Los 120 días de Sodoma, Marqués de Sade

« Older   Newer »
  Share  
Lucífago Rofacale
view post Posted on 16/1/2009, 19:12




Adélaïde, mujer de Durcet e hija del presidente, era quizás una belleza superior a
Constance, pero de un tipo completamente distinto. Tenía veinte años, bajita, delgada, fina y
frágil, hecha para ser pintada, y con los más hermosos cabellos rubios que puedan verse. Un
aire de interés y sensibilidad envolvía toda su persona, especialmente en los rasgos de su cara,
le daba el aspecto de una heroína de novela. Sus ojos, extraordinariamente grandes, eran
azules y expresaban a la vez ternura y decencia. Dos largas y finas cejas, regularmente
trazadas, adornaban una frente poco elevada pero de una nobleza y un atractivo tal que era el
templo del pudor mismo. Su nariz estrecha, un poco apretada en la parte superior, descendía
insensiblemente en una forma semiaquilina. Sus labios eran delgados y de un color rojo vivo,
y su boca, un poco grande, era el único defecto de su celeste rostro, sólo se abría para dejar
ver treinta y dos perlas que la naturaleza parecía haber sembrado entre rosas. Tenía el cuello
un poco largo, singularmente modelado, y por una costumbre bastante natural, la cabeza
siempre inclinada hacia el hombro derecho, sobre todo cuando escuchaba. ¡Pero cuánta
gracia la prestaba esta interesante actitud! Su pecho era pequeño muy redondo y firme, pero
apenas podían llenar una mano. Eran como dos pequeñas manzanas que el Amor,
retozando, había llevado allí tras haberlas robado del jardín de su madre. Tenía el pecho
ligeramente hundido y muy delicado, el vientre liso y como si de raso y un montecito rubio
con poco vello servía de peristilo al tempo donde Venus parecía exigir su homenaje. Este
templo era estrecho, hasta el punto de que no se podía introducir en él un dedo sin hacerla
gritar de dolor, y sin embargo, gracias al presidente, desde hacía cerca de dos lustros, la
pobre niña no era virgen, ni por este lado ni por el otro, delicioso, del que aún no hemos
hablado. ¡Cuántos atractivos poseía este segundo templo, qué bella era la línea de sus flancos,
qué corte de nalgas, cuánta blancura y rosicler reunidos! Pero el conjunto resultaba un poco
pequeño. Delicada en todas sus formas, Adélaïde era más bien el esbozo que el modelo de
belleza, parecía que la naturaleza sólo hubiese querido indicar en Adélaïde lo que había
realizado tan majestuosamente en Constance. Si se entreabría ese culo delicioso, un botón de
rosa se ofrecía entonces a uno, y era en toda su frescura y en el rosicler más suave cómo la
naturaleza quería presentarlo; ¡pero qué estrecho, qué pequeño!, tanto, que sólo con infinitos
trabajos había podido triunfar el presidente, dos o tres veces nada más, en sus ataques.
Durcet, menos exigente, la hacía poco desgraciada sobre este objeto, pero desde que ella
era su mujer, ¡con cuántas complacencias crueles, con qué cantidad de otras sumisiones
peligrosas tenía que comprar este pequeño beneficio! Y por otra parte, entregada a los cuatro
libertinos, en virtud del convenio establecido, ¡cuántos crueles asaltos la esperaban, de la
índole de los que agradaban a Durcet, y a todos los otros!

Edited by satanas1 - 16/1/2009, 19:15
 
Top
satanas1
view post Posted on 16/1/2009, 19:15




Adélaïde tenía un espíritu acorde con su rostro, es decir, extremadamente romanticón;
eran los lugares solitarios los que con más placer, buscaba, y en ellos derramaba a menudo
lágrimas involuntarias, lágrimas que no se sabe bien a qué obedecen y que diríase que el
presentimiento arranca a la naturaleza. Había perdido, hacía poco tiempo, a una amiga que
idolatraba, y esta terrible pérdida estaba continuamente presente en su imaginación. Como
ella conocía a su padre perfectamente bien, y sabía hasta donde llevaba sus extravíos, estaba
persuadida de que su joven amiga había sido víctima de las maldades del presidente, porque
éste nunca había podido convencerla de que le concediese ciertas cosas, lo cual nada tenía de
inverosímil. Pensaba que algún día sufriría la misma suerte, cosa que nada tenía de improbable.
El presidente no se había tomado, en cuanto a la religión, ninguna molestia con ella,
como había hecho Durcet con Constance, se había limitado a dejar que naciera y, se
fomentara, el prejuicio, pensando que sus discursos y sus libros la destruirían fácilmente. Se
engañó: la religión es el alimento de un alma como la que tenía Adélaïde. Por más que el
presidente predicó y la hizo leer a la joven, continuó siendo una devota, y todos los extravíos
del presidente, que ella no compartía, que odiaba y de los que era víctima, estaban lejos de
aniquilar las quimeras que constituían la felicidad de su vida. Se ocultaba para rezar a Dios, se
escondía para cumplir sus deberes de cristiana, y siempre era castigada severamente por su
padre o por su marido cuando cualquiera de ellos la descubría entregada a sus devociones.
Adélaïde lo aguantaba todo con paciencia, persuadida de que el Cielo la premiaría algún
día. Por otra parte, su carácter era tan dulce como su espíritu, y su bondad, una de las
virtudes que la hacían más detestable para su padre, no tenía límites. Curval, irritado contra
esa clase vil de la indigencia, sólo intentaba humillarla, envilecerla más o encontrar víctimas
en ella. Su generosa hija, al contrario, se hubiera privado de su propio sustento para que lo
tuviera el pobre y a menudo se la había visto ir a llevar a hurtadillas todas las cantidades
destinadas para sus placeres. Por fin, Durcet y el presidente la reprendieron y frenaron tan
bien, que la corrigieron de este abuso, y la privaron de todos sus medios. Adélaïde, no
teniendo más que lágrimas para ofrecer a los infortunados, iba todavía a derramarlas sobre
sus males, y su corazón impotente, pero siempre sensible, no podía dejar de ser virtuoso. Un
día se enteró de que una desgraciada mujer iba a llevar a prostituir a su hija al presidente,
debido a su extrema miseria. Ya se disponía el encantado libertino a gozar de este placer, que
era uno de sus preferidos; enseguida Adélaïde hizo vender secretamente uno de sus trajes,
dispuso que se entregara el dinero a la madre y, mediante esta ayuda y un sermón, pudo
apartarla del crimen que iba a cometer. Al enterarse de esto el presidente, y como su hija
todavía no estaba casada, la hizo objeto de tales violencias que la muchacha tuvo que guardar
cama durante quince días, sin que ello cambiara en nada los tiernos sentimientos de aquella
alma sensible.
 
Top
nubarus
view post Posted on 16/1/2009, 19:36




Julie, mujer del presidente e hija mayor del duque, hubiera eclipsado a las dos precedentes
de no haber sido por un defecto capital para muchas personas y que tal vez había sido
decisivo en la pasión que Curval experimentaba por ella, tan es verdad que los efectos de las
pasiones son inconcebibles y que su desorden, fruto del hastío y la saciedad, sólo se puede
comparar con sus extravíos. Julie era alta, bien formada, aunque gruesa y rolliza, con los más
bellos ojos oscuros posibles, nariz encantadora, rasgos salientes y graciosos, cabellos muy
castaños, cuerpo blanco y deliciosamente regordete, un culo que hubiera podido servir de
modelo para el que esculpió Praxíteles, el coño caliente, estrecho y de un goce tan agradable
como puede serlo un local así, bellas piernas y encantadores pies; pero la boca peor ornada,
los dientes más podridos, y llevaba el cuerpo tan sucio, principalmente los dos templos de la
lubricidad, que ningún otro ser, lo repito, ningún otro ser excepto el presidente, poseedor del
mismo defecto y amándolo, ningún otro ser seguramente, a pesar de sus atractivos, se
hubiera liado con Julie. Pero Curval estaba loco por ella; sus más divinos placeres los libaba
en aquella boca repugnante, entraba en delirio cuando la besaba, y en cuanto a su natural
suciedad, estaba bien lejos de reprochársela, al contrario, la estimulaba y finalmente había
obtenido que ella se divorciara completamente del agua. A estos defectos, Julie añadía
algunos otros, pero menos desagradables sin duda: era muy glotona, inclinada a las borracheras,
poco virtuosa y creo que, si se hubiese atrevido, el puterío no la hubiese asustado.
Educada por el duque en una ignorancia total de principios y maneras, ella adoptaba esta
filosofía; pero por un efecto muy extravagante del libertinaje, sucede a menudo que una
mujer que tiene nuestros defectos nos gusta mucho menos en nuestros placeres que otra que
sólo tiene virtudes: una se nos parece, y no la escandalizamos; la otra se asusta, lo cual resulta
un atractivo mucho más seguro.
 
Top
satanas1
view post Posted on 16/1/2009, 19:52




El duque, a pesar de lo enorme de su construcción había gozado de su hija, pero se había
visto obligado a esperarla hasta los quince años, y a pesar de eso no había podido evitar que
saliese muy estropeada de la aventura, y de tal manera que, teniendo deseos de casarla, se
había visto obligado a interrumpir sus placeres y a contentarse con ella con placeres menos
peligrosos aunque igualmente cansados. Julie ganaba poco con el presidente, cuyo miembro,
como sabemos era muy gordo, y por otra parte, aunque ella era sucia por negligencia, no le
gustaba la inmundicia de las orgías del presidente, su querido esposo.
Aline, hermana menor de Julia y realmente hija del obispo estaba muy lejos de las
costumbres, del carácter y de los defectos de su hermana.
Era la más joven de las cuatro, apenas había cumplido los dieciocho años; tenía un rostro
fresco y casi travieso, ojos oscuros llenos de vivacidad y expresivos, nariz pequeña y una
boca deliciosa, talle bien formado aunque un poco ancho, bien carnoso, la piel un poco
morena pero suave y bonita, el culo un poco grande pero bien moldeado, el conjunto de las
nalgas más voluptuoso que pueda presentarse a los ojos del libertino, un monte oscuro y
bonito, el coño un poco bajo, lo que se llama a la inglesa, pero perfectamente estrecho y
cuando fue ofrecida a la asamblea era totalmente virgen. Lo era todavía cuando se celebró la
partida del placer cuya historia escribimos, y ya veremos cómo fueron destruidas estas
primicias. Por lo que respecta a las del culo, el obispo gozaba de él tranquilamente cada día,
pero sin haber logrado dar gusto a su querida hija, la cual, a pesar de su aspecto travieso y
risueño, sólo se prestaba sin embargo por obediencia y no había demostrado aún que el más
ligero placer le hiciera compartir las infamias de que era diariamente víctima. El obispo la
había dejado en una ignorancia absoluta, apenas sabía leer y escribir e ignoraba
completamente lo que era la religión. Su espíritu natural era pueril, contestaba con chuscadas,
jugaba, quería mucho a su hermana, detestaba soberanamente al obispo y temía al duque
como al fuego. El día de las bodas, cuando se vio desnuda en medio de cuatro hombres,
lloró y dejó que hicieran con ella lo que quisiesen sin placer y sin ánimos. Era sobria, muy
limpia y sin otro defecto que el de la pereza, reinando la indolencia en todas sus acciones y
en toda su persona, a pesar del aire de vivacidad que había en sus ojos. Odiaba al presidente
casi tanto como a su tío, y Durcet, que no tenía miramientos con ella, era sin embargo el
único que, al parecer, no le inspiraba ninguna repugnancia.
 
Top
nubarus
view post Posted on 16/1/2009, 20:05




Tales eran, pues, los ocho principales personajes con los cuales te haremos vivir, querido
lector. Es hora ya de que te descubramos el objeto de los placeres singulares que se
proponían:
Es aceptado por los verdaderos libertinos que las sensaciones transmitidas por el órgano
del oído son las que halagan más e impresionan más vivamente; en consecuencia, nuestros
cuatro criminales, que querían que la voluptuosidad penetrase en sus corazones lo más
profundamente posible, habían imaginado a tal efecto una cosa bastante singular.
Se trataba, después de haberse rodeado de todo lo que mejor podía satisfacer a los otros
sentidos mediante la lubricidad, de hacer que se narrara con todo lujo de detalles, y por
orden, todos los diferentes extravíos de esta orgía, todas sus ramificaciones, todos sus
escarceos, lo que se llama, en una palabra, en el idioma del libertinaje, todas las pasiones. Es
difícil imaginar hasta qué punto las varía el hombre cuando su imaginación se inflama, su
diferencia entre ellos, excesiva en todas sus manías, en todos sus gustos,' lo es todavía más
en este caso y quien pudiese fijar y detallar estos extravíos haría tal vez uno de los mejores
trabajos sobre las costumbres, y quizás uno de los más interesantes. Se trataba, pues, en
primer lugar, de hallar personas en condiciones de dar cuenta de todos esos excesos, de
analizarlos, alargarlos, detallarlos y, a través de todo ello, comunicar interés al relato. Tal fue,
en consecuencia, el partido que se tomó. Después de un sin fin de informaciones y averiguaciones,
hallaron cuatro mujeres que estaban ya de vuelta —era lo que se necesitaba, puesto
que en esta situación la experiencia era lo más esencial-. Cuatro mujeres, digo, que habían
pasado sus vidas en orgías desenfrenadas, y que se hallaban en situación de ofrecer un relato
exacto de sus aventuras; y como se había procurado escogerlas dotadas de cierta elocuencia y
de una contextura de espíritu apta para lo que de ellas se exigía, después de haber sido
escuchadas una y otra vez, las cuatro se encontraron en disposición de contar, cada una en
las aventuras de su vida, los extravíos más extraordinarios del libertinaje, y esto dentro de tal
orden, que la primera, por ejemplo, introduciría en el relato de los acontecimientos de su
vida las ciento cincuenta pasiones más sencillas y las desviaciones menos rebuscadas o las
más ordinarias, la segunda, en un mismo marco, un número igual de pasiones más singulares
y de uno o varios hombres con varias mujeres, la tercera, igualmente, en su historia, debería
introducir ciento cincuenta manías de las más criminales e insultantes para las leyes, la
naturaleza y la religión, y como todos estos excesos conducen al asesinato, y estos asesinatos
cometidos por el libertinaje varían hasta el infinito, y tantas veces como la imaginación
inflamada del libertino adopta diferentes suplicios, la cuarta tendría que añadir a los
acontecimientos de su vida el relato detallado de ciento cincuenta diferentes torturas de esas.
Mientras tanto, nuestros libertinos, rodeados, como he dicho antes, de sus mujeres y de
varios otros sujetos de toda índole, deberían escuchar, se inflamarían y acabarían por apagar,
con sus mujeres o con esos diferentes sujetos, el incendio que las narradoras hubiesen
producido. Nada hay sin duda más voluptuoso en este proyecto como la manera lujuriosa
con que se procedió, y por esta manera y los diferentes relatos que formarán esta obra, es
por lo que yo aconsejo, después de esta exposición, que toda persona devota lo deje enseguida
si no quiere ser escandalizada, porque el plan es poco casto y nosotros respondemos por
anticipado que la ejecución del mismo lo será mucho menos. Como las cuatro actrices de
que se trata aquí representan un papel muy importante en estas memorias, creemos, aunque
por ello tengamos que pedir excusas al lector, estar obligados a pintarlas. Ellas contarán,
actuarán. Después de esto, ¿es posible dejarlas en el anonimato? No se esperen retratos de
bellezas, aunque hubo sin duda el proyecto de servirse físicamente y moralmente de estas
cuatro criaturas; sin embargo, no fueron ni sus atractivos ni su edad lo determinante aquí,
sino únicamente su espíritu y su experiencia, y en este sentido era imposible ser mejor
servido de lo que se fue.
La señora Duclos era el nombre de la que se encargó del relato de las ciento cincuenta
pasiones simples. Era una mujer de cuarenta y ocho años, bastante fresca todavía, que tenía
grandes restos de belleza, hermosos ojos, piel muy blanca y uno de los más hermosos y rollizos
culos que se puedan ver, la boca fresca y limpia, los senos soberbios, hermosos cabellos
castaños, cintura ancha, pero esbelta, y todo el aire de una muchacha distinguida. Había
pasado su vida, como se verá luego, en sitios donde había podido estudiar lo que iba a
relatar, y se veía que lo haría con ingenio, facilidad e interés.
 
Top
sargatanas
view post Posted on 16/1/2009, 20:24




La señora Champville era una mujer alta de unos cincuenta años, delgada, bien formada, de
porte y mirada muy voluptuosos; fiel imitadora de Safo, esto se delataba hasta en sus
menores movimientos, en los gestos más sencillos y en sus más cortas frases. Se había arruinado
manteniendo a mujeres, y sin esta inclinación a la cual sacrificaba generalmente todo lo
que podía ganar en el mundo, hubiese podido vivir de una manera holgada. Había sido
durante mucho tiempo una prostituta, y desde hacía algunos años practicaba a su vez el
oficio de alcahueta, pero se limitaba a cierto número de individuos, todos disolutos y de
cierta edad; jamás recibía a gente joven, y esta conducta prudente y lucrativa apuntalaba un
poco sus negocios. Había sido rubia, pero un color menos brillante empezaba a aparecer en
su cabellera. Sus ojos eran muy hermosos, azules y con una expresión muy agradable. Su
boca era bella, todavía fresca y con toda su dentadura, sus senos eran casi inexistentes, un
vientre sin nada de particular, nunca había inspirado deseo, el monte de Venus un poco
prominente y el clítoris saliente, de unas tres pulgadas, cuando se calentaba al hacerle
cosquillas en esta parte de su cuerpo, podía tenerse la seguridad de ver que casi se desmayaba,
especialmente si el servicio se lo hacía una mujer. Su culo era muy fofo y resabiado,
completamente fláccido y marchito, y tan curtido por hábitos libidinosos que nos contará su
historia, que podía hacerse en él todo lo que uno quisiera sin que ella lo advirtiese. Cosa
bastante singular y muy rara en París sobre todo, es que era virgen por ese lado, como una
muchacha que sale del convento, y quizás sin la maldita orgía en que tomó parte con gente
que sólo quería cosas extraordinarias, y a quién por consiguiente agradó ésta, tal vez, digo,
sin dicha orgía esta particular virginidad hubiera muerto con ella.
 
Top
nubarus
view post Posted on 16/1/2009, 20:28




La Martaine, una gorda mamá de cincuenta y dos años, mujer rozagante y sana y dotada
de las más voluminosas y bellas posaderas que puedan tenerse ofrecía todo lo contrario de la
aventura. Su vida había transcurrido en el desenfreno sodomita, y estaba tan familiarizada
con ello que sólo gozaba por ese lado. Como una malformación de la naturaleza (estaba
obstruida) le había impedido conocer otra cosa, se había entregado a esta clase de placer,
arrastrada por esta imposibilidad de hacer otra cosa y por sus primeros hábitos, y continuaba
en la práctica de esta lubricidad en la que se asegura que era aún deliciosa, desafiándolo todo
y no temiendo nada. Los más monstruosos instrumentos no la asustaban, hasta los prefería,
y la continuación de estas memorias nos la presentará tal vez combatiendo valerosamente
bajo las banderas de Sodoma como el más intrépido de los bribones. Tenía unos rasgos
bastante graciosos, pero un aire de languidez y debilidad empezaba a marchitar sus atractivos,
y sin su gordura, que aún la sostenía, hubiera podido pasar por muy avejentada.
 
Top
sargatanas
view post Posted on 16/1/2009, 20:35




En lo que atañe a la Desgranges, era el vicio y la lujuria personificados: alta, delgada, de
cincuenta y seis años, un aspecto lívido y descarnado, con los ojos apagados y los labios
muertos, ofrecía la imagen del crimen a punto de perecer por falta de fuerzas. Muchos años
atrás había sido morena y decíase que había poseído un hermoso cuerpo; mas poco a poco
se había convertido en un esqueleto que sólo podía inspirar repugnancia. Su culo marchito,
usado, marcado, desgarrado, parecía más bien cartón cuero que piel humana, y el agujero era
tan ancho y arrugado que un grueso miembro podía penetrarlo a pelo sin que ella lo
advirtiera. Para colmo de atractivos, esta generosa atleta de Citerea, herida en varios
combates, tenía una teta de menos y tres dedos cortados. Cojeaba, le faltaban seis dientes y
un ojo. Tal vez sepamos qué clase de ataques había soportado para salir tan maltrecha; pero
lo cierto es que nada la había corregido, y si su cuerpo era la imagen de la fealdad, su alma
era el receptáculo de todos los vicios y de todas las fechorías más inauditas: incendiaria,
parricida, incestuosa, sodomita, tortillera, asesina, envenenadora, culpable de violaciones,
robos, abortos y sacrilegios, se podía afirmar con razón que no había un solo crimen en el
mundo que aquella bribona no hubiese cometido o hecho cometer. En la actualidad era
alcahueta; era una de las abastecedoras tituladas de la sociedad, y como a su mucha
experiencia unía una jerga bastante agradable, había sido escogida para ser la cuarta
narradora, es decir, aquella en cuyo relato se encontrarían más horrores e infamias. ¿Quién
mejor que una criatura que los había cometido todos podía representar aquel personaje?
Halladas estas mujeres, y halladas en todo tal como se las deseaba, fue preciso ocuparse
de los accesorios. Al principio se había deseado rodearse de un gran número de objetos
lujuriosos de los dos sexos, pero cuando se hubo comprobado que el local donde esta lúbrica
fiesta podría efectuarse cómodamente era aquel mismo castillo en Suiza que pertenecía a
Durcet y al que había mandado a la pequeña Elvire, que este castillo no muy grande no
podría albergar a tantos habitantes y que además podía resultar indiscreto y peligroso llevar
allá tanta gente, se limitaron a treinta y dos las personas, incluidas las narradoras, a saber:
cuatro de esta clase, ocho muchachas, ocho- muchachos, ocho hombres dotados de miembros
descomunales para las voluptuosidades de la sodomía pasiva y cuatro sirvientes. Pero
todo esto se deseaba refinado; transcurrió un año entero dedicado a tales de talles, se gastó
muchísimo dinero, y he aquí las precauciones que se tomaron respecto a las ocho muchachas
con el fin de disponer de lo más delicioso que podía ofrecer Francia: dieciséis alcahuetas
inteligentes, con dos ayudantes cada una de ellas, fueron enviadas a las dieciséis principales
provincias de Francia, aparte de otra que trabajaba sólo en París con el mismo objeto. Cada
una de estas celestinas fue citada en una de las fincas del duque, cerca de París, en donde
debían presentarse todas en la misma semana, diez meses después de su partida, ese fue el
tiempo que se les dio para su búsqueda. Cada una de ellas tenía que llevar nueve personas, lo
cual significaba un total de ciento cuarenta y cuatro muchachas, de las cuales sólo ocho
serían escogidas.
 
Top
nubarus
view post Posted on 16/1/2009, 20:40




Se había recomendado a las alcahuetas que sólo prestaran atención a la alcurnia, virtud y
delicioso rostro; debían buscar principalmente en las casas honestas, y no se les permitía
ninguna muchacha que no hubiese sido robada o de un convento de pensionistas de calidad
o del seno de su familia, y de una familia distinguida. Toda la que no estuviera por encima de
la clase burguesa, y que dentro de las clases superiores no fuese muy virtuosa y
perfectamente virgen, era rechazada sin misericordia; muchos espías vigilaban las gestiones
de estas mujeres e informaban inmediatamente a la sociedad acerca de lo que hacían.
Por la persona que cumplía las mencionadas condiciones se pagaba treinta mil francos,
con todos los gastos pagados. Es inaudito lo que todo aquello costó. En lo que concierne a
la edad, se había fijado entre los doce y quince años, y todo lo que estuviese por encima o
por debajo era absolutamente rechazado. Mientras tanto, de la misma forma, los mismos
medios y los mismos gastos, situando igualmente la edad entre doce y quince años, diecisiete
agentes de sodomía recorrían la capital y las provincias, y su cita en la finca del duque se
había fijado para un mes después de la elección de las muchachas. En cuanto a los jóvenes
que designaremos desde ahora con el nombre de jodedores, fue la medida de su miembro lo
único que se tuvo en cuenta: no se quería nada por debajo de diez o doce pulgadas por siete
y medio de circunferencia. Ocho hombres trabajaron en este asunto en todo el reino, y se les
citó para un mes después de la entrevista de los jóvenes. Aunque la historia de estas
elecciones y entrevistas se aparte de nuestro tema, no queda fuera de propósito decir algunas
palabras aquí para mejor dar a conocer aún el genio de nuestros cuatro héroes; me parece
que todo lo que sirve para describirlos y arrojar luz sobre una orgía tan extraordinaria como
la que vamos a describir no puede ser considerado como un entremés.
 
Top
astaroth1
view post Posted on 16/1/2009, 20:44




Cuando llegó el momento de la entrevista de las jóvenes, la gente se dirigió a la finca del
duque. Como algunas alcahuetas no habían podido llegar al número de nueve, otras habían
perdido algunos individuos por el camino, sea por enfermedad o por fuga, sólo llegaron
ciento treinta a la cita, ¡pero cuántos atractivos, gran Dios!, nunca, creo, se vieron tantos
reunidos. Se dedicaron trece días a este examen, y cada día se pasaba revista a diez. Los
cuatro amigos formaban un círculo en medio del cual aparecía la muchacha, primero vestida
tal como estaba en el momento de su rapto, y la alcahueta que la había corrompido contaba
la historia; si faltaba algo a las condiciones de nobleza y virtud, la muchacha era rechazada
sin ahondar más en el asunto, se marchaba sola y sin ningún tipo de socorro, y la alcahueta
perdía todo el dinero que le hubiese costado la muchacha. Tras haber dado la alcahueta toda
clase de detalles, se retiraba y se procedía a interrogar a la doncella para saber si lo que se
había dicho de ella respondía a la verdad. Si todo era cierto, la alcahueta regresaba y
levantaba las faldas de la muchacha por detrás a fin de mostrar sus nalgas a la asamblea; era
lo primero en examinar. El menor defecto en esta parte motivaba su rechazo instantáneo; si
por el contrario nada faltaba a este tipo de atractivos, se la hacía desnudar completamente y,
en tal estado, la muchacha pasaba y volvía a pasar, cinco a seis veces seguidas, de uno a otro
de los libertinos, los cuales la hacían girar, la manoseaban, la olían, la alejaban, le examinaban
sus virginidades, pero todo esto de una manera fría, y sin que la ilusión de los sentidos
viniera a turbar el examen. Tras esto, la chiquilla se retiraba, y al lado de su nombre escrito
en un billete, los examinadores ponían aceptada o rechazada, y firmaban la nota; luego estos
billetes se ponían en una caja, sin que ninguno de ellos se comunicasen sus ideas. Una vez
examinadas todas, se abría la caja: para que una muchacha fuera aceptada era necesario que
tuviese en su billete los cuatro nombres de los amigos a su favor. Si faltaba uno, era
rechazada, y todas, inexorablemente, como he dicho, se marchaban a pie, sin ayuda y sin
guía, excepto una docena quizás con las cuales se divirtieron nuestros libertinos, después de
haber efectuado la elección, y después cedieron a sus respectivas alcahuetas.
 
Top
sargatanas
view post Posted on 16/1/2009, 20:47




En la primera vuelta hubo cincuenta personas rechazadas, fueron repasadas las otras
ochenta, pero con más esmero y severidad; el más leve defecto significaba la inmediata
exclusión. Una de ellas, bella como el día, fue rechazada porque tenía un diente un poco más
alto que los otros; otras veinte muchachas fueron excluidas también porque sólo eran hijas
de burgueses. Treinta saltaron en la segunda vuelta, no quedaban, pues, más que cincuenta.
Se resolvió no proceder a un tercer examen sin antes haber perdido el semen gracias a
aquellas cincuenta mujeres, a fin de que la calma perfecta de los sentidos redundara en una
elección más segura. Cada uno de los amigos se rodeó de un grupo de doce o trece de
aquellas muchachas. Los grupos, dirigidos por las alcahuetas, iban de uno a otro. Se
cambiaron tan artísticamente las actitudes, todo estuvo tan bien dispuesto, hubo en una
palabra tanta lubricidad, que el esperma eyaculó, las cabezas se calmaron y treinta de ese
último número desaparecieron aquel mismo día. Sólo quedaban veinte; todavía había doce de
más. Se calmaron por nuevos medios, por todos los que se creía que harían nacer el hastío,
pero las veinte permanecieron, ¿y qué hubiera podido suprimirse de un número de criaturas
tan singularmente celestes que hubiérase dicho eran obra de la divinidad? Fue necesario, por
lo tanto, entre bellezas iguales, buscar en ellas algo que pudiera al menos asegurar a ocho de
ellas una especie de superioridad sobre las otras doce, y lo que propuso el presidente sobre
esto era digno de su desordenada imaginación. No importa, el expediente fue aceptado; se
trataba de saber cuál de ellas haría mejor una cosa que se les haría hacer a menudo. Cuatro
días bastaron para decidir ampliamente esta cuestión, doce fueron despedidas, pero no en
blanco como las otras; se gozó de ellas durante ocho días, y de todas las maneras. Luego,
como he dicho, fueron cedidas a las alcahuetas, las cuales se enriquecieron pronto con la
prostitución de personas tan distinguidas como aquellas. En cuanto a las ocho escogidas,
fueron alojadas en un convento hasta el instante de la partida, y para reservarse el placer de
gozar de ellas en el momento escogido, no fueron tocadas.
No me entretendré en pintar a estas bellezas: eran todas tan parejamente superiores que
mis pinceles resultarían necesariamente monótonos; me contentaré con nombrarlas y afirmar
de veras que es perfectamente imposible imaginarse tal conjunto de gracias, atractivos y
perfecciones, y que si la naturaleza quisiera dar al hombre una idea de lo que ella puede
formar de más sabio, no le presentaría otros modelos.
 
Top
belzebuth666
view post Posted on 16/1/2009, 20:49




La primera se llamaba Augustine: tenía quince años, era hija de un barón del Languedoc y
había sido robada de un convento de Montpellier.
La segunda se llamaba Fanny: era hija de un consejero del parlamento de Bretaña y
robada del castillo mismo de su padre.
La tercera se llamaba Zelmire: tenía quince años, era hija del conde de Terville, que la
idolatraba. La había llevado con él de caza a una de sus tierras de la Beauce y, habiéndola
dejado sola, unos momentos en el bosque, fue raptada inmediatamente. Era hija única y, con
una dote de cuatro cientos mil francos, debía casarse al año siguiente con un gran señor. Fue
la que lloró y se apenó más por el horror de su suerte.
La cuarta se llamaba Sophie: tenía catorce años y era hija de un gentilhombre de holgada
fortuna que vivía en sus tierras del Berry. Había sido raptada durante un paseo con su madre,
la cual, al tratar de defenderla, fue arrojada a un río, donde la hija la vio morir, ante sus ojos.
La quinta se llamaba Colombe: era de París, hija de un consejero del Parlamento; tenía
trece años y había sido raptada cuando regresaba con su aya, por la tarde, de su convento, a
la salida de un baile infantil. El aya había sido apuñalada.
La sexta se llamaba Hébé: tenía doce años, era la hija de un capitán de caballería, hombre
de alta condición que vivía en Orléans. La joven había sido seducida y raptada del convento
donde se educaba; dos religiosas habían sido sobornadas con dinero. Era imposible imaginarse
nada más seductor y más lindo.
La séptima se llamaba Rosette: tenía trece años, era hija de un teniente general de Chalonsur-
Saône. Su padre acababa de morir, ella se encontraba en el campo con su madre, y fue
raptada, ante los mismos ojos de su familia, por unos individuos disfrazados de ladrones.
La última se llamaba Mimi o Michette: tenía doce años, era hija del marqués de Senanges y
había sido raptada en las tierras de su padre en el Borbonés mientras paseaba en una calesa
acompañada de dos o tres mujeres del castillo, que fueron asesinadas. Como puede verse, los
aprestos de estas voluptuosidades costaban mucho dinero y no pocos crímenes; con tales
gentes, los tesoros importaban poco, y en cuanto a los crímenes, vivíase entonces en un siglo
en que los asesinos no eran buscados y castigados como lo fueron después. Por lo tanto,
todo salió a pedir de boca, y tan bien que nuestros libertinos no fueron nunca inquietados y
apenas hubo pesquisas.
 
Top
sargatanas
view post Posted on 16/1/2009, 20:52




Llegó el momento del examen de los jóvenes. Como ofrecían más facilidades, su número
fue mayor. Fueron presentados ciento cincuenta, y no exageraré al afirmar que por lo menos
igualaban en belleza a las muchachas, tanto por sus deliciosos rostros como por sus gracias
infantiles, su candor, su inocencia y su infantil nobleza. Eran pagados a treinta mil francos
cada uno, el mismo precio que las muchachas, pero los alcahuetes no arriesgaban nada,
porque como la caza era más fina y mucho más del gusto de nuestros amigos, se había
decidido que no se ahorraría ningún gasto, que serían devueltos algunos, pero como antes
serían utilizados se les pagaría igualmente.
El examen se efectuó como el de las mujeres, se pasó revista a diez cada día, con la
precaución muy prudente, y que se había descuidado con las jóvenes, con la precaución,
digo, de eyacular siempre mediante el ministerio de los diez presentados antes de proceder al
examen. Casi se había querido excluir al presidente, porque se desconfiaba de la depravación
de sus gustos; habían creído ser engañados en la elección de las mujeres por su maldita
inclinación a la infamia y la degradación: él prometió no entregarse a sus excesos, y si
cumplió su palabra no fue verosímilmente sin gran trabajo, porque una vez que la
imaginación desbocada o depravada se ha acostumbrado a esa índole de ultrajes al buen
gusto y a la naturaleza, ultrajes que la halagan tan deliciosamente, es muy difícil volver a
llevarla al buen camino: parece que el deseo de servir sus gustos le arrebata la facilidad de ser
dueña de sus juicios. Despreciando lo que es verdaderamente bueno, y sólo queriendo lo que
es horrible, actúa como piensa y la vuelta a sentimientos más verdaderos le parece un insulto
hecho contra principios de los cuales le disgustaría apartarse. Cien jóvenes fueron recibidos
por unanimidad en las primeras sesiones, y fue necesario reconsiderar cinco veces los juicios
emitidos para escoger el pequeño número que tenía que ser admitido. Por tres veces seguidas
quedaron cincuenta jóvenes, tras lo cual se tuvo que acudir a medios singulares para rebajar
el prestigio de los ídolos, se hiciera lo que se hiciera con ellos, y limitarse a los que deberían
ser admitidos. Imaginóse disfrazarlos de muchachas: veinticinco desaparecieron tras esta
astucia, que prestando a un sexo al que se idolatraba el aspecto de aquel del que se estaba
hastiado los desvaloró y les arrebató casi toda la ilusión. Pero nada pudo hacer variar el
escrutinio a los veinticinco últimos. Por más que se hizo, por más que se perdió semen, por
más que no se escribió ningún nombre en billetes hasta el momento de la descarga, por más
que se emplearon los medios seguidos con las muchachas, se mantuvieron los mismos
veinticinco y tomóse el partido de sortearlos. He aquí los nombres que se dieron a los que
permanecieron, con su lugar de nacimiento, edad y detalles de sus aventuras, ya que renuncio
a hacer sus retratos: los rasgos del Amor no eran seguramente más delicados, y los modelos
donde el Albano iba a escoger los rostros de sus ángeles divinos eran ciertamente muy
inferiores.
 
Top
nubarus
view post Posted on 16/1/2009, 20:57




Zélamir tenía trece años: era el hijo único de un gentilhombre de Poitou que lo educaba
con toda suerte de cuidados en sus tierras. Lo habían enviado a Poitiers para que visitara a
una pariente, acompañado por un solo criado, y nuestros rateros, que lo esperaban,
asesinaron al criado y se apoderaron del niño.
Cupidon tenía la misma edad que el anterior: se encontraba en el colegio de la Flèche. Hijo
de un gentilhombre de los alrededores de esta ciudad cursaba en ella sus estudios. Fue
espiado y, raptado durante un paseo que los escolares daban el domingo. Era el muchacho
más lindo de todo el colegio.
Narcisse tenía doce años; era caballero de Malta. Lo habían raptado en Rouen, donde su
padre desempeñaba un cargo honorable y compatible con la nobleza; cuando fue raptado,
viajaba hacia el colegio de Louis-le-Grand de París.
Zéphyr el más delicioso de los ocho, suponiendo que la excesiva belleza de todos hubiese
hecho posible la elección, era de París, donde estudiaba en un célebre internado. Su padre
era un oficial general que hizo todo lo posible en el mundo para recobrarlo sin conseguirlo;
el dueño del internado había sido sobornado con dinero, y había entregado a siete
muchachos, de los cuales seis habían sido desechados. Zéphyr había enloquecido al duque,
quien aseguró que si hubiese sido necesario un millón para encular a aquel chiquillo, lo
hubiera desembolsado inmediatamente. Se reservó las primicias, que le fueron concedidas.
¡Oh tierno y delicado niño, qué desproporción y suerte horrenda te estaba deparada!
Céladon era hijo de un magistrado de Nancy; fue raptado en Lunéville, a donde había ido
para visitar a una tía. Acababa de cumplir catorce años. Fue el único seducido por medio de
una chiquilla de su edad que se encontró el medio de lograr que se acercara a él. La pequeña
bribona lo hizo caer en la trampa fingiendo que sentía amor por él, y como no era muy bien
vigilado, el golpe tuvo éxito.
Adonis tenía quince años; fue raptado en el colegio Plessis, donde estudiaba. Era hijo de
un presidente del Parlamento que por más que se quejó, hizo gestiones y removió cielo y
tierra, como se habían tomado toda clase de precauciones, le fue imposible descubrir nada.
Curval, que estaba loco por el muchachito desde que, dos años atrás, lo había conocido en
casa de su padre, había facilitado los medios y los informes necesarios para corromperlo.
Sorprendió mucho que un gusto tan razonable se albergase en una cabeza tan depravada, y
Curval, orgulloso de ello, aprovechó la ocasión para hacer ver a sus compañeros que todavía
tenía, como podía advertirse, buen gusto. El niño lo reconoció y lloró, pero el presidente lo
consoló diciéndole que sería él quien lo desvirgaría, y mientras le proporcionaba este
conmovedor consuelo, le ponía su enorme verga sobre las nalgas. Lo pidió, en efecto, a la
asamblea, y lo obtuvo sin dificultad.
Hyacinthe tenía catorce años; era hijo de un oficial retirado en una pequeña ciudad de la
Champagne. Fue raptado durante una cacería, cosa que le gustaba con locura, y a la que su
padre cometía la imprudencia de dejarle ir solo.
Giton tenía trece años y fue criado en Versalles entre los pajes de la gran caballeriza. Era
hijo de un hombre distinguido del Nivernais, quien lo había llevado allí no hacía seis meses.
Fue raptado simplemente mientras paseaba solo por la avenida de Saint-Cloud. Se convirtió
en la pasión del obispo, a quien le fueron destinadas sus primicias.
Tales eran las deidades masculinas que nuestros libertinos preparaban para su lubricidad;
en su momento y lugar veremos el uso que de ellas hicieron. Quedaban ciento cuarenta y dos
sujetos, pero no se bromeó con esta caza como con la otra: ninguno fue despedido sin haber
servido.
 
Top
belzebuth666
view post Posted on 16/1/2009, 21:00




Nuestros libertinos pasaron con ellos un mes en el castillo del duque. Como el día de la
partida estaba cerca y todo andaba de cabeza, las diversiones eran continuas. Cuando
estuvieron hartos, encontraron un medio cómodo de desembarazarse de los muchachos:
venderlos a un corsario turco. Por este medio se borraban todas las huellas y se resarcían en
parte de los gastos. El turco fue a recogerlos cerca de Mónaco, donde llegaron en pequeños
grupos que fueron conducidos a la esclavitud, destino terrible indudablemente, pero que no
dejó de divertir en gran manera a nuestros cuatro criminales.
Llegó el momento de escoger a los jodedores. Los rechazados de esta clase no causaban
ninguna molestia; de una edad razonable, se deshacían de ellos pagándoles el viaje de regreso
y las molestias, y volvían a sus casas. Los ocho alcahuetes de éstos, por otra parte, habían
tenido menos dificultades, ya que las medidas estaban más o menos fijadas y no había ningún
problema con las condiciones. Habían llegado cincuenta; entre los veinte más gordos se
escogieron los ocho más jóvenes y guapos, y de estos ocho, como sólo se mencionarán a los
cuatro que lo tenían más grande, me contentaré con nombrarlos.
 
Top
303 replies since 14/1/2009, 18:32   7414 views
  Share