El Paraíso Perdido, John Milton

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nubarus
view post Posted on 3/10/2008, 21:56




«Escuchaban todos su audaz discurso sin contradecirlo, cuando levantándose el serafín Abdiel, celosísimo adorador de la divinidad y dócil cual ningún otro a sus mandatos inflamado en santa indignación, atajó así aquel furioso torrente:

«¡Oh blasfemo insolente y falso! No era de esperar que se oyesen semejantes palabras en el cielo y menos proferidas por ti, ingrato, que tan encumbrado te hallas sobre tus iguales. ¿Cómo puede tu sacrílega astucia condenar ese justo decreto promulgado y jurado por el Señor? Ordena que ante su único Hijo, que por derecho propio empuña el cetro regio, doblen todos los que habitan el cielo la rodilla, y honrándolo como es debido, lo confiesen por legítimo Soberano; y, ¿esto dices que es injusto, porque no es reducir con leyes a los libres, y lo es que uno solo impere sobre sus iguales y obtenga un poder que nadie puede heredar después? ¿Pretendes dictar leyes a Dios? ¿Vas a disputar sobre los fueros de la libertad con el mismo que te ha hecho lo que eres, y que al crear conforme a su voluntad las potestades celestes ha imitado las condiciones de su existencia? Harto experimentada tenemos su bondad; harto sabemos con cuánta solicitud procura nuestra dicha y nuestra grandeza, y que lejos de empequeñecernos, quiere, por el contrario, sublimar nuestro venturoso estado uniéndonos más estrechamente bajo una misma cabeza. Y, puesto que, como afirmas, fuera injusto que el que es igual reine como monarca sobre sus iguales, ¿osas tú por grande y glorioso que seas y aunque cifrases en ti solo el esplendor de las angélicas naturalezas, igualarte a ese unigénito Hijo, por quien, como Verbo suyo, el Padre Omnipotente lo creó todo, y te creó a ti mismo, y a todos esos espíritus celestes, coronados de gloria en diferentes grados y glorificados con los nombres de tronos, dominaciones, principados, virtudes y potestades, potestades que constituyen nuestra esencia? No nos humillará su reinado, antes acrecerá nuestro lustre, porque siendo nuestro príncipe, no podrá menos de identificarse con nosotros; sus leyes serán las nuestras, y cuantos honores le tributemos vendrán a recaer en nosotros mismos. Desiste pues, de tu insensato encono; no perviertas a los que te escuchan, y apresúrate a calmar la cólera del Padre y la cólera del Hijo, que no es difícil obtener el perdón cuando se implora a tiempo».

...Con este fervor se expresaba el Ángel, mas era inútil su celo, que se tenía por extemporáneo, por poco digno y propio de espíritus apocados; de lo que lisonjeándose el Apóstata más ensoberbecido que antes, le replicó:

«¿Que fuimos creados dices, y que como producto de segunda mano, el Padre transfirió este cuidado a su Hijo? ¡Idea peregrina y nueva! Bueno fuera saber de quién has aprendido esta doctrina. ¿Cuándo se efectuó esta creación? ¿Recuerdas tú cuándo saliste de la nada, y cómo te dio el ser ese tu Hacedor? Porque nosotros no conocemos tiempo alguno en que no hayamos sido lo que somos, ni nada que nos haya precedido. Engendrados fuimos por nosotros mismos y elevados por nuestra propia virtud vivificadora, cuando llegado el momento fatal, adquirieron las cosas su complemento, y nosotros, frutos ya sazonados tuvimos por patria al cielo. Nuestro poder de nosotros únicamente procede, y nuestro brazo ejecutará tales empresas que muestre bien si hay otro que se le iguale. Entonces verás si tenemos necesidad de recurrir a súplicas, y si rodeamos el trono del Omnipotente como adoradores o como agresores. Y ahora lleva, refiere estas nuevas a tu ungido Príncipe; y apresura el vuelo antes que un funesto obstáculo te lo impida».

...Dijo, y aquellas innumerables huestes aplaudieron sus palabras con un ronco murmullo, parecido al que en el hondo mar forman las olas; mas no por eso perdió su intrepidez el flamígero Serafín, pues aunque solo y cercado de enemigos, se sintió con sobrado aliento para añadir:

«¡Oh espíritu apartado de Dios, espíritu maldito, contrario a toda virtud! Veo inminente tu perdición, y veo a tu desventurada grey, envuelta en tus pérfidos amaños participar a un mismo tiempo de tu crimen y tu castigo. No, no te inquiete ya el deseo de sacudir el yugo del Divino Mesías; no abrigues más confianza en las leyes de la indulgencia; otras serán las que contra ti se lancen, y leyes irrevocables. Ese cetro de oro a que pretendes sustraerte se trocará en azote de hierro que quebrante y reduzca a la nada tu inobediencia. Seguiré el consejo que me has dado mas no por temor a tus advertencias y amenazas, sino para huir de estas inicuas tiendas, que la inminente cólera del Señor abrasará en repentino incendio, sin distinguir de inocentes ni de culpables. Teme tú el trueno que va a estallar sobre tu cabeza, y el rayo devorador que te consuma. Gimiendo entonces conocerás al que te ha creado, porque no podrás menos de conocer al que te aniquile».

...Estas palabras pronunció el serafín Abdiel, único dechado de fidelidad entre aquella multitud de infieles, único que conservaba su fe, su amor y su celo, y que se mostraba firme, resuelto, inaccesible a toda seducción y a todo temor contra la rebeldía que se fraguaba. Ni el número ni el ejemplo fueron poderosos a hacerlo abjurar de la verdad, ni aun viéndose solo, a que decayera su constante ánimo. Largo trecho anduvo entre las legiones, sufriendo los improperios con que al paso lo zaherían; pero sobreponiéndose a sus insultos y menospreciando sus amenazas, abandonó con desdeñosa indiferencia aquellas altivas torres que en breve habían de derrumbarse.»
 
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leviathan1
view post Posted on 4/10/2008, 19:24




SEXTA PARTE

ARGUMENTO


Prosigue Rafael su narración, y refiere cómo fueron enviados Miguel y Gabriel a combatir contra Satán y sus ángeles. Descríbese la primera batalla, de resultas de la cual, y a favor de la noche se retira Satán con los suyos; convoca un consejo, e inventa unas máquinas infernales, con que en nuevo combate empeñado al siguiente día, consigue introducir algún desorden en las legiones de Miguel; pero éstas, por fin arrancando de su asiento montes enteros, sepultan bajo ellos a las huestes satánicas y sus máquinas. No logran sin embargo acabar con la rebelión y al tercer día envía Dios al Mesías, su Hijo, a quien había reservado la gloria de aquel triunfo. Preséntase éste en la plenitud del poder que le ha concedido su Padre, y ordenando a sus legiones que se mantengan inmóviles a sus lados, lánzase con su carro, fulminando rayos en medio de sus enemigos que incapaces de resistirlo se ven perseguidos hasta los postreros atrincheramientos del cielo; abierto el cual, caen precipitados con estrepitosa confusión al abismo, que de antemano estaba preparado para servirles de castigo; con lo que el Mesías vuelve victorioso al seno de su Padre.

«Continuó el Ángel intrépido caminando toda la noche; sin que nadie lo persiguiese y atravesando los vastos campos del cielo, hasta que despertada la Aurora por las Horas que marchan circularmente, abrió con sus rosadas manos las puertas de la luz.
«Hay en lo interior de la montaña santa y próxima al trono de Dios, una gruta que en perpetua alternativa ocupan la luz y las tinieblas, cuya agradable sucesión forma lo que puede llamarse el día y la noche del cielo. Auséntase la luz, y por la puerta opuesta entra mansamente la oscuridad, hasta que el momento de extenderse por los celestes ámbitos, bien que su mayor sombra pudiera tenerse aquí meramente por un crepúsculo. Ahora se acercaba la mañana circuida del empíreo esplendor con que brilla en la región suprema, y la Noche huía ante ella acosada por los rayos que despedía el Oriente; cuando a los ojos de Abdiel apareció la inmensa llanura cubierta de fúlgidos escuadrones agrupados en orden de batalla, de carros, de armas resplandecientes, de fogosos bridones que reflejaban su brillo unos en otros; señales todas de guerra pero de guerra que iba a estallar en breve porque todos sabían ya las nuevas que él pensaba comunicarles.

«Introdújose gozoso entre aquellas amigas falanges que lo recibieron con júbilo y ruidosas aclamaciones, como al único de tan inmensa muchedumbre de criminales que se había preservado de su perdición; y conduciéndolo al compás de sus aplausos a la santa montaña, lo presentaron ante el supremo trono de donde, y de lo interior de una nube de oro, salió una voz que pronunció estas dulces palabras:

«Siervo de Dios, has obrado bien; bien has combatido por la más noble causa defendiendo la de la verdad solo contra multitud tanta de rebeldes, y haciéndote más temible con tus palabras que lo son todos ellos con sus armas. Para dar testimonio de la verdad, has menospreciado el baldón universal, más difícil de sobrellevar que todas las violencias, cuidando sólo de hacerte grato a los ojos de Dios, y sin temor a que te calificasen de perverso. Fácil es ya el empeño en que vas a verte auxiliado de toda una hueste amiga, y habiéndote con contrarios a cuya presencia volverás con tanta mayor gloria, cuanto más te vilipendiaron al separarte de ellos. Someterás por la fuerza a los que no quieren admitir la razón por ley, siendo como es tan justa, ni al Mesías por soberano, cuando reina por el derecho de sus propios méritos. Apréstate, Miguel, príncipe de los ejércitos celestiales, y tú Gabriel, que lo igualas con ardor bélico; guiad uno y otro al combate mis invencibles legiones; poneos al frente de mis ejércitos santos. Que congregados por millares y por millones, lleguen a competir en número con los de esa muchedumbre rebelde y falta de Dios. Aprestad fuego y armas mortíferas: dad sin temor en ellos; y persiguiéndolos hasta la extremidad del Empíreo, arrojadlos de la presencia de Dios, de la mansión bienaventurada al lugar de su tormento, a los abismos del Tártaro, que abren ya su inflamado caos para que en él acabe su ruina».

«Esto dijo la soberana voz, y al punto empezaron las nubes a agolparse sobre la montaña, y la espesa humareda con cuyos lóbregos remolinos luchaban furiosas llamas, anunciaba la ira que iba a estallar en breve. Con estruendo no menos espantoso resonó en la cumbre el penetrante acento de la trompeta aérea, que apenas oída de las celestes potestades, se agruparon en irresistible masa moviéndose silenciosas aquellas brillantes legiones al compás de armónicos instrumentos, poseídas de heroico ardor, digno de un alto empeño, y siguiendo a los inmortales caudillos que defendían la causa de Dios y de su Mesías. Marchan con inquebrantable firmeza, sin que basten a desordenar sus filas angostos valles, empinadas lomas, bosques, ni ríos; que no es el suelo obstáculo a sus plantas, y los aires parecen ayudar a su veloz ímpetu. Y como cuando las aves de todo género cruzaban sucesivamente el aire y posaban su vuelo sobre el Edén, para que a cada cual impusieses tú su nombre, así iban atravesando los varios espacios del cielo y una y otra región diez veces más anchurosas que la tierra toda.

«Por fin, al término del horizonte y a la parte del septentrión, se descubrió en todo su extenso ámbito una lengua de fuego que semejaba un ejército en orden de batalla, y a menor distancia un bosque erizado de enhiestas lanzas, cubierto de yelmos y escudos varios, en que se veían pintados emblemas ostentosos. Eran los escuadrones de Satán, que se movían con precipitada furia, imaginándose que aquel día, bien por fuerza de armas, bien por sorpresa, habían de enseñorearse de la montaña del Eterno y sentar en su trono al soberbio competidor, envidioso de su grandeza. Mas el resultado mostró cuán insensatos y vanos eran sus propósitos.
 
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nubarus
view post Posted on 4/10/2008, 19:26




«Extraño nos pareció al principio que unos ángeles moviesen guerra a los otros, y que, viniesen a descomunal batalla los mismos que asociados de continuo en unánime concierto de paz y amor, como hijos de un mismo y augusto Padre. entonaban loores al Rey Eterno; pero sonó el grito de guerra y el rumor fragoroso de la lid ahuyentando todo otro pacífico pensamiento.

«Descollando sobre todos los suyos y exaltado como un dios, mostrábase el Apóstata en su refulgente carro aparentando majestad divina, cercado de ardientes querubines y escudos de oro. Bajó de su pomposo trono, a tiempo que entre una y otra hueste mediaba ya limitado trecho, tan limitado como terrible, y que puestas frente a frente, se dilataban en formidable línea, prontas a acometerse; mas antes de llegar a este trance, adelantase Satán con resueltos e inmensos pasos a su sombría vanguardia, alto como una torre, y ciñendo su armadura de diamante y oro. No pudo verlo Abdiel sin indignación: estaba entre los campeones más insignes, determinado a los más valerosos hechos; y alentóse a sí propio exclamando:

«¡Oh cielo! ¡Qué tal semejanza guarde aún con el Altísimo quien no conserva ya ni fe ni respeto alguno! ¿Por qué donde falta la virtud, no han de faltar asimismo la fuerza y el ardimiento, y por qué el más audaz bien que parezca invencible no ha de ser también el más débil? Confiado en la ayuda del Omnipotente, he de poner a prueba la fuerza de ese cuya insensatez y falacia he probado ya, porque justo es que el que con la verdad ha triunfado, con las armas triunfe del mismo modo venciendo en ambos combates; que cuando la razón lucha con la fuerza, por más que sea empresa ardua y temeraria, la victoria debe estar de parte de la razón.»

«Así discurriendo, sale de entre sus compañeros armados, se encuentran a pocos pasos con su altivo enemigo, a quien aquella demostración enfurece más y lo provoca resueltamente diciéndole:

«Temerario, aquí te esperamos. ¿Presumías llegar a la eminencia a que aspiras sin que nadie se te opusiese? Presumías hallar indefenso el trono de Dios, y que lo hubiéramos abandonado temerosos de tu poder o aterrados por tus amenazas? ¡Insensato! No conoces cuán vano empeño es armarse contra un Señor Todopoderoso, que del más leve grano puede a cada momento sacar innumerables ejércitos, que destruyan tus maquinaciones, y que con sólo extender su mano a inconmensurables límites lograría, sin otro auxilio, al menor impulso, anonadarte a ti y confundir en tenebrosos abismos a tus legiones. Ya ves que no todos siguen tu ejemplo, y que todavía hay quien abrigue fe y amor en su Dios, lo cual no veías cuando en medio de los tuyos, fascinados por su error, era yo el único que disentía de todos. Contempla ahora si tengo imitadores, y aunque tarde, convéncete de que son pocos los que aciertan y muchos los que desvarían.»

«A quien el protervo Enemigo, lanzando una mirada desdeñosa contestó de este modo: «En mal hora para ti, en buena para mi sed de venganza, eres el primero a quien encuentro después que huiste de mi presencia, ángel sedicioso. Vienes así a pagar tu merecido, a sufrir el rigor de la cólera que has provocado, porque tu lengua fue la primera que por espíritu de contradicción se desató en injurias contra la tercera parte de los dioses congregados para defender sus derechos, que no cederán a nadie por grande que sea su omnipotencia, mientras se sientan animados de su virtud divina. Te has adelantado sin duda a tus compañeros, ambicioso de obtener alguna ventaja sobre mí, para que este triunfo les hiciese confiar en mi vencimiento. He suspendido mi venganza, porque en no replicarte, parecería que me obligabas a guardar silencio, y porque es bien te convenzas de que para mí libertad y cielo son una misma cosa, tratándose de espíritus celestiales, no de los que se avienen mejor con la servidumbre, espíritus abyectos entretenidos en cánticos y festines. Estos son los que tú has armado, mercenarios del cielo, que siendo esclavos, intentan pelear contra la libertad; pero hoy han de ponerse en parangón los hechos de los unos con los de otros.»

«Y Abdiel le replicó con entereza estas breves palabras: «¡Apóstata! No desistes de tu error, ni te verás libre de él, porque cada vez se alejan más tus pasos de la verdad. En vano infamas con el nombre de servidumbre el homenaje que prescriben Dios o la Naturaleza, pues Dios y la Naturaleza mandan que impere el que sea más digno, el superior a aquellos a quienes gobierna. Servidumbre es obedecer a un insensato, al que se rebela contra quien tanto puede, como es la de los tuyos al obedecerte. Ni tú mismo eres libre, sino esclavo de ti propio, y nada importa que lleves tu insolencia hasta el punto de escarnecer nuestra sumisión. Reina pues, en los infiernos, que serán tus dominios, mientras yo sirvo en el cielo al Señor, por siempre bendito, y obedezco sus supremos mandatos, como deben todos obedecerlos. Pero en el infierno te aguardan no coronas, sino cadenas; y ya que según has dicho, he venido huyendo hasta aquí, reciba tu arrogancia estas albricias con que te saludo.»

«Y al decir esto, había ya descargado un vigoroso golpe, que no quedó en amago, sino que cayó de pronto como una tempestad sobre la orgullosa frente de Satán, el cual ni con la vista, ni con la rapidez del pensamiento, ni menos aún con su broquel, pudo repararlo, antes le obligó a retroceder diez largos pasos y a doblar una rodilla sosteniéndose apenas en su robusta lanza; al modo que los vientos subterráneos o las desbordadas aguas arrancan de su asiento una montaña y la dejan medio inclinada con los pinos que cubren su superficie. Asombrados, o más bien furiosos, vieron los rebeldes tronos aquella humillación del que creían tan invencible; al paso que los nuestros prorrumpieron en un grito de alegría, presagio de su victoria e indicio del anhelo con que ansiaban el combate. Al punto ordena Miguel que suene la trompeta del arcángel, y pueblan sus ecos la vasta extensión del cielo, y el ejército fiel entona el Hosanna al Omnipotente.

«Mas no se contentaron las huestes contrarias con permanecer en inacción, sino que se precipitaron furiosas a la lid. Levantóse horrendo clamoreo, cual nunca se había oído en el cielo hasta el presente, formando asperísima discordancia el choque de las armas y las armaduras, y el crujir de los carros de bronce y los ardientes ejes de sus ruedas. ¿Quién podrá describir el tremendo choque? Volaban las flechas encendidas, silbando horriblemente sobre nuestras cabezas, y cubriendo ambos ejércitos con una bóveda de fuego, y bajo ella se lanzaba uno contra otro con fragoroso ímpetu e inextinguible rabia. Tronaba el cielo todo, y de haber existido la tierra, entonces se hubiera conmovido hasta sus últimos cimientos. Mas, ¿qué mucho si de una y otra parte batallaban millones de ángeles denodados, de los cuales el más débil hubiera bastado por sí solo a conturbar los elementos, y a armarse de la fuerza con que prevalecen en sus regiones? ¿Qué poder les estaba negado a aquellas falanges innumerables que entre sí luchaban, para llevar por dondequiera el espanto y la asolación de la guerra? Hubieran trastornado, ya que no destruido, hasta su mansión nativa, si el Eterno y omnipotente Rey desde sus altos alcázares del cielo no hubiera puesto freno y límites a sus fuerzas. Cada legión de por sí equivalía a un numeroso ejército; cada guerrero representaba en fuerza una legión; y en tan atroz refriega el caudillo era soldado, el soldado capaz de alzarse a caudillo; que cada cual sabía bien cuando había de avanzar, cuando mantenerse a pie firme, o cambiar de batalla; o abrir y estrechar las temerosas filas sin que en ninguno cupiese la resolución de la fuga o la retirada, ni demostración alguna por donde parecer medroso, sino que cada uno confiaba en sí propio, cual si él solo dispusiese de la victoria.
 
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leviathan1
view post Posted on 4/10/2008, 19:29




«Y ¡qué de hazañas dignas de eterno nombre se consumaron! Por ser tantas no son para referidas. Ocupaba el combate infinito espacio, variando en cada momento en multitud de trances; y tan pronto luchaban los invictos guerreros en terreno firme, como alzaban el vuelo y se acometían suspendidos de los contrastados aires, que semejaban voraz hoguera. Mantúvose largo tiempo indecisa la batalla, hasta que Satán, que aquel día desplegó una fuerza maravillosa, no hallando quien pudiera contrarrestarlo, y desbaratando las filas de los serafines, revueltos en lo más enconado de la pelea, divisó por fin la espada de Miguel, que deshacía, segaba escuadrones enteros de un solo golpe.

«Asía el Arcángel su terrible arma con ambas manos, blandiéndola a todas partes con incontrastable fuerza: donde asestaba su filo todo era devastación y ruina. Salióle Satán al paso para poner coto a tan grande estragó, y se cubrió con el vastísimo círculo de su escudo reforzado hasta por diez láminas de diamante. Al verlo, el insigne Arcángel suspendió el belicoso empeño, y lleno de júbilo, como quien esperaba terminar la guerra con la derrota de su Enemigo y encadenarlo a sus plantas, el rostro encendido y con airado ceño, empezó dirigiéndole estas palabras:

«Recréate en el mal de que eres autor y a que has dado origen con tu rebeldía, pues hasta su nombre era en el cielo desconocido, y míralo propagarse aquí gracias a una guerra que si a todos es odiosa, será funesta para ti y para tus secuaces. ¿Qué has hecho de aquella bendita paz de que gozábamos, trocando nuestro estado natural en este tan miserable, producido por tu criminal soberbia? Y ¡que así hayas contaminado a tantos millones de ángeles, tan puros y fieles en otro tiempo y hoy tan henchidos de envidia y deslealtad! Pero no creas turbar la paz de esta mansión dichosa: el cielo te arrojará lejos de sus dominios, que como reino que es de bienaventuranza no tienen cabida en él los malévolos ni los perturbadores. Huye, pues, y en pos de ti vaya el mal que has abortado; y tú y tus perversas falanges sumíos en el infierno, que es vuestra funesta morada y da allí rienda suelta a tus furores, sin aguardar a que mi vengadora espada anticipe tu castigo, ni a que más ejecutiva aún la cólera del Señor, apresure los horrores de tu suplicio.»

«Y a esto respondió Satán: «No con vanas amenazas pretendas intimidar a quien no has podido. ¿Quién de los míos ha huido de tu presencia? Y si a tus golpes ha caído alguno, ¿no se ha recobrado al punto sin darse por vencido? Pues, ¿cómo se promete tu arrogancia triunfar más fácilmente de mí, y que yo abandone esta empresa? No desvaríes, porque no ha de terminar así un empeño que tú llamas criminal y que nosotros contemplamos como glorioso. Venceremos sí o convertiremos este cielo en el infierno que tú has inventado; y si no reinamos aquí, seremos siquiera libres. Esto te digo; y que no he de huir de ti aunque apuradas tus fuerzas, venga en auxilio tuyo ese que se apellida Omnipotente. De lejos o de cerca quiero pelear contigo.»

«Ambos enmudecieron; ambos se aprestaron a un combate indescriptible. ¿Cómo referirlo, ni aun con la lengua de los ángeles? ¿Con qué compararlo de lo que conocemos en la tierra? ¿Qué imaginación humana podrá encumbrarse hasta las maravillas del poder divino? Porque dioses parecían; y en sus movimientos, en su reposo, en figura, en acciones y el manejo de sus armas, dignos de conquistar el imperio de todo el cielo. Giraban sus fulminantes espadas en el aire describiendo tremendos círculos y sus escudos, uno enfrente de otro, relumbraban como dos grandes soles. Todo permanecía en expectativa, todo embargado de espanto. Apartáronse a entrambos lados los ejércitos angélicos dejando libre el espacio en que antes medían sus armas, porque hasta la conmoción que los combatientes imprimían al aire era peligrosa. Tal (valiéndome de imágenes pequeñas para pintar cosas sublimes) tal, una vez trastornada la armonía de la naturaleza y puestas en guerra las constelaciones, veríamos dos planetas de siniestro aspecto lanzarse uno contra otro y chocar furiosos en medio del firmamento, confundiendo en una sus enemigas esferas.

«Levantaban a la vez ambos campeones sus temibles brazos, cuya fuerza era sólo comparable a la del Omnipotente, y ambos ideaban asestar un golpe que fuese el postrero y pusiera término a la lid. Competían en vigor, en destreza y agilidad, mas la espada de Miguel, sacada de la armería de Dios, era de tan acerado temple, que nada podía resistir a su cortante filo. Paró con ella un furioso tajo de la de Satán rompiéndola en dos partes; y no bastando esto, tiróle una estocada, que penetrándole en el costado derecho, le abrió una enorme herida. Por primera vez sintió Satán el dolor, y comenzó a agitarse en horribles contorsiones, que el acero le destrozaba las entrañas; pero su etérea contextura no daba lugar a mayor estrago y se repuso en su ser, saliendo de la herida copiosos borbotones de licor purpúreo de sangre, tal como puede animar los espíritus celestiales, que manchó toda su armadura, poco ha tan resplandeciente.
 
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samael69
view post Posted on 4/10/2008, 19:31




«De todas partes acudieron a socorrerlo sus más denodados ángeles, poniéndose en su defensa, mientras otros lo trasladaban en los paveses hasta su carro distante un buen trecho del campo de batalla. En él lo depositaron haciendo extremos de dolor y rabia, avergonzados de ver que no era tan invencible como creían, postrada su soberbia con tal desastre, y desvanecida la confianza en que estaban de que su poder era igual al poder divino. Sanó empero muy pronto, porque los espíritus, en quienes todo es vida, existen por completo en cada una de sus partes, no como el frágil hombre en el conjunto, de sus entrañas, de su corazón, o su cabeza, del hígado o los riñones; no pueden morir sin reducirse a la nada; no es posible que el líquido de sus tejidos reciba una herida mortal como no es posible que la reciba la fluidez del aire; con todo corazón, todo cabeza, y ojos y oídos y sentidos e inteligencia; y a medida de su voluntad mudan de miembros, de color, de formas y de apariencia reduciéndose o dilatándose, según conviene mejor a sus deseos.

«Llevábanse al propio tiempo a cabo memorables hechos por el lado en que combatía Gabriel, el cual con sus brillantes enseñas, se entraba resueltamente por las espesas legiones que acaudillaba Moloc. En vano lo perseguía este soberbio príncipe, jurando que había de arrastrarlo encadenado a las ruedas de su carro, y, blasfemando con impía lengua de la sacrosanta divinidad de Dios: quedó hendido de un mandoble desde la cabeza a la cintura, y lanzando rabiosos ayes, desapareció con su destrozada hueste. Otro tanto acaecía en los dos extremos de la batalla, donde Uriel y Rafael triunfaban de sus orgullosos enemigos, Adramalec y Asmodeo a pesar de sus gigantescas fuerzas y sus diamantinas armaduras, viéndose ambos tronos castigados cuando más prepotentes se creían, y caídos de su altivez, sin que sus armas y defensas los . preservaran de huir cubiertos de horribles heridas. Ni se mostró Abdiel más remiso en escarmentar a la descreída muchedumbre, cayendo a impulsos de sus repetidos golpes Ariel y Arioc y Ramiel, que se distinguían por su violenta ferocidad. «Pudiera referirte las proezas de muchos millares de ángeles para perpetuar en la tierra la memoria de sus nombres; mas estos bienaventurados se contentan con la gloria que disfrutan en el cielo, y no han menester las alabanzas de los hombres. Y en cuanto a los adversarios bien que no les neguemos su poder y esfuerzo bélico, ni la fama que ambicionaban merecedores como se hicieron de la maldición que el cielo echó sobre ellos, dejémoslos yacer entre las tinieblas del olvido; porque la fuerza que se aparta de la verdad y de la justicia no es digna de estimación y loa, sino de reprobación y de menosprecio; aspira a la gloria por medio de un vano orgullo, y a la reputación valiéndose de la infamia: quede pues condenada a silencio eterno.

«Rendidos los principales caudillos, comenzó el combate a declinar, multiplicándose los desastres, y comenzaron la derrota y la confusión. Veíanse aquellos llanos cubiertos de despojos y armas despedazadas; los carros hechos trizas, los conductores y los caballos amontonados y envueltos en humo y en vivas llamas. Los pocos que subsistían en pie retrocedían azorados y comunicaban su desaliento a los ejércitos de Satán, que apenas acertaban a defenderse, que por primera vez sentían la debilidad del temor y los dolores del sufrimiento y que huían ignominiosamente, avergonzados de verse reducidos a tal extremo por mal de su pecado y su rebeldía. Hasta entonces ignoraban lo que era miedo y cobardía y angustia.
 
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leviathan1
view post Posted on 4/10/2008, 19:34




«¡En cuán diferente situación se hallaban los santos inviolables! ¡Cuán firme, cuán entera avanzaba su falange igual en sus filas, indestructibles, segura de su victoria! Debía esta ventaja a su inocencia, que tan superior la hacía a sus enemigos. No había incurrido en el pecado de desobediencia y se mantenía animosa en la confianza de quedar incólume aun cuando la violencia de la refriega turbase a veces el orden de sus legiones.

«La noche entretanto comenzó su curso, y esparciendo su oscuridad por el cielo, dio tregua e impuso silencio al odioso estrépito de la guerra. Vencidos y vencedores se guarecieron bajo su tenebroso manto; Miguel y sus ángeles permanecieron en el campo de batalla, en torno del cual velaban multitud de querubines con antorchas encendidas; en la parte más lejana Satán, rodeado de sus rebeldes huestes y oculto entre profundas tinieblas; y no pudiendo reposar un punto, luego que entró la noche, convocó a consejo a sus potentados y sin muestra alguna de desaliento les habló así:

«Los peligros que habéis arrostrado, queridos compañeros, la destreza de que habéis dado pruebas sin ser vencidos, os hacen merecedores, no ya de la libertad que es galardón mezquino, sino de bienes que tenemos en más estima del honor, el dominio, la gloria y el renombre. Todo un día habéis estado sosteniendo un combate dudoso; y lo que en un día habéis hecho ¿por qué no poder hacerlo durante una eternidad? Ha echado el Señor del cielo de cuanto poder disponía contra vosotros; de su mismo trono ha sacado las fuerzas que creyó suficientes para someteros a su voluntad; pero ¿lo han conseguido? No; y en esto debemos hallar la prueba de que no es tan previsor de lo futuro ni tan omnisciente como lo creíamos. Cierto que la inferioridad de nuestras armas nos ha perjudicado en parte, y ocasionándonos dolores que antes no conocíamos; pero una vez conocidos, los hemos menospreciado. Tenemos ya el convencimiento de que nuestra naturaleza empírea no está sujeta a trance mortal alguno, de que es imperecedera, pues aún debilitada por las heridas sana muy pronto de ellas, y vuelve a cobrar su vigor nativo. A tan leve mal, fácil es aplicar remedio. Con más poderosas armas, con instrumentos más impetuosos que para la lid próxima dispongamos, mejoraremos de fortuna y empeoraremos la de los enemigos o por lo menos se igualará la disparidad que seguramente no ha puesto entre ellos y nosotros la naturaleza. Y si otra causa ignorada les ha concedido esa superioridad, pues conservamos enteros nuestros ánimos y cabal nuestra inteligencia, veamos, e investiguemos los medios de descubrirla.

«Dijo y se sentó. Próximo a él estaba en la asamblea Nisroc, cabeza de los Principados que había salido del combate acribillado de heridas y con las armas abolladas y hechas pedazos. Mostraba gesto sombrío, y le respondió:

«Tú que nos libras de nueva servidumbre para procurarnos el pacífico goce de los derechos que como dioses nos son debidos, no dejas de comprender que siendo tales hemos de lamentar doblemente el vernos expuestos a dolorosas heridas, y forzados a pelear con desiguales armas contra un enemigo impasible e invulnerable. De esta contrariedad necesariamente ha de provenir nuestra ruina; porque ¿de qué nos sirve el valor, ni de qué esta fuerza tan vigorosa, si uno y otra ceden al dolor, que lo rinde todo y deja desmayado al más poderoso brazo? Podríamos muy bien renunciar quizás al goce de todo placer, y no prorrumpir en quejas, y vivir tranquilos que es la más dulce de las vidas; pero el dolor es el colmo de la miseria, el peor de los males, y cuando se hace excesivo, no hay paciencia que baste a soportarlo. Si alguno de nosotros acierta a inventar una arma que produzca dolorosa lesión en nuestros enemigos, invulnerables todavía, o una defensa tan eficaz como lo es la suya, nos prestará un servicio no menos digno de gratitud que el que debemos al que nos procura la libertad.»

«A lo que con estudiada compostura respondió Satán: «Pues ese invento desconocido aún, y que con razón estimas tan importante para nuestro triunfo, lo tengo ya. ¿Quién de nosotros, al contemplar la brillante superficie de este mundo celeste en que moramos, de este vastísimo continente; ornado de plantas, de frutos, de flores que exhalan ambrosía, de perlas y oro, puede ver con indiferencia maravillas tantas, y no conocer que nacen allí en lo interior de profundos senos, entre negras y crudas masas, de una espuma espirituosa e ígnea, hasta que tocadas y vivificadas por un rayo del cielo, se animan de pronto y exponen sus encantos a la influencia de la luz? Pues esos mismos gérmenes nos ofrecerá el abismo en su natural inercia y provistos de una llama infernal; los cuales, comprimidos en tubos huecos redondos y prolongados, con sólo aplicarles fuego por una de sus extremidades, se dilatarán ardiendo, y estallarán por fin con el estruendo del trueno, esparciendo entre nuestros enemigos tal estrago, que despedazándolos y destruyendo cuanto a su furor traten de oponer, temerán que hemos desarmado al Tonante de sus rayos, única arma terrible para nosotros. No será larga nuestra faena, y antes que asome el día veremos cumplidos nuestros deseos. ¡Animo, pues, nada temáis! Considerad que la habilidad y la fuerza reunidas no hallan cosa difícil, y menos cosa de qué desesperar.»

«No bien pronunció estas palabras, reanimáronse los semblantes y se abrieron los corazones a la esperanza. Admiración causó en todos semejante invento, extrañado cada cual que no se le hubiese ocurrido a él: tan fácil parece una vez descubierto lo que antes de descubrirse se hubiera tenido por imposible. Quizás en los futuros siglos, si la perversidad de tu raza llega a tanto, no faltará alguno de tus descendientes, que con ánimo dañino o por sugestión diabólica fragüe una máquina parecida, y en castigo de sus crímenes destruya a los hijos de los hombres al moverse guerra y atentar mutuamente contra sus vidas.

«Terminado el consejo, aprestáronse los rebeldes a la obra sin más tardanza. Nadie opuso reparo alguno, y todos dieron ocupación a sus manos. En un momento levantan la superficie del celeste suelo, descubren debajo las materias elementales de la naturaleza en su primitivo origen, hallan la espuma sulfurosa y nítrica, mezclan ambas entre sí y calcinándolas diestramente, las reducen a negros y menudos gramos, de que hacen provisión copiosa. Rompen unos las ocultas venas de los minerales y de las rocas, que existen en el cielo semejantes a las de la tierra, y forjan tubos y balas que llevan consigo la destrucción; otros fabrican dardos incendiarios, que abrasan instantáneamente cuanto tocan; y antes que se acerque el día, durante el secreto de la noche, dan cima a sus trabajos, y con gran previsión disponen todo lo necesario a su disimulada empresa.
 
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nubarus
view post Posted on 4/10/2008, 19:37




«Apareció por fin en el oriente del cielo la risueña aurora, y se levantaron los ángeles vencedores al toque de la trompeta que los llamaba a las armas, formándose en breve las espléndidas falanges, que ostentaban el áureo fulgor de sus brillantes cotas. Desde las colinas que recibían los primeros rayos del sol, espiaban algunos el espacio que en torno se dilataba, mientras, desempeñados otros el oficio de exploradores, recorrían ligeramente armados todos los puntos, para averiguar a qué distancia se hallaba el enemigo, dónde estaba acampado, si había emprendido la fuga, si se ponía en movimiento o se conservaba inmóvil y apercibido para el combate. Descubriósele por fin ya cercano que avanzaba a paso lento, pero resueltamente formando una sola y espesa haz y desplegando al viento sus estandartes; a tiempo que Zofiel el más veloz de los alados querubines, retrocedía a toda prisa, gritando desde lo alto de los aires: «¡A las armas guerreros! ¡A las armas, y a combatir! ¡Ahí tenéis al enemigo! Los que creíamos que se habían fugado vienen a evitarnos la molestia de perseguirlos. No temáis que por fin se salven. Una nube parece su espesa multitud, y que caminan animados de funesta resolución y de confianza. Que cada cual ciña su cota de diamantes, y ajuste bien su casco y embrace fuertemente su ancho escudo para poder manejarlo como convenga, pues a mi juicio no va a ser hoy día de menuda lluvia, sino de gran tormenta, que fulminará rayos abrasadores.»

«De esta suerte preparó a los que estaban ya prevenidos; y puestos en orden, desembarazados de impedimentos, y viendo tranquilos que se acercaba el instante de pelear, se movieron resueltamente. Ya se avista el enemigo. Avanzaba con largos y lentos pasos, formando un inmenso cuadro, dentro del cual llevaba sus infernales máquinas rodeadas de apiñados escuadrones que impedían se descubriese el engaño. Al divisarse, se detuvieron los dos ejércitos; mas de repente apareció Satán al frente de los suyos y en altas voces se expresó así:

«¡Vanguardia! ¡A derecha e izquierda! Desplegad de frente, para que cuantos nos odian puedan ver cómo ofrecemos paz y buena avenencia, y con qué sinceridad de corazón estamos dispuestos a recibirlos si aceptan nuestra propuesta y no nos vuelven la espalda por pura perversidad, que es lo que sospecho. Pero pongo al cielo por testigo... Ya ves, ¡oh cielo! con qué lealtad obramos. ¡Ea, pues! Los que al efecto estáis destinados, desempeñad vuestro oficio, haced lo que dejo indicado, y bien recio para que todos puedan oírlo.»

Al oír estas palabras falaces y sarcásticas, los que formaban el frente se dividieron a derecha e izquierda, retirándose por ambos flancos, y descubrieron nuestros ojos un espectáculo no menos nuevo sobre ruedas y hechas de bronce, de hierro o piedra que extraño: una triple fila de columnas tendidas (que en efecto columnas parecían, o más bien troncos huecos de encina u otros árboles despojados de sus ramas y cortados en los montes), pero horadadas en toda su longitud, ofrecían sus bocas algo de siniestro, que revelaba insidiosos planes. Al lado de cada columna veíase un serafín, cuya mano blandía una pequeña vara que despedía fuego. Esto notábamos, y no sin sorpresa, perdiéndonos todos en conjeturas; mas no duró mucho la incertidumbre, porque apenas aplicaron ligeramente y todos a la vez las varas a unos agujeros imperceptibles de las columnas, iluminó de pronto el cielo una explosión de fuego, vomitaron las cavernosas máquinas torrentes de humo, y con horrible estruendo que ensordeció los aires, desgarrando sus entrañas, lanzaron la infernal, indigesta masa que contenían, con fragorosos truenos y una abrasadora lluvia de ardientes globos. Iban asestados contra las filas del ejército vencedor, y era tal su furioso ímpetu que dando en medio de ellas, no pudieron resistir su golpe los que se mantenían como firmes rocas, y cayeron ángeles y arcángeles a millares revueltos entre sí y en el mayor desorden. Ni sus armas les fueron de provecho alguno; que a no serles más bien embarazosas, fácilmente hubieran podido, como espíritus que eran, condensarse o esparcirse, y ponerse en salvo; pero ya sólo les quedaba la mengua de su derrota y total dispersión, tanto más segura, cuando más extendían sus filas. ¿Qué remedio intentar? Si avanzaban se exponían a ser rechazados de nuevo y más vergonzosamente, añadiéndose al desastre el mayor ludibrio de los enemigos, que ya se preparaban a descargar sus máquinas segunda vez: huir amedrentados era indigna resolución.

«Veíalos Satán lleno de regocijo en aquel trance y burlándose de ellos, decía a los suyos: «¿Qué es eso? ¿Por qué no se acercan más vuestros animosos vencedores? ¿Qué se ha hecho del denuedo con que acometían? Pues, ¿no les ofrecemos recibirlos con los brazos y el corazón abiertos? (¿puede hacerse más?) Y les proponemos términos de avenencia, y ellos, cambiando de opinión, toman el portante y nos hacen ridículas contorsiones, como si se propusieran armar una danza. Aunque para danzar creo que se muestran un tanto atolondrados y bulliciosos; bien que será la alegría que les han causado nuestros pacíficos ofrecimientos; de modo que si se los repetimos podemos prometernos completo éxito»

«Y en tono no menos burlón añadió Belial: «Los términos caudillo nuestro, en que se los hemos hecho son de tanto peso y tan difíciles de entender, y con tan irresistible fuerza de raciocinio los hemos expuesto, que no es mucho estén todos esos guerreros algo pensativos y desconcertados. No es posible enterarse bien de ellos, sin que le ocupen a uno de pies a cabeza; y por lo menos esta ocupación tiene la ventaja de indicarnos que no andan muy derechos nuestros enemigos.»

«Con semejantes chanzonetas los denostaban, creyéndose en su desvanecimiento superiores a todas las veleidades de la victoria. Estimábanse ya con su invención iguales en poderío al Eterno, y se burlaban de sus rayos y de sus legiones los breves momentos que duró su estrago, que no se prolongaron mucho, porque, encendida en ira la divina hueste, echó mano de armas que bastasen a desbaratar el infernal invento. Y fue así que de pronto (admira el vigor la fuerza maravillosa que Dios ha puesto en sus fieles ángeles) arrojan las armas, vuelan a las alturas, que con mil deliciosos valles alternan en el cielo como en la tierra, y raudos cual otros tantos rayos asen de las montañas, las mueven y desarraigan de sus cimientos con todo el peso de sus rocas y bosques, y torrentes, y cogiéndolas por sus cimas, las voltean entre sus manos.
 
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leviathan1
view post Posted on 4/10/2008, 19:41




«Hubieras entonces presenciado el asombro y terror que se apoderó de los rebeldes, viendo que las montañas, invertida su base se les venían encima, y que bajo ellas quedaban aplastadas con su triple fila las maldecidas máquinas, y todas sus esperanzas sepultadas entre tan inmensas moles. Sobre ellos al propio tiempo llovían peñascos y promontorios enteros, que al caer oscurecían la luz, y entre cuyos escombros desaparecían legiones, armas y defensas; y las armas eran ya instrumentos de nuevo daño, porque al romperse herían a los que las empuñaban, ocasionándoles acerbos dolores e imponderables tormentos: y sólo se oían desesperados ayes y horrorosos gritos, pugnando cada cual por librarse de la estrecha prisión que le sujetaba, pues el pecado privaba a aquellos espíritus de la sutil fluidez y esencia, que poco antes constituían su ser.

«Pero los que quedaban ilesos se aprovecharon del ejemplo, y apelando al mismo recurso arrancaron los montes circunvecinos. Comenzaron pues a volar por los aires, chocando unos con otros. Jamás pudo preverse lucha tan espantosa. ¡Con qué infernal rabia se combatía en los estrechos huecos que quedaban, y a pesar del pavor que aquellas tinieblas infundían! Las más cruentas guerras comparadas con la presente hubieran parecido un mero entretenimiento. El estruendo engendraba nueva confusión; la confusión producía mayor frenesí y estrago. Amenazaba desquiciarse el cielo, y seguramente se hubiera consumado aquel día su ruina si el Padre Omnipotente, cercado de esplendor en el incontrastable trono de su celestial santuario, pesando los acontecimientos y previendo aquella iniquidad, no la hubiera permitido para realizar sus inescrutables fines de glorificar a su consagrado Hijo, vengándolo de sus enemigos y declarar que transfería en él su omnipotencia; por lo que, como asesor que era suyo, le dijo así:

«Destello de mi gloria, Hijo amado, Hijo en cuya faz aparece visible lo invisible que como Dios yo tengo: tu mano, partícipe de mi omnipotencia, realizará lo que tengo decretado. Dos días han transcurrido, dos días según en el cielo los computamos, desde que Miguel y sus Potestades han ido a subyugar a esos rebeldes. Tremendo ha sido el combate como no podía menos de serlo armándose uno contra otro semejantes enemigos. Yo los he dejado entregados a sí propios; y ya sabes que al crearlos los hice iguales, y que no hay entre ellos más desigualdad que la del pecado, bien que ésta no se haya hecho sensible, porque no he fulminado aún mi condenación; de suerte que se perpetuaría esa lucha encarnizada, sin que llegara a decirse su resultado. La guerra fatigosa ha dado ya de sí cuanto puede dar; se ha soltado el freno a la más desesperada contienda; se han empleado los montes como armas arrojadizas, cosa ingrata para el cielo y perjudicial a la naturaleza. Dos días pues han transcurrido; el tercero te pertenece a ti porque a ti lo he destinado. Todo lo he consentido para que tuvieses tú la gloria de dar fin a esta cruda guerra, que nadie más que tú puede terminar. Yo he infundido en ti tal virtud y gracia tan eficaz, que los cielos y el infierno se prosternarán ante tu poder incomparable. Tú has de sujetar esa perversa rebelión de modo que todos confiesen ser tú el más digno de entrar en la herencia universal, en la herencia que de derecho te corresponde como Rey que has recibido la unción sagrada. Ve, pues, tú, poseedor del mayor poder de tu poderoso Padre; asciende a mi carro; guía sus rápidas ruedas de suerte que hagan temblar el cielo hasta sus cimientos; lleva mis armas todas, mi arco, mi irresistible trueno; suspende mi espada de tu cintura augusta, para que persiguiendo a esos hijos de las tinieblas, los arrojes de todos los límites del cielo a los más hondos abismos; y allí podrán menospreciar según les plazca a su Dios, y al Mesías; su ungido Rey.»

Al pronunciar estas palabras inundó completamente en rayos de luz a su Hijo, cuya inefable faz recibió toda la efusión del Padre; y lleno de su filial divinidad le respondió:

«Padre mío, superior a todos los celestes tronos, el primero, el más alto, el más santo y el mejor por excelencia: tu designio constante es glorificar a tu Hijo, como yo te glorifico también a ti según es justo. Toda mi gloria y grandeza, toda mi felicidad consisten en que complaciéndote en mí, veas satisfecha tu voluntad, y yo cifraré en cumplirla el colmo de mi ventura. Acepto como dones tuyos tu cetro y tu poder, de que haré dejación mucho más complacido cuando vengan los tiempos en que todo tú estés en todo, y yo en ti para siempre, y en mí todos aquellos que te sean amados. Pero yo odio a los que tú odias, y puedo armarme de tu terror como me armo de tus misericordias, dado que soy tu imagen en todo. Ministro de tu poder, libraré en breve a los cielos de esos rebeldes, que caerán precipitados en la lóbrega mansión donde los aguardan cadenas, tinieblas y perpetuos remordimientos; porque ellos renegaron de la obediencia que te es debida, cuando el obedecerte a ti es la felicidad suprema. Separados entonces tus inmaculados santos de los ángeles impuros, y rodeando tu montaña santa, y yo su caudillo, entonaremos sinceros cánticos, himnos de la más alta alabanza.»

«Dijo, e inclinándose sobre su cetro, se levantó del asiento de gloria que ocupaba a la diestra del Señor, a tiempo que la tercera aurora sagrada comenzaba a esparcir por el cielo sus resplandores. De repente, y con un ruido semejante al fragor impetuoso del huracán, se lanzó el Carro de Dios Padre fulminando espesas llamas. Tenía sus ruedas unas dentro de otras, y no se movía por impulso ajeno, sino por el instinto de su propio espíritu, yendo escoltado por cuatro custodios con aspecto de querubines. Cada uno de éstos mostraba cuatro rostros maravillosos, y sus cuerpos y alas estaban sembrados de innumerables ojos, refulgentes como estrellas; ojos que asimismo brillaban en las ruedas, las cuales despedían centellas; y sobre sus cabezas se alzaba un firmamento de cristal en que se veía un trono de zafiro matizado de purísimo ámbar y de los colores del arco iris.

«Cubierto con la celeste armadura del radiante Urim, obra divinamente labrada, ocupa el Mesías su carro. A su derecha lleva la Victoria que extiende sus alas de águila, y al costado del arco el carcaj divino lleno de rayos de triples puntas. Envuélvenlo en torno airados torbellinos de humo, de entre los cuales brotan las llamas ardientes exhalaciones. Diez mil

millares de ángeles lo acompañan y lo rodean veinte mil carros de Dios (yo mismo oí contarlos), que anuncian desde lejos su llegada. Sublimado sobre el firmamento de cristal y sostenido en alas de los querubines, veíase en su trono de zafiro; mas los suyos los descubrieron los primeros y se sintieron henchidos de inefable júbilo al divisar ondeante en los aires y tremolado por ángeles el estandarte del Mesías, que era la enseña del cielo. Bajo él congregó Miguel al punto sus legiones, extendidas en dos alas, que en breve rodearon al supremo caudillo formando un solo cuerpo.
 
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samael69
view post Posted on 4/10/2008, 19:43




«Ya el divino poder le había preparado el camino del triunfo: a su mandato, retiráronse las montañas a su primitivo asiento; oyeron su voz y le obedecieron; el cielo recobró su serena faz; los valles y las colinas se cubrieron de nuevas flores. Y vieron todos estos prodigios, sus desventurados enemigos, y persistieron en su obstinación reuniendo sus huestes para empeñar otro combate. ¡Insensatos, que de la desesperación sacaban su confianza! ¡Que tal perversidad quepa en ánimos celestiales! Pero ¿hay prodigios que basten a humillar a los soberbios, ni fuerza que pueda ablandar sus corazones endurecidos? Lo que más debiera convencerlos aumenta su pertinacia; enfurécense doblemente al ver la gloria del Unigénito y su magnificencia despierta en ellos mayor envidia. Su única aspiración es adquirir tanta grandeza, y vuelven a colocarse en orden de batalla, confiados en triunfar por la fuerza o por la astucia, y en vencer finalmente a Dios y su Mesías; y cuando no, hundirse para siempre en universal ruina; que no es dado a su altivez huir ni retirarse ignominiosamente, sino provocar el postrer combate. Por lo que el Hijo de Dios, dirigiendo su voz a uno y otro lado, habló así a sus cohortes:

«Permaneced, ¡oh santos!, en vuestra gloriosa actitud, y vosotros, ángeles, continuad armados; hoy descansaréis de vuestras fatigas. Habéis probado ya vuestra fidelidad y mostrados adeptos a Dios, defendiendo su justa causa y ostentando a fuer de invencibles los dones que habéis recibido de él. Pero el castigo de esa maldecida grey queda reservado a otro brazo, porque la venganza corresponde al Señor o a aquel a quien la confía. Lo que hoy ha de suceder no será obra que lleven a cabo el número ni la muchedumbre; y si estáis atentos, contemplaréis cómo me hago yo ministro de la indignación divina contra esos impíos; que no os han ofendido a vosotros, sino a mí haciéndome objeto de su envidia. En mí tienen puesto su encono, porque el sumo Hacedor, de quien es el poder y la gloria de este imperio, me ha elevado a esta grandeza por efecto de su voluntad; y a mí, por lo tanto, me ha encomendado su castigo. Desean que cada cual probemos en nueva batalla nuestro poder, ellos contra mí solo, y yo solo contra todos ellos; y pues la fuerza es su único recurso, y no ambicionan otro timbre ni reconocen mayor virtud, sea la fuerza la que decida.»

«Al acabar de decir esto, revistióse su faz de un aire tan sombrío, que infundía terror, y dando rienda suelta a su cólera, se precipitó sobre sus enemigos. Cubriéndolo al mismo tiempo con sus alas incrustadas de estrellas, que hacían más pavorosas las tinieblas de alrededor, los cuatro querubines que sostenían su carro. Ya giran las ruedas de éste con un estruendo parecido al de un torrente de un ejército numeroso, y arrebatado de su ardiente ímpetu, y formidable como la noche, vuela hacia sus contrarios. Conmovíase a su paso el tranquilo Empíreo de uno a otro extremo, y todo retemblaba y vacilaba, excepto el trono de Dios. Presto se vio entre ellos, y empuñando en su mano diez mil rayos que arrojó delante de sí, quedaron acribillados de heridas los rebeldes. Llenáronse de pavor; perdieron todo aliento, toda esperanza de resistencia; cayéronseles las armas de las manos. Alfombra de sus plantas fueron los escudos y yelmos y aceradas frentes de todos aquellos tronos, potestades y serafines que derribadas ahora de su soberbia, hubieran deseado ver otra vez sobre sí el peso de las montañas, para no ser blanco de tan implacable encono.
«De los ojos de los cuatro querubines y de los innumerables, que cubrían también las animadas ruedas, salían por todas partes rayos abrasadores. Un mismo espíritu los dirigía; cada uno de aquellos ojos era un horno encendido que fulminaba fuego contra los malvados, los cuales faltos ya de fuerzas y del vigor que antes los animaba, caían vencidos, medrosos, confusos y aniquilados. Y sin embargo, no apuró el Hijo de Dios su rigor con ellos, contentándose con desatar a medias el trueno de su venganza, dado que no se había propuesto destruirlos, sino expulsarlos de la celestial morada; y así les permitió reponerse de su postración y los ahuyentó como un rebaño de tímidas ovejas reunidas por el miedo. El terror y las furias los aguijaban; y al llegar a la muralla de cristal, que formaba los límites del cielo, abrióse éste de par en par, y puso ante su vista la inmensa sima del infinito abismo que los aguardaba.

«¡Qué espectáculo tan espantoso! El horror los hizo retroceder pero mayor era aún el que los impelía hacia adelante. Ellos mismos iban precipitándose al llegar al borde de la celestial orilla, y la maldición eterna los empujaba para más apresurar su ruina. Oyó el infierno aquel fragoroso estrépito, como si se derrumbase el cielo del cielo mismo, y hubiera huido amedrentado, si el inflexible Destino no hubiera ahondado bien sus negros cimientos, ligándolos con cadenas indestructibles.

«Nueve días estuvieron cayendo. Rugió trastornado el Caos y sintió diez veces doblada su confusión con el estridente tumulto de aquel estrago, que acumuló tantas ruinas y destrozos. Por fin abrió el infierno su boca, los tragó a todos, y volvió a cerrarla; el infierno, propia morada suya, lugar de dolores y penas, sembrado de inextinguible fuego. Y el cielo se regocijó, ya pacificado, y unió de nuevo sus muros reduciéndolos a sus límites.

«Quedando vencedor por sí solo con la expulsión de sus enemigos, retiró el Mesías su carro triunfal; y enajenados de júbilo salieron a su encuentro todos los santos, que hasta entonces habían contemplado silenciosos e inmóviles sus admirables hechos. Marchaban rodeándolo con ramos de palmas, y cada una de aquellas brillantes jerarquías entonaba cánticos de triunfo, cánticos al Rey victorioso, al Hijo, al heredero del Padre, al Señor cuyo dominio acataban al más digno de poseerlo. Al compás de estas aclamaciones, atravesó por en medio del cielo hasta el palacio y templo de su omnipotente Padre, sublimado sobre su trono, que lo recibió en el esplendor de su gloria, donde está hoy sentado a su diestra, en inmortal bienaventuranza. He aquí cómo asemejando las cosas del cielo a las de la tierra, para satisfacer tus deseos, y a fin de que puedas aprovecharte de las lecciones de lo pasado, acabo de revelarte lo que en otro caso quizás hubiera ignorado para siempre la raza humana: la discordia y guerra que se suscitó en los cielos entre las angélicas potestades, y la eterna ruina de los que llevados de una desmedida ambición, se asociaron con Satán en su rebeldía. Envidioso de tu felicidad, anhela hoy éste apartarte asimismo de la obediencia a tu Creador, para que desheredado como él de tu dichoso estado, vengas a merecer su castigo y caigas en su perpetua miseria. Su mayor venganza, su único consuelo sería poder ultrajar al Altísimo, haciéndote a ti partícipe de su error y de su pena. No des jamás oído a sus tentaciones; prevén esto mismo a tu compañera; ten presente el terrible ejemplo que has oído, el castigo en que incurren los inobedientes. Ellos hubieran podido ser siempre venturosos, y se perdieron. No te olvides de esto, y teme ser contado entre los rebeldes.»
 
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leviathan1
view post Posted on 4/10/2008, 19:50




SEPTIMA PARTE

ARGUMENTO


Accediendo a los ruegos de Adán, cuéntale Rafael cómo y por qué fue creado este mundo; que habiendo Dios expulsado del cielo a Satán y a sus ángeles, declaró que le placía crear otro mundo y otras criaturas que habitasen en él; y así envía a su Hijo circundado de gloria y acompañado de angélicos coros, para que en el espacio de seis días realice la obra de la creación. Al compás de sus himnos celebran los ángeles esta nueva maravilla, y la reascensión del Hijo a los cielos.

Desciende del cielo, Urania, si es bien que te invoque con este nombre. Siguiendo tu voz divina me remonto más allá del Olimpo, sobreponiéndome al cuello de las alas del Pegaso. No me contento empero con invocar tu nombre: invoco tu inspiración, porque ni tú te cuentas entre las nueve Musas, ni moras en la cumbre del antiguo Olimpo. Nacida en el cielo, antes que apareciesen los montes, antes que brotaran las fuentes de sus manantiales, tú conversabas con tu hermana, la divina Sabiduría y con ella te recreabas en presencia del Omnipotente Padre, que se complacía en oír tus celestiales cánticos. Transportado por ti, aunque habitador terrestre, al cielo de los cielos, he respirado el aire empíreo que para mí templabas. Sosténme también ahora, y vuélveme a mi nativo elemento, no sea que al ímpetu de este desenfrenado bridón en que cabalgo, caiga, como Belerofonte un día, bien que él no penetrase en región tan alta, y dé conmigo en los campos aleyos, para vagar allí desamparado y en completo olvido.

Estoy aún a la mitad de mi canto pero reducido ya a límites más estrechos, cuales son los de una divina y visible esfera. He descendido a la tierra, abandonando las regiones allende el polo, y cantaré más seguro y con voz humana, sin temor de que enronquezca ni quede muda, a pesar de habérseme deparado tan aciagos días. ¡Oh!, y ¡qué aciagos, viéndome rodeado de dañinas lenguas, de tinieblas, de peligros y de soledad! Pero no, no estoy solo, que tú me asistes, cuando por la noche cierra mis párpados el sueño, y cuando la mañana ilumina el sonrosado Oriente. Dirige pues mi canto sublime, Urania; dame un auditorio propicio, aunque escaso en número, y aleja al propio tiempo de mí la bárbara disonancia de Baco y su turbulento séquito, raza de aquella salvaje horda que en el Ródope despedazó al barco de Tracia, cuando sin respeto al que era encanto de los bosques y de las rocas, ahogó con su feroz griterío los ecos de su voz y de su cítara. No pudo Calíope salvar a su hijo, pero tú, Urania, no abandonarás al que implora tus favores porque ella inspiraba vanos sueños, y tú celestial aliento.

Di, ¡oh diosa!, lo que sucedió luego que Rafael, el afable arcángel, previno a Adán que aleccionado por el ejemplo de los apóstatas del cielo, no incurriese en su infidelidad, pues él y su descendencia, a quienes se había mandado que no tocasen al árbol prohibido, se verían sometidos a igual castigo en el Paraíso, si menospreciaban e infringían aquel único precepto, tan fácil de cumplir, en medio de la infinita multitud de objetos que se brindaban allí a sus gustos, por extraños que fuesen y caprichosos.

Con profunda atención escucharon Adán y su consorte Eva aquel relato, y quedaron admirados y profundamente pensativos al oír cosas tan grandes y tan extrañas, cosas de que no tenían la menor idea, que en el cielo se conociesen odios, y que con semejante confusión anduviesen allí mezcladas la guerra y la paz divina; pero el mal había venido a recaer por fin como desatado torrente sobre sus autores, privándolos para siempre de la bienaventuranza. Disipáronse en Adán las dudas que abrigaba su corazón, y nació en él sin otra intención, el deseo de averiguar lo que más inmediatamente le interesaba: cómo se produjeron el cielo y la tierra, todo este mundo visible; cuándo y de qué fueron creados, y por qué causa; y qué era el Edén y cuanto fuera de él existía antes de la época a que alcanzaba su memoria; semejante a aquel que ha saciado su sed del todo, y que sigue con la vista al arroyuelo que se desliza murmurando, y despierta en él nueva sed con el susurro de su corriente. Dirigióse, pues, a su celeste huésped en estos términos:

«Admirables cosas que no pueden menos de maravillar por lo diferentes que son de las de este mundo, nos has revelado, divino intérprete. Dios nos ha favorecido enviándote desde el Empíreo para advertimos a tiempo de lo que hubiera podido causar nuestra perdición; riesgo que no conocíamos, porque no está al alcance de la inteligencia humana. Por ello debemos gratitud eterna a la infinita bondad, recibiendo sus avisos con el solemne propósito de cumplir siempre su voluntad soberana, único fin con que aquí existimos. Pero ya que para nuestro aprovechamiento has tenido la dignación de descubrirnos cosas tan superiores a la comprensión terrestre pero, que nos conviene conocer como lo ha dispuesto la suprema sabiduría, ten la bondad asimismo de descender más hasta nosotros y de instruirnos en lo que ha de sernos no menos útil, diciéndonos cómo se formó ese cielo que vemos a tan lejana altura, ornado de los innumerables astros que lo recorren, y eso que llena el espacio, todo ese difuso ambiente que abarca la órbita de la florida tierra; qué causa movió al Creador, en medio del santo reposo de que gozaba, por toda una eternidad, a sacar tan tarde su obra del Caos, y cómo una vez empezada, se terminó en tan breve tiempo. A consentírtelo el Señor, manifiéstanos lo que tanto anhelamos averiguar, no para inquirir los secretos de su eterno imperio, sino para más glorificar sus obras. Réstale aún a la gran lumbrera del día, largo espacio de su curso, aunque va declinando ya; pero suspendiéndolo al oírte, al oír tu poderosa voz, te prestará atención, y retrasará su marcha para escuchar cómo refieres su nacimiento, y cómo el de la Naturaleza, al salir por primera vez del oculto abismo; y mientras la estrella y el astro de la noche se apresuran para oír tu narración, la Noche traerá consigo el silencio; el sueño se pondrá en vela con igual intento, o nosotros le ahuyentaremos hasta que termine tu canto, y podamos despedirte antes que nos sorprenda el brillo de la mañana.»
 
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nubarus
view post Posted on 4/10/2008, 19:53




Esta súplica hizo Adán a su ilustre huésped; y el Ángel divino le contestó con estas dulces palabras: «A tan comedido ruego, justo será acceder, pero, ¿qué encarecimiento, qué lengua seráfica bastará a referir las obras del Omnipotente, ni qué espíritu humano a comprenderlas? Lo que sí puedes conseguir, lo que no será negado a tus oídos, es lo que mejor conduzca a glorificar al Hacedor y más contribuya a labrar tu felicidad. Yo he recibido del cielo el encargo de satisfacer tus deseos, como no pasen de ciertos límites; fuera de ellos no indagues más; no desvanes con la esperanza de profundizar misterios ocultos, que el invisible Rey, único que lo sabe todo, ha rodeado de tinieblas tan impenetrables a los que viven en la tierra como en el cielo; y harto te queda en todo lo demás que estudiar y que conocer. Porque el saber es como el alimento; se requiere no menos templanza en la satisfacción del apetito, que en la medida a que debe el espíritu ajustarse, pues la excesiva ciencia embaraza con su demasía y convierte la sabiduría en locura, como el exceso de alimento se trueca en vapor inútil.

«Ahora bien, ten por cierto que apenas cayó Lucifer (a quien se daba este nombre porque resplandecía entre los ángeles mas que la estrella así llamada entre las estrellas), apenas cayó con sus malditas legiones en medio del abismo que les estaba preparado y volvió vencedor el augusto Hijo con el séquito de sus Santos, contempló el Eterno Omnipotente Padre toda aquella muchedumbre desde su trono, y habló así a su Hijo:

«Engañóse por fin nuestro envidioso Enemigo, creyendo que todos habían de seguirlo en su rebeldía y que con su auxilio nos arrancaría la posesión de esta altísima e inaccesible fortaleza, asiento de la suprema Divinidad. Perdióle su confianza, y arrastró en su catástrofe a muchos que han desaparecido fieles en su puesto, que el cielo está todavía poblado, y que cuenta con suficiente número de habitantes para llenar sus reinos, vastísimos como son, y para desempeñar los sagrados ministerios y solemnes ritos de este sublime templo.

«Mas, para que su soberbia no se lisonjee de haber logrado esta ventaja, de haber despoblado el cielo y locamente presuma del detrimento que me ha causado, he de reparar la pérdida, si como tal puede considerarse el perderse uno a sí mismo. Crearé al punto otro mundo, y de un hombre produciré una raza de hombres innumerables, que habitarán allí, no en este reino, hasta que elevándose gradualmente por sus méritos se abran y ganen al final esta morada, purificados largo tiempo por medio de su obediencia. La tierra entonces se convertirá en cielo, y el cielo en tierra, porque uno y otra formarán un solo imperio donde reinen alegría y unión perpetuas. Entretanto, celestes potestades, gozad de esta mansión con gran holgura. Y tú Verbo mío, hijo por mí engendrado, por ti se cumple todo esto: habla, y quedará hecho. Contigo envío mi Espíritu, que lo llena todo, contigo mi poder. Parte, pues; manda al abismo que forme el cielo y la tierra dentro de ciertos limites. El abismo no los tiene, porque yo soy quien lleno lo infinito y el espacio no está vacío. Y aunque Yo no reconozco límites en mí mismo, y reduzco y no llevo a todas partes mi bondad, que es libre de obrar o no, ni la necesidad ni el destino influyen nada en mis actos: el hado consiste en lo que yo quiero.»

«Estas palabras dijo el Omnipotente y su Verbo, su filial Divinidad las realizó al punto. Los actos de Dios son inmediatos, más rápidos que el tiempo y el movimiento, y para hacerlos comprensibles al sentido humano, hay que valerse de la sucesión de las palabras, de la lentitud con que procede la terrestre inteligencia. Grande fue el triunfo, extremado el júbilo del cielo, al anunciarse así la voluntad divina. «¡Gloria al Altísimo, decían, y, buena voluntad y paz en la tierra a los futuros hombres! Gloria a Aquél cuya justicia y vengadora cólera ha arrojado a los impíos de su presencia y de la morada de los justos! ¡Gloria y alabanza al Señor, cuya sabiduría ha hecho del mal el bien, y ha destinado a una raza mejor el lugar que ocupaban los espíritus malignos, y difundirá su eterna bondad en los mundos y siglos venideros!»

«Prorrumpieron en este himno las celestes jerarquías, y apareció el Hijo, dispuesto a su grande obra, revestido de la Omnipotencia, ciñendo la corona de la Majestad divina. La sabiduría, el amor inmenso, su Padre todo reflejaba en él. Asistían en torno de su carro innumerables querubines serafines, potestades, tronos y virtudes, espíritus alados, carros asimismo con alas, sacados del arsenal de Dios, donde existen millares de siglos ha, entre dos montañas de bronce, preparados para los días solemnes; carrozas celestiales, prontas siempre a volar y que ahora se ofrecían espontáneamente, porque estaban animadas de espíritu vital, atentas al mandato de su Señor. El cielo abrió de par en par sus eternas puertas, que al girar sobre los goznes de oro, produjeron un armonioso sonido, para dar paso al Rey de la Gloria, al Verbo poderoso, al espíritu creador de nuevos mundos.

«Detuviéronse en el continente del cielo, y desde sus orillas divisaron el vastísimo inconmensurable abismo, tempestuoso como un océano, lóbrego, horrible, impenetrable, agitado de arriba abajo por furiosos vientos y encrespadas olas, que como montañas se elevaban para escalar los cielos y confundir el centro con los polos.

«¡Basta, revueltas olas! ¡Y tú, abismo, sosiégate; cesen vuestros furores!», exclamó el Verbo creador. Y no se detuvo más; sino que arrebatado en alas de los querubines, se remontó a la gloria paterna por en medio del Caos y del mundo que todavía no era, porque el Caos oyó su voz. Seguíalo su brillante comitiva para presenciar la obra de la creación y las maravillas de su poder; y paró de pronto las ardientes ruedas de su carro, y tomó en la mano el compás de oro, guardado, en los eternos tesoros de Dios, para trazar el círculo de este universo y cuantas cosas habían de existir en él; y fijando uno de sus extremos en el centro y volviendo el otro alrededor de la vasta profundidad de las tinieblas: «Aquí, dijo, llegarás, y éstos, ¡oh mundo!, serán tus límites.»
 
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samael69
view post Posted on 4/10/2008, 19:57




«Así creó Dios el cielo y así la tierra, materia informe y vacía. Cubrían el abismo profundas tinieblas, pero desplegando sus alas paternales sobre las tranquilas aguas el Espíritu de Dios, infundió en ellas la virtud y el calor vital a través de la masa fluida; arrojó a lo más profundo las negras y frías heces infernales, contrarias a la vida; aunó y condensó cuantas cosas se asimilan entre sí; y apartando las demás a diferentes lugares, e introduciendo el aire entre unas y otras, apareció la tierra equilibrándose sobre su centro.

«¡Hágase la luz!», dijo, y la luz fue hecha. Brotó súbitamente del hondo abismo la luz etérea, lo primero de todo, la esencia más pura de las cosas, y desde su nativo oriente comenzó a esparcirse por entre las sombras aéreas, ciñéndola una nube esférica y radiante, porque el sol no existía aún; y, en este nebuloso tabernáculo permaneció algún tiempo. Vio Dios que la luz era buena, y la separó de las tinieblas por medio del hemisferio. Y llamó a la luz día, y a las tinieblas noche; y del espacio que entre uno y otro componen, formó el día primero. El cual no pasó sin ser grandemente festejado y cantado por los coros angelicales; pues, cuando percibieron la primera luz que asomaba por oriente, rompiendo las tinieblas, en aquel natalicio del cielo y de la tierra, llenaron de vivas y aclamaciones la vasta concavidad del universo, y al compás de sus arpas de oro y sus acordados himnos, ensalzaron a Dios juntamente con sus obras proclamándolo Creador cuando llegó la primera noche y cuando rayó la primera aurora.

«Y dijo Dios en seguida: «Que en medio de las ondas se ponga el firmamento y que divida unas aguas de otras.» Y Dios hizo el firmamento, dilatación de un aire fluido, puro, transparente, elemental, que se extiende en redondo hasta la mayor convexidad de aquel anchísimo orbe, división inmutable y segura que separa las aguas de la región inferior y las superiores. Porque así como la tierra, estableció Dios el mundo sobre reposadas aguas, en medio de un vasto océano de cristal, y alejó de él la tumultuosa irregularidad del Caos, para que el contacto de sus violentas extremidades no alterase su estructura. Y dio el nombre de cielo al firmamento; y los coros nocturnos y matutinos cantaron el día segundo.

«La tierra estaba formada, pero sumergida como rudo embrión en el seno de las aguas aún no se descubría. Inundaba toda su superficie el grande Océano, y no en balde, porque se infiltraba en todo su globo un templado y fecundo humor que hacía fermentar y concebir a la madre universal, fertilizada por una humedad vivificadora, cuando dijo Dios: «Aguas que os derramáis por los cielos, congregaos en un lugar y aparezca el continente enjuto.» Y salieron de pronto las enormes montañas, que elevando sus cimas hasta las nubes, tocaban con las estrellas. Y tanto como sus hinchadas moles subían, tanto se ahuecaban y hundían sus cóncavos senos para dejar anchos y profundos lechos por donde las aguas se dilatasen. Y por ellos corrían con bulliciosa rapidez sus turgentes ondas, como inflamadas gotas que ruedan sobre el polvo árido. Unas se elevan cual murallas de cristal, otras saltan por encima formando puntiagudos montes; que tan raudo movimiento imprimió el imperioso mandato a sus corrientes. Como en los ejércitos de que ya tienes una idea, acuden a sus filas los soldados al oír el llamamiento de la trompeta, así se precipitan una tras otra las olas por donde más fácil camino encuentran, impetuoso torrente en los despeñaderos, mansas y apacibles en las llanuras. Ni les son de obstáculo alguno las rocas o las montañas; hallan siempre salida, ya introduciéndose subterráneas, ya serpenteando por mil rodeos y abriéndose profundos canales en aquellos terrenos, cenagosos que fácilmente se descomponían antes que Dios les mandase quedar secos y endurecidos, menos los destinados a recibir los ríos, que llevan en pos húmedos despojos perpetuamente. A la parte árida llamó el mismo Señor tierra; al ancho receptáculo en que las aguas se acumulaban, mar. Y vio que aquello era bueno; y dijo: «Que la tierra se vista de verde hierba, de plantas que den simiente, y de árboles con frutos de especies varias, que lleven entre sí su propia semilla, para reproducirse sobre la tierra.»

«No bien dijo estas palabras, cuando de aquella misma tierra, que hasta entonces se mostraba rasa, árida, desierta, desagradable sin ornato alguno brotó delicado césped con cuyo verdor, se atavió toda su superficie, luciendo en torno su vistoso esmalte. Viéronse allí las plantas, con su infinita variedad de hojas, florecer de improviso, arrebolarse de mil colores y embalsamar el seno de la madre tierra con los aromas dulcísimos que exhalaban. Apenas abrían sus cálices, provocaba la floreciente viña con sus apretados racimos; redondeábase en sus rastreros tallos la calabaza; mecíanse en sus haces formadas en espesas legiones las huecas cañas, y el humilde arbusto y la punzante zarza enlazaban sus enmarañadas cabelleras. Alzábanse por fin los arrogantes árboles, moviéndose acompasadamente y dilatando sus ramas, unas cubiertas de copiosos frutos, otras matizadas de flores. Erguíanse sobre las colinas gigantescos bosques, y espesas arboledas sobre las cañadas, a las márgenes de las fuentes y en las orillas de los ríos. ¿Qué le faltaba a la tierra para asemejarse al cielo? Bien podían morar en ella los dioses; y recorrerla embelesados, y reposar al amor de sus umbrías sagradas. Dios no le había enviado aún lluvia que la regase, ni formado al Hombre que había de cultivarla; pero de sus nuevas entrañas fluía un jugoso vapor que abonaba el suelo y alimentaba las plantas antes de que brotasen, y la menuda hierba antes de verdeguear sus tallos. Y vio Dios que esto era bueno; y la mañana y la noche renovaron los cantos del tercer día.

Y volvió a hablar el Altísimo. «Que luzcan astros en el espacio de los cielos para distinguir los días de las noches, y para que marquen las estaciones y los días y el transcurso de los años; y mando que su oficio sea servir de luminares en el cielo y de antorcha para la tierra.» Y así fue hecho. Y puso Dios dos grandes astros, grandes por lo que habían de servir al Hombre, los cuales alternasen, el mayor en presidir al día, y el más pequeño a la noche. Y también hizo las estrellas, poniéndolas en el firmamento de los cielos a fin de que iluminasen la tierra, y regulasen las vicisitudes de los días y de las noches, y diferenciasen la luz de las tinieblas. Y paróse a contemplar su grande obra, y le pareció bien. Porque el primero de aquellos astros fue el sol, cuya inmensa esfera careció en un principio de luz, aunque era de sustancia etérea; y luego formó el globo de la luna y las varias magnitudes de las estrellas, y las sembró por el cielo como en un campo. Y tomando una gran parte de luz de su nebuloso tabernáculo, la trasladó al orbe solar que por sus poros recibe y aspira el brillante líquido, y que con su fuerza retiene la plenitud de sus rayos, siendo a la sazón el gran palacio de la luz. De él, como de su manantial, se mantienen los demás astros, depositando aquella misma luz en sus urnas de oro, y allí abrillanta sus cuernos el planeta de la mañana; mientras ellos iluminados por reflejo acrecientan el fulgor escaso que les es propio, aunque a la vista humana aparezcan tan diminutos por la mucha distancia a que los contempla.
 
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leviathan1
view post Posted on 4/10/2008, 20:01




«Por vez primera apareció en su oriente el glorioso astro, regulador del día, que derramó sus espléndidos rayos por todo el horizonte, ufano al verse recorriendo el sublime cielo en toda su longitud, yendo precedido de la aurora y de las pléyades, que en festivas danzas difundían anticipada su benéfica influencia.

«Menos brillante que él, en la parte opuesta del occidente y a igual altura, alzábase la luna, que recibía de lleno su claridad, reflejándola como un espejo, no necesitando otra luz en aquella posición y manteniéndose a igual distancia hasta que llego la noche. Asomó entonces por el oriente para dar la vuelta en torno del eje de los cielos, y dividió su imperio con mil astros menores, con mil y mil estrellas que alumbraban a la vez, tachonando la celeste bóveda; con lo que también, por vez primera ornaron el hemisferio, ascendiendo y declinando sucesivamente y coronaron con los encantos de la noche y de la mañana el cuarto día.

«Y dijo el Señor: «Que las aguas produzcan reptiles seres vivientes de fecundos gérmenes; y que las aves vuelen sobre la tierra, desplegando sus alas en el libre firmamento de los cielos.» Y creó las ballenas enormes, y todos los seres que viven y nadan, y producen abundantemente las aguas en todas sus especies, y todas las especies también de pájaros alados. Y vio que esto era bueno y los bendijo a todos diciendo: «Creced y multiplicaos, y llenad las aguas de los mares, de los lagos y de los ríos; y vosotras, aves, multiplicaos sobre la tierra.» Y por golfos y mares y calas y bahías bullen al punto cardúmenes innumerables, millones de peces que con sus aletas y escamas relucientes se deslizan entre las verdosas ondas, en muchedumbre tal, que forman a veces inmensos bancos en medio del Océano. Solitarios o en compañía, pacen unos las ovas de que se sustentan, y se pierden entre los enmarañados bosques de coral, o serpentean con la velocidad de un relámpago, luciendo a la luz del sol sus tornasoladas mallas con recamos de oro; otros, reposando tranquilos entre sus conchas de nácar, saborean su líquido alimento; otros, en fin, cubiertos de fuertes armaduras, acechan su presa bajo las rocas. Triscan en tanto sobre la tranquila llanura del mar, las focas y los combados delfines; otros, de prodigioso volumen, moviéndose pesadamente, revuelven el Océano como una tempestad; mientras el leviatán, mayor que ningún otro viviente, tendido como un promontorio sobre aquel abismo, dormita o nada y se asemeja a una flotante playa sorbiendo y arrojando alternativamente todo un mar por sus agallas.

«En las cálidas grutas, en los pantanos y orillas de las aguas, salen al propio tiempo numerosas bandadas de las infinitas crías encerradas en los huevos, que rompiéndose al ser sazón dan a luz sus desnudas avecillas; las cuales tardan poco en vestirse de plumas y en ensayar su vuelo, y se remontan a lo más encumbrado del aire, y cantan su triunfo desdeñándose de la tierra, que cubren con su sombra como una nube. Allí, en la cima de las rocas y de los cedros, labran sus nidos las águilas y las cigüeñas. Aves hay que se mecen solas en la región aérea; más cautas otras, viajan unidamente en formación regular y teniendo en cuenta las estaciones, y dirigen sus caravanas por encima de los mares y de las tierras, prestándose mutua ayuda para facilitar su vuelo. Estribando así en los vientos, emprende su viaje anual, la prudente grulla, moviendo y azotando el aire al pasar con sus pobladas alas. Saltando de rama en rama, alegran las arboledas con sus gorjeos los pajarillos, y ejercitan sus pintadas alas durante el día; mas no porque se acerque la noche deja el ruiseñor su solemne canto, antes la emplea toda en exhalar sus sentidos ayes. En los argentados lagos, como en los ríos, bañan otros el delicado vello de sus gargantas; el cisne enarca su cuello entre las blancas alas, majestuosamente tendidas; luce su pompa haciendo de sus pies remos y cuando abandona el húmedo elemento se lanza en medio de la región del aire; al paso que otros caminan con pie seguro, como el crestudo gallo, que con su clarín anuncia las silenciosas horas, y el que se gallardea con su rica cola sembrada de los colores del iris y estrellados ojos. Así las aguas se poblaron de peces y el aire de aves; y la noche y la mañana solemnizaron el quinto día.

«El sexto y último de la creación comenzó al son de las arpas nocturnas y matinales; a tiempo que el Señor dijo: «Que la tierra produzca las especies de animales vivientes, los que andan en rebaños, y los reptiles, y las bestias de la tierra, cada uno según su especie.» Y obedeció la tierra, y abrió de pronto sus fecundos senos y dio de una vez a luz innumerables criaturas vivientes, perfectas en sus formas y en sus miembros completamente organizadas. Y como de sus madrigueras, salieron de las entrañas de la tierra las fieras salvajes, y ganaron los bosques, los matorrales, las espesuras y las cavernas, estableciéndose y viviendo en parejas entre los árboles; y los ganados discurrieron por los campos y verdosas praderas, éstos en corto número y solitarios; aquellos, en grandes rebaños brotando todos de una vez y pastando juntos. Aquí, de entre el tupido césped nacía la terneruela; allí asomaba el flaco león y se asía de sus garras para dejar libre el resto de su cuerpo, saltando cual si hubiese roto sus ligaduras, y sacudiendo su áspera melena; y la onza, el leopardo, el tigre, levantaban la tierra, como el topo escarbando a su alrededor y formando montecillos. El ágil ciervo sacaba de debajo del suelo la enramada de su cabeza y Behemot, el más voluminoso engendro de la tierra, podía apenas desembarazar de la que lo cubría su pesada mole. Balando y vestidas de sus vellones, despuntaban, a manera de plantas, las ovejas; y entre el agua y la tierra se mostraban indecisos el caballo acuático y el escamoso cocodrilo.

«Bullía a la vez todo cuanto se arrastra por la tierra, insectos o gusanillos, los unos agitando los flexibles abanicos de sus alas y decorando sus diminutos contornos con los pomposos blasones del estío, esmaltados de oro y de púrpura de verde azul; los otros, prolongando como una línea de estrecho cuerpo, y marcando en la tierra su sinuosa huella; y no son éstos los seres más pequeños de la naturaleza. Algunos, de la especie de las serpientes, prodigiosos por su longitud y corpulencia, enroscan sus pliegues anulosos y se añaden alas. Es la primera, la económica hormiga próvida de lo futuro, que en un pequeñísimo pecho encierra un gran corazón, modelo quizá de la perfecta igualdad de algún día y que logra establecer en común sus populares tribus. Aparece en seguida el enjambre de la abeja hembra, que alimentando con delicioso manjar a su holgazán esposo, construye de cera sus celdillas y deposita la miel en ellas. Los demás son innumerables. Conoces la naturaleza de cada uno, los nombres que tú mismo les has dado, y no tengo necesidad de repetírtelos. Conoces asimismo a la serpiente, el animal más astuto de cuantos se crían en los campos, de desmedida longitud a veces, con sus ojos de bronce y la terrible cresta que lleva por

cabellera, aunque lejos de serte a ti nociva, se somete dócilmente a tu voluntad.
«Mostrábanse ya en la plenitud de su esplendor los cielos y giraban movidos por el impulso que les comunicó al principio la mano de su gran Motor; ricamente ataviada se sonreía la tierra contemplándose ya perfecta; veíanse poblados el aire, el agua, la tierna, por las aves, peces y animales, que volaban, nadaban y caminaban; y sin embargo, no estaba aún completo el sexto día. Faltaba la obra maestra, el ser para quien todo aquello se había creado, la criatura que sin encorvarse, sin ser bruta como las demás, dotada de la santidad de la razón, pudiese erguir su cuerpo, alzar su frente serena, avasallarlo todo y conocerse a sí mismo; pudiese elevarse magnánimo para desde aquí comunicar con el cielo sus pensamientos, y lleno de gratitud, reconocer la fuente de donde todo su bien emana, y con espíritu devoto dirigir su corazón, su voz, y sus miradas, adorando y tributando culto al Supremo Dios que hizo de él la primera de sus obras. Por lo que el Omnipotente y Eterno Padre (que, ¿dónde deja de estar presente?) habló así a su Hijo, siendo oído de todo el mundo:

«Hagamos ahora al hombre a nuestra imagen y semejanza; y que reine sobre los peces del mar y los pájaros del aire, sobre las bestias del campo, sobre la tierra, en fin, y los reptiles que se arrastran por el suelo.»

«Y esto dicho, te formó a ti Adán, a ti Hombre, polvo de la tierra, e inspiró en tu aliento el soplo de la vida, y te creó a su propia imagen, a imagen del mismo Dios, y quedaste hecho alma viviente. Te creó varón, y para perpetuar tu raza creó hembra a tu compañera. Y bendijo al género humano diciendo: «Creced, multiplicaos y llenad la tierra. Dominadla y extended vuestro dominio sobre los peces del mar y los pájaros del aire, y sobre todos los seres vivientes que se mueven sobre la tierra, dondequiera que hayan sido creados, pues no se ha dado aún nombre a región alguna.» En seguida, como sabes, te trasladó a esta deliciosa morada, a este jardín plantado con los árboles de Dios, no menos gratos a la vista que al paladar, y liberalmente te concedió todos sus sabrosos frutos por alimento. Aquí están reunidas, en infinita variedad, cuantas especies hay de ellos sobre la tierra; pero del árbol cuyo fruto lleva en sí el conocimiento del bien y del mal debes abstenerte, porque el día que comas de él, morirás; la pena que tienes impuesta es la muerte.

Sé cauto y refrena cuidadosamente tu apetito, para que no te sorprenda el pecado, ni su negra compañera, la muerte. «Aquí terminó Dios su obra, y contempló todo lo que había hecho, y vio que todo era perfectamente bueno; y así la noche y la mañana completaron el sexto día; y el Creador, que cesó en su obra no porque estuviese cansado, regresó a su mansión sublime, al cielo de los cielos, a lo más alto, para ver desde allí aquel mundo nuevamente creado, aditamento de su imperio, y qué aspecto ofrecía desde su trono, y cómo en bondad y en hermosura correspondía todo a su grandiosa idea. Y se remontó entre universales aclamaciones al sonoro compás de diez mil arpas que rompieron en angélicas armonías: la tierra y los aires las repitieron (y tú las recordarás, pues las escuchaste); los cielos y las constelaciones todas se hicieron sus ecos, y los planetas detuvieron su curso para oírlas, mientras la brillante pompa seguía ascendiendo, extática de júbilo.
 
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nubarus
view post Posted on 4/10/2008, 20:06




«¡Abríos eternales puertas!», iban cantando. «¡Cielos, abrid vuestras vivientes puertas, y entrar el Creador glorioso que vuelve terminada ya su obra magnífica, su obra de seis días, el Mundo! Abríos de hoy más con frecuencia; que Dios se dignará de visitar a menudo la morada de los hombres justos, y se complacerá en ello, y enviará a ella, con repetidos mensajes a sus alados nuncios, portadores de su suprema gracia.»

«Así en su ascensión cantaba el glorioso séquito; y atravesando los cielos, que abrían de par en par sus refulgentes puertas, caminaba el Creador derechamente a la eterna mansión de Dios; suntuoso y ancho camino, en que el polvo es oro y la calzada de estrellas, como las aves en la galaxia o vía láctea que descubres por la noche, a la manera de una zona tachonada de estrellas.

«Extendíase entonces por la tierra del Edén la noche séptima, pues el Sol estaba en su ocaso, y asomaba por oriente el crepúsculo precursor de la oscuridad, cuando llegó a la santa montaña, suprema cumbre del cielo, trono imperial de la Divinidad, por siempre firme e incontrastable, el poderoso Hijo, y tomó asiento con su augusto Padre. El también había asistido invisible, aunque sin moverse (que tal es el privilegio de la Omnipotencia) a la ordenada obra, como principio y fin de todas las cosas; y reposando del trabajo, bendijo y santificó el día séptimo, como quien en él descansaba de todo lo hecho; pero no lo santificó en silencio: el arpa cumplió su oficio, y no suspendió sus sones; el tubo dulce y solemne, el órgano con todas sus armonías, con cuantos sonidos salen de la vibrante cuerda o el hilo de oro, acordaron sus suaves tonos, acompañados de voces ya unísonas, ya contrapunteadas; y las nubes de incienso que se desprendían de los áureos incensarios, velaban la montaña toda. Celebraban la Creación y la obra de seis días.

«¡Grandes, ¡oh Jehová!, son tus obras y tu poder infinito! ¿Qué pensamiento puede comprenderte ni qué lengua expresar tu grandeza? Con más gloria vuelves ahora que cuando volviste vencedor de los ángeles gigantes. Tus truenos aquel día mostraron tu poder; pero hoy eres Creador, y el crear es más que destruir lo creado. ¿Quién puede igualarse a ti, Omnipotente Rey, ni poner límites a tu imperio? Fácilmente desvelaste la soberbia de los espíritus apóstatas, y aniquilaste su vano empeño: presumieron los impíos amenguar tu fuerza y apartar de ti los innumerables adoradores; pero el que intenta contrariar tu poder, labra su propia ruina, y sólo consigue realzarlo más; que con sus mismas armas lo castigas, y del exceso del mal haces un bien mayor. Testimonio es de todo, ese mundo, recién formado, ese otro cielo, no distante de las celestiales puertas, fundado a nuestra vista sobre el claro cristal, sobre el transparente mar, de extensión casi infinita, poblado de multitud de estrellas cada una, de las cuales sea quizás un mundo dispuesto para habitarse, aunque tú solo sepas en qué sazón. En medio se halla la mansión de los hombres, la tierra, con el Océano inferior que la circuye, morada llena de encantos. ¡Dichosos una y mil veces los hombres, y los hijos de los hombres, a quienes Dios tanto ha privilegiado, creándolos a su imagen, para que habiten en esos lugares, le rindan culto, y en recompensa, dominen sobre todas sus obras, sobre la tierra, la mar y el aire, y multipliquen la raza de sus santos y justos adoradores! ¡Mil veces dichosos si comprenden su ventura y perseveran en la virtud!»

«Esto cantaban, resonando por todo el Empíreo las voces de ¡aleluya! Y así fue solemnizado el sábado.

«Creo haberte satisfecho ya en lo que deseabas. Sabes cómo empezó este mundo, el origen de cuanto en él existe, y lo que desde el principio se hizo anterior a tu memoria, para que la posteridad, informada por ti, tenga de todo conocimiento. Si más pretendes saber, con tal que no exceda a la humana capacidad, manifiéstalo.»
 
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leviathan1
view post Posted on 4/10/2008, 20:14




OCTAVA PARTE

ARGUMENTO


Adán hace algunas preguntas sobre los movimientos celestes, a las que contesta el Ángel con palabras dudosas, aconsejándole que procure informarse de cosas más dignas de saberse. Persuádese de ello Adán; pero deseoso de tener a Rafael más tiempo consigo, le refiere todo lo que recuerda su memoria desde que fue creado, y cómo entró en el Paraíso; su conferencia con Dios respecto a la soledad y, a la compañía que pudiera convenirle; su primer encuentro y su desposorio con Eva; y prosigue discurriendo sobre este punto con el Angel, que después de hacerle algunas amonestaciones, regresa al cielo.

Suspendió el Ángel su relato, y tan dulce impresión dejaron sus palabras en los oídos de Adán que, por algún tiempo, creyendo estarlo oyendo todavía, permanecía inmóvil y atento; hasta que por fin, como quien de pronto vuelve en sí, le dijo en tono de agradecido:

«¿Cómo podré mostrar el debido reconocimiento ni corresponder a la merced que me has dispensado, divino historiador, satisfaciendo cumplidamente el anhelo que tenía de instruirme, y llevando tu amistosa condescendencia hasta el punto de revelarme cosas que jamás hubiera podido adivinar? Con asombro, pero con gran deleite, las he escuchado, y atribuyo al Sumo Hacedor toda su gloria, como es debido. Quédanme, sin embargo, algunas dudas que únicamente tú puedes resolver; porque cuando contemplo esta admirable fábrica, este mundo compuesto de cielo y tierra, y calculo su magnitud, la tierra me parece un grano de arena, un átomo, comparada con el firmamento y todos sus numerosos astros, y que éstos recorren espacios incomprensibles, de lo cual son prueba su distancia y su breve reaparición diurna. Pero, ¿es posible que no tenga otro oficio que difundir la luz alrededor de esta opaca tierra, de este diminuto globo, formando el día y la noche, y que su vasta carrera atienda a objeto tan poco útil? Cuando en esto pienso me maravillo de que la Naturaleza, tan próvida y sabia, incurra en semejantes desproporciones; que con tan pródiga mano haya creado y multiplicado esos sublimes cuerpos, sin otro fin al parecer, y que les imponga tan incesante revolución, que se repite día por día; mientras la sedentaria tierra, que hubiera podido moverse en círculo más estrecho, servida por seres más nobles que ella, realiza su destino sin tanta agitación, y recibe el calor y la luz como un tributo que le presta el incalculable curso de una velocidad que no puede apreciarse, ni hay números que puedan expresarla.»

Habló nuestro padre así, y en su aspecto indicaba estar entregado a profundas reflexiones; lo cual advertido por Eva, que aunque un tanto apartada, se hallaba allí presente, se levantó de su asiento con humilde majestad y con una gracia que inspiraba al que la veía deseos de que permaneciese en aquel lugar, y se dirigió a visitar los frutos y las flores para ver cómo prosperaban sus tiernas y pomposas plantas; y ellas se abrieron al sentir que se acercaba, y crecieron regocijadas al contacto de su hermosa mano. Mas no se retiró disgustada del discurso que había escuchado, ni porque su inteligencia fuese inferior a tan sublimes cosas, sino por reservarse el placer de que Adán se las repitiese, y de ser ella su solo oyente. Prefería oírlas de boca de su esposo más que de la del Ángel, y dirigirle a él sus preguntas, porque estaba segura de que éste añadiría interesantes digresiones, y de que sus conyugales caricias allanarían cuantas dificultades se les ocurrieran; que de sus labios salía otro encanto tan dulce como el de sus palabras. ¡Oh!, ¿dónde hallaríamos hoy semejante consorcio, unido por el amor y el recíproco respeto? Retiróse pues con la dignidad de una diosa, y no sin el correspondiente séquito; que en su compañía iban las gracias seductoras rodeándola como a una reina, brotando en torno y de todos los ojos destellos del deseo que de continuo incitaba a complacerla.

A las dudas propuestas por Adán, respondió Rafael con ingenua benevolencia: «No censuro tu anhelo de saber que el cielo es como el libro de Dios, abierto ante tus ojos, en el cual puedes leer sus obras maravillosas, y aprender a distinguir estaciones, horas, días, meses y años. Que sea el cielo el que se mueve, o la tierra, te importa poco, con tal que tus cálculos sean exactos; lo demás, sabiamente ha hecho el supremo Artífice en encubrirlo tanto al hombre como al ángel, no divulgando secretos que son para admirarlos más bien que para escudriñarse. A los que gustan de desvanecerse en conjeturas, deja Dios que se pierdan en fútiles cuestiones sobre la máquina de los cielos, quizá para burlarse de sus vanas sutilezas; y cuando pretendan estudiar el cielo, y someter a cálculo las estrellas, ¡qué no inventarán para ajustarlo todo a una forma! Construyendo unas veces, y destruyendo otras, se esforzarán en salvar las apariencias, y rodearán la esfera de curvas concéntricas con sus ciclos y epiciclos, y sus orbes colocados unos dentro de otros. Esto he colegido yo de tus razonamientos, y en esto te seguirán tus descendientes. Supones que los cuerpos mayores y más luminosos no pueden estar subordinados a los más pequeños y opacos, ni los cielos girar en tan inmenso espacio mientras la tierra tranquilamente asentada es la única que goza de su tributo; mas considera, en primer lugar, que ni la magnitud, ni la lucidez son indicios de excelencia, porque si bien en comparación del cielo es la tierra tan pequeña, y no ostenta fulgor alguno, puede poseer riquezas de más cuantía y más preciadas que el Sol, el cual brilla, pero estéril, y cuya virtud es tan ineficaz para él cuanto fructuosa para la tierra. Ella es la primera que recibe sus rayos, que de otra suerte serían inútiles, la que se alimenta de su vigor; y todas esas espléndidas luminarias no se han hecho para la tierra, sino para ti, morador terrestre. En cuanto a la vasta redondez del cielo, sobrado alto, proclama la magnificencia del Hacedor, que ensanchó tanto su recinto, para que el Hombre comprenda que no habita en mansión propia edificio por demás anchuroso para él, del cual sólo ocupa una pequeña parte, y el resto está destinado a usos que únicamente el Señor conoce. La rapidez de esos círculos, por más que sean innumerables, debes atribuirla a su omnipotencia, que añade a sus sustancias corpóreas una actividad casi espiritual. ¿Qué te diré yo de la velocidad con que camino? Partí del cielo en que Dios reside al rayar el alba, antes de mediodía, he llegado al Edén salvando una distancia que no hay guarismos conocidos con que se indique. Discurro de este modo, admitiendo el movimiento de los cielos, para mostrarte cuán débiles son los fundamentos de tus dudas; pero no lo afirmo, aunque desde la tierra en que vives parezca así. Dios ha puesto los cielos tan distantes de la tierra para que no penetre en sus vías el sentido humano, y para que si los ojos terrestres pretenden alzarse tanto, se pierdan en inútiles esfuerzos por aquellas altas regiones.
 
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