| «Por vez primera apareció en su oriente el glorioso astro, regulador del día, que derramó sus espléndidos rayos por todo el horizonte, ufano al verse recorriendo el sublime cielo en toda su longitud, yendo precedido de la aurora y de las pléyades, que en festivas danzas difundían anticipada su benéfica influencia.
«Menos brillante que él, en la parte opuesta del occidente y a igual altura, alzábase la luna, que recibía de lleno su claridad, reflejándola como un espejo, no necesitando otra luz en aquella posición y manteniéndose a igual distancia hasta que llego la noche. Asomó entonces por el oriente para dar la vuelta en torno del eje de los cielos, y dividió su imperio con mil astros menores, con mil y mil estrellas que alumbraban a la vez, tachonando la celeste bóveda; con lo que también, por vez primera ornaron el hemisferio, ascendiendo y declinando sucesivamente y coronaron con los encantos de la noche y de la mañana el cuarto día.
«Y dijo el Señor: «Que las aguas produzcan reptiles seres vivientes de fecundos gérmenes; y que las aves vuelen sobre la tierra, desplegando sus alas en el libre firmamento de los cielos.» Y creó las ballenas enormes, y todos los seres que viven y nadan, y producen abundantemente las aguas en todas sus especies, y todas las especies también de pájaros alados. Y vio que esto era bueno y los bendijo a todos diciendo: «Creced y multiplicaos, y llenad las aguas de los mares, de los lagos y de los ríos; y vosotras, aves, multiplicaos sobre la tierra.» Y por golfos y mares y calas y bahías bullen al punto cardúmenes innumerables, millones de peces que con sus aletas y escamas relucientes se deslizan entre las verdosas ondas, en muchedumbre tal, que forman a veces inmensos bancos en medio del Océano. Solitarios o en compañía, pacen unos las ovas de que se sustentan, y se pierden entre los enmarañados bosques de coral, o serpentean con la velocidad de un relámpago, luciendo a la luz del sol sus tornasoladas mallas con recamos de oro; otros, reposando tranquilos entre sus conchas de nácar, saborean su líquido alimento; otros, en fin, cubiertos de fuertes armaduras, acechan su presa bajo las rocas. Triscan en tanto sobre la tranquila llanura del mar, las focas y los combados delfines; otros, de prodigioso volumen, moviéndose pesadamente, revuelven el Océano como una tempestad; mientras el leviatán, mayor que ningún otro viviente, tendido como un promontorio sobre aquel abismo, dormita o nada y se asemeja a una flotante playa sorbiendo y arrojando alternativamente todo un mar por sus agallas.
«En las cálidas grutas, en los pantanos y orillas de las aguas, salen al propio tiempo numerosas bandadas de las infinitas crías encerradas en los huevos, que rompiéndose al ser sazón dan a luz sus desnudas avecillas; las cuales tardan poco en vestirse de plumas y en ensayar su vuelo, y se remontan a lo más encumbrado del aire, y cantan su triunfo desdeñándose de la tierra, que cubren con su sombra como una nube. Allí, en la cima de las rocas y de los cedros, labran sus nidos las águilas y las cigüeñas. Aves hay que se mecen solas en la región aérea; más cautas otras, viajan unidamente en formación regular y teniendo en cuenta las estaciones, y dirigen sus caravanas por encima de los mares y de las tierras, prestándose mutua ayuda para facilitar su vuelo. Estribando así en los vientos, emprende su viaje anual, la prudente grulla, moviendo y azotando el aire al pasar con sus pobladas alas. Saltando de rama en rama, alegran las arboledas con sus gorjeos los pajarillos, y ejercitan sus pintadas alas durante el día; mas no porque se acerque la noche deja el ruiseñor su solemne canto, antes la emplea toda en exhalar sus sentidos ayes. En los argentados lagos, como en los ríos, bañan otros el delicado vello de sus gargantas; el cisne enarca su cuello entre las blancas alas, majestuosamente tendidas; luce su pompa haciendo de sus pies remos y cuando abandona el húmedo elemento se lanza en medio de la región del aire; al paso que otros caminan con pie seguro, como el crestudo gallo, que con su clarín anuncia las silenciosas horas, y el que se gallardea con su rica cola sembrada de los colores del iris y estrellados ojos. Así las aguas se poblaron de peces y el aire de aves; y la noche y la mañana solemnizaron el quinto día.
«El sexto y último de la creación comenzó al son de las arpas nocturnas y matinales; a tiempo que el Señor dijo: «Que la tierra produzca las especies de animales vivientes, los que andan en rebaños, y los reptiles, y las bestias de la tierra, cada uno según su especie.» Y obedeció la tierra, y abrió de pronto sus fecundos senos y dio de una vez a luz innumerables criaturas vivientes, perfectas en sus formas y en sus miembros completamente organizadas. Y como de sus madrigueras, salieron de las entrañas de la tierra las fieras salvajes, y ganaron los bosques, los matorrales, las espesuras y las cavernas, estableciéndose y viviendo en parejas entre los árboles; y los ganados discurrieron por los campos y verdosas praderas, éstos en corto número y solitarios; aquellos, en grandes rebaños brotando todos de una vez y pastando juntos. Aquí, de entre el tupido césped nacía la terneruela; allí asomaba el flaco león y se asía de sus garras para dejar libre el resto de su cuerpo, saltando cual si hubiese roto sus ligaduras, y sacudiendo su áspera melena; y la onza, el leopardo, el tigre, levantaban la tierra, como el topo escarbando a su alrededor y formando montecillos. El ágil ciervo sacaba de debajo del suelo la enramada de su cabeza y Behemot, el más voluminoso engendro de la tierra, podía apenas desembarazar de la que lo cubría su pesada mole. Balando y vestidas de sus vellones, despuntaban, a manera de plantas, las ovejas; y entre el agua y la tierra se mostraban indecisos el caballo acuático y el escamoso cocodrilo.
«Bullía a la vez todo cuanto se arrastra por la tierra, insectos o gusanillos, los unos agitando los flexibles abanicos de sus alas y decorando sus diminutos contornos con los pomposos blasones del estío, esmaltados de oro y de púrpura de verde azul; los otros, prolongando como una línea de estrecho cuerpo, y marcando en la tierra su sinuosa huella; y no son éstos los seres más pequeños de la naturaleza. Algunos, de la especie de las serpientes, prodigiosos por su longitud y corpulencia, enroscan sus pliegues anulosos y se añaden alas. Es la primera, la económica hormiga próvida de lo futuro, que en un pequeñísimo pecho encierra un gran corazón, modelo quizá de la perfecta igualdad de algún día y que logra establecer en común sus populares tribus. Aparece en seguida el enjambre de la abeja hembra, que alimentando con delicioso manjar a su holgazán esposo, construye de cera sus celdillas y deposita la miel en ellas. Los demás son innumerables. Conoces la naturaleza de cada uno, los nombres que tú mismo les has dado, y no tengo necesidad de repetírtelos. Conoces asimismo a la serpiente, el animal más astuto de cuantos se crían en los campos, de desmedida longitud a veces, con sus ojos de bronce y la terrible cresta que lleva por
cabellera, aunque lejos de serte a ti nociva, se somete dócilmente a tu voluntad. «Mostrábanse ya en la plenitud de su esplendor los cielos y giraban movidos por el impulso que les comunicó al principio la mano de su gran Motor; ricamente ataviada se sonreía la tierra contemplándose ya perfecta; veíanse poblados el aire, el agua, la tierna, por las aves, peces y animales, que volaban, nadaban y caminaban; y sin embargo, no estaba aún completo el sexto día. Faltaba la obra maestra, el ser para quien todo aquello se había creado, la criatura que sin encorvarse, sin ser bruta como las demás, dotada de la santidad de la razón, pudiese erguir su cuerpo, alzar su frente serena, avasallarlo todo y conocerse a sí mismo; pudiese elevarse magnánimo para desde aquí comunicar con el cielo sus pensamientos, y lleno de gratitud, reconocer la fuente de donde todo su bien emana, y con espíritu devoto dirigir su corazón, su voz, y sus miradas, adorando y tributando culto al Supremo Dios que hizo de él la primera de sus obras. Por lo que el Omnipotente y Eterno Padre (que, ¿dónde deja de estar presente?) habló así a su Hijo, siendo oído de todo el mundo:
«Hagamos ahora al hombre a nuestra imagen y semejanza; y que reine sobre los peces del mar y los pájaros del aire, sobre las bestias del campo, sobre la tierra, en fin, y los reptiles que se arrastran por el suelo.»
«Y esto dicho, te formó a ti Adán, a ti Hombre, polvo de la tierra, e inspiró en tu aliento el soplo de la vida, y te creó a su propia imagen, a imagen del mismo Dios, y quedaste hecho alma viviente. Te creó varón, y para perpetuar tu raza creó hembra a tu compañera. Y bendijo al género humano diciendo: «Creced, multiplicaos y llenad la tierra. Dominadla y extended vuestro dominio sobre los peces del mar y los pájaros del aire, y sobre todos los seres vivientes que se mueven sobre la tierra, dondequiera que hayan sido creados, pues no se ha dado aún nombre a región alguna.» En seguida, como sabes, te trasladó a esta deliciosa morada, a este jardín plantado con los árboles de Dios, no menos gratos a la vista que al paladar, y liberalmente te concedió todos sus sabrosos frutos por alimento. Aquí están reunidas, en infinita variedad, cuantas especies hay de ellos sobre la tierra; pero del árbol cuyo fruto lleva en sí el conocimiento del bien y del mal debes abstenerte, porque el día que comas de él, morirás; la pena que tienes impuesta es la muerte.
Sé cauto y refrena cuidadosamente tu apetito, para que no te sorprenda el pecado, ni su negra compañera, la muerte. «Aquí terminó Dios su obra, y contempló todo lo que había hecho, y vio que todo era perfectamente bueno; y así la noche y la mañana completaron el sexto día; y el Creador, que cesó en su obra no porque estuviese cansado, regresó a su mansión sublime, al cielo de los cielos, a lo más alto, para ver desde allí aquel mundo nuevamente creado, aditamento de su imperio, y qué aspecto ofrecía desde su trono, y cómo en bondad y en hermosura correspondía todo a su grandiosa idea. Y se remontó entre universales aclamaciones al sonoro compás de diez mil arpas que rompieron en angélicas armonías: la tierra y los aires las repitieron (y tú las recordarás, pues las escuchaste); los cielos y las constelaciones todas se hicieron sus ecos, y los planetas detuvieron su curso para oírlas, mientras la brillante pompa seguía ascendiendo, extática de júbilo.
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