| JARDÍN
(MARGARITA del brazo de FAUSTO. MARTA y MEFISTóFELES paseando de arriba abajo.)
MARGARITA Ya noto que el señor es muy amable y que se rebaja a hablar conmigo para avergonzarme. El que ha viajado ya, está acostumbrado a aceptar todo por cortesía. Sé muy bien que mi modesta conversación no podrá entretener a un hombre tan experto. FAUSTO Una mirada y una palabra tensa deleitan más que toda la sabiduría del mundo. (Le besa la mano.) MARGARITA ¡No se moleste! ¿Cómo la puede besar?, es tan fea y tan áspera. En qué no habré tenido que trabajar. Mi madre es tan estricta.
(Pasan a un lado.)
MARTA ¿Y usted, señor, va siempre de viaje? MEFISTÓFELES El negocio y el deber me llevan. Con qué dolor se dejan algunos lugares, y sin embargo uno no se puede detener. MARTA En los años briosos está muy bien dar vueltas por el mundo de esa manera. Sin embargo, llegan los malos tiempos, y bajar a la tumba solterón no le ha sentado bien a nadie. MEFISTÓFELES Lo contemplo con terror desde la lejanía. MARTA Entonces, estimado señor, decidíos mientras aún estéis a tiempo.
(Pasan a un lado.)
MARGARITA Sí, ojos que no ven, corazón que no siente. Usted se maneja bien con la cortesía, pero tendrá muchas amistades por ahí, y a buen seguro más inteligentes que yo. FAUSTO ¡Ah, mi preferida! Créeme, lo que se toma por inteligencia suele ser vanidad y tontería. MARGARITA ¿Cómo? FAUSTO La sencillez y la inocencia no saben apreciar su sagrado valor. No saben que la modestia y la humildad son supremos dones de la generosa naturaleza. MARGARITA Si pensarais un momento en mí, yo tendría tiempo para recordaros. FAUSTO ¿Debes estar muy sola? MARGARITA Sí, nuestra casa es pequeña, pero hemos de atenderla. No tenemos criada: he de guisar, barrer, coser, zurcir, correr desde la mañana hasta la noche, pues mi madre es muy exigente en todo. No es que tengamos que guardar mucha estrechez; mi padre nos dejó un buen capital, una casa y un huerto en las afueras. Pero ahora estoy bastante tranquila; mi hermano es soldado y está en el frente y mi hermanita está muerta. Tuve mucho trabajo con la niña, aunque me gustaría volver a pasar fatigas por ella, pues la quería mucho. FAUSTO Si se parecía a ti, sería un ángel. MARGARITA Yo la crié y ella se encariñó conmigo. Nació tras la muerte de mi padre. A mi madre la dimos por perdida de tan mal como estuvo, pero se recuperó poco a poco, muy despacio. Por eso no pudo ni pensar en dar el pecho al pobre gusanito, y por eso yo sola la críe con leche y agua y ella se hizo mía. Entre mis brazos y en mi regazo se sentía a sus anchas, pateaba, fue creciendo. FAUSTO Sin duda has tenido la alegría más grande. MARGARITA Pero también horas muy difíciles. Por las noches, colocaba la cuna de la pequeña junto a mi cama y, apenas se movía, yo me despertaba. Le tenía que dar el alimento o la acostaba a mi lado. Si no se callaba, tenía que levantarme de la cama a ir meciéndola de un lado a otro del cuarto, y al amanecer iba a lavar y al mercado, y cuidaba del fuego del hogar, y así un día y otro también. Así, señor mío, no siempre se está de buen humor, pero saben mejor la comida y el sueño.
(Pasan a un lado.)
MARTA Las pobres mujeres lo tenemos muy mal. Es muy difícil que un soltero dé su brazo a torcer. MEFISTÓFELES Si se tratara de alguien como usted, me haría tomar el buen camino. MARTA Señor, dígame, ¿no tiene usted todavía a nadie? ¿Nadie le ha atado el corazón en ningún sitio? MEFISTÓFELES Dice el refrán: «Un lugar propio y una buena mujer son más valiosos que las perlas y el oro». MARTA Le pregunto si no tuvo nunca el deseo. MEFISTÓFELES Siempre se me ha recibido cortésmente. MARTA Quiero decir que si nunca se ha tomado a nadie en serio. MEFISTÓFELES A las mujeres no puede uno tomarlas a broma. MARTA Ay, no me entiende. MEFISTÓFELES Lo siento de veras, pero entiendo que es usted muy amable. (Pasan a un lado.) FAUSTO Ángel mío, ¿no me reconociste cuando entré en el jardín? MARGARITA ¿No lo vi? Bajé los ojos y los cerré. FAUSTO ¿Me perdonas la libertad que me tomé?, ¿la osadía que tuve cuando salías de la catedral? MARGARITA Quedé abrumada. Nunca me había ocurrido eso. Nadie ha podido nunca decir nada malo de mí. Pensé que había visto en mis maneras algo desvergonzado e indecente. Parecía que se acercaba a tratar con una mozuela, en seguida y por las buenas. Pero he de confesarlo, no sé lo que empezó a actuar a su favor. Sólo sé que me reproché no sentir mayor hostilidad hacia usted. FAUSTO Dulce amor. MARGARITA ¡Un momento! (Arranca una margarita y le va quitando los pétalos uno tras otro.) FAUSTO ¿Qué vas a hacer con eso?, ¿un ramillete? MARGARITA No, es sólo un juego. FAUSTO ¿Cómo? MARGARITA Apártese, que se reirá de mí. (Sigue arrancando hojas y murmurando.) FAUSTO ¿Qué murmuras? MARGARITA (A media voz.) Me quiere, no me quiere. FAUSTO ¡Dulce cara angelical! MARGARITA (Continúa.) Me quiere, no me quiere; me quiere, no me quiere. (Arrancando el último pétalo llena de alegría.) Me quiere. FAUSTO Sí, niña, toma la palabra de esa flor por un oráculo. Él te ama. ¿Comprendes lo que eso significa? Él te ama. (Le toma las manos en las suyas.) MARGARITA Siento un escalofrío. FAUSTO No tiembles. Deja que esta mirada y que la presión de mis manos te digan lo inexpresable: entregarse y sentir una dicha que debe ser eterna. Eterna, y su fin sería la desesperación. No debe haber ningún final, ningún final.
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