LA DIVINA COMEDIA, DANTE

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nubarus
view post Posted on 7/12/2008, 22:35




CANTO XIX

Apareció ante mí la bella imagen
con las alas abiertas, que formaban
las almas agrupadas en su dicha;

un rubí parecía cada una
donde un rayo de sol ardiera tanto,
que en mis ojos pudiera reflejarse.

Y lo que debo de tratar ahora
ni referido nunca fue, ni escrito,
ni concebido por la fantasía;

pues vi y también oí que hablaba el pico,
y que la voz decía «mío» y «yo»
y debía decir «nuestro» y «nosotros».

Y comenzó: «Por ser justo y piadoso
estoy aquí exaltado a aquella gloria
que vencer no se deja del deseo;

y dejé tan completa mi memoria
en la tierra, que abajo los malvados
aun sin seguir su ejemplo, la veneran.»

Como un solo calor de muchas brasas,
de entre muchos amores, de igual modo,
salía un solo son de aquella imagen.

Y entonces respondí. «Oh perpetuas flores
de la alegría eterna, que uno sólo
me hacéis aparecer vuestros aromas,

aclaradme, espirando, el gran ayuno
que largamente en hambre me ha tenido,
pues ningún alimento hallé en la tierra.

Bien sé que si en el cielo de otro reino
la justicia divina hace su espejo
veladamente el vuestro no la mira.

Sabéis que atentamente me: dispongo
a escucharos; sabéis cuál es la duda
que en ayunas me tuvo tanto tiempo.»

Como halcón al que quitan la capucha,
que mueve la cabeza y bate alas
ganas mostrando y haciéndose hermoso,

contemplé a aquella imagen, que con loas
a la divina gracia era formada,
con cantos que conoce el que lo goza.

Dijo después: «El que volvió el compás
hasta el confín del mundo, y dentro de éste
guardó lo manifiesto y lo secreto,

no podía imprimir su poderío
en todo el universo, de tal modo
que su verbo no fuese aún infinito.

Y esto confirma que el primer soberbio,
que de toda criatura fue la suma,
por no esperar la luz cayó inmaduro;

mostrando que cualquier naturaleza
menor, es sólo un corto receptáculo
del bien que no se acaba y no se mide.

Por lo cual nuestra vista, que tan sólo
ha salido de un rayo de la mente
de que todas las cosas están llenas,

no puede valer tanto por sí misma,
que no sepa que está mucho más lejos
su principio de lo que se le muestra.

Por eso en la justicia sempiterna
la vista que recibe vuestro mundo,
igual que el ojo por el mar, se adentra;

que, aunque en la orilla puede ver el fondo,
no lo ve en alta mar; y no está menos
allí, pero lo esconde el ser profundo.

No hay luz, si no procede de la calma
imperturbable; y fuera es la tiniebla,
o sombra de la carne, o su veneno.

Bastante ya te he abierto el escondrijo
que te escondía la justicia viva,
que con tanta frecuencia cuestionaste;

diciendo: "Un hombre nace en la ribera
del Indo, y no hay allí nadie que hable
de Cristo ni leyendo ni escribiendo;

y todos sus deseos y actos buenos,
por lo que entiende la razón del hombre,
están sin culpa en vida y en palabras.

Y muere sin la fe y sin el bautismo:
¿Dónde está la justicia al condenarle?
¿y dónde está su culpa si él no cree?"

¿Quién eres tú para querer sentarte
a juzgar a mil millas de distancia
con tu vista que sólo alcanza un palmo?

Cierto que quien conmigo sutiliza,
si sobre él no estuviera la Escritura,
su dudar llegaría hasta el asombro.

¡Oh animales terrenos! ¡Mentes zafias!
La voluntad primera, por sí buena,
de sí, que es sumo bien, nunca se mueve.

Sólo es justo lo que a ella se conforma:
ningún creado bien puede atraerla,
pero aquella, espiendiendo, los produce.»

Igual que sobre el nido vuela en círculos
tras cebar a sus hijos la cigüeña,
y como la contempla el ya cebado;

hizo así, y yo los ojos levanté,
esa bendita imagen, que las alas
movió impulsada por tantos espíritus.

Dando vueltas cantaba, y me decía:
«Lo mismo que mis notas, que no entiendes,
tal es el juicio eterno a los mortales.»

Al aquietarse las lucientes llamas
del Espíritu Santo, aún en el signo
que a Roma hizo temible en todo el mundo,

volvió a decir aquél: «No sube a este
reino, quien no creyera en Cristo, antes
o después de clavarle en el madero.

Mas sabe: muchos gritan "¡Cristo, Cristo!"
y estarán en el juicio menos prope
de aquel, que otros que a Cristo no conocen;

serán por el etíope afrentados
cuando los dos colegios se separen,
los para siempre ricos y los pobres.

¿A vuestros reyes qué dirán los persas
al contemplar abierto el libro donde
escritos se hallan todos sus pecados?

La que muy pronto moverá las plumas
y que devastará el reino de Praga,
de Alberto podrá verse entre las obras.

La pena podrá verse que en el Sena
causará, la moneda falseando,
quien por un jabalí hallará la muerte.

La insaciable soberbia podrá verse,
que al de Inglaterra y al de Escocia ciega,
sin poder aguantarse en sus fronteras.

Veráse la lujuria y vida muelle
de aquel de España y del de la Bohemia,
que ni supo ni quiso del valor.

Veráse al cojo de Jerusalén
su bondad señalada con la I,
y con la M el contrario señalado.

Veráse la avaricia y la vileza
de quien guardando está la isla del fuego,
donde Anquises su larga edad dejara;

en abreviadas letras su escritura
para dar a entender cuán poco vale,
que mucho anotarán en poco espacio.

Enseñará las obras indecentes
de su tío y su hermano, que una estirpe
tan egregia y dos tronos ensuciaron.

El que está en Portugal y el de Noruega
allí se encontrarán, y aquel de Rascia
que mal ha visto el cuño de Venecia.

¡Dichosa Hungría, si es que no se deja
mal conducir! ¡y dichosa Navarra,
si se armase del monte que la cerca!

Y creer se debiera como muestra
de esto, que Nicosia y Famagusta
se reprueban y duelen de su bestia,
que del lado de aquéllas no se aparta.
 
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nubarus
view post Posted on 7/12/2008, 23:07




CANTO XX

Cuando aquel que da luz al mundo entero
del hemisferio nuestro así desciende
que el día en todas partes se consuma,

el cielo, que aquél solo iluminaba,
súbitamente vuelve a hacerse claro,
con muchas luces, que a una reflejan.

Recordé este fenómeno celeste,
cuando calló aquel símbolo del mundo
y de sus jefes su bendito pico;

pues que todas aquellas vivas luces
entonaron, luciendo aún más, cantigas
que se han borrado ya de mi memoria.

¡Oh dulce amor que de risa te envuelves,
qué ardiente en esos sistros te mostrabas,
de santos pensamientos inspirados!

Cuando las caras y lucientes piedras
de las que vi enjoyado el sexto cielo
sus angélicos sones terminaron,

creí escuchar el murmurar de un río
que claro baja de una roca en otra,
mostrando la abundancia de su fuente.

Y como el son del cuello de la cítara
toma forma, y así del orificio
de la zampoña por donde entra el viento,

de igual manera, sin tardanza alguna,
por el cuello del águila el murmullo
subió, cual si estuviese perforado.

Allí se tornó voz, y por el pico
salió en palabras, como lo esperaba
mi corazón, en donde las retuve.

«La parte en mí que ve y que al sol resiste
siendo águila mortal ‑me dijo entonces-
ahora debes mirar atentamente,

pues de los fuegos que hacen mi figura,
esos por los que brillan mis pupilas,
son los más excelentes de entre todos.

Ese que en medio luce como el iris,
fue el gran cantor del Espíritu Santo,
que el arca trasladó de pueblo en pueblo:

ahora sabe ya el mérito del canto,
en cuanto efecto fue de su deseo,
por el pago que le ha correspondido.

De los cinco del arco de mis cejas,
quien del pico se encuentra más cercano,
consoló a aquella viuda por su hijo:

ahora sabe lo caro que resulta
el no seguir a Cristo, conociendo
esta vida tan dulce y su contraria.

Y aquel que sigue en la circunferencia
que te digo, en lo más alto del arco,
con penitencias aplazó su muerte:

ahora sabe que el juicio sempiterno
no cambia, aun cuando dignas oraciones
de lo de hoy abajo hace mañana.

El que sigue, conmigo y con las leyes,
bajo buena intención que dio mal fruto,
por ceder al pastor se tornó griego:

ahora sabe que el mal que ha derivado
de aquel buen proceder, no le es dañoso
aunque por ello el mundo se destruya.

Y aquel que está donde el arco desciende,
fue Guillermo, a quien llora aquella tierra
que a Federico y Carlos ahora sufre:

ahora sabe en qué modo se enamora
de un justo rey el cielo, y en el brillo
de su semblante así lo manifiesta.

¿Quién creería en el mundo en que se yerra
que el troyano Rifeo en este arco
fuese la quinta de las santas luces?

Ahora ya sabe más de eso que el mundo
no puede ver de la divina gracia,
aunque su vista el fondo no discierna.»

Como la alondra que vuela en el aire
cantando, y luego calla satisfecha
de la última dulzura que la sacia,

tal pareció la imagen del emblema
del eterno poder, a cuyo gusto
todas las cosas adquieren su ser.

Y aunque yo con mis dudas casi fuese
cristal con el color que le recubre,
no pude estar callado mucho tiempo,

mas por la boca: «¿Qué cosas son éstas?»
me impulsó a echar la fuerza de su peso:
por lo cual vi destellos de alegría.

Y luego, con la vista más ardiente,
aquel bendito signo me repuso
para que yo saliera de mi asombro:

«Ya veo que estas cosas has creído
pues yo lo digo, mas no ves las causas;
y te están, aun creyéndolas, ocultas.

Haces como ése que sabe de nombre
las cosas, pero si otros no le explican
su sustancia, él no puede conocerla.

Regnum caelorum sufre la violencia
de ardiente amor y de viva esperanza,
que vencen la divina voluntad:

no como el hombre al hombre sobrepuja,
mas la vencen pues quiere ser vencida,
y con su amor, así vencida, vence.

La primer alma y quinta de las cejas
ha causado tu asombro, pues las ves
pintando las angélicas regiones.

No dejaron sus cuerpos, como piensas,
gentiles, mas cristianos, con fe firme
en los pies por clavar o ya clavados.

Pues una del infierno, donde nunca
se vuelve al buen querer, tornó a los huesos;
y esto fue en premio de esperanza viva:

de una viva esperanza que dio fuerzas
a la súplica a Dios de revivirle,
para poder corregir su deseo.

El alma gloriosa de que hablo,
vuelta a la carne, en la que estuvo un poco,
creyó en aquel que podía ayudarla;

y creyendo encendióse en tanto fuego
de verdadero amor, que en su segunda
muerte, fue digna de estas alegrías.

La otra, por gracia que de tan profunda
fuente destila, que nadie ha podido
ver su vena primera con los ojos,

puso todo su amor en la justicia:
y así, pues, Dios le abrió, de gracia en gracia
la vista a la futura redención;

y él en ella creyó, y no toleraba
la peste de su antiguo paganismo;
y reprendía a las gentes perversas.

Las tres mujeres que viste en la rueda
derecha le sirvieron de bautismo,
antes del bautizar más de un milenio.

¡Oh predestinación, cuán alejada
se encuentra tu raíz de aquellos ojos
que la causa primera no ven tota!

Y vosotros mortales, sed prudentes
juzgando: pues nosotros, que a Dios vemos,
aún no sabemos todos los que elige;

y nos es dulce ignorar estas cosas,
y nuestro bien en este bien se afina,
pues lo que Dios desea, deseamos.»

Por la divina imagen de este modo,
para aclarar mi vista tan escasa,
me fue dada suave medicina.

Y como a un buen cantor buen citarista
hace seguir el pulso de las cuerdas,
por lo que aún más placer adquiere el canto,

así, mientras hablaba, yo recuerdo
que vi a los dos benditos resplandores,
igual que el parpadeo se concuerda,
llamear al compás de las palabras.
 
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nubarus
view post Posted on 8/12/2008, 06:03




CANTO XXI

Volví a fijar mis ojos en el rostro
de mi dama, y mi espíritu con ellos,
de cualquier otro asunto retirado.

No se reía; mas «Si me riese
‑dijo‑ te ocurriría como cuando
fue Semele en cenizas convertida:

pues mi belleza, que en los escalones
del eterno palacio más se acrece,
como has podido ver, cuanto más sube,

si no la templo, tanto brillaría
que tu fuerza mortal, a sus fulgores,
rama sería que el rayo desgaja.

Al séptimo esplendor hemos subido,
que bajo el pecho del León ardiente
con él irradia abajo su potencia.

Fija tu mente en pos de tu mirada,
y haz de aquélla un espejo a la figura
que te ha de aparecer en este espejo.»

Quien supiese cuál era la delicia
de mi vista mirando el santo rostro,
al poner mi atención en otro asunto,

sabría de qué forma me era grato
obedecer a rrú celeste escolta,
si un placer con el otro parangono.

En el cristal que tiene como nombre,
rodeando el mundo, el de su rey querido
bajo el que estuvo muerta la malicia,

de color de oro que el rayo refleja
contemplé una escalera que subía
tanto, que no alcanzaba con la vista.

Vi también que bajaba los peldaños
tanto fulgor, que pensé que la luz
toda del cielo allí se difundiera.

Y como, por su natural costumbre,
juntos los grajos, al romper del día,
se mueven calentando su plumaje;

después unos se van y ya no vuelven;
otros toman al sitio que dejaron,
y los demás se quedan dando vueltas;

me parecio que igual aconteciese
en aquel destellar que junto vino,
al llegar y pararse en cierto tramo.

Y aquel que más cercano se detuvo,
era tan luminoso, que me dije:
«Bien conozco el amor que me demuestras.

Mas aquella en que espero el cómo y cuándo
callar o hablar, estáse quieta; y yo
bien hago y, aunque quiero, no pregunto.»

Por lo cual ella, viendo en mi silencio,
con el ver de quien puede verlo todo,
me dijo: «Aplaca tu ardiente deseo.»

Y yo comencé así. «Mis propios méritos
de tu respuesta digno no me hacen;
mas por aquella que hablar me permite,

alma santa que te hallas escondida
dentro de tu alegría, haz que yo sepa
por qué de mí te has puesto tan cercana;

y por qué en esta rueda se ha callado
la dulce sinfonía de los cielos,
que tan piadosa en las de abajo suena.»

«Mortal tienes la vista y el oído,
por eso no se canta aquí –repuso-
al igual que Beatriz no tiene risa.

Por la santa escalera he descendido
únicamente para recrearte
con la voz y la luz que me rodea;

mayor amor más presta no me hizo,
que tanto o más amor hierve allá arriba,
tal como el flamear te manifiesta.

Mas la alta caridad, que nos convierte
en siervas de aquel que el mundo gobierna
aquí nos destinó, como estás viendo.»

«Bien veo, sacra lámpara, que un libre
amor ‑le dije basta en esta corte
para seguir la eterna providencia;

mas no puedo entender tan fácilmente
por qué predestinada sola fuiste
tú a este encargo entre todas las restantes.»

Aun antes de acabar estas palabras,
hizo la luz un eje de su centro,
dando vueltas veloz como una rueda;

luego dijo el amor que estaba dentro:
«Desciende sobre mí la luz divina,
en ésta en que me envientro penetrando,

la cual virtud, unida a mi intelecto,
tanto me eleva sobre mí, que veo
la suma esencia de la cual procede.

De allí viene esta dicha en la que ardo;
puesto que a mi visión, que es ya tan clara,
la claridad de la llama se añade.

Pero el alma en el cielo más radiante,
el serafín que más a Dios contempla,
no podrá responder a tu pregunta,

porque se oculta tanto en el abismo
del eterno decreto lo que quieres,
que al creado intelecto se le esconde.

Y al mundo de los hombres, cuando vuelvas,
contarás esto, a fin que no pretenda
a una tan alta meta dirigirse.

La mente, que aquí luce, en tierra humea;
así que piensa cómo allí podrá
lo que no puede aun quien acoge el cielo.»

Tan terminantes fueron sus palabras
que dejé aquel asunto, y solamente
humilde pregunté por su persona.

«Álzanse entre las costas italianas
montes no muy lejanos de tu tierra,
tanto que el trueno suena más abajo,

y un alto forman que se llama Catria,
bajo el cual hay un yermo consagrado
para adorar dispuesto únicamente.»

Por vez tercera dijo de este modo;
y, siguiendo, después me dijo: «Allí
tan firme servidor de Dios me hice,

que sólo con verduras aliñadas
soportaba los fríos y calores,
alegre en el pensar contemplativo.

Dar solía a estos cielos aquel claustro
muchos frutos; mas ahora está vacío,
y pronto se pondrá de manifiesto.

Yo fui Pedro Damián en aquel sitio,
y Pedro Pecador en la morada
de nuestra Reina junto al mar Adriático.

Cuando ya me quedaba poca vida,
a la fuerza me dieron el capelo,
que de malo a peor ya se transmite.

Vino Cefas y vino el Santo Vaso
del Espíritu, flacos y descalzos,
tomando en cualquier sitio la comida.

Los modernos pastores ahora quieren
que les alcen la cola y que les lleven,
tan gordos son, sujetos a los lados.

Con mantos cubren sus cabalgaduras,
tal que bajo una piel marchan dos bestias:
¡Oh paciencia que tanto soportas!

Al decir esto vi de grada en grada
muchas llamas bajando y dando vueltas,
y a cada giro estaban más hermosas.

Se detuvieron al lado de ésta,
y prorrumpieron en clamor tan alto,
que aquí nada podría asemejarse;
ni yo lo oí; tan grande fue aquel trueno.
 
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sargatanas
view post Posted on 8/12/2008, 11:35




CANTO XXII

Presa del estupor, hacia mi guía
me volví, como el niño que se acoge
siempre en aquella en que más se confía;

y aquélla, como madre que socorre
rápido al hijo pálido y ansioso
con esa voz que suele confortarlo,

dijo: «¿No sabes que estás en el cielo?
y ¿no sabes que el cielo es todo él santo,
y de buen celo viene lo que hacemos?

Cómo te habría el canto trastornado,
y mi sonrisa, puedes ver ahora,
puesto que tanto el gritar te conmueve;

y si hubieses su ruego comprendido,
en él conocerías la venganza
que podrás ver aún antes de que mueras.

La espada de aquí arriba ni deprisa
ni tarde corta, y sólo lo parece
a quien teme o desea su llegada.

Mas dirígete ahora hacia otro lado;
que verás muchas almas excelentes,
si vuelves la mirada como digo.»

Como ella me indicó, volví los ojos,
y vi cien esferitas, que se hacían
aún más hermosas con sus mutuos rayos.

Yo estaba como aquel que se reprime
la punta del deseo, y no se atreve
a preguntar, porque teme excederse;

y la mayor y la más encendida
de aquellas perlas vino hacia adelante,
para dejar satisfechas mis ganas.

Dentro de ella escuché luego: «Si vieses
la caridad que entre nosotras arde,
lo que piensas habrías expresado.

Mas para que, esperando, no demores
el alto fin, habré de responderte
al pensamiento sólo que así guardas.

El monte en cuya falda está Cassino
estuvo ya en su cima frecuentado
por la gente engañada y mal dispuesta;

y yo soy quien primero llevó arriba
el nombre de quien trajo hasta la tierra
esta verdad que tanto nos ensalza;

y brilló tanta gracia sobre mí,
que retraje a los pueblos circundantes
del culto impío que sedujo al mundo.

Los otros fuegos fueron todos hombres
contemplativos, de ese ardor quemados
del que flores y frutos santos nacen.

Está Macario aquí, y está Romualdo,
y aquí están mis hermanos que en los claustros
detuvieron sus almas sosegadas.

Y yo a él: «El afecto que al hablarme
demuestras y el benévolo semblante
que en todos vuestros fuegos veo y noto,

de igual modo acrecientan mi confianza,
como hace al sol la rosa cuando se abre
tanto como permite su potencia.

Te ruego pues, y tú, padre, concédeme
si merezco gracia semejante,
que pueda ver tu imagen descubierta.»

Y aquél: «Hermano, tu alto deseo
ha de cumplirse allí en la última esfera,
donde se cumplirán todos y el mío.

Allí perfectos, maduros y enteros
son los deseos todos; sólo en ella
cada parte está siempre donde estaba,

pues no tiene lugar, ni tiene polos,
y hasta aquella conduce esta escalera,
por lo cual se te borra de la vista.

Hasta allá arriba contempló el patriarca
Jacob que ella alcanzaba con su extremo,
cuando la vio de ángeles colmada.

Mas, por subirla, nadie aparta ahora
de la tierra los pies, y se ha quedado
mi regla para gasto de papel.

Los muros que eran antes abadías
espeluncas se han hecho, y las cogullas
de mala harina son talegos llenos.

Pero la usura tanto no se alza
contra el placer de Dios, cuanto aquel fruto
que hace tan loco el pecho de los monjes;

que aquello que la Iglesia guarda, todo
es de la gente que por Dios lo pierde;
no de parientes ni otros más indignos.

Es tan blanda la carne en los mortales,
que allá abajo no basta un buen principio
para que den bellotas las encinas.

Sin el oro y la plata empezó Pedro,
y con ayunos yo y con oraciones,
y su orden Francisco humildemente;

y si el principio ves de cada uno,
y miras luego el sitio al que han llegado,
podrás ver que del blanco han hecho negro.

En verdad el Jordán retrocediendo,
más fue, y el mar huyendo, al Dios mandarlo,
admirable de ver, que aquí el remedio.»

Así me dijo, y luego fue a reunirse
con su grupo, y el grupo se juntó;
después, como un turbión, voló hacia arriba.

Mi dulce dama me impulsó tras ellos
por la escalera sólo con un gesto,
venciendo su virtud a mi natura;

y nunca aquí donde se baja y sube
por medios naturales, hubo un vuelo
tan raudo que a mis alas se igualase.

Así vuelva, lector, a aquel devoto
triunfo por el cual lloro con frecuencia
mis pecados y el pecho me golpeo,

puesto y quitado en tanto tú no habrías
del fuego el dedo, en cuanto vi aquel signo
que al Toro sigue y dentro de él estuve.

Oh gloriosas estrellas, luz preñada
de gran poder, al cual yo reconozco
todo, cual sea, que mi ingenio debo,

nacía y se escondía con vosotras
de la vida mortal el padre, cuando
sentí primero el aire de Toscana;

y luego, al otorgarme la merced
de entrar en la alta esfera en que girais,
vuestra misma region me cupo en suerte.

Con devoción mi alma ahora os suspira,
para adquirir la fuerza suficiente
en este fuerte paso que la espera.

«Ya de la salvación están tan cerca
‑me dijo Beatriz‑‑ que deberías
tener los ojos claros y aguzados;

por lo tanto, antes que tú más te enelles,
vuelve hacia abajo, y mira cuántos mundos
debajo de tus pies ya he colocado;

tal que tu corazón, gozoso cuanto
pueda, ante las legiones se presente
que alegres van por el redondo éter.»

Recorrí con la vista aquellas siete
esferas, y este globo vi en tal forma
que su vil apariencia me dio risa;

y por mejor el parecer apruebo
que lo tiene por menos; y el que piensa
en el otro, de cierto es virtuoso.

Vi encendida a la hija de Latona
sin esa sombra que me dio motivo
de que rara o que densa la creyera.

El rostro de tu hijo, Hiperïón,
aquí afronté, y vi cómo se mueven,
cerca y en su redor Maya y Dïone.

Y se me apareció el templar de Júpiter
entre el padre y el hijo: y vi allí claro
las variaciones que hacen de lugares;

y de todos los siete puede ver
cuán grandes son, y cuánto son veloces,
y la distancia que existe entre ellos.

La era que nos hace tan feroces,
mientras con los Gemelos yo giraba,
vi con sus montes y sus mares; luego
volví mis ojos a los ojos bellos.
 
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nubarus
view post Posted on 8/12/2008, 14:22




CANTO XXIII

Igual que el ave, entre la amada fronda,
que reposa en el nido entre sus dulces
hijos, la noche que las cosas vela,

que, por ver los objetos deseados
y encontrar alimento que les nutra
‑una dura labor que no disgusta‑,

al tiempo se adelanta en el follaje,
y con ardiente afecto al sol espera,
mirando fijo a donde nace el alba;

así erguida se hallaba mi señora
y atenta, dirigiéndose hacia el sitio
bajo el que el sol camina más despacio:

y viéndola suspensa, ensimismada,
me puse como aquel que deseando
algo que quiere, se calma en la espera.

Mas poco fue del uno al otro instante
de que esperara, digo, y de que viera
que el cielo más y más resplandecía;

Y Beatriz dijo: «¡Mira las legiones
del tyiunfo de Cristo y todo el fruto
que recoge el girar de estas esferas!»

Pareció que le ardiera todo el rostro,
y tanta dicha llenaba sus ojos,
que es mejor que prosiga sin decirlo.

Igual que en los serenos plenilunios
con las eternas ninfas Trivia ríe
que coloran el cielo en todas partes,

vi sobre innumerables luminarias
un sol que a todas ellas encendía,
igual que el nuestro a las altas estrellas;

y por la viva luz transparecía
la luciente sustancia, tan radiante
a mi vista, que no la soportaba.

¡Oh Beatriz, mi guía dulce y cara!
Ella me dijo: «Aquello que te vence
es virtud que ninguno la resiste.

Allí están el poder y la sapiencia
que abrieron el camino entre la tierra
y el cielo, tanto tiempo deseado.»

Cual fuego de la nube se desprende
por tanto dilatarse que no cabe,
y contra su natura cae a tierra,

mi mente así, después de aquel manjar,
hecha más grande salió de sí misma,
y recordar no sabe qué se hizo.

«Los ojos abre y mira cómo soy;
has contemplado cosas, que te han hecho
capaz de sostenerme la sonrisa.»

Yo estaba como aquel que se resiente
de una visión que olvida y que se ingenia
en vano a que le vuelva a la memoria,

cuando escuché esta invitación, tan digna
de gratitud, que nunca ha de borrarse
del libro en que el pasado se consigna.

Si ahora sonasen todas esas lenguas
que hicieron Polimnía y sus hermanas
de su leche dulcísima más llenas,

en mi ayuda, ni un ápice dirían
de la verdad, cantando la sonrisa
santa y cuánto alumbraba al santo rostro.

Y así al representar el Paraíso,
debe saltar el sagrado poema,
como el que halla cortado su camino.

Mas quien considerase el arduo tema
y los humanos hombros que lo cargan,
que no censure si tiembla debajo:

no es derrotero de barca pequeña
el que surca la proa temeraria,
ni para un timonel que no se exponga.

«¿Por qué mi rostro te enamora tanto,
que al hermoso jardín no te diriges
que se enflorece a los rayos de Cristo?

Este es la rosa en que el verbo divino
carne se hizo, están aquí los lirios
con cuyo olor se sigue el buen sendero.»

Así Beatriz; y yo, que a sus consejos
estaba pronto, me entregué de nuevo
a la batalla de mis pobres ojos.

Como a un rayo de sol, que puro escapa
desgarrando una nube, ya un florido
prado mis ojos, en la sombra, vieron;

vi así una muchedumbre de esplendores,
desde arriba encendidos por ardientes
rayos, sin ver de dónde procedían.

¡Oh, benigna virtud que así los colmas,
para darme ocasión a que te viesen
mis impotentes ojos, te elevaste!

El nombre de la flor que siempre invoco
mañana y noche, me empujó del todo
a la contemplación del mayor fuego;

y cuando reflejaron mis dos ojos
el cuál y el cuánto de la viva estrella
que vence arriba como vence abajo,

por entre el cielo descendió una llama
que en círculo formaba una corona
y la ciñó y dio vueltas sobre ella.

Cualquier canción que tenga más dulzura
aquí abajo y que más atraiga al alma,
semeja rota nube que tronase,

si al son de aquella lira lo comparo
que al hermoso zafiro coronaba
del que el más claro cielo se enzafira.

«Soy el amor angélico, que esparzo
la alta alegría que nace del vientre
que fue el albergue de nuestro deseo;

y así lo haré, reina del cielo, mientras
sigas tras de tu hijo, y hagas santa
la esfera soberana en donde habitas.»

Así la melodía circular
decía, y las restantes luminarias
repetían el nombre de María.

El real manto de todas las esferas
del mundo, que más hierve y más se aviva
al aliento de Dios y a sus mandatos,

tan encima tenía de nosotros
el interno confín, que su apariencia
desde el sitio en que estaba aún no veía:

y por ello mis ojos no pudieron
seguir tras de esa llama coronada
que se elevó a la par que su simiente.

Y como el chiquitín hacia la madre
alarga, luego de mamar, los brazos
por el amor que afuera se le inflama,

los fulgc>res arriba se extendieron
con sus penachos, tal que el alto afecto
que a María tenían me mostraron.

Permanecieron luego ante mis ojos
Regina caeli, cantando tan dulce
que el deleite de mí no se partía.

¡Ah, cuánta es la abundancia que se encierra
en las arcas riquísimas que fueron
tan buenas sembradoras aquí abajo!

Allí se vive y goza del tesoro
conseguido llorando en el destierro
babilonio, en que el oro desdeñaron.

Allí trïunfa, bajo el alto Hijo
de María y de Dios, de su victoria,
con el antiguo y el nuevo concilio
el que las llaves de esa gloria guarda.
 
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satanas1
view post Posted on 8/12/2008, 21:27




CANTO XXIV

«Oh compañía electa a la gran cena
del bendito Cordero, el cual os nutre
de modo que dais siempre saciadas,

si por gracia de Dios éste disfruta
de aquello que se cae de vuestra mesa,
antes de que la muerte el tiempo agote,

estar atentos a su gran deseo
y refrescarle un poco: pues bebéis
de la fuente en que mana lo que él piensa.»

Así Beatriz; y las gozosas almas
se hicieron una esfera en polos fijos,
llameando, al igual que los cometas.

Y cual giran las ruedas de un reloj
así que, a quien lo mira, la primera
parece quieta, y la última que vuela;

así aquellas coronas, diferente-
mente danzando, lentas o veloces,
me hacían apreciar sus excelencias.

De aquella que noté más apreciada
vi que salía un fuego tan dichoso,
que de más claridad no hubo ninguno;

y tres veces en torno de Beatriz
dio vueltas con un canto tan divino,
que mi imaginación no lo repite.

Y así salta mi pluma y no lo escribo:
pues la imaginativa, a tales pliegues,
no ya el lenguaje, tiene un color burdo.

«¡Oh Santa hermana mía que nos ruegas
devota, por tu afecto tan ardiente
me he separado de esa hermosa esfera.»

Tras detenerse, aquel bendito fuego,
dirigió a mi señora sus palabras,
que hablaron en la forma que ya he dicho.

Y ella: «Oh luz sempiterna del gran hombre
a quien Nuestro Señor dejó las llaves,
que él llevó abajo, de esta ingente dicha,

sobre cuestiones serias o menudas,
a éste examina en torno de esa fe,
por lo cual sobre el mar tú caminaste.

Si él ama bien, y bien cree y bien espera,
no se te oculta, pues la vista tienes
donde se ve cualquier cosa pintada,

pero como este reino ha hecho vasallos
por la fe verdadera, es oportuno
que la gloríe más, hablando de ella.»

Tal como el bachiller se arma y no habla
hasta que hace el maestro la pregunta,
argumentando, mas sin definirla,

yo me armaba con todas mis razones,
mientras ella le hablaba, preparado
a tal cuestionador y a tal examen.

«Di, buen cristiano, y hazlo sin rodeos:
¿qué es la fe?» Por lo cual alcé la frente
hacia la luz que dijo estas palabras;

luego volví a Beatriz, y aquella un presto
signo me hizo de que derramase
afuera el agua de mi fuente interna.

«La gracia que me otorga el confesarme
‑le dije con el alto primopilo,
haga que bien exprese mis conceptos.»

Y luego: «Cual la pluma verdadera
lo escribió, padre, de tu caro hermano
que contigo fue guía para Roma,

fe es la sustancia de lo que esperamos,
y el argumento de las invisibles;
pienso que ésta es su esencia verdadera.»

Entonces escuché: «Bien lo has pensado,
si comprendes por qué entre las sustancias,
luego en los argumentos la coloca.»

Y respondí: «Las cosas tan profundas
que aquí me han ofrecido su apariencia,
están a los de abajo tan ocultas,

que sólo está su ser en la creencia,
sobre la cual se funda la esperanza;
y por ello sustancia la llamamos.

Y de esto que creemos es preciso
silogizar, sin más pruebas visibles:
por ello la llamamos argumento.»

Escuché entonces: «Si cuanto se adquiere
por la doctrina abajo, así entendierais,
no cabría el ingenio del sofista.»

Así me dijo aquel amor ardiente;
luego añadió: «Muy bien has sopesado
el peso y la aleación de esta moneda;

mas dime si la llevas en la bolsa.»
«Sí ‑dije , y tan brillante y tan redonda,
que en su cuño no cabe duda alguna.»

Luego salió de la luz tan profunda
que allí brillaba: «Esta preciosa gema
que de toda virtud es fundamento,

¿de dónde te ha venido?» Y yo: «Es la lluvia
del Espíritu Santo, difundida
sobre viejos y nuevos pergaminos,

el silogismo que esto me confirma
con agudeza tal, que frente a ella
cualquier demostración parece obtusa.»

Y después escuché: «¿La antigua y nueva
proposición que así te han convencido
por qué las tienes por habla divina?»

Y yo: «Me lo confirman esas obras
que las siguieron, a las que natura
ni bate el yunque ni calienta el hierro.»

«Dime ‑me respondió‑ ¿quién te confirma
que hubiera aquellas obras? Pues el mismo
que lo quiere probar, sin más, lo jura.»

Si el mundo al cristianismo se ha inclinado,
‑le dije sin milagros, esto es uno
aún cien veces más grande que los otros:

pues tú empezaste pobre y en ayunas
en el campo a sembrar la planta buena
que fue antes vid y que ahora se ha hecho zarza.»

Esto acabado, la alta y santa corte
cantó por las esferas: «Dio Laudamo»
con esas notas que arriba se cantan.

Y aquel varón que así de rama en rama,
examinando, me había llevado,
cerca ya de los últimos frondajes,

volvió a decir: «La Gracia que enamora
tu mente, ha hecho que abrieras la boca
hasta aquí como abrirse convenía,

de tal forma que apruebo lo que has dicho;
mas explicar qué crees debes ahora,
y de dónde te vino la creencia.»

«Santo padre, y espíritu que ves
aquello en que creíste, de tal modo,
que al más joven venciste hacia el sepulcro,

tú quieres ‑‑comencé‑ que manifieste
aquí la forma de mi fe tan presta,
y también su motivo preguntaste.

Y te respondo: creo en un Dios solo
y eterno, que los cielos todos mueve
inmóvil, con amor y con deseo;

y a tal creer no tengo sólo prueba
física o metafísica, también
me la da la verdad, que aquí nos llueve

por Moisés, por profetas y por salmos,
y por el Evangelio y por vosotros
que con ardiente espíritu escribisteis;

y creo en tres personas sempiternas,
y en una esencia que es tan una y trina,
que el "son" y el "es" admite a un mismo tiempo.

Con la profunda condición divina
que ahora toco, la mente me ha sellado
la doctrina evangélica a menudo.

Aquí comienza todo, esta es la chispa
que en vivaz llama luego se dilata,
y brilla en mí cual en el cielo estrella.»

Como el señor que escucha algo agradable,
después abraza al siervo, complacido
por la noticia, cuando aquél se calla;

de este modo, cantando, me bendijo,
ciñéndome tres veces al callarme,
la apostólica luz, que me hizo hablar:
¡tanto le complacieron mis palabras!
 
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nubarus
view post Posted on 8/12/2008, 21:59




CANTO XXV

Si sucediera que el sacro poema
en quien pusieron mano tierra y cielo,
y me ha hecho enflaquecer por muchos años,

venciera la crueldad que me ha exiliado
del bello aprisco en el que fui cordero,
de los hostiles lobos enemigo;

con otra voz entonces y cabellos,
poeta volveré, y sobre la fuente
de mi bautismo habrán de coronarme;

porque en la fe, que hace que conozcan
a Dios las almas, aquí vine, y luego
Pedro mi frente rodeó por ella.

Después vino una luz hacia nosotros
de aquella esfera de la que salió
el primer sucesor que dejó Cristo;

y mi Señora llena de alegría
me dijo: «Mira, mira ahí al barón
por quien abajo visitan Galicia.»

Tal como cuando el palomo se pone
junto al amigo, y uno y otro muestra
su amistad, al girar y al arrullarse;

así yo vi que el uno al otro grande
príncipe glorïoso recibía,
loando el pasto que allí se apacienta.

Mas concluyendo ya los parabienes,
callados coram me se detuvieron,
tan ígneos que la vista me vencían.

Entonces dijo Beatriz riendo:
«Oh ínclita alma por quien se escribiera
la generosidad de esta basílica,

haz que resuene en lo alto la esperanza:
puedes, pues tantas veces la has mostrado,
cuantas jesús os prefirió a los tres.»

«Alza el rostro y sosiega, pues quien viene
desde el mundo mortal hasta aquí arriba,
en nuestros rayos debe madurarse.»

Este consuelo del fuego segundo
me vino; y yo miré a aquellos dos montes
que me abatieron antes con su peso.

«Pues nuestro emperador te ha concedido
que antes de muerto puedas con sus condes
avistarte en la sala más secreta,

y viendo la verdad de este palacio,
la esperanza, que abajo os enamora,
a ti y a otros pueda consolaros,

dime qué es, y di cómo florece
en tu mente: y de dónde te ha venido.»
Así continuó la luz segunda.

Y la piadosa que guió las plumas
de mis alas a vuelo tan cimero,
previno de este modo mi respuesta:

«La iglesia militante hijo ninguno
tiene que más espere, como escrito
está en el sol que alumbra nuestro ejército:

por eso le otorgaron que de Egipto
venga a Jerusalén para que vea,
antes de concluir en su milicia.

Los otros puntos, que no por saber
le preguntaste, mas para que muestre
lo mucho que te place esta virtud,

a él se los dejo, pues que son sencillos
y no se jactará; que él os responda,
y esto merezca la divina gracia.»

Como el alumno que al doctor secunda
pronto y con gusto en eso que es experto,
para que se demuestre su valía.

«La esperanza ‑repuse es cierta espera
de la gloria futura, que produce
la gracia con el mérito adquirido.

Muchas estrellas me han dado esta luz;
mas quien primero la infundió en mi pecho
fue el supremo cantor del rey supremo.

"Que esperen en ti ‑‑dice en su divino
cántico‑ los que saben de tu nombre":
¿quién que tenga mi fe no lo conoce?

Y con su inspiración tú me inspiraste
con tu carta después; y ahora estoy lleno,
y en los otros revierto vuestra lluvia.»

Dentro del vivo seno, cuando hablaba,
de aquel incendio tremolaba un fuego
raudo y súbito a modo de relámpago.

Luego dijo: «El amor en que me inflamo
aún por la virtud que me ha seguido
hasta el fin del combate y el martirio,

aún quiere que te hable, pues te gozas
con ella, y me complace que me digas
qué es lo que la esperanza te promete.»

Y yo: «Los nuevos y los viejos textos
fijan la meta, y esto me lo indica,
de quien desea ser de Dios amigo.

Dice Isaías que todos vestidos
en su patria estarán con dobles vestes:
¿y es que esta dulce vida no es su patria?

Y tu hermano de forma aún más patente,
al hablar de las blancas vestiduras,
esta revelación nos manifiesta.

Y primero, después de estas palabras,
«Sperent in te» se oyó sobre nosotros;
y replicaron todos los benditos.

Luego tras esto se encendió una luz
tal que, si en Cáncer tal fulgor hubiese,
sólo un día sería el mes de invierno.

Y como se alza y va y entra en el baile
una cándida virgen, para honrar
a la novicia, y no por vanagloria,

así vi yo al encendido esplendor
acercarse a los dos que daban vueltas
al ritmo que su ardiente amor marcaba.

Se ajustó allí a su canto y a su rueda;
y atenta los miraba mi señora,
como una esposa inmóvil y callada.

«Es éste quien yaciera sobre el pecho
de nuestro pelicano, y éste fue
desde la cruz propuesto al gran oficio.»

Dijo así mi señora; mas por esto
su vista no dejó de estar atenta
despues como antes de que hubiera hablado.

Como es aquel que mira y que pretende
ver eclipsarse el sol por un momento,
y que, por ver, no vidente se vuelve

con el último fuego hice lo mismo
hasta que se me dijo: «¿Por qué ciegas
para ver una cosa que no existe?

Mi cuerpo es tierra en tierra, y lo será
con todos los demás, hasta que el número
al eterno propósito se iguale.

Con las dos vestes en el santo claustro
sólo están las dos luces que ascendieron;
y esto habrás de decir en vuestro mundo.»

Con esta voz el inflamado giro
se detuvo y con él la mezcolanza
que se formaba del sonido triple,

como para evitar riesgo o fatiga,
los remos que en el agua golpeaban,
todos se aquietan al sonar de un silbo.

¡Qué grande fue mi turbación entonces,
al volverme a Beatriz para mirarla,
y no la pude ver, aunque estuviese
en el mundo feliz, y junto a ella!
 
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belzebuth666
view post Posted on 8/12/2008, 22:21




CANTO XXVI

Mientras yo deslumbrado vacilaba,
de la fúlgida llama deslumbrante
salió una voz a la que me hice atento.

«En tanto que retorna a ti la vista
que por mirarme ‑dijo,‑‑‑ has consumido,
bueno será que hablando la compenses.

Empieza pues; y di a dónde diriges
tu alma, y date cuenta que tu vista
está en ti desmayada y no difunta:

porque la dama que por la sagrada
región te lleva, en la mirada tiene
la virtud de la mano de Ananías.»

«A su gusto -repuse pronto o tarde
venga el remedio, pues que fueron puertas
que ella cruzó con fuego en que ardo siempre

El bien que hace la dicha de esta corte,
es Alfa y es O de cuanta escritura
lee en mí el Amor o fuerte o levemente.»

Aquella misma voz que los temores
del súbito cegar me hubo quitado,
a que siguiese hablando me animaba;

y dijo: «Por aún más angosta criba
te conviene cerner; decirnos debes
quién a tal blanco dirigió tu arco.»

Y yo: «Por filosóficas razones
y por la autoridad que de ellas baja
tal amor ha debido en mí imprimirse:

que el bien en cuanto bien, al conocerse,
nos enciende el amor, tanto más grande
cuanta mayor bondad en sí retiene.

Y así a una esencia que es tan ventajosa,
que todo bien que esté fuera de ella
no es nada más que un brillo de su rayo,

más que a otra es preciso que se mueva
la mente, amando, de los que conocen
la verdad que esta prueba fundamenta.

Tal verdad demostró a mi entendimiento
aquel que me enseñó el amor primero
de todas las sustancias sempiternas.

Lo demostró la voz del Creador
que a Moisés dijo hablando de sí mismo:
«Yo haré que veas el poder supremo.»

Y tú lo demostraste, al comenzar
el alto pregón que grita el arcano
de aquí allá abajo más que cualquier otro.

Y escuché: «Por la humana inteligencia
y por la autoridad con él concorde,
de tu amor tiende a Dios lo soberano.

Mas dime aún si sientes otras cuerdas
que a él te atraigan, de modo que me digas
con cuántos dientes este amor te muerde.»

No estaba oculta la santa intención
del Águila de Cristo, y me di cuenta
a qué tema quería conducirme.

Por eso repliqué: «Cuantos mordiscos
pueden volver a Dios un corazón,
juntos mi caridad han fomentado:

que el que yo exista y el que exista el mundo,
la muerte que Él sufrió y por la que vivo,
y lo que esperan como yo los fieles,

con el conocimiento que antes dije,
me han sacado del mar del falso amor,
y del derecho me han puesto en la orilla.

Las frondas que enfrondecen todo el huerto
del eterno hortelano, yo amo tanto,
cuanto es el bien que de Él desciende a ellas.»

Cuando callé, un dulcísimo canto
resonó por el cielo, y mi señora
«Santo, santo», decía con los otros.

Y como ahuyenta el sueño una luz viva,
pues la vista se acerca al resplandor
que atraviesa membrana tras membrana,

y al despertado aturde lo que mira,
pues tan torpe es la súbita vigilia
mientras la estimativa no le ayuda;

lo mismo de mis ojos cualquier mota
me quitaron los ojos de Beatriz,
con rayos que mil millas refulgían:

y vi después mucho mejor que antes;
y casi estupefacto pregunté
por una cuarta luz tras de nosotros.

Y mi señora: «Dentro de ese rayo
goza de su hacedor la primer alma
que hubo creado la primer potencia.»

Como la fronda que inclina su copa
del viento atravesada, y la levanta
por la misma virtud que la endereza,

hice yo mientras ella estaba hablando,
asombrado, y después me recobré
con las ganas de hablar en las que ardía.

«Oh fruto que maduro únicamente
fuiste creado --dije , antiguo padre
de quien cualquier esposa es hija y nuera,

con la más grande devoción te pido
que me hables: advierte mi deseo,
que no lo expreso para oírte antes.»

Un animal a veces en un saco
se revuelve de modo que sus ansias
se advierten al mirar lo que le cubre;

y de igual forma el ánima primera
escondida en su luz manifestaba
cuán gustosa quería complacerme.

Y dijo: «Sin que lo hayas proferido,
mejor he comprendido tu deseo
que tú cualquiera cosa verdadera;

porque la veo en el veraz espejo
que hace de sí reflejo en otras cosas,
mas las otras en él no se reflejan.

Quieres oír cuánto hace que me puso
Dios en el bello Edén, desde donde ésta
a tan larga subida te dispuso,

y cuánto fue el deleite de mis ojos,
y la cierta razón de la gran ira,
y el idioma que usé y que inventé.

Ahora, hijo mío, no el probar del árbol
fue en sí misma ocasión de tanto exilio,
mas sólo el que infringiese lo ordenado.

Donde tu dama sacara a Virgilio,
cuatro mil y tres cientas y dos vueltas
de sol tuve deseos de este sitio;

y le vi que volvía novecientas
treinta veces a todas las estrellas
de su camino, cuando en tierra estaba.

La lengua que yo hablaba se extingió
aun antes que a la obra inconsumable
la gente de Nembrot se dedicara:

que nunca los efectos racionales,
por el placer humano que los muda
siguiendo al cielo, duran para siempre.

Es obra natural que el hombre hable;
pero en el cómo la naturaleza
os deja que sigáis el gusto propio.

Antes que yo bajase a los infiernos,
I se llamaba en tierra el bien supremo
de quien viene la dicha que me embarga;

Y Él después se llamó: y así conviene,
que es el humano uso como fronda
en la rama, que cae y que otra brota.

En el monte que más del mar se alza,
con vida pura y deshonesta estuve,
desde la hora primera a la que sigue
a la sexta en que el sol cambia el cuadrante.»
 
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samael69
view post Posted on 8/12/2008, 23:22




CANTO XXVII

«.Al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo
-empezó- Gloria» -todo el Paraíso,
de tal modo que el canto me embriagaba.

Lo que vi parecía una sonrisa
del universo; y mi embriaguez por esto
me entraba por la vista y el oído.

¡Oh inefable alegría! ¡Oh dulce gozo!
¡Oh de amor y de paz vida completa!
¡Oh sin deseo riqueza segura!

Delante de mis ojos encendidas
las cuatro antorchas vi, y la que primero
vino, empezó a avivarse de repente,

y su aspecto cambió de tal manera,
cual cambiaría jove si él y Marte
cambiaran su plumaje siendo pájaros.

La providencia, que allí distribuye
cargas y oficios, al dichoso coro
puesto había silencio en todas partes,

cuando escuché: «Si mudo de color
no debes asombrarte, pues a todos
éstos verás cambiarlo mientras hablo.

Quien en la tierra mi lugar usurpa,
mi lugar, mi lugar que está vacante
en la presencia del Hijo de Dios,

en cloaca mi tumba ha convertido
de sangre y podredumbre; así el perverso
que cayó desde aquí, se goza abajo.»

Del color con que el sol contrario pinta
por la mañana y la tarde las nubes,
entonces vi cubrirse todo el cielo.

Y cual mujer honrada que está siempre
segura de sí misma, y culpas de otras,
sólo con escucharlas, ruborizan,

así cambió el semblante de Beatriz;
y así creo que el cielo se eclipsara
cuando sufrió la suprema potencia.

Luego continuaron sus palabras
con una voz cambiada de tal forma,
que más no había cambiado el semblante:

«No fue nutrida la Esposa de Cristo
con mi sangre, de Lino, o la de Cleto,
para ser en el logro de oro usada;

mas por lograr este vivir gozoso
Sixto y Urbano y Pío y Calixto
tras muchos sufrimientos la vertieron.

No fue nuestra intención que a la derecha
de nuestros sucesores, se sentara
parte del pueblo, y parte al otro lado;

ni que las llaves que me confiaron,
se volvieran escudo en los pendones
que combatieran contra bautizados;

ni que yo fuera imagen en los sellos,
de privilegios vendidos y falsos,
que tanto me avergüenzan y me irritan.

En traje de pastor lobos rapaces
desde aquí pueden verse prado a prado:
Oh protección divina, ¿por qué duerme?

Cahorsinos y Gascones se apresuran
a beber nuestra sangre: ¡oh buen principio,
a qué vil fin has venido a parar!

Pero la providencia, que de Roma
con Escipión guardar la gloria pudo,
pronto nos salvará, según lo pienso;

y tú, hijo mío, que a la tierra vuelves
por tu peso mortal, abre la boca,
y tú no escondas lo que yo no escondo.»

Cual vapores helados nos envía
abajo el aire nuestro, cuando el cuerno
de la cabra del cielo el sol tropieza,

así yo vi que el éter adornado
subía despidiendo los vapores
triunfantes, que estuvieron con nosotros.

Con mis ojos seguia sus semblantes,
hasta que la distancia, al ser ya mucha,
les impidió seguir detrás de ellos.

Por ello mi señora, al verme libre
de mirar hacia arriba, dijo: «Baja
la vista y mira cuánta vuelta has dado.»

Desde el momento en que mire primero
vi que había corrido todo el arco
que hace del medio al fin el primer clima;

viendo, pasado Cádiz, la insensata
ruta de Ulises, y la playa donde
fue dulce carga Europa al otro lado.

Y hubiera descubierto aún más lugares
de aquella terrezuela, pero el sol
bajo mis pies distaba más de un signo.

La mente enamorada, que requiebra
siempre a mi dama, más que nunca ardía
por dirigir de nuevo a ella mis ojos;

y si es el cebo el arte o la natura
que atrae los ojos, y la mente atrapan
ya con la carne viva o ya pintada,

juntas nada serían comparadas
al divino placer que me alumbró,
al dirigirme a sus ojos rientes.

Y el vigor que me dio aquella mirada,
me dio impulso hasta el cielo más veloz
al separarme del nido de Leda.

Sus partes mas cercanas o distantes
son tan iguales, que decir no puedo
la que escogió Beatriz para mi entrada.

Mas ella que veía mis deseos,
empezó con sonrisa tan alegre,
cual si Dios en su rostro se gozase:

«El ser del mundo, que detiene el centro
y hace girar en torno a lo restante,
tiene aquí su principio como meta;

y este cielo no tiene más comienzo
que la mente divina, donde prende
la influencia y amor que él llueve y gira.

El amor y la luz, a éste rodean
como a los otros éste; y solamente
a este círculo entiende quien lo ciñe.

Su movimiento no mide con otro,
pero los otros se miden con éste,
cual se divide el diez por dos o cinco;

y cómo el tiempo tenga en este vaso
su raíz y en los otros la enramada,
ahora podrás saberlo claramente.

¡Oh tú, concupiscencia que en tu seno
los mortales ahogas, sin que puedan
sacar los ojos fuera de tus ondas!

La voluntad florece en los humanos;
mas la lluvia constante hace volverse
endrinas las ciruelas verdaderas.

La inocencia y la fe sólo en los niños
se encuentran repartidas; luego escapan
antes de que se cubran las mejillas.

Tal, aún balbuciente, guarda ayuno,
y luego traga, con la lengua suelta,
cualquier comida bajo cualquier luna;

y tal, aún balbuciente, ama y escucha
a su madre, y teniendo el habla entera,
verla en la sepultura desearía.

Así se vuelve negra la piel blanca
en el rostro de aquella hermosa hija
de quien lleva la noche y trae el día.

Y tú, para que de esto no te asombres,
piensa que no hay quien en la tierra mande;
y así se pierde la humana familia.

Mas antes de que enero desinvierne,
por la centésima parte olvidada,
de tal manera rugirán los cielos,

que la tormenta que tanto se espera,
donde la popa está pondrá la proa,
y así la flota marchará derecha;
y tras las flores vendrán buenos frutos.
 
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astaroth1
view post Posted on 8/12/2008, 23:34




CANTO XXVIII

Luego que contra la vida presente
de los ruines mortales, me mostró
la verdad quien mi mente emparaísa,

cual la llama de un hacha en un espejo
ve quien con ella por detrás se alumbra,
antes de que la vea o la imagine,

y atrás se vuelve para ver si el vidrio
le dice la verdad, y ve que casa
con ella cual la música y su texto;

de igual forma recuerda mi memoria
que hice mirando a los hermosos ojos
donde hizo Amor su cuerda para herirme.

Y al volverme y al golpear los míos
lo que en aquellos cielos aparece,
cada vez que en sus giros se repara,

vi un punto que irradiaba tan aguda
luz, que la vista que enfocaba en ella
por tan grande agudeza se cerraba;

y la estrella que aquí menor parece,
luna parecería junto a ella,
si se pusieran una junto a otra.

Acaso tanto cuanto cerca vemos
de su halo la luz que lo desprende
cuando son más espesos sus vapores,

distante de ese punto un círculo ígneo
giraba tan veloz, que vencería
el curso que más raudo el mundo ciñe;

y aquél era por otro rodeado,
y de un tercero aquél, y éste de un cuarto,
de un quinto el cuarto, y por un sexto el quinto.

El séptimo seguía tan extenso
sobre ellos, que de Juno el emisario
abarcarlo del todo no podría.

Y el octavo, y el nono; y cada uno
más lento se movía, cuanto estaba
en número del uno más distante;

y una más clara llama desprendía
el más cercano de la lumbre pura,
pues más, yo creo, de ella participa.

Al verme preocupado mi señora
y sorprendido, dijo: «De ese punto
depende el cielo y toda la natura.

Ve el círculo que está de él más cercano;
y sabrás que tan rápido se mueve
por el amor ardiente que le impulsa.»

«Si estuviera dispuesto --dije el mundo
con el orden que veo en estas ruedas,
satisfecho me habría lo que dices;

mas el mundo sensible nos enseña
que las vueltas son tanto más veloces,
cuanto del centro se hallan más lejanas.

Por lo cual, si debiera terminarse
mi desear en este templo angélico
que sólo amor y luz lo delimitan,

aún debiera escuchar cómo el ejemplo
y su copia no marchan de igual modo,
que en vano por mí mismo pienso en ello.»

«Si tus dedos no son para tal nudo
suficientes, no debes extrañarte,
¡tan difícil lo ha hecho el no intentarlo!»

Dijo así mi señora; y luego: «Atiende
si es que quieres saciarte, a lo que digo;
y sobre estas cuestiones sutiliza.

Las esferas corpóreas son más amplias
o estrechas según sea la virtud
que se difunde por todas sus partes.

Da una bondad mayor mayores bienes;
y a un bien mayor contiene un mayor cuerpo,
siendo sus partes igual de perfectas.

Así pues este círculo que arrastra
todo el otro universo, corresponde
con aquel que más ama y que más sabe:

y si aplicaras pues a la virtud
tus medidas, y no a las apariencias
de los seres que en círculo se muestran,

la proporción perfecta admirarías
de más con más, y de menor con menos,
cada cielo, con cada inteligencia.»

Como se queda espléndido y sereno
el aéreo hemisferio cuando sopla
Bóreas con su mejilla más suave,

y se disuelven y limpian las brumas
que le turbaban, y sonríe el cielo
con las bellezas todas de su corte;

así hice yo, después que mi señora
tan claro respondió, y como en el cielo
brilla una estrella supe la verdad.

Y cuando terminaron sus palabras,
no de otro modo el hierro centellea
candente, cual los círculos hicieron.

Su incendio cada chispa propagaba;
y tantas eran, que el número de ellas
más que el doblar del ajedrez subía.

Yo escuchaba hosanar de coro en coro
al punto fijo que los tiene ubi
y siempre los tendrá, en que siempre fueron.

Y aquella que las dudas de mi mente
sabía, dijo: «Los primeros círculos
te muestran Serafines y Querubes.

Tras sus vínculos siguen tan aprisa
por parecerse al punto cuanto puedan;
y tanto pueden cuanto están más altos.

Esos amores que en torno se encuentran,
llámanse Tronos del poder divino,
y acaba en ellos el primer ternario;

y deberás saber que todos gozan
cuando se profundiza su mirada
en la verdad que aquieta el intelecto.

De aquí se puede ver cómo se funda
la beatitud en el acto de ver,
no en el de amar, que detrás de aquél viene;

y del ver son los méritos medida,
que genera la gracia y buen deseo:
así es como sucede grado a grado.

El siguiente ternario que florece
en esta sempiterna primavera
que nocturno carnero no despoja,

perpetuamente «Hosanna» jubilea
en triple melodía, por los tres
órdenes de alegría en que se enterna.

En esa jerarquía hay otras diosas:
Dominaciones, y después Virtudes;
de Potestades es el tercer orden.

Luego en los dos penúltimos festejos
Principados y Arcángeles dan vueltas;
todo el último de ángeles dichosos.

Estos órdenes miran a lo alto,
y abajo tanto influyen, que hacia Dios
son arrastrados y de todo arrastran.

Y Dionisio con tanto deseo
a contemplar se dedicó estos órdenes
que como yo, los nombra y los distingue.

Pero de él se apartó luego Gregorio;
y en cuanto abrió los ojos en el cielo
de sí mismo por esto se reía.

Y si mostrado fue tanto secreto
por un mortal, no quiero que te admires:
porque se lo enseñó quien vio aquí arriba,
y otras muchas verdades de este mundo!»
 
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nubarus
view post Posted on 8/12/2008, 23:50




CANTO XXIX

Cuando uno y otro hijo de Latona,
por debajo de Libra y del Carnero,
son límites los dos de un horizonte,

cuanto hay desde el momento de equilibrio
hasta que el uno u otro de aquel cinto,
cambiando de hemisferio, se desata,

tanto, la risa pintada en su rostro,
muda estuvo Beatriz mirando fijo
el punto que me había derrotado.

Dijo después: «Diré, sin que preguntes,
lo que quieres oír, porque lo he visto
donde convergen todo quando y ubi.

No por acrecentar sus propios bienes,
que es imposible, mas porque su luz
pudiese, en su esplendor decir "Subsisto",

allí en su eternidad, fuera de toda
comprensión y de tiempo, libremente,
se abrió en nuevos amores el eterno.

No es porque antes ocioso estuviera;
pues ni después ni antes precedió
el discurrir de Dios sobre estas aguas.

Forma y materia, ya puras o juntas,
salieron a existir sin fallo alguno,
como de arco tricorde tres saetas.

Y como en vidrio, en ámbar o en cristales
el rayo resplandece, de tal modo
que el llegar y el lucir es todo en uno,

de igual forma irradió el triforme efecto
de su Sir a su ser a un tiempo mismo
sin que hubiese ninguna diferencia.

Concreado fue el orden y dispuesto
a las sustancias; y del mundo cima
fueron aquellas hechas acto puro;

a la potencia pura puso abajo;
la potencia y el acto, en medio, atadas
tal nudo que jamás se desanuda.

Jerónimo escribió que muchos siglos
antes fueron los ángeles creados
de que el resto del mundo fuera hecho;

mas en muchos parajes que escribieron
los inspirados, se halla esta verdad;
y si bien juzgas te avendrás a ello;

y en parte la razón también lo prueba,
pues no admite motores que estuviesen
sin su perfecto estado mucho tiempo.

Ya sabes dónde y cuándo estos amores
y cómo fueron hechos: ya apagados
tres ardores ya están en tu deseo.

Hasta veinte, contando, no se llega
tan pronto, como parte de los ángeles
turbó el más bajo de los elementos.

La otra quedóse, y dio comienzo el arte
que puedes ver, y con tanto deleite,
que de sus giros nunca se ha apartado.

La ocasión de caer fue la maldita
soberbia de quien viste que oprimían
las pesadumbres todas de este mundo.

Esos que ves aquí fueron humildes,
admitiendo existir por la bondad
que a tanto conocer hizo capaces:

por lo que fue su vista acrecentada
por méritos y gracia iluminante,
y tienen voluntad constante y plena;

y no quiero que dudes, mas que sepas,
que recibir la gracia es meritorio
según como el afecto la recibe.

Por lo que a este colegio se refiere
ya comprendes bastante, si entendiste
lo que te dije, ya sin otra ayuda.

Mas como en las escuelas de la tierra
se enseña que la angélica natura
es tal que entiende, que recuerda y quiere,

aún te diré, para que pura sepas
la verdad, que allí abajo se confunde,
porque equivocan los significados.

Estas sustancias, desde que gozaron
de la cara de Dios, no apartan de ella
la mirada, a quien nada está escondido:

Así pues no interceptan su mirada
nuevos objetos, y no necesitan
recordar con conceptos divididos;

y así allá abajo, sin dormir, se sueña,
creyendo y no creyendo en lo que dicen;
pero éstos tienen más vergüenza y culpa.

Vais por distintas rutas los que abajo
filosofáis: pues que os empuja tanto
el afán de que os tengan como sabios.

Y aún esto es admitido aquí en lo alto
con un rigor menor que si se olvida
la sagrada escritura o se confunde.

No meditáis en cuánta sangre cuesta
sembrarla allá en el mundo, y cuánto agrada
el que con ella humilde se conforma.

Por la apariencia pruebas dan de ingenio
y de imaginación; y quien predica
dase a esto y se calla el Evangelio.

Que se volvió la luna, dice el uno,
en la pasión de Cristo, y se interpuso
para ocultar la luz del sol abajo;

y otro que por sí misma se escondió
la luz, y que en la India y en España
hubo eclipse lo mismo que en Judea.

No hay en Florencia tantos Lapi y Bindi
cuantas fábulas tales en un año,
aquí y allá en los púlpitos se gritan:

y así las ovejuelas, que no saben,
vuelven del prado pacidas de viento,
y que el daño no vean no es excusa.

No dijo a su primer convento Cristo:
"Id y patrañas predicad al mundo";
sino les dio cimientos de certeza;

y ésta sonó en sus bocas solamente,
de modo que luchando por la fe
del Evangelio escudo y lanza hicieron.

Y ahora con bufonadas y con trampas
se predica, y con tal que cause risa,
la capucha se hincha y más no pide.

Mas tal pájaro anida en el capuz,
que si lo viese el vulgo, allí vería
qué indulgencias tendrá confiando en ése:

que en la tierra acrecientan la estulticia,
de tal manera que, sin prueba alguna
de su certeza, corren tras de ellas.

Esto engorda al cebón de San Antonio,
y a otros muchos más cerdos todavía,
que pagan con monedas no acuñadas.

Mas como es larga ya la digresión,
vuelve los ojos a la recta vía,
y se abrevien el tiempo y el camino.

Esta naturaleza tanto aumenta
en número al subir, que no hay palabras
ni conceptos mortales que las sigan;

y si recuerdas lo que se revela
en Danïel, verás que en sus millares
y millares su número se esconde.

La luz primera que toda la alumbra,
de tantas formas ella en sí recibe,
cual son las llamas a las que se une.

Y así, al igual que al acto que concibe
sigue el afecto, de amor la dulzura
ardiente o tibio en ella es diferente.

Ve pues la excelsitud y la grandeza
del eterno poder, puesto que tantos
espejos hizo en que multiplicarse,
permaneciendo en sí uno como antes.
 
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astaroth1
view post Posted on 9/12/2008, 00:13




CANTO XXX

Acaso a seis mil millas de distancia
hierve aquí la hora sexta, y este mundo
horizontal reclina ya la sombra,

cuando el centro del cielo, tan profundo,
se pone de tal forma, que en el fondo
van desapareciendo las estrellas;

y cuando se adelanta la sirviente
clarísima del sol, apaga el cielo
una por una hasta la más hermosa.

No de otro modo el triunfo que se goza
en torno al punto que antes me cegara,
creyéndolo incluido en lo que incluye,

se apagó poco a poco de mi vista;
por lo cual el amor y el no ver nada
me hicieron que a Beatriz volviera el rostro.

Si cuanto de ella he dicho hasta el presente
fuese encerrado todo en una loa,
poco sería a conseguir mi intento.

La belleza que vi no sobrepasa
solamente a nosotros, mas yo creo
que sólo su creador la goce entera.

Vencido me confieso en este paso
más que nunca en un punto de su obra
fue superado el trágico o el cómico:

pues, como el sol la vista menos firme,
así el recuerdo de su dulce risa
a mí mismo me priva de mi mente.

Desde el día primero que su rostro
en esta vida vi, hasta esta visión,
he podido seguirla con mi canto;

mas es forzoso que desista ahora
de seguir su belleza, poetizando,
cual todo artista que a su extremo llega.

Y ella, cual yo la dejo a voz más digna
que la de mi trompeta, que se acerca
a dar fin a materia tan difícil,

con ademán y voz de guía experto
«Hemos salido ya -volvió a decirme-
del mayor cuerpo al cielo que es luz pura:

luz intelectüal, plena de amor;
amor del cierto bien, pleno de dicha;
dicha que es más que todas las dulzuras.

Aquí verás a una y otra milicia
del paraíso, y una de igual modo
que en el juicio final habrás de verla.»

Como un súbito rayo que nos ciega
los visivos espíritus, e impide
que vea el ojo aun cosas muy brillantes,

así circumbrillóme una luz viva,
y cubrióme la cara con tal velo
de su fulgor, que nada pude ver.

«El amor que este cielo tiene inmóvil
siempre recibe en él de igual manera,
por disponer una vela a su llama.»

Apenas penetraron dentro de mí
estas breves palabras, comprendí
que sobre mi virtud estaba alzado;

y de una vista nueva disfrutaba
tal, que ninguna luz es tan brillante,
que con mis ojos no la resistiera;

y vi una luz que un río semejaba
fulgiendo fuego, entre sus dos orillas
pintadas de admirable primavera.

Salían del torrente chispas vivas,
que entre las flores se desparramaban,
cual rubíes que el oro circunscribe;

después, como embriagadas del aroma,
al raudal asombroso se arrojaban
de nuevo, y si una entraba otra salía.

«El gran deseo que ahora te urge y quema,
de que te diga qué es esto que ves,
más me complace cuanto más intento;

mas de este agua es preciso que bebas
antes que tanta sed en ti se sacie.»
De este modo me habló el sol de mis ojos.

Y después: «Son el río y los topacios
que entran y salen, y el prado riente,
sólo de su verdad velados prólogos.

No que de suyo estén aún inmaduros;
más el defecto está de parte tuya,
que aún no tienes visión tan elevada.»

No hay un chiquillo que corra tan raudo
con la vista a la leche, si despierta
mucho más tarde de lo que acostumbra,

como yo, para hacer mejor espejo
mis ojos, agachándome a las ondas,
que para enmejorarnos van fluyendo;

y en el momento que bebió de aquellas
el borde de mis párpados, creí
que redonda se hacía su largura.

Después, como la gente enmascarada,
que otra que antes parece, si se quita
el semblante no suyo que la esconde,

así en mayores gozos se trocaron
las chispas, y las flores, y ver pude
las dos cortes del cielo manifiestas.

¡Oh divino esplendor por quien yo vi
el alto triunfo del reino veraz,
ayúdame a decir cómo lo vi!

Hay arriba una luz que hace visible
el Creador a aquellas crïaturas
que en su visión tan sólo paz encuentran.

Y en circular figura se derrama,
tanto que al sol sería demasiado
cinturón con su gran circunferencia.

De un rayo reflejado en lo más alto
del Primer Móvil viene su apariencia,
que de él recibe su poder y vida.

Y cual loma en el agua de su base
se espejea cual viéndose adornada,
cuando de hierba y flores es más rica,

superando a la luz en torno suyo,
vi espejearse en más de mil peldaños
cuanto arriba volvió de entre nosotros.

Y si el último grado luz tan grande
abarca, ¡cuál la anchura no sería
de esta rosa en las hojas más lejanas!

Mi vista ni en lo ancho ni en lo alto
desfallecía, comprendiendo todo
el cuánto y cómo de aquella alegría.

Allí el cerca ni el lejos quita o pone:
que donde Dios sin ministros gobierna,
las leyes naturales nada pueden.

A lo amarillo de la rosa eterna,
que se degrada y se extiende y transmina
loas al sol que siempre es primavera,

como a aquel que se calla y quiere hablar
me llevó Beatriz y dijo: «¡Mira
el gran convento de las vestes blancas!

Ve cómo abre su círculo este reino,
mira nuestros escaños tan repletos,
que poca gente más aquí se espera.

Y en el gran trono en que pones los ojos,
por la corona que está sobre él puesta,
antes de que a estas bodas te conviden,

vendrá a sentarse el alma, abajo augusta,
del gran Enrique, que a guiar a Italia
vendrá sin que a ésta encuentre preparada.

Esa ciega codicia que os enferma
os ha vuelto lo mismo que al chiquillo
que muere de hambre y echa a la nodriza.

Y habrá un prefecto en el foro divino
entonces tal, que oculto o manifiesto,
no seguirá con él la misma ruta.

Mas Dios lo aguantará por poco tiempo
en la santa tarea, y será echado
donde Simón el mago el premio tiene,
y hará al de Anagni hundirse más abajo.
 
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nubarus
view post Posted on 9/12/2008, 00:30




CANTO XXXI

En forma pues de una cándida rosa
se me mostraba la milicia santa
desposada por Cristo con su sangre;

mas la otra que volando ve y celebra
la gloria del señor que la enamora
y la bondad que tan alta la hizo,

cual bandada de abejas que en las flores
tan pronto liban y tan pronto vuelven
donde extraen el sabor de su trabajo,

bajaba a la gran flor que está adornada
de tantas hojas, y de aquí subía
donde su amor habita eternamente.

Sus caras eran todas llama viva,
de oro las alas, y tan blanco el resto,
que no es por nieve alguna superado.

Al bajar a la flor de grada en grada,
hablaban de la paz y del ardor
que agitando las alas adquirían.

El que se interpusiera entre la altura
y la flor tanta alada muchedumbre
ni el ver nos impedía ni el fulgor:

pues la divina luz el universo
penetra, según éste lo merece,
de tal modo que nada se lo impide.

Este seguro y jubiloso reino,
que pueblan gentes antiguas y nuevas,
vista y amor a un punto dirigía.

¡Oh llama trina que en sólo una estrella
brillando ante sus ojos, las alegras!
¡Mira esta gran tempestad en que estamos!

Si viniendo los bárbaros de donde
todos los días de Hélice se cubre,
girando con su hijo, en quien se goza,

viendo Roma y sus arduos edificios,
estupefactos se quedaban cuando
superaba Letrán toda obra humana;

yo, que desde lo humano a lo divino,
desde el tiempo a lo eterno había llegado,
y de Florencia a un pueblo sano y justo,

¡lleno de qué estupor no me hallaría!
En verdad que entre el gozo y el asombro
prefería no oír ni decir nada.

Y como el peregrino que se goza
viendo ya el templo al cual un voto hiciera,
y espera referir lo que haya visto,

yo paseaba por la luz tan viva,
llevando por las gradas mi mirada
ahora abajo, ahora arriba, ahora en redor,

veía rostros que el amor pintaba,
con su risa y la luz de otro encendidos,
y de decoro adornados sus gestos.

La forma general del Paraíso
abarcaba mi vista enteramente,
sin haberse fijado en parte alguna;

y me volví con ganas redobladas
de poder preguntar a mi señora
las cosas que a mi mente sorprendían.

Una cosa quería y otra vino:
creí ver a Beatriz y vi a un anciano
vestido cual las gentes glorïosas.

Por su cara y sus ojos difundía
una benigna dicha, y su semblante
era como el de un padre bondadoso.

«¿Dónde está ella?» Dije yo de pronto.
Y él: «Para que se acabe tu deseo
me ha movido Beatriz desde mi Puesto:

y si miras el círculo tercero
del sumo grado, volverás a verla
en el trono que en suerte le ha cabido.»

Sin responderle levanté los ojos,
y vi que ella formaba una corona
con el reflejo de la luz eterna.

De la región aquella en que más truena
el ojo del mortal no dista tanto
en lo más hondo de la mar hundido,

como allí de Beatriz la vista mía;
mas nada me importaba, pues su efigie
sin intermedio alguno me llegaba.

«Oh mujer que das fuerza a mi esperanza,
y por mi salvación has soportado
tu pisada dejar en el infierno,

de tantas cosas cuantas aquí he visto,
de tu poder y tu misericordia
la virtud y la gracia reconozco.

La libertad me has dado siendo siervo
por todas esas vías, y esos medios
que estaba permitido que siguieras.

En mí conserva tu magnificencia
y así mi alma, que por ti ha sanado,
te sea grata cuando deje el cuerpo.»

Así recé; y aquélla, tan lejana
como la vi, me sonrió mirándome;
luego volvió hacia la fuente incesante.

Y el santo anciano: «A fin de que concluyas
perfectamente ‑dijo,‑ tu camino,
al que un ruego y un santo amor me envían,

vuelven tus ojos por estos jardines;
que al mirarlos tu vista se prepara
más a subir por el rayo divino.

Y la reina del cielo, en el cual ardo
por completo de amor, dará su gracia,
pues soy Bernardo, de ella tan devoto.»

Igual que aquel que acaso de Croacia,
viene por ver el paño de Verónica,
a quien no sacia un hambre tan antigua,

mas va pensando mientras se la enseñan:
«Mi señor Jesucristo, Dios veraz,
¿de esta manera fue vuestro semblante?»;

estaba yo mirando la ferviente
caridad del que aquí en el bajo mundo,
de aquella paz gustó con sus visiones.

«Oh hijo de la gracia, el ser gozoso
-empezó‑ no es posible que percibas,
si no te fijas más que en lo de abajo;

pero mira hasta el último los círculos,
hasta que veas sentada a la reina
de quien el reino es súbdito y devoto.»

Alcé los ojos; y cual de mañana
la porción oriental del horizonte,
está más encendida que la otra,

así, cual quien del monte al valle observa,
vi al extremo una parte que vencía
en claridad a todas las restantes.

Y como allí donde el timón se espera
que mal guió Faetonte, más se enciende,
y allá y aquí su luz se debilita,

así aquella pacífica oriflama
se encendía en el medio, y lo restante
de igual manera su llama extinguía;

y en aquel centro, con abiertas alas,
la celebraban más de un millar de ángeles,
distintos arte y luz de cada uno.

Vi con sus juegos y con sus canciones
reír a una belleza, que era el gozo
en las pupilas de los otros santos;

y aunque si para hablar tan apto fuese
cual soy imaginando, no osaría
lo mínimo a expresar de su deleite.

Cuando Bernardo vio mis ojos fijos
y atentos en lo ardiente de su fuego,
a ella con tanto amor volvió los suyos,
que los míos ansiaron ver de nuevo.
 
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leviathan1
view post Posted on 9/12/2008, 00:37




CANTO XXXII


Absorto en su delicia, libremente
hizo de guía aquel contemplativo,
y comenzaron sus palabras santas:

«La herida que cerró y sanó María,
quien tan bella a sus plantas se prosterna
de abrirla y enconarla es la culpable.

En el orden tercero de los puestos,
Raquel está sentada bajo ésa,
como bien puedes ver, junto a Beatriz.

Judit y Sara, Rebeca y aquella
del cantor bisabuela que expiando
su culpa dijo: "Miserere mei",

de puesto en puesto pueden contemplarse
ir degradando, mientras que al nombrarlas
voy la rosa bajando de hoja en hoja.

Y del séptimo grado a abajo, como
hasta aquél, se suceden las hebreas,
separando las hojas de la rosa;

porque, según la mirada pusiera
su fe en Cristo, son esas la muralla
que divide los santos escalones.

En esa parte donde está colmada
por completo de hojas, se acomodan
los que creyeron que Cristo vendría;

por la otra parte por donde interrumpen
huecos los semicírculos, se encuentran
los que en Cristo venido fe tuvieron.

Y como allí el escaño glorioso
de la reina del cielo y los restantes
tan gran muralla forman por debajo,

de igual manera enfrente está el de Juan
que, santo siempre, desierto y martirio
sufrió, y luego el infierno por dos años;

y bajo él separando de igual modo
mira a Benito, a Agustín y a Francisco
y a otros de grada en grada hasta aquí abajo.

Ahora conoce el sabio obrar divino:
pues uno y otro aspecto de la fe
llenarán de igual modo estos jardines.

Y desde el grado que divide al medio
las dos separaciones, hasta abajo,
nadie por propios méritos se sienta,

sino por los de otro, en ciertos casos:
porque son todas almas desatadas
antes de que eligieran libremente.

Bien puedes darte cuenta por sus rostros
y también por sus voces infantiles,
si los miras atento y los escuchas.

Dudas ahora y en tu duda callas;
mas yo desataré tan fuerte nudo
que te atan los sutiles pensamientos.

Dentro de la grandeza de este reino
no puede haber casualidad alguna,
como no existen sed, hambre o tristeza:

y por eterna ley se ha establecido
tan justamente todo cuanto miras,
que corresponde como anillo al dedo;

y así esta gente que vino con prisa
a la vida inmortal no sine causa
está aquí en excelencias desiguales.

El rey por quien reposan estos reinos
en tanto amor y en tan grande deleite,
que más no puede osar la voluntad,

todas las almas con su hermoso aspecto
creando, a su placer de gracia dota
diversamente; y bástete el efecto.

Y esto claro y expreso se consigna
en la Escritura santa, en los gemelos
movidos por la ira ya en la madre.

Mas según el color de los cabellos,
de tanta gracia, la altísima luz
dignamente conviene que les cubra.

Así es que sin de suyo merecerlo
puestos están en grados diferentes,
distintos sólo en su mirar primero.

Era bastante en los primeros siglos
ser inocente para estar salvado,
con la fe únicamente de los padres;

al completarse los primeros tiempos,
para adquirir virtud, circuncidarse
a más de la inocencia era preciso;

pero llegado el tiempo de la gracia,
sin el perfecto bautismo de Cristo,
tal inocencia allá abajo se guarda.

Ahora contempla el rostro que al de Cristo
más se parece, pues su brillo sólo
a ver a Cristo puede disponerte.»

Yo vi que tanto gozo le llovía,
llevada por aquellas santas mentes
creadas a volar por esa altura,

que todo lo que había contemplado,
no me colmó de tanta admiración,
ni de Dios me mostró tanto semblante;

y aquel amor que allí bajara antes
cantando: «Ave María, gratia plena»
ante ella sus alas desplegaba.

Respondió a la divina cancioncilla
por todas partes la beata corte,
y todos parecieron más radiantes.

«Oh santo padre que por mí consientes
estar aquí, dejando el dulce puesto
que ocupas disfrutando eterna suerte,

¿quién es el ángel que con tanto gozo
a nuestra reina le mira los ojos,
y que fuego parece, enamorado?»

A la enseñanza recurrí de nuevo
de aquel a quien María hermoseaba,
como el sol a la estrella matutina.

Y aquél: «Cuanta confianza y gallardía
puede existir en ángeles o en almas,
toda está en él; y así es nuestro deseo,

porque es aquel que le llevó la palma
a María allá abajo, cuando el Hijo
de Dios quiso cargar con nuestro cuerpo.

Mas sigue con la vista mientras yo
te voy hablando, y mira los patricios
de este imperio justísimo y piadoso.

Los dos que están arriba, más felices
por sentarse tan cerca de la Augusta
son casi dos raíces de esta rosa:

quien cerca de ella está del lado izquierdo
es el padre por cuyo osado gusto
tanta amargura gustan los humanos.

Contempla al otro lado al viejo padre
de la Iglesia, a quien Cristo las dos llaves
de esta venusta flor ha confiado.

Y aquel que vio los tiempos dolorosos
antes de muerto, de la bella esposa
con lanzada y con clavos conquistada,

a su lado se sienta y junto al otro
el guía bajo el cual comió el maná
la gente ingrata, necia y obstinada.

Mira a Ana sentada frente a Pedro,
contemplando a su hija tan dichosa,
que la vista no mueve en sus hosannas;

y frente al mayor padre de familia,
Lucía, que moviera a tu Señora
cuando a la ruina, por no ver, corrías.

Mas como escapa el tiempo que te aduerme
pararemos aquí, como el buen sastre
que hace el traje según que sea el paño;

y alzaremos los ojos al primer
amor, tal que, mirándole, penetres
en su fulgor cuanto posible sea.

Mas para que al volar no retrocedas,
creyendo adelantarte, con tus alas
la gracia orando es preciso que pidas:

gracia de aquella que puede ayudarte;
y tú me has de seguir con el afecto,
y el corazón no apartes de mis ruegos.»
Y entonces dio comienzo a esta plegaria.
 
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astaroth1
view post Posted on 1/1/2016, 08:14




CANTO XXXIII

«¡Oh Virgen Madre, oh Hija de tu hijo,
alta y humilde más que otra criatura,
término fijo de eterno decreto,

Tú eres quien hizo a la humana natura
tan noble, que su autor no desdeñara
convertirse a sí mismo en su creación.

Dentro del viento tuyo ardió el amor,
cuyo calor en esta paz eterna
hizo que germinaran estas flores.

Aquí nos eres rostro meridiano
de caridad, y abajo, a los mortales,
de la esperanza eres fuente vivaz.

Mujer, eres tan grande y vales tanto,
que quien desea gracia y no te ruega
quiere su desear volar sin alas.

Mas tu benignidad no sólo ayuda
a quien lo pide, y muchas ocasiones
se adelanta al pedirlo generosa.

En ti misericordia, en ti bondad,
en ti magnificencia, en ti se encuentra
todo cuanto hay de bueno en las criaturas.

Ahora éste, que de la ínfima laguna
del universo, ha visto paso a paso
las formas de vivir espirituales,

solicita, por gracia, tal virtud,
que pueda con los ojos elevarse,
más alto a la divina salvación.

Y yo que nunca ver he deseado
más de lo que a él deseo, mis plegarias
te dirijo, y te pido que te basten,

para que tú le quites cualquier nube
de su mortalidad con tus plegarias,
tal que el sumo placer se le descubra.

También reina, te pido, tú que puedes
lo que deseas, que conserves sanos,
sus impulsos, después de lo que ha visto.

Venza al impulso humano tu custodia:
ve que Beatriz con tantos elegidos
por mi plegaria te junta las manos!»

Los ojos que venera y ama Dios,
fijos en el que hablaba, demostraron
cuánto el devoto ruego le placía;

luego a la eterna luz se dirigieron,
en la que es impensable que penetre
tan claramente el ojo de ninguno.

Y yo que al final de todas mis ansias
me aproximaba, tal como debía,
puse fin al ardor de mi deseo.

Bernardo me animaba, sonriendo
a que mirara abajo, mas yo estaba
ya por mí mismo como aquél quería:

pues mi mirada, volviéndose pura,
más y más penetraba por el rayo
de la alta luz que es cierta por sí misma.

Fue mi visión mayor en adelante
de lo que puede el habla, que a tal vista,
cede y a tanto exceso la memoria.

Como aquel que en el sueño ha visto algo,
que tras el sueño la pasión impresa
permanece, y el resto no recuerda,

así estoy yo, que casi se ha extinguido
mi visión, mas destila todavía
en mi pecho el dulzor que nace de ella.

Así la nieve con el sol se funde;
así al viento en las hojas tan livianas
se perdía el saber de la Sibila.

¡Oh suma luz que tanto sobrepasas
los conceptos mortales, a mi mente
di otro poco, de cómo apareciste,

y haz que mi lengua sea tan potente,
que una chispa tan sólo de tu gloria
legar pueda a los hombres del futuro;

pues, si devuelves algo a mi memoria
y resuenas un poco en estos versos,
tu victoria mejor será entendida.

Creo, por la agudeza que sufrí
del rayo, que si hubiera retirado
la vista de él, hubiéseme perdido.

Y esto, recuerdo, me hizo más osado
sosteniéndola, tanto que junté
con el valor infinito mi vista.

¡Oh gracia tan copiosa, que me dio
valor para mirar la luz eterna,
tanto como la vista consentía!

En su profundidad vi que se ahonda,
atado con amor en un volumen,
lo que en el mundo se desencuaderna:

sustancias y accidentes casi atados
junto a sus cualidades, de tal modo
que es sólo débil luz esto que digo.

Creo que vi la forma universal
de este nudo, pues siento, mientras hablo,
que más largo se me hace mi deleite.

Me causa un solo instante más olvido
que veinticinco siglos a la hazaña
que hizo a Neptuno de Argos asombrarse.

Así mi mente, toda suspendida,
miraba fijamente, atenta, inmóvil,
y siempre de mirar sentía anhelo.

Quien ve esa luz de tal modo se vuelve,
que por ver otra cosa es imposible
que de ella le dejara separarse;

Pues el bien, al que va la voluntad,
en ella todo está, y fuera de ella
lo que es perfecto allí, es defectuoso.

Han de ser mis palabras desde ahora,
más cortas, y esto sólo a mi recuerdo,
que las de un niño que aún la leche mama.

No porque más que un solo aspecto hubiera
en la radiante luz que yo veía,
que es siempre igual que como era primero;

mas por mi vista que se enriquecía
cuando miraba su sola apariencia,
cambiando yo, ante mí se transformaba.

En la profunda y clara subsistencia
de la alta luz tres círculos veía
de una misma medida y tres colores;

Y reflejo del uno el otro era,
como el iris del iris, y otro un fuego
que de éste y de ése igualmente viniera.

¡Cuán corto es el hablar, y cuán mezquino
a mi concepto! y éste a lo que vi,
lo es tanto que no basta el decir «poco».

¡Oh luz eterna que sola en ti existes,
sola te entiendes, y por ti entendida
y entendiente, te amas y recreas!

El círculo que había aparecido
en ti como una luz que se refleja,
examinado un poco por mis ojos,

en su interior, de igual color pintada,
me pareció que estaba nuestra efigie:
y por ello mi vista en él ponía.

Cual el geómetra todo entregado
al cuadrado del círculo, y no encuentra,
pensando, ese principio que precisa,

estaba yo con esta visión nueva:
quería ver el modo en que se unía
al círculo la imagen y en qué sitio;

pero mis alas no eran para ello:
si en mi mente no hubiera golpeado
un fulgor que sus ansias satisfizo.

Faltan fuerzas a la alta fantasía;
mas ya mi voluntad y mi deseo
giraban como ruedas que impulsaba
Aquel que mueve el sol y las estrellas.
 
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