| saberse de ellos. Justamente en ese tiem po se organizó la Or den Esotérica de Dagon. Compraron la logia masónica y la convirtieron en su cuartel genera l... ¡Je, je, je! Matt era masón y se quiso negar a que vendiera n la logia... Pero justamente entonces desapareció. »Fíjese bien que yo no digo que Obed quisiera que las cosas pasaran igual que en aquella isla de canacos. Estoy por asegur ar que al principio no quería que la gente llegara a mezclar su sangre con las bestias marinas, para luego engendrar hijos que andando el tiempo regresaran a las aguas y se volvieran inmortales. El lo que quería era el oro, y estaba dispuesto a pagarlo bien pa gado, y me figuro que en principio los demás estarían conformes... »Por el año cuarenta y seis , el pueblo dio mucho que habl ar. Ya desaparecía demasiada gente, y los sermones de los domingos eran co sa de locos... Y a todas horas se hablaba del arrecife. Creo que algo puse yo tambié n de mi parte porque fui y le conté a Selectman Mowry lo que había visto desde el terrado de casa. Una noche salió la pandilla de Obed en dirección al arrecife, y oí un tiroteo entre varios botes. Al día siguiente, Obed y treinta y dos más estaban en la cárcel. Todo el mundo se preguntaba qué habría pasado exactamente y de qué se les acusaba. ¡Dios mío, si hubiéramos podido prever lo que había de pasar dos sema nas después, porque en todo ese tiempo no se había echado ni un solo bulto más a la mar!» Se notaban en Zadok Allen los síntomas del terror y el agotamiento. Dejé que guardara silencio durante un rato. Yo no hacía más que mirar el reloj con recelo. La marea había cambiado. Ahora empezaba a subir, y parecía co mo si el ruido de las olas despejara un poco al pobre viejo. Me alegré porque seguramente con la pleamar, el olor a pescado se atenuaría algo. De nuevo me incliné para oír las palabras que susurraba en voz baja. -Aquella noche espantosa... los vi. Yo esta ba arriba en el terrado... eran como una horda... El arrecife estaba atestado. Se echaban al agua y venían nadando hasta el puerto, y por la desembocadura del Manuxet ... ¡Dios mío, qué cosas pasaron en las calles de Innsmouth aquella noche! Llegar on hasta nuestra puert a y la golpearon, pero mi padre no quiso abrir... Lue go salió por la ventana de la cocina con su escopeta en busca de Selectman Mowry, a ver qué se podí a hacer... Hubo gran cantidad de muertos y heridos, disparos, gritos por todas partes... En Old Square, en Town Square, en New Church Green. Las puertas de la cárcel fueron abiertas de par en par... Hubo proclamas... Gritaban traición... Después, cua ndo vinieron al pueblo las autoridades del Gobierno y encontraron que faltaba la mitad de la gente, se dijo que había sido la peste... No quedaban más que los partidarios de Obed y los que estaban dispuestos a no hablar... Ya no volví a ver a mi padre... El anciano jadeaba, sudaba copiosamente . Su mano me atenazaba el hombro con furia. -A la mañana siguiente, todo había vuelto a la normalidad. Pero los monstruos habían dejado sus huellas ... Obed tomó el mando y dijo que las cosas iban a cambiar. Vendrían otros a nuestras ceremonias para orar con nosotros, y ciertas casas albergarían a determinados huéspedes ... bestias marinas que querían m ezclar su sangre con la nuestra, como habían hecho entre los canacos, y no serí a él quien lo impidiera. Obed estaba muy comprometido en el asunto. Parecía como loco. Decía que nos traerían pescado y tesoros, y que había que darles lo que querían. »Aparentemente, todo seguiría igual, pero nos dijo que teníamos que esquivar a los forasteros por nuestro propio bien. Todos tuvimos que prestar el Juramento de Dagon. Más tarde, hubo un segundo y un tercer jurame nto, que prestaron algunos de nosotros. Los que hiciesen servicios especiales, recibi rían recompensas especiales -oro y demás-. Era inútil rebelarse porque en el fondo del océano había millones de ellos. No tenían interés en aniquilar al géne ro humano, pero si no obedecí amos, nos enseñarían de qué eran capaces. Nosotros no teníamos conjuros co ntra ellos, como los de las islas de los Mares del Sur, porque los canacos no revelaron jamás sus secretos. »Había que ofrecerles bastan tes sacrificios, proporcionales baratijas y albergarlos en el pueblo cuando se les antojara. Entonces nos dejarían en paz. A ningún forastero se le debía permitir que fuera por ahí con historia s... En otras palabras: prohibido espiar. Los que formaban el grupo de los fieles -o sea, los de la Orden de Dagon- y sus hijos, no morirían jamás, sino que regresarían a la Madre Hydra y al Padre Dagon, de donde todos hemos salido... ¡Iä! ¡Iä! ¡Cthulhu fhtagn! ¡Ph' nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah-nagl fhtagn! ...» El viejo Zadok estaba empezando a deli rar. ¡Pobre hombre, a qué lastimosas alucinaciones se veía arrastrado por culpa de la bebida y de su aversión al mundo desolado que le rodeaba! Prorrumpió en la mentaciones, y las lágrimas le surcaron sus mejillas arrugadas corriendo a ocultarse entre los pelos de la barba. -¡Dios mío, qué no habré vist o yo desde mis quince años! ¡Mene, mene tekel, upharsin! Las personas desaparecían, se mataba n entre sí... Cuando fueron contándolo por Arkham, Ipswich y por ahí, dijeron que t odos estábamos locos, lo mismo que piensa usted ahora de mí. Pero, ¡Dios mío, la de cosas que he visto! Me habrían matado hace tiempo por lo que sé, de no haber prestado el Primero y el Segundo Juramento. Eso es lo que me protege, a menos que un jurado form ado por ellos demuestre que he contado deliberadamente lo que sé... El Tercer Jura mento no lo quise prestar... Antes muerto que prestarlo. »Cuando la Guerra Civil, la co sa se puso aun peor, porque los niños que habían nacido en el cuarenta y seis empezaron a hacerse mayores, por lo menos algunos de ellos. Yo estaba asustado. No se me había vuelto a oc urrir ponerme a espiar después de aquella noche, y no he vuelto a ve r de cerca a ninguna de esas criaturas ... ninguna que fuera de pura sangre, quiero decir. Me marché a la guerra, y si hubier a tenido un poco de sentido común me habría establecido lejos de aquí. Pero me escribieron diciendo que las cosas no iban mal. Me figuro que eso lo decí an porque las tropas del Gobierno habían ocupado el pueblo. Eso fue en el sesenta y tres. Después de la guerra, fuimos de mal en peor otra vez. La gente volvió a no hacer nada, las fábricas y las tiendas empezaron a cerrar, el comercio marítimo se paralizó, la arena invadió la dársena del puerto, y se abandonó el ferrocarril. Pero esas cosas seguían nadando en la mar y en el río y pululando por el arrecife. Y cada vez se ib an tapiando más ventanas en los pisos superiores de las casas, y cada vez se oí an más ruidos en edificios que se suponían deshabitados... »La gente cuenta muchas cosas de nosotros. Algo ha oído usted también, a juzgar por las preguntas que me hace. Dicen que si se ven ciertas cosas por aquí, y se habla también de joyas extrañas que aparecen a ún de cuando en cuando, no siempre fundidas del todo... Total: nada. Y en el fondo, no creen lo que dice n. Piensan que los objetos de oro provienen de un botín que escondieron lo s piratas y están convencidos de que las gentes de Innsmouth son de sangre extranje ra o padecen no sé qué enfermedad. Por otra parte, aquí tratan de echar a los forast eros tan pronto como ponen los pies; y si se quedan, no les dejan demasiadas ganas de curiosear, sobre todo por la noche... Los animales, recuerdo yo, se encabritaban en cuan to se les ponía delante alguien de aquí, los caballos en particular; más adelante, c on el automóvil, desapareció ese problema. »En el cuarenta y seis, el capitán Obed se casó en se gundas nupcias, pero a su segunda mujer nadie la ha visto jamás... Decían que él no quería dar ese paso, pero que lo obligaron. Y esta nueva esposa le dio tres hijos; dos de el los desaparecieron a temprana edad, pero el tercero, una niña, salió tan normal como usted o como yo, y la mandaron a estudiar a Europa. Finalmente, Obed c onsiguió casar a esta hija con un pobre desgraciado de Arkham que no sospechaba el pastel. Ahora sería di stinto. Nadie quiere tener ya relaciones con gente de Innsmouth. Barnabas Marsh, que lleva hoy la refinería, es nieto de Obed y de su primera mujer, o sea, es hijo de Onesiphorus, el mayor de Obed, pero su madre es otra de las que nadie vio en la calle. »Justamente, Barnabas está ahora a punto de sufrir el cambio, No puede ya cerrar los ojos y ha perdido la forma humana. Se dice que todavía lleva ropas, pero pronto tendrá que regresar a las aguas. Quizá ya lo haya intentado. Suelen acostumbrarse poco a poco, antes de marcharse definitivamente. No se le ha visto en público desde hace lo menos diez años. ¡No sé que podrá sentir su pobre mujer! Ella es de Ipswich, y los de allí estuvieron a punto de linchar a Barnabas, hace cincuenta años, cuando supieron que la cortejaba. Obed murió en el setenta y ocho, y toda la generación siguiente ha desaparecido ya. Los hijos de la primera esposa murieron, los demás... sabe Dios...» El ruido de la creciente marea iba hacié ndose cada vez más intenso, al tiempo que el humor lacrimoso del anciano dio paso a un estado de alerta. Se interrumpía a cada momento, miraba de reojo en dirección al arrecife, y a pe sar de lo descabellado que resultaba su relato, me contagió su actit ud recelosa. La voz de Zadok se hizo más chillona; era como si tratara de leva ntarse el ánimo hablando más fuerte. -¿Por qué no dice nada, eh usted? ¿Le gusta ría vivir en un pueblo como éste, donde todo se pudre y se corrompe, donde hay unos monstr uos escondidos que se arrastran y aúllan y ladran y brincan en sus celdas tenebrosas y en las buhardillas de cada esquina? ¿Eh? ¿Le gustaría oír noche tras noche los aullidos que salen de las iglesias y del local de la Orden de Dagon, a sabiendas de quién los lanza ? ¿Le gustaría oír el vocerío que se levanta de ese arrecife de Satanás, cada noc he de Walpurgis y cad a noche de Difuntos? ¿Eh? Pero usted piensa que estoy completa mente chiflado, ¿verdad? ¡Pues bien, señor!, ¡todavía no le he contado lo peor! Zadok gritaba ahora enloquecido, y su voz me producía una tremenda turbación. -¡Malditos seáis! ¡No me miréis así, que lo único que he dicho es que Obed Marsh está en el infierno, y que se lo tiene me recido! ¡Je, je...! ¡He dicho en el infierno ! No podéis hacerme nada. Yo no he hecho ni he dicho nada a nadie... »Ah, está usted aquí, joven! En efecto, nunca he dicho nada a nadie, pero ahora mismo lo voy a decir. Siéntese ahí y escúcheme, mu chacho, porque esto es un secreto: Ya le he dicho que a partir de aque lla noche no volví a espiar, ¡Pero así y todo, uno se entera de las cosas! »Quiere saber lo verdaderamente espantoso, eh? Pues bien, ahí va: lo espantoso no es lo que han hecho esos peces infernales, sino ¡lo que van a hacer! Llevan años subiendo al pueblo cosas que se traen de los abismos de l agua. Las casas que hay al norte del río, entre Water Street y Main Street, están repletas de demonios de esos y de cosas que se han traído , y cuando estén preparados... digo que cuando estén preparados ... ¿ ha oído hablar alguna vez del shoggoth? »¡Eh! ¿Me escucha? Le estoy diciendo que yo sé lo que son... que los vi una noche, cuando.., ¡eh-ahhh-ah! ¡e'yahhh!»... El viejo lanzó de pront o un alarido que casi me hizo perd er el sentido. Miraba hacia esa mar de fétidos olores con unos ojos que se le salían de las órbitas, y su cara era una máscara de horror, digna de una traged ia griega. Su garra huesuda se clavó dolorosamente en mi hombro, y no me soltó cuando me volví a mirar hacia el punto donde miraba él. No había nada. Sólo la marea creciente y una serie de olas que rompían aisladas, lejos de la línea larga y espumosa de las ro mpientes. Pero entonces Zadok comenzó a zarandearme, y me volví hacia él. Su he lado terror dio paso a una tempestad de movimientos nerviosos y expresivos. Por fin recobró la voz, una voz temblona y susurrante. - ¡Váyase de aquí! ¡Váyase; nos han visto ... ¡Váyase, por lo que más quiera! No se quede ahí... Lo saben ya... Corra, de prisa. Márchese de este pueblo . Otra ola pesada rompió contra las ruinas del embarcadero abandon ado, y el loco susurro del viejo se convirtió en un alar ido inhumano que helaba la sangre: -¡E-yaahhh!... ¡Yhaaaaaaa! ... Antes de que yo pudiese recobrarme de mi sorpresa, soltó mi hombro y se lanzó como loco hacia la calle, torciendo en dirección nor te, por delante de la ruinosa fachada del almacén. Eché un vistazo al mar, pero seguí sin ver nada. Cuando llegué a Water Street y miré a lo largo de la calle, no había ya el menor rastro de Zadok Allen.
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