| “De hecho, el significado buscado del mundo que se me presenta meramente como mi representación o el paso de este mundo, como mera representación del sujeto cognoscente a aquél que también podría ser, nunca podría encontrarse, si el investigador mismo no fuera más que el puro sujeto cognoscente (cabeza alada de ángel sin cuerpo). Pero él mismo está arraigado en ese mundo, se encuentra allí como individuo; es decir, que su cognición, —que en tanto que representación es portadora condicionante del mundo entero — es sin embargo transmitida totalmente mediante un cuerpo, cuyas afecciones, como hemos mostrado son el punto de partida para la concepción de ese mundo. Este cuerpo es, para el puro conocimiento del sujeto como tal, una representación como cualquier otra, un objeto entre objetos: los movimientos, sus acciones, no le son conocidos sino como los cambios de todos los demás objetos perceptibles, y le resultarían igualmente extraños e incomprensibles, si el significado de los mismos no se le descifrara de una manera totalmente distinta... Para el sujeto del conocimiento, que por su identidad con el cuerpo aparece como individuo, le es dado este cuerpo de dos maneras totalmente distintas: por una parte como representación para una contemplación inteligente, como objeto entre objetos, y sujeta a sus leyes; pero a la vez, de una manera completamente distinta, a saber como aquello que a todos es conocido de forma directa, y que se designa con la palabra voluntad. Todo acto verdadero de su voluntad es inmediata e infaliblemente también un movimiento de su cuerpo: el acto no lo puede querer, sin percibir, a la vez, que aparece como movimiento del cuerpo. El acto volitivo y la acción del cuerpo no son dos estados objetivos distintos, que el lazo de la causalidad une; no guardan relación de causa y efecto, sino que son uno y el mismo, pero dados de dos maneras totalmente diferentes: una vez de modo inmediato, y otra en contemplación para el intelecto.”
Con esta exposición, Schopenhauer se considera con derecho a encontrar en el cuerpo del hombre la “objetividad” de la voluntad. Piensa que en las acciones del cuerpo se siente directamente una realidad, la cosa en sí, en concreto. Contra estas consideraciones hay que objetar que las acciones de nuestro cuerpo sólo llegan a nuestra conciencia por la autopercepción, y que como tales, no son superiores a otras percepciones. Si queremos conocer su naturaleza, sólo podemos alcanzarlos por la contemplación pensante, es decir, incorporándolas al sistema de nuestros conceptos e ideas.
La opinión más arraigada en lo más hondo de la conciencia ingenua de la humanidad es que el pensar es abstracto, sin ningún contenido concreto. Que a lo sumo puede proporcionarnos una imagen “ideal” del mundo como unidad, pero no ésta misma. Quien juzga así nunca ha llegado a comprender lo que es la percepción sin el concepto. Veamos lo que es este mundo de la percepción: aparece como una mera yuxtaposición en el espacio y en el tiempo, un agregado de detalles inconexos. Nada de lo que aparece y desaparece en el campo de nuestra percepción tiene que ver de manera inmediata con algo de lo que se percibe. El mundo es una diversidad de objetos de valor indistinto. Ninguno tiene un papel más importante que el otro en la esfera del mundo. Si queremos saber que este hecho o aquél es más importante que otro, tenemos que recurrir a nuestro pensar. Sin la función del pensar aparecen de igual valor el órgano rudimentario de un animal, sin importancia para su vida, y su miembro corporal más importante. La importancia de hechos aislados de por sí y para el resto del mundo, sólo se pone de manifiesto cuando el pensar tiende sus hilos de ser a ser. Esta actividad del pensar está llena de contenido, pues sólo por medio de un contenido bien definido y concreto puedo saber por qué la organización del caracol se halla en un nivel inferior a la del león. El mero aspecto, la percepción, no me da el contenido que podría mostrarme la perfección de la organización.
El pensar contrapone este contenido a la percepción, a partir del mundo de los conceptos y de las ideas del hombre. En contraste al contenido de la percepción, que nos es dado desde afuera, el contenido de los pensamientos aparece en el interior. La forma en que aparece en primer lugar, la llamaremos intuición. Esta es para el pensar lo que la observación es para la percepción. La intuición y la observación son las fuentes de nuestro conocimiento. Nos mantenemos ajenos a una cosa del mundo observada, en tanto en nuestro interior no tengamos la intuición correspondiente que completa la parte de la realidad que le falta a la percepción. A quien no sea capaz de encontrar las intuiciones correspondientes a las cosas, le es inaccesible la realidad completa. Así como el daltónico sólo percibe diferentes grados de claridad, sin las cualidades del colorido, así el carente de intuición sólo puede observar fragmentos incoherentes de percepción. Explicar una cosa, hacerla comprensible, no significa sino restablecer la relación que ha quedado rota debido al carácter de nuestra organización antes descrito. No existe cosa alguna separada de la totalidad del mundo. Toda separación sólo tiene mera validez subjetiva para nuestra organización. Para nosotros el mundo entero se divide en arriba y abajo, antes y después, causa y efecto, objeto y representación, materia y energía, objeto y sujeto, etc. Lo que a nuestra observación se presenta como separatividad, se une a través del mundo coherente y armonioso de nuestras intuiciones poco a poco; y nosotros con el pensar volvemos a aunar lo que separamos por la percepción.
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