| Pero estaba mortalmente asustada, y no sabía quién la había perseguido. Dijo que parecía una mujer con un rostro amarillento. ”Inmediatamente, medio centenar de hombres se presentaron aquí y registraron la casa de arriba abajo. Pero no encontraron ninguna habitación secreta, ni los cadáveres de las tres hermanas. Lo que sí encontraron fue un hacha en el rellano superior, con algunos cabellos de miss Elisabeth pegados al filo, lo cual confirmaba lo que miss Elisabeth había contado. Pero ella se negó a regresar a la casa y mostrarles dónde se encontraba la habitación secreta; casi enloqueció cuando se lo sugirieron. ”Cuando estuvo en condiciones de viajar, la gente del pueblo reunió algún dinero y se lo prestaron —era demasiado orgullosa para aceptar limosnas—. Se marchó a California. No regresó nunca, pero más tarde se supo —cuando envió el dinero que le prestaron— que se había casado. ”Nadie quiso comprar la casa. Quedó tal como miss Elisabeth la había dejado, y con el paso de los años la gente fue robando los muebles hasta vaciarla del todo. —¿Qué opinó la gente de la historia que contó miss Elisabeth? —preguntó Griswell. —La mayoría opinó que el vivir sola en esta casa la había desquiciado. Pero algunos creyeron que la doncella mulata, Joan, no había huido, como se dijo. Opinaban que estaba oculta en el bosque, y saciaba su odio hacia los Blassenville asesinando a los miembros de la familia. Dieron una batida por todos los pinares con varios perros, pero no encontraron ni rastro de la mulata. Si había una habitación secreta en la casa, tenía que estar oculta allí..., suponiendo que la teoría fuese cierta. —No puede haber estado oculta en la casa todos estos años —murmuró Griswell—. Y, de todos modos, lo que ahora hay en la casa no es humano. Buckner hizo girar el automóvil, para dejar la carretera y adentrarse en un camino vertical que discurría entre los pinos. —¿Hacia dónde vamos? —preguntó Griswell. —Hay un viejo negro que vive al final de este camino, a unas cuantas millas de aquí. Quiero hablar con él. Nos enfrentamos con algo que requiere algo más que el sentido común de un blanco. Los negros saben más que nosotros acerca de algunas cosas. El viejo al que vamos a visitar tiene casi cien años, si es que no los ha cumplido ya. Su dueño le proporcionó cierta educación cuando era un muchacho, y al convertirse en un hombre libre viajó más de lo que suelen viajar la mayoría de blancos. Dicen que es un hombre voodoo, un brujo. Griswell se estremeció, contemplando con inquietud los verdes árboles que les rodeaban por todas partes. La fragancia de los pinos llegaba a su olfato mezclada con el perfume de plantas desconocidas. Pero, dominándolo todo, se percibía un indefinible hedor de materia en descomposición. Una desagradable sensación puso un nudo en la boca de su estómago. —¡Un voodoo! —murmuró—. Me había olvidado de eso... Nunca se me había ocurrido relacionar la magia negra con el Sur. Para mí, la brujería siempre estuvo asociada con antiguas y tortuosas calles de ciudades portuarias, que ya eran antiguas cuando en Salem colgaban a las brujas...Para mí, la brujería se relacionó siempre con las antiguas ciudades de Nueva Inglaterra..., pero todo esto es más terrible que cualquier leyenda acerca de Nueva Inglaterra. Esos pinos sombríos, esas antiguas mansiones abandonadas, las plantaciones perdidas, los misteriosos negros, las viejas leyendas de locura y horror... ¡Dios mío! ¡Qué espantosos terrores antiguos hay en este continente que los estúpidos llaman “Nuevo”! —Ahí está la choza del viejo Jacob —anunció Buckner, deteniendo el automóvil. Griswell vio un claro y una pequeña cabaña agazapada a la sombra de los enormes árboles. Allí, los pinos daban paso a las encinas y los cipreses, llenos de un musgo grisáceo, y más allá de la cabaña se extendía una ciénaga poblada de una lujurienta vegetación. De la chimenea de barro de la cabaña surgía una leve espiral de humo azulado. Griswell siguió a Buckner hasta la diminuta vivienda. El sheriff empujó la puerta y penetró en la cabaña. Al encontrarse en la relativa oscuridad del interior, Griswell parpadeó. Una sola ventana, muy pequeña, daba paso a la luz del día. Un viejo negro estaba agazapado junto al hogar de tierra, contemplando una olla que hervía al fuego. Miró hacia ellos cuando entraron, pero no se levantó. Parecía increíblemente viejo. Su rostro era una masa de arrugas, y sus ojos, negros y vivaces, se velaban de cuando en cuando como si su mente vacilara. Buckner hizo un gesto a Griswell para indicarle que se sentara en la única silla que había en la cabaña, mientras él se instalaba junto al fuego en una banqueta toscamente labrada, enfrente del anciano. —Jacob —dijo bruscamente—, ha llegado el momento de que hables. Sé que conoces el secreto de Blassenville Manor. Nunca te interrogué acerca de ello, porque no era de mi competencia. Pero anoche fue asesinado un hombre allí, y pueden colgar al hombre que me acompaña por el asesinato, a menos que me digas qué es lo que alberga la antigua casa de los Blassenville. Los ojos del anciano brillaron para volver a apagarse inmediatamente, como si los achaques de la edad le impidieran concentrarse durante mucho tiempo en una idea. —Los Blassenville —murmuró, y su voz era suave y cultivada. Se expresaba en un inglés perfecto, que no recordaba en nada las formas dialectales de los de su raza—. Eran una gente orgullosa, caballeros..., orgullosa y cruel. Algunos murieron en la guerra..., otros resultaron muertos en duelos... Algunos murieron en la antigua casa... Sus palabras se convirtieron en una serie de ininteligibles murmullos. —¿Qué ocurrió en la casa? —preguntó Buckner pacientemente. —Miss Celia era la más orgullosa de todos —murmuró el anciano—. La más orgullosa y la más cruel. Los negros la odiaban; especialmente Joan. Joan llevaba sangre blanca en sus venas, y también era orgullosa. Miss Celia la azotaba como a una esclava. —¿Cuál es el secreto de Blassenville Manor? —insistió Buckner. La niebla se desvaneció de los ojos del anciano; unos ojos tan oscuros como pozos iluminados por la luna. —¿Qué secreto, caballero? No comprendo. —Sí, me comprendes perfectamente. Durante años y años, la casa se ha erguido allí, solitaria, con su misterio. Tú conoces la clave para descifrarlo. El anciano removió el contenido de la olla. Ahora parecía en posesión de todas sus facultades mentales. —Caballero, la vida es dulce, incluso para un viejo negro. ¿Significa eso que alguien te mataría si me revelaras el secreto? Pero el anciano estaba murmurando de nuevo, con los ojos cerrados. —Alguien, no. Ningún humano. Ningún ser humano. Los dioses negros de la ciénaga. Mi secreto permanece inviolado, guardado por la Gran Serpiente, el dios que está por encima de todos los dioses. Enviaría a un pequeño hermano para que me besara con sus fríos labios..., un pequeño hermano con un cuarto creciente en la cabeza. Le vendí mi alma a la Gran Serpiente, cuando me convirtió en creador de zuvembies... Buckner se puso rígido. —He oído esa palabra antes de ahora —dijo suavemente— de labios de un negro moribundo, cuando yo era un niño. ¿Qué significa? El miedo llenó los ojos del viejo Jacob.
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