el mar, nada la vista le impedía.

Y aquella que las tetas se recubre,
que tú no ves, con trenzas desatadas,
y todo el cuerpo cubre con su pelo,

fue Manto, que corrió por muchas tierras;
y luego se afincó donde naci,
por lo que un poco quiero que me escuches:

Después de que su padre hubiera muerto,
y la ciudad de Baco esclavizada,
ella gran tiempo anduvo por el mundo.

En el norte de Italia se halla un lago,
al pie del Alpe que ciñe Alemania
sobre el Tirol, que Benago se llama.

Por mil fuentes, y aún más, el Apenino
ente Garda y Camónica se baña,
por el agua estancada en dicho lago.

En su medio hay un sitio, en que el trentino
pastor y el de Verona, y el de Brescia,
si ese camino hiciese, bendijera.

Se halla Pesquiera, arnés hermoso y fuerte,
frontera a bergamescos y brescianos,
en la ribera que en el sur le cerca.

En ese sitio se desborda todo
lo que el Benago contener no puede,
y entre verdes praderas se hace un río.

Tan pronto como el agua aprisa corre,
no ya Benago, mas Mencio se llama
hasta Governo, donde cae al Po.

Tras no mucho correr, encuentra un valle,
en el cual se dilata y empantana;
y en el estio se vuelve insalubre.

Pasando por allí la virgen fiera,
vio tierra en la mitad de aquel pantano,
sin cultivo y desnuda de habitantes.

Allí, para escapar de los humanos,
con sus siervas quedóse a hacer sus artes,
y vivió, y dejó allí su vano cuerpo.

Los hombres luego que vivían cerca,
se acogieron al sitio, que era fuerte,
pues el pantano aquel lo rodeaba.

Fundaron la ciudad sobre sus huesos;
y por quien escogió primero el sitio,
Mantua, sin otro augurio, la llamaron.

Sus moradores fueron abundantes,
antes que la torpeza de Casoldi,
de Pinamonte engaño recibiese.

Esto te advierto por si acaso oyeras
que se fundó de otro modo mi patria,
que a la verdad mentira alguna oculte.»

Y yo: «Maestro, tus razonamientos
me son tan ciertos y tan bien los creo,
que apagados carbones son los otros.

Mas dime, de la gente que camina,
si ves alguna digna de noticia,
pues sólo en eso mi mente se ocupa.»

Entonces dijo: «Aquel que desde el rostro
la barba ofrece por la espalda oscura,
fue, cuando Grecia falta de varones

tanto, que había apenas en las cunas
augur, y con Calcante dio la orden
de cortar en Aulide las amarras.

Se llamaba Euripilo, y así canta
algún pasaje de mi gran tragedia:
tú bien lo sabes pues la sabes toda.

Aquel otro en los flancos tan escaso,
Miguel Escoto fue, quien en verdad
de los mágicos fraudes supo el juego.

Mira a Guido Bonatti, mira a Asdente,
que haber tomado el cuero y el bramante
ahora querría, mas tarde se acuerda;

Y a las tristes que el huso abandonaron,
las agujas y ruecas, por ser magas
y hechiceras con hierbas y figuras.

Mas ahora ven, que llega ya al confín
de los dos hemisferios, y a las ondas
bajo Sevilla, Caín con las zarzas,

y la luna ayer noche estaba llena:
bien lo recordarás, que no fue estorbo
alguna vez en esa selva oscura.»
Así me hablaba, y mientras caminábamos.
 
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astaroth1
view post Posted on 17/11/2008, 21:50




CANTO XXI

Así de puente en puente, conversando
de lo que mi Comedia no se ocupa,
subimos, y al llegar hasta la cima

nos paramos a ver la otra hondonada
de Malasbolsas y otros llantos vanos;
y la vi tenebrosamente oscura.

Como en los arsenales de Venecia
bulle pez pegajosa en el invierno
al reparar sus leños averiados,

que navegar no pueden; y a la vez
quién hace un nuevo leño, y quién embrea
los costados a aquel que hizo más rutas;

quién remacha la popa y quién la proa;
hacen otros los remos y otros cuerdas;
quién repara mesanas y trinquetas;

asi, sin fuego, por divinas artes,
bullía abajo una espesa resina,
que la orilla impregnaba en todos lados.

La veía, mas no veía en ella
más que burbujas que el hervor alzaba,
todas hincharse y explotarse luego.

Mientras allá miraba fijamente,
el poeta, diciendo: «¡Atento, atento!»
a él me atrajo del sitio en que yo estaba.

Me volvi entonces como aquel que tarda
en ver aquello de que huir conviene,
y a quien de pronto le acobarda el miedo,

y, por mirar, no demora la marcha;
y un diablo negro vi tras de nosotros,
que por la roca corriendo venía.

¡Ah, qué fiera tenía su apariencia,
y parecían cuán amenazantes
sus pies ligeros, sus abiertas alas!

En su hombro, que era anguloso y soberbio,
cargaba un pecador por ambas ancas,
agarrando los pies por los tendones.

«¡Oh Malasgarras ‑‑dijo desde el puente‑,
os mando a un regidor de Santa Zita!
Ponedlo abajo, que voy a por otro

a esa tierra que tiene un buen surtido:
salvo Bonturo todos son venales;
del “ita” allí hacen “no” por el dinero.»

Abajo lo tiró, y por el escollo
se volvió, y nunca fue un mastín soltado
persiguiendo a un ladrón con tanta prisa.

Aquél se hundió, y se salía de nuevo;
mas los demonios que albergaba el puente
gritaron: «¡No está aquí la Santa Faz,

y no se nada aquí como en el Serquio!
así que, si no quieres nuestros garfios,
no te aparezcas sobre la resina.»

Con más de cien arpones le pinchaban,
dicen: «Cubierto bailar aquí debes,
tal que, si puedes, a escondidas hurtes.»

No de otro modo al pinche el cocinero
hace meter la carne en la caldera,
con los tridentes, para que no flote.

Y el buen Maestro: «Para que no sepan
que estás agua ‑me dijo‑ ve a esconderte
tras una roca que sirva de abrigo;

y por ninguna ofensa que me hagan,
debes temer, que bien conozco esto,
y otras veces me he visto en tales líos.»

Después pasó del puente a la otra parte;
y cuando ya alcanzó la sexta fosa;
le fue preciso un ánimo templado.

Con la ferocidad y con la saña
que los perros atacan al mendigo,
que de pronto se para y limosnea,

del puentecillo aquéllos se arrojaron,
y en contra de él volvieron los arpones;
mas él gritó: «¡Que ninguno se atreva!

Antes de que me pinchen los tridentes,
que se adelante alguno para oírme,
pensad bien si debéis arponearme.»

«¡Que vaya Malacola!» ‑se gritaron;
y uno salió de entre los otros quietos,
y vino hasta él diciendo: «¿De qué sirve?»

«Es que crees, Malacola, que me habrías
visto venir ‑le dijo mi maestro-
seguro ya de todas vuestras armas,

sin el querer divino y diestro hado?
Déjame andar, que en el cielo se quiere
que el camino salvaje enseñe a otros.»

Su orgullo entonces fue tan abatido
que el tridente dejó caer al suelo,
y a los otros les dijo: «No tocarlo.»

Y el guía a mí: «Oh tú que allí te encuentras
tras las rocas del puente agazapado,
puedes venir conmigo ya seguro.»

Por lo que yo avancé hasta él deprisa;
y los diablos se echaron adelante,
tal que temí que el pacto no guardaran;

así yo vi temer a los infantes
yéndose, tras rendirse, de Caprona,
al verse ya entre tantos enemigos.

Yo me arrimé con toda mi persona
a mi guía, y los ojos no apartaba
de sus caras que no eran nada buenas.

Inclinaban los garfios: «¿Que le pinche
‑decíanse‑ queréis, en el trasero?»
Y respondían: «Sí, pínchale fuerte.»

Pero el demonio aquel que había hablado
con mi guía, volvióse raudamente,
y dijo: «Para, para, Arrancapelos.»

Luego nos dijo: « Más andar por este
escollo no se puede, pues que yace
todo despedazado el arco sexto;

y si queréis seguir más adelante
podéis andar aquí, por esta escarpa:
hay otro escollo cerca, que es la ruta.

Ayer, cinco horas más que en esta hora,
mil y doscientos y sesenta y seis
años hizo, que aquí se hundió el camino.

Hacia allá mando a alguno de los míos
para ver si se escapa alguno de esos;
id con ellos, que no han de molestaros.

¡Adelante Aligacho, Patasfrías,
‑él comenzó a decir‑ y tú, Malchucho;
y Barbatiesa guíe la decena.

Vayan detrás Salido y Ponzoñoso,
jabalí Colmilludo, Arañaperros,
el Tartaja y el loco del Berrugas.

Mirad en torno de la pez hirviente;
éstos a salvo lleguen al escollo
que todo entero va sobre la fosa.»

«¡Ay maestro, qué es esto que estoy viendo!
‑dije‑ vayamos solos sin escolta,
si sabes ir, pues no la necesito.

Si eres tan avisado como sueles,
¿no ves cómo sus dientes les rechinan,
y su entrecejo males amenaza?»

Y él me dijo: «No quiero que te asustes;
déjalos que rechinen a su gusto,
pues hacen eso por los condenados.»

Dieron la vuelta por la orilla izquierda,
mas primero la lengua se mordieron
hacia su jefe, a manera de seña,
y él hizo una trompeta de su culo.
 
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nubarus
view post Posted on 18/11/2008, 16:05




CANTO XXII

Caballeros he visto alzar el campo,
comenzar el combate, o la revista,
y alguna vez huir para salvarse;

en vuestra tierra he visto exploradores,
¡Oh aretinos! y he visto las mesnadas,
hacer torneos y correr las justas,

ora con trompas, y ora con campanas,
con tambores, y hogueras en castillos,
con cosas propias y también ajenas;

mas nunca con tan rara cornamusa,
moverse caballeros ni pendones,
ni nave al ver una estrella o la tierra.

Caminábamos con los diez demonios,
¡fiera compaña!, mas en la taberna
con borrachos, con santos en la iglesia.

Mas a la pez volvía la mirada,
por ver lo que la bolsa contenía
y a la gente que adentro estaba ardiendo.

Cual los delfines hacen sus señales
con el arco del lomo al marinero,
que le preparan a que el leño salve,

por aliviar su pena, de este modo
enseñaban la espalda algunos de ellos,
escondiéndose en menos que hace el rayo.

Y como al borde del agua de un charco
hay renacuajos con el morro fuera,
con el tronco y las ancas escondidas,

se encontraban así los pecadores;
mas, como se acercaba Barbatiesa,
bajo el hervor volvieron a meterse.

Yo vi, y el corazón se me acongoja,
que uno esperaba, así como sucede
que una rana se queda y otra salta;

Y Arañaperros, que a su lado estaba,
le agarró por el pelo empegotado
y le sacó cual si fuese una nutria.

Ya de todos el nombre conocía,
pues lo aprendí cuando fueron nombrados,
y atento estuve cuando se llamaban.

«Ahora, Berrugas, puedes ya clavarle
los garfios en la espalda y desollarlo»
gritaban todos juntos los malditos.

Y yo: «Maestro, intenta, si es que puedes,
saber quién es aquel desventurado,
llegado a manos de sus enemigos.»

Y junto a él se aproximó mi guía;
preguntó de dónde era, y él repuso:
«Fui nacido en el reino de Navarra.

Criado de un señor me hizo mi madre,
que me había engendrado de un bellaco,
destructor de si mismo y de sus cosas.

Después fui de la corte de Teobaldo:
allí me puse a hacer baratertas;
y en este caldo estoy rindiendo cuentas.»

Y Colmilludo a cuya boca asoman,
tal jabalí, un colmillo a cada lado,
le hizo sentir cómo uno descosía.

Cayó el ratón entre malvados gatos;
mas le agarró en sus brazos Barbatiesa,
y dijo: « Estaros quietos un momento.»

Y volviendo la cara a mi maestro
«Pregunta ‑dijo‑ aún, si más deseas
de él saber, antes que esos lo destrocen».

El guía entonces: «De los otros reos,
di ahora si de algún latino sabes
que esté bajo la pez.» Y él: «Hace poco

a uno dejé que fue de allí vecino.
¡Si estuviese con él aún recubierto
no temería tridentes ni garras!»

Y el Salido: «Esperamos ya bastante»,
dijo, y cogióle el brazo con el gancho,
tal que se llevó un trozo desgarrado.

También quiso agarrarle Ponzoñoso
piernas abajo; mas el decurión
miró a su alrededor con mala cara.

Cuando estuvieron algo más calmados,
a aquel que aún contemplaba sus heridas
le preguntó mi guía sin tardanza:

«¿Y quién es ése a quien enhoramala
dejaste, has dicho, por salir a flote?»
Y aquél repuso: «Fue el fraile Gomita,

el de Gallura, vaso de mil fraudes;
que apresó a los rivales de su amo,
consiguiendo que todos lo alabasen.

Cogió el dinero, y soltóles de plano,
como dice; y fue en otros menesteres,
no chico, mas eximio baratero.

Trata con él maese Miguel Zanque
de Logodoro; y hablan Cerdeña
sin que sus lenguas nunca se fatiguen.

¡Ay de mí! ved que aquél rechina el diente:
más te diría pero tengo miedo
que a rascarme la tiña se aparezcan.»

Y vuelto hacia el Tartaja el gran preboste,
cuyos ojos herirle amenazaban,
dijo: « Hazte a un lado, pájaro malvado.»

«Si queréis conocerles o escucharles
‑volvió a empezar el preso temeroso-
haré venir toscanos o lombardos;

pero quietos estén los Malasgarras
para que éstos no teman su venganza,
y yo, siguiendo en este mismo sitio,

por uno que soy yo, haré venir siete
cuando les silbe, como acostumbramos
hacer cuando del fondo sale alguno.»

Malchucho en ese instante alzó el hocico,
moviendo la cabeza, y dijo: «Ved
qué malicia pensó para escaparse.»

Mas él, que muchos trucos conocía
respondió: «¿Malicioso soy acaso,
cuando busco a los míos más tristeza?»

No se aguantó Aligacho, y, al contrario
de los otros, le dijo: «Si te tiras,
yo no iré tras de ti con buen galope,

mas batiré sobre la pez las alas;
deja la orilla y corre tras la roca;
ya veremos si tú nos aventajas.»

Oh tú que lees, oirás un nuevo juego:
todos al otro lado se volvieron,
y el primero aquel que era más contrario.

Aprovechó su tiempo el de Navarra;
fijó la planta en tierra, y en un punto
dio un salto y se escapó de su preboste.

Y por esto, culpables se sintieron,
más aquel que fue causa del desastre,
que se marchó gritando: «Ya te tengo.»

Mas de poco valió, pues que al miedoso
no alcanzaron las alas: se hundió éste,
y aquél alzó volando arriba el pecho.

No de otro modo el ánade de golpe,
cuando el halcón se acerca, se sumerge,
y éste, roto y cansado, se remonta.

Airado Patasfrías por la broma,
volando atrás, lo cogió, deseando
que aquél huyese para armar camorra;

y al desaparecer el baratero,
volvió las garras a su camarada,
tal que con él se enzarzó sobre el foso.

Fue el otro gavilán bien amaestrado,
sujetándole bien, y ambos cayeron
en la mitad de aquel pantano hirviente.

Los separó el calor a toda prisa,
pero era muy difícil remontarse,
pues tenían las alas pegajosas.

Barbatiesa, enfadado cual los otros,
a cuatro hizo volar a la otra parte,
todos con grafios y muy prestamente.

Por un lado y por otro descendieron:
echaron garfios a los atrapados,
que cocidos estaban en la costra,
y asi enredados los abandonamos.
 
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astaroth1
view post Posted on 18/11/2008, 16:17




CANTO XXIII

Callados, solos y sin compañía
caminábamos uno tras del otro,
lo mismo que los frailes franciscanos.

Vuelto había a la fábula de Esopo
mi pensamiento la presente riña,
donde él habló del ratón y la rana,

porque igual que «enseguida» y «al instante»,
se parecen las dos si se compara
el principio y el fin atentamente.

Y, cual de un pensamiento el otro sale,
así nació de aquel otro después,
que mi primer espanto redoblaba.

Yo así pensaba: «Si estos por nosotros
quedan burlados con daño y con befa,
supongo que estarán muy resentidos.

Si sobre el mal la ira se acrecienta,
ellos vendrán detrás con más crueldad
que el can lleva una liebre con los dientes.»

Ya sentía erizados los cabellos
por el miedo y atrás atento estaba
cuando dije: «Maestro, si escondite

no encuentras enseguida, me amedrentan
los Malasgarras: vienen tras nosotros:
tanto los imagino que los siento.»

Y él: «Si yo fuese de azogado vidrio,
tu imagen exterior no copiaría
tan pronto en mí, cual la de dentro veo;

tras mi pensar el tuyo ahora venía,
con igual acto y con la misma cara,
que un único consejo hago de entrambos.

Si hacia el lado derecho hay una cuesta,
para poder bajar a la otra bolsa,
huiremos de la caza imaginada.»

Este consejo apenas proferido,
los vi venir con las alas extendidas,
no muy de lejos, para capturarnos.

De súbito mi guía me cogió
cual la madre que al ruido se despierta
y ve cerca de sí la llama ardiente,

que coge al hijo y huye y no se para,
teniendo, más que de ella, de él cuidado,
aunque tan sólo vista una camisa.

Y desde lo alto de la dura margen,
de espaldas resbaló por la pendiente,
que cierra la otra bolsa por un lado.

No corre por la aceña agua tan rauda,
para mover la rueda del molino,
cuando más a los palos se aproxima,

cual mi maestro por aquel barranco,
sosteniéndome encima de su pecho,
como a su hijo, y no cual compañero.

Y llegaron sus pies al lecho apenas
del fondo, cuando aquéllos a la cima
sobre nosotros; pero no temíamos,

pues la alta providencia que los quiere
hacer ministros de la quinta fosa,
poder salir de allí no les permite.

Allí encontramos a gente pintada
que alrededor marchaba a lentos pasos,
llorando fatigados y abatidos.

Tenían capas con capuchas bajas
hasta los ojos, hechas del tamaño
que se hacen en Cluní para los monjes:

por fuera son de oro y deslumbrantes,
mas por dentro de plomo, y tan pesadas
que Federico de paja las puso.

¡Oh eternamente fatigoso manto!
Nosotros aún seguimos por la izquierda
a su lado, escuchando el triste lloro;

mas cansados aquéllos por el peso,
venían tan despacio, que con nuevos
compañeros a cada paso estábamos.

Por lo que dije al guía: «Ve si encuentras
a quien de nombre o de hechos se conozca,
y los ojos, andando, mueve entorno.»

Uno entonces que oyó mi hablar toscano,
de detrás nos gritó: « Parad los pasos,
los que corréis por entre el aire oscuro.

Tal vez tendrás de mí lo que buscabas.»
Y el guía se volvió y me dijo: «Espera,
y luego anda conforme con sus pasos.»

Me detuve, y vi a dos que una gran ansia
mostraban, en el rostro, de ir conmigo,
mas la carga pesaba y el sendero.

Cuando estuvieron cerca, torvamente,
me remiraron sin decir palabra;
luego a sí se volvieron y decían:

«Ése parece vivo en la garganta;
y, si están muertos ¿por qué privilegio
van descubiertos de la gran estola?»

Dijéronme: «Oh Toscano, que al colegio
de los tristes hipócritas viniste,
dinos quién eres sin tener reparo.»

«He nacido y crecido ‑les repuse-
en la gran villa sobre el Arno bello,
y con el cuerpo estoy que siempre tuve.

¿Quién sois vosotros, que tanto os destila
el dolor, que así veo por el rostro,
y cuál es vuestra pena que reluce?»

«Estas doradas capas ‑uno dijo-
son de plomo, tan gruesas, que los pesos
hacen así chirriar a sus balanzas.

Frailes gozosos fuimos, boloñeses;
yo Catalano y éste Loderingo
llamados, y elegidos en tu tierra,

como suele nombrarse a un imparcial
por conservar la paz; y fuimos tales
que en torno del Gardingo aún puede verse.»

Yo comencé: «Oh hermanos, vuestros males »
No dije más, porque vi por el suelo
a uno crucificado con tres palos.

Al verme, por entero se agitaba,
soplándose en la barba con suspiros;
y el fraile Catalán que lo advirtió,

me dijo: «El condenado que tú miras,
dijo a los fariseos que era justo
ajusticiar a un hombre por el pueblo.

Desnudo está y clavado en el camino
como ves, y que sienta es necesario
el peso del que pasa por encima;

y en tal modo se encuentra aquí su suegro
en este foso, y los de aquel concilio
que a los judíos fue mala semilla.»

Vi que Virgilio entonces se asombraba
por quien se hallaba allí crucificado,
en el eterno exilio tan vilmente.

Después dirigió al fraile estas palabras:
«No os desagrade, si podéis, decirnos
si existe alguna trocha a la derecha,

por la cual ambos dos salir podamos,
sin obligar a los ángeles negros,
a que nos saquen de este triste foso.»

Repuso entonces: «Antes que lo esperes,
hay un peñasco, que de la gran roca
sale, y que cruza los terribles valles,

salvo aquí que está roto y no lo salva.
Subir podréis arriba por la ruina
que yace al lado y el fondo recubre.»

El guía inclinó un poco la cabeza:
dijo después: « Contaba mal el caso
quien a los pecadores allí ensarta.»

Y el fraile: « Ya en Bolonia oí contar
muchos vicios del diablo, y entre otros
que es mentiroso y padre del embuste.»

Rápidamente el guía se marchó,
con el rostro turbado por la ira;
y yo me separé de los cargados,
detrás siguiendo las queridas plantas.
 
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satanas1
view post Posted on 18/11/2008, 16:40




CANTO XXIV

En ese tiempo en el que el año es joven
y el sol sus crines bajo Acuario templa,
y las noches se igualan con los días,

cuando la escarcha en tierra se asemeja
a aquella imagen de su blanca hermana,
mas poco dura el temple de su pluma;

el campesino falto de forraje,
se levanta y contempla la campiña
toda blanca, y el muslo se golpea,

vuelve a casa, y aquí y allá se duele,
tal mezquino que no sabe qué hacerse;
sale de nuevo, y cobra la esperanza,

viendo que al monte ya le cambió el rostro
en pocas horas, toma su cayado,
y a pacer fuera saca las ovejas.

De igual manera me asustó el maestro
cuando vi que su frente se turbaba,
mas pronto al mal siguió la medicina;

pues, al llegar al derruido puente,
el guía se volvió a mí con el rostro
dulce que vi al principio al pie del monte;

abrió los brazos, tras de haber tomado
una resolución, mirando antes
la ruina bien, y se acercó a empinarme.

Y como el que trabaja y que calcula,
que parece que todo lo prevea,
igual, encaramándome a la cima

de un peñasco, otra roca examinaba,
diciendo: «Agárrate luego de aquélla;
pero antes ve si puede sostenerte.»

No era un camino para alguien con capa,
pues apenas, él leve, yo sujeto,
podíamos subir de piedra en piedra.

Y si no fuese que en aquel recinto
más corto era el camino que en los otros,
no sé de él, pero yo vencido fuera.

Mas como hacia la boca Malasbolsas
del pozo más profundo toda pende,
la situación de cada valle hace

que se eleve un costado y otro baje;
y así llegamos a la punta extrema,
donde la última piedra se destaca.

Tan ordeñado del pulmón estaba
mi aliento en la subida, que sin fuerzas
busqué un asiento en cuanto que llegamos.

«Ahora es preciso que te despereces
‑dijo el maestro‑, pues que andando en plumas
no se consigue fama, ni entre colchas;

el que la vida sin ella malgasta
tal vestigio en la tierra de sí deja,
cual humo en aire o en agua la espuma.

Así que arriba: vence la pereza
con ánimo que vence cualquier lucha,
si con el cuerpo grave no lo impide.

Hay que subir una escala aún más larga;
haber huido de éstos no es bastante:
si me entiendes, procura que te sirva.»

Alcé entonces, mostrándome provisto
de un ánimo mayor del que tenía,
« Vamos ‑dije‑. Estoy fuerte y animoso.»

Por el derrumbe empezamos a andar,
que era escarpado y rocoso y estrecho,
y mucho más pendiente que el de antes.

Hablando andaba para hacerme el fuerte;
cuando una voz salió del otro foso,
que incomprensibles voces profería.

No le entendí, por más que sobre el lomo
ya estuviese del arco que cruzaba:
mas el que hablaba parecía airado.

Miraba al fondo, mas mis ojos vivos,
por lo oscuro, hasta el fondo no llegaban,
por lo que yo: «Maestro alcanza el otro

recinto, y descendamos por el muro;
pues, como escucho a alguno que no entiendo,
miro así al fondo y nada reconozco.

«Otra respuesta ‑dijo‑ no he de darte
más que hacerlo; pues que demanda justa
se ha de cumplir con obras, y callando.»

Desde lo alto del puente descendimos
donde se cruza con la octava orilla,
luego me fue la bolsa manifiesta;

y yo vi dentro terrible maleza
de serpientes, de especies tan distintas,
que la sangre aún me hiela el recordarlo.

Más no se ufane Libia con su arena;
que si quelidras, yáculos y faras
produce, y cancros con anfisibenas,

ni tantas pestilencias, ni tan malas,
mostró jamás con la Etiopía entera,
ni con aquel que está sobre el mar Rojo.

Entre el montón tristísimo corrían
gentes desnudas y aterrorizadas,
sin refugio esperar o heliotropía:

esposados con sierpes a la espalda;
les hincaban la cola y la cabeza
en los riñones, encima montadas.

De pronto a uno que se hallaba cerca,
se lanzó una serpiente y le mordió
donde el cuello se anuda con los hombros.

Ni la O tan pronto, ni la I, se escribe,
cual se encendió y ardió, y todo en cenizas
se convirtió cayendo todo entero;

y luego estando así deshecho en tierra
amontonóse el polvo por si solo,
y en aquel mismo se tornó de súbito.

Así los grandes sabios aseguran
que muere el Fénix y después renace,
cuando a los cinco siglos ya se acerca:

no pace en vida cebada ni hierba,
sólo de incienso lágrimas y amomo,
y nardo y mirra son su último nido.

Y como aquel que cae sin saber cómo,
porque fuerza diabólica lo tira,
o de otra opilación que liga el ánimo,

que levantado mira alrededor,
muy conturbado por la gran angustia
que le ha ocurrido, y suspira al mirar:

igual el pecador al levantarse.
¡Oh divina potencia, cuán severa,
que tales golpes das en tu venganza!

El guía preguntó luego quién era:
y él respondió: «Lloví de la Toscana,
no ha mucho tiempo, en este fiero abismo.

Vida de bestia me plació, no de hombre,
como al mulo que fui: soy Vanni Fucci
bestia, y Pistoya me fue buena cuadra.»

Y yo a mi guía: «Dile que no huya,
y pregunta qué culpa aquí le arroja;
que hombre le vi de maldad y de sangre.»

Y el pecador, que oyó, no se escondía,
mas volvió contra mí el ánimo y rostro,
y de triste vergüenza enrojeció;

y dijo: «Más me duele que me halles
en la miseria en la que me estás viendo,
que cuando fui arrancado en la otra vida.

Yo no puedo ocultar lo que preguntas:
aquí estoy porque fui en la sacristía
ladrón de los hermosos ornamentos,

y acusaron a otro hombre falsamente;
mas porque no disfrutes al mirarme,
si del lugar oscuro tal vez sales,

abre el oído y este anuncio escucha:
Pistoya de los negros enflaquece:
luego en Florencia cambian gente y modos.

De Val de Magra Marte manda un rayo
rodeado de turbios nubarrones;
y en agria tempestad impetuosa,

sobre el campo Piceno habrá un combate;
y de repente rasgará la niebla,
de modo que herirá a todos los blancos.
¡Esto te digo para hacerte daño!»
 
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nubarus
view post Posted on 18/11/2008, 18:40




CANTO XXV

El ladrón al final de sus palabras,
alzó las manos con un par de higas,
gritando: «Toma, Dios, te las dedico.»

Desde entonces me agradan las serpientes,
pues una le envolvió entonces el cuello,
cual si dijese: «No quiero que sigas»;

y otra a los brazos, y le sujetó
ciñéndose a sí misma por delante.
que no pudo con ella ni moverse.

¡Ah Pistoya, Pistoya, por qué niegas
incinerarte, así que más no dures,
pues superas en mal a tus mayores!

En todas las regiones del infierno
no vi a Dios tan soberbio algún espíritu,
ni el que cayó de la muralla en Tebas.

Aquel huyó sin decir más palabra;
y vi venir a un centauro rabioso,
llamando: «¿Dónde, dónde está el soberbio?»

No creo que Maremma tantas tenga,
cuantas bichas tenía por la grupa,
hasta donde comienzan nuestras formas.

Encima de los hombros, tras la nuca,
con las alas abiertas, un dragón
tenía; y éste quema cuanto toca.

Mi maestro me dijo: « Aquel es Caco,
que, bajo el muro del monte Aventino,
hizo un lago de sangre muchas veces.

No va con sus hermanos por la senda,
por el hurto que fraudulento hizo
del rebaño que fue de su vecino;

hasta acabar sus obras tan inicuas
bajo la herculea maza, que tal vez
ciento le dio, mas no sintió el deceno.»

Mientras que así me hablaba, se marchó,
y a nuestros pies llegaron tres espíritus,
sin que ni yo ni el guía lo advirtiésemos,

hasta que nos gritaron: «¿Quiénes sois?»:
por lo cual dimos fin a nuestra charla,
y entonces nos volvimos hacia ellos.

Yo no les conocí, pero ocurrió,
como suele ocurrir en ocasiones,
que tuvo el uno que llamar al otro,

diciendo: «Cianfa, ¿dónde te has metido?»
Y yo, para que el guía se fijase,
del mentón puse el dedo a la nariz.

Si ahora fueras, lector, lento en creerte
lo que diré, no será nada raro,
pues yo lo vi, y apenas me lo creo.

A ellos tenía alzada la mirada,
y una serpiente con seis pies a uno,
se le tira, y entera se le enrosca.

Los pies de en medio cogiéronle el vientre,
los de delante prendieron sus brazos,
y después le mordió las dos mejillas.

Los delanteros lanzóle a los muslos
y le metió la cola entre los dos,
y la trabó detrás de los riñones.

Hiedra tan arraigada no fue nunca
a un árbol, como aquella horrible fiera
por otros miembros enroscó los suyos.

Se juntan luego, tal si cera ardiente
fueran, y mezclan así sus colores,
no parecían ya lo que antes eran,

como se extiende a causa del ardor,
por el papel, ese color oscuro,
que aún no es negro y ya deja de ser blanco.

Los otros dos miraban, cada cual
gritando: «¡Agnel, ay, cómo estás cambiando!
¡mira que ya no sois ni dos ni uno!

Las dos cabezas eran ya una sola,
y mezcladas se vieron dos figuras
en una cara, donde se perdían.

Cuatro miembros hiciéronse dos brazos;
los muslos con las piernas, vientre y tronco
en miembros nunca vistos se tornaron.

Ya no existian las antiguas formas:
dos y ninguna la perversa imagen
parecía; y se fue con paso lento.

Como el lagarto bajo el gran azote
de la canícula, al cambiar de seto,
parece un rayo si cruza el camino;

tal parecía, yendo a las barrigas
de los restantes, una sierpe airada,
tal grano de pimienta negra y livida;

y en aquel sitio que primero toma
nuestro alimento, a uno le golpea;
luego al suelo cayó a sus pies tendida.

El herido miró, mas nada dijo;
antes, con los pies quietos, bostezaba,
como si fiebre o sueño le asaltase.

Él a la sierpe, y ella a él miraba;
él por la llaga, la otra por la boca
humeaban, el humo confundiendo.

Calle Lucano ahora donde habla
del mísero Sabello y de Nasidio,
y espere a oír aquello que describo.

Calle Ovidio de Cadmo y de Aretusa;
que si aquél en serpiente, en fuente a ésta
convirtió, poetizando, no le envidio;

que frente a frente dos naturalezas
no trasmutó, de modo que ambas formas
a cambiar dispusieran sus materias.

Se respondieron juntos de tal modo,
que en dos partió su cola la serpiente,
y el herido juntaba las dos hormas.

Las piernas con los muslos a sí mismos
tal se unieron, que a poco la juntura
de ninguna manera se veía.

Tomó la cola hendida la figura
que perdía aquel otro, y su pellejo
se hacía blando y el de aquélla, duro.

Vi los brazos entrar por las axilas,
y los pies de la fiera, que eran cortos,
tanto alargar como acortarse aquéllos.

Luego los pies de atrás, torcidos juntos,
el miembro hicieron que se oculta el hombre,
y el misero del suyo hizo dos patas.

Mientras el humo al uno y otro empaña
de color nuevo, y pelo hace crecer
por una parte y por la otra depila,

cayó el uno y el otro levantóse,
sin desviarse la mirada impía,
bajo la cual cambiaban sus hocicos.

El que era en pie lo trajo hacia las sienes,
y de mucha materia que allí había,
salió la oreja del carrillo liso;

lo que no fue detrás y se retuvo
de aquel sobrante, a la nariz dio forma,
y engrosó los dos labios, cual conviene.

El que yacía, el morro adelantaba,
y escondió en la cabeza las orejas,
como del caracol hacen los cuernos.

Y la lengua, que estaba unida y presta
para hablar antes, se partió; y la otra
partida, se cerró; y cesó ya el humo.

El alma que era en fiera convertida,
se echó a correr silbando por el valle,
y la otra, en pos de ella, hablando escupe.

Luego volvióle las espaldas nuevas,
y dijo al otro: «Quiero que ande Buso
como hice yo, reptando, su camino.»

Así yo vi la séptima zahúrda
mutar y trasmutar; y aquí me excuse
la novedad, si oscura fue la pluma.

Y sucedió que, aunque mi vista fuese
algo confusa, y encogido el ánimo,
no pudieron huir, tan a escondidas

que no les viese bien, Puccio Sciancato
‑de los tres compañeros era el único
que no cambió de aquellos que vinieron-
era el otro a quien tú, Gaville, lloras,
 
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nubarus
view post Posted on 21/11/2008, 20:04




CANTO XXVI

¡Goza, Florencia, ya que eres tan grande,
que por mar y por tierra bate alas,
y en el infierno se expande tu nombre!

Cinco nobles hallé entre los ladrones
de tus vecinos, de donde me vino
vergüenza, y para ti no mucha honra.

Mas si el soñar al alba es verdadero,
conocerás, de aquí a no mucho tiempo,
lo que Prato, no ya otras, te aborrece.

No fuera prematuro, si ya fuese:
¡Ojalá fuera ya, lo que ser debe!
que más me pesará, cuanto envejezco.

Nos marchamos de allí, y por los peldaños
que en la bajada nos sirvieron antes,
subió mi guía y tiraba de mí.

Y siguiendo el camino solitario,
por los picos y rocas del escollo,
sin las manos, el pie no se valía.

Entonces me dolió, y me duele ahora,
cuando, el recuerdo a lo que vi dirijo,
y el ingenio refreno más que nunca,

porque sin guía de virtud no corra;
tal que, si buena estrella, o mejor cosa,
me ha dado el bien, yo mismo no lo enturbie.

Cuantas el campesino que descansa
en la colina, cuando aquel que alumbra
el mundo, oculto menos tiene el rostro,

cuando a las moscas siguen los mosquitos,
luciérnagas contempla allá en el valle,
en el lugar tal vez que ara y vendimia;

toda resplandecía en llamaradas
la bolsa octava, tal como advirtiera
desde el sitio en que el fondo se veía.

Y como aquel que se vengó con osos,
vio de Elías el carro al remontarse,
y erguidos los caballos a los cielos,

que con los ojos seguir no podia,
ni alguna cosa ver salvo la llama,
como una nubecilla que subiese;

tal se mueven aquéllas por la boca
del foso, mas ninguna enseña el hurto,
y encierra un pecador cada centella.

Yo estaba tan absorto sobre el puente,
que si una roca no hubiese agarrado,
sin empujarme hubiérame caído.

Y viéndome mi guía tan atento
dijo: « Dentro del fuego están las almas,
todas se ocultan en donde se queman.»

«Maestro ‑le repuse‑, al escucharte
estoy más cierto, pero ya he notado
que así fuese, y decírtelo quería:

¿quién viene en aquel fuego dividido,
que parece surgido de la pira
donde Eteocles fue puesto con su hermano?»

Me respondió: «Allí dentro se tortura
a Ulises y a Diomedes, y así juntos
en la venganza van como en la ira;

y dentro de su llama se lamenta
del caballo el ardid, que abrió la puerta
que fue gentil semilla a los romanos.

Se llora la traición por la que, muerta,
aún Daidamia se duele por Aquiles,
y por el Paladión se halla el castigo.»

«Si pueden dentro de aquellas antorchas
hablar ‑le dije‑ pídote, maestro,
y te suplico, y valga mil mi súplica,

que no me impidas que aguardar yo pueda
a que la llama cornuda aquí llegue;
mira cómo a ellos lleva mi deseo.»

Y él me repuso: «Es digno lo que pides
de mucha loa, y yo te lo concedo;
pero procura reprimir tu lengua.

Déjame hablar a mí, pues que comprendo
lo que quieres; ya que serán esquivos
por ser griegos, tal vez, a tus palabras.»

Cuando la llama hubo llegado a donde
lugar y tiempo pareció a mi guía,
yo le escuché decir de esta manera:

«¡Oh vosotros que sois dos en un fuego,
si os merecí, mientras que estaba vivo,
si os merecí, bien fuera poco o mucho,

cuando altos versos escribí en el mundo,
no os alejéis; mas que alguno me diga
dónde, por él perdido, halló la muerte.»

El mayor cuerno de la antigua llama
empezó a retorcerse murmurando,
tal como aquella que el viento fatiga;

luego la punta aquí y acá moviendo,
cual si fuese una lengua la que hablara,
fuera sacó la voz, y dijo: «Cuando

me separé de Circe, que sustrajó-
me más de un año allí junto a Gaeta,
antes de que así Eneas la llamase,

ni la filial dulzura, ni el cariño
del viejo padre, ni el amor debido,
que debiera alegrar a Penélope,

vencer pudieron el ardor interno
que tuve yo de conocer el mundo,
y el vicio y la virtud de los humanos;

mas me arrojé al profundo mar abierto,
con un leño tan sólo, y la pequeña,
tripulación que nunca me dejaba.


Un litoral y el otro vi hasta España,
y Marruecos, y la isla de los sardos,
y las otras que aquel mar baña en torno.

Viejos y tardos ya nos encontrábamos,
al arribar a aquella boca estrecha
donde Hércules plantara sus columnas,

para que el hombre más allá no fuera:
a mano diestra ya dejé Sevilla,
y la otra mano se quedaba Ceuta.»

«Oh hermanos ‑dije‑, que tras de cien mil
peligros a occidente habéis llegado,
ahora que ya es tan breve la vigilia

de los pocos sentidos que aún nos quedan,
negaros no queráis a la experiencia,
siguiendo al sol, del mundo inhabitado.

Considerar cuál es vuestra progenie:
hechos no estáis a vivir como brutos,
mas para conseguir virtud y ciencia.»

A mis hombres les hice tan ansiosos
del camino con esta breve arenga,
que no hubiera podido detenerlos;

y vuelta nuestra proa a la mañana,
alas locas hicimos de los remos,
inclinándose siempre hacia la izquierda.

Del otro polo todas las estrellas
vio ya la noche, y el nuestro tan bajo
que del suelo marino no surgía.

Cinco veces ardiendo y apagada
era la luz debajo de la luna,
desde que al alto paso penetramos,

cuando vimos una montaña, oscura
por la distancia, y pareció tan alta
cual nunca hubiera visto monte alguno.

Nos alegramos, mas se volvió llanto:
pues de la nueva tierra un torbellino
nació, y le golpeó la proa al leño.

Le hizo girar tres veces en las aguas;
a la cuarta la popa alzó a lo alto,
bajó la proa ‑como Aquél lo quiso-
hasta que el mar cerró sobre nosotros.
 
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