Dios y el Estado, Mijail Bakunin

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leviathan1
view post Posted on 15/10/2008, 17:13




¿Se puede uno asombrar, después de esto, que se haya mantenido
esa creencia hasta nuestros días, y que continúe ejerciendo su
influencia
desastrosa aun sobre espíritus escogidos como Mazzini, Michelet,
Quinet, y tantos otros? Hemos visto que el primer ataque fue
promovido
contra ella por el Renacimiento, que produjo héroes y mártires
como Vanini, como Giordano Bruno y como Galileo y que, bien
que ahogado
pronto por el ruido, el tumulto y las pasiones de la reforma
religiosa, continuó silenciosamente su trabajo invisible legando a
los más nobles
espíritus de cada generación nueva esa obra de la emancipación
humana mediante la instrucción de lo absurdo, hasta que, en fin,
en la
segunda mitad del siglo XVIII reaparece de nuevo a la luz del día,
levantando atrevidamente la bandera del ateísmo y del
materialismo.
Se pudo creer entonces que el espíritu humano iba, por fin, a
libertarse, una vez por todas, de todas las obsesiones divinas. Fue
un error. La
mentira divina, de que se había alimentado la humanidad -para no
hablar más que del mundo cristiano- durante dieciocho siglos,
debía
mostrarse, una vez más, más podesa que la humana verdad. No
pudiendo ya servirse de la gente negra, de los cuervos
consagrados de la
iglesia, de los sacerdotes católicos o protestantes que habían
perdido todo crédito, se sirvió de los sacerdotes laicos, de los
mentirosos y de los sofistas de túnica corta, entre los cuales el papel principal fue
dado a dos hombres fatales: uno, el espíritu más falso, el otro, la
voluntad
más doctrinariamente despótica del siglo pasado: a J. J. Rousseau
y a Robespierre.
El primero representa el verdadero tipo de la estrechez de la
mezquindad sombría, de la exaltación, sin otro objeto que su
propia persona, del
entusiasmo en frío de la hipocresía a la vez sentimental e
implacale, de la mentira forzada del idealismo moderno. Se le
puede considerar
como el verdadero creador de la reacción moderna. En apariencia
el escritor más demorático del siglo XVIII, incuba en sí el
despotismo
despiadado del estadista. Fue el profeta del Estado doctrinario,
como Robespierre, su digno y fiel discípulo, que trató de
convertirse en el gran
sacerdote. Habiendo oído decir a Voltaire que si no hubiese
existido Dios habría sido necesario inventarlo, J. J. Rousseau
inventó el ser
supremo, el dios abstracto y estéril de los deístas. Y en nombre de
ese ser supremo y de la virtud hipócrita ordenada por el ser
supremo,
Robespierre guillotinó a los hebertistas primero, luego al genio
mismo de la revolución, a Dantón, en cuya persona asesinó la
república,
preparando así el triunfo, desde entonoes necesario, de la
dictadura de Bonaparte l. Después de este gran triunfo, la reacción
idealista buscó
y encontró servidores menos fanáticos, menos terribles, medidos
por la talla considerablemente empequeñecida de la burguesía de
nuestro
siglo. En Francia fueron Chateaubriand, Lamartine y -¿es preciso
decirlo? ¿y por qué no? hay que decirlo todo, cuando es verdadfue
Víctor Hugo mismo, el demócrata, el republicano, el casi socialista de
hoy, y tras él toda la cohorte mencólica y sentimental de espíritus
flacos y
pálidos, quienes constituyeron, bajo la dirección de esos maestros,
la escuela del romanticismo moderno. En Alemania fueron los
Schlegel, los
Tieck, los Novalis, los Werner, fue Schellíng, y tantos otros aun
cuyos nombres no merecen siquiera ser mencionados.
 
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nubarus
view post Posted on 15/10/2008, 17:14




La literatura creada por esa escuela fue el verdadero reino de los
espectros y de los fantasmas. No soportaban la Iuz del día, pues el
claroscuro era el único elemento en que podía vivir. No soportaba
tampoco el contacto brutal de las masas; era la literatura de las
almas
tiernas, delicadas, distinguidas, que aspiraban al cielo, a su patria,
y que vivían como a su pesar sobre a tierra. Tenía horror y
desprecio a la
política, a las cuestiones del día; pero cuando hablaba por azar de
ellas, se mostraba francamente reaccionaria, tomando partido de
la Iglesia
contra la insolencia de los librepensadores, de los reyes contra los
pueblos, y de todas las aristocracias contra la vil canalla de las
calles. Por
lo demás, como acabo de decir, lo que dominaba en la escuela era
una indiferencia casi completa ante las cuestiones políticas. En
medio de
las nubes en que vivían, no podía distinguir más que dos puntos
reales: el desenvolvimiento rápido del materialismo burgués y el
desencadenamiento desenfrenado de las vanidades individuales.
Para comprender esa literatura es preciso buscar la razón de ser en
la transformación que se había operado en el seno de la clase
burguesa
desde la revolución de 1793.
Desde el Renacimiento y la Reforma hasta esa revolución, la
burguesía, si nó en Alemania, al menos en Italia, en Francia, en
Suiza, en Inglaterra, en Holanda, fue el héroe y representó el genio
revolucionario de la historia. De su seno salieron en su mayoría
los librepensadores
del siglo XV, los grandes reformadores religiosos de los dos
siglos siguientes y los apóstoles de la emancipación humana del
siglo pasado,
comprendídos esta vez también los de Alemania. Ella sola,
naturalmente apoyada en las simpatías y en los brazos del pueblo
que tenía fe en
ella, hizo la revolución del 89 y la del 93. Había proclamado la
decadencia de la realeza y de la iglesia, la fraternidad de los
pueblos, los
derechos del hombre y del ciudadano. He ahí sus títulos de gloria:
son inmortales.
Desde entonces se escindió. Una parte considerable de
adquirentes de bienes nacionales, enriquecidos y apoyándose esta
vez no sobre el
proletariado de las ciudades, sino sobre la mayor parte de los
campesinos de Francia que se habían hecho igualmente
propietarios agrícolas,
aspiraba a la paz, al restablecimiento del orden público, a la
fundación de un gobierno regular y poderoso. Aclamó, pues, con
felicidad la
dictadura del primer Bonaparte y, aunque se mantuviese
volteriana, no vio con malos ojos su Concordato con el Papa y el
restablecimiento de
la iglesia oficial en Francia: "¡La religión es tan necesaria para el
pueblo!"; lo que quiere decir que, ya saciada, esa parte de la
burguesía
comenzó desde entonces a comprender que era urgente, en interés
de la conservación de su posición y de sus bienes adquiridos,
engañar el
hambre no satisfecha del pueblo con las promesas de un maná
celeste. Fue entonces cuando comenzó a predicar Chateaubriand.
 
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leviathan1
view post Posted on 15/10/2008, 17:17




Napoleón cayó. La Restauración devolvió a Francia, con la
monarquía legítima, la potencia de la iglesia y de la aristocracia
nobiliario, que se
rehicieron, si no con todo, al menos con una considerable parte de
su antiguo poder. Esta reacción arrojó a la burguesía a la
revolución; y con
el espíritu revolucionario se despertó otra vez en ella también la
incredulidad. Con Chateauriand a un lado, volvió a comenzar a
leer a Voltaire.
No legó hasta Diderot: sus nervios debilitados no soportaban ya
un alimento tan fuerte. Voltaire, a la vez incréulo y teísta, le
convenía, al
contrario, mucho. Béranger Paul Louis Courier expresaron
perfectamente esta tenencia nueva. El "Dios de las buenas gentes"
y el ideal del rey
burgués, a la vez liberal y democrático, dibujado sobre el fondo
majestuoso y en lo sucesivo inofensivo de las victorias
gigantescas del
imperio, tal fue en esa época, el alimento intelectual cotidiano de
la burguesía de Francia.
Lamartine, aguijoneado por la envidia vanidosamente ridícula de
elevarse a la altura del gran poeta inglés Byron, había comenzado
sus hinmos
fríamente delirantes en honor del dios de los gentileshombres y de
la monarquía legítima. Pero sus cantos no repercutían más que en
los
salones aristocráticos. La burguesía no los oía. Su poeta era
Béranger, y Courier, su escritor político.
La revolución de julio tuvo por consecuencia el ennoblecimiento
de sus gustos. Se sabe que todo burgués de Francia lleva en sí el
tipo
imperecedero del burgués gentilhombre, que no deja nunca de
aparecer tan pronto como adquiere un poco de riqueza y de poder.
En 1830, la rica burguesía había reemplazado definitivamente a la antigua
nobleza en el poder. Tendió naturalmente a fundar una nueva
aristocracia:
aristocracia del capital, sin duda, ante todo, pero también
aristocracia de inteligencia, de buenas maneras y de sentimientos
delicados. La
burguesía comenzó a sentirse religiosa.
No fue por su parte una simple imitación de las costumbres
aristocráticas, sino que era al mismo tiempo una necesidad de
posición. El
proletariado le había hecho un último servicio, ayudándola a
derribar una vez más a la nobleza. Ahora, la burguesía no tenía
necesidad de su
ayuda, porque se sentía sólidamente sentada a la sombra del trono
de junio, y la alianza con el pueblo, desde entonces inútil,
comenzaba a
hacérsele incómoda. Era preciso devolverlo a su lugar, lo que no
podía hacerse naturalmente sin provocar una gran indignación en
las masas.
Se hizo necesario contenerlas. ¿Pero en nombre de qué? ¿En
nombre del interés burgués crudamente confesado? Eso hubiese
sido
demasiado cínico. Cuanto más injusto e inhumano es un interés,
más necesidad tiene, de ser sancionado, y ¿dónde hallar la
sanción, sino en
la religión, esa buena protectora de todos los hartos, y esa
consoladora tan útil de todos los que tienen hambre? Y más que
nunca, la burguesía
triunfante sintió que la religión era absolutamente necesaria para
el pueblo.
Después de haber ganado sus títulos imperecederos de gloria en la
oposición, tanto religiosa y filosófica como política, en la protesta
y en la
revolución se había convertido en -fin en la clase dominante, y
por eso mismo en la defensora y la conservadora del Estado, pues
este último se había convertido a su vez en la institución regular de la
potencia exclusiva de esa clase. El Estado es la fuerza y tiene para
sí ante todo el
derecho de la fuerza, el argumento triunfante del fusil. Pero el
hombre está hecho tan singularmente que esa argumentación, por
elocuente que
parezca, no le basta a la larga. Para imponerle respeto, es preciso
una sanción moral cualquiera. Es preciso, además, que esa
sanción sea
de tal modo evidente y sencilla que pueda convencer a las masas,
que, después de haber sido reducidas por la fuerza del Estado,
deben ser
inducidas luego al reconocimiento moral de su derecho.
 
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samael69
view post Posted on 15/10/2008, 17:19




No hay más que dos medios para convencer a las masas de la
bondad de una institución social cualquiera. El primero, el único
real, pero
también el más difícil, porque implica la abolición del Estado -es
decir la bolición de la explotación políticamente organizada e la
mayoría por
una minoría cualquiera-, sería la satisfacción directa y completa
de todas las necesidaes, de todas las aspiraciones humanas de las
masas; lo
que equivaldría a la liquidación completa de la xistencia tanto
política como económica de la clase, burguesa, y como acabo de
decirlo, a la
abolición del Estado. Este medio sería, sin duda, saludable para
las masas, pero funesto para los intereses burgueses. Por
consiguiente, no
hay ni que hablar de él.
Hablemos de otro medio, que, funesto para el pueblo solamente,
es, al contrario, precioso para la salvación de los -privilegios
burgueses. Este
otro medio no puede ser más que la religión. Es ese milagro
eterno el que arrastra a las masas a la busca de los tesoros divinos,
mientras que, mucho más moderada, la clase dominante se contenta con
compartir, muy desigualmente por otra parte y dando siempre más
al que más
posee, entre sus propios miembros, los miserables bienes de la
tierra y los despojos humanos del pueblo, comprendida su libertad
política y
social.
No existe, no puede existir Estado sin religión. Tomad los Estados
más libres del mundo, los Estados Unidos de América o la
Confederación
Helvética, por ejemplo, y ved qué papel tan importante
desempeña la providencia divina, esa sanción suprema de todos
los Estados, en todos
los discursos oficiales.
Pero siempre -que un jefe de Estado habla de Dios, sea Guillermo
I, emperador knutogermánico, o Grant, presidente de la gran
república,
estad seguros que se prepara de nuevo a esquilmar a su pueblorebaño.
La burguesía francesa, liberal, volteriana e impulsada por su
temperamento a un positivismo, por no decir a un materialismo,
singularmente
estrecho y brutal, convertida, por su triunfo de 1830 en la clase
del Estado, -ha debido, pues, darse necesariamente una religión
oficial. La
cosa no era fácil. No podía ponerse francamente bajo el yugo del
catolicismo romano. Había entre ella y la Iglesia de Roma un
abismo de
sangre y de odio y, por práctica y prudente que se hubiese vuelto,
no llegaría nunca a reprimir en su seno una pasión desarrollada
por la
historia. Por lo demás, la burguesía francesa se habría cubierto de
ridículo si hubiera vuelto a la iglesia para tomar parte en las
piadosas ceremonias del culto divino, condición esencial de una conversión
meritoria y sincera. Muchos lo han tratado de hacer, pero su
heroísmo no
tuvo otro resultado que el escándalo estéril. En fin, la vuelta al
catolicismo era imposible a causa de la contradicción insoluble
que existe entre
la política invariable de Roma y el desenvolvimiento de los
intereses económicos y políticos de la clase media.
 
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leviathan1
view post Posted on 15/10/2008, 17:20




Bajo este aspecto, el protestantismo es mucho más cómodo. Es la
religión burguesa por excelencia. Concede justamente tanta
libertad como
es necesaria para los burgueses, y ha encontrado el medio de
conciliar las aspiraciones celestes con el respeto que reclaman los
intereses
terrestres. Así vemos que es sobre todo en los países protestantes
donde se desarrollaron el comercio y la industria. Pero era
imposible para
la burguesía de Francia hacerse protestante. Para pasar de una
religión a otra -al menos que sea por cálculo, como proceden
alguna vez los
judíos en Rusia y en Polonia, que se hacen bautizar tres, cuatro
veces, a fin de recibir remuneraciones nuevas-, para cambiar de
religión, hay
que tener una gran fe religiosa. Y bien, en el corazón
exclusivamente positivo del burgués francés, no hay lugar para
ese grano. Profesa la
indiferencia más profunda para todas las cuestiones, exceptuada la
de la bolsa ante todo, y la de su vanidad social después. Es tan
indiferente
ante el protestantisrno como ante el catolicismo. Por otra parte, la
burguesía francesa no habría podido abrazar el protestantismo sin
ponerse
en contradicción con la rutina católica de la mayoría del pueblo
francés, lo que hubiese constituido una gran imprudencia de parte
de una clase
que quería gobernar Francia.
 
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astaroth1
view post Posted on 16/1/2016, 03:57




No quedaba más que un medio: el de volver a la religión
humanitaria y revolucionaria del siglo XVIII. Pero esa religión
lleva demasiado lejos.
Por consiguiente, la burguesía tuvo que crear, para sancionar el
nuevo Estado, el Estado burgués que acababa de fundar, una
religión nueva,
que pudiese ser, sin dernasiado ridículo ni escándalo, la religión
profesada alta,ente por toda la clase burguesa.
Es así como nació el Ateísmo doctrinario.
Otros han hecho, mucho mejor de lo que yo sabría hacerlo, la
historia del nacimiento y del desenvolvimiento de esa escuela,
que tuvo una
influencia tan decisiva y, puedo decirlo sin dudar, tan funesta
sobre la educación política, intelectual y moral de la juventud
burguesa de Francia.
Data de Benjamin Constant y Madame Staël, pero su verdadero
fundador fue RoyerCollard; sus apóstoles: los señores Guizot,
Cousin,
Villemain y muchos otros; su objetivo abiertamente confesado: la
reconciliación de la revolución con la reacción, o para hablar el
lenguaje de la
escuela, del principio de libertad con el de autoridad,
naturalmente en provecho de esta última.
Esta reconciliación significaba, en política, el escamoteo de la
libertad popular en provecho de la dominación burguesa,
representada por el
Estado monárquico y constitucional; en filosofía, la sumisión
reflexiva de la libre razón a los principios eternos de la fe.
Se sabe que esta filosofía fue elaborada principalmente por
Cousin, el padre del eclecticismo francés. Hablador superficial y
pedante; inocente
de toda concepción original, de todo pensamiento propio, pero
muy fuerte en lugares comunes -que ha cometido el error de
confundir con el sentido común-, este filósofo ilustre ha preparado sabiamente,
para el uso de la juventud estudiante de Francia, un plato
metafísico a su modo
y cuyo consumo, obligatorio en todas las escueas del Estado por
debajo de la universidad, ha condenado a varias generaciones
consecutivas
a una indigestión cerebral. Imagínese una ensalada filosófica
compuesta de los sistemas más opuestos, una mezcla de padres de
la Iglesia,
escolásticos, de Descartes y de Pascal, de Kant y de psicólogos
escoceses, superpuesto a las ideas divinas e innatas de Platón y
recubierto
de la capa de inmanencia hegeliana, acompañada necesariamente
de una ignorancia tan desdeñosa como cometa de las ciencias
naturales y
que prueba como dos y dos son cinco la existencia de un dios
personal.

Mijail Bakunin
 
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50 replies since 14/10/2008, 12:29   1192 views
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