| Todo este problema no se resuelve con construcciones conceptuales artificiales, deduciendo de lo consciente cosas que nunca pueden llegar a ser conscientes, sino por la experiencia que verdaderamente produce la unión del pensar con la percepción. Este es el caso de muchos problemas que aparecen en la literatura filosófica. Los pensadores deberían buscar el camino de la observación libre de prejuicios y apropiada al espíritu; en vez de ello interponen una construcción conceptual artificial frente a la realidad.
En un ensayo de Eduard von Hartmann “Los problemas últimos de la teoría del conocimiento y de la metafísica” se incluye mi “Filosofía de la Libertad” en la corriente filosófica que se basa en un “monismo de la teoría del conocimiento”. Eduard von Hartmann rechaza ese punto de vista por considerarlo imposible. Lo fundamenta de la manera siguiente. De acuerdo con el pensamiento expresado en el mencionado ensayo, existen solamente tres posiciones posibles dentro de la teoría del conocimiento. Bien se adopta el punto de vista ingenuo que considera los fenómenos percibidos como objetos reales fuera de la conciencia humana. Esto implica falta de conocimiento crítico. No se da uno cuenta de que con el contenido de su conciencia uno se queda solamente dentro de la propia conciencia. No se percata de que no se trata de una “mesa en sí”, sino sólo del objeto de la propia conciencia. Quien se limite a ese punto de vista, o vuelva a él por cualquier otra consideración, es realista ingenuo. Pero este punto de vista es precisamente insostenible porque desconoce que la conciencia sólo tiene sus propios objetos. O se percibe esta situación y se admite totalmente, en cuyo caso uno sería idealista trascendental. Pero tendría que rechazar totalmente que algo de un “ente en sí” pudiera aparecer en la conciencia humana. Pero con ello no escapa del ilusionismo absoluto, si se es consecuente. Pues el mundo que confronta al hombre se convierte en una mera suma de objetos de la conciencia, y precisamente sólo de objetos de la propia conciencia —lo cual es absurdo—. Sólo el tercer punto de vista sería posible, el realismo trascendental. Este propone que existen “entes en sí”, pero que la conciencia no puede en modo alguno tener una experiencia directa de ellos. Actúan más allá de la conciencia humana de una manera que ésta no percibe, y que hacen surgir los contenidos de nuestra conciencia. Sólo podemos llegar a estos “entes en sí” por deducción del contenido de la conciencia experimentado, pero que precisamente es un contenido meramente representado. Eduard von Hartmann sostiene en el mencionado ensayo que una “teoría del conocimiento monista” —como califica mi punto de vista— tendría en realidad que aceptar uno de los tres puntos de vista; no lo hace porque no saca las consecuencias lógicas de sus presupuestos. Después dice:
“Si se quiere descubrir a qué punto de vista pertenece un presunto monista de la teoría del conocimiento, no hay más que plantearle algunas preguntas y obligarle a responderlas. Pues este tipo de persona no da ninguna explicación por sí mismo, e incluso tratará de eludir la respuesta a preguntas directas, porque toda contestación pondrá de manifiesto que la teoría del conocimiento monista no difiere de alguno de los tres criterios mencionados. Estas preguntas son las siguientes:
1. ¿Son las cosas, en cuanto a su existencia, continuas o intermitentes? Si se responde que son continuas, nos encontramos ante alguna forma de realismo ingenuo. Si se contesta que son intermitentes, estamos ante idealismo trascendental. Pero si se dice que por un lado (como contenido de la conciencia absoluta, o como representaciones inconscientes, o bien, como posibilidades de percepción) son continuas; pero que por otro lado (como contenido de la conciencia limitada) son discontinuas, demuestra que es realismo trascendental. 1. Cuando tres personas están sentadas a una mesa ¿cuántos ejemplares de la mesa existen? El que responda: una, es realista ingenuo; el que conteste: tres, es idealista trascendental, pero quien responda que cuatro, es realista trascendental. Pues esto presupone que algo tan distinto como una mesa en sí y las tres mesas como objetos de percepción en las tres conciencias, pueden abarcarse bajo la denominación de “ejemplares de la mesa”. A quien esto le parezca una libertad excesiva, tendrá que responder “una y tres”, en lugar de “cuatro”. 2. Si dos personas están juntas en una habitación, ¿cuántos ejemplares de estas personas existen? El que responda: dos, es realista ingenuo; el que conteste: cuatro (o sea, en cada una de las dos conciencias, un yo y otra persona), es idealista trascendental; pero el que conteste: seis (o sea, dos personas como entes en sí, y cuatro objetos representados de personas, en las dos conciencias), es realista trascendental. Quien quisiera demostrar que la teoría del conocimiento monista difiere de estos tres criterios, tendría que dar una contestación distinta a cada una de las tres preguntas; pero yo no sabría que podría decir”.
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