LA DIVINA COMEDIA, DANTE

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nubarus
view post Posted on 22/11/2008, 17:11




CANTO XXVII

Quieta estaba la llama ya y derecha
para no decir más, y se alejaba
con la licencia del dulce poeta,

cuando otra, que detrás de ella venía,
hizo volver los ojos a su punta,
porque salía de ella un son confuso.

Como mugía el toro siciliano
que primero mugió, y eso fue justo,
con el llanto de aquel que con su lima

lo templó, con la voz del afligido,
que, aunque estuviese forjado de bronce,
de dolor parecía traspasado;

así, por no existir hueco ni vía
para salir del fuego, en su lenguaje
las palabras amargas se tornaban.

Mas luego al encontrar ya su camino
por el extremo, con el movimiento
que la lengua le diera con su paso,

escuchamos: «Oh tú, a quien yo dirijo
la voz y que has hablado cual lombardo,
diciendo: “Vete ya; más no te incito”,

aunque he llegado acaso un poco tarde,
no te pese el quedarte a hablar conmigo:
¡Mira que no me pesa a mí, que ardo!

Si tú también en este mundo ciego
has oído de aquella dulce tierra
latina, en que yo fui culpable, dime

si tiene la Romaña paz o guerra;
pues yo naci en los montes entre Urbino
y el yugo del que el Tiber se desata.»

Inclinado y atento aún me encontraba,
cuando al costado me tocó mi guía,
diciéndome: «Habla tú, que éste es latino.»

Yo, que tenía la respuesta pronta,
comencé a hablarle sin demora alguna:
«Oh alma que te escondes allá abajo,

tu Romaña no está, no estuvo nunca,
sin guerra en el afán de sus tiranos;
mas palpable ninguna dejé ahora.

Rávena está como está ha muchos años:
le los Polenta el águila allí anida,
al que a Cervia recubre con sus alas.

La tierra que sufrió la larga prueba
hizo de francos un montón sangriento,
bajo las garras verdes permanece.

El mastín viejo y joven de Verruchio,
que mala guardia dieron a Montaña,
clavan, donde solían, sus colmillos.

Las villas del Santerno y del Camone
manda el leoncito que campea en blanco,
que de verano a invierno el bando muda;

y aquella cuyo flanco el Savio baña,
como entre llano y monte se sitúa,
vive entre estado libre y tiranía.

Ahora quién eres, pido que me cuentes:
no seas más duro que lo fueron otros;
tu nombre así en el mundo tenga fama.»

Después que el fuego crepitó un momento
a su modo, movió la aguda punta
de aquí, de allí, y después lanzó este soplo:

«Si creyera que diese mi respuesta
a persona que al mundo regresara,
dejaría esta llama de agitarse;

pero, como jamás desde este fondo
nadie vivo volvió, si bien escucho,
sin temer a la infamia, te contestó:

Guerrero fui, y después fui cordelero,
creyendo, así ceñido, hacer enmienda,
y hubiera mi deseo realizado,

si a las primeras culpas, el gran Preste,
que mal haya, tornado no me hubiese;
y el cómo y el porqué, quiero que escuches:

Mientras que forma fui de carne y huesos
que mi madre me dio, fueron mis obras
no leoninas sino de vulpeja;

las acechanzas, las ocultas sendas
todas las supe, y tal llevé su arte,
que iba su fama hasta el confín del mundo.

Cuando vi que llegaba a aquella parte
de mi vida, en la que cualquiera debe
arriar las velas y lanzar amarras,

lo que antes me plació, me pesó entonces,
y arrepentido me volví y confeso,
¡ah miserable!, y me hubiera salvado.

El príncipe de nuevos fariseos,
haciendo guerra cerca de Letrán,
y no con sarracenos ni judíos,

que su enemigo todo era cristiano,
y en la toma de Acre nadie estuvo
ni comerciando en tierras del Sultán;

ni el sumo oficio ni las sacras órdenes
en sí guardó, ni en mí el cordón aquel
que suele hacer delgado a quien lo ciñe.

Pero, como a Silvestre Constantino,
allí en Sirati a curarle de lepra,
así como doctor me llamó éste

para curarle la soberbia fiebre:
pidióme mi consejo, y yo callaba,
pues sus palabras ebrias parecían.

Luego volvió a decir: «Tu alma no tema;
de antemano te absuelvo; enséñame
la forma de abatir a Penestrino.

El cielo puedo abrir y cerrar puedo,
porque son dos las llaves, como sabes,
que mi predecesor no tuvo aprecio.»

Los graves argumentos me punzaron
y, pues callar peor me parecia,
le dije: “Padre, ya que tú me lavas

de aquel pecado en el que caigo ahora,
larga promesa de cumplir escaso
hará que triunfes en el alto solio.”

Luego cuando morí, vino Francisco,
mas uno de los negros querubines
le dijo: “No lo lleves: no me enfades.

Ha de venirse con mis condenados,
puesto que dio un consejo fraudulento,
y le agarro del pelo desde entonces;

que a quien no se arrepiente no se absuelve,
ni se puede querer y arrepentirse,
pues la contradicción no lo consiente.”

¡Oh miserable, cómo me aterraba
al agarrarme diciéndome: “¿Acaso
no pensabas que lógico yo fuese?”

A Minos me condujo, y ocho veces
al duro lomo se ciñó la cola,
y después de morderse enfurecido,

dijo: “Este es reo de rabiosa llama”,
por lo cual donde ves estoy perdido
y, así vestido, andando me lamento.»

Cuando hubo terminado su relato,
se retiró la llama dolorida,
torciendo y debatiendo el cuerno agudo.

A otro lado pasamos, yo y mi guía,
por cima del escollo al otro arco
que cubre el foso, donde se castiga
a los que, discordiando, adquieren pena.
 
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satanas1
view post Posted on 23/11/2008, 17:16




CANTO XXVII

Quieta estaba la llama ya y derecha
para no decir más, y se alejaba
con la licencia del dulce poeta,

cuando otra, que detrás de ella venía,
hizo volver los ojos a su punta,
porque salía de ella un son confuso.

Como mugía el toro siciliano
que primero mugió, y eso fue justo,
con el llanto de aquel que con su lima

lo templó, con la voz del afligido,
que, aunque estuviese forjado de bronce,
de dolor parecía traspasado;

así, por no existir hueco ni vía
para salir del fuego, en su lenguaje
las palabras amargas se tornaban.

Mas luego al encontrar ya su camino
por el extremo, con el movimiento
que la lengua le diera con su paso,

escuchamos: «Oh tú, a quien yo dirijo
la voz y que has hablado cual lombardo,
diciendo: “Vete ya; más no te incito”,

aunque he llegado acaso un poco tarde,
no te pese el quedarte a hablar conmigo:
¡Mira que no me pesa a mí, que ardo!

Si tú también en este mundo ciego
has oído de aquella dulce tierra
latina, en que yo fui culpable, dime

si tiene la Romaña paz o guerra;
pues yo naci en los montes entre Urbino
y el yugo del que el Tiber se desata.»

Inclinado y atento aún me encontraba,
cuando al costado me tocó mi guía,
diciéndome: «Habla tú, que éste es latino.»

Yo, que tenía la respuesta pronta,
comencé a hablarle sin demora alguna:
«Oh alma que te escondes allá abajo,

tu Romaña no está, no estuvo nunca,
sin guerra en el afán de sus tiranos;
mas palpable ninguna dejé ahora.

Rávena está como está ha muchos años:
le los Polenta el águila allí anida,
al que a Cervia recubre con sus alas.

La tierra que sufrió la larga prueba
hizo de francos un montón sangriento,
bajo las garras verdes permanece.

El mastín viejo y joven de Verruchio,
que mala guardia dieron a Montaña,
clavan, donde solían, sus colmillos.

Las villas del Santerno y del Camone
manda el leoncito que campea en blanco,
que de verano a invierno el bando muda;

y aquella cuyo flanco el Savio baña,
como entre llano y monte se sitúa,
vive entre estado libre y tiranía.

Ahora quién eres, pido que me cuentes:
no seas más duro que lo fueron otros;
tu nombre así en el mundo tenga fama.»

Después que el fuego crepitó un momento
a su modo, movió la aguda punta
de aquí, de allí, y después lanzó este soplo:

«Si creyera que diese mi respuesta
a persona que al mundo regresara,
dejaría esta llama de agitarse;

pero, como jamás desde este fondo
nadie vivo volvió, si bien escucho,
sin temer a la infamia, te contestó:

Guerrero fui, y después fui cordelero,
creyendo, así ceñido, hacer enmienda,
y hubiera mi deseo realizado,

si a las primeras culpas, el gran Preste,
que mal haya, tornado no me hubiese;
y el cómo y el porqué, quiero que escuches:

Mientras que forma fui de carne y huesos
que mi madre me dio, fueron mis obras
no leoninas sino de vulpeja;

las acechanzas, las ocultas sendas
todas las supe, y tal llevé su arte,
que iba su fama hasta el confín del mundo.

Cuando vi que llegaba a aquella parte
de mi vida, en la que cualquiera debe
arriar las velas y lanzar amarras,

lo que antes me plació, me pesó entonces,
y arrepentido me volví y confeso,
¡ah miserable!, y me hubiera salvado.

El príncipe de nuevos fariseos,
haciendo guerra cerca de Letrán,
y no con sarracenos ni judíos,

que su enemigo todo era cristiano,
y en la toma de Acre nadie estuvo
ni comerciando en tierras del Sultán;

ni el sumo oficio ni las sacras órdenes
en sí guardó, ni en mí el cordón aquel
que suele hacer delgado a quien lo ciñe.

Pero, como a Silvestre Constantino,
allí en Sirati a curarle de lepra,
así como doctor me llamó éste

para curarle la soberbia fiebre:
pidióme mi consejo, y yo callaba,
pues sus palabras ebrias parecían.

Luego volvió a decir: «Tu alma no tema;
de antemano te absuelvo; enséñame
la forma de abatir a Penestrino.

El cielo puedo abrir y cerrar puedo,
porque son dos las llaves, como sabes,
que mi predecesor no tuvo aprecio.»

Los graves argumentos me punzaron
y, pues callar peor me parecia,
le dije: “Padre, ya que tú me lavas

de aquel pecado en el que caigo ahora,
larga promesa de cumplir escaso
hará que triunfes en el alto solio.”

Luego cuando morí, vino Francisco,
mas uno de los negros querubines
le dijo: “No lo lleves: no me enfades.

Ha de venirse con mis condenados,
puesto que dio un consejo fraudulento,
y le agarro del pelo desde entonces;

que a quien no se arrepiente no se absuelve,
ni se puede querer y arrepentirse,
pues la contradicción no lo consiente.”

¡Oh miserable, cómo me aterraba
al agarrarme diciéndome: “¿Acaso
no pensabas que lógico yo fuese?”

A Minos me condujo, y ocho veces
al duro lomo se ciñó la cola,
y después de morderse enfurecido,

dijo: “Este es reo de rabiosa llama”,
por lo cual donde ves estoy perdido
y, así vestido, andando me lamento.»

Cuando hubo terminado su relato,
se retiró la llama dolorida,
torciendo y debatiendo el cuerno agudo.

A otro lado pasamos, yo y mi guía,
por cima del escollo al otro arco
que cubre el foso, donde se castiga
a los que, discordiando, adquieren pena.
 
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nubarus
view post Posted on 23/11/2008, 17:24




CANTO XXVIII

Aun si en prosa lo hiciese, ¿quién podría
de tanta sangre y plagas como vi
hablar, aunque contase mochas veces?

En verdad toda lengua fuera escasa
porque nuestro lenguaje y nuestra mente
no tienen juicio para abarcar tanto.

Aunque reuniesen a todo aquel gentío
que allí sobre la tierra infortunada
de Apulia, foe de su sangre doliente

por los troyanos y la larga guerra
que tan grande despojo hizo de anillos,
cual Livio escribe, y nunca se equivoca;

y quien sufrió los daños de los golpes
por oponerse a Roberto Guiscardo;
y la otra cuyos huesos aún se encuentran

en Caperano, donde fue traidor
todo el pullés; y la de Tegliacozzo,
que venció desarmado el viejo Alardo,

y cuál cortado y cuál roto su miembro
mostrase, vanamente imitaría
de la novena bolsa el modo inmundo.

Una cuba, que duela o fondo pierde,
como a uno yo vi, no se vacía,
de la barbilla abierto al bajo vientre;

por las piernas las tripas le colgaban,
vela la asadura, el triste saco
que hace mierda de todo lo que engulle.

Mientras que en verlo todo me ocupaba,
me miró y con la mano se abrió el pecho
diciendo: «¡Mira cómo me desgarro!

imira qué tan maltrecho está Mahoma!
Delante de mí Alí llorando marcha,
rota la cara del cuello al copete.

Todos los otros que tú ves aquí,
sembradores de escándalo y de cisma
vivos fueron, y así son desgarrados.

Hay detrás un demonio que nos abre,
tan crudamente, al tajo de la espada,
cada cual de esta fila sometiendo,

cuando la vuelta damos al camino;
porque nuestras heridas se nos cierran
antes que otros delante de él se pongan.

Mas ¿quién eres, que husmeas en la roca,
tal vez por retrasar ir a la pena,
con que son castigadas tus acciones?»

«Ni le alcanza aún la muerte, ni el castigo
‑respondió mi maestro‑ le atormenta;
mas, por darle conocimiento pleno,

yo, que estoy muerto, debo conducirlo
por el infierno abajo vuelta a vuelta:
y esto es tan cierto como que te hablo.»

Mas de cien hubo que, cuando lo oyeron,
en el foso a mirarme se pararon
llenos de asombro, olvidando el martirio.

« Pues bien, di a Fray Dolcín que se abastezca,
tú que tal vez verás el sol en breve,
si es que no quiere aquí seguirme pronto,

tanto, que, rodeado por la nieve,
no deje la victoria al de Novara,
que no sería fácil de otro modo.»

Después de alzar un pie para girarse,
estas palabras díjome Mahoma;
luego al marcharse lo fijó en la tierra.

Otro, con la garganta perforada,
cortada la nariz hasta las cejas,
que una oreja tenía solamente,

con los otros quedó, maravillado,
y antes que los demás, abrió el gaznate,
que era por fuera rojo por completo;

y dijo: «Oh tú a quien culpa no condena
y a quien yo he visto en la tierra latina,
si mucha semejanza no me engaña,

acuérdate de Pier de Medicina,
si es que vuelves a ver el dulce llano,
que de Vercelli a Marcabó desciende.

Y haz saber a los dos grandes de Fano,
a maese Guido y a maese Angiolello,
que, si no es vana aquí la profecía,

arrojados serán de su bajel,
y agarrotados cerca de Cattolica,
por traición de tirano fementido.

Entre la isla de Chipre y de Mallorca
no vio nunca Neptuno tal engaño,
no de piratas, no de gente argólica.

Aquel traidor que ve con sólo uno,
y manda en el país que uno a mi lado
quisiera estar ayuno de haber visto,

ha de hacerles venir a una entrevista;
luego hará tal, que al viento de Focara
no necesitarán preces ni votos.»

Y yo le dije: «Muéstrame y declara,
si quieres que yo lleve tus noticias,
quién es el de visita tan amarga.»

Puso entonces la mano en la mejilla
de un compañero, y abrióle la boca,
gritando: «Es éste, pero ya no habla;

éste, exiliado, sembraba la duda,
diciendo a César que el que está ya listo
siempre con daño el esperar soporta.»

¡Oh cuán acobardado parecía,
con la lengua cortada en la garganta,
Curión que en el hablar fue tan osado!

Y uno, con una y otra mano mochas,
que alzaba al aire oscuro los muñones,
tal que la sangre le ensuciaba el rostro,

gritó: «Te acordarás también del Mosca,
que dijo: “Lo empezado fin requiere”,
que fue mala simiente a los toscanos.»

Y yo le dije: «Y muerte de tu raza.»
Y él, dolor a dolor acumulado,
se fue como persona triste y loca.

Mas yo quedé para mirar el grupo,
y vi una cosa que me diera miedo,
sin más pruebas, contarla solamente,

si no me asegurase la conciencia,
esa amiga que al hombre fortifica
en la confianza de sentirse pura.

Yo vi de cierto, y parece que aún vea,
un busto sin cabeza andar lo mismo
que iban los otros del rebaño triste;

la testa trunca agarraba del pelo,
cual un farol llevándola en la mano;
y nos miraba, y «¡Ay de mí!» decía.

De sí se hacía a sí mismo lucerna,
y había dos en uno y uno en dos:
cómo es posible sabe Quien tal manda.

Cuando llegado hubo al pie del puente,
alzó el brazo con toda la cabeza,
para decir de cerca sus palabras,

que fueron: «Mira mi pena tan cruda
tú que, inspirando vas viendo a los muertos;
mira si alguna hay grande como es ésta.

Y para que de mí noticia lleves
sabrás que soy Bertrand de Born, aquel
que diera al joven rey malos consejos.

Yo hice al padre y al hijo enemistarse:
Aquitael no hizo más de Absalón
y de David con perversas punzadas:

Y como gente unida así he partido,
partido llevo mi cerebro, ¡ay triste!,
de su principio que está en este tronco.
Y en mí se cumple la contrapartida.»
 
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satanas1
view post Posted on 23/11/2008, 17:38




CANTO XXIX

La mucha gente y las diversas plagas,
tanto habian mis ojos embriagado,
que quedarse llorando deseaban;

mas Virgilio me dijo: «¿En qué te fijas?
¿Por qué tu vista se detiene ahora
tras de las tristes sombras mutiladas?

Tú no lo hiciste así en las otras bolsas;
piensa, si enumerarlas crees posible,
que millas veintidós el valle abarca.

Y bajo nuestros pies ya está la luna:
Del tiempo concedido queda poco,
y aún nos falta por ver lo que no has visto.»

«Si tú hubieras sabido ‑le repuse-
la razón por la cual miraba, acaso
me hubieses permitido detenerme.»

Ya se marchaba, y yo detrás de él,
mi guía, respondiendo a su pregunta
y añadiéndole: «Dentro de la cueva,

donde los ojos tan atento puse,
creo que un alma de mi sangre llora
la culpa que tan caro allí se paga.»

Dijo el maestro entonces: «No entretengas
de aquí adelante en ello el pensamiento:
piensa otra cosa, y él allá se quede;

que yo le he visto al pie del puentecillo
señalarte, con dedo amenazante,
y llamarlo escuché Geri del Bello.

Tan distraído tú estabas entonces
con el que tuvo Altaforte a su mando,
que se fue porque tú no le atendías.»

«Oh guía mío, la violenta muerte
que aún no le ha vengado ‑yo repuse-
ninguno que comparta su vergüenza,

hácele desdeñoso; y sin hablarme
se ha marchado, del modo que imagino;
con él por esto he sido más piadoso.»

Conversamos así hasta el primer sitio
que desde el risco el otro valle muestra,
si hubiese allí más luz, todo hasta el fondo.

Cuando estuvimos ya en el postrer claustro
de Malasbolsas, y que sus profesos
a nuestra vista aparecer podían,

lamentos saeteáronme diversos,
que herrados de piedad dardos tenían;
y me tapé por ello los oídos.

Como el dolor, si con los hospitales
de Valdiquiana entre junio y septiembre,
los males de Maremma y de Cerdeña,

en una fosa juntos estuvieran,
tal era aquí; y tal hedor desprendía,
como suele venir de miembros muertos.

Descendimos por la última ribera
del largo escollo, a la siniestra mano;
y entonces pude ver más claramente

allí hacia el fondo, donde la ministra
del alto Sir, infafble justicia,
castiga al falseador que aquí condena.

Yo no creo que ver mayor tristeza
en Egina pudiera el pueblo enfermo,
cuando se llenó el aire de ponzoña,

pues, hasta el gusanillo, perecieron
los animales; y la antigua gente,
según que los poeta aseguran,

se engendró de la estirpe de la hormiga;
como era viendo por el valle oscuro
languidecer las almas a montones.

Cuál sobre el vientre y cuál sobre la espalda,
yacía uno del otro, y como a gatas,
por el triste sendero caminaban.

Muy lentamente, sin hablar, marchábamos,
mirando y escuchando a los enfermos,
que levantar sus cuerpos no podían.

Vi sentados a dos que se apoyaban,
como al cocer se apoyan teja y teja,
de la cabeza al pie llenos de pústulas.

Y nunca vi moviendo la almohaza
a muchacho esperado por su amo,
ni a aquel que con desgana está aún en vela,

como éstos se mordían con las uñas
a ellos mismos a causa de la saña
del gran picor, que no tiene remedio;

y arrancaban la sarna con las uñas,
como escamas de meros el cuchillo,
o de otro pez que las tenga más grandes.

«Oh tú que con los dedos te desuellas
‑se dirigió mi guía a uno de aquéllos-
y que a veces tenazas de ellos haces,

dime si algún latino hay entre éstos
que están aquí, así te duren las uñas
eternamente para esta tarea.»

«Latinos somos quienes tan gastados
aquí nos ves ‑llorando uno repuso‑;
¿y quién tú, que preguntas por nosotros?»

Y el guía dijo: «Soy uno que baja
con este vivo aquí, de grada en grada,
y enseñarle el infierno yo pretendo.»

Entonces se rompió el común apoyo;
y temblando los dos a mí vinieron
con otros que lo oyeron de pasada.

El buen maestro a mí se volvió entonces,
diciendo: «Diles todo lo que quieras»;
y yo empecé, pues que él así quería:

«Así vuestra memoria no se borre
de las humanas mentes en el mundo,
mas que perviva bajo muchos soles,

decidme quiénes sois y de qué gente:
vuestra asquerosa y fastidiosa pena
el confesarlo espanto no os produzca.»

«Yo fui de Arezzo, y Albero el de Siena
‑repuso uno‑ púsome en el fuego,
pero no me condena aquella muerte.

Verdad es que le dije bromeando:
“Yo sabré alzarme en vuelo por el aire”
y aquél, que era curioso a insensato,

quiso que le enseñase el arte; y sólo
porque no le hice Dédalo, me hizo
arder así como lo hizo su hijo.

Mas en la última bolsa de las diez,
por la alquimia que yo en el mundo usaba,
me echó Minos, que nunca se equivoca.»

Y yo dije al maestro: «tHa habido nunca
gente tan vana como la sienesa?
cierto, ni la francesa llega a tanto.»

Como el otro leproso me escuchara,
repuso a mis palabras: «Quita a Stricca,
que supo hacer tan moderados gastos;

y a Niccolò, que el uso dispendioso
del clavo descubrió antes que ninguno,
en el huerto en que tal simiento crece;

y quita la pandilla en que ha gastado
Caccia d'Ascian la viña y el gran bosque,
y el Abbagliato ha perdido su juicio.

Mas por que sepas quién es quien te sigue
contra el sienés, en mí la vista fija,
que mi semblante habrá de responderte:

verás que soy la sombra de Capoccio,
que falseé metales con la alquimia;
y debes recordar, si bien te miro,
que por naturaleza fui una mona.»
 
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nubarus
view post Posted on 23/11/2008, 19:02




CANTO XXX

Cuando Juno por causa de Semele
odio tenia a la estirpe tebana,
como lo demostró en tantos momentos,

Atamante volvióse tan demente,
que, viendo a su mujer con los dos hijos
que en cada mano a uno conducía,

gritó: «¡Tendamos redes, y atrapemos
a la leona al pasar y a los leoncitos!»;
y luego con sus garras despiadadas.

agarró al que Learco se llamaba,
le volteó y le dio contra una piedra;
y ella se ahogó cargada con el otro.

Y cuando la fortuna echó por tierra
la soberbia de Troya tan altiva,
tal que el rey junto al reino fue abatido,

Hécuba triste, mísera y cautiva,
luego de ver a Polixena muerta,
y a Polidoro allí, junto a la orilla

del mar, pudo advertir con tanta pena,
desgarrada ladró tal como un perro;
tanto el dolor su mente trastornaba.

Mas ni de Tebas furias ni troyanas
se vieron nunca en nadie tan crueles,
ni a las bestias hiriendo, ni a los hombres,

cuanto en dos almas pálidas, desnudas,
que mordiendo corrían, vi, del modo
que el cerdo cuando deja la pocilga.

Una cogió a Capocchio, y en el nudo
del cuello le mordió, y al empujarle,
le hizo arañar el suelo con el vientre.

Y el aretino, que quedó temblando,
me dijo: « El loco aquel es Gianni Schichi,
que rabioso a los otros así ataca.»

«Oh ‑le dije‑ así el otro no te hinque
los dientes en la espalda, no te importe
el decirme quién es antes que escape.»

Y él me repuso: «El alma antigua es ésa
de la perversa Mirra, que del padre
lejos del recto amor, se hizo querida.

El pecar con aquél consiguió ésta
falsificándose en forma de otra,
igual que osó aquel otro que se marcha,

por ganarse a la reina de las yeguas,
falsificar en sí a Buoso Donati,
testando y dando norma al testamente.»

Y cuando ya se fueron los rabiosos,
sobre los cuales puse yo la vista,
la volví por mirar a otros malditos.

Vi a uno que un laúd parecería
si le hubieran cortado por las ingles
del sitio donde el hombre se bifurca.

La grave hidropesía, que deforma
los miembros con humores retenidos,
no casado la cara con el vientre,

le obliga a que los labios tenga abiertos,
tal como a causa de la sed el hético,
que uno al mentón, y el otro lleva arriba.

«Ah vosotros que andáis sin pena alguna,
y yo no sé por qué, en el mundo bajo
‑él nos dijo‑, mirad y estad atentos

a la miseria de maese Adamo:
mientras viví yo tuve cuanto quise,
y una gota de agua, ¡ay triste!, ansío.

Los arroyuelos que en las verdes lomas
de Casentino bajan hasta el Arno,
y hacen sus cauces fríos y apacibles,

siempre tengo delante, y no es en vano;
porque su imagen aún más me reseca
que el mal con que mi rostro se descarna.

La rígida justicia que me hiere
se sirve del lugar en que pequé
para que ponga en fuga más suspiros.

Está Romena allí, donde hice falsa
la aleación sigilada del Bautista,
por lo que el cuerpo quemado dejé.

Pero si viese aquí el ánima triste
de Guido o de Alejandro o de su hermano,
Fuente Branda, por verlos, no cambiase.

Una ya dentro está, si las rabiosas
sombras que van en torno no se engañan,
¿mas de qué sirve a mis miembros ligados?

Si acaso fuese al menos tan ligero
que anduviese en un siglo una pulgada,
en el camino ya me habría puesto,

buscándole entre aquella gente infame,
aunque once millas abarque esta fosa,
y no menos de media de través.

Por aquellos me encuentro en tal familia:
pues me indujeron a acuñar florines
con tres quilates de oro solamente.»

Y yo dije: «¿Quién son los dos mezquinos
que humean, cual las manos en invierno,
apretados yaciendo a tu derecha?»

«Aquí los encontré, y no se han movido
‑me repuso‑ al llover yo en este abismo
ni eternamente creo que se muevan.

Una es la falsa que acusó a José;
otro el falso Sinón, griego de Troya:
por una fiebre aguda tanto hieden.»

Y uno de aquéllos, lleno de fastidio
tal vez de ser nombrados con desprecio,
le dio en la dura panza con el puño.

Ésta sonó cual si fuese un tambor;
y maese Adamo le pegó en la cara
con su brazo que no era menos duro,

diciéndole: «Aunque no pueda moverme,
porque pesados son mis miembros, suelto
para tal menester tengo mi brazo.»

Y aquél le respondió: « Al encaminarte
al fuego, tan veloz no lo tuviste:
pero sí, y más, cuando falsificabas.»

Y el hidrópico dijo: «Eso es bien cierto;
mas tan veraz testimonio no diste
al requerirte la verdad en Troya.»

«Si yo hablé en falso, el cuño falseaste
‑dijo Sinón‑ y aquí estoy por un yerro,
y tú por más que algún otro demonio.»

«Acuérdate, perjuro, del caballo
‑repuso aquel de la barriga hinchada‑;
y que el mundo lo sepa y lo castigue.»

«Y te castigue a ti la sed que agrieta
‑dijo el griego‑ la lengua, el agua inmunda
que al vientre le hace valla ante tus ojos.»

Y el monedero dilo: «Así se abra
la boca por tu mal, como acostumbra;
que si sed tengo y me hincha el humor,

te duele la cabeza y tienes fiebre;
y a lamer el espejo de Narciso,
te invitarían muy pocas palabras.»

Yo me estaba muy quieto para oírles
cuando el maestro dijo: «¡Vamos, mira!
no comprendo qué te hace tanta gracia.»

Al oír que me hablaba con enojo,
hacia él me volví con tal vergüenza,
que todavía gira en mi memoria.

Como ocurre a quien sueña su desgracia,
que soñando aún desea que sea un sueño,
tal como es, como si no lo fuese,

así yo estaba, sin poder hablar,
deseando escusarme, y escusábame
sin embargo, y no pensaba hacerlo.

«Falta mayor menor vergüenza lava
‑dijo el maestro‑, que ha sido la tuya;
así es que ya descarga tu tristeza.

Y piensa que estaré siempre a tu lado,
si es que otra vez te lleva la fortuna
donde haya gente en pleitos semejantes:
pues el querer oír eso es vil deseo.»
 
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nubarus
view post Posted on 23/11/2008, 21:50




CANTO XXXI

La misma lengua me mordió primero,
haciéndome teñir las dos mejillas,
y después me aplicó la medicina:

así escuché que solía la lanza
de Aquiles y su padre ser causante
primero de dolor, después de alivio,

Dimos la espalda a aquel mísero valle
por la ribera que en torno le ciñe,
y sin ninguna charla lo cruzamos.

No era allí ni de día ni de noche,
y poco penetraba con la vista;
pero escuché sonar un alto cuerno,

tanto que habría a los truenos callado,
y que hacia él su camino siguiendo,
me dirigió la vista sólo a un punto.

Tras la derrota dolorosa, cuando
Carlomagno perdió la santa gesta,
Orlando no tocó con tanta furia.

A poco de volver allí mi rostro,
muchas torres muy altas creí ver;
y yo: «Maestro, di, ¿qué muro es éste?»

Y él a mí: «Como cruzas las tinieblas
demasiado a lo lejos, te sucede
que en el imaginar estás errado.

Bien lo verás, si llegas a su vera,
cuánto el seso de lejos se confunde;
así que marcha un poco más aprisa.»

Y con cariño cogióme la mano,
y dijo: «Antes que hayamos avanzado,
para que menos raro te parezca,

sabe que no son torres, mas gigantes,
y en el pozo al que cerca esta ribera
están metidos, del ombligo abajo.»

Como al irse la niebla disipando,
la vista reconoce poco a poco
lo que esconde el vapor que arrastra el aire,

así horadando el aura espesa y negra,
más y más acercándonos al borde,
se iba el error y el miedo me crecía;

pues como sobre la redonda cerca
Monterregión de torres se corona,
así aquel margen que el pozo circunda

con la mitad del cuerpo torreaban
los horribles gigantes, que amenaza
aún desde el cielo Júpiter tronando.

Y yo miraba ya de alguno el rostro,
la espalda, el pecho y gran parte del vientre,
y los brazos cayendo a los costados.

Cuando dejó de hacer Naturaleza
aquellos animales, muy bien hizo,
porque tales ayudas quitó a Marte;

Y si ella de elefantes y ballenas
no se arrepiente, quien atento mira,
más justa y más discreta ha de tenerla;

pues donde el argumento de la mente
al mal querer se junta y a la fuerza,
el hombre no podría defenderse.

Su cara parecía larga y gruesa
como la Piña de San Pedro, en Roma,
y en esta proporción los otros huesos;

y así la orilla, que les ocultaba
del medio abajo, les mostraba tanto
de arriba, que alcanzar su cabellera

tres frisones en vano pretendiesen;
pues treinta grandes palmos les veía
de abajo al sitio en que se anuda el manto.

«Raphel may amech zabi almi»,
a gritar empezó la fiera boca,
a quien más dulces salmos no convienen.

Y mi guía hacia él: « ¡Alma insensata,
coge tu cuerno, y desfoga con él
cuanta ira o pasión así te agita!

Mirate al cuello, y hallarás la soga
que amarrado lo tiene, alma turbada,
mira cómo tu enorme pecho aprieta.»

Después me dijo: «A sí mismo se acusa.
Este es Nembrot, por cuya mala idea
sólo un lenguaje no existe en el mundo.

Dejémosle, y no hablemos vanamente,
porque así es para él cualquier lenguaje,
cual para otros el suyo: nadie entiende.»

Seguimos el viaje caminando
a la izquierda, y a un tiro de ballesta,
otro encontramos más feroz y grande.

Para ceñirlo quién fuera el maestro,
decir no sé, pero tenía atados
delante el otro, atrás el brazo diestro,

una cadena que le rodeaba
del cuello a abajo, y por lo descubierto
le daba vueltas hasta cinco veces.

«Este soberbio quiso demostrar
contra el supremo Jove su potencia
‑dijo mi guía‑ y esto ha merecido.

Se llama Efialte; y su intentona hizo
al dar miedo a los dioses los gigantes:
los brazos que movió, ya más no mueve.»

Y le dije: «Quisiera, si es posible,
que del desmesurado Briareo
puedan tener mis ojos experiencia.»

Y él me repuso: «A Anteo ya verás
cerca de aquí, que habla y está libre,
que nos pondrá en el fondo del infierno.

Aquel que quieres ver, está muy lejos,
y está amarrado y puesto de igual modo,
salvo que aún más feroz el rostro tiene.»

No hubo nunca tan fuerte terremoto,
que moviese una torre con tal fuerza,
como Efialte fue pronto en revolverse.

Más que nunca temí la muerte entonces,
y el miedo solamente bastaría
aunque no hubiese visto las cadenas.

Seguimos caminando hacia adelante
y llegamos a Anteo: cinco alas
salían de la fosa, sin cabeza.

«Oh tú que en el afortunado valle
que heredero a Escipión de gloria hizo,
al escapar Aníbal con los suyos,

mil leones cazaste por botín,
y que si hubieses ido a la alta lucha
de tus hermanos, hay quien ha pensado

que vencieran los hijos de la Tierra;
bájanos, sin por ello despreciarnos,
donde al Cocito encierra la friura.

A Ticio y a Tifeo no nos mandes;
éste te puede dar lo que deseas;
inclínate, y no tuerzas el semblante.

Aún puede darte fama allá en el mundo,
pues que está vivo y larga vida espera,
si la Gracia a destiempo no le llama.»

Así dijo el maestro; y él deprisa
tendió la mano, y agarró a mi guía,
con la que a Hércules diera el fuerte abrazo.

Virgilio, cuando se sintió cogido,
me dijo: «Ven aquí, que yo te coja»;
luego hizo tal que un haz éramos ambos.

Cual parece al mirar la Garisenda
donde se inclina, cuando va una nube
sobre ella, que se venga toda abajo;

tal parecióme Anteo al observarle
y ver que se inclinaba, y fue en tal hora
que hubiera preferido otro camino.

Mas levemente al fondo que se traga
a Lucifer con Judas, nos condujo;
y así inclinado no hizo más demora,
y se alzó como el mástil en la nave.
 
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samael69
view post Posted on 23/11/2008, 21:56




CANTO XXXII

Si rimas broncas y ásperas tuviese,
como merecerfa el agujero
sobre el que apoyan las restantes rocas

exprimiría el jugo de mi tema
más plenamente; mas como no tengo,
no sin miedo a contarlo me dispongo;

que no es empresa de tomar a juego
de todo el orbe describir el fondo,
ni de lengua que diga «mama» o «papa».

Mas a mi verso ayuden las mujeres
que a Anfión a cerrar Tebas ayudaron,
y del hecho el decir no sea diverso.

¡Oh sobre todas mal creada plebe,
que el sitio ocupas del que hablar es duro,
mejor serla ser cabras u ovejas!

Cuando estuvimos ya en el negro pozo,
de los pies del gigante aún más abajo,
y yo miraba aún la alta muralla,

oí decirme: «Mira dónde pisas:
anda sin dar patadas a la triste
cabeza de mi hermano desdichado.»

Por lo cual me volví, y vi por delante
y a mis plantas un lago que, del hielo,
de vidrio, y no de agua, tiene el rostro.

A su corriente no hace tan espeso
velo, en Austria, el Danubio en el invierno,
ni bajo el frío cielo allá el Tanais,

como era allí; porque si el Pietrapana
o el Tambernic, encima le cayese,
ni «crac» hubiese hecho por el golpe.

Y tal como croando está la rana,
fuera del agua el morro, cuando sueña
con frecuencia espigar la campesina,

lívidas, hasta el sitio en que aparece
la vergüenza, en el hielo había sombras,
castañeteando el diente cual cigüeñas.

Hacia abajo sus rostros se volvían:
el frío con la boca, y con los ojos
el triste corazón testimoniaban.

Después de haber ya visto un poco en torno,
miré, a mis pies, a dos tan estrechados,
que mezclados tenían sus cabellos.

«Decidme, los que así apretáis los pechos
‑les dije‑ ¿Quiénes sois?» Y el cuello irguieron;
y al alzar la cabeza, chorrearon

sus ojos, que antes eran sólo blandos
por dentro, hasta los labios, y ató el hielo
las lágrimas entre ellos, encerrándolos.

Leño con leño grapa nunca une
tan fuerte; por lo que, como dos chivos,
los dos se golpearon iracundos.

Y uno, que sin orejas se encontraba
por la friura, con el rostro gacho,
dijo: «¿Por qué nos miras de ese modo?

Si saber quieres quién son estos dos,
el valle en que el Bisenzo se derrama
fue de Alberto, su padre, y de estos hijos.

De igual cuerpo salieron; y en Caína
podrás buscar, y no encontrarás sombra
más digna de estar puesta en este hielo;

no aquel a quien rompiera pecho y sombra,
por la mano de Arturo, un solo golpe;
no Focaccia; y no éste, que me tapa

con la cabeza y no me deja ver,
y fue llamado Sassol Mascheroni:
si eres toscano bien sabrás quién fue.

Y porque en más sermones no me metas,
sabe que fui Camincion dei Pazzi;
y espero que Carlino me haga bueno.»

Luego yo vi mil rostros por el frío
amoratados, y terror me viene,
y siempre me vendrá de aquellos hielos.

Y mientras que hacia el centro caminábamos,
en el que toda gravedad se aúna,
y yo en la eterna lobreguez temblaba,

si el azar o el destino o Dios lo quiso,
no sé; mas paseando entre cabezas,
golpeé con el pie el rostro de una.

Llorando me gritó: «¿Por qué me pisas?
Si a aumentar tú no vienes la venganza
de Monteaperti, ¿por qué me molestas?»

Y yo: «Maestro mío, espera un poco
pues quiero que me saque éste de dudas;
y luego me darás, si quieres, prisa.»

El guía se detuvo y dije a aquel
que blasfemaba aún muy duramente:
« ¿Quién eres tú que así reprendes a otros?»

«Y tú ¿quién eres que por la Antenora
vas golpeando ‑respondió‑ los rostros,
de tal forma que, aun vivo, mucho fuera?»

«Yo estoy vivo, y acaso te convenga
‑fue mi respuesta‑, si es que quieres fama,
que yo ponga tu nombre entre los otros.»

Y él a mí: «Lo contrario desearía;
márchate ya de aquí y no me molestes,
que halagar sabes mal en esta gruta.»

Entonces le cogí por el cogote,
y dije: «Deberás decir tu nombre,
o quedarte sin pelo aquí debajo.»

Por lo que dijo: «Aunque me descabelles,
no te diré quién soy, ni he de decirlo,
aunque mil veces golpees mi cabeza.»

Ya enroscados tenía sus cabellos,
y ya más de un mechón le había arrancado,
mientras ladraba con la vista gacha,

cuando otro le gritó: «¿Qué tienes, Bocca?
¿No te basta sonar con las quijadas,
sino que ladras? ¿quién te da tormento?»

«Ahora ‑le dije yo‑ no quiero oírte,
oh malvado traidor: que en tu deshonra,
he de llevar de ti veraces nuevas.»

«Vete ‑repuso‑ y di lo que te plazca,
pero no calles, si de aquí salieras,
de quien tuvo la lengua tan ligera.

Él llora aquí el dinero del francés:
“Yo vi ‑podrás decir- a aquel de Duera,
donde frescos están los pecadores.”

Si fuera preguntado “¿y esos otros?”,
tienes al lado a aquel de Beccaría,
del cual segó Florencia la garganta.

Gianni de Soldanier creo que está
allá con Ganelón y Teobaldelo,
que abrió Faenza mientras que dormía.»

Nos habíamos de éstos alejado,
cuando vi a dos helados en un hoyo,
y una cabeza de otra era sombrero;

y como el pan con hambre se devora,
así el de arriba le mordía al otro
donde se juntan nuca con cerebro.

No de otra forma Tideo roía
la sien a Menalipo por despecho,
que aquél el cráneo y las restantes cosas.

«Oh tú, que muestras por tan brutal signo
un odio tal por quien así devoras,
dime el porqué ‑le dije‑ de ese trato,

que si tú con razón te quejas de él,
sabiendo quiénes sois, y su pecado,
aún en el mundo pueda yo vengarte,
si no se seca aquella con la que hablo.»
 
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nubarus
view post Posted on 23/11/2008, 22:46




CANTO XXXIII

De la feroz comida alzó la boca
el pecador, limpiándola en los pelos
de la cabeza que detrás roía.

Luego empezó: «Tú quieres que renueve
el amargo dolor que me atenaza
sólo al pensarlo, antes que de ello hable.

Mas si han de ser simiente mis palabras
que dé frutos de infamia a este traidor
que muerdo, al par verás que lloro y hablo.

Ignoro yo quién seas y en qué forma
has llegado hasta aquí, mas de Florencia
de verdad me pareces al oírte.

Debes saber que fui el conde Ugolino
y este ha sido Ruggieri, el arzobispo;
por qué soy tal vecino he de contarte.

Que a causa de sus malos pensamientos,
y fiándome de él fui puesto preso
y luego muerto, no hay que relatarlo;

mas lo que haber oído no pudiste,
quiero decir, lo cruel que fue mi muerte,
escucharás: sabrás si me ha ofendido.

Un pequeño agujero de «la Muda»
que por mí ya se llama «La del Hambre»,
y que conviene que a otros aún encierre,

enseñado me había por su hueco
muchas lunas, cuando un mal sueño tuve
que me rasgó los velos del futuro.

Éste me apareció señor y dueño,
a la caza del lobo y los lobeznos
en el monte que a Pisa oculta Lucca.

Con perros flacos, sabios y amaestrados,
los Gualandis, Lanfrancos y Sismondis
al frente se encontraban bien dispuestos.

Tras de corta carrera vi rendidos
a los hijos y al padre, y con colmillos
agudos vi morderles los costados.

Cuando me desperté antes de la aurora,
llorar sentí en el sueño a mis hijitos
que estaban junto a mí, pidiendo pan.

Muy cruel serás si no te dueles de esto,
pensando lo que en mi alma se anunciaba:
y si no lloras, ¿de qué llorar sueles?

Se despertaron, y llegó la hora
en que solían darnos la comida,
y por su sueño cada cual dudaba.

Y oí clavar la entrada desde abajo
de la espantosa torre; y yo miraba
la cara a mis hijitos sin moverme.

Yo no lloraba, tan de piedra era;
lloraban ellos; y Anselmuccio dijo:
«Cómo nos miras, padre, ¿qué te pasa?»

Pero yo no lloré ni le repuse
en todo el día ni al llegar la noche,
hasta que un nuevo sol salía a mundo.

Como un pequeño rayo penetrase
en la penosa cárcel, y mirara
en cuatro rostros mi apariencia misma,

ambas manos de pena me mordía;
y al pensar que lo hacía yo por ganas
de comer, bruscamente levantaron,

diciendo: « Padre, menos nos doliera
si comes de nosotros; pues vestiste
estas míseras carnes, las despoja.»

Por más no entristecerlos me calmaba;
ese día y al otro nada hablamos:
Ay, dura tierra, ¿por qué no te abriste?

Cuando hubieron pasado cuatro días,
Gaddo se me arrojó a los pies tendido,
diciendo: «Padre, ¿por qué no me ayudas?»

Allí murió: y como me estás viendo,
vi morir a los tres uno por uno
al quinto y sexto día; y yo me daba

ya ciego, a andar a tientas sobre ellos.
Dos días les llamé aunque estaban muertos:
después más que el dolor pudo el ayuno.»

Cuando esto dijo, con torcidos ojos
volvió a morder la mísera cabeza,
y los huesos tan fuerte como un perro.

¡Ah Pisa, vituperio de las gentes
del hermoso país donde el «sí» suena!,
pues tardos al castigo tus vecinos,

muévanse la Gorgona y la Capraia,
y hagan presas allí en la hoz del Arno,
para anegar en ti a toda persona;

pues si al conde Ugolino se acusaba
por la traición que hizo a tus castillos,
no debiste a los hijos dar tormento.

Inocentes hacía la edad nueva,
nueva Tebas, a Uguiccion y al Brigada
y a los otros que el canto ya ha nombrado.»

A otro lado pasamos, y a otra gente
envolvía la helada con crudeza,
y no cabeza abajo sino arriba.

El llanto mismo el lloro no permite,
y la pena que encuentra el ojo lleno,
vuelve hacia atras, la angustia acrecentando;

pues hacen muro las primeras lágrimas,
y así como viseras cristalinas,
llenan bajo las cejas todo el vaso.

Y sucedió que, aun como encallecido
por el gran frío cualquier sentimiento
hubiera abandonado ya mi rostro,

me parecía ya sentir un viento,
por lo que yo: «Maestro, ¿quién lo hace?,
¿No están extintos todos los vapores?»

Y él me repuso: «En breve será cuando
a esto darán tus ojos la respuesta,
viendo la causa que este soplo envía.»

Y un triste de esos de la fría costra
gritó: «Ah vosotras, almas tan crueles,
que el último lugar os ha tocado,

del rostro levantar mis duros velos,
que el dolor que me oprime expulsar pueda,
un poco antes que el llanto se congele.»

Y le dije: «Si quieres que te ayude,
dime quién eres, y si no te libro,
merezca yo ir al fondo de este hielo.»

Me respondió: «Yo soy fray Alberigo;
soy aquel de la fruta del mal huerto,
que por el higo el dátil he cambiado.»

«Oh, ¿ya estás muerto ‑‑díjele yo‑ entonces?
Y él repuso: «De cómo esté mi cuerpo
en el mundo, no tengo ciencia alguna.

Tal ventaja tiene esta Tolomea,
que muchas veces caen aquí las almas
antes de que sus dedos mueva Atropos;

y para que de grado tú me quites
las lágrimas vidriadosas de mi rostro,
sabe que luego que el alma traiciona,

como yo hiciera, el cuerpo le es quitado
por un demonio que después la rige,
hasta que el tiempo suyo todo acabe.

Ella cae en cisterna semejante;
y es posible que arriba esté aún el cuerpo
de la sombra que aquí detrás inverna.

Tú lo debes saber, si ahora has venido:
que es Branca Doria, y ya han pasado muchos
años desde que fuera aquí encerrado.»

«Creo ‑le dije yo‑ que tú me engañas;
Branca Doria no ha muerto todavía,
y come y bebe y duerme y paños viste.»

«Al pozo ‑él respondió‑ de Malasgarras,
donde la pez rebulle pegajosa,
aún no había caído Miguel Zanque,

cuando éste le dejó al diablo un sitio
en su cuerpo, y el de un pariente suyo
que la traición junto con él hiciera.

Mas extiende por fin aquí la mano;
abre mis ojos.» Y no los abrí;
y cortesia fue el villano serle.

¡Ah genoveses, hombres tan distantes
de todo bien, de toda lacra llenos!,
¿por qué no sois del mundo desterrados?

Porque con la peor alma de Romaña
hallé a uno de vosotros, por sus obras
su espiritu bañando en el Cocito,
y aún en la tierra vivo con el cuerpo.
 
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astaroth1
view post Posted on 23/11/2008, 23:05




CANTO XXXIV

«Vexilla regis prodeunt inferni
contra nosotros, mira, pues, delante
‑dijo el maestro‑ a ver si los distingues.»

Como cuando una espesa niebla baja,
o se oscurece ya nuestro hemisferio,
girando lejos vemos un molino,

una máquina tal creí ver entonces;
luego, por aquel viento, busqué abrigo
tras de mi guía, pues no hallé otra gruta.

Ya estaba, y con terror lo pongo en verso,
donde todas las sombras se cubrían,
traspareciendo como paja en vidrio:

Unas yacen; y están erguidas otras,
con la cabeza aquella o con las plantas;
otra, tal arco, el rostro a los pies vuelve.

Cuando avanzamos ya lo suficiente,
que a mi maestro le plació mostrarme
la criatura que tuvo hermosa cara,

se me puso delante y me detuvo,
«Mira a Dite ‑diciendo‑, y mira el sitio
donde tendrás que armarte de valor.»

De cómo me quedé helado y atónito,
no lo inquieras, lector, que no lo escribo,
porque cualquier hablar poco sería.

Yo no morí, mas vivo no quedé:
piensa por ti, si algún ingenio tienes,
cual me puse, privado de ambas cosas.

El monarca del doloroso reino,
del hielo aquel sacaba el pecho afuera;
y más con un gigante me comparo,

que los gigantes con sus brazos hacen:
mira pues cuánto debe ser el todo
que a semejante parte corresponde.

Si igual de bello fue como ahora es feo,
y contra su hacedor alzó los ojos,
con razón de él nos viene cualquier luto.

¡Qué asombro tan enorme me produjo
cuando vi su cabeza con tres caras!
Una delante, que era toda roja:

las otras eran dos, a aquella unidas
por encima del uno y otro hombro,
y uníanse en el sitio de la cresta;

entre amarilla y blanca la derecha
parecia; y la izquierda era tal los que
vienen de allí donde el Nilo discurre.

Bajo las tres salía un gran par de alas,
tal como convenía a tanto pájaro:
velas de barco no vi nunca iguales.

No eran plumosas, sino de murciélago
su aspecto; y de tal forma aleteaban,
que tres vientos de aquello se movían:

por éstos congelábase el Cocito;
con seis ojos lloraba, y por tres barbas
corría el llanto y baba sanguinosa.

En cada boca hería con los dientes
a un pecador, como una agramadera,
tal que a los tres atormentaba a un tiempo.

Al de delante, el morder no era nada
comparado a la espalda, que a zarpazos
toda la piel habíale arrancado.

«Aquella alma que allí más pena sufre
‑dijo el maestro‑ es Judas Iscariote,
con la cabeza dentro y piernas fuera.

De los que la cabeza afuera tienen,
quien de las negras fauces cuelga es Bruto:
‑¡mirale retorcerse! ¡y nada dice!‑

Casio es el otro, de aspecto membrudo.
Mas retorna la noche, y ya es la hora
de partir, porque todo ya hemos visto.»

Como él lo quiso, al cuello le abracé;
y escogió el tiempo y el lugar preciso,
y, al estar ya las alas bien abiertas,

se sujetó de los peludos flancos:
y descendió después de pelo en pelo,
entre pelambre hirsuta y costra helada.

Cuando nos encontramos donde el muslo
se ensancha y hace gruesas las caderas,
el guía, con fatiga y con angustia,

la cabeza volvió hacia los zancajos,
y al pelo se agarró como quien sube,
tal que al infierno yo creí volver.

«Cógete bien, ya que por esta escala
‑dijo el maestro exhausto y jadeante
es preciso escapar de tantos males.»

Luego salió por el hueco de un risco,
y junto a éste me dejó sentado;
y puso junto a mí su pie prudente.

Yo alcé los ojos, y pensé mirar
a Lucifer igual que lo dejamos,
y le vi con las piernas para arriba;

y si desconcertado me vi entonces,
el vulgo es quien lo piensa, pues no entiende
cuál es el trago que pasado había.

«Ponte de pie ‑me dijo mi maestro‑:
la ruta es larga y el camino es malo,
y el sol ya cae al medio de la tercia.»

No era el lugar donde nos encontrábamos
pasillo de palacio, mas caverna
que poca luz y mal suelo tenía.

«Antes que del abismo yo me aparte,
maestro ‑dije cuando estuve en pie‑,
por sacarme de error háblame un poco:

¿Dónde está el hielo?, ¿y cómo éste se encuentra
tan boca abajo, y en tan poco tiempo,
de noche a día el sol ha caminado?»

Y él me repuso: « Piensas todavía
que estás allí en el centro, en que agarré
el pelo del gusano que perfora

el mundo: allí estuviste en la bajada;
cuando yo me volví, cruzaste el punto
en que converge el peso de ambas partes:

y has alcanzado ya el otro hemisferio
que es contrario de aquel que la gran seca
recubre, en cuya cima consumido

fue el hombre que nació y vivió sin culpa;
tienes los pies sobre la breve esfera
que a la Judea forma la otra cara.

Aquí es mañana, cuando allí es de noche:
y aquél, que fue escalera con su pelo,
aún se encuentra plantado igual que antes.

Del cielo se arrojó por esta parte;
y la tierra que aquí antes se extendía,
por miedo a él, del mar hizo su velo,

y al hemisferio nuestro vino; y puede
que por huir dejara este vacío
eso que allí se ve, y arriba se alza.»

Un lugar hay de Belcebú alejado
tanto cuanto la cárcava se alarga,
que el sonido denota, y no la vista,

de un arroyuelo que hasta allí desciende
por el hueco de un risco, al que perfora
su curso retorcido y sin pendiente.


Mi guía y yo por esa oculta senda
fuimos para volver al claro mundo;
y sin preocupación de descansar,

subimos, él primero y yo después,
hasta que nos dejó mirar el cielo
un agujero, por el cual salimos
a contemplar de nuevo las estrellas.
 
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nubarus
view post Posted on 24/11/2008, 03:03




PURGATORIO


CANTO I


Por surcar mejor agua alza las velas
ahora la navecilla de mi ingenio,
que un mar tan cruel detrás de sí abandona;

y cantaré de aquel segundo reino
donde el humano espíritu se purga
y de subir al cielo se hace digno.

Mas renazca la muerta poesía,
oh, santas musas, pues que vuestro soy; .
y Calíope un poco se levante,

mi canto acompañando con las voces
que a las urracas míseras tal golpe
dieron, que del perdón desesperaron.

Dulce color de un oriental zafiro,
que se expandía en el sereno aspecto
del aire, puro hasta la prima esfera,

reapareció a mi vista deleitoso,
en cuanto que salí del aire muerto,
que vista y pecho contristado había.

El astro bello que al amor invita
hacía sonreir todo el oriente,
y los Peces velados lo escoltaban.

Me volví a la derecha atentamente,
y vi en el otro polo cuatro estrellas
que sólo vieron las primeras gentes.

Parecía que el cielo se gozara
con sus luces: ¡Oh viudo septentrión,
ya que de su visión estás privado!

Cuando por fin dejé de contemplarlos
dirigiéndome un poco al otro polo,
por donde el Carro desapareciera,

vi junto a mí a un anciano solitario,
digno al verle de tanta reverencia,
que más no debe a un padre su criatura.

Larga la barba y blancos mechones
llevaba, semejante a sus cabellos,
que al pecho en dos mechones le caían.

Los rayos de las cuatro luces santas
llenaban tanto su rostro de luz,
que le veía como al Sol de frente.

¿Quién sois vosotros que del ciego río
habéis huido la prisión eterna?
‑dijo moviendo sus honradas plumas.

¿Quién os condujo, o quién os alumbraba,
al salir de esa noche tan profunda,
que ennegrece los valles del infierno?

¿Se han quebrado las leyes del abismo?
¿o el designio del cielo se ha mudado
y venís, condenados, a mis grutas?»

Entonces mi maestro me empujó,
y con palabras, señales y manos
piernas y rostro me hizo reverentes.

Después le respondió: «Por mí no vengo.
Bajó del cielo una mujer rogando
que, acompañando a éste, le ayudara.

Mas como tu deseo es que te explique
más ampliamente nuestra condición,
no puede ser el mío el ocultarlo.

Éste no ha visto aún la última noche;
mas estuvo tan cerca en su locura,
que le quedaba ya muy poco tiempo.

Y a él, como te he dicho, fui enviado
para salvarle; y no había otra ruta
más que esta por la cual le estoy llevando.

Le he mostrado la gente condenada;
y ahora pretendo las almas mostrarle
que están purgando bajo tu mandato.

Es largo de contar cómo lo traje;
bajó del Alto virtud que me ayuda
a conducirlo a que te escuche y vea.

Dignate agradecer que haya venido:
busca la libertad, que es tan preciada,
cual sabe quien a cambio da la vida.

Lo sabes, pues por ella no fue amarga
en Utica tu muerte; allí dejaste
la veste que radiante será un día.

No hemos quebrado las eternas leyes,
pues éste vive y Minos no me ata;
soy de la zona de los castos ojos

de tu Marcia, que sigue suplicando
que la tengas por tuya, oh santo pecho:
en nombre de su amor, senos benigno.

Deja que andemos por tus siete reinos;
le mostraré nuestro agradecimiento,
si quieres que te nombre allí debajo.»

«Tan placentera Marcia fue a mis ojos
mientras que estuve allí ‑dijo él entonces-
que cuanto me pidió le concedía.

Ahora que vive tras el río amargo,
no puede ya moverme, por la ley
que cuando me sacaron fue dispuesta.

Mas si te manda una mujer del cielo,
como has dicho, lisonjas no precisas:
basta en su nombre pedir lo que quieras.

Puedes marchar, mas haz que éste se ciña
con un delgado junco y lave el rostro,
y que se limpie toda la inmundicia;

porque no es conveniente que cubierto
de niebla alguna, vaya hasta el primero
de los ministros ya del Paraíso.

En todo el derredor de aquella islita,
allí donde las olas la combaten,
crecen los juncos sobre el blanco limo:

ninguna planta que tuviera fronda
o que dura se hiciera, viviría,
pues no soportaría sus embates.

Luego no regreséis por este sitio;
el sol os mostrará, que surge ahora,
del monte la subida más sencilla.»

Él desapareció; y me levanté
sin hablar, acercándome a mi guía,
dirigiéndole entonces la mirada.

Él comenzó: «Sigue mis pasos, hijo:
volvamos hacia atrás, que esta llanura
va declinando hasta su último margen.»

Vencía el alba ya a la madrugada
que escapaba delante, y a lo lejos
divisé el tremolar de la marina.

Por la llanura sola caminábamos
como quien vuelve a la perdida senda,
y hasta encontrarla piensa que anda en vano.

Cuando llegamos ya donde el rocío
resiste al sol, por estar en un sitio
donde, a la sombra, poco se evapora,

ambas manos abiertas en la hierba
suavemente puso mi maestro:
y yo, que de su intento me di cuenta,

volví hacia él mi rostro enlagrimado;
y aquí me descubrió completamente
aquel color que me escondió el infierno.

Llegamos luego a la desierta playa,
que nadie ha visto navegar sus aguas,
que conserve experiencias del regreso.

Me ciñó como el otro había dicho:
¡oh maravilla! pues cuando él cortó
la humilde planta, volvió a nacer otra
de donde la arrancó, súbitamente.
 
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nubarus
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CANTO II

Ya había el sol llegado al horizonte
que cubre con su cerco meridiano
Jerusalén en su más alto punto;

y la noche, que a él opuesta gira,
del Ganges se salía con aquellas
balanzas, que le caen cuando ha triunfado;

tal que la blanca y sonrosada cara,
donde yo estaba, de la bella Aurora
mientras crecía se tornaba de oro.

A la orilla del mar nos encontrábamos,
como aquel que pensara su camino,
que va en corazón y en cuerpo se queda.

Y entonces, cual del alba sorprendido,
por el denso vapor Marte enrojece
sobre el lecho del mar por el poniente,

tal se me apareció, y así aún la viera,
una luz que en el mar tan rauda iba,
que al suyo ningún vuelo se parece.

Y separando de ella unos instantes
los ojos, a mi guía preguntando,
la vi de nuevo más luciente y grande.

Apareció después a cada lado
un no sabía qué blanco, y debajo
poco a poco otra cosa también blanca.

Nada el maestro aún había dicho,
cuando vi que eran alas lo primero;
y cuando supo quién era el piloto,

me gritó: « Dobla, dobla las rodillas.
Mira el ángel de Dios: junta las manos,
verás a muchos de estos oficiales.

Ve que desdeña los humanos medios,
y no quiere más remo ni más velas
entre orillas remotas, que sus alas.

Mira cómo las alza hacia los cielos
moviendo el aire con eternas plumas,
que cual mortal cabello no se mudan.»

Después al acercarse más y más
el pájaro divino, era más claro:
y pues de cerca no lo soportaban

los ojos, me incliné, y llegó a la orilla
con una barca tan ligera y ágil,
que parecía no cortar el.agua.

A popa estaba el celestial barquero,
cual si la beatitud llevara escrita;
y dentro había más de cien espíritus.

«In exitu Israel de Aegipto»
cantaban todos juntos a una voz,
y todo lo que sigue de aquel salmo.

Después les hizo el signo de la cruz;
y todos se lanzaron a la playa:
y él se marchó tan veloz como vino.

La turba que quedó, muy sorprendida
pareció del lugar, mirando en torno
como aquel que contempla cosas nuevas.

De todas partes asaeteaba al día
el sol, que había echado con sus flechas
de la mitad del cielo a Capricornio,

cuando la nueva gente alzó la cara
a nosotros, diciendo: «Si sabéis,
mostradnos el camino que va al monte.»

Y respondió Virgilio: « Estáis pensando
que este sitio nosotros conocemos;
mas peregrinos somos de igual forma.

Llegamos poco antes que vosotros,
por camino tan áspero y tan fuerte,
que ahora el subir parece un simple juego.»

Las almas que se dieron cuenta entonces
por mi respiración, de que vivía,
maravilladas, empalidecieron.

Y como al mensajero que el olivo
trae, va la gente para oír noticias,
y de apretarse esquivos no se muestran,

así a mi vista se agolparon todas
aquellas almas apesadumbradas,
casi olvidando el ir a hacerse bellas.

Y yo vi que una de ellas se acercaba
para abrazarme, con tan grande afecto,
que me movió a que hiciese yo lo mismo.

¡Ah vanas sombras, salvo la apariencia!
tres veces por detrás pasé mis brazos,
y tantas otras los volví a mi pecho.

Creo que enrojecí, maravillado,
y sonrió la sombra y se alejaba,
y yo me fui detrás para seguirla.

Suavemente me dijo que parase;
supe entonces quién era, y le rogué
que, para hablarme, allí se detuviera.

«Así ‑me respondió‑ como te amaba
en el cuerpo mortal, libre te amo:
por eso me detengo; y tú ¿qué haces?»

«Por volver otra vez, Cassella mío,
adonde estoy, viajo; mas ¿por qué
‑le dije‑ tantas horas te han quitado?»

Y él a mí: «No me hicieron injusticia,
si aquel que lleva cuándo y a quien quiere,
me ha negado el pasaje muchas veces;

de justa voluntad sale la suya:
mas desde hace tres meses ha traído
a quien quisiera entrar, sin oponerse.

Por lo que yo, que estaba en la marina
donde el agua del Tíber sal se hace,
benignamente fui por él llevado.

El vuelo a aquella desembocadura
dirigió, pues que siempre se congregan
allí los que a Aqueronte no descienden.»

Y yo: «Si no te quitan nuevas leyes
la memoria o el uso de los cantos
de amor, que mis deseos aquietaban,

con ellos té suplico que consueles
mi alma que, viniendo con mi cuerpo
a este lugar, se encuentra muy angustiada.»

El amor que en la mente me razona
entonces comenzó tan dulcemente,
que en mis adentros oigo aún la dulzura.

Mi maestro y yo y aquellas gentes
que estaban junto a él, tan complacidas
parecían, que en nada más pensaban.

Todos pendientes y fijos estábamos
de sus notas; y el viejo venerable
nos gritó: «¿Qué sucede, lentas almas?

¿qué negligencia, qué esperar es éste?
corred al monte a echar las impurezas
que no os permiten contemplar a Dios.»

Como cuando al coger avena o mijo,
las palomas rodean el sustento,
quietas y sin mostrar su usado orgullo,

si algo sucede que las amedrenta,
súbitamente dejan la comida,
pues un mayor cuidado las asalta;

yo vi a aquella mesnada recién hecha
dejar el canto y escapar al monte,
como quien va y no sabe dónde acabe:
no fue nuestra partida menos presta.
 
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nubarus
view post Posted on 24/11/2008, 15:26




CANTO III

Por más que aquella huida repentina
por la llanura a todos dispersara,
hacia el monte en que aguija la justicia,

a mi fiel compañero me arrimé:
¿pues cómo habría yo sin él corrido?
¿Quién por el monte hubiérame llevado?

Le creí descontento de sí mismo:
¡Oh qué digna y qué pura concïencia
con qué amargor te muerde un leve fallo!

Cuando sus pies dejaron de ir aprisa,
que a cualquier acto quítale el decoro,
mi pensamiento, empecinado antes,

reanudó su discurso, deseoso,
y dirigí mis ojos hacia el monte
que al cielo más se eleva de las aguas.

El sol, que atrás en rojo flameaba,
se rompia delante de mi cuerpo,
pues sus rayos en mí se detenían.

Me volví hacia los lados temeroso
de estar abandonado, cuando vi
sólo ante mí la tierra oscurecida;

y: «¿Por qué desconfías? ‑mi consuelo
volviéndose hacia mí empezó a decirme-
¿no crees que te acompaño y que te guío?

Es ya la tarde donde sepultado
está aquel cuerpo en el que sombra hacía;
no en Brindis, sino en Nápoles se encuentra.

Por lo cual si ante mí nada se ensombra,
no debes extrañarte, igual que el cielo
no detiene el camino de los rayos.

Por sufrir penas, frías y calientes,
Dios ha dispuesto cuerpos semejantes,
de modo que no quiere revelarnos.

Loco es quien piense que nuestra razón
pueda seguir por la infinita senda
que sigue una sustancia en tres personas.

Os baste con el quía, humana prole;
pues, si hubierais podido verlo todo,
ocioso fuese el parto de María;

y tú has visto sin frutos desearlo
a tales que aquietaran su deseo,
que eternamente ahora les enluta:

de Aristóteles hablo y de Platón
y aun de otros más»; y aquí inclinó la frente,
y más no dijo y quedóse turbado.

Llegamos entretanto al pie del monte;
tan escarpadas estaban las rocas,
que en vano habrfa piernas bien dispuestas.

Entre Rurbia y Lerice el más desierto,
el más roto barranco, es escalera,
comparado con éste, abierta y fácil.

«¿Ahora quién sabe en donde la pendiente
‑deteniéndose, dijo mi maestro-
pueda subir aquel que va sin alas?»

Y mientras meditaba con la vista
baja, sobre la suerte del camino,
y yo miraba arriba del peñasco,

a mano izquierda apareció una turba
de almas que venía hacia nosotros,
mas tan lentos que no lo parecía.

«Alza ‑dije‑ maestro, la mirada:
hay aquí quien podrá darnos consejo,
si no puedes tenerlo por ti mismo.»

Entonces miró, y con el rostro sereno
me dijo: «Vamos pues, que vienen lentos;
y afirma la esperanza, dulce hijo.»

Tan lejos aún estaba aquella gente,
luego de haber mil pasos caminado,
como un buen lanzador alcanzaria,

cuando a las duras peñas se arrimaron
de la alta sima, quietos y apretados,
cual caminante que dudoso mira.

«Felices muertos, almas elegidas
‑Virgilio dijo‑ por la paz aquella
que todos esperáis, según bien creo,

decidnos dónde baja la montaña,
para poder subir; pues más disgusta
perder el tiempo a quien su precio sabe.»

Cual salen del redil las ovejillas
de una, de dos, de tres y temerosas
están las otras, vista y morro en tierra;

y lo que la primera hacen las otras,
acercándose a ella si se para,
simples y calmas, y el porqué no saben;

así vi que venía la cabeza
de aquella grey afortunada entonces,
con recatado andar y rostro honesto.

Al ver los de delante interrumpida
la luz en tierra a mi derecho flanco
desde mí hasta la roca haciendo sombra,

se detuvieron, y hacia atrás se echaron,
y todos esos que detrás venían,
no sabiendo por qué, lo mismo hicieron.

«Sin que lo preguntéis yo os comunico
que este cuerpo que veis es cuerpo humano;
por lo que el sol ha interceptado en tierra.

No os debéis asombrar, pero creedme
que no sin que lo quieran en el cielo
estas paredes escalar pretende.»

Así el maestro; y esas dignas gentes:
«Volved ‑dijeron‑ y seguid un poco»,
haciéndonos señales con la mano.

Y uno de aquéllos empezó: «Quien quiera
que seas, vuelve el rostro mientras andas:
recuerda si me viste en la otra vida.»

Volví la vista a él muy fijamente
rubio era y bello y de gentil aspecto,
mas un tajo una ceja le partía.

Cuando con humildad hube negado
haberle visto nunca, él dijo: «Mira»
y mostróme una llaga sobre el pecho.

Luego sonriendo dijo: «Soy Manfredo:
la emperatriz Constanza fue mi abuela;
y te suplico que, cuando regreses,

le digas a mi hermosa hija, madre
del honor de Aragón y de Sicilia,
la verdad, si es que cuentan de otro modo.

Después de ser mi cuerpo atravesado
por dos golpes mortales, me volví
llorando a quien perdona de buen grado.

Abominables mis pecados fueron
mas tan gran brazo tiene la bondad
infinita, que acoge a quien la implora.

Si el pastor de Cosenza, que a mi caza
entonces fue enviado por Clemente,
la página divina comprendiera,

los huesos de mi cuerpo aún estarían
al pie del puente junto a Benevento,
y por pesadas piedras custodiados.

Mas los baña la lluvia y mueve el viento,
fuera del reino, casi junto al Verde,
donde él los trasladó sin luz alguna.

Mas por su maldición, nunca se pierde,
sin que pueda volver, el infinito
amor, mientras florezca la esperanza.

Verdad es que quien muere contumaz,
con la Iglesia, aunque al fin arrepentido,
fuera debe de estar de esta montaña,

treinta veces el tiempo que viviera
en esa presunción, si tal decreto
no se acorta con buenas oraciones.

Piensa pues lo dichoso que me harías,
a mi buena Constanza revelando
cómo me has visto, y esta prohibición:
que aquí, por los de allá, mucho se avanza.
 
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nubarus
view post Posted on 24/11/2008, 17:39




CANTO IV

Cuando algún sufrimiento o alegría
de alguna facultad nuestra se adueña,
toda en ella se centra nuestra alma,

y no atiende a ninguna otra potencia
y es esto contra aquel error que opina
que un alma sobre otra alma arda en nosotros.

Por eso, cuando se oye o se ve algo
que atraiga al alma fuertemente a ello,
el tiempo pasa y nada el hombre advierte;

porque es una potencia la que escucha,
y otra la que retiene al alma entera:
una está casi presa, y la otra libre.

Puede experimentar de veras esto,
escuchando a aquel alma y admirando;
pues bien cincuenta grados ya subido

había el sol, sin darme cuenta, cuando
llegamos donde, a una, aquellas almas
gritaron: «Aquí está lo que buscáis.»

Mayor portillo muchas veces cierra
con un manojo apenas de zarzales
el campesino al madurar la uva,

de lo que era la senda que subimos,
yo detrás de mi guía, los dos solos
al partir de nosotros aquel grupo.

Se va a Sanleo, a Noli se desciende,
se sube a Bismantova hasta la cumbre
a pie, pero volar aquí es preciso;

digo con leves alas y con plumas
del deseo, detrás de aquel llevado,
que me daba esperanza y me alumbraba.

Por un girón subimos de la roca,
cuyas paredes casi se juntaban,
y el suelo nos pedía pies y manos.

Cuando ya al borde superior llegamos
de la alta base, a un sitio descubierto
«Maestro ‑‑dije‑ ¿qué camino haremos?»

Y él me dijo: «No tuerzas ningún paso;
únicamente sígueme hacia el monte,
hasta que llegue alguna escolta sabia.»

La cima, de tan alta, era invisible
y aún más pina la cuesta que la raya
que une el medio cuadrante con el centro.

Estaba muy cansado y exclamé:
«Oh dulce padre, vuélvete y advierte
que solo quedaré, si no te paras.»

«Hijo ‑‑me contestó‑‑ sube hasta allí»,
un repliegue más alto señalando
que por allí giraba todo el monte.

Tanto me espolearon sus palabras,
que me esforcé trepando tras de él
hasta que puse pies en la cornisa.

Nos sentamos los dos vueltos a oriente,
donde estaba el camino que subimos,
que siempre de mirar es agradable.

La vista dirigí primero abajo;
luego arriba, hacia el sol, y me admiraba
que nos hería por el lado izquierdo.

Bien comprendió el poeta que yo estaba
por el carro solar estupefacto,
que entre nosotros y Aquilón nacía.

Por lo cual me explicó: «Si los Gemelos
fuesen en compañía de ese espejo
que lleva la luz arriba y abajo,

verías al Zodiaco enrojecido
girar aún más cercano de las Osas,
si no saliera del camino usado.

Cómo pueda ocurrir, pensarlo puedes
si atentamente observas que Sión
en la tierra se opone a esta montaña;

un horizonte mismo tienen ambas
y hemisferios diversos; y el camino
que mal supiera recorrer Faetonte,

podrás ver cómo en ésta va por uno,
y por aquella por el otro lado,
si lo ves claro con la inteligencia.»

«Cierto maestro ‑dije‑ que hasta ahora
no i claro, como lo discierno,
allí donde mi ingenio me faltaba,

que la mitad del cielo que alto gira,
que se llama Ecuador en algún arte,
y entre sol y entre invierno se halla siempre,

por la causa que dices, dista tanto
respecto al Septentrión, cuanto en Judea
lo contemplaban en la parte cálida.

Mas sabría gustoso, si quisieras,
cuánto habremos de andar; pues sube el monte
más de lo que subir pueden mis ojos.»

Y él me dijo: «Este monte es de tal modo,
que siempre pesa al comenzar abajo;
y cuando más se sube, menos daña.

Y así cuando le sientas tan suave,
que te haga caminar ya tan ligero
como nave que empuja la corriente,

habrás llegado al fin de este sendero:
reposar allí espera tu fatiga.
Más no respondo, y esto lo sé cierto.»

Y después de decir estas palabras,
oímos una voz cercana: «¡Acaso
necesites sentarte mucho antes!»

Los dos al escucharle nos volvimos,
y vimos a la izquierda un gran peñasco,
que antes ninguno habíamos notado.

Allí fuimos; y había allí personas
que estaban a la sombra de la piedra
como se pone el hombre por vagancia.

Y uno, que fatigado parecía,
se sentaba abrazando sus rodillas,
con el rostro inclinado puesto entre ellas.

«Oh mi dulce señor ‑dije‑ contempla
al que más negligente no verías
si la pereza fuese hermana suya.»

Entonces se volvió, mirando atento,
levantando su rostro de los muslos:
«¡Sube tú, puesto que eres tan valiente!»

Supe quién era entonces, y el cansancio
que aún el aliento un poco me cortaba,
no me impidió acercarme a él; y cuando

estuve al lado, alzó la vista apenas
diciendo: « ¿Has entendido cómo el sol
lleva su carro por el hombro izquierdo?»

Sus gestos perezosos y sus breves
palabras me causaron leve risa;
Después: «Belacqua ‑dije‑ no me duelo

ya de ti; pero di, ¿por qué te sientas
aquf precisamente? ¿escolta esperas,
o la antigua costumbre te domina?»

Y él: «De qué sirve, hermano, el ir a arriba,
pues no me dejaría ir al castigo
el ángel del Señor que está en la puerta.

Es necesario que antes gire el cielo
sobre mí tantas veces, cuanto en vida,
pues que dejé para el final el llanto;

si es que antes no me ayuda la oración
de un corazón surgida que esté en gracia:
porque la otra en el cielo no se escucha.»

Y ya delante de mí iba el poeta,
diciendo: «Vamos ven, mira que toca
el sol el meridiano, y en la orilla
cubre el pie de la noche ya Marruecos.»
 
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nubarus
view post Posted on 24/11/2008, 19:13




CANTO V

De esa sombra me había separado,
y seguía los pasos de mi guía,
cuando detrás de mí, su dedo alzando,

una gritó: «iMirad, que no iluminan
los rayos a la izquierda del de abajo,
y cual vivo parece comportarse!»

Volví los ojos al oír aquello,
y los vi que miraban asombrados,
sólo a mí, y a la luz que interceptaba.

«¿Tú ánimo por qué se enreda tanto
‑dijo el maestro‑ que el andar retardas?
¿qué te importa lo que esos cuchichean?

Deja hablar a la gente y ven conmigo:
sé como aquella torre que no tiembla
nunca su cima aunque los vientos soplen;

pues aquel en quien bulle un pensamiento
sobre otro pensamiento, se extravía,
porque el fuego del uno ablanda al otro.»

¿Qué podía decir si no: « Ya voy»?
Díjelo, más cubriéndome el color
que digno de perdón al hombre vuelve.

Mientras tanto a través de la ladera
una gente venía hacia nosotros,
cantando el «Miserere», verso a verso.

Cuando notaron que ocasión no daba
de atravesar los rayos con mi cuerpo,
por un gran «Oh» cambiaron su cantiga;

y dos de ellos, en forma de emisarios,
corrieron hacia mí y me preguntaron:
«Haznos saber de vuestra condición»

Y mi maestro: «Bien podéis marcharos
y a aquellos que os mandaron referirles
que el cuerpo de éste es carne verdadera.

Si al contemplar su sombra se pararon,
como yo creo, baste la respuesta:
hacedle honor, que acaso os aproveche.»

Tan rápidos vapores encendidos
no vi rasgar el cielo en plena noche,
ni las nubes de agosto en el ocaso,

como aquellos a lo alto se volvieron,
y junto a los demás dieron la vuelta,
como un tropel sin freno hacia nosotros.

«Mucha es la gente que a nosotros viene,
y te quieren rogar ‑‑dijo el poeta‑:
mas sigue andando, y caminando escucha.»

«Oh alma que caminas con aquellos
miembros con que naciste, a ser dichoso,
‑se acercaban gritando‑ aquieta el paso.

Mira si a alguno de nosotros viste,
para que de él allí noticias lleves:
¡Ah!, ¿por qué sigues? ¡Ah!, ¿por qué no paras?

Todos muertos violentamente fuimos,
y hasta el último instante pecadores;
la luz del cielo entonces nos dio juicio

y, arrepentidos, perdonando, fuera
salimos de la vida en paz con Dios,
y el deseo de verle nos aflige.»

Y yo: «Por más que mire vuestros rostros
no os reconozco: mas si deseáis
algo que pueda hacer, buenos espíritus,

decidmelo y lo haré, por esa paz
que, detrás de los pasos de mi guía,
de mundo en mundo buscar se me hace.»

Y uno repuso: «Todos nos fiamos
de tus bondades sin que nos lo jures,
si es que tu voluntad no es impedida.

Por lo que yo que hablé antes que los otros,
te ruego, que si ves esa comarca
que está entre la Romaña y la de Carlos,

que de tus ruegos me hagas cortesía
en Fano, y que por mi bien se suplique,
y las graves ofensas purgar pueda.

Allí nací, mas los profundos huecos
por los que huyó la sangre en que vivía,
en tierras de Antenor me fueron hechos,

donde estar confiaba más seguro:
que lo mandó el de Este, pues me odiaba
más de lo que el derecho lo permite.

Pero si hacia la Mira hubiese huido,
cuando fui sorprendido en Oriaco,
aun estaría donde se respira.

Corrí al pantano, donde cieno y cañas
estorbaron mi paso y me caí;
y vi mi sangre en tierra hacer un lago.»

Luego otro dijo: «¡Ay, así el deseo
se cumpla que te trae a esta montaña,
con piedad bondadosa ayuda al mío!

Yo nací en Montefeltro, soy Bonconte;
Giovanna y los demás no me recuerdan,
y sigo a estos con la frente gacha.»

Y le dije: «¿qué fuerza o qué aventura
de Campaldino te llevó tan lejos
que tu sepulcro nunca se ha encontrado?»

«Oh ‑me repuso‑, al pie del Casentino
un agua corre que se llama Arquiano,
nace en los Apeninos, sobre el Ermo.

Donde su nombre ya no necesita,
llegué con una herida en la garganta,
huyendo a pie y ensangrentando el llano.

Allí perdí la vista, y mi palabra
terminó con el nombre de María,
y allí al caer mi carne quedó sola.

Te diré la verdad y tú a los vivos:
un ángel me cogió, y el del Infierno
gritaba: «Oh tú, el del Cielo, ¿por qué quieres

privarme de él, llevándote lo eterno,
porque una lagrimilla me lo quita?
mas yo tendré el gobierno de lo otro.»

«Bien sabes que en el aire se recoge
el húmedo vapor que se hace agua,
en cuanto sube donde encuentra el frío.

Llegó aquel mal querer, que males busca
con su sabiduría, y humo y viento
movió con el poder de que es dotado.

El valle entonces, cuando cayó el día,
se cubrió desde el monte a Protomagno
de niebla; y todo el cielo se nubló,

y el aire denso convirtióse en agua;
cayó la lluvia, y vino a los barrancos
toda la que la tierra no absorbía;

y como se juntara en torrenteras,
tan veloz en el rfo principal
cayó, que nada pudo retenerla.

Mi cuerpo helado, en donde desemboca
halló al soberbio Arquiano: y éste al Arno
lo arrastró, deshaciendo de mi pecho

la cruz que hiciera del dolor vencido;
me volteó en la orilla y en el fondo,
y me cubrió y ciñó con sus botines.»

«Ay, cuando al mundo regresado hayas,
y descansado de la larga ruta
‑siguió un tercer espíritu al segundo‑

recuerdame, soy Pía, me hizo Siena,
Maremma me deshizo: bien lo sabe
aquel que, luego de poner su anillo,
con su gema me había desposado.»
 
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sargatanas
view post Posted on 24/11/2008, 19:43




CANTO VI

Cuando se acaba el juego de la zara,
el perdedor se queda algo mohino
y triste aprende, repitiendo lances;

con el otro se va toda la gente;
cuál va delante, cuál detrás le agarra,
cuál a su lado quiere darle coba;

él no se para y los escucha a todos;
a quien tiende la mano, al fin le suelta;
y así de aquel gentío se ve libre.

Tal entre aquella turba me encontraba,
de aquí y de allá volviéndoles el rostro,
y prometiendo me soltaba de ellos.

Estaba el Aretino, quien del brazo
fiero de Ghin de Tacco halló la muerte,
y el otro que se ahogó yendo de caza.

Suplicaba, tendiéndome las manos,
Federico Novello, y el de Pisa
que hiciera parecer fuerte a Marzucco.

Vi al conde Orso y su alma separada
de su cuerpo por odio y por envidia,
como decia, y no por culpa alguna.

Pier de la Broccia digo; y que provea,
mientras que aún está aquí, la de Brabante
si con peor rebaño andar no quiere.

Cuando ya me libré de todas esas
sombras que suplicaban otras súplicas,
porque su salvación les llegue antes,

yo comencé: « Parece que me niegas
expresamente, oh luz, en algún texto
que aplaque la oración leyes del cielo;

y esta gente por ello sólo ruega:
¿es que vanas son pues sus esperanzas,
o es que no he comprendido bien tu texto?»

Y él me dijo: «Es sencilla mi escritura;
y en esperar ninguno se equivoca,
si con la mente clara bien se mira;

pues la cima del juicio no se allana
porque el fuego de amor cumpla en un punto
lo que satisfacer aquí se espera;

y allí donde hice tal afirmación,
no se enmendaba, por rezar, la culpa,
pues la oración de Dios estaba lejos.

No te fijes en dudas tan profundas
sino tan sólo en lo que diga aquella
que entre mente y la verdad alumbre.

No sé si entiendes: de Beatriz te hablo;
arriba la verás, sobre la cima
de este monte, dichosa y sonriendo.»

Y yo: «Señor, vayamos más aprisa,
que ya no estoy cansado como antes,
y ya veo que el monte arroja sombra.»

« Caminaremos mientras dure el día
‑él me repuso‑ el tiempo que podamos;
mas no es la cosa como la imaginas.

Antes de estar arriba, volverás
a ver aquel que oculta la ladera,
de modo que sus rayos ya no rompes.

Pero mira aquel alma que allá inmóvil,
completamente sola, nos contempla:
el camino más corto ha de mostrarnos.

Nos acercamos: ¡oh ánima lombarda
qué altiva y desdeñosa aparecías,
qué noble y lenta en el mover los ojos!

Ella no nos decía una palabra,
mas nos dejaba andar, sólo mirando
a guisa de león cuando reposa.

Mas Virgilio acercóse a él, pidiendo
que nos mostrase la mejor subida;
pero a su ruego nada respondió,

mas de nuestro país y nuestra vida
nos preguntó; y mi guía comenzaba
«Mantua...» y la sombra, toda en ella absorta,

vino hacia él del sitio en que se hallaba
diciendo: «¡Oh mantuano, soy Sordello,
soy de tu misma tierra!», y se abrazaron.

¡Ah esclava Italia, albergue de dolores,
nave sin timonel en la borrasca,
burdel, no soberana de provincias!

Aquel alma gentil tan prestamente,
sólo al oír el nombre de su tierra,
comenzó a festejar a su paisano,

y en ti ahora sin guerras no se hallan
tus vivos, y se muerden unos a otros,
los que un foso y un muro mismo encierran.

Busca, mísera, en torno de tus costas
tus playas, y después mira en el centro,
si alguna parte en ti de paz disfruta.

¿De qué vale que el freno te pusiera,
Justiniano, si nadie hay en la silla?
Menor fuera sin ése la vergüenza.

Ah gentes que debíais ser devotas,
y consentir al César en su trono,
si aquello que Dios manda comprendieseis,

esa fiera mirad cuán indomable,
por no ser corregida por la espuela,
al poner en las riendas vuestras manos.

¡Oh tú, tedesco Alberto, que la dejas
al verla tan salvaje y tan indómita,
y debiste apretarle los ijares,

caiga de las estrellas justo juicio
sobre tu sangre, y sea nuevo y claro,
tal que tu sucesor le tenga miedo!

Pues habéis consentido tú y tu padre,
por la codicia de eso distraídos,
que el jardín del imperio esté desierto.

Ven y vé a Capuletos y Montescos,
Filipeschos, Monaldos, ah, indolente,
esos ya tristes, y estos con recelos!

¡Ven, cruel, ven y vé la tirania
de tus nobles, y cura sus desmanes;
verás a Santaflora tan oscura!

Ven y contempla tu Roma llorando
viuda y sola, llamando noche y día:
« Oh mi César, por qué no me acompañas?»

¡Verás lo mucho que se quieren todos!
y si a piedad ninguna te movemos,
ven y tendrás vergüenza de tu fama.

Y si me es permitido, oh sumo Jove
que por nosotros en cruz te pusieron,
¿es que has vuelto los ojos a otra parte?

¿o te estás preparando, en el abismo
de tus designios, para hacer un bien
que se escapa del todo a nuestra mente?

Pues llenas de tiranos las ciudades
están de Italia toda, y un Marcelo
se vuelve cualquier ruin que entra en un bando.

Puedes estar contenta, ah, mi Florencia,
por esta digresión que no te alcanza,
pues se las sabe solventar tu pueblo.

La justicia en su pecho muchos guardan,
y, prudentes, disparan tarde el arco;
mas tu pueblo la tiene en plena boca.

Muchos rechazan cargos oficiales,
mas tu pueblo solícito responde
sin ser llamado, y grita: «iYo lo acepto!»

¡Alégrate, porque motivos tienes:
tú rica, tú con paz, y tú prudente!
De si digo verdad, están las muestras.

Las Atenas y Espartas, que inventaron
las viejas leyes tan civilizadas
del bien vivir, hicieron débil prueba

comparadas contigo, pues que haces
tan sutiles decretos, que a noviembre
los que hiciste en octubre nunca llegan.

Hasta donde recuerdo, ¿cuántas veces
leyes, monedas, hábitos y oficios,
has mudado, y cambiado de habitantes?

Y si te acuerdas bien y lo ves claro,
te verás semejante a aquella enferma
que no encuentra reposo sobre plumas,
mas dando vueltas calma sus dolores.
 
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104 replies since 6/2/2008, 01:33   13284 views
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