El lobo de mar, Jack London

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astaroth1
view post Posted on 25/8/2010, 08:36




CAPITULO XVI

No puedo decir que el empleo de segundo llevara consigo más placeres que el de no
lavar platos. Yo ignoraba hasta los deberes más sencillos inherentes a este cargo, y sin duda
lo hubiera pasado muy mal de no haber simpatizado conmigo los marineros. No conocía
ninguna particularidad de cuerdas y aparejos, ni sabía colocar ni orientar las velas; pero los
marineros trataban de ponerme al corriente, especialmente Louis, que demostró ser un buen
maestro, y mis subordinados me ocasionaron pocas molestias.
Con los cazadores ya fue otra cosa. Familiarizados con el mar, aunque no todos en el
mismo grado, me tomaban a broma. No expuse ninguna queja, pero Wolf Larsen exigió para
conmigo la disciplina más estricta y mucho más respeto del que el pobre Johansen había
recibido en vida; y después de varias riñas, amenazas y bastante gruñir, logró poner a los
cazadores en cintura. De proa a popa era yo míster Van Weyden, y únicamente en privado me
llamaba Hump Wolf Larsen.
En efecto, resultaba muy divertido eso; si por casualidad el viento barloaba algunos
puntos, me decía Wolf Larsen al levantarse de la mesa; "míster Van Weyden, tenga usted la
bondad de virar a babor. Y yo subía a cubierta, llamaba por señas a Louis, que me enseñaba
lo que había que hacer. Pocos minutos después, habiendo digerido sus instrucciones y
dominando bien la maniobra, procedía a ejecutar las órdenes recibidas. Recuerdo uno de los
primeros ejemplos de esta clase, en que apareció en escena Wolf Larsen precisamente cuando
había empezado yo a entrar en funciones. Fumaba un cigarro y se quedó observando en
silencio hasta que la cosa estuvo efectuada, y entonces se llegó a popa por la parte de
barlovento y se puso a mi lado.
-Hump -dijo-, perdón, míster Van Weyden, le felicito. Me parece que ya puede echar
de nuevo a la tumba las piernas de su padre. Ha descubierto usted las suyas y ha aprendido a
sostenerse con elles. Un poco de práctica con las cuerdas, con la navegación, y de experiencia
con los temporales, y al final del viaje estará en condiciones para mandar cualquier goleta de
cabotaje.
Durante el período que medió entre la muerte de Johansen y la llegada a la región de
la caza, pasé las horas más agradables de mi navegación en el Ghost. Wolf Larsen se
mostraba muy considerado, los marineros me ayudaban y ya no estaba en enojoso contacto
con Thomas Mugridge; y puedo asegurar que según transcurrían los días iba sintiéndome
secretamente orgulloso de mí mismo. A pesar de lo fantástico de la situación (un bigardo de
tierra nada menos que segundo), yo la desempeñaba bastante bien, y durante aquel breve
tiempo estuve satisfecho de mí, acabando por encariñarme con el vaivén del Ghost, que iba
balanceándose a través del mar tropical, en dirección Noroeste, hacia el islote donde
debíamos llenar de agua los toneles.
Mi felicidad, sin embargo, no era completa. Aquello no fue sino un período de menos
sufrimientos que se deslizó entre un pasado y un porvenir de grandes penalidades. El Ghost
por lo que a sus marineros se refería, era un barco infernal de la peor especie. Wolf Larsen no
olvidaba el atentado de que había sido objeto y la paliza recibida en el castillo de proa, y de la
mañana a la noche, y a veces de la noche al amanecer, se dedicaba a hacerles intolerable la
vida.
Conocía bien la psicología de las cosas pequeñas, y con eso les fastidiaba hasta
volverles locos. Le he visto hacer levantar de la cama a Harrison para que pusiera ; un
pincel en su sitio y arrancar de su pesado sueño a las dos guardias de abajo para que le
hicieran compañía y le vieran dormir. Cosas insignificantes, en verdad, pero que
multiplicadas por las mil estratagemas ingeniosas de aquella inteligencia, hacen comprender
fácilmente el estado mental de los hombres del castillo de proa.
Por supuesto que empezaron a rezongar y de continuo había pequeñas revueltas, pero
entonces se repartían golpes, y siempre había dos o tres hombres curándose heridas recibidas
de manos de la bestia humana que era su patrón. Una acción unánime se hacía imposible en
vista del bien provisto arsenal que había en la bodega y la cabina. Leach y Johnson eran las
dos víctimas predilectas del genio diabólico de Wolf Larsen, y el aspecto de profunda
melancolía que ofrecía siempre el semblante de Johnson me llegaba al alma.
Con Leach ya era otra cosa. Este se asemejaba más a un animal de combate. Parecía
poseído de un furor insaciable que no dejaba lugar para el dolor. Sus labios estaba siempre
contraídos en un gruñido permanente, que a la sola vista de Wolf Larsen, aunque inconscientemente,
creo yo, se hacia ruidoso, horrible y amenazador. Le seguía con los ojos
como la fiera sigue a su guardián en tanto que el gruñido feroz resonaba en las profundidades
de la garganta y salía vibrando por entre los dientes.
Recuerdo una vez que, estando Leach sobre cubierta, en pleno día, le toqué en el
hombro antes de darle una orden. Se hallaba de espaldas, y al primer contacto de mi mano dio
un respingo y se alejó de mí gruñendo y volviendo la cabeza. Por un momento me había
confundido con el hombre a quien odiaba.
El y Johnson hubiesen matado a Wolf Larsen a la más leve oportunidad, pero esta
oportunidad no se presentaba nunca. Wolf Larsen era demasiado prudente, y además carecían
de armas adecuadas, pues con los puños solamente no tenían seguridad de vencer. Sólo una
vez luchó Wolf Larsen con Leach, que no hizo más que retroceder como un gato montés,
defendiéndose al mismo tiempo con dientes, uñas y puños, hasta quedar tendido sobre
cubierta, agotado y desvanecido. Después de esto ya no volvieron a encontrarse frente a
frente. Toda la maldad que había en Leach desafiaba la maldad de Wolf Larsen. De haberse
presentado los dos al mismo tiempo sobre cubierta, se hubiesen enzarzado de nuevo entre
juramentos y gruñidos. He visto a Leach lanzarse sobre Wolf Larsen sin avisarle. Una vez le
arrojó su enorme cuchillo, y faltó poco para que le cortara la garganta. Otra vez dejó caer
sobre él un pasador del palo de mesana. Y aunque a decir verdad era difícil acertarle con el
balanceo del barco, la aguda punta del pasador, al bajar silbando desde setenta pies de altura,
casi dio en la cabeza de Wolf Larsen, que en aquel momento salía de la escalera de la cabina,
y se hundió más de dos pulgadas en el sólido entarimado de la cubierta. En otra ocasión entró
furtivamente en la bodega y se apoderó de una escopeta cargada, pero fue sorprendido y
desarmado por Kerfoot.
 
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nubarus
view post Posted on 27/8/2010, 10:45




Yo me preguntaba por qué no le mataría Wolf Larsen y ponía fin a aquel estado de
cosas; pero él se reía y parecía divertirse y excitarse con todo aquello, como si saboreara el
placer que deben experimentar ciertos hombres al hacer de sus animales feroces sus favoritos.
-Esto da emoción a la vida -me explicaba- cuando se la domina. El hombre es jugador
por naturaleza y la vida es su mejor postura, siendo mayor la emoción cuanto mayor es la
desigualdad. ¿Por qué habría de negarme el placer de excitar el alma de Leach hasta el
delirio? Precisamente le hago un favor; la fuerza de la sensación es mutua. Vive más
regiamente que ningún hombre del castillo de proa, aunque él no se dé cuenta. Tiene lo que a
ellos les falta: propósito y objeto; lucha para alcanzar un fin que le obsesiona, desea matarme
y le mantiene la esperanza de conseguirlo. En realidad, Hump, vive una vida intensa y
elevada. Dudo que haya vivido jamás tan de prisa y con tanta emoción como ahora, y puedes
creer que le envidio cuando le veo en el paroxismo de la cólera y de la sensibilidad.
-¡Ah, pero eso es una cobardía, una cobardía! -exclamé-. Usted tiene todas las
ventajas.
-¿Quién es el mayor cobarde de nosotros dos, tú o yo? -preguntó muy serio-. Si la
situación es desagradable, tú te comprometes con tu conciencia formando parte de ella. Si
fueras realmente grande, realmente sincero contigo mismo, unirías tus fuerzas a las de Leach
y Johnson. Pero tienes miedo, tienes miedo, quieres vivir. La vida que hay en ti clama por
vivir, cueste lo que cueste, y así vives ignominiosamente, eres desleal al mejor de tus ideales,
pecas contra tu pequeño código despreciable y si hubiese infierno a él te dirigirías de cabeza.
¡Bah! Yo desempeño el papel más simpático. Yo no peco, porque soy fiel a los impulsos de
mi vida; yo al menos soy sincero con mi alma, y eso es lo que no eres tú.
Sus palabras despertaban mi remordimiento. Quién sabe si, después de todo, estaba
desempeñando yo un papel de cobarde. Cuanto más pensaba en ello, más me parecía que mi
deber consistía en hacer lo que él me había aconsejado, en unir mis fuerzas a las de Leach y
Johnson para procurar la muerte de Wolf Larsen. Creo que al llegar a este punto entró en
juego la austera conciencia de mis antepasados puritanos, impulsándome a cometer acciones
lúgubres y sancionando hasta el homicidio como un acto de justicia. Me detuve en esta idea.
Librar al mundo de aquel monstruo sería una acción muy moral que haría a la humanidad, sería
mejor y más feliz y le permitiría vivir más tranquila.
Lo meditaba largamente mientras estaba en la cama desvelado, viendo pasar en
procesión interminable todas las circunstancias de la situación. Durante las guardias
nocturnas, y cuando Wolf Larsen estaba abajo, hablaba con Johnson y Leach. Ambos habían
perdido la esperanza, Johnson a causa de su abatimiento constitutivo, Leach porque había
usado en vano toda su energía luchando y estaba agotado. Una noche, éste, en un momento
de emoción, me cogió la mano y me dijo:
-Yo le creo a usted honrado, míster Van Weyden, pero continúe donde está y no
hable. No diga sino lo que pueda saberse. Ya sé que nosotros podemos considerarnos
muertos; pero con todo, quizá pueda alguna vez hacernos un favor si lo necesitamos.
Al día siguiente, al aparecer Wainwright Island a barlovento, Wolf Larsen, que había
luchado con Johnson y Leach, al ser atacado por éste, y había acabado por zurrar a los dos les
dijo:
-Ya sabes, Leach, que cualquier día te mataré.
Este le contestó con un gruñido.
-En cuanto a ti, Johnson, entes de que acabe contigo estarás tan harto de la vida que te
tirarás al mar; y si no, al tiempo pongo por testigo.
-Eso es una sugestión -añadió, hablándome en voz baja-. Apuesto contigo la paga de
un mes a que lo hace.
Yo había acariciado la esperanza de que sus víctimas encontrarían una oportunidad
para huir mientras estuviésemos llenando los toneles de agua, pero Wolf Larsen había
escogido bien el sitio. El Ghost se hallaba a media milla de una costa. desierta y acantilada,
donde desembocaba una profunda garganta de paredes
volcánicas y escarpadas, imposible de escalar. Y aquí, bajo su inspección inmediata, pues
desembarcó él mismo, Leach y Johnson llenaron los pequeños toneles y los llevaron rodando
hasta la playa. No tuvieron ocasión para intentar evadirse en uno de los botes.
Sin embargo, Harrison y Kelly hicieron una tentativa. Tripulaban un bote y su trabajo
consistía en ir desde la costa a la goleta transportando un solo tonel cada vez. Precisamente,
antes de comer salieron en dirección de la costa con un barril vacío, y alteraron el rumbo
hacia la izquierda con el fin de rodear el promontorio que, avanzando en el mar, se interponía
entre ellos y la libertad. Más allá de su base espumosa se hallaban las lindas aldeas de los
colonizadores japoneses y los risueños valles que penetraban hasta el interior, y una vez en
seguridad, los dos hombres podrían desafiar a Wolf Larsen.
Yo había observado que Henderson y Smoke vagaban toda la mañana por la cubierta,
y ahora comprendí cuál era su objeto. Cogiendo los rifles, abrieron fuego deliberadamente
contra los desertores. Aquello era un alarde de sangre fría de los tiradores. Al principio los
proyectiles sólo desfloraron la superficie del agua a ambos lados del bote, pero viendo que los
hombres continuaban bogando vigorosamente, la puntería se fue ciñendo más.
-Ahora voy a romper el remo derecho de Kelly -dijo Smoke, apuntando con más
cuidado.
Con los anteojos vi cómo el tiro destrozaba la hoja del remo. Henderson hizo otro
tanto, eligiendo el remo derecho de Harrison. El bote ya no pudo seguir luchando. Pronto
quedaron inutilizados los dos remos restantes. Entonces los hombres trataron de remar con
las astillas, pero también les fueron arrancadas de las manos, y no tuvieron más remedio que
entregarse, dejando derivar el bote, hasta que otro, enviado desde la playa por Wolf Larsen,
les remolcó y condujo a bordo.
Al atardecer levamos el ancla y continuamos el viaje. Ante nosotros no se ofrecía otra
perspectiva, bien negra por cierto, que los tres meses de cacería en las regiones de las focas, y
yo me puse al trabajo con el corazón entristecido. Sobre el Ghost parecía haber descendido un
desaliento aplastante. Wolf Larsen estaba postrado en la cama por uno de aquellos dolores de
cabeza tan extraños y agobiantes. Harrison se apoyaba indolentemente en el timón, como si le
abrumara el peso de su propia carne. Los demás hombres permanecían tristes y silenciosos.
Hallé a Kelly acurrucado junto a la escotilla de sotavento del castillo de proa, con la cabeza
sobre las rodillas y en una actitud de indecible desesperación.
A Johnson le encontré tendido cuan largo era sobre el castillo y con los ojos fijos en la
espuma que abría la gorja, y recordé horrorizado la sugestión de Wolf Larsen. Parecía que iba
a producir su efecto. Traté de distraer al hombre de sus pensamientos mórbidos llamándole,
pero sonrió tristemente y se negó a obedecer.
Cuando volvía a popa, se me acercó Leach.
-Voy a pedirle un favor, míster Van Weyden -dijo-. Si tiene usted la suerte de volver
algún día a San Francisco, ¿querrá buscar a Matt McCarthy? Es mi viejo. Vive en la Colina,
detrás de la panadería de Mayfair; tiene una tienda de zapatero remendón que todo el mundo
conoce y no le será difícil encontrarle. Dígale que he vivido lamentando las penas que le he
causado y las cosas que le he hecho-…y acabe diciéndole de mi parte que Dios le bendiga.
Asentí con la cabeza, pero le dije:
-Volveremos todos a San Francisco, Leach, y tú me acompañarás cuando vaya a
visitar a Matt McCarthy.
-Quisiera poder creerle -contestó, estrechándome la mano-, pero me es imposible. Sé
que Wolf Larsen acabará conmigo, y ya no me queda sino desear que sea cuanto antes.
Y cuando me dejó, sentí nacer el mismo deseo en mi corazón. Ya que había de
suceder, que fuese pronto. El desaliento general me había envuelto también entre sus
pliegues; lo peor parecía inevitable, y mientras paseaba hora tras hora por la cubierta, me
sentía atormentado con las ideas repulsivas de Wolf Larsen. ¿Qué significaba todo aquello?
¿Dónde estaba la grandeza de la vida al permitir aquella loca destrucción del alma humana?
Esta vida era una cosa sórdida, y sin valor alguno, así que cuanto antes acabara, mejor sería.
¡Concluir de una vez con ella! Me incliné también sobre la barandilla y contemplé el mar
ansiosamente, con la seguridad de que tarde o pronto habría de hundirme para siempre en las
profundidades verdes y frías del olvido.
 
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nubarus
view post Posted on 27/8/2010, 11:08




CAPITULO XVII

Aunque parezca extraño, a despecho de los presentimientos de todos, no ocurrió nada
digno de mención en el Ghost. Corríamos en dirección Noroeste, hasta que divisamos la costa
japonesa y encontramos el gran rebaño de focas. Viniendo de algún lugar remoto del
ilimitado Pacífico, se dirigían en su emigración anual a los lugares remotos donde se
reproducían. Nosotros las seguíamos en la misma dirección, matando y destruyendo, tirando
los esqueletos a pedazos a los tiburones y salando las pieles que más tarde pudieran adornar
los bellos hombros de las mujeres de las ciudades.
Era una matanza loca, y todo por la mujer. Ningún hombre comía carne o aceite de
foca. Tras un día afortunado, he visto las cubiertas llenas de pieles y cuerpos, resbaladizas por
la sangre y la grasa que chorreaba por los imbornales. Salpicados de rojo los mástiles, las
cuerdas y las barandillas, y los hombres con los brazos y manos desnudos y ensangrentados,
ocupados en el penoso trabajo de separar con sus cuchillos las pieles de los cuerpos de los
hermosos animales marinos que habían cazado.
Yo estaba encargado de tarjar las pieles cuando llegaban a bordo desde los botes, de
vigilar el desollamiento y luego la limpieza de las cubiertas y cómo volvían a ponerse las
cosas en orden. No era un trabajo muy grato. Mi alma y mi estómago se rebelaban, y sin
embargo, por otra parte, el manejar y dirigir a muchos hombres era bueno para mí-- Esto
desarrollaba mi escasa capacidad ejecutiva y tenía la sensación de hallarme sometido a un
régimen de endurecimiento y tenacidad que no podía ser sino saludable para el alfeñique de
Van Weyden.
Comenzaba a sentir que ya nunca más volvería a ser el mismo de antes. Aunque la
esperanza y la fe en la vida humana sobrevivían a la crítica destructiva de Wolf Larsen, no
por ello había sido menos la causa de mi cambio en las cosas menores. Había abierto a mis
ojos el mundo de la realidad, del que prácticamente nada conocía y ante el cual había
retrocedido siempre. Aprendí a mirar más de cerca la vida y la forma de ser vivida, a
reconocer que en el mundo había hechos que salían del dominio del pensamiento y de la idea
y conceder cierto valor a las fases concretas y objetivas de la existencia.
Durante la cacería aprendí a conocer de veras a Wolf Larsen. Pues cuando hacía buen
tiempo y nos hallábamos en medio del rebaño, todos los hombres salían en los botes y sólo
quedábamos a bordo él y yo y Thomas Mugridge, que no contaba para nada-- Pero no era
cuestión de tumbarse a la bartola-- Los seis botes se alejaban de la goleta, desplegándose en
forma de abanico. El primero de barlovento y el último de sotavento llegaban a alcanzar una
distancia de diez a veinte millas, y así cruzaban el mar en línea recta hasta que la llegada de la
noche o el mal tiempo les obligaban a volver. Nuestro deber era dirigir el Ghost hacia
sotavento, a fin de que los botes tuviesen viento favorable para acercarse a nosotros en caso
de borrasca o de tiempo amenazador.
No es tarea liviana para dos hombres, particularmente cuando se ha levantado un
viento recio, manejar un barco como el Ghost, gobernar, vigilar los botes, izar o arriar las
velas, por lo que me vi obligado a aprender muy de prisa. Gobernar supe pronto, pero trepar a
lo alto de los palos y suspenderme de los brazos con todo mi peso cuando dejaba las cuerdas
traveseras, para encaramarse aún más arriba, ya era más difícil. También lo aprendí
rápidamente, sin embargo, porque sentía un deseo impetuoso de rehabilitarme a los ojos de
Wolf Larsen y probarle mi derecho a vivir por otros medios que por los de la inteligencia. Es
más, llegó momento en que hallé un placer en subir a lo alto de los mástiles y en sostenerme
con las piernas a una altura tan incierta, mientras reconocía el mar con los anteojos, en busca
de los botes.
Me acuerdo de un hermoso día en que éstos salieron temprano, y los disparos de las
escopetas se fueron perdiendo en la lejanía, hasta dejar de oírse por completo al
desparramarse por la inmensidad del mar. Soplaba precisamente del Oeste una brisa muy
suave, y cuando nos disponíamos a dirigirnos hacia sotavento del último bote que había
desaparecido por allí, se encalmó. Yo estaba en lo alto del mástil, y vi uno a uno perderse los
botes tras la curva del horizonte, persiguiendo a las focas por el Oeste. Apenas nos balanceábamos
sobre la placidez de las aguas, incapacitados de seguirles. Wolf Larsen estaba
receloso. El barómetro había bajado y por el Este el cielo tenía un aspecto que no le gustaba--
Lo estudiaba incensantemente.
-Si sopla de allá con fuerza -dijo- y nos arrastra a barlovento de los botes,
probablemente quedarán desocupadas algunas literas en la bodega y el castillo de proa.
Serían las once cuando el mar estaba como un cristal. A mediodía, a pesar de
hallarnos cerca del Septentrión, el calor era sofocante. El aire caldeado era bochornoso y
pesado, y me recordaba lo que los viejos californianos llaman tiempo de terremoto. Flotaba
en la atmósfera algo siniestro y de un modo intangible se sentía la inminencia del peligro.
lentamente, por el Este, el cielo se llenaba de nubes que se elevaban por encima de nosotros
como una cordillera tenebrosa de las regiones infernales. Con tal claridad se distinguían las
gargantas, los desfiladeros, los precipicios y las sombras de sus profundidades, que se
buscaba inconscientemente la línea blanca de la resaca y los rugidos en las cavernas donde
rompe el mar. Nosotros seguíamos balanceándonos dulcemente, sin que soplara viento
alguno.
-No hay ráfagas -dijo Wolf Larsen-. La madre Naturaleza va a levantarse sobre las
patas traseras, y piafará con todas sus fuerzas y nos hará saltar, Hump, quitándonos la mitad
de nuestros hombres. Podías subir y soltar las gavias.
-Pero, ¿y si empieza a aullar y no somos más que nosotros dos? pregunté con un tono
de protesta en la voz.
-Pues empieza por hacerlo primero y corramos hacia nuestros botes antes que nos
sean arrebatadas las velas. Después de eso no respondo de lo que sucederá. Los palos
resistirán y tú y yo también, pero tendremos que bregar mucho.
 
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nubarus
view post Posted on 27/8/2010, 12:57




Continuaba la misma calma. Comimos, yo precipitado e inquieto por los dieciocho
hombres que teníamos en el mar, más allá de la línea del horizonte, y aquella cordillera de
nubes que en el cielo avanzaba lentamente sobre nosotros. Wolf Larsen, sin embargo, no
parecía afectado; pero cuando volvimos a cubierta noté en él un ligero estremecimiento de las
aletas de la nariz, una visible rapidez de movimientos. Había aumentado la seriedad de su
semblante y la dureza de sus facciones, y con todo, en sus ojos, de un azul claro este día,
había un extraño brillo, más chispas de luz. Me pareció que estaba alegre, con una alegría
feroz, que gozaba ante la inminencia de la lucha, que estaba emocionado y excitado con la
percepción de que gravitaba sobre él uno de los grandes momentos en que la marea de la vida
se levanta embravecida.
Una vez sin darse cuenta de lo que hacía o de que yo estaba viéndole, se puso a reír a
carcajadas, burlándose y retando a la tormenta próxima. Todavía parece que le estoy viendo
como un pigmeo de Las mil y una noches, ante la inmensa frente de algún genio maligno.
Estaba desafiando al Destino y no tenía miedo.
Se dirigió a la cocina.
-Cocinero, cuando termines con las cacerolas y sartenes, te necesitaremos en la
cubierta. Procura estar preparado para cuando te llame.
"Hump -me dijo, comprendiendo la mirada de fascinación que tenía posada en él-,
esto supera al whisky, y es en lo que se equivocó tu Omar. Creo que, después de todo, sólo
vivió a medias.
La mitad occidental del firmamento también se había oscurecido ahora-- El sol había
desaparecido de nuestra vista. Eran las dos de la tarde, y un crepúsculo lóbrego cruzado por
varias luces de púrpura había descendido sobre nosotros. Con estos reflejos rojos fue
encendiéndose el rostro de Wolf Larsen, y a mi excitada fantasía apareció nimbado por una
aureola. Nos hallábamos en medio de un silencio ultraterreno, mientras que a nuestro
alrededor todo eran signos y presagios del avance de ruido y movimiento. El calor
bochornoso había llegado a hacerse insoportable. El sudor me cubría la frente. Me pareció
que iba a desmayarme, y tendí la mano hacia la barandilla en busca de apoyo.
Y entonces, en aquel preciso instante, llegó un hálito sutilísimo. Procedía del Este y
pasó una y otra vez como un soplo débil-- Las velas lacias no se habían agitado, y sin
embargo, el hálito me había rozado la cara, refrescándola.
-Cocinero -llamó Wolf Larsen en voz baja. Thomas Mugridge volvió el rostro,
lastimoso y amedrentado-. Suelta la jarcia del botalón de proa y crúzala, y cuando sea
necesario, suelta la vela y sujétala con la jarcia. Y si haces un zafarrancho, te aseguro que
será el último. ¿Entendido...? Míster Van Weyden, prepárese a pasar las velas de proa.
Después suba a las gavias y extiéndalas tan rápidamente como pueda, cuanto más aprisa lo
haga tanto más fácil lo hallará. Respecto del cocinero, si no anda listo déle un puñetazo entre
los ojos.
Comprendí el alcance de la lisonja y me complació el que no acompañara sus
instrucciones con amenazas. Habíamos puesto la proa al Noroeste, y su intención era lanzarse
a toda vela aprovechando el primer soplo.
-La brisa vendrá por nuestro cuadrante -me explicó-. Con los últimos tiros los botes
arribaban ligeramente hacia el Sur.
Se volvió y se dirigió a popa para apoderarse del timón. Marché a proa y me situé
junto a los foques. Pasó otro hálito, y después otro. El velamen aleteaba perezosamente.
-Gracias a Dios que no viene de golpe, míster Van Weyden -fue la ferviente
jaculatoria del cocinero.
Yo estaba verdaderamente agradecido, pues por entonces ya había aprendido lo
bastante para saber qué desastre nos esperaba en aquellas condiciones y llevando todas las
velas extendidas. Los hálitos se convirtieron en soplos, las velas se llenaron y el Ghost se
movió. Wolf Larsen inclinó rudamente el timón a babor y empezamos a soltarnos. El viento
soplaba ahora por la popa, bufando cada vez con mayor fuerza, y mis velas de proa
trabajaban vigorosamente. No vi lo que pasaba en la otra parte, pero sentí la súbita agitación
Y los tumbos de la goleta cuando la presión del viento pasó a los foques del trinquete y de la
vela mayor. Estaba ocupado con el contrafoque, el foque y la vela del estay, y cuando hube
ejecutado esta parte de mi cometido, el Ghost se hallaba ya brincando, empujado por el
Sudoeste, con el viento en su cuadrante y todo el velamen a estribor. Sin detenerme para
tomar aliento, a pesar de que el corazón me latía como el martillo sobre el yunque, me lancé a
las gavias, y antes de que el viento hubiese llegado a ser demasiado recio ya las teníamos
arriadas y plegadas. Después me fui a popa para recibir órdenes.
Wolf Larsen aprobó con un gesto y me cedió el timón. El viento aumentaba en fuerza
y el mar comenzó a agitarse. Goberné durante una hora, y cada momento se me hacía más
difícil. Yo no tenía experiencia suficiente para gobernar con aquella marcha y aquel rumbo.
-Ahora sube con los anteojos, a ver si descubres algún bote. Hemos corrido a diez
nudos, y en este momento vamos a doce o trece. Esta muchacha sabe nadar.
Me contenté con subir a los soportes del aparejo de proa. Mientras exploraba la
desierta superficie, comprendí la necesidad urgente de apresurarnos si queríamos rescatar
algunos de nuestros hombres. Al contemplar el mar tempestuoso que estábamos atravesando
dudaba de que hubiese ningún bote a flote. No parecía posible que tan frágiles embarcaciones
pudiesen resistir tal violencia del viento y del agua.
No podía apreciar toda la fuerza del viento, porque seguíamos la misma dirección,
pero desde mi elevado observatorio miré hacia abajo, fuera del Ghost, y vi su silueta
recortarse enérgicamente sobre el mar cubierto de espuma al abrirse paso en su lucha por la
vida. A veces se levantaba, se lanzaba sobre una ola enorme, hundiendo la barandilla de
estribor y sumergiendo la cubierta hasta la altura de las escotillas bajo el océano hirviente. En
uno de estos momentos, sorprendido desde barlovento por el balanceo, volé por el aire con
rapidez vertiginosa adherido al extremo de un gran péndulo invertido, cuyo arco entre los
mayores vaivenes debía ser de diez pies o más. Me dominó el terror, y durante un buen rato
permanecí aferrado de pies y manos, débil y tembloroso, imposibilitado para explorar el mar
en busca de los botes que faltaban o de ver otra cosa que no fueran las olas que rugían debajo
y se esforzaban por abatir al Ghost.
Pero el pensamiento de los hombres perdidos en aquella inmensidad me devolvió la
firmeza, y buscándolos me olvidé de mí. Durante una hora no vi sino el mar desnudo y
desolado. Y entonces, en el lugar en que una flecha de luz solar hería el océano, bañando de
plata su irritada superficie, sorprendí una pequeña mancha negra, lanzada un momento a lo
alto y tragada después por las aguas. Esperé pacientemente. De nuevo volvió a proyectarse la
manchita negra a través del brillo imponente, un par de puntos más allá de nuestra proa a
babor. No intenté gritar, sino que comuniqué la noticia a Wolf Larsen agitando el brazo.
Cambió el rumbo y yo hice signos afirmativos cuando hubo puesto la proa en dirección de la
mancha.
Fue haciéndose mayor, y tan rápidamente, que por primera vez aprecié en su totalidad
la velocidad de nuestra carrera. Wolf Larsen me indicó por señas que bajara, y cuando estuve
a su lado, me dio instrucciones para virar.
-Puede que se desate el infierno en masa -me advirtió-, pero no hagas caso. Tu deber
es ocuparte de tu trabajo y hacer que el cocinero no se mueva del lado del trinquete.
Traté de dirigirme a proa, pero igual dificultad encontraba en un lado como en otro,
pues tan pronto se sumergía la barandilla de barlovento como la contraria. Después de haber
explicado a Thomas Mugridge lo que debía hacer, me encaramé unos cuantos pies por el
aparejo de proa. El bote estaba muy cerca ahora, y pude descubrir fácilmente que se hallaba
de cara al viento y a las olas, remolcando el mástil y la vela, que habían sido lanzados al mar
y utilizados como áncora de resistencia. Los tres hombres se estaban hundiendo. Cada
montaña de agua los cubría, haciéndomelos perder de vista, y yo les acechaba con
indescriptible ansiedad, temiendo que no volviesen a aparecer. Después salía de nuevo el bote
a través de las crestas espumosas con la proa apuntando al cielo y mostrando toca la longitud
de su carena mojada y oscura, y cuando parecía que iba a volcar y caer en aquellos abismos,
hundida la proa, dejando ver todo su interior y con la popa levantada casi verticalmente,
vislumbré a los tres hombres que achicaban el agua con frenética precipitación. Cada vez que
reaparecían era un milagro.
El Ghost cambió de rumbo de pronto, alejándose, y pensé, con verdadero sentimiento,
que Wolf Larsen renunciaba a rescatarles por creerlo imposible. Después me di cuenta de que
se preparaba a virar. Íbamos delante del viento y el bote estaba lejos y frente a nosotros. Sentí
súbitamente que la goleta se movía con mayor desembarazo, librándose por el momento de la
presión, a la vez que aceleraba la velocidad. Daba la vuelta sobre el costado en la dirección
del viento.
Cuando se situó formando ángulo recto con la ola, la fuerza del viento (del que hasta
ahora habíamos huido) nos cogió de lleno. Por ignorancia y por desgracia mía, yo estaba
arrostrándolo. Se alzaba ante mí como un muro, llenándome los pulmones de aire que luego
no podía expeler, Y en tanto que me ahogaba y el Ghost se revolvía durante un momento con
un costado en alto y se lanzaba balanceándose violentamente contra el viento, vi una ola
enorme levantarse por encima de mi cabeza. Volví la cara, tomé aliento y miré de nuevo. La
ola dominaba al Ghost y yo le contemplé sin miedo. La cresta, herida por un dardo de luz
solar, me dio la impresión de una masa verde translúcida e impetuosa coronada de espuma.
Entonces se precipitó, se desató el pandemonium y todo sucedió en un instante. Recibí
un choque, un golpe anonadador, en ningún sitio en particular, pero que me hirió todo el
cuerpo. Había perdido el apoyo, me hallaba bajo el agua, y por mi mente cruzó la idea de que
aquella cosa terrible de que había oído hablar era el ser arrastrado al fondo del mar. Mi
cuerpo, golpeado y magullado, fue arrojado como un guiñapo, dando vueltas y vueltas, y
cuando ya no pude contener más el aliento aspiré dentro de mis pulmones el agua salada y
picante. Pero, a través de todo ello, me así a esta idea única: "Había de pasar el foque a
barlovento". No temía a la muerte. No dudaba de que saldría de aquello fuese como fuera. Y
como persistiera en mi ofuscada conciencia la idea de cumplir la orden de Wolf Larsen, creí
verle en medio de aquel desbarajuste de pie junto al timón, oponiendo su voluntad a la
voluntad de la, tormenta y desafiándola.
 
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nubarus
view post Posted on 27/8/2010, 13:54




Tropecé violentamente contra lo que yo tomé por la barandilla y respiré de nuevo el
aire bienhechor. Traté de levantarme, pero me di un golpe en la cabeza y volví a caer sobre
las manos y las rodillas. Por un capricho de las aguas había sido arrastrado debajo del
enjaetado del castillo de proa y de las escotillas. Al trepar con pies y manos, pasé por encima
del cuerpo de Thomas Mugridge, que estaba acurrucado y gruñendo. No había tiempo para
hacer investigaciones. Había de pasar el foque.
Cuando asomé sobre cubierta, me pareció ver el fin de todas las cosas. Por todas
partes se oían crujidos de maderas, acero y lona. El Ghost estaba dislocado y haciéndose
pedazos. Con la maniobra se vaciaron el trinquete y la gavia, y como no había nadie para
arreglar las velas, se rasgaban restallando; el pesado botalón azotaba las barandillas en sus
movimientos y se hacía astillas. Por el aire volaban maderas, cuerdas sueltas, estays que se
retorcían y silbaban como serpientes, y debajo de todo esto se desgarraba la cangreja del
trinquete.
El botalón faltó poco para que me hiriera, y este hecho fue estimulante que me hizo
entrar de nuevo en acción. Tal vez la situación no fuese desesperada. Recordé la advertencia
de Wolf Larsen. Había esperado que se desencadenara el infierno, y ya lo teníamos. Y él,
¿dónde estaría? Le vi afanándose con la escota mayor, tirar de ella hasta ponerla en tensión
con sus músculos formidables, vi la popa de la goleta elevarse en el aire y su cuerpo
recortarse en la blanca espuma de una ola que pasó de largo. Todo esto y más -todo un
mundo de caos y ruinas- había visto, oído y vislumbrado en el espacio de quince segundos.
No me detuve a mirar lo que había sido del pequeño bote, pero me abalancé a la
escota del foque, que empezaba a estallar, llenándose parcialmente y vaciándose con agudas
detonaciones, pero con una vuelta de la escota y el empleo de toda mi fuerza cada vez que se
acudía, conseguí pasarla. Lo que sí puedo asegurar es que puse toda mi voluntad. Tiré tanto,
que me erosioné las yemas de los dedos, y mientras tiraba, el contrafoque y la vela estay se
desgarraron e inutilizaron con un ruido atronador.
Yo seguía tirando, recogiendo lo que ganaba con una doble vuelta, hasta que la
sacudida siguiente me daba más. Entonces la escota cedía fácilmente y Wolf Larsen estaba
cerca de mí halando solamente, mientras yo me hallaba ocupado en aprovechar la sacudida.
-¡Atala y ven! -gritó.
Mientras le seguía, notaba que, a pesar de la destrucción y la ruina el barco obedecía.
El Ghost halaba y seguía obedeciendo y trabajando. Aunque había desaparecido el resto de
las velas, el foque pasado a barlovento y la vela mayor arbolada resistían, haciendo resistir a
la vez a la proa.
Busqué el bote y mientras Wolf Larsen desenredaba
el aparejo de los botes, lo vi a sotavento encaramado sobre una ola enorme y a menos de
veinte pies de distancia. Y tan bien había hecho sus cálculos, que derivó sobre él exactamente
de manera que no había sino enganchar las cuerdas por los extremos e izarlo a bordo. Pero
esto no se hizo con la misma facilidad que se escribe.
A proa iba Kerfoot, Oofty-Oofty a popa y Kelly en medio. Cuando derivábamos más
cerca, el bote se levantó a lomos de una ola casi por encima de mí y pude ver las cabezas de
los tres hombres inclinadas sobre la borda y mirando hacia abajo. Un instante después, nos
remontábamos nosotros al mismo tiempo que se hundían ellos. Parecía imposible que la ola
siguiente no hiciera estrellar contra el Ghost aquella pequeña cáscara de huevo.
En el momento preciso, pasé la cuerda al kanaka, mientras Wolf Larsen hacía lo
propio con Kerfoot. Ambas cuerdas fueron atadas en un abrir y cerrar de ojos, y los tres
hombres, aprovechando hábilmente un movimiento del barco, saltaron a la goleta
simultáneamente. Cuando el Ghost sacó el costado fuera del agua, fue izado el bote, y antes
de que volviese a hundirse con el siguiente vaivén, le habíamos subido por encima de la
borda y colocado sobre cubierta con la quilla hacia arriba. Noté que la mano izquierda de
Kerfoot sangraba. Tenía el tercer dedo machucado como una pulpa, pero no dio muestras de
dolor, y con sólo la mano derecha nos ayudó a amarrar el bote en su sitio.
-¡No te muevas y largarás el foque, Oofty! -ordenó Wolf Larsen en cuanto
terminamos con el bote-. ¡Kelly, ven a popa y arría la vela mayor! ¡Tú, Kerfoot, ve a proa y
mira qué ha sido del cocinero! ¡Míster Van Weyden, vuelva a subir a lo alto y corte toda
impedimenta!
Y habiendo dado órdenes, se fue a popa con sus peculiares saltos de tigre y cogió el
timón. Mientras yo quitaba los obenques de proa, el Ghost avanzaba lentamente, y esta vez,
cuando nos hundimos en la concavidad de las olas y nos barrieron éstas, ya no hallaron velas
que llevarse. Yo subía por la arboladura, aplastado contra los aparejos por la fuerza del
viento, de manera que me hubiera sido imposible caer, y al llegar a la mitad de la ascensión,
el Ghost se acostó casi sobre los extremos de los baos, con el mástil paralelo al agua.
Entonces miré, no hacia abajo, sino en ángulo recto con la perpendicular a la cubierta del
Ghost, pero no vi la cubierta, sino el lugar que ésta debiera haber ocupado, pues estaba
sepultada bajo una cascada de agua. Fuera asomaban los dos mástiles y nada más. Por el
momento, el Ghost estaba debajo del mar. Fue enderezándose poco a poco, librándose de la
presión del costado, y por fin apareció la cubierta, abriendo la superficie del océano como el
lomo de una ballena.
Después empezó a correr desenfrenadamente a través del mar embravecido, mientras
yo continuaba adherido como una mosca a la arboladura y tratando de ver los otros botes.
Media hora más tarde divisé el segundo bote con la quilla hacia arriba, a la que se agarraban
desesperados Jock Horner, el gordo Louis y Johnson. Esta vez permanecí en lo alto, y Wolf
Larsen consiguió virar sin contratiempos. Como antes derivó directamente sobre el bote, se
sujetaron los aparejos y se tiraron las cuerdas a los hombres, que se encaramaron como
monos. El bote, en cambio, se hizo astillas contra el costado de la goleta al izarlo; pero los
restos se ataron fuertemente, porque aún podría componerse y utilizarse.
Una vez más barrenó el Ghost, y tanto se sumergió que durante unos segundos creí
que no aparecería. Hasta el timón, bastante más alto que el resto de la nave lo cubrieron las
aguas. En aquellos momentos me sentía extrañamente solo con Dios y contemplaba el caos
de su ira. Después surgió de nuevo el timón, y los anchos hombros de Wolf Larsen, sus
manos aferradas a los rayos de la rueda y semejante a un dios terrenal que dominara la
tormenta y ahuyentara las aguas, haciéndolas servir sus propios fines, volvió a imprimir al
Ghost el rumbo que su voluntad le imponía. ¡Esto era verdaderamente maravilloso! ¡Que un
hombre tan pequeño pudiese vivir, respirar y conducir una frágil embarcación de madera y
lona a través de aquella terrible contienda de los elementos!
Como antes, el Ghost emergió de las profundidades, sacó la cubierta fuera del agua y
salió impelido por el huracán. Ahora eran las cinco y media, y poco más tarde, al disolverse
el día en un crepúsculo sombrío y furioso, divisé el tercer bote. Estaba con la quilla hacia
arriba y no había huellas de sus tripulantes. Wolf Larsen repitió la maniobra, se apartó, y
después, virando a barlovento, derivó sobre él; pero esta vez se equivocó de cuarenta pies y el
bote se quedó atrás.
-¡Bote número cuatro! -gritó Oofty-Oofty, leyéndolo con su mirada penetrante en el
momento en que surgió de la espuma.
Era el bote de Henderson, y con él habían desaparecido Holyoak y Williams, otro de
los marineros de alta mar. No quedaba la menor duda de que se habían perdido, pero quedaba
el bote, y Wolf Larsen hizo otro esfuerzo temerario para recuperarlo. Yo había bajado a
cubierta y vi a Horner y a Kerfoot protestar en vano contra tan descabellada tentativa.
-¡Por vida de ...! ¡No quiero que me robe mi bote ningún temporal del infierno! -dijo
gritando, y a pesar de que los cuatro estábamos con las cabezas muy juntas para poder oír
mejor, su voz sonó débil y lejana, como si se hallara a una distancia inmensa de nosotros-.
¡Míster Van Weyden! -voceó, y a través del tumulto me pareció un susurro-. ¡Sostenga el
foque con Johnson y Oofty! ¡Los otros a popa, a la escota mayor¡ ¡Aprisa, si no queréis que
os embarque a todos para el reino de los cielos! ¿Entendido?
Y cuando hizo girar el timón rudamente y se levantó la proa del Ghost, los cazadores
no tuvieron más remedio que obedecer y hacer lo posible para que se llevara a término
aquella prueba arriesgada. De la magnitud de este riesgo me di cuenta al verme una vez más
sepultado bajo las olas imponentes y agarrándome a la barandilla el pie del palo de trinquete.
Me sentí arrebatado, arrastrado y lanzado al mar por encima de la borda. No pude nadar, pero
antes de hundirme del todo me sentí sostenido por una mano fuerte, y cuando el Ghost
emergió al fin, comprendí que debía la vida a Johnson. Le vi mirar ansioso a su alrededor y
noté que faltaba Kelly, que había acudido a proa en el último momento.
No habiendo acertado esta vez a recoger el bote, Wolf Larsen se vio precisado a
recurrir a una maniobra diferente; corriendo de cara al viento con todas las velas a estribor,
viró y volvió barloando sobre babor.
-¡Magnífico! -gritó Johnson a mi oído cuando hubimos salido indemnes de la
siguiente inundación, y comprendí que se refería, no a la pericia de Wolf Larsen, sino a la
hazaña del Ghost.
Había oscurecido tanto, que no se distinguía el bote; pero Wolf Larsen avanzó a través
del horrible tumulto, como guiado por un instinto infalible. Ahora, aunque nos hallábamos
continuamente medio sepultados, no se abría ninguna concavidad ante nosotros y pudimos
derivar directamente sobre el bote volcado, que fue duramente castigado al ser izado a bordo.
A esto siguieron dos horas de penoso trabajo, durante las cuales todos los del barco -
dos cazadores, tres marineros, Wolf Larsen y yo- nos ocupamos en rizar el foque primero y la
vela mayor después. Halando con tan poca vela, nuestras cubiertas se veían relativamente
libres del agua y el Ghost se balanceaba y sumergía como un corcho entre las olas.
Yo tenía las puntas de los dedos erosionados y durante el rizado de las velas trabajé
vertiendo lágrimas de dolor; y cuando terminamos me desmayé como una mujer, rodando por
la cubierta con la agonía del agotamiento.
Entretanto, se había sacado a rastras, semejante a una rata ahogada, a Thomas
Mugridge, que estaba cobardemente oculto bajo el extremo del castillo de proa. Vi cómo le
conducían a popa, hacia la cabina, y noté con sorpresa que la cocina había desaparecido. En
el lugar que había ocupado aparecía un espacio más limpio de cubierta.
Hallé a todos reunidos en la cabina, y mientras se preparaba café en la pequeña estufa,
bebimos whisky y comimos galleta. Nunca me había parecido tan oportuna la comida; jamás
me había sabido tan bien el café caliente. El Ghost cabeceaba, se agitaba y tumbaba con tal
violencia, que resultaba imposible, aun para los marineros, caminar por allí sin sostenerse, y
varias veces, después del grito: "¡Ahí va!», nos vimos amontonados sobre la pared de babor
de la cabina como si hubiese sido la cubierta.
-¡Cualquiera sale a echar un vistazo! -oí decir a Wolf Larsen después que hubimos
comido y bebido hasta la hartura, En la cubierta no se puede hacer nada. Si hemos de irnos a
pique, no está en nuestra mano el evitarlo; así, pues, quedémonos aquí todos, y a dormir un
rato.
Los marineros se deslizaron hasta la proa, colocando al pasar las luces laterales, en
tanto que los dos cazadores se quedaban a dormir en la cabina, por no parecer prudente abrir
la puerta de la escalera que conducía a la bodega. Entretanto, Wolf Larsen y yo cortamos el
dedo aplastado de Kerfoot y suturamos el muñón. Mugridge, que durante todo el rato que se
había visto obligado a guisar, servir el café y mantener encendido el fuego, se había quejado
de agudos dolores, juraba ahora tener dos o tres costillas rotas. Después de reconocerle
hallamos que tenía tres, pero diferimos su cura para el día siguiente, principalmente por la razón
de que yo no sabía una palabra sobre costillas rotas y antes había de leer algo acerca de
ello.
-Me parece que no merecía dar la vida de Kelly por un bote inservible -dije a Wolf
Larsen.
-Kelly no valía gran cosa -repuso-. Buenas noches.
Después de todo lo sucedido, sufriendo un dolor insoportable en los extremos de los
dedos y con la pérdida de tres botes, sin hablar de las violentas sacudidas del Ghost, me
parecía imposible poder conciliar el sueño. Pero mis ojos debieron cerrarse en cuanto la
cabeza tocó la almohada, y era tal mi agotamiento, que dormí toda la noche mientras el
Ghost, abandonado y sin dirección, se abría camino a través de la tormenta.
 
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nubarus
view post Posted on 27/8/2010, 14:24




CAPITULO XVIII

Al día siguiente, en tanto amainaba el temporal, Wolf Larsen y yo nos atracamos de
anatomía y cirugía y le arreglamos las costillas a Mugridge. Después, cuando calmó la
tormenta, recorrimos en todas direcciones la región del océano donde nos había sorprendido
el mal tiempo, siempre con tendencia a Poniente, mientras se procedía a arreglar los botes y
se hacían y ajustaban velas nuevas. Vimos y abordamos buen número de goletas dedicadas
asimismo a la caza de focas, muchas de las cuales iban en busca de sus botes perdidos, y otras
llevaban a bordo botes y tripulantes de otras embarcaciones que habían recogido, pues el
grueso de la flota había estado más a Occidente, y los botes, esparcidos en todas direcciones,
habían huido desesperados buscando el refugio más próximo.
A bordo del Cisco hallamos dos de nuestros botes con todos sus hombres a salvo, y
con gran contento de Wolf Larsen y disgusto mío recogimos a Smoke, Nilson y Leach, del
San Diego. Así, que al cabo de cinco días sólo nos faltaban cuatro hombres -Henderson, Holyoak,
Williams y Kelly- y cazábamos de nuevo en los flancos del rebaño.
Mientras seguíamos hacia el Norte nos salieron al encuentro las terribles nieblas
marinas. Todos los días se arriaban los botes y casi antes de que tocaran el agua desaparecían
de nuestra vista. Desde el barco haciamos sonar el cuerno a intervalos regulares y cada quince
minutos disparábamos un cañonazo. Continuamente perdíamos y encontrábamos botes, pues
es costumbre que los recoja la goleta que antes los encuentra hasta que dan con la suya. Pero
Wolf Larsen, como era de esperar, al faltarle un bote, tomó posesión del primero que halló
extraviado y obligó a sus hombres a cazar con el Ghost, sin permitirles volver a su propia
goleta cuando la divisaron. Recuerdo que al pasar su capitán a poca distancia y pedirnos
noticias, Wolf Larsen forzó a los hombres a permanecer abajo apuntándoles con un fusil.
Thomas Mugridge, aferrado a la vida con extraña pertinacia, volvió pronto a cojear
por allí, efectuando el doble trabajo de cocinero y grumete. Johnson y Leach seguían siendo
insultados y golpeados lo mismo que antes, y tenían la certeza que sus vidas sólo durarían lo
que durara la caza; el resto de los tripulantes vivían y eran tratados como perros por aquel
patrón despiadado. En cuanto a Wolf Larsen y yo, nos llevábamos divinamente, aunque no
me abandonaba la idea de que mi deber hubiera sido matarle. Me fascinaba de un modo
indecible y me inspiraba un miedo absoluto; y, con todo, no podía imaginármelo como
mortal. Había en él una resistencia como de perpetua juventud, que impedía representárselo
muerto; únicamente podía suponerlo siempre vivo y dominador, luchando y destruyendo
constantemente, pero sin perecer jamás.
Una de sus diversiones favoritas, cuando nos hallábamos en medio del rebaño y el
mar estaba demasiado borrascoso para bajar los botes, consistía en embarcarse con dos
remeros y un timonel, y en unas condiciones que los mismos cazadores juzgaban imposibles
cobraba buen número de piezas, pues era excelente tirador. Esta exposición de su vida y esta
lucha continua Por ella, contra fuerzas tan tremendamente superiores, parecía algo necesario
a su existencia.
Yo aumentaba continuamente mis conocimientos de náutica y un día que tuvimos
claro -cosa que ocurría ahora muy raras veces- tuve la satisfacción de dirigir y manejar el
Ghost para recoger los botes. Wolf Larsen se hallaba postrado por uno de sus dolores de
cabeza, y yo permanecía todo el día en el timón cruzando el océano tras el último bote de
sotavento, halando y recogiéndole, lo mismo que a los otros cinco, sin órdenes ni
insinuaciones de su parte.
Con mucha frecuencia teníamos temporales, pues aquella región era muy tormentosa
y a mediados de junio nos sorprendió un tifón, el más memorable y el de mayor importancia
para mi por los cambios que introdujo en mi porvenir. Este huracán debió cogernos en el
centro de su movimiento circular, y Wolf Larsen salió de él hacia el Sur, primero con dos
rizos en el foque y finalmente con los mástiles desnudos. Nunca hubiese imaginado que el
mar fuese una cosa tan terrible. Las olas que habíamos encontrado hasta entonces no eran
sino ligeras ondulaciones comparadas con éstas que median media milla de longitud y se
alzaban, según creo yo, por encima de nuestro palo mayor. Eran tan enormes, que el mismo
Wolf Larsen no se atrevía a virar, a pesar de que le impelían hacia el Sur y le alejaban del
rebaño de focas.
Cuando el tifón amainó, debíamos hallarnos en la ruta de los buques que cruzan el
Pacífico, y aquí, con gran sorpresa de los cazadores, nos encontramos rodeados de focas,
probablemente un segundo rebaño, una especie de retaguardia, que aquéllos juzgaron la cosa
más insólita. Se bajaron los botes y durante todo el día se oyeron disparos de fusil y hasta
muy tarde se prolongó la despiadada matanza.
Acababa yo de tarjar las pieles del último bote, cuan_ do se acercó Leach en la
oscuridad y me dijo en voz baja:
-¿Puede usted decirme, míster Van Weyden, a qué distancia se halla la costa y cuál es
la situación de Yokohama?
Mi corazón saltó de alegría, porque comprendí lo que intentaba, y le di los informes
requeridos: Oesnorueste y a quinientas millas de distancia.
-Gracias, señor -fue todo lo que dijo, y volvió a desaparecer entre las sombras.
Al día siguiente por la mañana faltaba el bote número 3, con Johnson y Leach.
Igualmente se echaron en falta los depósitos de agua y las cajas de provisiones de los otros
botes, así como también las camas y equipajes de los dos hombres. Wolf Larsen se puso
furibundo. Soltó más vela y se lanzó en dirección Oesnorueste, llevando constantemente dos
cazadores en lo alto de los mástiles que exploraban el mar en todos sentidos, en tanto él
caminaba por la cubierta furioso como un león. Conocía demasiado mi simpatía por los
fugitivos para encargarme de buscarles desde allá arriba.
El viento soplaba bastante, pero sin seguridad, y querer descubrir aquel bote exiguo en
la inmensidad azul era como buscar una aguja en un pajar. Pero Wolf Larsen dirigió el Ghost
de tal manera que se situó entre la tierra y los desertores, y una vez así, empezó a recorrer el
espacio por donde él suponía debían pasar.
A la mañana del tercer día, acababan de dar las ocho, cuando bajó un grito de Smoke
desde lo alto avisando que el bote estaba a la vista. Todos los hombres se asomaron a la
barandilla-- Del Oeste soplaba una brisa juguetona como una promesa de más viento, y a
sotavento, a la inquieta luz plateada del sol naciente, aparecía y desaparecía un puntito negro.
Viramos en aquella dirección, corriendo en su busca. El corazón me pesaba como si
hubiese sido de plomo;
sentía por anticipado una angustia invencible, y cuando vi la llamada del triunfo asomar a los
ojos de Wolf Larsen, se me oscureció la mirada y experimenté un impulso irresistible de
abalanzarme sobre él. Tan desesperado estaba al pensar en las violencias que esperaban a
Johnson y a Leach, que la razón debió abandonarme. Me deslicé hasta la bodega como una
sombra, y en el preciso instante en que me disponía a subir con una escopeta cargada en las
manos, oí una voz que decía: -¡Hay cinco hombres en el bote!
Me apoyé en la escalera, débil y tembloroso, en tanto se confirmaba la noticia con las
observaciones de los otros hombres. Entonces mis rodillas cedieron y caí sobrecogido de
espanto al pensar lo que había estado próximo a realizar; y cuando hube dejado el rifle y me
encontré de nuevo sobre cubierta, di gracias a Dios.
Nadie notó mi ausencia-- El bote estaba lo bastante cerca para comprobar que era
mayor que ninguno de los de caza y de tipo completamente distinto. Cuando llegamos junto a
él, se arriaron las velas y bajaron los vigías. Los ocupantes del bote recogieron los remos y
esperaron a que viráramos para recogerles a bordo--
Smoke, que se hallaba ahora sobre cubierta y a mi lado, empezó a reír de una manera
significativa. -¡Vaya una mezcla! -dijo en tono burlón.
-¿Qué pasa? -pregunté. Volvió a reír--
 
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samael69
view post Posted on 28/8/2010, 12:36




-¿No ve usted en el fondo del bote, a popa? ¡Qué no vuelva a matar una foca en mi
vida, si no es una mujer!
Miré con más atención, pero no tuve la seguridad de ello hasta que no se levantaron
exclamaciones de todos los lados. En el bote había cuatro hombres, y el quinto ocupante era,
sin duda alguna, una mujer. Todos estábamos perplejos, excepto Wolf Larsen, que se hallaba
muy contrariado evidentemente por no haber encontrado su bote con sus dos víctimas.
Arriamos el contrafoque; los remos hirieron el agua, y tras unos cuantos golpes, el
bote estuvo a nuestro lado. Ahora, por primera ves, distinguí bien a la mujer. Se envolvía con
una burda capa de Ulster, pues la mañana era fría, y no pude verle más que la cara y la mata
de cabello castaño claro que asomaba por debajo de la gorra de marinero con que iba tocada.
Los ojos eran grandes, oscuros y luminosos, la boca dulce y expresiva, y el óvalo de la cara, a
pesar de que el sol y el aire salitroso le habían enrojecido la epidermis, era de una extrema
delicadeza.
Se me antojó un ser de otro mundo. Hacía mucho tiempo que no veía a ninguna
mujer, y estaba embobecido en una admiración tan grande, que me olvidé de mis deberes de
segundo y ni siquiera ayudé a socorrer a los recién llegados. Cuando uno de los marineros la
elevó hasta los brazos que Wolf Larsen le tendía, clavó sus ojos en nuestros semblantes
curiosos y sonrió dulcemente y un poco divertida, como sólo sabe sonreír r una mujer;
sonrisas como ésta ya no las recordaba yo, de tanto tiempo como no las veía.
-¡Míster Van Weyden!
La voz de Wolf Larsen me hizo estremecer bruscamente .
-¿Quiere acompañar abajo a esta dama y procurarle lo que necesite? Que se prepare la
cabina desocupada de babor, encargue de ello al cocinero, y vea qué encuentra para esta cara;
está horriblemente quemada;
Se apartó súbitamente de nosotros y comenzó a interrogar a los hombres que acababan
de llegar. El bote quedó flotando, abandonado, a pesar de que uno de ellos lo llamó "una
ignominia" estando tan cerca de Yokohama.
Esta mujer que yo acompañaba a popa me intimidaba extrañamente, además me sentía
torpe. Por primara vez creí darme cuenta de lo delicada y frágil que es una mujer, y cuando la
cogí del brazo para ayudarla a
bajar la escalera me sorprendió su delgadez y suavidad. Bien es verdad que era una mujer
esbelta y delicada, pero a mí me pareció de una esbeltez y delicadeza tan etéreas, que temí
estrujarle el brazo con la sola presión de mi mano. Lo digo para explicar la primera impresión
después de tan larga privación de la mujer en general y de Maud Brewster en particular.
-No es menester que se preocupe usted mucho por mí -protestaba cuando la hice
sentar en la butaca de Wolf Larsen, que traje precipitadamente de su cabina-. Los hombres
esperaban ver tierra de un momento a otro esta mañana, y esta noche tal vez hubiéramos llegado.
¿No lo cree usted así?
Su sencilla fe en el inmediato porvenir me volvió a la realidad. ¿Cómo explicarle la
situación, hablarle del hombre que recorría los mares como el Destino, de todo aquello que a
mí me había costado meses aprender? Pero le contesté honradamente
-Si fuera otro el capitán, podría asegurarle que mafiana desembarcaría usted en
Yokohama; pero es un hombre muy raro y le ruego que esté preparada para cualquier cosa...
¿comprende? Para cualquier cosa.
-Confieso que... apenas le entiendo -dijo titubeando, con expresión de inquietud, pero
no de miedo, en los ojos-. Creo, según tengo entendido, que los náufragos son acreedores a
toda suerte de consideraciones, y como eso es una cosa tan insignificante y estamos tan cerca
de tierra...

-De todos modos, no sé nada -dije tratando de tranquilizarla-; quería únicamente
prepararla a usted por si luego ocurre algo desagradable. Este hombre, este capitán, es un
bruto, un demonio, y nunca sabe uno cuál será su próxima ocurrencia.
Yo empezaba a excitarme, pero ella me interrumpió con un "¡Oh, ya comprendo!", y
en su voz había tal ;: cansancio, que sólo el pensar le costaba un esfuerzo. Estaba a punto de
desmayarse.
Dejó de hacer preguntas y no me permití más observaciones, dedicándome tan sólo a
cumplir la orden de Wolf Larsen, que consistía en tratarla con solicitud. Me movía como un
ama de casa, preparando lociones calmantes para su piel quemada, registraba el depósito
particular de Wolf Larsen en busca de una botella de oporto, que tenía la seguridad de haber
visto, y dirigía a Thomas Mugridge en la forma de disponer la cabina desocupada.
El viento refrescaba rápidamente, tumbando al Ghost sobre un costado, y cuando el
camarote estuvo preparado, empezaba el barco a saltar sobre las aguas, con movimientos
agitados. Ya me había olvidado por completo de la existencia de Leach y Johnson, cuando de
pronto bajó por la escalera como un trueno el grito de "¡Bote a la vista!". Era la voz
inconfundible de Smoke que llegaba de lo alto del mástil. Dirigí una mirada a la mujer, pero
se halla reclinada en la butaca con los ojos cerrados, vencida por un extremo cansancio. Dudé
que hubiese oído nada, y resolví evitarle la vista de las brutalidades que indudablemente
seguirían a la captura de los desertores. Puesto que estaba rendida de sueño, que durmiese.
Sobre cubierta se daban órdenes rápidas, se oyeron pisadas y el restallar de los rizos
de las velas, cuando el Ghost, que corría en la dirección del viento, viró de bordo. Según se
iban llenando las velas e inclinando el barco, resbalaba la butaca, y salté en el momento preciso
para evitar que viniera al suelo la mujer que acabábamos de rescatar.
En sus ojos había demasiado sueño para expresar otra cosa que una leve sorpresa y
turbación, cuando se levantó para seguirme tambaleándose y dando traspiés hasta su
camarote. Al indicar a Thomas Mugridge que saliera y volviese a sus ocupaciones de la
cocina, me hizo una mueca insinuante y se vengó divulgando entre los cazadores que yo
estaba dando pruebas de ser "una excelente doncella".
Mientras iba de la butaca al camarote, la mujer se apoyó en mí pesadamente, y creo
que por el camino volvió a quedarse dormida, pues cayó sobre la cama con una brusca
sacudida de la goleta. Se despertó, sonrió somnolienta y volvió a quedarse dormida; y así la
dejé, cubierta con un par de gruesas mantas de marinero y descansando la cabeza en una
almohada traída de la cama de Wolf Larsen.
 
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samael69
view post Posted on 28/8/2010, 13:01




CAPITULO XIX

Cuando subí a cubierta, el Ghost corría inclinado sobre babor y atajando por
barlovento a una cebadera conocida que abarloaba en nuestra dirección. Todos los hombres
estaban allí porque comprendían que ocurriría algo cuando Leach y Johnson subieran a
bordo.
Eran las cuatro. Louis viró a popa para relevar al timonel; la atmósfera estaba húmeda
y noté que se había puesto el impermeable.
-¿Qué tendremos? -le pregunté.
-Una pequeña tormenta, señor -respondió-, con una rociada suficiente para mojarnos
las agallas y nada más.
-Siento que les hayamos encontrado -dije, cuando una gran ola desvió la proa de un
punto y el bote saltó a la altura de los foques, ofreciéndose a nuestra vista
Louis repuso, temporizando:
-Creo que nunca hubiesen llegado a tierra, señor.
-¿Te parece? -pregunté.
-¿No ve usted eso? -una ráfaga había cogido a la goleta, y Louis tuvo que hacer girar
el timón rápidamente para mantenerla fuera del viento-. De aquí a media hora no quedará a
flote ni una sola de estas cáscaras de huevo. Para ellos ha sido una suerte que estuviéramos
aquí y que podamos recogerles.
A grandes zancadas, Wolf Larsen se dirigió a popa desde el centro del barco, donde
había estado hablando con los hombres recién salvados. La elasticidad felina
de sus pasos era un poco más pronunciada que de costumbre, y en sus ojos había un brillo
mordaz.
-Tres fogoneros y un maquinista -dijo a guisa de saludo-. A toda costa hemos de
convertirles en marineros. ¿Y qué tal la dama?
No supe explicarme la causa, pero al nombrarla tuve la sensación de una punzada
como si me hubiesen herido con un cuchillo. Lo atribuí a una susceptibilidad estúpida; mas
persistió a pesar mío, y sólo le contesté con un encogimiento de hombros.
Wolf Larsen frunció los labios con un silbido zumbón y prolongado.
-¿Cómo se llama? -preguntó.
-No lo sé -repuse-. Estaba muy cansada. Precisamente espero que usted me dé
informes. ¿Qué barco era?
-Un vapor correo -respondió brevemente-. El City o f Tokio, que hacía la travesía
desde San Francisco a Yokohama. Era una barrica vieja y el tifón lo destrozó. Se llenó de
agujeros como un tamiz y hacía cuatro días que estos náufragos vagaban a la ventura. ¿Tú no
sabes quién es ella? ¿Si es soltera, casada o viuda? Bien, bien.
Sacudió la cabeza con gesto burlón y me miró risueño.
-¿Va usted...? -comencé.
Estuve a punto de preguntarle si llevaríamos los náufragos a Yokohama.
-¿Voy a qué? -preguntó.
-¿Qué piensa usted hacer con Leach y Johnson?
Movió la cabeza.
-Realmente no lo sé, Hump. Con estos aumentos ya tengo aproximadamente toda la
tripulación que necesito.
-Y han huido, que es lo que deseaban –dije-. ¿Por qué no les trata usted de otra
manera? Tómeles a bordo
y pórtese mejor con ellos. Por grande que haya sido su delito, en el mismo pecado han
encontrado el castigo.
-¿Y tengo yo la culpa?
-Usted -respondí con firmeza-. Y le advierto, Wolf Larsen, que soy capaz de olvidar el
apego a mi propia vida y dejarme llevar del deseo de matarle si persiste en maltratar a esos
pobres diablos.
-¡Bravo! -exclamó-. ¡Estoy orgulloso de ti, Hump! Con una venganza has encontrado
tus piernas. Eres un individuo completo. Era una lástima que tu vida no saliera de los moldes
usuales; pero ahora te desenvuelves y por ello me gustas más.
Su voz y su expresión habían cambiado. Estaba serio.
-¿Tú crees en los juramentos? -preguntó-. ¿Son cosas sagradas?
-Por supuesto -respondí.
-Pues hagamos un pacto -prosiguió, como un actor consumado que era-. Si yo te juro
no poner mis manos sobre Johnson y Leach, ¿me jurarás tú, en cambio, no hacer ninguna
tentativa para matarme?... ¡Oh, no creas que te tengo miedo, no creas que te tengo miedo! --
se apresuró a añadir.
Apenas podía dar crédito a mis oídos. ¿Qué cambio se había operado en él?
-¿Convenido? -preguntó, Impaciente -Convenido -contesté.
Su mano solicitó la mía y al estrechársela cordialmente hubiese jurado que por un
momento había brillado en sus ojos el diablo de la burla.
Atravesamos la popa hacia el lado de sotavento. El bote estaba muy cerca ahora y en
una situación desesperada. Johnson gobernaba y Leach achicaba el agua con un cubo.
Pasamos por su lado casi a dos pies de distancia. Wolf Larsen ordenó a Louis que se alejara
un Poco, y nos lanzamos por delante del bote a menos de veinte pies a barlovento. El Ghost
les resguardaba del viento. La cebadera aleteó vacía, y el bote, enderezándose sobre una
quilla llana, hizo cambiar rápidamente de posición a los dos hombres, El bote avanzaba, y
cuando nosotros nos elevamos a lomos de una ola altísima, se inclinó por la proa y cayó en la
síma.
En este momento fue cuando Leach y Johnson levantaron la vista hacia el rostro de
sus camaradas, que se alineaban sobre la barandilla del centro del barco. Nadie les saludó.
Sus compañeros les consideraban como muertos, y entre ellos se abría el abismo que separa a
la vida de la muerte.
Un momento después se hallaron detrás de la popa, donde estábamos Wolf Larsen y
yo. Nos hundíamos y ellos se elevaban sobre una ola. Johnson me miró, y su rostro reflejaba
la fatiga y el extravío. Le saludé con la mano y él contestó con otro saludo, pero su gesto era
desesperado. Parecía más bien una despedida. En los ojos de Leach, que estaba mirando a
Wolf Larsen, no vi la antigua expresión de odio implacable flotar con la intensidad de antes.
Iban quedándose atrás. La cebadera se hundió de pronto con el viento, inclinando de
tal manera la frágil embarcación, que parecía seguro iba a zozobrar. Una ola blanca de
espuma se alzó sobre ellos y se rompió en una lluvia de color de nieve. Después volvió a
emerger el bote medio inundado. Leach achicaba el agua, mientras Johnson, pálido y
angustiado, se cogía al timón.
 
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astaroth1
view post Posted on 28/8/2010, 13:29




Wolf Larsen se rió con una risa breve que parecía un ladrido y se alejó de aquel lado
de la popa. Yo esperaba que diese órdenes para virar; más el Ghost siguió avanzando sin que
Wolf Larsen hiciera ninguna señal. Louis continuaba empuñando el timón, imperturbable,
pero noté que los marineros agrupados a proa volvían hacia nosotros sus rostros disgustados.
El Ghost siguió avanzando, hasta quedar el bote reducido a una mancha, cuando la voz de
Wolf Larsen resonó dando una orden y pasó a estribor.
Estábamos a dos millas más a barlovento de la vale. rosa cáscara de caracol, cuando
fue arriado el foque y viró la goleta. Los botes que se dedican a la caza de focas no están
construidos para trabajar a barlovento. Su única esperanza estriba en conservar una posición
que les permita correr delante del viento en cuanto sople un poco para ir en busca de la
goleta. Pero en aquel desierto enfurecido no había más refugio para Leach y Johnson que el
Ghost y resueltamente emprendieron la lucha a barlovento. Con aquel mar tan embravecido
era difícil el avance. Estaban expuestos a que de un momento a otro les sumergieran aquellas
olas imponentes. Una y otra ves vimos el bote orzar sobre las enormes masas de agua,
avanzar y retroceder como un corcho.
Johnson era un gran marinero, que dominaba tan bien los barcos pequeños como los
grandes. Al cabo de hora y media estaba casi a nuestro lado, muy cerca de la popa, y
haciendo esfuerzos inauditos por arribar.
"Parece que habéis cambiado de opinión -oí murmurar a Wolf Larsen hablando para
sí, pero como si ellos pudieran oírle-. Queréis venir a bordo, ¿eh? Bueno, pues preparaos a
subir."
-¡Duro con el timón! -ordenó a Oofty-Oofty, el kanaka, que durante este intervalo
había relevado a Louis.
Las órdenes se sucedían incesantemente. La goleta adelantaba y el trinquete y la vela
mayor se izaron aprovechando el viento favorable. Y cuando Johnson soltó su vela con
peligro inminente y cortó nuestra estela un centenar de pies más allá, nosotros corríamos y
saltábamos viento en popa Otra vez volvió a reír Wolf Larsen, indicándoles al mismo tiempo
por señas que siguieran. Evidentemente intentaba jugar con ellos, darles una lección, aunque
peligrosa, en lugar de una Paliza, así al menos lo pensé yo pues la frágil embarcación estuvo
a punto de desaparecer.
Johnson se avino prontamente y corrió en pos
de la goleta. No podía hacer otra cosa. La muerte acechaba por todas partes y no pasaría
mucho tiempo sin que una de aquellas altísimas olas cayera sobre el bote lo volcara y
hundiera para siempre.
-En sus corazones anida el horror a la muerte -murmuró Louis a mi oído cuando pasé
a proa para ver de acortar el contrafoque y la vela del estay.
-¡Oh, dentro de poco virará y les recogeremos! -contesté alegremente-. Se propone
darles una lección y nada más.
Louis me miró con malicia.
-¿Lo cree así? -preguntó.
-Naturalmente -respondí-. ¿Tú no?
-Yo no pienso estos días en nada más que en mi propio pellejo -fue lo que me
contestó-. Y me pregunto extrañado la manera cómo acabará todo esto. Para mí, el whisky de
San Francisco es algo exquisito, como lo será para ustedes la mujer que han recogido. ¡Ah,
yo sé que harán ustedes alguna tontería!
-¿Qué quieres decir? -le dije.
-¿Qué quiero decir? -exclamó-. ¡Y me lo pregunta usted! No es lo que yo pienso, sino
lo que piensa Wolf Larsen. ¡El lobo, el lobo!
-Si ocurre algo, ¿nos ayudaréis? -le interrogué impulsivamente, porque aquel hombre
acababa de expresar mis propios temores.
-¿Ayudarles? Yo sólo ayudaré al viejo Louis, y disgustos no faltarán. Ahora estamos
aún al principio, le digo a usted que al principio nada más.
-Nunca te hubiese creído tan cobarde -repuse en tono burlón.
El me favoreció con una mirada desdeñosa. -¿Cree usted que tengo ganas de que me
rompan la cabeza por una mujer a quien no he visto hasta ahora? Le volví la espalda con
desprecio y me fui a popa.
-Convendría, míster Van Weyden -insinuó Wolf Larsen al verme llegar-, que se
recogieran las gavias.
Sentí alivio por lo que a los dos hombres se refería Era evidente que no quería alejarse
demasiado de ellos. Con este pensamiento volvió a renacer en mí la esperanza, y ejecuté al
momento la orden. Apenas había abierto yo la boca para pronunciar las disposiciones necesarias,
cuando ya los hombres, impacientes, habían saltado a las drizas y traveseras,
pugnando por ver quién llegaba antes a lo alto. Esta impaciencia no pasó desapercibida a
Wolf Larsen y sonrió horriblemente.
Todavía seguimos ganando terreno, y cuando el bote quedó varias millas atrás,
viramos y nos quedamos esperando. Todos los ojos le miraban acercarse hasta los del mismo
Wolf Larsen, pero él era el único de los de a bordo que no estaba emocionado. Louis, con la
vista fija, revelaba una pena que difícilmente podía contener.
El bote se acercaba cada vez más y se precipitaba por aquel hervidero como una cosa
viva, elevándose, hundiéndose y saltando sobre las crestas altísimas de las olas o
desapareciendo tras ellas para volver a salir y lanzarse cara al cielo. Parecía imposible que
pudiese seguir, y sin embargo, con cada uno de aquellos saltos vertiginosos realizaba lo
imposible. Cayó un chubasco y el bote surgió de entre la lluvia casi encima de nosotros.
-¡Firme ahí! -gritó Wolf Larsen saltando sobre el timón y haciéndole dar la vuelta.
El Ghost corrió otra vez delante del viento y Johnson y Leach nos siguieron durante
dos horas. Virábamos y volvíamos a correr, y así continuamente, teniendo siempre a popa
aquel pedazo de vela que luchaba, se lanzaba hacia el cielo y caía entre las olas impetuosas.
Estando a un cuarto de milla de distancia, un fuerte chubasco lo ocultó a nuestra vista y nunca
más volvió a emerger. El viento despejó de nuevo la atmósfera, pero ya ningún trozo de vela
rompió la atormentada superficie. Por un momento creí ver la negra carena del bote sobre la
cresta de una ola y eso fue todo. Para Johnson y Leach habían concluido las rudas fatigas de
la existencia.
Los hombres permanecían agrupados en el centro del barco. Nadie había bajado ni
nadie hablaba, ni siquiera cambiaron miradas entre sí. Todos parecían asombrados;
meditaban profundamente, como si no estuviesen seguros, tratando de comprender lo que
acababa de ocurrir. Wolf Larsen les dejó poco tiempo para pensar. En seguida marcó su
rumbo al Ghost, rumbo que significaba el rebaño de focas y no el puerto de Yokohama. Los
hombres ya no mostraron impaciencia al efectuar las maniobras, y les oí lanzar maldiciones
que se extinguieron en sus labios, quedándose tristes y desanimados. Con los cazadores no
fue así. El incorregible Smoke relató una historia, y bajaron a la bodega riendo a carcajadas.
Al pasar a sotavento de la cocina, cuando me dirigía a popa, se me acercó el
maquinista que habíamos rescatado. Estaba pálido y le temblaban los labios.
-¡Dios mío! ¿Pero qué clase de barco es éste, señor? -exclamó.
-Si tiene usted ojos, ya ha podido verlo -respondí casi brutalmente, a causa del dolor y
del espanto que había en mi propio corazón.
-¿Y su promesa? -dije a Wolf Larsen.
-Cuando hice la tal promesa, no hacía cuenta de tomarles a bordo -contestó-. Y de
todos modos, habrás de convenir en que no les he puesto la mano encima.-. -añadió riendo.
No repliqué. Había demasiada confusión en mis ideas para poder contestarle. Sabía
que necesitaba tiempo para reflexionar. Aquella mujer que dormía ahora en la cabina era para
mí una responsabilidad, y el único pensamiento razonable que cruzó mi mente fue que no
debía precipitarme si quería serle útil.
 
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astaroth1
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CAPITULO XX

El resto del día transcurrió sin más contratiempos. Después de habernos mojado sin
compasión, el temporal empezó a perder fuerza. El maquinista y los tres fogoneros, tras una
discusión acalorada con Wolf Larsen, fueron equipados en el bazar, se les asignaron sitios
como a los cazadores en los diversos botes y en las guardias del barco y pasaron al castillo de
proa. Pro- testaron, pero sin levantar mucho la voz. Estaban amedrentados con lo que ya
habían visto del carácter de Wolf Larsen, y las narraciones dolorosas que no tardaron en oír
en el castillo de proa les quitaron los últimos deseos de rebelión.
Miss Brewster (el maquinista nos había dicho su nombre) seguía durmiendo. A la
hora de cenar supliqué a los cazadores que no gritaran y así no la molestarían, y hasta el día
siguiente por la mañana no hizo su primera aparición- Mi intención había sido servirle las
comidas aparte, pero Wolf Larsen se opuso a ello. ¿Quién era esta mujer, para que la mesa y
la sociedad de la cabina no fuesen dignos de ella? Fue lo que me preguntó.
Su presencia en la mesa tenía en sí algo de divertido. Los cazadores estaban
silenciosos como ostras. Jock Horner y Smoke eran los únicos que no se sentían intimidados,
mirándola a hurtadillas de vez en cuando y hasta tomando parte en la conversación. Los otros
cuatro convergían los ojos en el plato y masticaban firmemente, moviendo las orejas al
mismo tiempo que las mandíbulas, como hacen muchos animales.
Al principio, Wolf Larsen hablaba poco, no haciendo más que contestar cuando se le
dirigía la palabra-- No es que estuviese cohibido, muy lejos de ello, sino que esta mujer era
un tipo nuevo para él, de raza distinta a todas las que había conocido hasta entonces, y sentía
curiosidad. La estudiaba y sus ojos se apartaban raras veces de su cara, a no ser para seguir
los movimientos de las manos y los hombros. Yo también la estudiaba, y a pesar de ser quien
mantenía la conversación, reconozco que me mostré un poco reservado, que no fui bastante
dueño de mí. El poseía el equilibrio perfecto, la suprema confianza en sí mismo que nada
podía hacer vacilar, y tan poco le intimidaba una mujer, como un temporal o un combate.
-¿Cuándo llegaremos a Yokohama? -preguntó ella, volviéndose y mirándole
directamente a los ojos.
Allí estaba la pregunta sin rodeos. Las mandíbulas dejaron de trabajar, las orejas de
moverse, y aunque los ojos no se levantaron de los platos, todos esperaban la respuesta con
ansiedad.
-Dentro de cuatro meses, tal vez tres, si la temporada concluye pronto -dijo Wolf
Larsen.
Ella tomó aliento y tartamudeó
-Yo creí... tenía entendido que Yokohama distaba sólo un día de barco. Usted. -se
detuvo y dirigió una mirada en derredor de la mesa, al círculo de rostros antipáticos que
contemplaban los platos con dura insistencia-. Esto no es justo -concluyó.
-Esta es una cuestión que tendrá usted que resol. ver con míster Van Weyden -repuso
él señalándome, con un guiño malicioso. Míster Van Weyden es lo que podríamos llamar una
autoridad en estas cosas de justicia. Yo, como no soy más que un marinero, vería la situación
desde un punto de vista algo diferente. Es posible que para usted sea una desgracia tener que
permanecer con nosotros; pero para nosotros es indudable. mente una suerte.
La observó sonriente, y ella bajó los ojos ante su mirada, pero volvió a levantarlos
para clavarlos en los míos, retadora. Leí en ellos la pregunta: «¿Qué, es justo?». Pero yo
había decidido representar un papel completamente neutral y no contesté.
-¿A usted qué le parece? -preguntó.
-Que es una lástima, especialmente si tiene alguna invitación para estos meses
próximos. Pero, puesto que dice que se dirigía al Japón por motivos de salud, puedo
asegurarle que lo mismo mejorará a bordo del Ghost que en cualquier otra parte.
Vi en sus ojos un relámpago de indignación, y esta vez fui yo quien humillé los míos
y sentí enrojecerse mi rostro bajo su mirada-- Esto era una cobardía, pero, ¿qué otra cosa
podía hacer?
-Míster Van Weyden habla con la voz de la autoridad -dijo Wolf Larsen riendo.
Yo asentí con la cabeza, y ella, habiéndose recobrado, se quedó a la expectativa.
-No es que todavía sea una gran cosa -prosiguió Wolf Larsen-, pero se ha
perfeccionado maravillosamente. Debía usted haberle visto cuando llegó a bordo. Con
dificultad podría imaginarse un ejemplar humano más endeble e insignificante. ¿No es eso,
Kerfoot?
Kerfoot, al serle dirigida la palabra tan directamente, se sobresaltó y dejó caer el
cuchillo al suelo, pero hizo lo posible por gruñir una afirmación.
-Se ha desenvuelto mondando patatas y lavando platos. ¿Eh, Kerfoot?
De nuevo gruñó este héroe.
-Y ahora, mírele usted. Claro que en realidad no se le puede llamar musculoso, pero
tiene músculos, lo cual es más de lo que tenía cuando llegó a bordo. Además, tiene piernas
para sostenerse. Al verle, no lo hubiera
usted creído pero al principio le era imposible sostenerse solo.
Los cazadores se mofaban; pero ella me miró con tal simpatía en los ojos, que hizo
más que compensarme de las torpezas de Wolf Larsen. Hacía tanto tiempo que no conocía la
simpatía, que me estremecí, y desde aquel momento me convertí gustosamente en su esclavo-
- Pero yo estaba enojado con Wolf Larsen. Recusaba mi virilidad con sus infamias, recusaba
mis verdaderas piernas, que él pretendía haberme procurado.
-Yo puedo haber aprendido a sostenerme sobre mis piernas -repliqué-, pero todavía sé
patear a otros con ellas.
Me miró con insolencia.
-Pues entonces tu educación sólo está a medio completar -dijo secamente, y se volvió
hacia ella-. En el Ghost somos muy hospitalarios. Míster Van Weyden lo ha descubierto-
Hacemos lo posible para que nuestros huéspedes se encuentren como en su casa, ¿verdad,
mister Van Weyden?
-Hasta con lo de mondar patatas y fregar platos -respondí, sin mencionar los apretones
de pescuezo por puro compañerismo.
-Le suplico que no forme un concepto equivocado de nosotros por míster Van
Weyden -interrumpió con fingida inquietud. Podrá observar, miss Brewster, que lleva un
puñal en el cinto, una cosa poco común entre oficiales de marina. Míster Van Weyden,
aunque realmente digno de toda estima, es a veces, ¿cómo lo diré? es pendenciero, siendo
preciso tomar medirlas enérgicas. En sus momentos de calma, es completamente razonable, y
puesto que ahora está en uno de estos momentos, no negará que ayer, sin ir más lejos, me
amenazó con matarme.
Yo estaba casi sofocado y mis ojos ardían seguramente. Fijó aún más la atención en
mí--
-Mírele ahora: apenas puede dominarse delante de
usted. No está acostumbrado a la presencia de señoras. Tendré que armarme antes de
atreverme a subir a cubierta con él.
Movió la cabeza tristemente, murmurando: "¡Malo, malo!", y los cazadores rieron a
carcajadas.
Las voces ásperas de aquellos hombres rugiendo en el reducido espacio producían un
efecto salvaje. Todo el conjunto tenía este carácter, y por primera vez al contemplar a aquella
extraña mujer y darme cuenta de lo desplazada que resultaba allí, advertí lo mucho que
participaba yo de aquel ambiente. Conocía a aquellos hombres y sus procesos mentales, yo
mismo era uno de ellos, viviendo la vida de los cazadores de focas, alimentándome como
ellos y no pensando sino en cosas pertenecientes a la caza de aquellos animales. A mí ya no
me extrañaba aquello: las ropas toscas, los rostros groseros, las risas salvajes, el movimiento
de las paredes de la cabina y el balanceo de las lámparas.
Mientras untaba con manteca un pedazo de pan, mis ojos se detuvieron casualmente
en mi mano. Tenía los nudillos desollados e inflamados, los dedos hinchados y las uñas
bordeadas de negro. Sentí sobre el cuello el mullido de la barba, sabía que la manga de mi
americana estaba rota, que faltaba un botón en el cuello de la camisa azul que llevaba. El
puñal mencionado por Wolf Larsen descansaba en la cadera dentro de su vaina. Era muy
natural que yo estuviese allí, ahora más que nunca. que lo veía todo a través de los ojos de
aquella mujer Y sabía cuán extraño era para ella lo que allí ocurría.
Pero ella adivinó la burla en las palabras de Wolf Larsen y volvió a favorecerme con
una mirada de simpatía. En sus ojos había además un poco de turbación. Al ser aquello una
burla, hacía su situación más embarazosa aún.
-Tal vez pudiera llevarme algún barco que pase por aquí -sugirió.
-Por aquí no pasan barcos, como no sean los que van a la caza de focas -respondió
Wolf Larsen.
 
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astaroth1
view post Posted on 28/8/2010, 15:01




-No tengo ropa ni nada -objetó-. Usted apenas se da cuenta, señor, de que no soy un
hombre o que no estoy acostumbrada a la vida errante y despreocupada que usted y sus
hombres parecen llevar.
-Cuanto más pronto se acostumbre, mejor -dijo él-. Espero que no será para usted una
desgracia demasiado horrible hacerse un par de vestidos.
Ella torció el gesto, como dando a entender su ignorancia en el arte de la costura. Yo
veía claramente que estaba atemorizada y turbada y que trataba valerosamente de ocultarlo.
-Supongo que estará usted, como míster Van Weyden, acostumbrada a que todo se lo
den hecho. Bueno; pues me parece que el hacerse usted misma algunas cosas no le dislocará
los huesos. En fin: ¿con qué se gana usted la vida?
Miróle ella, sin poder ocultar su extrañeza.
-No pretendo ofenderla, créame. La gente come; necesita, por consiguiente,
procurarse los alimentos. Estos hombres cazan focas, para vivir; por la misma razón mando
yo la goleta, y míster Van Weyden, en la actualidad, al menos, gana su comida ayudándome.
Usted, pues, ¿qué hace?
Ella encogió los hombros.
-¿Se mantiene usted misma o la mantiene alguien?
-Me parece que alguien me ha mantenido durante la mayor parte de mi vida -dijo
riendo y esforzándose valientemente por penetrar el alcance de la broma aunque yo pude ver
cómo aparecía y aumentaba en sus ojos una expresión de terror mientras observaba a Wolf
Larsen.
-Supongo que alguien más le hará a usted la cama -Yo "he hecho" camas -replicó.
-¿Muy a menudo?
Movió la cabeza con fingida tristeza.
-¿Sabe lo que hacen los Estados con los hombres pobres que, como usted, no trabajan
para vivir?
-Soy muy ignorante -arguyó ella-. ¿Qué hacen con los pobres como yo?
-Los llevan a la cárcel. El crimen de no ganarse la vida se llama vagancia en este caso.
Si yo fuese míster Van Weyden, que machaca eternamente sobre cuestiones de justicia e
injusticia, preguntaría con qué derecho vive usted cuando no hace nada para merecerlo.
-Pero como usted no es míster Van Weyden, no tengo por qué contestarle, ¿verdad?
Clavó sus ojos aterrorizados, y la elocuencia de los mismos me llegó al corazón. Tuve
que intervenir en la conversación y llevarla por otros derroteros.
-¿Ha ganado usted nunca un dólar con su propio trabajo? -preguntó él, seguro de la
respuesta, con una nota de triunfo en la voz.
-Si, señor -contestó ella lentamente, y yo me hubiese reído muy a gusto al ver el
abatimiento que reflejaba la cara de Wolf Larsen-. Recuerdo que mi padre, una vez, cuando
era pequeña, me dio un dólar por haber permanecido quieta durante cinco minutos.
El sonrió con indulgencia.
-Pero de esto hace mucho tiempo -continuó-, y usted no se atreverá a exigir de una
niña de nueve años que se gane la vida... En la actualidad, sin embargo -añadió después de
otra pausa-, gano aproximadamente mil ochocientos dólares al año.
Como heridos por un resorte, todos los ojos abandonaron los platos y se posaron en
ella. Una mujer que ganaba mil ochocientos dólares al año valía la pena mirarla. Wolf Larsen
no ocultaba su admiración.
-¿Salario o trabajo libre? preguntó.
-Trabajo libre -respondió ella prontamente.
-Mil ochocientos dólares... -calculó él-. Esto hace
ciento cincuenta dólares mensuales. Bueno, miss Brewster, en el Ghost no hay
mezquindades. Durante el tiempo que esté con nosotros tendrá usted sueldo.
Ella no se dio por enterada. Estaba aún poco acostumbrada a los caprichos de aquel
hombre, para aceptarlos con ecuanimidad.
-Se me olvidó preguntar -prosiguió suavemente la naturaleza de su trabajo. ¿Qué
productos elabora usted? ¿Qué herramientas y materiales necesita?
-Papel y tinta -dijo ella riendo-. ¡Ah, y una máquina de escribir!
-Usted es Maud Brewster -dije yo lentamente y con seguridad, casi como si estuviera
culpándola de un crimen.
Levantó sus ojos hacia los míos, llena de curiosidad.
-¿Cómo lo sabe usted?
-¿No es cierto? -pregunté.
Confirmó su identidad con un movimiento de cabeza. Ahora le tocó a Wolf Larsen
quedarse perplejo. Aquel nombre y el encanto que emanaba del mismo nada significaban para
él. Yo estaba orgulloso de que para mí tuvieren significación, y por primera vez, durante un
rato enojoso, tuve la sensación convincente de mi superioridad.
-Recuerdo haber escrito la crítica de un pequeño volumen... -había comenzado a decir,
cuando ella me interrumpió.
-¡Usted! -exclamó-. Usted es...
Tenia en mí sus ojos dilatados por el asombro.
A mi vez, le aseguré de mi identidad.
-Humphrey van Weyden -concluyó; después añadió con un suspiro de alivio, sin darse
cuenta de que al hacerlo había dirigido una mirada a Wolf Larsen-: ¡Cuánto me alegro! Me
acuerdo de la critica -se apresuró a continuar-, aquella crítica excesivamente lisonjera.
-En modo alguno -repliqué, animoso-. Además, la crítica de mi hermano está de
acuerdo con la mía.
¿No ha incluido Lang su Beso tolerado entre los cuatro mejores sonetos escritos por mujeres
en lengua inglesa?
-Es usted muy amable.
-Una vez estuve a punto de conocerla en Filadelfia. Daba usted una conferencia sobre
Browning, me parece. Pero mi tren llegó con cuatro horas de retraso.
Y desde aquel momento nos olvidamos del sitio donde nos hallábamos, dejando a
Wolf Larsen abandonado y silencioso entre el diluvio de nuestra charla. Los cazadores se
levantaron de la mesa y subieron a cubierta y nosotros seguimos hablando. Sólo Wolf Larsen
continuaba allí. De pronto advertí su presencia; le vi inclinado hacia atrás y escuchando con
curiosidad nuestra extraña conversación sobre un mundo que no conocía.
Me detuvo en medio de una frase. El presente, con todos sus peligros e inquietudes, se
abatió sobre mí con violencia asombrosa. Del mismo modo hirió a miss Brewster, y cuando
miró a Wolf Larsen asomó a sus ojos un terror vago e indescriptible.
Entonces él se puso de pie y rió groseramente con una risa metálica.
-¡Oh, no se preocupen de mi! -dijo haciendo con la mano un ademán humilde-. Sigan,
sigan, se lo ruego. Pero las puertas de la charla se habían cerrado, y nosotros nos pusimos
también de pie y reímos fuertemente.
 
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astaroth1
view post Posted on 28/8/2010, 15:24




CAPÍTULO XXI

El mal humor de Wolf Larsen por haber prescindido de él en la conversación con
Maud Brewster había de exteriorizarse de alguna manera, y la víctima fue Thomas Mugridge,
que ni había modificado sus costumbres ni se había mudado la camisa, aunque él lo afirmase.
El pingajo desmentía la afirmación, y la acumulación de grasa sobre la cocina económica y
en los pucheros y sartenes tampoco atestiguaban una limpieza general.
-Estás avisado, cocinero -le dijo Wolf Larsen-, y ahora vas a tomar la medicina.
El rostro de Mudridge palideció bajo la costra de suciedad, y cuando Wolf Larsen
pidió una cuerda y llamó a un par de hombres, el desdichado cocinero huyó desalentado de la
cocina y se esquivó por la cubierta, perseguido por la tripulación gesticulante. Pocas cosas
hubieran podido ser más del agrado de estos hombres que darle una zambullida, pues siempre
mandaba al castillo de proa unos ranchos y guisotes de la peor especie. Las circunstancias
favorecían la empresa. El Ghost se deslizaba por el agua a una velocidad no mayor de tres
millas por ahora, y el mar estaba en absoluta calma; pero Mugridge era poco aficionado a
hacer inmersiones y es posible que ya hubiese visto antes remolcar a otros hombres. Además,
el agua estaba horriblemente fría, y la complexión del cocinero no era nada robusta.
Como de costumbre, las guardias que estaban abajo y los cazadores salieron ante la
promesa de una diversión. El agua parecía inspirar a Mugridge un miedo rabioso, e hizo
alarde de una agilidad y rapidez de que no le hubiéramos creído capaz. Al verse acorralado en
el ángulo recto que formaba la toldilla y la cocina, saltó como un gato sobre el techo de la
cabina y corrió a popa. Pero habiéndose anticipado sus perseguidores, retrocedió, cruzando la
cabina, pasó por encima de la cocina y alcanzó la cubierta por la escotilla de la bodega. Se
lanzó directamente a proa, seguido de cerca por el remero Harrison, que le ganaba terreno por
momentos. Mugridge, sin embargo, saltando de pronto, cogió la cuerda del botalón del foque
en menos tiempo del que se emplea para decirlo y sosteniéndose sólo con los brazos y
doblando el cuerpo por la cintura, dejó caer ambos pies a la vez. Harrison, que llegaba en pos
de él, recibió las coces en pleno estómago y gimiendo involuntariamente se encogió y cayó
de espaldas sobre la cubierta.
Los cazadores saludaron la hazaña con aplausos y risas atronadoras, en tanto
Mugridge, eludiendo la mitad de sus perseguidores, que se hallaban junto al palo de trinquete,
corrió a popa y cruzó entre los restantes como un jugador en el campo de foot-ball. Dirigióse
a popa en línea recta y de allí a la toldilla hasta el extremo mismo del barco. Tan grande era
su velocidad, que al doblar el ángulo de la cabina resbaló y cayó, chocando su cuerpo
violentamente con las piernas de Nilson, que estaba gobernando. Los dos hombres rodaron
juntos, pero únicamente se levantó el cocinero. Por un capricho de la suerte, el frágil
cuerpecillo quebró las piernas del hombre robusto como si hubieran sido tubos de pipa.
Parsons cogió el timón, y la persecución continuó. Daban vueltas y más vueltas por la
cubierta, Mugridge muerto de miedo, los marineros azuzándose y voceando, y los cazadores
excitándoles con rugidos y carcajadas. Mugridge cayó junto a la escotilla de proa debajo
de tres hombres; pero emergió del montón como una anguila, y saltó al aparejo mayor con la
boca llena de sangre y la camisa, motivo de aquel escándalo, hecha jirones. Subió
rápidamente, pasó por la cruz y llegó a lo alto del mástil.
Media docena de marineros se esparcieron por la arboladura tras él y se enracimaron,
mientras dos de ellos, Oofty-Oofty y Black, que era el timonel de Latimer, continuaron
trepando por los delgados estays de acero y elevando sus cuerpos con sólo el esfuerzo de los
brazos.
Era una empresa peligrosa, pues a una altura de más de cien pies, y sujetándose
únicamente con las manos, no estaban en las mejores condiciones para protegerse de los pies
de Mugridge. Este seguía coceando ferozmente, hasta que el kanaka, suspendido con una
mano sola, cogió con la otra el pie del cocinero. Black hizo lo mismo con el otro. Luego le
arrancaron de allí y los tres bregaron y se escurrieron hasta caer en brazos de sus compañeros,
que se hallaban en la cruz.
El combate aéreo había terminado, y Thomas Mugridge, con la boca llena de espuma
sanguinolenta y lamentándose en su jerigonza, fue bajado a cubierta; Walf Larsen ató una
bolina a un trozo de cuerda y se lo pasó por debajo de los brazos. Después le llevaron a popa
y le tiraron al agua. Soltaron cuarenta... cincuenta... hasta sesenta pies de cuerda; finalmente,
Wolf Larsen gritó
-¡Amarrar!
Oofty-Oofty dio una vuelta al poste con la cuerda, que se tendió y el Ghost, al
adelantar, de una sacudida hizo salir al cocinero a la superficie.
Era un espectáculo que inspiraba compasión, pues aunque no podía ahogarse y tenía
siete vidas por añadidura, sufría todas las angustias del que se ahoga 3 medias. El Ghost
marchaba muy despacio, y cuando su popa se levantaba sobre una ola y avanzaba, subía al
pobre diablo a la superficie y le dejaba respirar un momento; pero después volvía a bajar la
popa, y mientras la proa trepaba perezosamente sobre la ola siguiente, la cuerda se aflojaba y
él se hundía.
Yo me había olvidado por completo de la existencia de Maud Brewster, y la recordé
con sobresalto cuando oí sus leves pasos a mi lado. Era la primera vez que subía a cubierta
desde su llegada a bordo y su aparición fue saludada con un silencio de muerte.
-¿Cuál es la causa de todo este júbilo? -inquirió.
-Pregúnteselo al capitán Larsen contesté grave y fríamente, pero en mi interior hervía
la sangre el pensar que aquella mujer iba a ser testigo de tamaña brutalidad.
Maud, siguiendo mi consejo, se volvía ya para ponerlo en práctica, cuando sus ojos
tropezaron con Oofty Oofty, que se encontraba justamente delante de ella, sosteniendo la
cuerda con la gracia y viveza naturales en él.
-¿Está usted pescando? -le preguntó.
El no respondió. Sus ojos, intensamente fijos en el mar, fulguraron de pronto.
-¡Tiburón a la vista, señor! -exclamó.
-¡Izar! ¡Aprisa! ¡Aquí todos! -gritó Wolf Larsen, y saltó el primero a coger la cuerda.
Mugridge había oído la voz de alerta del kanaka y chillaba como un loco. Vi una aleta
que cortaba el agua y corría hacia él con más rapidez de la que era arrastrado e bordo. Nadie
podía augurar si el tiburón alcanzaría al cocinero antes que nosotros le izáramos; pero en todo
caso, era cuestión de momentos. Cuando Mugridge se hallaba precisamente debajo de la
popa, ésta descendió después de pasar sobre una ola, lo cual dio ventaja al tiburón. La aleta
desapareció, el vientre mostró su blancura en un salto rápido hacia arriba. Casi tan rápido
como el tiburón fue Wolf Larsen, que empleó toda su fuerza en un tirón formidable. El
cuerpo del cocinero salió del agua, y otro tanto hizo en parte el del carnívoro. El hombre alzó
las piernas y la fiera pareció que no hacía sino tocar un pie y volver a sumergirse
ruidosamente. Pero en el momento del contacto, Thomas Mugridge dio un alarido. Después
saltó la barandilla fácilmente, como un pez recién cogido en el anzuelo, haciendo resonar la
cubierta al caer sobre las manos y revolcándose.
De la pierna derecha brotaba un torrente de sangre; le faltaba el pie, amputado en
redondo por el tobillo- Instantáneamente miré a Maud Brewster, estaba pálida y con los ojos
dilatados por el horror, miraba, no a Thomas Mugridge, sino a Wolf Larsen, y él lo notó porque
dijo con una de sus breves carcajadas:
-Bromas de hombres, miss Brewster. Concedo que son un poco crueles para usted,
pero con todo, no dejan de ser bromas de hombres. El tiburón no había entrado en el cálculo.
Eso...
Pero en este instante, Mugridge, que había levantado la cabeza y comprobado la
extensión de su pérdida, se debatió sobre la cubierta y hundió los dientes en la pierna de Wolf
Larsen. Este se inclinó tranquilamente hacia el cocinero y con el pulgar y un dedo le apretó
detrás de las quijadas y debajo de las orejas. Las quijadas se abrieron por fuerza, y la pierna
de Wolf Larsen quedó libre.
-Como iba diciendo -prosiguió, como si nada extraordinario hubiese sucedido-, el
tiburón no había entrado en nuestros cálculos. Fue... ejem..., ¿llamémoslo la Providencia?
Ella no dio muestras de haberle oído; sin embargo, cuando se volvió para alejarse,
había en sus ojos una expresión de indecible repugnancia. Pero no hizo sino volverse, pues
vaciló a los primeros pasos y me tendió la mano débilmente. La cogí e tiempo para evitar que
cayera, y la ayudé a sentarse en la cabina, donde creí que se desmayaba pero se dominó.
-¿Quiere usted darse una vuelta por aquí, míster Van Weyden? -dijo Wolf Larsen,
llamándome.
Yo dudaba, pero miss Brewster movió los labios, y aunque no articularon ninguna
palabra, con los ojos me mandó tan claramente como si hubiese hablado que fuera a asistir a
aquel desdichado.
-Por favor -consiguió murmurar, y no tuve más remedio que obedecerla.
Por entonces había desarrollado yo tal habilidad en la cirugía, que Wolf Larsen,
después de hacerme algunas advertencias, me dejó solo en mi tarea con dos marineros para
que me ayudaran. El, por su parte, se encargó de vengarse del tiburón. Cebó un enorme
anzuelo de torniquete con un trozo de tocino salado y lo lanzó al agua, y cuando concluía yo
de taponar las venas y arterias seccionadas, los marineros subían cantando al monstruo
culpable. Yo no lo vi, pero mis ayudantes, uno primero y después el otro, me abandonaron
durante unos momentos para correr al centro del barco a ver qué ocurría. El tiburón, que
medía dieciséis pies, fue izado contra el aparejo mayor. Tenia las quijadas distendidas por
medio de garfios hasta su límite máximo, y se le encajó una fuerte estaca aguzada por los extremos,
de tal forma que cuando se le quitaron los garfios quedaran las quijadas clavadas en
ella. Una vez efectuado esto, se cortó el anzuelo. El tiburón volvió a hundirse en el mar,
impotente a pesar de toda su fuerza` Y condenado a perecer de hambre, una muerte lenta,
que, más que él, merecía el hombre que inventó el castigo.
 
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astaroth1
view post Posted on 29/8/2010, 12:38




CAPITULO XXII

Ya sabía yo de qué se trataba cuando la vi llegar hacia mí. Le, había visto hablar
seriamente por espacio de diez minutos con el maquinista y ahora, haciéndole seña de que
callara, la conduje adonde el timonel no pudiese oírla-- Estaba pálida y preocupada; sus ojos,
más grandes que de costumbre por la resolución que había en ellos, se clavaron penetrantes
en los míos-- Me sentí un poco intimidado y receloso, pues venía a explorar el alma de
Humphrey van Weyden, y Humphrey van Weyden no tenía de qué enorgullecerse, particularmente
desde su llegada a bordo del Ghost.
Anduvimos hasta la escala de la toldilla, donde se volvió y se encaró conmigo. Miré
en derredor para cerciorarme de que nadie escuchaba.
-¿Qué pasa? -le pregunté dulcemente; pero la expresión decidida de su semblante no
cambió.
-He podido comprender fácilmente -empezó- que el asunto de esta mañana fue todo lo
más un accidente; pero he hablado con míster Haskins. Me ha dicho que el día que fuimos
rescatados, mientras yo me encontraba en la cabina, fueron ahogados dos hombres, ahogados
deliberadamente, asesinados.
En su voz había una pregunta; me miraba acusadora, como si yo fuese culpable del
hecho, al menos en parte.
-El informe es completamente cierto -contesté-. Los dos hombres fueron asesinados--
-¡Y usted lo consintió!
-No pude evitarlo, no se puede expresar de otra forma -repuse, siempre con dulzura.
-¿Pero usted trató de evitarlo? -pronunció la palabra "trató" con énfasis y un leve tono
de disculpa en la voz-. ¡Oh, no hizo usted nada! -se apresuró a decir, adivinando mi
respuesta- ¿Por qué?
Encogí los hombros.
-No debe usted olvidar, miss Brewster, que es una recién llegada a este pequeño
mundo y que no comprende todavía las leyes que rigen en él. Usted lleva consigo
concepciones excelentes de humanidad, pero aquí hallará usted que son erróneas. A mí me ha
ocurrido también -añadí, con un suspiro involuntario.
Ella sacudió la cabeza, incrédula--
-¿Qué me hubiera aconsejado usted, pues? -le pregunté-. ¿Que hubiese cogido un
cuchillo o una carabina y matase a ese hombre?
Casi dio un salto hacia atrás.
-No, eso no.
-Entonces, ¿qué debí hacer? ¡Matarme!
-Usted habla en términos puramente materiales -objetó-. Hay una cosa que se llama
valor moral, y esto siempre surte efecto.
-¡Ahí -dije sonriendo-. Usted me aconseja que no le mate a él ni me mate yo, pero que
le deje matarme.
Ella iba á hablar y la detuve con un gesto.
-El valor moral no tiene valor alguno en este pequeño mundo flotante-- Leach, uno de
los hombres que fueron asesinados, tenía valor moral en grado superlativo y Johnson, el otro
hombre, también. Y esto no solamente no les reportó ninguna ventaja, sino que contribuyó a
su destrucción y eso ocurriría conmigo si pusiera en práctica el poco valor moral que pudiera
poseer-- Debe usted comprender, miss Brewster, comprender con toda claridad, que este
hombre es un monstruo. No tiene conciencia. Para él no hay nada sagrado, ninguna acción le
parece demasiado horrible. Si ocupo el primer lugar a bordo, es debido a su capricho, e
igualmente ha sido un capricho suyo que yo siga viviendo. No hago nada, no puedo hacer
nada, porque soy esclavo de este monstruo, como lo es usted ahora; porque deseo vivir, como
lo deseará usted, porque no puedo luchar con él y vencerle, del mismo modo que usted
tampoco podría.
Ella esperó que continuara.
-¿Qué remedio queda, entonces? Mi papel es el del débil. Permanecer callado y sufrir
ignominias, lo mismo que hará usted. Y esto es lo mejor que podemos hacer si queremos
conservar la vida. La victoria no es siempre para el fuerte. Nosotros carecemos de la fuerza
necesaria para derrotar a este hombre, hemos de disimular y vencer, si es que lo logramos por
medio de la astucia. Si quiere seguir mi consejo, esto es lo que hará usted. Sé que mi posición
es peligrosa, y debo decir con franqueza que la suya lo es más aún. Hemos de defendernos
juntos, sin que lo parezca, aliándonos en secreto. No podré ponerme de su parte abiertamente,
y cualesquiera que sean las indignidades que caigan sobre mí, debe usted igualmente guardar
silencio. No hemos de provocar escenas con este hombre, ni oponernos a su voluntad. Hemos
de sonreírle y mostrarnos amables con él, por muy repulsivo que nos parezca.
Se pasó la mano por la frente como para poner orden en sus ideas y dijo:
-Sigo sin entender.
-Debe usted entender lo que le digo -la interrumpí con autoridad, porque vi los ojos de
Wolf Larsen dirigirse hacia nosotros desde el centro del barco, donde se hallaba paseando
con Latimer-. Hágalo así, y no tardará mucho en comprender que tengo razón.
-¿Qué debo hacer, pues? -preguntó sorprendiendo la mirada de inquietud que había yo
dirigido al objeto
de nuestra conversación, y puedo asegurar que impresionada por la seriedad de mi tono.
-Prescinda todo lo posible del valor moral -dije vivamente-. No despierte la
animosidad de ese hombre. Sea muy amable con él, háblele sobre arte y literatura, pues es
muy aficionado a estas cosas. Hallará en él un oyente interesado y nada tonto. Y en bien de
usted, procure no presenciar, en cuanto le sea posible, las brutalidades del barco. Así le será
más fácil representar su papel.
-He de mentir -repuso en tono firme y rebelde-, he de mentir de palabra y de obra.
Wolf Larsen se había separado de Latimer y venia hacia nosotros. Yo estaba
desesperado.
-Por favor, trate de comprenderme -dije rápidamente, bajando la voz-.Toda su
experiencia de los hombres y las cosas no significa ningún valor aquí. Tiene usted que volver
a empezar. Ya lo sé, lo estoy viendo, usted está acostumbrada a imponerse a las gentes con
sus ojos, dejando que su valor moral hable por ellos-- A mí ya me ha dominado usted, pero
no lo intente con Wolf Larsen. Más fácilmente dominaría a un león, y además se expondría a
sus burlas -proseguí, cambiando de conversación, cuando Wolf Larsen subió a la toldilla-.
Los editores recordará usted que le temían y los directores de revistas no querían tratos con
él. Pero yo sabía lo que me hacia. Su genio y mi juicio quedaron rehabilitados cuando dio
aquel golpe magnífico con su Fragua.
-Era un poema de periódico -dijo ella con naturalidad.
-Vio la luz en un periódico -repliqué-, pero no porque los editores de revistas lo
rehusasen en cuanto le echaron una ojeada. Hablábamos de Harris -dije a Wolf Larsen.
-¡Oh, sí! -confirmó-. Recuerdo La Fragua-- Llena de sentimientos y de una gran fe en
las ilusiones humanas. Por el momento, míster Van Weyden, podría usted ir a ver al cocinero.
Está agitado y se queja mucho.
Así fui alejado sin más cumplidos de la toldilla, sólo para encontrar a Mugridge
durmiendo estrepitosamente a causa de la morfina que le había dado. Tardé en volver a la
cubierta, y cuando lo hice tuve la satisfacción de ver a miss Brewster en animada
conversación con Wolf Larsen. Como he dicho, aquello me satisfizo. Seguía mi consejo. Y
sin embargo, me sentía ligeramente molesto, herido, al ver que podía hacer lo que yo le habla
rogado que hiciese y que tanto le había repugnado.
 
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nubarus
view post Posted on 29/8/2010, 15:49




CAPITULO XXIII

Vientos favorables, que soplaron valientemente, impulsaron al Ghots hacia el Norte,
en medio del rebaño de focas. Lo encontramos sobre el paralelo cuarenta y cuatro, en un mar
desapacible y tormentoso, cruzado por la niebla que el viento empujaba infatigable. Durante
muchos días no vimos el sol ni pudimos hacer observaciones; después el viento despejó la
superficie del océano y nos permitió conocer nuestra posición. Tal vez seguiría un día claro,
de buen tiempo, o tres o cuatro, pero luego volvería a envolvernos la niebla y nos parecería
más espesa que antes.
El cazar era peligroso; no obstante, los botes bajaban cada día, y la oscuridad gris los
tragaba, sin que volviésemos a verles hasta el anochecer, y a veces surgían mucho más tarde
de las sombras, como si fuesen espectros marinos. Wainwright, el cazador que Wolf Larsen
había robado juntamente con los hombres y el bote, se aprovechó de la ventana de este mar
velado para huir-- Una mañana, desapareció en la niebla que nos envolvía con sus dos
hombres y ya no lo vimos más; pero pocos días después nos enteramos de que, pasando de
goleta en goleta habían llegado a la suya.
Esto mismo es lo que había decidido yo hacer, pero la oportunidad no se ofrecía
nunca. No formaba parte de las obligaciones del segundo el salir en los botes, y aunque agucé
toda mi astucia, para conseguirlo, Wolf Larsen jamás me concedió este privilegio. De haberlo
consentido, hubiese procurado, fuera como fuese, llevar conmigo a miss Brewster. Ahora, la
situación había llegado a un período que me asustaba considerar. Yo evitaba voluntariamente
pensar en ello, y sin embargo, este pensamiento surgía a todas horas en mi mente como un
fantasma molesto.
En mis tiempos había leído novelas de marinos, en las que figuraba, inevitablemente,
una mujer sola en una tripulación de hombres; pero ahora veía que nunca había comprendido
el verdadero significado de tal situación, sobre la que tanto insistían los escritores y que
explotaban tan bien. Ahora lo tenían delante de mí, y para que fuese más vital, esta mujer era
Maud Brewster, que en estos momentos me encantaba personalmente como me había
encantado a través de sus obras.
No se podía imaginar a otra mujer más descentrada. Era una criatura delicada y etérea,
ondulante como un sauce, de movimientos gráciles y ligeros. Me parecía que no andaba o al
menos como los demás mortales. Su flexibilidad era extrema y avanzaba con una suavidad
indefinible que recordaba el vuelo de un pájaro de alas silenciosas.
Era como un objeto de porcelana, y yo estaba continuamente impresionado porque me
figuraba que corría peligro su fragilidad. No he visto jamás un cuerpo y un espíritu ten
perfectamente de acuerdo. Calificando sus versos, como lo han hecho los críticos, de
sublimes y espirituales, se tendrá la descripción de su cuerpo.
Ofrecía un contraste sorprendente con Wolf Larsen. Eran dos tipos totalmente opuestos. Una
mañana, les contemplé paseando juntos por la cubierta y les comparé a los extremos de la
escala de la evolución humana: él, la culminación de la barbarie; ella el producto más
delicado de la más refinada de las civilizaciones. Cierto que Wolf Larsen poseía una
inteligencia poco común, pero carecía de dirección para el ejercicio de sus feroces instintos y
no hacía sino convertirle en un salvaje más formidable aún. Tenía una musculatura poderosa,
era un hombre macizo, y a pesar de que caminaba con la seguridad y derechura del hombre
físico, su paso no tenía solidez. Su manera de levantar los pies y asentarlos de nuevo en el
suelo traía a la memoria la selva virgen-- Era felino, flexible y fuerte, siempre fuerte. Yo lo
comparaba a un tigre enorme, a un valiente animal de rapiña. Otro tanto ocurría con su
mirada, y el brillo penetrante que aparecía a veces en sus ojos era el mismo que había
observado en los ojos de los leopardos enjaulados y de otras fieras de los bosques.
Pero aquel día, al verles pasear de arriba abajo, noté que era ella quien terminaba el
paseo-- Venían hacia mí que estaba de pie junto a la entrada de la escalera. Aunque ella no lo
revelaba por ningún signo exterior, yo sentía en cierto modo, que estaba muy turbada. Hizo
alguna observación fútil, mirándome, y rió con bastante ligereza; pero vi sus ojos volverse
hacia los de Wolf Larsen involuntariamente, como fascinados, después se abatieron, más no
tan de prisa que velaran la expresión de terror que los llenaba.
La causa de su turbación la hallé en los ojos del hombre, que de ordinario eran grises,
fríos y duros y ahora se habían convertido en cálidos, suaves y dorados, bailando en ellos
unas lucecillas que se oscurecían y apagaban, o se encendían hasta que toda la órbita quedaba
inundada con aquel resplandor de llamarada. Quizá fuese debido a esto su color de oro pero
el caso es que eran dorados, atractivos y dominadores, y al mismo tiempo amenazantes y
violentos, expresando una demanda y un grito de la sangre que ninguna mujer, y mucho
menos Maud Brewster, podía dejar de comprender.
El terror de la mujer me ganó a mí en aquel momento de miedo, el miedo más horrible
que un hombre puede experimentar, y comprendí que la quería de una manera inefable-- La
convicción de este sentimiento surgió con el terror, y con el corazón oprimido por estas dos
emociones que me helaban la sangre y al propio tiempo la agitaban tumultuosamente, me
sentí arrastrado por una fuerza independiente y superior a mí mismo, y mis ojos se volvieron
contra mi voluntad y se clavaron en los de Wolf Larsen. Pero él se había recobrado. El color
de oro y las luces inquietas habían desaparecido. Cuando se inclinó bruscamente para
marcharse, volvían a ser grises, fríos y acerados.
-Tengo miedo -murmuró temblando Maud Brewster-. Tengo miedo.
Yo también tenía miedo, y a causa de mi descubrimiento de cuánto ella significaba
para mí, todo era confusión en mi mente, pero logré contestarle, completamente tranquilo
-Todo se arreglará, miss Brewser. Tenga confianza en mí, que todo se arreglará.
Me respondió con una sonrisa agradecida, que acabó de abatir mi corazón, y empezó a
bajar la escalera.
Durante un buen rato permanecí de pie donde ella me había dejado- Sentía la
necesidad imperiosa de ajustarme a las circunstancias, de considerar la significación del
cambio que había sufrido el aspecto de las cosas. Al fin había llegado el amor cuando menos
lo esperaba y en las condiciones menos favorables. Claro que mi filosofía había reconocido
siempre que inevitablemente, tarde o pronto, asomaría la llamarada del amor; pero los largos
años de estudioso silencio me habían hecho desprevenido y desatento.
Y ahora había llegado. ¡Maud Brewster! Mi memoria retrocedió al pequeño tomo que
había encima de mi escritorio, y vi ante mí, con toda precisión, la hilera de pequeños
volúmenes colocados en mi librería. ¡Cuán gratos habían sido para mí cada uno de ellos!
Cada año había llegado uno de la imprenta, representando el acontecimiento de la temporada-
- Ellos habían proclamado una afinidad de espíritu, y como tales los había recibido en una
camaradería mental; pero ahora su lugar estaba en mi corazón.
¿Mi corazón? Me había invadido una reacción sentimental. Parecía como si hubiese
salido fuera de mí y me contemplara incrédulo.
¡Yo, Humphrey van Weyden, estaba enamorado! Y de nuevo volvió a asaltarme la
duda. Ahora que había llegado la felicidad, no podía creerlo. No podía ser tan afortunado--
Era demasiado bueno, demasiado bueno para ser cierto. Acudieron a mi memoria las palabras
de Symon:

Durante todos estos años he ido vagando
entre un mundo de mujeres, buscándote.


A veces me había considerado, efectivamente, fuera de la comunidad, como si se me
hubiesen negado las pasiones eternas o pasajeras que yo veía y comprendía tan bien en los
demás- ¡Y ahora había llegado! ¡Sin haber sonado en ello ni haberse anunciado! Caminaba a
lo largo de cubierta, murmurando para mis adentros estas líneas deliciosas de mistress
Browning:

Viví con visiones por toda compañía,
en lugar de hombres y mujeres, hace muchos años.
Y les hallaba, compañeros amables,
sin pensar en conocer otra música más dulce
que la que ellos ejecutaban para mí.


La música más dulce sonaba en mis oídos, y yo estaba ciego para todo y todo lo había
olvidado. La ruda voz de Wolf Larsen me despertó.
-¿Qué demonios te pasa? -preguntó.
Yo había llegado hasta la proa donde se hallaban pintando los marineros, y al volver a
la realidad vi que estaba a punto de volcar con el pie un bote de pintura.

-¿Es sonambulismo... -dijo- insolación?
-NO, indigestión -repliqué, y continué mi paso como si nada desagradable hubiese
ocurrido.
 
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nubarus
view post Posted on 30/8/2010, 08:30




CAPITULO XXIV

Entre los recuerdos más intensos de mi existencia se cuentan los de los
acontecimientos ocurridos en el Ghost durante las cuarenta horas que sucedieron al descubrimiento
de mi amor por Maud Brewster.
Empezaré anotando que a la hora de comer, Wolf Larsen hizo saber a los cazadores
que en adelante comerían en la bodega. Esto era una cosa sin precedentes en las goletas
dedicadas a la caza de focas, donde es costumbre considerar a los cazadores como oficiales,
fuera de los asuntos de servicio No adujo razones, pero el motivo era sobradamente obvio:
Horner y Smoke se habían permitido, en broma, dirigir una galantería a Maud Brewster,
inofensiva para ella, pero que a él debió resultarle desagradable.
El anuncio fue recibido con un silencio hosco, y los otros cuatro cazadores miraron
significativamente a los dos que habían sido la causa de su destierro. Jock Horner, reposado
como de ordinario, no hizo el menor gesto; en cambio, la frente de Smoke se ensombreció
con una oleada de sangre y abrió a medias la boca para hablar. Wolf Larsen se le quedó
mirando con el brillo acerado de sus ojos, pero Smoke volvió a cerrar la boca sin haber dicho
nada.
-¿Tienes algo que decir? -le preguntó, agresivo.
Era un desafío, y Smoke no lo quiso aceptar.
-¿Acerca de qué? -pregunté tan inocentemente, que Wolf Larsen quedó desconcertado
y los otros sonrieron.
-¡Oh!, nada -dijo Wolf Larsen de mal humor-. Creí que deseabas registrar un
puntapié.
-¿Acerca de qué? -volvió a preguntar Smoke, imperturbable.
Sus compañeros sonreían groseramente; el capitán hubiese podido matarle y no me
cabe la menor duda de que hubiera corrido la sangre, de no haber estado presente Maud
Brewster. A esto precisamente fue debido que Smoke se portara como lo hizo, pues era demasiado
discreto y precavido para incurrir en el enojo de Wolf Larsen en ocasión en que este
enojo pudiera expresarse en términos más enérgicos que palabras. No había que temer una
riña, pero un grito del timonel contribuyó a salvar la tripulación.
-¡Humo a la vista! -se oyó a través de la puerta de la escalera, que estaba abierta.
-¿Por dónde? -gritó Wolf Larsen.
-Por la popa, señor.
-Quizá sea un ruso -sugirió Latimer.
A estas palabras los semblantes de los cazadores reflejaron inquietud. Un ruso no
podía significar más que una cosa: un crucero. Los cazadores, aunque conocían muy
vagamente la posición del barco, sabían, sin embargo, que se hallaban cerca del mar
prohibido, y al mismo tiempo no ignoraban que la reputación de Wolf Larsen como cazador
furtivo era notoria. Todos los ojos convergieron en él.
-Estamos completamente a salvo -les aseguró, con una carcajada-. Esta vez no hay
minas de sal, Smoke. Pero os diré de qué se trata. Apostaría cinco contra uno a que es el
Macedonia.
Nadie aceptó la oferta, y prosiguió.
-Por consiguiente, se pueden jugar diez contra uno a que nos amenaza algún disgusto.
-No, gracias -dijo Latimer-. No soy aficionado a exponer mi dinero, pero alguna vez
me gusta intentarlo. No se han juntado nunca su hermano y usted sin que haya habido algo
que lamentar, y a eso sí que juego veinte contra uno.
A estas palabras sucedió una sonrisa general, a la que se unió Wolf Larsen, y después
continuó la comida tranquilamente, gracias a mí, pues me trató todo el rato abominablemente
y me dirigió pullas en tono protector hasta que logró hacerme temblar de rabia mal contenida.
Sin embargo, supe dominarme por consideración a Maud Brewster, pero me sentí recompensado
cuando sus ojos se cruzaron con los míos durante un momento y me dijeron claramente,
como si hubiesen hablado: "Sea usted valiente, sea usted valiente".
En la monotonía de aquel mar, un vapor era una grata interrupción, aumentada con la
excitación del convencimiento de que se trataba del Macedonia y de Death Larsen, por lo que
nos levantamos de la mesa para subir a cubierta. El viento y la mar gruesa que habíamos
tenido la tarde anterior habían amainada durante la mañana, de manera que ahora era posible
bajar los botes y cazar hasta anochecido. La caza prometía ser abundante. Desde la salida del
sol habíamos corrido por un paraje completamente libre de focas y ahora navegábamos de
nuevo en medio del rebaño.
El humo estaba aún varias millas a popa, pero se aproximaba rápidamente cuando
bajamos los botes, que se diseminaron por el océano y emprendieron la carrera hacia el
Norte. De vez en cuando se oían los disparos de las escopetas. Las focas eran numerosas, y el
viento, que se debilitaba por momentos, parecía prometer una buena caza. Cuando salimos
para alcanzar el último bote de sotavento, hallamos el mar totalmente alfombrado de focas
dormidas. Estaban en derredor nuestro, en una abundancia nunca vista, tendidas cuan largas
eran sobre la superficie, en grupos de dos o tres y durmiendo como perritos.
Bajo el humo que se acercaba, iba agrandándose el casco y la parte superior del
buque. Era el Macedonia, Leí el nombre con los anteojos cuando pasó a una milla escasa de
estribor. Wolf Larsen dirigió una mira. da feroz al barco, en tanto que Maud Brewster
mostraba gran curiosidad.
-¿Dónde está el peligro que, según usted, nos amenazaba, capitán Larsen? -le
preguntó alegremente.
El la miró divertido durante un momento y se le dulcificaron las facciones.
-¿Qué esperaba usted, que subieran a bordo y nos cortaran el cuello?
-Algo parecido -confesó ella-. Debe usted comprender que los cazadores son gente tan
nueva y extraña para mí, que estoy siempre dispuesta a esperar alguna cosa extraordinaria..
El asintió con la cabeza.
-Tiene razón, tiene razón. Su único error ha consistido en no esperar lo más malo.
-Pero, ¿qué puede ser peor que cortarnos el cuello? -preguntó con una sorpresa
deliciosamente ingenua.
-Que nos quiten el dinero. En estos tiempos la capacidad de vivir del hombre se
determina por el dinero que posee.
-A mí, el que me robe la bolsa me quita lo de menos valor -dijo ella citando un refrán.
-Pues el que a mí me robe la bolsa me roba mi derecho a vivir -replicó Wolf Larsen-.
Y así lo dice un proverbio contrario. Porque me roba el pan, la carne, la cama, y con esto
pone mi vida en peligro. No hay bastantes comedores gratuitos para alimentar a todo el
mundo, ¿sabe?, y cuando los hombres no tienen nada en el bolsillo, lo regular es que mueran
miserablemente..., a no ser que puedan volver a llenarlo pronto.
-Pero yo no veo que este vapor tenga ningún designio contra nuestras bolsas.
-Espere y verá -respondió él frunciendo el ceño.
No tuvimos que esperar mucho. Habiendo llegado el Macedonia varias millas más allá
de nuestra línea de botes procedió a bajar los suyos. Sabíamos que llevaba catorce para
nuestros cinco (a nosotros nos faltaba uno por la deserción de Wainwright), y comenzó a
arriarlos mucho más a sotavento que el último de los nuestros; continuó arriándolos,
atravesándose en nuestro camino, y terminó bastante después de nuestro primer bote de
barlovento. Nos habían estropeado la caza. Detrás de nosotros no había focas y enfrente la
hilera de catorce botes barría el rebaño delante de sí como una escoba enorme.
Nuestros botes cazaron en las dos o tres millas de agua que quedaban entre ellos y el
punto donde el Macedonia había arriado los suyos, y después emprendieron el regreso. El
viento había decaído hasta convertirse en un hálito, el océano se encalmaba por momentos, y
esto, unido a la presencia del gran rebaño, hacía que el día fuese inmejorable para la caza uno
de los dos o tres que pueden darse a lo sumo en toda una temporada favorable. Remeros y
timoneles, lo mismo que cazadores, se arremolinaron junto al Ghost. Cada uno de ellos se
creía robado; y los botes fueron izados entre maldiciones, que de haber tenido bastante poder
hubiesen decidido de Death Larsen para toda una eternidad.
-¡Muerto y maldito para una docena de eternidades! -comentaba Louis, guiñándome
los ojos, mientras descansaba después de haber amarrado su bote.
-Escuchen y vean si es difícil descubrir lo más
esencial de sus almas -dijo Wolf Larsen-. ¿Fe? ¿Amor? ¿Ideales elevados? ¿Bondad?
¿Belleza? ¿Verdad?
-Su sentido innato del derecho ha sido violado -advirtió Maud Brewster, uniéndose a
la conversación.
Se hallaba a unos doce pies de nosotros, se apoyaba con una mano en el obenque
mayor y se balanceaba suavemente con el ligero vaivén del barco. Apenas había levantado la
voz, y me sorprendió su tono claro y sonoro. ¡Ah, qué dulce resonaba en mi oído! En aquel
momento casi no me atreví a mirarla por miedo a traicionarme. Tocaba su cabeza con una
gorra de muchacho, y su cabello castaño claro, ahuecado y flojo, al ser herido por el sol,
parecía una aureola alrededor del delicado óvalo de su rostro. Era positivamente encantadora.
Renacía en mí toda mi antigua admiración por la vida a la vista de tan espléndida
encarnación, y la fría explicación que de la vida y su significado daba Wolf Larsen me
parecía verdaderamente ridícula y risible.
-Usted es sentimentalista -dijo con sorna- lo mismo que míster Van Weyden. Estos
hombres reniegan porque sus deseos han sido ultrajados. Eso es todo.
-Pues usted se conduce como si su bolsillo no hubiese sido perjudicado -dijo ella
sonriendo.
-Y, sin embargo, no es así. Al precio corriente del mercado de Londres y basándonos
en un buen cálculo de lo que la caza de esta tarde hubiese podido ser de no habernos hecho el
Macedonia esta mala acción, el Ghost ha perdido alrededor de mil quinientos dólares en
pieles.
-Lo dice usted tan tranquilo...
-Pero no lo estoy; sería capaz de matar al hombre que me ha robado. Si, ya sé que este
hombre es mi hermano-..
Su rostro sufrió un cambio inesperado. Su voz era menos áspera y completamente
sincera al decir .
-Ustedes los sentimentalistas deben ser felices, real y verdaderamente felices, al soñar
y hallar las cosas buenas, y al creer buenas algunas de ellas se creen buenos ustedes mismos.
Díganme ahora ustedes dos ¿me creen bueno?
-Usted es bueno si se mira... en cierto modo -le repliqué.
-En usted la bondad se halla en potencia -respondió Maud Brewster.
-Ya está -le gritó medio enojado-. Sus palabras no tienen sentido para mí. En el
pensamiento que ha expresado no hay nada claro, agudo o definido. No se le puede coger con
las dos manos y contemplarle. En realidad, no es un pensamiento. Esto es un sentimiento,
algo basado en la ilusión, pero de ninguna manera un producto de inteligencia.
Cuando prosiguió, su voz volvió a suavizarse y adoptó un tono confidencial.
-Miren, a veces me sorprendo deseando también ser ciego para los hechos de la vida y
conocer únicamente sus fantasías e ilusiones. Son falsas, todas falsas, desde luego, y
contrarias a la razón; pero la mía me dice frente a ellas que eso es falso, que el soñar y vivir
las ilusiones proporciona el mayor placer. Y después de todo, el placer es el ensueño de la
vida. Sin placer la vida es un acto sin valor. Construirse uno la vida sin recompensa es peor
que la muerte. El que más goza más vive, y vuestros sueños e ilusiones les molestan menos y
satisfacen más que a mí mis realidades.
Movió la cabeza lentamente, meditando.
-Con frecuencia dudo del valor de la razón. Los sueños deben ser más sustanciales y
convincentes. El placer emocional es más completo y duradero que el placer intelectual, y
además, ustedes pagan por sus momentos de placer intelectual con sus melancolías. Al placer
emocional siguen las sensaciones del desaliento, de las que pronto se recuperan. Les envidio
a ustedes, les envidio.
Se detuvo bruscamente, y sus labios dibujaron una de sus extrañas sonrisas burlonas
cuando añadió:
-Les envidio con mi cerebro, entiéndalo bien, no con mi corazón. Me lo dicta mi
razón. La envidia es un producto de la inteligencia. Yo soy como un hombre sobrio que mira
un borracho, y que estando muy aburrido quisiera emborracharse también.
-O como un hombre cuerdo que viendo a unos locos deseara también volverse loco -
dije riendo.
-Exactamente -repuso-. Ustedes, pareja de locos fallidos, son felices. Para ustedes no
hay realidades en su cartera.
-No obstante, gastamos con la misma liberalidad que usted -advirtió Maud Brewster.
-Con más liberalidad, porque no les cuesta nada.
-Y porque nosotros giramos contra la eternidad -replicó ella.
-Lo mismo da que sea así, como que lo crean ustedes. Gastan ustedes lo que no han
ganado, y en cambio alcanzan mayor mérito por gastar lo que no ganaron, que yo gastando lo
que he ganado con mi sudor.
-Entonces, ¿por qué no cambia usted la base de su moneda? -preguntó ella, para
contrariarle.
El la miró rápidamente, medio esperanzado, y dijo después con pesadumbre:
-Demasiado tarde. Tal vez me hubiese gustado, pero no puedo- Mi cartera está
atiborrada de la antigua moneda y es una cosa muy inflexible. Ya nunca podré considerar
nada tan válido como esto.
Cesó de hablar, y su mirada vagó ausente más allá de donde ella estaba y fue a
perderse en la placidez del mar. La vieja melancolía original se había apoderado de él
Fuertemente y se le había entregado temblando. Sus razonamientos le habían sumergido en
uno de esos intervalos de desaliento, y durante algunas horas se hubiera esperado en vano que
el demonio que llevaba dentro levantara la cabeza y se agitara. Me acordé de Charley
Furuseth y comprendí que su tristeza era el tributo que los materialistas pagan siempre por su
materialismo.
 
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