El Evangelio Armenio de la Infancia

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astaroth1
view post Posted on 10/2/2016, 03:14




De cómo la Sagrada Familia volvió a la tierra de Israel, y habitó en el país de
Galilea, en el pueblo de Nazareth

XVI


1. Y, levantándose muy de mañana, fueron a ganar el país de Moab, frente a
Mambré, y recorrieron numerosas etapas en su ruta. Y llegaron a una ciudad de los
árabes llamada Malla gpir mtín, que quiere decir «gran ciudad de Dios». Cuando
Jesús pasó por el territorio de la ciudad, se encontraban allí altares. Junto al camino,
había una montaña de gran elevación, y en su cima un templo, espléndidamente
adornado con toda especie de imágenes y consagrado al culto de los demonios. Y
éstos, congregados cerca del camino, deliberaban entre sí, y decían: Nos encontramos
bien aquí, en nuestra morada, y estamos en reposo. Pero hemos oído decir que ha
aparecido en el mundo el hijo de un pobre viejo, que conoce y que discierne todas
nuestras prácticas, y que es un perseguidor y un enemigo de nuestra estirpe. Con él en
la tierra, ¿qué va a ser de nosotros en adelante?
2. Algunos demonios dijeron: ¿Cómo os habéis arreglado para saber y conocer lo que
es? Un demonio dijo: Vosotros no sabéis lo que es, mas yo lo sé, y lo conozco de
antemano. Los otros demonios dijeron: Si lo conoces, instrúyenos. El demonio dijo:
Es el mismo que nos precipitó de lo alto de los cielos, nuestra mansión prístina, y nos
redujo a la perdición. Y ahora ha venido a la tierra, para expulsarnos del género
humano. Los demonios dijeron: ¿Y cómo podrías saber lo que hará? El demonio dijo:
Yo estaba en Egipto, en el templo de Apolo, cuando destruyó el sagrado edificio por
completo, pulverizó las estatuas de los dioses, y lo arruinó todo de arriba abajo. Los
demonios dijeron: ¡Desventurados de nosotros! Si viene aquí, ¿qué nos ocurrirá?
3. Y, en tanto que deliberaban entre sí en tal forma, divisaron de repente al niño Jesús,
que avanzaba. Y, lanzando un grito, exclamaron, medrosos: ¡He aquí que el niño
Jesús viene a la ciudad! Abandonemos este sitio, no sea que dejemos nuestra vida
entre sus manos. Y otros demonios advirtieron: Lancemos un grito de alarma a la
ciudad. Quizá se apoderen del niño y lo maten, con que quedaremos tranquilos en
nuestro albergue. Y, habiendo hablado así, se esparcieron por diversos lados, y
lanzaron este grito: ¡Mirad, todos, y escuchad! El hijo de un gran rey llega, y se dirige
hacia esta ciudad con un ejército numeroso. Y, al oír esto, todos los habitantes de la
localidad se armaron, y se reunieron en orden de combate, y fueron a patrullar por
doquiera, mas no encontraron nada.
4. Y, como Jesús penetrase por la puerta de la ciudad, todas las edificaciones de los
templos se desplomaron de súbito, desfondándose en ruinas, y no quedando una sola
en pie. Cuanto a los sacerdotes y a los ministros del culto, fueron invadidos por la
demencia de un furor demoníaco. Y se golpeaban a sí mismos y clamaban a gran voz:
¡Desventurados e infortunados de nosotros, que hemos sido expulsados de nuestros
templos! ¿Quién es el autor de esta catástrofe? Y no podían explicarse aquel hecho y
la destrucción de la ciudad.
5. José permaneció allí varios días. Y Jesús tenía entonces cuatro años. Y, llegado a
esta edad, no quedaba ya confinado en su casa, sino que salía con otros niños y
tomaba parte en sus conversaciones y en sus juegos. Y éstos acudían de buen grado a
su encuentro y se prestaban a sus deseos más mínimos. Por su amenidad afectuosa, los
ponía a todos de acuerdo con él, y merced al encanto de su palabra, se convirtió en
conductor y en jefe de todos los niños. Y, cualquier cosa que les mandaba hacer, la
cumplían ellos con gusto. No dejaba a ninguno abandonarse a la ociosidad y, si
ocurría que algunos se pegasen y se maltratasen entre sí, Jesús les pasaba la mano por
encima, los curaba, y los exhortaba a todos amistosamente. Y reconciliaba a los
descontentos y les hacía recobrar su buen humor. Empero, si surgía entre ellos algún
motivo de disputa, iban a casa de sus padres y colgaban a Jesús la causa de las faltas
que habían cometido. Entonces los padres se dirigían en busca de Jesús, y no lo
encontraban. E interrogaban, diciendo: ¿Dónde está? Y los niños respondían: No lo
sabemos, porque es hijo de un anciano extranjero, que reside aquí como transeúnte. Y,
ante este informe, los padres regresaban a sus domicilios respectivos.
6. Y ocurrió un día que Jesús fue a reunirse con los niños, en el lugar en que
acostumbraban a juntarse. Y, habiéndose puesto a jugar, se divertían, conversaban y
discutían los unos con los otros. Jesús admiraba su inocencia. Y, en tanto que
platicaban y se entretenían, sucedió que empezaron a pegarse unos a otros. Y de la
refriega salió uno de ellos con un ojo reventado. Y el niño, lanzando un grito, se puso
a llorar amargamente. Mas Jesús le dijo: No llores, y levántate sin temor. Y se
aproximó a él y, en el mismo instante, la luz volvió a sus ojos, y recobró la vista.
Cuanto a los demás niños que allí se encontraban, marcharon presurosos a la ciudad, y
contaron lo que Jesús había hecho. Y los que los oían fueron al lugar en que éste
estaba, para verlo. Mas no lo encontraron, porque Jesús había huido y estaba
escondido a sus miradas.
7. Más tarde, Jesús fue un día al sitio en que los niños se habían reunido, y que estaba
situado en lo alto de una casa, cuya elevación no era inferior a un tiro de piedra. Uno
de los niños, que tenía tres años y cuatro meses, dormía sobre la balaustrada del muro,
al borde del alero, y cayó de cabeza al suelo de aquella altura, rompiéndose el cráneo.
Y su sangre saltó con sus sesos sobre la piedra y, en el mismo instante, su alma se
separó de su cuerpo. Ante tal espectáculo, los niños que allí se encontraban, huyeron,
despavoridos. Y los habitantes de la ciudad, congregándose en diferentes lugares y
lanzando gritos, decían: ¿Quién ha producido la muerte de ese pequeñuelo,
arrojándolo de tamaña altura? Los niños respondieron: Lo ignoramos. Y los padres
del niño, advertidos de lo que ocurriera, llegaron al siniestro paraje, e hicieron grandes
demostraciones de duelo sobre el cadáver de su hijo. Después, se pusieron a indagar,
y a intentar saber cuál era el autor de tan mal golpe. Y los niños repitieron con
juramento: Lo ignoramos.
8. Mas los padres respondieron: No creemos en lo que decís. Luego, reunieron a viva
fuerza a los niños, y los llevaron ante el tribunal donde comenzaron a interrogarlos,
diciendo: Informadnos sobre el matador de nuestro hijo y sobre su caída de sitio tan
elevado. Los niños, bajo la amenaza de muerte, se dijeron entre sí: ¿Qué hacer? Todo
sabemos, por nuestro mutuo testimonio, que somos inocentes, y que nadie es el
causante de esa catástrofe. Y se da crédito a nuestra palabra sincera. ¿Consentiremos
que si nos condene a muerte a pesar de no ser culpables? Uno de ellos dijo: No lo
somos, en efecto, mas no tenemos testigo de nuestra inculpabilidad, y nuestras
declaraciones se juzgan mentirosas. Echemos, pues, la culpa a Jesús, puesto que con
nosotros estaba. No es de los nuestros, sino un extranjero, hijo de un anciano
transeúnte. Se lo condenará a muerte y nosotros seremos absueltos. Y sus compañeros
gritaron a coro: ¡Bravo! ¡Bien dicho!
9. Entonces la asamblea del pueblo hizo detener a los niños, les planteó la cuestión y
les dijo: Declarad quién es el autor de tan mal golpe y el causante de la muerte
prematura de este niño inocente. Y ellos contestaron, unánimes: Es un muchacho
extranjero, llamado Jesús e hijo de cierto viejo. Y los jueces ordenaron que se lo
citase. Mas cuando fueron en su busca, no lo encontraron, y, apoderándose de José, lo
condujeron ante el tribunal, y le dijeron: ¿Dónde está tu hijo? José repuso: ¿Para qué
lo queréis? Y ellos respondieron a una: ¿Es que no sabes lo que tu hijo ha hecho? Ha
precipitado desde lo alto de una casa a uno de nuestros niños y lo ha matado. José
dijo: Por h vida del Señor, que no sé nada de eso.
10. Y llevaron a José ante el juez, que le preguntó d dónde venía y de qué país era. A
lo que José respondió: Vengo de Judea y soy de la ciudad de Jerusalén. El juez
añadió: Dinos dónde está tu hijo, que ha rematado cor muerte cruel a uno de nuestros
niños. José repuso: ¡0h juez!, no me incriminéis con semejante injusticia, porque no
soy responsable de la sangre de esa criatura. El juez dijo: Si no eres responsable, ¿por
qué temes la muerte? José dijo: Ese niño que buscas es mi hijo según el espín tu, no
según la carne. Si él quiere, tiene el poder de responderte.
11. Y, aún no había acabado José de hablar así, cuan do Jesús se presentó delante de
las gentes que habían ido buscarlo y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: Al
hijo de José. Les dijo Jesús: Yo soy. El juez entonces le dijo: Cuéntame cómo has
dado tan mal golpe. Y Jesús repuso: ¡Oh juez, no pronuncies tu juicio con tal
parcialidad, porque es un pecado y una sinrazón que haces a tu alma! Mas el juez le
contestó: Yo no te condeno sin motivo, sino con buen derecho, ya que los compañeros
de ese niño, que estaban contigo, han prestado testimonio contra ti. Jesús replicó: Y a
ellos ¿quién les presta testimonio de que son sinceros? El juez dijo: Ellos han prestado
entre sí testimonio mutuo de ser inocentes y tú digno de muerte. Jesús dijo: Si algún
otro hubiese prestado testimonio en el asunto, habría merecido fe. Pero el testimonio
mutuo que entre sí han prestado no cuenta, porque han procedido así por temor a la
muerte, y tú dictarás sentencia de modo contrario a la justicia. El juez dijo: ¿Quién ha
de prestar testimonio en favor tuyo, siendo como eres, digno de muerte? Jesús dijo:
¡Oh juez, no hay nada de lo que piensas! Ellos, y tú también, a lo que se me alcanza,
consideráis tan sólo que yo no soy compatriota vuestro, sino extranjero e hijo de un
pobre. He aquí por qué ellos han lanzado sobre mí un testimonio de mortales resultas.
Y tú para complacerIos, supones que tienen razón, y me la quitas.
12. El juez preguntó: ¿Qué debo hacer, pues? Jesús respondió: ¿Quieres obrar con
justicia? Oye, de una y de otra parte, a testigos extraños al asunto y entonces se
manifestará la verdad, y la mentira aparecerá al descubierto. El juez opuso: No
entiendo lo que hablas. Yo pido testimonio lo mismo a ti que a ellos. Jesús repuso: Si
yo doy testimonio de mí mismo, ¿me creerás? El juez dijo: Si juras sincera o
engañosamente, no lo sé. Y los niños clamaron a gran voz: Nosotros sí sabemos quién
es, pues ha ejercido todo género de vejaciones y de sevicias sobre nosotros y sobre los
demás niños de la ciudad. Pero nosotros nada hemos hecho. El juez dijo: Notando
estás cuántos testigos te desmienten, y no nos respondes. Jesús dijo: Repetidas veces
he satisfecho a tus preguntas, y no has dado crédito a mis palabras. Pero ahora vas a
presenciar algo que te sumirá en la admiración y en el estupor. Y el juez repuso:
Veamos lo que quieres decir.
13. Entonces Jesús, acercándose al muerto, clamó a gran voz: Abias, hijo de Thamar,
levántate, abre los ojos, y cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y, en el mismo
instante, el muerto se incorporó, como quien sale de un sueño y, sentándose, miró en
derredor suyo, reconoció a cada uno de los presentes, y lo llamó por su nombre. Ante
lo cual, sus padres lo tomaron en sus brazos, y lo apretaron contra su pecho,
preguntándole: ¿Cómo te encuentras? ¿Qué te ha ocurrido? Y el niño respondió:
Nada. Jesús repitió: Cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y el niño repuso:
Señor, tú no eres responsable de mi sangre, ni tampoco los niños que estaban contigo.
Pero éstos tuvieron miedo a la muerte y te cargaron la culpa. En realidad, me dormí,
caí de lo alto de la casa y me maté.
14. El juez y la multitud del pueblo, que tal vieron, exclamaron: Puesto que niño tan
pequeño ha hecho tamaño prodigio, no es hijo de un hombre, sino que es un dios
encarnado, que se muestra a la tierra. Y Jesús preguntó al juez: ¿Crees ya que soy
inocente? Mas el juez, en su confusión, no respondía. Y todos se maravillaron de la
tierna edad de Jesús y de las obras que realizaba. Y los que oían hablar de los
milagros operados por él se llenaban de temor.
15. Y el niño permaneció con vida durante tres horas, al cabo de las cuales, Jesús le
dijo: Abias, duerme ahora, y descansa hasta el día de la. resurrección general. Y,
apenas acabó de hablar así, el niño inclinó su cabeza, y se adormeció. Ante cuyo
espectáculo, los niños, presa de un miedo vivísimo, empezaron a temblar. Y el juez y
toda la multitud, cayeron a los pies de Jesús y le suplicaron, diciéndole: Vuelve a ese
muerto a la vida. Mas Jesús no consintió en ello y replicó al juez: Magistrado indigno
e intérprete infiel de las leyes, ¿cómo pretendes imponerme la equidad y la justicia,
cuando tú y toda esta ciudad, de común acuerdo, me condenabais sin razón, os
negabais a dar crédito a mis palabras, y estimabais verdad las mentiras que sobre mí
os decían? Puesto que no me habéis escuchado, yo tampoco atenderé a vuestro ruego.
Y, esto dicho, Jesús se apartó de ellos precipitadamente, y se ocultó a sus miradas. Y,
por mucho que lo buscaron, no consiguieron encontrarlo. Y, yendo a postrarse de
hinojos ante José, le dijeron: ¿Dónde está Jesús, tu hijo, para que venga a resucitar a
nuestro muerto? Mas José repuso: Lo ignoro, porque circula por donde bien le parece
y sin mi permiso.
 
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astaroth1
view post Posted on 10/2/2016, 03:52




De cómo la Sagrada Familia abandonó Egipto y /ue al país de Siria.

Otros milagros y resurrecciones de muertos

XVII


1. Y, aquella misma noche, José se levantó, tomó al niño y a su madre, y fue al
país de Siria, llegando a una ciudad llamada Sahaprau. Y Jesús tenía entonces cinco
años y tres meses. Y, como penetrase por la puerta de la ciudad, donde había estatuas
de dioses, los demonios, al ver pasar a Jesús, lanzaron un grito, y dijeron: Llega un
niño, hijo de un rey, de un gran monarca y que va a trastornar nuestra ciudad y a
expulsarnos de nuestra mansión. Poneos en guardia, para que no se acerque a
nosotros, y nos haga perecer. Huyamos de él hacia otro lugar lejano, y ocultémonos
en algún desierto, o en las cavernas y en los antros de las rocas. Al oír tal, los jefes de
los sacerdotes y los servidores de los ídolos se reunieron en el templo de éstos y
exclamaron: ¿Qué voz ha lanzado ese grito que nos aterra? Y, en el mismo instante,
las estatuas de los falsos dioses se quebraron y cayeron al suelo hechas añicos.
2. Luego de haber entrado en la ciudad, Jesús encontró en ella un albergue. Y Jesús
deambulaba por todos los Sitios de la población. Y llegó a un sitio en que los niños
estaban reunidos, y se sentó orillas del agua, cerca de las fuentes. Y, recogiendo
polvo, lo arrojó al agua. Y, cuando los niños fueron allí a beber, vieron el agua
convertida en sangre corrompida. Y, atormentados por la sed, lloraban con amargura.
Mas Jesús tomó un cántaro, lo metió en la fuente, lo llenó de agua, y les dio de beber.
Empero, habiendo sacado de nuevo agua de la fuente, la echó sobre ellos y los
vestidos de todos quedaron teñidos de sangre. Y los niños se pusieron a llorar Otra
vez. Mas Jesús los llamó con amabilidad, y, poniendo la mano sobre ellos, les dijo:
No lloréis, porque ya no hay ninguna tintura sanguínea en vuestros trajes. Y los niños
se llenaron de alegría, al ver el prodigio operado por Jesús.
3. Otro día, Jesús fue a encontrarse con los niños, en el Sitio en que estaban reunidos,
y les propuso: Vayamos a cualquier lugar distante y allí cazaremos pájaros. Ellos
dijeron: Sí. Y marcharon a un paraje célebre, situado en la llanura, donde
permanecieron el día entero, mas no consiguieron cazar pájaro alguno. Era un día de
verano, y el calor sofocante de la atmósfera les incomodaba en extremo. Visto lo cual,
Jesús tuvo piedad de ellos, y, tendiéndoles la mano, les dijo: No temáis, e incorporaos.
Iremos hacia aquella roca que está ante nosotros, y a su sombra reposaremos. Mas,
cuando llegaron a ella, seguían sin poder soportar la violencia de la temperatura, y
algunos caían como muertos. Y, con el aliento entrecortado y los ojos fijos, miraban a
Jesús.
4. Mas éste, levantándose, se colocó en medio de ellos y, con su vara, hirió la roca, de
la que brotó una fuente de agua abundante y deliciosa, que existe hoy todavía, en la
que todos abrevaron. Y, cuando hubieron bebido y se hubieron reanimado, adoraron a
Jesús, el cual extendió la mano sobre el agua, e hizo aparecer en ella profusión de
peces. Y ordenó a los niños que los agarrasen, y ellos lo agarraron en gran número. Y
que recogiesen leña, que ardió, sin que nadie le pusiese fuego. Y asaron los peces, los
comieron, y quedaron hartos. Luego agarraron más peces aún y marcharon alegres a
sus casas, donde, mostrando lo peces de su pesca milagrosa, contaron los prodigios
que había hecho Jesús. Y muchos de los habitantes de aquella ciudad creyeron en él.
5. Y, entre los compañeros de Jesús, los había de ciert edad, que, contando con su
fuerza y con su vigor, llegaro a tiempo a su destino. Otros, empero, menores en edad,
no podían, y, siguiendo detrás a los primeros, sin vestido, ni calzado, llegaron más
tarde a sus hogares. Y uno de ello muchachito de tres años, se extravió en la llanura,
se vio sin alientos, cayó al suelo, y se durmió. Muy de noche ya se despertó y,
abriendo los ojos, miró a todos lados, y no vio a nadie. Entonces le faltaron los
ánimos, y prorrumpió en amargo lloro. Y erró a la ventura durante la noche entera y,
perdiendo su ruta, se alejó de la comarca. Y pasó tres días fuera de ella, sin que
ninguno de los niños supiese lo que le había ocurrido. Después, el hambre, la sed y el
ardor de los rayos solares le separaron el alma del cuerpo.
6. Y los padres del pequeño interrogaron a los niños, diciéndoles: ¿Dónde está nuestro
hijito, que os ha seguido? ¿Qué ha sido de él? Los niños contestaron: No lo sabemos.
Los padres dijeron: ¿Cómo no lo sabéis, si os ha seguido? Los niños dijeron: Sabemos
que nos ha seguido, pero luego no pudimos averiguar su paradero. Los padres dijeron:
¿A qué hora habéis visto que estaba todavía con vosotros? Los niños dijeron: Hasta
mediodía, todos lo vimos. Pero, cuando empezó a incomodarnos el calor del sol, y nos
pusimos en fuga, lo perdimos de vista. Y, cuando Jesús nos reunió, y nos dio a beber
agua sacada de la roca, no lo vimos ya en aquel sitio y supusimos que habría vuelto a
casa.
7. Entonces los padres del niño fueron a ver al juez de la ciudad y le contaron toda la
historia. Y el juez ordenó que compareciesen los niños ante él y les preguntó:
Decidme la verdad, hijos míos, ¿qué se hizo del pequeño? Y ellos respondieron: ¡Oh
juez, escúchanos! Ayer por la mañana, estando juntos, de común acuerdo, para ir a
jugar, Jesús, el hijo de José, llegó en compañía de otros niños y les advertimos que
nos disponíamos a marchar para un lugar distante. Y, como ese niño no quería volver
de él, lo dejamos allí, y partimos. El juez dijo: Cuando os congregasteis en el mismo
sitio, ¿lo vio alguno de vosotros? Y ellos dijeron: Sí, y con nosotros estuvo toda la
jornada, hasta mediodía. Pero, cuando empezó a incomodarnos el calor del sol, nos
dispersamos del sitio y lo perdimos de vista.
8. Mas el juez ordenó, severo: Id en su busca, y traédmelo muerto o vivo. Y ellos
recorrieron todos los alrededores de la urbe, sin lograr encontrarlo. Y así se lo
manifestaron al juez, a su regreso. Y él dijo: ¿Qué idea se os ha puesto en la cabeza?
¿Pensáis que conseguiréis escapar al castigo por la astucia? No, en mis días. Decidme,
pues: ¿Cuál era el fin de vuestra expedición? ¿Quién invitó a ella al párvulo, y lo llevó
consigo? Los niños observaron: Nadie lo invitó, ni lo llevé, y él mismo fue por su
cuenta. Mas el juez repuso: No decís la verdad y os haré perecer a todos.
9. En seguida mandó que se los desnudase y se los azotase con varas de leña verde. Y,
cuando se vieron despojados de sus vestidos, los niños consultaron entre sí,
preguntándose: ¿Qué hacer, puesto que todos tenemos conciencia de ser inocentes, y
no se cree en nuestras protestas de inculpabilidad? Uno de ellos dijo: ¿Por qué, a base
de una suposición tan injusta, hemos de ser condenados a muerte? Y le dijeron: ¿Y
qué se te ocurre hacer? Él dijo: ¿Conocéis a Jesús, el hijo del viejo José? Él estaba con
nosotros, él se encontraba al frente nuestro, él nos llevó consigo, y él, por
consiguiente, es quien nos puso en este peligro mortal. Mas sus compañeros
objetaron: ¿Y qué mal nos hizo Cuando nos moríamos de sed, bajo un calor sofocante,
él fue quien nos la apagó, sacando agua de la roca, y él quien nos dio peces que
comiéramos, y luego pudimos volver a tiempo a nuestras casas. Pero el niño de
opuesta opinión dijo: Y nosotros ¿qué delito hemos cometido, para ser condenados a
muerte? Los niños dijeron: Demasiado sabes que no hablaremos mal de él. El niño
opuso: Pero nosotros, repito, ¿de qué crimen castigable con la muerte podemos
acusarnos? ¡No! Vayamos al juez, y echemos sobre él toda la acusación, puesto que es
desconocido y extranjero en nuestra ciudad. Y, además, ¿no comprendáis que, por su
causa, estamos bajo la amenaza de esta angustia y de estos tormentos? Si a él se lo
condena, a nosotros se nos absolverá. Todos clamaron a una: Toma sobre ti la
responsabilidad de su sangre. Y el juez, viendo que no le respondían, ordenó a los
verdugos que les infligiesen la pena de azotes. Y, cuando los primeros golpes
comenzaron a caer sobre sus espaldas, el niño enemigo de Jesús dijo al juez: ¿Por qué
nos condenas, a pesar de nuestra inocencia? Y el juez repuso: Si sois inocentes,
designad al que es digno de muerte. Los niños dijeron: El hijo de un viejo extranjero
llevó a ese niño consigo, y no sabemos lo que le habrá hecho. El juez les preguntó:
¿Por qué no me habéis hablado de él antes? Y los niños respondieron: Creímos que
hubiera sido una falta obrar así, porque es muy pobre, y está reducido a la
mendicidad.
10. Y el juez mandó que le trajesen a Jesús, mas no se lo encontró. Entonces
detuvieron a José, a viva fuerza, y lo hicieron comparecer ante el tribunal. Y el juez lo
interrogó: ¿De dónde eres, anciano, y adónde vas? José respondió: Soy de una
comarca lejana, y recorro este pais como extranjero desterrado. El juez añadió:
¿Dónde está tu hijo? José replicó: ¿Para qué lo quieres? El juez dijo: Tu hijo ha ido a
jugar, llevando consigo a todos los niños de la ciudad, y uno de ellos no ha vuelto.
Dime, pues, donde está tu hijo, y qué se ha hecho de él. José dijo: Cuanto a eso, lo
ignoro. El juez dijo: No te escaparás de mis manos con semejantes excusas, como no
me traigas al niño, muerto o vivo. José dijo: Soy viejo, y ¿cómo podré ir y venir, sin
fatigarme, la jornada entera? El juez dijo: Tal vez lo encuentres en seguida en
cualquier lugar. José dijo: ¡Oh juez, ordena a estos niños que me sigan en esta
pesquisición, pues quizá saben dónde está el pequeño! El juez dijo: Sí, lo haré, pero
los padres del niño también te seguirán. A estas palabras del juez, José lo saludó
profundamente y marchó muy triste a su casa a contar a María lo que había ocurrido.
Y ambos a dos se afligieron en extremo.
11. Y, al día siguiente, muy temprano, José, haciéndose preceder del niño Jesús,
caminó unas doce millas fuera de la ciudad, y ambos encontraron en la llanura al niño,
que había sucumbido al ardor de los rayos solares, como si hubiese sido quemado por
el fuegó. Su cuerpo estaba ennegrecido, sus ropas grasientas, y desunidas sus
articulaciones. Habiendo visto esto, volvieron a la ciudad, e informaron del hecho a
los padres del niño. Y éstos, al marchar al lugar que se les indicó, y ver el estado en
que su hijo se encontraba, lanzaron un grito y golpearon el pecho con piedras. Y,
llorando, envolvieron en un lienzo al difunto, lo incorporaron, y lo condujeron hasta la
puerta de la ciudad. Y todos los habitantes de la ciudad lo acogieron con gran duelo y
se apiadaban de la catástrofe que le había ocurrido. Y, al cabo de una hora, los padres
dijeron al juez: No lo llevaremos a la tumba, antes que hayas hecho perecer en el
suplicio al hijo de ese viejo y condenado a su padre y a su madre a tormentos crueles
y a la muerte. Y el juez dijo: Tenéis razón.
12. Entonces ordenó que Jesús compareciese ante el tribunal y le preguntó: ¿Por qué
has provocado lance tan funesto, y atraído esta desgracia sobre nuestra ciudad? Y
Jesús respondió: ¡Oh juez!, no cometas este acto de iniquidad, que a nadie es lícito
enunciar o conocer. El juez dijo: ¿Qué debo, pues, hacer entre dos derechos
contrarios? Jesús dijo: Sí obras lealmente, tus juicios serán justos. Donde no,
incurrirás en pecado gravísimo. El juez dijo: No me respondas de esa suerte, para
darme una lección ante todo el mundo. Yo no obro de mala fe, sino en justicia. Jesús
dijo: Si procedieses con sinceridad, habrías de antemano hecho tu información
cuidadosamente con arreglo a los testimonios, y después habrías juzgado conforme a
las leyes. El juez dijo: ¿Cómo puedo hacer una información cuidadosa sobre tu
declaración particular de que eres inocente? ¿Quién entonces ha ocasionado caso tan
triste? Jesús dijo: Recibiste el testimonio de los que me imputan una cosa calumniosa,
y no crees en la verdad de mis palabras. Pero muy pronto quedarás confundido. El
juez dijo: Haz lo que quieras.
13. Y Jesús, colocándose frente al muerto, clamé a gran voz: Moni, hijo de Sahuri,
levántate sobre tus pies, abre tus ojos, y di cuál ha sido la causa de tu muerte. Y el
niño se incorporó en seguida. Y sus padres y sus conocidos lanzaron un grito y lo
apretaron contra su corazón, diciéndole: Hijo mío, ¿quién te ha devuelto la vida? Y ¿1
dijo: El pequeño Jesús, el hijo del viejo. Y el juez, los sacerdotes de los ídolos y toda
la multitud del pueblo se prosternaron ante Jesús, e interrogaron al niño, diciéndole:
Hijo mío, ¿quién ha causado tu pérdida?
14. Y el niño repuso: Nadie, pues son inocentes todos. No lo condenéis, que no es
responsable de mi muerte. Yo me había extraviado y, por efecto del hambre y de la
sed, mi alma desfalleció. Cuanto a lo que me sucedió después, todo lo que sé es que
me veis y que os veo. Y Jesús exclamó: Juez inicuo, ¿por qué querías condenarme al
último suplicio injustamente? Y el juez, confundido, no sabía qué contestar. Y el niño
permaneció con vida cerca de tres días, hasta el momento en que, admirados hasta la
estupefacción, pudieron verlo todos los habitantes de la ciudad. Y de nuevo Jesús
ordenó al niño: Duerme ahora, y reposa. Y, en el mismo instante, el niño se entregó
otra vez al sueño. Y, luego de haber hablado y obrado como lo hizo, Jesús desapareció
de la vista de cuantos sus dichos y sus hechos habían presenciado.
 
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astaroth1
view post Posted on 10/2/2016, 04:17




De cómo la Sagrada Familia marchó a la tierra de Canaán.

Travesuras inlantiles de Jesús

XVIII


1. Al despuntar el día, José, con María y con Jesús, marchó a la tierra de
Canaán, deteniéndose en una ciudad que había por nombre Mathiam o Madiam. Y
Jesús tenía entonces seis años y tres meses. Y sucedió que, circulando por la ciudad,
vio, en cierto lugar, un grupo de niños, y se dirigió hacia ellos. Y algunos, al ver que
se acercaba, dijeron: He aquí que llega un niño extranjero. Pongámoslo en fuga. Mas
otros dijeron: ¿Y qué mal puede hacernos, puesto que es un niño como nosotros?
2. Y Jesús fue a sentarse junto a ellos, y les preguntó: ¿Por qué permanecéis en
silencio, y qué os proponéis hacer? Respondieron los niños: Nada. Mas Jesús insistió:
¿Quién de vosotros conoce algún juego? Los niños replicaron: No conocemos
ninguno. Jesús exclamó: Mirad, pues, todos, y ved. Y, tomando barro de la tierra,
amasó con él una figura de gorrión, soplé sobre su cabeza y el pájaro, como animado
por un hálito de vida, echó a volar. Y Jesús dijo: Ea, id y atrapad a ese gorrión. Y
ellos lo contemplaban embaídos y se maravillaban del milagro realizado por Jesús.
3. Y, amasando otra vez polvo del suelo, lo esparció por el aire hacia el cielo. Y el
polvo se trocó en gran cantidad de moscas y de mosquitos, de los que toda la ciudad
quedó llena y que molestaban en extremo a hombres y a animales. Y de nuevo tomó
barro, con el que formé abejas y avispas, que echó sobre los niños, conmoviéndolos y
alarmándolos en grado sumo. Porque aquellos insectos, cayendo sobre la cabeza y
sobre el cuello de los niños, se deslizaban por dentro de su ropa hasta su pecho y los
picaban. Y ellos lloraban y se movían de un lado para otro, dando chillidos. Mas
Jesús, para apaciguarlos, los llamaba con dulce acento y, pasando su mano por las
picaduras, les decía: No lloréis, pues vuestros miembros no sufren ya ningún daño. Y
los niños se callaban. Y los habitantes de la ciudad y de la región, viendo tales
prodigios, se decían los unos a los otros: ¿De dónde nos viene esta invasión de moscas
y de mosquitos, que ha infestado nuestra población? Los niños dijeron: Viene de un
muchacho, hijo de un viejo extranjero de cabellos blancos, que há obrado este
prodigio. Y todos clamaron a una: ¿Dónde está? Los niños dijeron. No lo sabemos.
(Porque Jesús había huido de allí y se había ocultado a sus miradas.) Y los que oían
hablar de todas las obras de Jesús, deseaban verlo y exclamaban: Esto es cosa de Dios
y no de un hombre.
4. Y, a los tres días, ocurrió que Jesús fue a circular secretamente por la ciudad. Y
prestaba oído a los discursos de las gentes, que murmuraban entre sí: ¿Quién ha visto,
en esta ciudad, al hijo de un anciano canoso, de quien todo el mundo atestigua que
hace milagros que nuestros dioses no saben hacer? Otros comentaban: Decís verdad,
pues ese niño sabe hacer todo lo que quiere. Y Jesús, habiendo oído esto, volvió
silenciosamente a su casa y se escondió en ella, para que nadie supiese nada. Empero,
varios días después, Jesús marchó a reunirse con los nenes de su edad, en el sitio en
que estaban. Y, habiéndolo divisado, todos fueron alegremente al encuentro suyo. Y
se prosternaron ante él, diciéndole: Bien venido seas, Jesús, hijo de un anciano
venerable. ¿Por qué has desaparecido, privándonos de tu presencia, durante los
muchos días que no has venido a este lugar? Todos nosotros... (Aquí hay, en el
manuscrito, una laguna, después de la cual el texto vuelve a tomar el hilo de la
narración por el tenor siguiente:)... Y llegaron allí llorando y le hicieron gran duelo.
Y el niño tenía siete años. Y, pasada una hora, los padres del pequeño preguntaron:
¿Dónde está ese muchacho, que ha matado de una pedrada a nuestro hijo? Todos
respondieron: Lo ignoramos. Y los padres, levantando el cadáver, lo llevaron a su
casa. Y fueron a ver al juez de la ciudad, a quien contaron toda la historia. Y el juez
ordenó que se detuviese a los muchachos y que se los trajese a su presencia. Cuando
hubieron llegado, los interrogó, y les dijo: ¡Mozos y niños, grandes y pequeños, que
estáis congregados aquí, en la sala de audiencia, considerad vuestra juventud! No
imagináis que vuestros lloros y vuestras lágrimas me decidirán a absolveros por
escrúpulo de conciencia, o que voy a poneros en libertad, mediante una intercesión o
un regalo, como creéis, sin duda. No habrá nada de ello, sino que os haré desgarrar
muchas veces en tormentos crueles, y perecer de mala muerte. No os hagáis ilusiones
al respecto, diciéndoos unos que sois hijos de familia, y otros hijos de pobre, y
pensando que el juez se apiadará de quien guste. ¡No! Yo os juro por el poder de mis
dioses y por la gloria de mi soberano el Emperador, que todos tantos como seáis,
seréis condenados en este mismo día. Decidme, pues, quién, de entre vosotros, ha
matado a ese niño, ya que todos los que estabais allí, lo conocéis. Ellos contestaron a
una: ¡Oh juez, escúchanos, y advierte que, unos respecto de otros, atestiguamos, bajo
juramento, que somos inocentes! El juez repuso: Os dije ya, y os repito ahora, que os
háblo así, no en tono de amenaza, sino de benevolencia. No encubráis vuestro delito,
si no queréis perecer como ese niño, sin que nada, ni nadie, os sirva de ayuda. Los
muchachos replicaron: ¡Oh juez, te decimos exactamente la verdad, tal como la
conocemos! Y, no pudiendo saber quién es el culpable, ¿por qué, mediante una
mentira, entregaríamos un inocente a la muerte? El juez refrendé: Os hará castigar
severamente, y luego os haré parecer con muerte cruel, si no me descubrís la verdad.
Los muchachos insistieron, repitiendo: Juntos estamos ante ti. Todo lo que nos
mandes decir, y que sepamos, lo diremos. En Vista de esta persistencia en la negativa,
el juez, lleno de cólera, mandó que se los desnudase y se los azotase con correhuelas
crudas. Y el que era el matador del niño, intimidado por el juez, lanzó un grito, y
exclamó: ¡Oh juez!, líbrame de estas ligaduras y te indicará quién es el matador del
niño. El juez ordenó que se lo desligase, y, llamándolo a su vera, con caricias y con
buenas palabras, le dijo: Explícame puntualmente y por orden todo lo que sepas. Y el
muchacho expuso: ¡Escúchame, oh juez! Yo me encontraba allí, separado y alejado de
todos, y vi al pequeño Jesús, el hijo del viejo José el extranjero, que, jugando, hirió
mortalmente a ese niño de una pedrada y huyó, acto seguido. El juez indagó: ¿Y habia
contigo otros, cuando murió el niño, y son testigos de que Jesús es el autor del hecho?
Todos contestaron a una: Sí, él es. El juez dijo: ¿Y por qué no me lo denunciasteis, tan
pronto vinisteis aquí? Los muchachos dijeron: Creíamos que hubiéramos procedido
mal traicionándolo por ser hijo de un pobre extranjero. El juez dijo: ¿Y os parecería
preferible condenar a un inocente en forma legal, a dejar libre al que era digno de
muerte? Seguidamente, hizo arrestar a José, lo interrogó y ordenó emprender
pesquisiciones inútiles para hallar a Jesús. Empero, cuando sometía a José a nuevo
interrogatorio, Jesús entró súbitamente en el tribunal. Muchas palabras de discusión y
muchos altercados pasaron entre Jesús y el magistrado, quien, finalmente, lleno de
furia, mandó llamar a los muchachos y les dijo: Reveladme la verdad de una vez, a fin
de que quede yo bien informado. ¿Sois vosotros los que habéis causado esta muerte, o
es el pequeño Jesús? Ellos dijeron que éste era el causante. Entonces Jesús resucitó al
muerto y lo obligó a designar al verdadero matador, como así lo hizo. Y descubierto
por la misma víctima la realidad del caso, Jesús colmó de reproches al juez. Y el niño
conservé su vida hasta la hora de nona del día, de suerte que todos tuvieron tiempo de
ir a verlo resucitado de entre los muertos. Después, Jesús, tomando la palabra, dijo al
niño: Saul, hijo de Saivur, duerme ahora y descansa, hasta que llegue el juez
universal, que pronunciará un juicio equitativo. Y, pronunciadas estas palabras, el
niño, inclinando la cabeza, quedó dormido. Al ver lo cual, todos los que habían sido
testigos de tamaños prodigios se llenaron de pánico y se dejaron caer como muertos.
Y no se atrevían a mirar a Jesús. En la violencia de su espanto, temblaban ante él y su
sorpresa redoblaba en razón de la tierna edad del taumaturgo. Jesús quiso retirarse,
pero aquellas gentes le imploraban y decían: Vuelve de nuevo la vida al muerto que
has resucitado. Mas Jesús se negó a hacerlo y dijo: Si, desde un principio, hubieseis
creído en mi palabra, y aceptado mi testimonio, poder no me faltaba para acceder al
ruego que ahora me dirigís. Pero, puesto que habéis conspirado para condenarme
injustamente, y os habéis encarnizado y ensañado indignamente contra mí, por medio
de testimonios calumniosos, he resucitado a ese niño, para oponerlo como testigo a
vuestras imputaciones, y así he escapado a la muerte. Y, esto hablado, Jesús
desapareció de su vista. Y sacaron a José de su prisión y lo pusieron en libertad. Y
varias personas que, habiendo ido a buscar a Jesús, no habían conseguido encontrarlo,
suplicaban a José, y le decían: ¿Dónde está tu hijo, para que vaya a resucitar otra vez
al pequeñuelo? Mas José repuso: Lo ignoro. Y, al día siguiente, al amanecer, se
levantó, tomó al niño y a su madre, y, saliendo de la ciudad, se puso en camino. Y
Jesús tenía entonces seis años y once meses. Y llegaron a una aldea llamada Iaiel,
donde habitaron una buena temporada.
5. Y, un día, José y María tuvieron consejo con respecto a Jesús, y dijeron: ¿Qué
haremos con él, puesto que por su causa tenemos que soportar tantas molestias e
inquietudes de las gentes, en todas las poblaciones por que pasamos? Es de temer que
cualquier día se lo aprese a viva fuerza o a escondidas, y que nosotros perezcamos con
él. José dijo: Puesto que me interrogas, ¿has pensado tomar alguna resolución en el
asunto? María dijo: Bien ves que va siendo ya un niño mayor y que, sin embargo,
anda siempre por donde le parece, y no para un momento en casa. Si te parece,
podríamos dedicarlo a la profesión de escriba, para que quede bajo la dependencia de
un maestro, para que se ejercite en toda clase de estudios y en el conocimiento de las
leyes divinas, y para que nosotros vivamos en paz.
6. José dijo: Razón llevas. Cúmplase tu voluntad. María dijo: Si no se fija en parte
alguna para estudiar, siendo ya muy hábil y capaz de comprenderlo todo, no se
someterá a un maestro. José dijo: No temas por él, porque su aspecto está lleno de
misterio, y maravillosas, prodigiosas, sorprendentes son sus obras. Y he aquí por qué
vamos por toda la tierra, como nómadas sin patria, esperando que el señor nos
signifique su voluntad, y satisfaga, en beneficio nuestro el deseo de nuestros
corazones. María observó: Muy ansiosa estoy por lo que a eso respecta, y no sé lo que
sucederá más tarde. José repuso: Más tarde, en la hora de la prueba, el Señor nos
sacará de angustias. No te entristezcas. Y, después de estas palabras confidenciales,
calláronse ambos esposos.
 
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astaroth1
view post Posted on 10/2/2016, 04:53




De cómo la Sagrada Familia volvió a la tierra de Israel y aplicó a Jesús al estudio de las letras

XIX


1. Y José, levantándose, tomó a Jesús y a María y los llevó a tierra de Israel. Y
llegó a una ciudad llamada Bothosoron o Bodosoron, donde había un rey, de raza
hebraica, que tenía por nombre Baresu, y que era hombre piadoso, misericordioso y
caritativo. Y, como José hubiese oído hablar de él con grandes loores, pensó en ir a
verlo y preguntó a los habitantes de la ciudad: ¿Qué carácter es el de vuestro rey? Y
ellos contestaron: Muy bueno. Entonces José fue al palacio real, y declaró su deseo al
portero, a quien dijo: Hombre respetable, quiero pedirte una cosa. El portero repuso:
Habla.
2. Y José expuso: He oído decir que vuestro rey es justo para los súbditos, benéfico
para los pobres y solícito para los extranjeros. Y extranjero soy, por lo cual me sería
muy grato verlo, y escuchar de su boca alguna palabra. El portero indicó: Déjame
unos momentos para anunciarme, entrar y luego introducirte. Porque bien sabes cuál
es el uso y la voluntad de los reyes y de los magistrados. La consigna es prevenirlos
primero y, después, ejecutar sus órdenes. Y el portero, habiéndose anunciado, fue
admitido cerca del rey, y éste mandó que se introdujese a José. El cual fue a
presentarse al monarca e, inclinándose, se prosterné ante él.
3. Y el rey lo recibió, diciéndole: Bien venido seas a esta corte, venerable anciano.
Ten la bondad de tomar asiento. Y José, después de sentarse, se encerró en el silencio,
y nada dijo. Y el rey lo trató con cuidado, ordenando que se les trajese una mesa
ricamente provista, ambos comieron, bebieron y se regocijaron. Y el rey preguntó a
José: ¿De qué país vienes, venerable anciano, y adónde te diriges? José contestó:
Vengo de una tierra lejana. El rey dijo: Te repito mi bienvenida, y te aseguro que haré
en tu obsequio cuanto me pidas. José dijo: Viejo y extranjero, he llegado y me
placería habitar en esta ciudad, en un lugar cualquiera. Poseo alguna habilidad en los
trabajos de carpintería, y lo que fuese necesario en el palacio real lo cumpliría en todo
tiempo. Entonces el rey prohibió que nadie lo molestase por su calidad de extranjero.
4. Y José, levantándose, se prosterné ante el soberano, y le dijo: ¡Oh rey, si en ello no
ves inconveniente, dedica a mi hijo al estudio! He sabido que hay en esta ciudad un
doctor, que educa a los niños, y que está dotado de mucho talento y de mucha
sabiduría. Confíale el cuidado de enseñar a mi hijo las letras, para que se instruya a
fondo en la ciencia de las Escrituras, de la Ley augusta y de los mandamientos de
Dios. El rey dijo: Sí, haré lo que me pides y cumpliré tu deseo. Pero, antes, es
necesario que traigas a tu hijo a mi presencia, para que yo juzgue si se halla
capacitado para abordar el estudio y el aprendizaje de las letras y de la ciencia,
después de lo cual lo entregaré y lo recomendaré a su profesor. Y José dio las gracias,
y fue a llevar la buena nueva a María, a quien hizo un vivo elogio del rey. Pero, en
vez de regocijarse, María se afligió y se espantó. Porque desconfiando de las buenas
intenciones del rey, temía que no hubiese pedido por traición ver al niño, para
reducirlo a esclavitud. Y, llorando, dijo a José: ¿Por qué declaraste al rey la
existencia, el nombre y las buenas cualidades de un hijo tuyo? Mas José replicó: ¡Por
la vida del Señor, no tengas miedo! El rey no me mandó llevarle al niño por felonía,
sino por querer que, bajo sus auspicios, un maestro le dé enseñanza e histrucción.
María dijo: A ti te toca acabar de cerciorarte de ello. Ahora, te entrego a mi hijo y más
tarde te lo reclamaré! José dijo: Llevas razón. María dijo: Si quieres presentar el niño
al rey, llévalo a palacio, conforme a tu gusto. Pero infórmate de antemano de cuanto
toca a la seguridad del niño y sólo entonces debes conducirlo a la presencia del rey.
José dijo: Obraré según tu voluntad. Y, tomando a Jesús, lo llevó ante el rey, que lo
saludó con estas palabras: Bien venido seas, niño, hijo del Padre y descendiente de un
gran rey. Y mandó llamar al doctor supremo, encargado de adoctrinar a los niños, y
que había por nombre Gamaliel. Y, cuando hubo llegado, el rey lo recibió con mucho
afecto, y le dijo: Maestro, quiero que te encargues de enseñar las letras a este niño, y
todo lo necesario para su sustento y demás gastos materiales lo recibirás del real
tesoro. Y Gamaliel preguntó: ¿De quién es este hermoso niño? Respondióle el rey: Es
hijo de un hombre deelevada familia y descendiente de real estirpe, y el viejo que aquí
ves es su tutor. Gamaliel dijo: Hágase tu voluntad. Entonces José, levantándose, se
prosterné, tomó al niño, y volvió con él a su casa, lleno de júbilo. Y contó todo lo
ocurrido a María, y, regocijándose, bendecía al Señor.
 
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astaroth1
view post Posted on 13/2/2016, 02:24




De cómo Jesús fue confiado a Gamaliel para aprender las letras.

Nuevos prodigios realizados por Jesús

XX


1. Y, al día siguiente, José fue con Jesús a casa de Gamaliel. Y, cuando el niño
vio al maestro, se inclinó y se prosternó ante él. Y Gamaliel dijo: Bien venido seas,
planta nueva, fruto suave, racimo florido. Después, preguntó a José: Dime, venerable
anciano: ¿Este hijo es tuyo o de otro? Y José respondió: Dios me lo ha dado por hijo,
no según la carne, sino según el espíritu. Gamaliel interrogó: ¿Cuántos años tiene?
José contestó: Siete. Añadió Gamaliel: ¿Lo has llevado, antes que a mí, a otro
maestro, para instruirlo, o para hacerle aprender alguna otra profesión? Y repuso José:
No lo he llevado a nadie. Gamaliel dijo: Y ahora, ¿qué quieres hacer de él? José dijo:
Por orden del rey y con tu aquiescencia, he venido aquí, atraído por la fama de sabio
que te circunda. Y Gamaliel replicó: Bien venido seas, venerable anciano. Guardo
hacia ti las mayores consideraciones, y siento mi ánimo sobrecogido y confuso, al
conversar contigo, y al hablar en tu presencia. Sin embargo, escúchame y te expondré
la verdad. Cuando miro a tu hijo, veo claramente en la hermosa expresión de sus
rasgos y en la bella semejanza de su imagen, que no necesita estudiar, quiero decir,
que no necesita oír o comprender las lecciones de nadie. Porque está lleno de toda
gracia y de toda ciencia, y el Espíritu Santo habita en él, y no puede de él separarse.
José objetó: Pero ¿qué haré de él, sin la ayuda de un maestro que le enseñe una sola
palabra de escritura? Gamaliel le aconsejó: Dedícalo a un oficio manual, que coincida
con tu interés a una que con su inclinación. Al oír estas palabras, José se amohinó
profundamente, y, con lágrimas en los ojos, cayó a los pies de Gamaliel, y exclamó,
suplicante: ¡Buen maestro, sé paciente con mi hijo, y longánime conmigo! No me
trates como a un extranjero sin patria, y no me desdeñes. Encárgate con benevolencia
de este niño. Todo lo que Dios se digne concederle del don de ciencia, se lo
concederá. Cuanto a mí, te pagaré en cantidad doble el precio de tus desvelos. Y
Gamaliel dijo: ¡Basta! Haré lo que deseas.
2. Entonces el maestro tomó las tablillas que había traído consigo Jesús, y dijo:
Escribiré doce letras, y, si el niño es capaz de ajustarse y ordenarse las demás en la
cabeza, escribiré estas últimas hasta completarlas todas. José dijo: Haz como gustes.
Y el maestro se puso a escribir doce letras. Y Jesús, colocándose ante su maestro,
comenzó a observar primero las particularidades de la escritura, y después las letras.
Cuando el maestro las hubo escrito, entregó las tablillas a Jesús. Y éste, inclinándose,
se prosternó ante él, y recibió de su mano las tablillas.
3. Gamaliel expuso: Escúchame, hijo mío, y lee tal como yo te indique. Y comenzó a
nombrar las letras. Mas Jesús lo hizo observar: Maestro, hablas de tal suerte, que no
entiendo lo que dices. Esa palabra que acabas de pronunciar, me parece un término de
otro idioma, y no lo comprendo. Gamaliel repuso: Es el nombre de la letra. Jesús
objetó: Conozco la letra, pero dame su explicación. Gamaliel replicó: ¿Y qué
interpretación soportaría esta letra por sí misma? Jesús preguntó: ¿Por qué la primera
letra tiene otro aspecto, otra forma y hasta otra figura que las demás? Respondió
Gamaliel: Es para que, merced a esa circunstancia, hable a nuestros ojos, de modo que
la veamos bien, la reconozcamos bien, la discernamos bien, y luego podamos
determinar adecuadamente su sentido. Y Jesús dijo: Hablas con cordura y con acierto,
pero explícarne lo que te pido. Yo sé que toda letra tiene un rango definido, en que se
manifiesta su sentido misterioso, que es único y determinado para cada letra. Y
Gamaliel advirtió: Los antiguos doctores y sabios no han parado su atención en otra
cosa que en la forma de la letra y en su nombre. Jesús dijo: Lo sé perfectamente, y lo
que quisiera que me procurases es la explicación de la letra. El maestro interrogó:
¿Qué quieres significar con esa petición, que no comprendo? El niño contestó a esta
interrogación con otras tres: ¿Qué es la letra? ¿Y qué es la palabra? ¿Y qué es la
frase? Y Gamaliel se humilló, diciendo: Dejo a tu cargo la respuesta, porque yo la
ignoro. Al oír esto, José se indignó en su alma, y dijo a Jesús: Hijo mío, no repliques
asi a tu maestro. Comienza por aprender, después de lo cual, sabrás. Y, hecha esta
recomendación, se fue silenciosamente a su casa, y conté a María lo que había oído
decir, y visto hacer a Jesús. Y ella se entristeció mucho, y le dijo: Ya te advertí de
antemano que no se dejaría instruir por nadie. Mas José la tranquilizó, diciendo: No te
aflijas, que todo ocurrirá como Dios disponga. Y, al salir de casa del maestro, José
había dejado al niño en el mismo lugar que ocupaba. Y Jesús, tomando la tableta, sin
decir nada, se puso a leer, primero las letras, luego las palabras, y finalmente las
frases. Y deposité la tablilla ante Gamaliel, y dijo: Maestro, conozco las letras qué has
escrito. Ahora escribe por su orden las demás letras hasta completarlas todas. Y,
prosternándose ante Gamaliel, tomó otra vez la tablilla, y leyó de la misma manera
primero las letras, luego las palabras, y finalmente las frases. Y nuevamente deposité
la tablilla ante Gamaliel, y dijo: Maestro, ¿has acabado la serie de las letras que habías
comenzado a formar? Gamaliel repuso. Sí, hijo mío. He aquí sus nombres reunidos
ordenada e íntegramente. Y Jesús dijo: Maestro, todo lo que me has escrito, lo he
aprendido y lo sé perfectamente. Ahora, para mi instrucción, escríbeme otra cosa, a
fin de que la aprenda y la sepa. Y Gamaliel replicó: Pero dame antes la interpretación
de las letras, para que la conozca. Respondió Jesús, y dijo: ¿Tú eres maestro en Israel,
y no sabes esto? Respondió Gamaliel, y dijo: Todo lo que sé es lo que he aprendido de
mis padres. Y Jesús expuso: La letra simple significa por sí misma el nombre de Dios.
La palabra que nace de la letra, y que toma cuerpo en ella, es el Verbo encarnado. Y
la frase que se expresa por la letra y por la palabra, es el Espíritu Santo. De suerte que,
en esta Trinidad, la letra simple o Dios engendra la palabra o Verbo, que se incorpora
al Espíritu, el cual, al manifestarse, se afirma en la palabra enunciada.
4. Al oír estas cosas, Gamaliel lo miré, estupefacto ante el saber de que estaba dotado,
y le pregunté: ¿Dónde has adquirido la ciencia que posees? Yo pienso que todos los
dones del Espíritu Santo se han reunido en ti. Mas Jesús repuso: Maestro, vuelvo a
rogarte que me enseñes alguna otra cosa de aquellas que has prometido enseñarme. Y
Gamaliel dijo: Hijo mío, a mí es a quien toca convertirme en discípulo tuyo, pues has
aparecido en medio de nosotros como un prodigio, hasta el punto de que, poco ha, tus
compañeros de enseñanza me han pedido que te restituya a tu hogar, por ser
demasiado sabio para continuar entre ellos. Soy yo, repito, quien vuelve a rogarte que
me des una explicación de la escritura. Y Jesús dijo: Te la daré, mas tú no podrás
comprender este misterio, que está oculto a las intuiciones de la razón humana, hasta
que el Señor, que escruta los pensamientos en todo lugar y en todo tiempo, lo revele a
todos los nacidos, y reparta con profusión los dones del Espíritu Santo. Porque ahora,
por lo poco que has visto de mí, y escuchado de mis palabras, puedes conocerme, y
saber quién soy. Empero más tarde, oyendo hablar de mí, me verás y me conocerás. Y
Gamaliel murmuré entre sí: Verdaderamente, hijo de Dios es éste. Yo creo que es el
Mesías, cuyo advenimiento los profetas han anunciado.
5. Y Gamaliel llamé a José, y le dijo: Venerable anciano, razón tenías al manifestarme
que este niño no era hijo tuyo según la carne, sino según el espíritu. Y José preguntó a
Jesús: ¿Qué haré de ti, puesto que no te sometes al maestro? Respondió Jesús: ¿Por
qué te irritas contra mí? Lo que me ha enseñado lo sabía ya, y a las cuestiones que me
ha planteado no les ha dado solución. José repuso: Te he puesto a instruir, para recibir
lecciones, y para adquirir sabiduría, y resulta que eres tú quien enseña al maestro.
Jesús dijo: Lo que no sabía lo he aprendido, y lo que sé no necesito aprenderlo. Y
Gamaliel exclamé: ¡No hables más, porque me afrentas! Levántate, ve en paz, y que
el Señor te sea próspero.
6. Y Jesús se levantó sin demora, tomó las tablillas, se prosterné ante Gamaliel, y le
dijo: Maestro bueno, otórguete Dios tu recompensa. Y Gamaliel contesté: Ve en paz,
y realice el Señor tus deseos en bien tuyo. Y Jesús marchó a reunirse a su madre, la
cual lo interrogó: Hijo mío, ¿cómo has podido aprenderlo todo, en un solo día? Y
Jesús afirmó: Todo lo he aprendido, en efecto, y el maestro no ha sabido responder
satisfactoriamente a nada de cuanto le propuse.
7. Y José, que estaba muy entristecido por causa de Jesús, consulté a Gamaliel,
preguntándole: Dime, maestro, ¿qué haré de mi hijo? Y Gamaliel repuso: Enséñale
todo lo que concierne a tu oficio de carpintero. Y José fue a su casa, y, viendo a Jesús
sentado con las tablillas en la mano, lo interrogó: ¿Lo has aprendido todo? Jesús
replicó: Todo lo he aprendido, y quisiera ser profesor de niños. Mas José dijo: Como
sé que no quieres estudiar, aprenderás conmigo el oficio de carpintero. Y Jesús dijo:
Lo aprenderé también.
8. Y José había empezado a fabricar para el rey un trono magníficamente esculpido. Y
una de las gradas era muy corta, y no podía unirse proporcionalmente a la otra grada.
Y Jesús preguntó: ¿Cómo piensas arreglar esto? Y José dijo: ¿Qué te importa este
asunto? Toma el hacha, corta esta grada perpendicularmente, de arriba abajo, y
encuádrala regularmente en sus cuatro ángulos. Jesús observó: Sí, haré lo que me
mandes. Pero explícame lo que quieres hacer de esta madera que pules con tanto arte
por medio de cuerda, de compás y de medida. José replicó: Tres veces ya me has
interrogado sobre este trabajo, que no puedes conocer y comprender. Jesús insinuó:
Precisamente por ello, te interrogo y me informo, a fin de saber la verdad. Y José
explicó: Quiero construir un trono real para el soberano, y la madera de una de las
gradas resulta insuficiente. Jesús dijo: Házmela ver. Dijo José: Es este trozo de
madera que ves ante ti. Pregunté Jesús: ¿Cuántos palmos tiene de largo? José
contesté: Uno de los lados debe tener doce palmos, y el otro lo mismo. Y Jesús torné a
preguntar: ¿Y cuál es la longitud de esta pieza? José contesté: Quince palmos. Y Jesús
dijo: Está bien. Ve en silencio a ocuparte en tu obra, y no temas nada. Y, tomando el
hacha, Jesús partió en tres la madera que medía quince palmos. Y, cortándola por la
mitad, la dividió en dos troncos, puso el hierro sobre la madera, y se sentó. Y
sobrevino .María, y le dijo: Hijo mío, ¿has terminado la obra que comenzaste? Y
Jesús no sin indignación, repuso: Sí, la terminé. Mas ¿por qué me forzáis a aprender
todo género de labores? Verdaderamente, ¿necesito yo aprender nada? Y a ti, ¿qué
cuidado te aprieta a ocuparte de mí a costa de tanta agitación e inquietud? Y, después
de hablar así, Jesús se calló.
9. Y llegó José, y, viendo la madera dividida en dos partes, exclamó: Hijo mío, ¿qué
estropicio es éste, que tan grave perjuicio me causa? Jesús replicó: ¿Quieres decirme
qué he hecho que te perjudique? José repuso: Una de las dos maderas es demasiado
pequeña, y la otra demasiado grande. ¿Por qué las has cortado de tal modo que no se
adapten apropiadamente en sus dos lados? Y Jesús dijo: Las he cortado de ese modo
para que queden simétricas. Dijo José: ¿Cómo puede ser eso? Mas Jesús dijo: No te
disgustes. Agarra las piezas por sus dos lados, mide separadamente cada una de ellas,
y entonces comprenderás. Y José, tomando una de las dos piezas de madera, la midió,
y era doce palmos de larga. Luego, midió la otra pieza, y comprobó que daba la
misma longitud. Y la madera no era corta, en verdad, pero, en vez de quince palmos,
tenía veinticuatro, divididos en dos piezas de doce pies. Tal fue el milagro que Jesús
realizó delante de María y de José y en seguida, saliendo presuroso de la casa, fue a
juntarse con los niños de la población, en el lugar en que se encontraban reunidos. A
su vista, todos se acercaron alegremente a su encuentro. Y, puestos ante él de hinojos,
lo interrogaron, diciendo: ¿Qué haremos hoy, Jesusito? Y éste contestó: Si me
escucháis, y si os sometéis a mis órdenes, ejecutad exactamente cuanto os mande. Y
ellos clamaron a una: Sí, todos te somos afectos, y estamos sometidos a tu voluntad,
en todo lo que te plazca. Y Jesús les habló así: No violentáis a nadie, no devolváis mal
por mal, sed caritativos, y conducíos entre vosotros como amigos y como hermanos.
Y entonces yo también viviré entre vosotros con un corazón siempre ptesto a serviros.
Y los niños le besaban y le abrazaban con júbilo. Y había allí un muchacho de doce
años, que, a consecuencia de violentísimos males de cabeza, había perdido la luz de
sus ojos, y no podía andar con soltura, a menos que alguien lo guiase, llevándolo por
la mano. Y Jesús se apiadé de él, y, poniéndole la mano sobre la cabeza, le soplé en
un oído. Y, en el mismo momento, se abrieron los ojos del niño, que recobró su visión
normal. Y los muchachos que a tal milagro asistieron, lanzaron un grito, y marcharon
a la ciudad a contar el prodigio insigne de un ciego a quien había devuelto la vista
Jesús. Y multitud de gentes acudieron de la ciudad a verlo, mas no lo encontraron.
Porque Jesús había desaparecido, y se escondió, para no ser notado del público.
10. Algunos días después, José llevó al rey, ante quien se prosternó, el trono que había
construido. Y el rey lo vio, y quedó regocijado y satisfecho. Y ordenó que se diesen a
José, en abundancia, los recursos necesarios a su subsistencia. Y, recibiéndolos, José
marchó jubiloso a su casa.
11. Un día, el rey invitó a José a un banquete, al cual asistieron también príncipes del
más alto rango. Y comieron, bebieron y se regocijaron todos en la mayor medida. Y el
rey dijo a José: Anciano, voy a hacerte una petición, para que la ejecutes. José dijo:
Ordena, señor. Y el rey dijo: Quiero que me construyas un palacio espléndido, con un
salón muy elevado y de puertas a dos batientes. Le darás las mismas dimensiones a lo
largo que a lo ancho; pondrás, alrededor, lámparas y asientos; lo adornarás con
formas, contornos, figuras y dibujos elegantemente esculpidos; representarás, sobre
los capiteles, toda especie de animales; con el escoplo pulirás las superficies, y con el
cincel formarás ornamentos entrelazados; lo harás accesible por una escalera
sólidamente enclavijada; derrocharás todos los recursos del arte decorativo; emplearás
profusión de maderas macizas de todas clases; y, por encima, colocarás una cúpula
cimbrada, que establecerás sobre el plano de un templo, lo que sabes hacer a
maravilla. Y por tu trabajo, te daré el doble de lo que necesitas para tu subsistencia.
José dijo: Sí, rey, ejecutaré tus órdenes. Pero manda que me traigan maderas
incorruptibles, para que las examine. Y el rey dijo: Se hará como quieres.
12. Y el rey, con los príncipes de alto rango y con José, se dirigió a un sitio pintoresco,
en que había hermosas praderas, numerosas fuentes, un estanque en forma de
anfiteatro y una elevada colina al borde del agua. Y el rey ordenó a José que midiese
el emplazamiento. Y José lo midió a lo largo y a lo ancho, como el rey le había
mandado, y se puso a construir.
13. Mas, cuando quiso rematar la labor de la cúpula, hallé que una pieza de madera no
se ajustaba a ella, por ser demasiado corta. Y José, contrariado, no sabía qué hacer. Y,
en aquel instante, el rey sobrevino, y, advirtiendo la turbación de José, le preguntó:
¿Por qué estás preocupado y sin trabajar? Respondiéle José: He laborado en este
maderamen con gran esfuerzo, y salió fallida mi obra. Y el rey dijo: Mandaré que te
traigan madera más larga.
14. Y, estando en esta conversación, he aquí que se les acercó Jesús, el cual,
inclinándose, se prosterné ante el rey, que le dijo: Bien venido seas, hermoso niño,
hijo único de tu padre. Y Jesús preguntó: ¿Por qué estáis aquí tristemente sentados,
desocupados y silenciosos? Y el monarca repuso: Todo está acabado, como ves, y, sin
embargo, falta algo. Jesús dijo: ¿De qué se trata? El rey dijo: Mira esta madera
esculpida, y comprobarás que es demasiado corta, y que no encaja en la otra bien. Y
Jesús dijo a José: Toma el extremo de esta madera, y tenlo fuertemente asido. El rey,
fijando su mirada en Jesús, lo interrogó: ¿Qué vas a hacer? Y Jesús, tomando el otro
extremo de la madera, dijo a José: Tira en línea recta, para que no se note que esta
madera es demasiado corta. Y los allí presentes creyeron que el niño bromeaba. Mas
José tuvo fe en la voluntad de Jesús, y, extendiendo la mano, se apoderé de la madera,
y ésta se alargó en tres palmos.
15. Y, cuando el rey vio el prodigio que había hecho Jesús, temió a éste, se prosterné
ante él, y lo abrazó. Y lo cubrió con un vestido real, le ciñó la cabeza con una
diadema, y lo envié a su madre. Y José terminó todo el trabajo de la construcción. Y
el rey, a quien contento en extremo, gratificó a José con mucho oro y con mucha
plata, y lo remitió a su casa lleno de alegría.
16. Cuanto a Jesús, andaba siempre yendo y viniendo por los lugares que frecuentaban
sus amigos infantiles. Y éstos lo saludaban con mucho afecto, y se apresuraban a
cumplir cuanto él les mandaba.
17. Y, un día, Jesús, que había salido de su casa, recorría la ciudad silenciosamente y a
escondidas, para que nadie lo viese. Y he aquí que un muchachuelo, que lo divisé y lo
reconoció, lo sorprendió por la espalda, y agarrándolo, y zarandeándolo, se puso a
gritar: Mirad todos, y ved al niño Jesús, al hijo del viejo, al que hace tantos milagros y
tantos prodigios. Inmediatamente fue asaltado por el demonio, y cayó sin sentido al
suelo. Y Jesús desapareció, y él se vio tan maltratado por los malos espíritus, que
yació en tierra como muerto, durante tres horas. Y sobrevinieron sus padres, llenos de
susto y deshechos en lágrimas. Y lo levantaron, y discurrieron por toda la población
en busca de Jesús, mas no lo hallaron. Entonces fueron, llorando, al encuentro del
viejo José, para rogarle que Jesús librase a su hijo de los malos espíritus. Y, cuando
Jesús conoció su pensamiento, y supo que el niño clamaba también por su propio
alivio, se presenté a éste aquel mismo día, de súbito. Y el niño, cayendo a los pies de
Jesús, le pidió el perdón de sus faltas. Y Jesús le puso la mano sobre la cabeza y lo
curó.
18. Y, días más tarde, Jesús, saliendo, se fue, como solía, al lugar en que los niños se
reunían para jugar. Y, al verlo, todos lo acogieron con mucha alegría, y lo recibieron
con gran honor. Jesús les preguntó: ¿Qué habéis deliberado y decidido que hagamos
hoy? Respondieron los niños: Pondremos como jefes nuestros a ti y a Zenón, el hijo
del rey. Nos dividiremos en dos campos, y uno de los bandos será tuyo, y del hijo del
rey el otro. E iremos a jugar a la pelota, y veremos cuál de los dos equipos triunfa en
la contienda. Jesús dijo: Bien pensado. Y todos, de una y de otra parte, se pusieron de
común acuerdo.
19. Y, en aquel paraje, había una vieja torre muy grande y de muros muy elevados,
delante de la cual se citaban siempre los niños de la ciudad para verificar sus juegos.
Y Jesús dijo a Zenón: ¿Qué te propones hacer ahora? Lo dejo a tu albedrío. Zenón
repuso: Dividámonos, de nuevo, y de común acuerdo, menores y mozalbetes, en dos
campos, y luego iremos juntos a jugar a la pelota. Jesús dijo: Haz como gustes. Y
Zenón, congregando a sus compañeros, los repartió en dos grupos, que avanzaron
para lanzar la pelota. Y Zenón, que tenía el primer turno. lanzó la pelota con tal brío,
que, remontándola a enorme altura, la hizo caer sobre la torre, a la que era muy difícil
subir y bajar. Mas, queriendo recuperar la pelota, emprendió el penoso ascenso, y
Saul, hijo del aristócrata Zacarías, se lanzó en pos suyo. Y, tomando la cesta del juego
con sus dos manos, le asestó por detrás un golpe en la nuca. Y Zenón cayó a tierra,
desde todo lo alto de la torre, y murió. Y Zacarías escapó con todos los muchachos
que había allí, y Jesús se ocultó a sus miradas, y desapareció también.
20. Entonces, un gran clamor se elevé en la ciudad, y por todas partes se propalaba que
los niños habían matado al hijo del rey, que con ellos jugaba. Al oír esto, todos los
habitantes se reunieron, y se dirigieron a la torre. Y el rey, los príncipes, los grandes,
los jefes, los dignatarios, los oficiales del ejército, el ejército entero, los parientes, los
amigos, los esclavos, los siervos, hombres, mujeres, íntimos, familiares y extranjeros,
todos los que sabían la noticia, se apresuraron a ir a la torre, llorando y dándose
golpes de pecho. Y, con gran duelo, se lamentaban sobre el niño, que tenía nueve años
y tres meses.
21. Después de pasar tres horas en llantos y en gemidos, el rey y su séquito abrieron
una información, y se interrogaban los unos a los otros, a fin de saber quién había
cometido el criminal atentado. Y todos dijeron a una: Nadie sabe lo que ha ocurrido
más que los niños que en este sitio se hallaban jugando. Entonces el rey ordené que se
levantase el cadáver de su hijo, y que se lo llevase al palacio. Y mandó juntar a todos
los niños de la ciudad, desde el mayor hasta el menor, y los llevaron a su presencia.
Cuando hubieron llegado, el rey comenzó por dirigirles palabras bondadosas, y les
dijo: Hijos míos, declarad quién de entre vosotros ha causado esta desgracia. Sé que
no habéis obrado adrede, y que esto ha ocurrido muy a vuestro pesar, y quizá sin
vuestra noticia: Los niños respondieron unánimes: ¡Oh rey, la razón te asiste! Pero
¿quién de entre nosotros hubiera osado cometer esa acción homicida de matar al hijo
del rey, entregándose él mismo a la perdici.ón y a una muerte inevitable? El rey
repuso: Os dije que escucharíais de mí frases benévolas. Pero ahora os repito que
procuréis no exasperarme, y no encender en mi corazón la furia. Por el momento nada
tenéis que temer. Pero descubridme la verdad. ¿Quién es el autor del golpe que ha
hecho perecer a mi hijo con una muerte cruel y prematura? Si alguno me lo
manifiesta, lo haré compañero de mi trono, lo asociaré a mi grandeza, y a sus padres
les daré poder y rango. Los niños dijeron: ¡Oh rey, justo es tu mandato! Pero a la
pregunta que nos haces, contestamos, con toda veracidad, que ignoramos cuál de
nosotros es el autor del hecho. No tenéis más que dos salidas ante vosotros, y, si
espontáneamente preferís la vida a la muerte, evitaréis perder la primera en vuestra
tierna edad. Temed los tormentos y las sevicias que estoy decidido a ejercer sobre
vosotros y sobre vuestros padres. Descubridme la verdad sin ambages, y así
escaparéis a una muerte cierta. Y ellos contestaron: Henos aquí delante de ti. Lo que
hayas de hacer, hazlo presto.
22. Entonces el rey hizo que se llevase a los niños a la puerta del palacio, y que se
colocasen entre ellos cantidades muy crecidas de oro y de plata. Y ordené al jefe de
los verdugos que agarrase una espada de acero, y que la hiciese brillar sobre la cabeza
de los niños que se acer casen a tomar su parte del tesoro. Y, luego que todos los
niños, uno a uno, fueron recogiendo su parte valientemente, y se retiraron sin miedo
alguno, se aproximó el matador del hijo del rey. Y, cuando vio relucir la espada en la
mano del verdugo, le entró repentino temor y temblor. Y, en el espanto que el arma le
producía, no pudiendo sostenerse ya sobre sus piernas, cayó al suelo de bruces. Y le
preguntaron: ¿Por qué temes y tiemblas? El niño repuso: Dejadme un instante, para
que me recobre, y recupere mis ánimos. Consintieron en ello, y lo interrogaron de
nuevo: ¿Te causa pavor la vista de esta espada? Y él asintió, diciendo: Sí, me
atemoriza mucho que me hagáis morir. Y el monarca indicó al verdugo: Mete tu
espada en la vaina, para no provocar pánico en el niño. Y éste después de un intervalo
de una hora, se levanté, y dijo: ¡Oh rey!, yo sabía quién es el asesino de tu hijo, pero
sentía escrúpulo de darte su nombre. El rey replicó: Dámelo, hijo mío, que vale más
que perezca el que es digno de muerte que no un inocente. Y el niño dijo: ¡Oh rey, tu
hijo ha sido muerto por el niño Jesús, el hijo del viejo! El rey, que tal oyó, quedó
estupefacto, y mandó que se requiriese a Jesús, y que se lo intimase a comparecer ante
él. Mas no se encontré a Jesús, sino sólo a José, a quien se detuvo, y se lo llevé al
tribunal. Y, habiéndose inclinado, y prosternado delante del rey, éste le dijo: ¡Bien me
has tratado hoy, anciano, en pago de los beneficios que te he hecho! ¡Por duplicado
acabas de pagarme mi benévola acogida! José repuso: ¡Oh rey, te ruego que no creas
en toda vana palabra que a tus oídos llegue! No te irrites contrá mí, a pesar de mi
inocencia, ni a la ligera y temerariamente me juzgues, pues no soy responsable de la
sangre de tu hijo. El rey replicó: Ya conocía yo tu espíritu de independencia y el
natural indómito del niño Jesús. Viniste aquí a tomar órdenes de acuerdo con tus
preparativos, y yo ejecuté cuanto fue de tu gusto. José suplicó de nuevo: Te repito, oh
rey, que no des crédito a mentirosas especies, ni me hagas reproches sin testigos en su
apoyo, porque no entiendo nada de lo que me hablas. El rey cortó el diálogo
exclamando: ¿Dónde está tu hijo, para que yo lo vea? José juró, diciendo: Por la vida
del Señor, ignoro dónde está mi hijo. Y el rey exclamó: ¡Muy bien! ¡Primero se
comete el homicidio, y después se busca la impunidad en la fuga! Y ordené que se
guardase estrechamente a José, y dijo a los suyos: Id a recorrer toda la ciudad, hasta
que encontréis al niño Jesús; arrestadlo, y conducidlo aquí bien custodiado. Y
discurrieron por todas las calles y por todas las afueras de la población, en busca de
Jesús, mas no lo hallaron, y volvieron a comunicar al rey el resultado negativo de su
pesquisición. Y el rey dijo a sus grandes: ¿Qué haremos de ese viejo? Porque ha
facilitado la huida de la madre y del hijo, y no se da con el paradero de este último.
Los príncipes manifestaron: Manda que ante nosotros comparezca el viejo, y
sometámoslo a otro interrogatorio, puesto que él sabe dónde están el hijo y su madre.
Y el rey dijo: Tenéis razón. No llevaré a mí la tumba, ni probaré bocado, ni beberé, ni
dormiré, antes de que la sangre de ese niño no haya compensado la del mío.
23. Y, cuando hablaba de esta suerte, y deliberaba con respecto a José, preguntándose
a sí mismo con qué género de muerte lo haría perecer, he aquí que el mismo Jesús en
persona vino a presentársele, e, inclinándose, se prosternó ante él. Y el rey clamó,
furioso: A tiempo llegas, niño Jesús, verdugo y matador de mi hijo. Mas Jesús repuso:
¿Por qué, oh rey, estás tan enojado? ¿Por qué tu corazón parece henchido de
turbación, de cólera y de furia? ¿Por qué me muestras un semblante tan
descompuesto? No emplees conmigo un lenguaje tan injusto: que no es digno de
reyes, y de monarcas poderosos, condenar a alguien sin testigos de cargo. El rey
replicó: Si te declaro digno de muerte, es sobre la fe de numerosos testigos. Jesús
opuso: No basta. Ante todo, infórmate, interroga, razona, y luego juzga en verdad y en
derecho. Y, si soy digno de muerte, haz lo que los jueces con poder legítimo hacen en
estos casos. Pero el rey contestó: No nos aturdas con vanos discursos, y dinos
claramente lo que ha causado la pérdida de mi hijo. Jesús redarguyó: Si crees en mi
palabra, y, si aceptas el testimonio que enuncio, sabe que soy inocente de ese hecho.
Pero, si quieres condenarme ligeramente y con temeridad, llama a tu testigo, y ponlo
en mi presencia, para que yo lo vea. El rey dijo: Tienes razón. Y, acto seguido, hizo
comparecer al matador de su hijo, a quien pregunté: Niño, ¿depones contra Jesús? El
culpable respondió: Sí, depongo formalmente contra él. Escúchame y te lo revelaré
todo. Pero permíteme hablar ante ti libremente. El rey dijo: Habla: Y el culpable se
enfrentó con Jesús, diciéndole: ¿No te vi ayer en el juego de pelota? Tú tenías la cesta
en la mano; tú subiste con Zenón a lo alto del muro, para recoger la pelota; tú le
descargaste a dos manos un golpe por detrás de la nuca; tú lo mataste, precipitándolo
a tierra; y tú huiste de allí en seguida. Jesús repuso: Está bien. Y, al oír esto, el rey,
1os príncipes, los grandes, que estaban con él, y todo el resto de la multitud popular,
dijeron: ¿Qué tienes que responder a esta acusación? Contestando a la pregunta con
otra, Jesús dijo: Y, en vuestra ley, ¿qué hay escrito a este propósito? Y todos clamaron
a una: En nuestra ley está escrito: El que derramare sangre de hombre, por el hombre
su sangre será derramada. Y Jesús asintió, diciendo: Tenés razon.
24. Entonces el rey dijo: Indica cómo debo tratarte y con qué género de muerte te haré
perecer. Y Jesús dijo Siendo, como eres, juez de todos, ¿por qué me pides eso a mí?
El rey contestó: Sí, lo sé muy bien, puesto que puedo hacer lo que me plazca. Mas yo
exijo que se me descubra la verdad, para juzgar con rectitud, a fin de no ser yo mismo
juzgado. Jesús insinuó: Si quieres interrogarme sobre el hecho, dentro de las formas
legales, emitirás un juicio inicuo, sin saberlo. El rey exclamó: ¿Cómo así? Jesús dijo:
¿Ignoras que todo hombre que ha perpetrado un crimen jura en falso, por temor a la
muerte? Y los que, bajo juramento, atestiguan y deponen los unos por los otros, saben
muy bien quién es el culpable. El rey arguyó: Si el culpable no eres tú, ¿por qué
respondes siempre con un aluvión de palabras, declarándote inocente, y desmintiendo
a los demás? Y Jesús declaré: Yo también sé algo acerca de la causa de este crimen.
Pero todo el que ha cometido una maldad, se apresura a protestar de que no es digno
de muerte. Y el rey replicó: No entiendo lo que dices. Si quieres que crea en la verdad
de tus palabras, preséntame un testigo que responda de ti, y serás absuelto. Y Jesús
observó: ¡Si ellos hablasen con sinceridad! Ninguno de ellos ignora y cualquiera
puede, por ende, atestiguar, que soy inocente. El rey repuso: A ellos, y no a ti,
corresponde rendir ese testimonio. Jesús replicó: Su testimonio es falso y perjuro,
porque son amigos los unos de los otros, y yo soy un extranjero transeúnte y
desconocido en la ciudad. ¿Dónde hallaré el amigo benévolo que examine mi causa
con equidad, y que piense en hacerme justicia?
25. Y el rey dijo: Me atacas y contradices sin descanso, cabalmente en momentos de
tribulación, en que no puedo más que llorar, lamentarme y darme golpes de pecho.
Respondió Jesús: ¿Y qué quieres que haga? Heme aquí traicionado por numerosos
testigos, y puesto en tus manos. Haz lo que hayas resuelto hacer de mí. El rey dijo:
¿Por qué sigues enfrentado conmigo? Yo sólo te pido que me expliques la exacta
verdad, y sólo quiero oír de tu boca la razón de que me hayas devuelto con tamaño
mal la benevolencia que usé contigo. Y Jesús dijo: Si te decides a abrir una
información seria, y enterarte a fondo de las cosas, tu juicio será verdaderamente
justo. Mas el rey interrumpió: ¿De quién es el juicio justo? ¿Del que tiene un
testimonio en su apoyo o del que no lo tiene? Respondió Jesús: Del que tiene un
testimonio sincero, y sobre él juzga. Y el rey observó: Y cuando alguien depone en
favor suyo, ¿puede juzgárselo, sí o no? Jesús dijo: No. Y el rey añadió: Entonces, ¿por
qué, deponiendo en tu propia causa, pretendes ser inocente? Jesús replicó: ¡Oh rey, si
reclamas de mí un testimonio, opónme otro de la parte adversa, único modo de que se
compruebe quién es el bueno, y quién el perverso! El rey contradijo, diciendo: La ley
ordena a los jueces no juzgar a nadie más que sobre testimonio. Trae aquí tu testigo,
como todos hacen, y te creeré. Y Gamaliel, que estaba presente allí, tomé la palabra, y
exclamé: ¡Oh rey, te suplico que me escuches! En verdad, este niño es inocente. No lo
condenes por las apariencias, con menosprecio de la justicia.
26. Y toda la multitud clamé a gran voz: Ha sido discípulo tuyo. He aquí por qué
hablas de él en esos términos. Y de nuevo el rey dijo a Jesús: ¿Qué sentencia debo
pronunciar contra ti con justicia? ¿A qué suplicios te entregaré? ¿Con qué muerte te
haré perecer? Jesús contestó: ¿Por qué quieres intimidarme con semejantes amenazas?
¿Qué te propones, repitiéndome siempre lo mismo? ¿Y qué he de alegar en descargo
de mi persona? Si me juzgas conforme al uso legal, quedarás exento de toda falta.
Pero, si me entregas a la muerte de un modo arbitrario y tiránico, sin curarte de los
procedimientos de derecho, caerá sobre ti el terrible juicio de Dios. Y el rey dijo:
Varias veces te he perdonado con paciencia. Pero tú no sientes ningún temor de mí, ni
te espantan en modo alguno mis amenazas, ni te haces cargo de la inmensa tristeza
que me abruma. Respóndeme dándome un testimonio y escaparas a la muerte. Jesús le
respondió: Dime lo que debo hacer, y lo haré. El rey repuso: Ahora me apiado de ti,
considerando tu tierna edad, y me inspiras respeto, porque eres hijo de una gran
familia. Pero, de otra parte, no puedo soportar el dolor de la desgracia recaída sobre
mi hijo. Descúbreme, pues, al verdadero culpable, seas tú o sea otro. Y Jesús contestó:
Me he esforzado en vano en convencerte, puesto que no has dado crédito a mis
palabras. Y, aunque sé quién es el que merece la muerte, me he limitado a dar
testimonio de mí mismo, con exclusión de testimonio ajeno. Mas, ya que tanto insistes
en que te presente un testigo, voy a presentártelo. Llévame a la habitación en que yace
tu hijo.
27. Y, una vez ante el cadáver, Jesús clamé a gran voz: Zenón, abre los ojos, y ve cuál
es el niño que te ha matado. Y súbitamente, como si hubiese sido sacado de su sueño,
Zenón se despertó e incorporé. Y, con una mirada circular, contemplaba a todo el
mundo, y se admiraba de la multitud de pueblo, que se hallaba allí. A cuya vista,
todos, padres y parientes, hombres y mujeres, grandes y chicos, lanzaron un grito, y,
con lágrimas y transportes de júbilo, lo abrazaban y lo besaban, preguntándole: Hijo,
¿qué te ha sucedido, y cómo te encuentras? El niño respondió: Me encuentro bien. Y
Jesús, a su vez, lo interrogó en esta guisa: Dinos quién ha causado tu muerte violenta.
Zenón respondió: Señor, no eres tú el responsable de mi sangre, sino Apión, el hijo
del noble Zacarías. Él fue quien, con su cesta, me asestó un golpe por detrás, y me
hizo caer a tierra desde aquella altura. Al oír esto, el rey y toda la multitud del pueblo,
fueron agitados por un vivo terror, y todos, llenos de miedo hacia Jesús, estaban
espantados, y decían: Bendito sea el Señor Dios de Israel, que obra con los hombres
según sus méritos y su derecho, y que procede como juez justo. En verdad, este nino
es Dios o su enviado. Y Jesús dijo al monarca: Detestable rey de Israel, ¿crees ahora
sobre mi palabra que soy inocente? Ya ves cómo me he procurado a mí mismo el
testimonio de que no soy responsable de la sangre de tu hijo, lo que te parecía una
mentira de mi parte. ¡Ah, mira a tu hijo, vuelto a la vida, sirviéndome de testigo, y
cubriéndote de confusión! Sin embargo, yo te había prevenido, y repetido una y otra
vez la advertencia de que abrieses los ojos, que no te dejases engañar por falsos
discursos, y que no creyeses en muchachos indignos de fe. No me escuchaste, y ahora,
tú y todos tus conciudadanos, lamentáis no haber sacado partido alguno de mi auxilio
testifical. Y Gamaliel intervino, para decir lo mismo que Jesús, y para echar en cara al
rey que no hubiese creído en sus palabras.
28. Y el hijo del rey permaneció con vida el día entero. Y, sentado en medio de
aquellos personajes, conversaba con los grandes y con los príncipes y les contaba
alguna visión sorprendente u otras maravillas prodigiosas. Todos, desde el más grande
hasta el más chico, fueron a prosternarse ante el hijo del rey, y a ofrecerle sus
servicios, hasta la hora en que, finada la tarde, cubrió la noche la tierra con sus
sombras. Entonces Jesús interpelando de nuevo al resucitado, le dijo: Zenón, hijo del
rey Baresu, vuelve a tu lecho, duerme y reposa, hasta el advenimiento del juez justo.
Y, apenas Jesús hubo así hablado, Zenón se levantó de su asiento, se acosté en su
cama, y quedé otra vez dormido. Y toda la multitud de gentes que vieron el milagro
operado por Jesús, presa de temor y de espanto, cayó al suelo, y todos permanecieron,
durante una hora, sin respiración y como muertos. Después, levantándose, cayeron
todos a los pies de Jesús, y, entre lágrimas, le rogaban que devolviese de nuevo la
vida al resucitado. Mas Jesús exclamó: Rey, el mismo caso que tú hiciste de mis
palabras dulces y benévolas, haré yo de tus intercesiones suplicantes y egoístas.
Porque, en esta ciudad, nadie ha pronunciado una sola frase en mi favor, antes al
contrario, todos se han concitado y reunido contra mí, y me han condenado a la última
pena. Pero yo bien te previne, advirtiéndote que mirases lo que hacías, y que más
tarde te arrepentirías, y no ganarías nada. Y el rey dijo: ¿Cómo hubiera podido
reconocer en ti a un Dios encarnado y aparecido sobre la tierra, para mandar en la
vida y en la muerte como dueño soberano? Y Jesús dijo: No es por tu causa, ni por mi
propia vanagloria, por lo que he devuelto a tu hijo la existencia, sino como respuesta a
todas las vejaciones y a todos los ultrajes que de ti he recibido. Mas el rey imploró
otra vez: Escucha mi plegaria y la de toda la multitud de mi pueblo, y haz que Zenón
de nuevo resucite. Jesús repuso: No temo a nadie, ni jamás inferí mal a hombre
alguno. Y no efectué el milagro en concepto de beneficio, sino para procurarme un
testimonio que te diese a conocer e identificase al matador de tu hijo. El rey insistió,
lloroso: No te encolerices contra mí, y no devuelvas con un mal el que yo te causé.
Jesús contestó: Tus ruegos son inútiles. Si hubieses atendido a mis palabras, yo tenía
el poder de hacer este milagro en favor tuyo, y en consideración a la bondad que
habías usado conmigo. Empero tú olvidaste, y no tomaste en cuenta el prodigio que
ante ti realicé, cuando la construcción de tu palacio, aumentando una pieza de madera
en la medida que faltaba. Así, pues, no te soy deudor de gratitud alguna, puesto que
no has creído en mí, y has anulado, con una manifestación de hostilidad, toda la
benevolencia espontánea y todos los obsequios amistosos con que me habías
gratificado anteriormente. Y el rey dijo todavía: Óyeme, Jesús. En el exceso de mi
turbación y de mi duelo, no era verdaderamente capaz de prever nada. Completamente
aturdido y enloquecido, en fuerza de llorar y a causa del tumulto, perdí la cabeza y el
recuerdo de todo. Mas Jesús respondió, diciendo: Que yo hubiese producido la
pérdida de tu hijo, nadie de la ciudad lo había visto, y nadie podía atestiguar, por
tanto, que yo merecía la muerte. Y, aunque efectivamente hubiera causado la pérdida
de tu hijo, tampoco lo habría visto nadie. Pero todos sabían quién era el matador, y no
lo han denunciado hasta el momento en que, resucitando al muerto, a todos los he
confundido. Y, habiendo así hablado, Jesús salió vivamente de entre la multitud, y se
ocultó a las miradas de los asistentes.
29. Y José fue sacado de la prisión, y puesto en libertad. Y varias personas fueron en
busca de Jesús, y no lo encontraron. Y se interrogaban los unos a los otros, y decían:
¿Quién ha visto al niño Jesús, el hijo de José? Lo buscamos, para que venga a
resucitar al hijo del rey. Y recorrieron todas las afueras de la ciudad, sin encontrarlo.
Y muchos creyeron en su nombre, y decían: Un gran profeta se ha levantado entre
nosotros. Y el rey, todos los príncipes y los habitantes de la ciudad redoblaron su
duelo sobre el niño fenecido, y se afligieron aún más, después de la partida de Jesús.
30. Y el viejo José y su esposa María desconfiaban del rey y de su ejército, que podían
detenerlos a viva fuerza, y encarcelarlos. Y, aquella misma noche, salieron de su casa,
y huyeron de la ciudad, a escondidas y sin que nadie supiese nada. Al despuntar el
día, sin dejar de caminar, buscaban con la mirada al niño. Y aconteció que, yendo
hablando entre sí, y preguntándose el uno al otro, el mismo Jesús se llegó, e iba con
ellos juntamente y en silencio. Y, reconociéndolo, su madre le dijo, entre lágrimas:
Hijo mío, bien ves las pruebas que pasamos, cómo nos has puesto en mortal peligro, y
cómo tu inocencia te ha salvado. ¡Cuántas veces no te encarecí que no te reunieses
con desconocidos, ni con gentes de otra nacionalidad, que no saben quién eres! Jesús
repuso: No te aflijas, madre, porque cuando os persiguieren en una ciudad, huiréis a
otra.
31. Y, así dialogando, prosiguieron en paz su camino. Y llegaron a una ciudad llamada
Bosra o Bosora, y en ella residieron largo tiempo. Y Jesús, que tenía ahora ocho anos
y dos meses, recorría la comarca, y los niños de esta edad se congregaban a su
alrededor. Y él les hablaba, y les daba consejos, con amable dulzura. Y los llamaba a
él familiarmente, y les decía: No disputéis, ni riñáis entre vosotros. No os írritéis los
unos contra los otros, ni, encolerizados, os peguéis. Y, al oír esto, los inocentes
pequeñuelos querían estar siempre al lado suyo, y seguir sus pasos.
32. Y, un día, como se hubiesen reunido, partió con ellos para un sitio lejano. Y un
muchacho de seis años que los acompañaba, y que tenía bello semblante y agradable
presencia, estaba impotente, estropeadísimo y tullido de un costado. Y Jesús, al
mirarlo, vio que no podía seguir los pasos de los demás niños. Y se apiadó de él, lo
llamó a sí, y le preguntó: Niño, ¿quieres curarte? Y él, contemplando a Jesús, rompió
en llanto, y le respondió: ¿No he de quererlo? Pero ¿quién me curará? Jesús dijo: No
llores. Y llamó a todos los niños de la expedición, y les ordenó: Tomad este niño,
extendedlo sobre el suelo, agarradlo unos por las piernas y otros por las manos, y tirad
con fuerza. Y se colocó delante del niño durante un tiempo muy corto, y alejándose
un poco de allí, dijo a sus compañeros: Dejadlo marchar. Y el niño se levantó con
lentitud, y regresó a su casa muy alegre. Y los otros niños lo siguieron, y contaron a
todos el prodigio operado por Jesús. Y éste se ocultó a sus miradas, para que nadie lo
conociese. Y se restituyó junto a su madre a escondidas, y sin querer mostrarse en
público. Y muchos habitantes de la ciudad fueron a preguntarle, y a examinarlo. Mas
él desapareció de los ojos de ellos.
 
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astaroth1
view post Posted on 13/2/2016, 03:06




De cómo la Sagrada Familia fue a la villa de Tiberíades y aplicó a Jesús al oficio de la tintorería.

Milagros que allí pasaron

XXI


1. Y José, levantándose al despuntar el día, tomó a Jesús y a su madre, y se
dirigió a la villa de Tiberíades. Allí estableció provisionalmente su equipo a la puerta
de un hombre llamado Israel, tintorero de profesión, y que había monopolizado en su
taller todo lo que había que teñir en la villa. Y, viendo a su puerta a José, al niño Jesús
y a su madre, se regocijó en grado sumo, y preguntó al primero: ¿De dónde vienes,
anciano, y adónde vas? Y José respondió: Soy de una comarca lejana, y ando errante
por doquiera, extranjero y desterrado.
2. Israel dijo: Si quieres vivir aquí, establécete en esta villa, y yo te acogeré en mi
casa, donde harás lo que bien te parezca. José repuso: Cúmplase tu voluntad, y dispón
a tu grado de mi persona. Israel lo interrogó: ¿Cómo subsistes de tu oficio? José
contestó: Fácilmente, porque soy muy experto en el arte de construir aradas y yugos
de bueyes, y todo lo hago conforme a la conveniencia de cada cliente. Israel dijo:
Quédate en mi casa, y no tendrás que sufrir de nadie importunidad alguna. Yo te
respetaré como a un padre. Y, si quieres confiarme a tu pequeño, para que aprenda mi
oficio, lo trataré con honra, como si fuese mi hijo legítimo. José dijo: Bien has
hablado. Toma al niño, procede con él a tu albedrío, y oblígalo a acatar tus mandatos,
porque hace tiempo que estoy vivamente contrariado al respecto suyo.
3. E Israel preguntóle: ¿Acaso no obedece con sumisión tus órdenes? Respondió José:
No va la cosa por ahí. Es que ha comenzado el aprendizaje de varios oficios, y, por
falta de perseverancia, no ha terminado ninguno. Israel dijo: ¿Qué edad tiene? José
dijo: Nueve años y dos meses. Israel repuso: Está bien. Y, tomando al niño Jesús,
entró con él en casa. Y, mostrándole por orden todo el detalle del taller, le advirtió:
Mira bien todo esto, hijo mío, compréndelo, y lo que yo te indique, reténlo en la
memoria. Y Jesús se prestaba a sus voluntades, y escuchaba con atención sus avisos.
4. Un día, Israel fue a hacer por la villa su recorrido profesional. Y recogió numerosas
piezas de tejido, y aportándolo todo, con una lista, lo depositó en su taller. Y,
llamando a Jesús, le manifestó: De todo lo que aquí ves, debemos, hijo mío, dar
cuenta a sus respectivos propietarios. Vela con cuidado por todos los efectos que están
en nuestra casa, no sea que nos sobrevenga algún accidente súbito, porque seríamos
deudores del daño al tesoro real, al cual tendríamos que abonar cinco mil dineros, en
concepto de multa. Jesús preguntó: ¿Dónde vas ahora? E Israel dijo: He aquí que yo
he recogido todo lo que había para teñir en la villa. Te lo confío, pues voy a darme
una vuelta por los pueblos y por las aldeas de los contornos, a fin de devolver cada
cosa a su respectivo destinatario, y toda obra que se me dé a hacer, la haré. Jesús dijo:
¿Qué obra? E Israel repuso: La de teñir y colorear, a veces con dibujos de flores, en
escarlata, verde, azul púrpura, amarillo, leonado, negro y otros matices variados, que
no puedo detallarte en este momento.
5. Al oír esto, Jesús admiró el poder del espíritu humano, e interrogó a Israel: Maestro,
¿conoces por su nombre cada uno de esos colores? Respondióle Israel: Si, puedo
retenerlos, con la ayuda de una lista escrita. Y Jesús añadió: Te ruego, maestro, que
me enseñes a hacer todo eso. Israel dijo: Sí, te lo enseñaré, si obedeces con sumisión
mis órdenes. Y Jesús, inclinándose, se prosternó ante él, y le dijo: Maestro, me
prestaré a tus voluntades, pero antes, muéstrame esa obra, para que la vea. Israel dijo:
Bien hablado, pero no hagas por ti mismo nada que no conozcas, y aguarda a que yo
esté de regreso. No abras la puerta de la casa, que dejé cerrada y sellada con mi anillo.
Permanece firme en tu puesto y no sufras inquietud. Preguntó Jesús: ¿Para qué día
esperaré tu retorno? Israel repuso: ¿Qué necesidad tienes de interrogarme sobre ello,
puesto que mi trabajo seguirá su curso cotidano, conforme a la voluntad del Seños?
Jesús dijo: Ve en paz. Entonces Israel se alejó de la villa.
6. Y Jesús, levantándose, fue a abrir la puerta de la casa. Y tomó todo el tejido para
teñir de la villa, y llenó con él una tina de tintura azul. Y calentó la tina, abrió otra vez
la puerta de la casa y, según su costumbre, marchó al lugar en que jugaban los niños.
7. Y, poniéndose a luchar con ellos, les descoyuntaba el sitio del encaje del muslo, y el
nervio del tendón se contraía, y los niños caían de bruces a tierra, y cojeaban de sus
ancas. Después, les imponía las manos, y les restituía su posición erecta y la soltura de
sus piernas. Otras veces, soplaba sobre el rostro de los niños, y los cegaba. Luego, les
imponía las manos, y devolvía la luz a sus ojos. O bien, tomaba un trozo de madera, y
lo echaba en medio de los niños. Y el trozo se trocaba en serpiente, y los ponía en
fuga a todos. Y, a los que habían sido mordidos por el reptil, Jesús les imponía las
manos, y los curaba. E introducía su dedo en las orejas de los niños, y los tornaba
sordos. A poco, soplaba sobre ellos, y restablecía su oído. Y tomaba una piedra, le
echaba el aliento por encima, y la tornaba ardiente como fuego. Y la arrojaba ante los
niños, y la piedra abrasaba el polvo, dejándolo como un zarzal desecado. En seguida
se apoderaba otra vez de la piedra, y ésta, transformándose, volvía a su primer estado.
8. Y llevaba a los niños a orillas del mar, y allí, cogía una pelota y una cayada,
avanzaba, marchando erguido con sus juguetes, sobre las olas, como sobre la
superficia de un agua congelada. Y, ante este espectáculo, todos los niños lanzaban
gritos, y exclamaban: ¡Ved lo que hace el pequeño Jesús sobre las olas del mar! Y, al
oír esto, el pueblo de la ciudad iba a la playa, y miraba aquel prodigio con
estupefaccion.
9. Empero José, que tal supo, sobrevino y reprendió a Jesús, diciendo: Hijo mío, ¿qué
es lo que haces? He aquí que tu maestro ha reunido en su casa toda clase de objetos,
cuya guarda te ha confiado, y tú no tienes cuidado de ellos, y vienes a este lugar para
divertirte. Te ruego que vuelvas a casa de tu maestro sin demora. Y Jesús repuso:
Bien hablas, sin duda. Pero es el caso que yo he realizado y concluido mi tarea. Lo
que mi maestro me prescribió hacer, lo hice, y, por el momento, sólo espero su
retorno, contando con que vendrá a ver el producto de mi arte, que le enseñaré. Pero a
ti, ¿en qué te conciernen estas cosas? Y, al oír estas palabras, José no comprendió lo
que decía su hijo.
10. Y cuando Jesús llegó cerca de su madre, María le preguntó: Hijo mío, ¿has
terminado lo que te mandó hacer tu maestro? Y Jesús respondió: Lo acabé, y nada
falta. ¿Qué quieres de mí? María contestó: Noto que hace tres días que no has pasado
por la casa, para cuidar del taller. ¿Por qué nos expones a un riesgo mortal? Jesús
replicó: Deja de hablar así. He estudiado todos los preceptos que me dio el maestro, y
sé lo que me compete y lo que me cumple en toda ocasión. Y María dijo: Está bien.
Tú eres dueño y juez de tus actos.
11. Y, mientras así hablaban, Jesús, habiendo mirado hacia fuera, vio a su amo, que
llegaba. Y, levantándose, fue a su encuentro, y se inclinó y se prosternó ante él, que le
preguntó: ¿Cómo estás, hijo mío? Respondió Jesús: Estoy bien. Después, interrogó a
su vez al maestro, diciéndole: ¿Cómo te ha ido en tu viaje? Israel contestó: Como el
Señor lo ha querido. Jesús añadió: Celebro que hayas vuelto en la prosperidad y en la
paz. Dios recompensa tus trabajos en la medida de lo que has hecho por mí. Porque yo
he aprendido a fondo tu arte, y he estudiado, y poseo todos los preceptos que me has
dado. Por ende, todo el trabajo que pensabas hacer lo he comprendido, y lo he
acabado. Israel murmuró: ¿Qué trabajo? Y Jesús repuso: El que me has enseñado, y
yo he cumplido.
12. Pero Israel no comprendió el sentido de las palabras de Jesús. Y cuando fue hacia
la puerta advirtió que la cerradura y el sello estaban abiertos. Y, muy agitado, penetró
en el interior, inspeccionó los rincones del taller, y no vio nada. Y, lanzando un grito,
preguntó: ¿Dónde está el tejido para teñir que había reunido aquí yo? Respondió
Jesús: ¿No te dije, cuando fui a tu encuentro, que había acabado todo el trabajo que
pensabas hacer? Israel exclamó: ¡Bonito trabajo el que acabaste, acumulando, en una
cubeta llena de azul, todo el tejido para teñir de la ciudad! Jesús repuso: ¿Y qué mal te
he causado, para que así te pongas furioso contra mí, que te he librado de una multitud
de cuidados y de labores? E Israel dijo: ¿Y el reposo que me procuras es ocasionarme
este grave daño, esta pérdida y multas que pagar? ¡Razón tenía el viejo al advertirme
que no conseguiría reducirte a la obediencia! ¿Qué haré de ti, puesto que me has
irrogado un perjuicio tal, que no es mío solo, sino de la ciudad entera? ¡Ay, qué
desgracia tan grande ha caído sobre mí!
13. Y lloraba, y se golpeaba el pecho. Después, preguntó a Jesús: ¿Por qué has atraído
sobre mi casa tamaño desastre? Y Jesús dijo: A mi vez te pregunto por qué estás tan
furioso. ¿Qué pérdida he producido en tu casa, supuesto que he escuchado con
inteligencia tus explicaciones, comprendido la lección recibida, aprendido todo lo que
me has enseñado, y yo soy capaz de hacer? E Israel objetó: ¿No te advertí que no
hicieses por ti mismo nada de lo que no supieses hacer? Jesús dijo: ¡Maestro, mira y
ve! ¿Qué desdicha notable he traído sobre tu hacienda e industria? Respondió Israel:
¡Bueno está eso! ¿Es que podré justificar el color y la tintura que mis clientes me
exigen? Mas Jesús insistió: Cuando volviste en paz de tu excursión, y entraste en tu
taller, ¿has encontrado que faltase algo? Israel repuso: Y eso ¿qué tiene que ver con lo
que digo? Yo lo que te pregunto es qué haré, si cada parroquiano me reclama la obra
particular que me encomendó. Dijo Jesús: Trae a mi presencia a los propietarios de
estos objetos, y les daré el color especial que cada cual desee. E Israel objetó: ¿Cómo
podrás reconocer todos los efectos de cada uno? Y Jesús replicó: Maestro, ¿qué
colores variados quieres que haga aparecer en esta cubeta única?
14. Israel, que tal oyó, se amohinó en extremo ante las palabras de Jesús, y creyó que
éste se mofaba de él. Mas Jesús dijo: ¡Mira y ve! Y se puso a retirar de la cubeta el
tejido para teñir, brillante e iluminado de hermosos colores de matices diversos. Mas
Israel, al ver lo que hacía Jesús, no comprendió el prodigio que había operado. Y
llamó a María y a José, a quienes dijo: ¿Ignoráis que vuestro hijo ha producido en mi
taller una avería irreparable? ¿Qué os hice yo, para que el niño Jesús me pague así?
Trataros como un padre, con honra y con grande afecto. Y he aquí ahora que soy
deudor al tesoro real de una multa de cinco mil denarios. Y lloraba, y se golpeaba el
pecho. Y María dijo a Jesús: ¿Qué has hecho, para ocasionar en esta villa semejante
destrozo? ¡Reducirte a ti mismo a esclavitud, y ponernos a nosotros en peligro de
muerte! Jesús dijo: ¿Qué mal os he causado, para que os coneitéis todos contra mí, y
me condenéis injustamente? Venid y ved el trabajo que llevé a cabo. Y María y José
fueron a ver las oo{as que había hecho, y, oyéndolo hablar, abrían los ojos con
asombro.
15. Mas Israel no comprendió el prodigio. Y rechinaba los dientes con rabia, y,
gruñendo como una bestia feroz, quiso pegar a Jesús, que le dijo: ¿Por qué estás lleno
de tamaña furia? ¿Qué encuentras que sea digno de tachar en mí? Empero Israel,
tomando un celemín, se precipitó contra Jesús. Viendo lo cual, éste huyó, e Israel
lanzó sobre él el celemín, que no pudo alcanzarlo, y que se estrelló en el suelo. Y, en
el mismo instante, el celemín echó raíces en tierra, se convirtió en un árbol (que existe
todavía hoy), floreció, y dio fruto. Y Jesús, habiendo escapado, franqueó la puerta de
la villa, y, en su carrera, llegó al mar. Y marchó sobre sus aguas, como sobre terreno
firme.
16. E Israel, gritando por toda la villa, clamaba a gran voz: Consideradme y
compadecedme, porque el niño Jesús ha huido, llevando consigo cuanto había en mi
taller. Perseguidlo y capturadlo. Y él mismo siguió a la multitud. Y, apostándose en
los desfiladeros de los caminos, buscaron al niño Jesús, mas no lo encontraron. Y
algunas personas dieron a Israel la siguiente información: Cuando atravesó la puerta
de la villa, lo vimos avanzar hacia el mar. Pero no sabemos lo que ha sido de él.
Entonces aquel tropel de gente se dirigió a la ribera. Y, no hallando a nadie, volvieron
sobre sus pasos. Y, cuando regresaban, Jesús había salido del mar, y estaba sentado
sobre una peña, bajo la figura de un niño pequeñito. Y las gentes lo interrogaron,
diciendo: Muchacho, ¿sabes por dónde anda el hijo del viejo? Jesús repuso: No lo sé.
Tomó en seguida la forma de un joven, y se le preguntó: ¿Has tropezado por ahí con
el hijo del anciano extranjero? Jesús respondió: No. Después adquirió el aspecto de un
viejo, y le dijeron: ¿Has visto al hijo de José? Y Jesús contestó: No lo he visto.
17. No dando con Jesús, regresaron a la villa, y, apoderándose de José, lo condujeron
al tribunal, y le dijeron: ¿Dónde está tu hijo, que nos ha engañado, y que se ha
escondido de nosotros, llevando consigo nuestros efectos, que retenía el hombre que
lo había tomado de aprendiz? Mas José permaneció silencioso, y no murmuró palabra
alguna.
18. E Israel tomó tristemente a su taller. Y quiso recoger el celemín en el sitio a que lo
había lanzado. Y, cuando vio que había tomado raíz, llenándose de fruto, se maravilló
en sumo grado, y se dijo entre sí: ¡Verdaderamente, éste es el Hijo de Dios, o algo
semejante! Y penetró en su casa, y encontró todos los efectos preparados para teñir
reunidos en la cubeta, que estaba llena de color azul. Y, al sacarlos, notó, estupefacto,
que nada faltaba en cuenta, y, sobre cada uno de aquellos efectos, halló el nombre
marcado, en signos y en letras, y todos tenían respectivamente el tinte y el brillo con
que sus propietarios le habían mandado que los tiñese. Y, a la vista de prodigio
tamaño, alabó y glorificó a Dios. En seguida, levantándose aquella misma noche, fue
a sentarse a orillas del mar, frente a las rocas, y lloró con amargura, durante la noche
entera. Y, entre golpes de pecho, suspiros y lamentaciones, exclamaba: Niño Jesús,
hijo del gran rey tu Padre, ten piedad de mí, miserable que soy, y no me abandones.
Porque, si pequé contra ti, ha sido por efecto de mi ignorancia, y por no haber
comprendido de antemano que eras el Dios salvador de nuestras almas. Ahora, Señor,
manifiéstate a mí, porque mi alma desea oír las palabras de tu boca.
19. Y, en el mismo instante, Jesús le apareció, y le dijo: Maestro, ¿por qué no has
dejado de quejarte y de gemir, durante la noche entera? E Israel repuso: Señor,
compadécete de tu ignorante siervo, escucha mis plegarias, perdóname todos los
pecados que he cometido contra ti por torpeza, y bendíceme. Y Jesús exclamó:
Bendito seas, tú y todo lo que hay en tu casa. Tu fe te ha hecho salvo, y tus pecados te
son perdonados. Ve en paz, y que el Señor permanezca contigo. Dicho esto, Jesús
desapareció.
20. E Israel se prosternó en el suelo, y tomando de él polvo, lo esparció por su cabeza.
Y se golpeaba el pecho con una piedra, y no sabía qué partido tomar. Y volvió a su
casa, y, al día siguiente por la mañana, salió de ella, se dirigió a la plaza pública, y
dijo a las gentes allí reunidas: Oíd todos la sorpresa que se ha apoderado de mí, y los
milagros que Jesús ha hecho en mi casa. Y todos clamaron a una: Cuéntanos eso. E
Israel expuso: Un día, estando en mi casa, hallé a un viejo canoso sentado a mi puerta,
y acompañado de un niño y de su madre. Y los interrogué, y él me descubrió su
pensamiento, diciéndome que quería fijar su residencia aquí. Y lo recibí, y lo traté con
honra, en mi hogar, y tomé a su hijo por aprendiz en mi taller. Y había acopiado en
éste el tejido para teñir de toda la villa. Y, cerrando la puerta, la sellé, y encomendé al
niño la comisión de quedar como guardián de todo hasta mi regreso, porque, según mi
costumbre, iba a buscar por los alrededores tejido para teñir. Y, al volver, encontré la
puerta de mi morada abierta, y el tejido colocado en una tina de tintura azul. A cuya
vistá, monté violentamente en cólera, y, tomando un celemín, lo arrojé, furioso, contra
Jesús, para castigar su fechoría. Pero el celemín no alcanzó al niño, sino que cayó a
tierra, e inmediatamente, tomó raíz y se llenó de fruto. Y, ante tal espectáculo, salí con
premura, fui en busca del niño, y no lo encontré. Y retorne a mi casa, y vi, en la tina
de tintura azul, tejidos de diferentes colores. Venid a ser testigos de esta maravilla.
21. Y el juez de la villa y todos los notables, en gran número, fueron a presenciar
prodigio tamaño. Y hallaron todo el tejido para teñir reunido en la tina. Y, mientras
Isarel los iba sacando, ellos leían la lista de los nombres y comprobaban el color
correspondiente a cada uno. Y él entonces tomaba el color pedido, y lo mostraba a
todos en su específica brillantez. Y se decían los unos a los otros: ¿Quién ha visto
jamás salir de una misma tina esta variedad de resplandecientes tinturas? Y de esta
suerte, tomando cada cual sus efectos, volvieron a sus casas, y dijeron: En verdad,
esto es un milagro de Jesús y una obra divina, no una obra humana. Y muchos
creyeron en su nombre.
22. Luego Israel les mostró el celemín convertido en árbol arraigado y fructificado. Y,
a su vista, algunos confesaron: No hay duda sino que ese niño es el hijo de Dios. Y el
juez ordenó que sacasen a José de la prisión, y que se lo trajesen. Y, cuando llegó, le
interrogó diciendo: Anciano, ¿dónde está ese niño, por quien se cumplen estos
prodigios y estos beneficios? José repuso: ¡Por la vida del Señor! Dios me ha dado
este hijo, no según la carne, sino según el espíritu. Y la multitud exclamo:
¡Bienaventurados sus padres, que han obtenido este fruto de bendición! Y José
regresó en silencio a su casa, y refirió a María los milagros de Jesús, de que había
oído hablar, y que había visto. Y María dijo: ¿Qué va a ser de nuestro Jesús, por cuya
causa tenemos que soportar tantas cuitas? Mas José respondió: No te aflijas, que Dios
proveerá, conforme a su voluntad suprema. Y, cuando pronunciaba estas palabras,
sobrevino Israel, y, puesto de hinojos ante José y María, les pidió el perdón de sus
faltas. Y José le dijo: Ve en paz, y que el Señor te guíe hacia el bien. Empero José y
María, desconfiando del juez y de todos los demás, cerraron la puerta de su casa, y
permanecieron en observación hasta la mañana siguiente.
 
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astaroth1
view post Posted on 13/2/2016, 03:36




De cómo la Sagrada Familia fue a Arimatea, donde Jesús hizo milagros y resucitó muertos

XXII


1. Y José se levantó, tomó a María y saliendo de la villa, ambos marcharon
camino adelante. Y buscaban con la mirada a Jesús. Y éste se les apareció de súbito, y
los siguió hasta el país de Galilea, a una villa llamada Arimatea, donde tomaron
albergue en una casa. Y Jesús tenía diez años entonces, y circulaba por la villa, para ir
al sitio en que los niños se congregaban. Y, cuando divisaron a Jesús, lo interrogaron,
diciendo: ¿De dónde has venido? Y Jesús contestó: De un país desconocido. Los
niños inquirieron: ¿Dónde está situada la casa de tu padre? Y Jesús repuso: No
podrías comprenderlo. Los niños agregaron: Dinos algo, para que lo sepamos de ti. Y
Jesús replicó: ¿Para qué me lo preguntáis, si lo que yo os dijera, no lo entenderíais?
Los niños insistieron: Háblanos, porque nosotros somos ignorantes, y tú pareces
instruido en todas las cosas. Jesús dijo: Todas las cosas conozco, en efecto, pero soy
extranjero, y no aceptaríais ninguna de mis palabras. Y los niños dijeron: Te
acogemos con amistad, como a un hermano, y nos someteremos a tus órdenes,
conforme a tu albedrío.
2. Y Jesús dijo: Levantaos, vamos. Y los niños obedecieron, y llegaron todos juntos a
cierto sitio, en el que había una roca muy alta. Y, colocándose enfrente, ordenó a la
roca que inclinase su cima y se sentó en ella, y la roca recobró su posición. Y los
niños lanzaron gritos de sorpresa y, formando círculo alrededor de la roca, miraban a
Jesús. Y, después de haber ordenado a la roca que inclinase otra vez su cima, Jesús
descendió de ella.
3. Y los niños fueron a la villa, para contar el prodigio hecho por Jesús, el cual huyó.
Y uno de los niños, que lo divisó, le detuvo por sorpresa y se apoderó de él. Y Jesús,
volviéndose, le sopló en el rostro y, en el mismo instante, el niño perdió la vista. Y
clamó a gran voz: Jesús, ten piedad de mí. Y Jesús le puso la mano sobre los ojos, y
éstos se abrieron de nuevo a la luz.
4. Y, un día, los niños se habían congregado cerca de un pozo, y Jesús fue a
reunírseles. Y ellos, al verlo, se regocijaron. Y Jesús les preguntó: ¿Qué hacéis al
borde de este pozo? Y los niños respondieron: Ven a juntarte con nosotros. Y Jesús
dijo: Heme aquí. ¿Qué deseáis? Y, en el mismo momento en que hablaba así, dos
niños jugaban al borde del pozo. Y sucedió que, disputando, uno de ellos pegó al otro,
y lo lanzó al pozo. Y los demás huyeron de allí, y Jesús, levantándose, marchó a su
casa.
5. Y, como algunas personas llegasen pasa sacar agua, al meter sus cántaros, vieron en
medio del pozo a un niño muerto, y fueron a anunciarlo a la villa. Y los padres
llegaron, y vieron a su hijo ahogado encima del agua. Y lloraban amargamente, y se
golpeaban el pecho. Y era un niño muy hermoso, y de cinco años de edad. Y los
padres, deshechos en llanto, preguntaban: ¿Quién ha causado esta desgracia terrible?
Mas, no encontrando al matador, se dirigieron al juez, para darle cuenta del suceso
nefasto.
6. Y el juez ordenó que le trajesen a los niños, a quienes preguntó: Hijos míos, ¿quién
de vosotros mató a ese niño, arrojándolo al agua? Los niños respondieron: Lo
ignoramos. Y el juez dijo: Si lo sabéis, no contéis engañarme con pretextos y con
subterfugios. No hagáis tal, porque moriréis, y pagaréis inocentes por culpables. Los
príncipes y los grandes les dijeron: No mintáis, y hablad sinceramente. Y los niños
clamaron a una: Si creéis en nuestras palabras, tened entendido que no nos cabe parte
alguna en su muerte. Cayó al agua por accidente, y no pudimos sacarlo del pozo. Y el
juez opuso: Cuando cayó al agua, ¿por qué no gritasteis inmediatamente, elevando la
voz, para que los habitantes de la villa fuesen a salvar al niño, que respiraba aún? Los
niños dijeron: Porque ninguno de nosotros había quedado allí. Todos lo habían
abandonado, y habían huido. Y el juez acrecentó: Si cayó inadvertidamente y por
descuido, habríais gritado y avisado a todos. Pero, siendo los autores del hecho,
habéis huido de allí por temor, y pensáis escapar a la muerte por vanas excusas. Los
niños dijeron: Si quieres condenarnos injustamente, hágase tu voluntad. Porque cada
cual se halla convencido de su propia inocencia y el que merece la muerte, es el que la
realidad del hecho conoce. Y el juez repuso: Si conociese al culpable, no condenaría
al inocente.
7. Los niños dijeron: A nosotros no nos toca culpa alguna. Nos hallábamos distraídos
en el juego, y de nada nos enteramos hasta que algunos niños huyeron, dando gritos.
Nada más sabemos. Y el juez repuso: Si queréis, yo os diré la verdad. Miraos bien,
poned atención, y compadeceos de vosotros mismos. Y los niños replicaron: Lo
hemos revelado todo, y no nos has oído. Y el juez exclamó: ¡Desconfío del artificio
de vuestras palabras! Los niños repitieron: Si nos condenas injustamente, eso será a
cargo tuyo. Y el juez contestó, furioso: Si no me decís la verdad, os conduciré al pozo,
y os haré perecer ahogados en el agua. Y el niño que era el matador, repuso: Por
mucho que nos atormentes, no podremos confesar una falsedad.
8. Entonces el juez marchó con ellos al borde del pozo. Y ordenó que desnudasen a los
niños, y que los encadenasen en presencia suya. Y el matador dijo: ¡Oh juez, presenta
un testigo, y, entonces solamente, condénanos. ¿Por qué se nos condenaría a muerte,
sin estar convencido por un testigo? Y el juez dijo: ¿Qué testigo voy a presentar, si
todos los testigos estáis aquí? No saldréis de mis manos, ni a fuerza de lamentaciones,
ni a fuerza de presentes. Y los padres de los niños viéndolos desnudos ante el juez, en
medio de aquel lugar, se quejaban con amargura. Y el juez dijo: No me conmueven
vuestras lágrimas. Y mandó que arrojasen a los niños al pozo. Mas el que era el
matador, se expresó en estos términos: No me arrojes al pozo, y te indicará quién es el
culpable. ¿Dónde está Jesús, el hijo del viejo? Él es el autor del hecho. Y el juez
exclamó: Siendo así, ¿por qué os dejabais matar, a pesar de vuestra inocencia? Y los
niños replicaron: A ti te toca saberlo, puesto que lo has querido.
9. Entonces el juez hizo citar a Jesús ante él. Pero, como los que mandó en busca del
niño no lo encontraran, apoderaronse de José, y llevaron a presencia del magistrado,
el cual lo interrogó, diciéndole: Viejo, ¿de dónde has venido a esta villa? Y José
contestó: Soy de un país lejano. El juez inquirió: ¿Dónde está tu hijo, que ha cometido
este delito de homicidio? José repuso: Lo ignoro. El juez dijo: ¿Y no sabes que ha
cometido ese crimen? José dijo: ¡Por la vida del Señor, no lo sé! El juez aseveró: Si,
lo sabes. ¿Y crees que vas a escapar a la muerte? José exclamó: ¡Oh juez, no condenes
injustamente a una inocente criatura! El juez rearguyó: Si es inocente, ¿por qué ha
huido? José replicó: No puedo explicártelo. Y el juez dijo: No saldrán de la prisión, si
no te apresuras a procurar que comparezca aquí tu hijo.
10. Y, cuando el juez acabó de pronunciar estas palabras, Jesus se presentó al tribunal
de improviso, y preguntó: ¿A quién buscáis? Respondieron: A Jesús, el hijo de José.
Jesús dijo: Yo soy. Interrogó el juez: ¿Cuándo llegaste a esta villa? Jesús contestó:
Hace largos años que resido en ella. El juez ordenó: Manifiéstame, pues, cuál ha sido
la causa de la muerte violenta de ese niño. Y Jesus afirmó: No lo sé. Mas los padres
del niño clamaron: ¿Pretendes no saberlo, habiendo ahogado a nuestro hijo en el
pozo? Y Jesús repuso: Si es a otro a quien hay que pedir cuenta de su vida, ¿por qué
me calumniáis tan pérfidamente? El juez replicó: No digas falsedad, porque reo eres
de muerte. Mas Jesús aseguró: El testimonio de ellos es falso y verdadero el mío. Y el
juez le dijo: Júralo por la ley del Señor. Jesús repuso: ¿Por qué mientes ante Dios, y
no lo temes? Mas el juez, respondiendo, dijo: ¿Y qué mal hay en prestar juramento,
cuando se es inocente, y no queda otro recurso para escapar a la muerte? Jesús le
contestó: ¿De modo que crees legítimo pronunciar un juicio injusto? El juez le
respondió: Dime lo que debo hacer. Y Jesús repuso: Demasiado lo sabes, puesto que
en juez estás constituido. Mas el juez repitió: ¿Qué debo hacer? Respóndeme. Y Jesús
le advirtió: Si obrases de buena fe, observarías la justicia. Pero no hay que esperar de
ti eso. Y el juez insistió: Obro conforme a lo que se alcanza. Jesús dijo: En esto,
hablas verdad, mas no aceptas el testimonio que doy de mí mismo. El juez dijo: Yo no
te condeno injustamente. Y Jesús remachó: Si escuchases la voz de tu conciencia, no
condenarías con ligereza a nadie.
11. Empero los niños interrumpieron, clamando a coro: ¡Oh juez, tú no sabes qué
contestarle! Préstanos oído, y te informaremos de lo que le concierne. ¿O es que no
podemos nosotros responderle una palabra? Jesús les respondió: ¿Qué es lo que
vosotros tenéis que decir de mí? Los niños replicaron: Desde que llegaste a esta
ciudad, nos has causado muchas contrariedades y muchas vejaciones, que hemos
perdonado, porque eres pobre y extranjero. Pero ahora que has ocasionado tal
catástrofe, y que nos has expuesto a la muerte, es justo que te hagamos perecer.
Entonces el juez preguntó: ¿Es éste el niño de quien afirmáis que engaña a los ojos
por prestigios? Los niños respondieron a una: Sí. Mas Jesús observó: Sé que os habéis
ligado todos contra mí, y que queréis condenarme a muerte injustamente. Y el juez
dijo: ¿Cómo puedes pretender que no tienes testigos contrarios, y que te estimas
inocente? Jesús dijo: Si me doy a mí mismo un testimonio verdadero, ¿me creerás? El
juez dijo: Sí, te creeré. Y Jesús añadió: Espera un instante, que voy a darte la prueba.
12. Y, esto dicho, Jesús, profundamente indignado, se aproximé al muerto, y clamé a
voz: Jonathan, hijo de Beria, yérguete sobre tus pies, abre los ojos, y descubre a quien
te precipitó al pozo. Y, en el mismo instante, el muerto se levantó, abrió los ojos, miró
a todos los allí presentes, y los reconoció, llamándolos por sus nombres. Sus padres
lanzaron un grito y, muy gozosos, lo estrecharon entre sus brazos, y lo cubrieron de
besos. Y lo interrogaron, diciéndole: Hijo mío, ¿qué te devolvió a la vida? Y él mostró
con el dedo a Jesús, el cual le preguntó: ¿Quién fue el causante de tu pérdida? Y
Jonathan repuso: No fuiste tú, señor, sino mi primo Saraka. El fue quien, después de
golpearme, me hizo caer al pozo. Entonces Jesús dijo: Oíd todos vosotros cómo el
muerto acaba de dar testimonio de mí. Cuando tal vieron, los asistentes al prodigio
exclamaron, acometidos de espanto: En verdad este niño es Dios e hijo del Padre,
venido a la tierra. Y Jesús dijo: Juez inicuo, ¿crees ahora en mi testimonio y en mi
inocencia? ¿Has visto cómo mis actos engañan las miradas, y cuál ha sido mi
conducta junto al pozo? Mas el juez, en su confusión, no le respondió palabra.
13. Y el niño continué con vida hasta el atardecer, tiempo bastante para que multitud
de personas fuesen a comprobar el milagro hecho por Jesús, a cuyos pies se arrojaban
todos, confesando sus pecados. Luego Jesús dijo al muchachito: Ea, duerme ya, y
descansa, en espera de que el juez de todos los hombres venga a pautar las
recompensas, y a imponer sus justos decretos. Y, cuando Jesús hubo pronunciado
estas palabras, el niño recliné su cabeza sobre el leché, y quedó dormido. Ante cuyo
espectáculo, todos fueron poseídos de pánico, y temieron a Jesús. Y, cuando éste
quiso salir, se pusieron de hinojos ante él, y le suplicaron: ¡Devuelve la vida al
muerto! Mas Jesús no consintió en ello, y les dijo: Injustamente, y a pesar de mi
inocencia, quisisteis condenarme, mas mi justicia me ha librado de la muerte. Y,
después de responderles así, desapareció de sus ojos. Y José, sacado de la prisión,
volvió en silencio a su casa, y contó a María los prodigios realiza. dos por su hijo. Y
los padres del niño muerto fueron, deshechos en lágrimas, a buscar a Jesús, y, no
encontrándolo, rogaron a José: ¿Dónde está tu hijo, para que venga a resucitar a
nuestro difunto? Mas José dijo: Lo ignoro.
 
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astaroth1
view post Posted on 13/2/2016, 03:54




De cómo la Sagrada Familia fue al país de Galilea yio que hizo Jesús con los niños de los hebreos.

Un milagro

XXIII


1. Y José se levantó al despuntar el día, tomó al niño y a su madre, y, saliendo
de la villa, caminaron en silencio. Y María preguntó a Jesús: Hijo mío, ¿por qué te has
escondido así de esas gentes? Respondió Jesús: Madre mía, guarda silencio, y
prosigue tu camino en paz. Yo haré siempre lo que convenga. Y permanecieron allí
seis meses. Y Jesús circulaba por el territorio de la villa. E iba a sentarse cerca de los
niños, en el lugar en que se reunían los niños, con los cuales mantenía largas
conversaciones. Pero ellos no podían comprender lo que les decía.
2. Después, Jesús conducía a los niños al borde de un pozo, adonde toda la villa iba a
buscar agua. Y, tomando de manos de los niños sus cántaros, los entrechocaba, o los
rompía contra la piedra, y los echaba al pozo. Y los niños no se atrevían a volver a su
casa, por temor al castigo de sus padres. Y Jesús, al verlos llorar, los llamaba a sí, y
les decía: No lloréis, porque os devolverá vuestros cántaros. E, inclinándose sobre el
pozo, daba órdenes al agua, y ésta sacaba los cántaros intactos a su superficie. Y cada
uno de los niños recogía el suyo, y retornaban a sus hogares, y contaban a todos los
milagros de Jesús.
3. Un día, Jesús llevó consigo a los niños, y los detuvo cerca de un gran árbol. Y Jesús
mandó al árbol que bajase su ramaje, al cual subió, y sobre el cual se senté. Y mandó
al árbol levantarse, y el árbol se elevó, dominando todo aquel paraje, y Jesús
permaneció en él una hora. Y, como los niños le gritasen, diciéndole que mandase al
árbol bajarse, para subir ellos asimismo, Jesús ordenó al árbol que inclinase sus
ramas, y dijo a sus compañeros: Venid junto a mí. Y los niños subieron alegremente,
y se colocaron en torno a Jesús. Y éste, después de haber esperado un poco, mandó al
árbol bajarse otra vez. Y los niños descendieron con Jesús, y el árbol recobré su
posición.
4. Y sucedió también que otro día que los niños se encontraban reunidos en cierto
lugar, y Jesús estaba con ellos. Y había allá un muchacho de doce años, atacado, en
toda su persona, de dolencias penosísimas. Leproso, epiléptico, mutilado en las
extremidades de sus manos y de sus pies, había perdido la forma humana, no podía
andar, y yacía a un lado del camino. Cuando Jesús lo vio, se apiadó de él, y le dijo:
Niño, muéstrate a mí. Y el muchacho, despojándose de sus vestidos, quedó desnudo.
Y Jesús ordenó a los ninos que lo extendiesen por tierra, amasé polvo del suelo, lo
esparció sobre el paciente, y dijo: Alarga tu mano, porque curado eres de todas tus
enfermedades. Y, en el mismo instante, toda su piel dañada se separó de su cuerpo,
sus tendones y las articulaciones de sus huesos se afirmaron, y su carne se volvió
como la carne de un recién nacido, y fue limpio. Y se levantó, llorando, se precipité a
los pies de lesus, y se prosterné ante él. Y Jesús le dijo: Ve en paz. Y marchó
alegremente en dirección a su morada, Y, todos los que se hallaban con él, testigos del
milagro que Jesús había hecho, quisieron verlo, mas no lo encontraron.
 
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astaroth1
view post Posted on 13/2/2016, 04:23




De cómo la Sagrada Familia fue a la villa de Emmaús y cómo Jesús curó a los enfermos.

Milagros operados por él

XXIV


1. En vista de lo ocurrido, María y José tomaron a Jesús durante la noche,
marcharon a una aldea llamada Emmaús, donde decidieron residir. Y Jesús tenía diez
años, y circulaba por la comarca. Y, un día, saliendo de su albergue, fue a otra aldea
llamada Epathaíea o Ephaía. Y, en su ruta, encontró a un muchacho de quince años,
cuya persona entera era una pura llaga. No podía servirse de sus pies, sino que
marchaba arrastrándose, y, cuando alguien discurría por allí, imploraba su
misericordia. Jesús lo vio de lejos, y pasó por frente a él. Y el leproso le dijo: ¡Niño,
te ruego que me escuches! Por la salud de tus padres, dame una limosna, y Dios te
recompensará tu beneficio. Jesús repuso: Soy pobre e indigente, como tú, y, además,
hijo de un extranjero. ¿Cómo podría darte una limosna? El leproso replicó: No
alegues falsos pretextos. Si te queda en reserva una monedita, un óbolo o un pedazo
de pan, préstame algún pequeño socorro, que demuestre tu generosidad, pues bien veo
a qué clase perteneces, aunque, por la edad, no seas más que un niño. Yo estimo, en
efecto, que eres de elevado linaje, e hijo de un general de los ejércitos reales,
probablemente. Porque tus rasgos te denuncian. No te ocultes de mí, que noto una
presencia distinguida y una belleza extremada.
2. Preguntó Jesús: ¿A qué raza perteneces? El leproso respondió: A la raza de Israel y
a la rama de Judá. Jesús añadió: ¿Tienes padre y madre? ¿Cuidan de ti? El leproso
explicó: Mi padre ha muerto y mi madre es la que me sirve conforme al capricho
suyo. Y Jesús dijo, extrañado: ¿Cómo así? Y el leproso repuso: Ya ves que estoy
enfermo. Al oscurecer, mi madre viene, y me vuelve a la casa. Al día siguiente, me
trae otra vez aquí. Los viandantes me hacen graciosamente limosnas, y, gracias a
ellas, subsisto. Preguntó Jesús: ¿Por qué no te has presentado a los médicos, para que
te curen? El respondió: Estoy imposibilitado por mi enfermedad, no podría hacerlo y
mi madre apenas cuida de mí. Porque, desde que me dio a luz, he crecido entre
muchos gemidos y dolores. Y, por la violencia y la atrocidad de mis males, los
miembros de mi cuerpo se han relajado y desunido, los tendones de mis huesos se han
consumido en la putrefacción, toda mi persona se ha cubierto de úlceras, como bien
ves.
3. Y Jesús dijo: Conozco médicos que saben componer un remedio, que da la muerte y
la vida. Si quieres aplicártelo, este remedio será tu curación. El leproso replicó: Desde
mi infancia hasta hoy día, jamás he consultado con ningún médico, y jamás he oído
decir que mi mal haya sido curado por un hombre. Mas Jesús insistió: ¿No te advertí
que hay médicos hábiles, que traen de la muerte a la vida? Y el leproso dijo: ¿Y por
cuál remedio puede un hombre curar semejante estrago? Jesús repuso: Por una simple
palabra, y no por un remedio. Al oír esto, el joven quedó vivamente sorprendido, y
exclamó: ¡He aquí cosas asombrosas! ¿Cómo un mal puede ser curado sin el auxilio
de remedio alguno? Jesús dijo: Existen médicos que, de una ojeada tan sólo,
distinguen las enfermedades mortales de las curables. El leproso insinuó: Y tú, que
cuentas menos edad que yo, ¿de dónde has sacado tanta ciencia? Jesús repuso: De
lecciones oídas y de mi saber propio. Y el leproso objetó: ¿Por ventura has visto con
tus propios ojos que un hombre haya sido curado de tamaño mal?
4. Y Jesús replicó: Entiendo algo en este asunto, por ser hijo de médico. El leproso
dijo: ¿Afirmas seriamente que entiendes en este asunto? Jesús dijo: Puedo curar todos
los males por una simple palabra, cuyos efectos he visto, y que he aprendido de mi
padre. El leproso interrogó: ¿De qué país es tu padre, y quién puede ponerme en
comunicación con él? Contestó Jesús: Aquel a quien entregues los honorarios de tu
curación, te presentará a mi padre, y éste te devolverá la salud. El leproso preguntó:
¿Cuáles son los honorarios que reclamas de mí? Respondió Jesús: Poca cosa: un
sextario de monedas, en oro y en plata, piedras preciosas de bella agua y perlas finas
de alto valor. El leproso, que tal oyó, se echó a reír con amargura, y dijo: ¡Por la vida
del Señor, que ni he oído siquiera el nombre de esas cosas! Pero escucha. Tu edad es
la de un niñoo, y todo te resulta cómodo, por ser hijo de padre noble y vástago de una
casa principal. Yo, pobre como soy, no te parezco más que un objeto de irrisión y de
burla. ¿De dónde me vendría esa opulencia de que me hablas? Y Jesús lo reprendió,
diciendo: ¿Por qué te enojas así? Todo lo que te dije, fue por pura benevolencia.
5. Y el leproso declaró: Varias veces se me ha puesto a prueba. Y tú también ves
perfectamente que no poseo nada excepto el vestido que me cubre, y el alimento
diario, que Dios nos dispensa a mi madre y a mí. Jesús preguntó: Entonces, ¿cómo
quieres curarte, teniendo las manos vacías? Respondió el leproso: Dios vendrá en mi
ayuda. Jesús dijo: Bien sé que Dios puede hacer todo lo que le piden los que lo
invocan con fe. Mas, con todo eso, ¿cómo curarte, puesto que eres pobre? El leproso
dijo: Mucho me admira que gastes tantas palabras para abrumarme. Jesús indicó:
Conozco un tanto las cosas de la ley. Y el leproso dijo: Si has leído a menudo los
mandamientos de Dios, sabrás cómo debe tratarse a los pobres y los indigentes. Jesús
completó: Hay que usar con ellos de amor y de misericordia. Y el leproso refrendé,
con llanto en sus mejillas: Has hablado con verdad y con bondad. Compadécete, pues,
de mí, y el que es dispensador de todos los bienes, te lo devolverá.
6. Cuando Jesús lo vio bañado en lágrimas, se enterneció, y le dijo: Sí, me
compadezco de ti. Y, en el mismo instante, extendió su mano, y tomó la del leproso,
diciendo: Levántate, yérguete sobre tus pies, y ve en paz a tu casa. Y, tan pronto
pronunció estas palabras Jesús, el leproso se levantó, e inclinándose, se prosterné ante
él, y le dijo: Dios te trate amorosa y misericordiosamente, como tú me has tratado. Y
Jesús repuso: Ve en paz, y no digas a nadie nada de lo que te hice. Y el leproso lo
consultó, diciendo: Si alguien me pregunta quién me curé, ¿qué he de contestar? Jesús
repuso: Que un niño, hijo de un médico, que pasaba por el camino, te vio, se
compadeció de ti, y te devolvió la salud. Y el muchacho curado se prosternó de nuevo
a los pies de Jesús, y volvió, gozoso, al lado de su madre.
7. Y, cuando su madre lo vio, lanzó un grito de júbilo, y le dijo: ¿Quién te ha curado?
Y él dijo: Me ha curado, por una simple palabra, el hijo de un noble médico, que se
encontró conmigo. Al oír estas palabras, la madre y todos los que estaban allí, se
congregaron alrededor del muchacho, y le preguntaron: ¿ Dónde está ese médico? Y
él contestó: No lo sé, y, además, me ordenó que no descubriese a nadie la caridad que
usó con mi persona. Y los que oían desde lejos el prodigio que había pasado, se
admiraban, y decían: ¿Quién es ese niño, que posee tal don de ciencia, y que opera
milagros tan insignes? Y muchos creyeron en su nombre. Y deseaban verlo, mas no
podían, porque Jesús se había ocultado a sus ojos.
 
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astaroth1
view post Posted on 13/2/2016, 04:45




De cómo el ángel advirtió a José que Iuese al pueblo de Nazareth

XXV


1. Y un miércoles, día cuarto de la semana, el ángel del Señor apareció a José,
en una visión nocturna, y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y ve al pueblo
de Nazareth, donde fijarás tu residencia, y de donde no te alejarás. Construirás allí una
casa, y habitarás en ella durante largo tiempo, hasta que Dios, en su bondad, te dé otro
aviso. Y, habiendo dicho esto, el ángel lo abandonó. Y, al día siguiente, José se
levantó temprano, tomó al niño y a su madre, y fue al pueblo de Nazareth, a la casa en
que moraban antes, y en la que permanecieron dieciocho años. Y Jesús tenía doce,
cuando llegó a Nazareth, lo que da la suma de treinta años.
2. Y el día segundo de la semana, Jesús salió de Nazareth, y fue a sentarse en un
paraje del camino. Y divisó a dos muchachos que avanzaban, y que disputaban entre
sí violentamente. Y vinieron a las manos, y se pegaron el uno al otro. Mas, cuando
vieron a Jesús, cesaron de pelear, y, aproximándose, se prosternaron ante él. Jesús les
ordenó que se sentasen, y lo hicieron así. Y Jesús les preguntó: Niños, ¿de qué
proviene tamaña cólera? ¿Qué desacuerdo os divide, para que cambiéis golpes con tal
violencia? Uno de los dos, que era el más joven, repuso: Es que no hay aquí juez que
nos juzgue en derecho. Jesús dijo: ¿Cómo os llamáis? El más joven respondió: Mi
nombre es Malaquías, y el de éste Miqueas. Somos dos hermanos, unidos por
sentimientos de familia. Y Jesús objetó: ¿Por qué, pues, os tratáis tan animosa e
injuriosamente?
3. Malaquías expuso a Jesús: Ruégote, niño, que escuches lo que decirte quiero. Mi
hermano es mayor que yo, que soy su segundón. Y se esfuerza en tratarme
inicuamente, lo que no le permito en modo alguno. Pronuncia, por tanto, entre
nosotros, un juicio equitativo. Jesús replicó: Explícame en qué consiste el motivo de
vuestro disgusto. Miqueas observó: Parece que eres hijo de juez y descendiente de
grandes monarcas. Jesús refrendé: Tú lo has dicho. Y Miqueas exclamó: ¡Dios te
recompense, a ti y a tus padres, si hoy traes, a mi hermano y a mí, la justicia con la
paz!
4. Mas Jesús dijo: ¿Quién me puso por juez o partidor sobre vosotros? Bien
comprendo que no queréis someteros a mis mandatos. Los dos hermanos replicaron:
No digas eso, ni nos hagas tamaña afrenta. Nos tomas por niños ignorantes. Tenemos,
sin embargo, letras, y conocemos la ley divina. Jesús indicó: Ante todo, contraed el
compromiso de no engañaros mutuamente, y de hacer lo que yo exija. Y los
muchachos clamaron a una: Tomamos por testigo a la ley divina, y juramos sobre sus
mandamientos obedecer tus órdenes, como órdenes emanadas de la Puerta Real. Y
Jesús repuso: Reveladme la verdad, para que la oiga de vosotros.
5. Y Malaquías dijo: Somos dos hermanos, que quedamos huérfanos de padre y
madre. Nuestros progenitores nos dejaron una herencia, y personas extrañas a la
familia retienen por usurpación nuestro patrimonio. Y disputamos entre nosotros,
porque mi hermano trata de desposeerme injustamente, y yo no me presto a ello. Y
Jesús preguntó: Cuando murieron vuestros padres, ¿a quién os confiaron en calidad de
tutor o encargado, hasta que alcanzaseis la edad de la razón? Los niños dijeron:
Ninguno de los dos se acuerda de nuestros padres. Jesús los interrogó: ¿Por qué, pues,
os querelláis el uno con el otro? Y Malaquías contestó: Mi hermano procura
perjudicarme, alegando que es el mayor. Mas Jesús repuso: No obréis así. Si queréis
escucharme, haced paces, y repartid amistosamente vuestros bienes. Y Miqueas dijo a
Jesús: Niño, reconozco que procedes con cordura, al hablarnos de conciliación.
Empero cuanto al juicio que pronuncias, es muy distinto, y óyeme lo que decirte
quiero. Cuando murieron nuestros padres, yo tenía más edad que mi hermano, que la
tenía muy corta aún, y me empleé, con muchos esfuerzos, en reconstituir nuestro
patrimonio, que estaba devastado y en el abandono más completo. Yo solo realicé ese
trabajo penoso, y mi hermano no sabe nada de ello.
6. Jesús lo hizo observar: Pero es tu hermano, y es un niño. Hasta hoy, lo has
sustentado y nutrido por caridad. No le hagas daño ahora. Id, y repartid vuestros
bienes con equidad. Guardaos mutuo afecto, y la paz de Dios será con vosotros. Y
ellos, obedientes a los deseos de Jesús, se prosternaron ante él. Y, cayendo el uno en
los brazos del otro, se besaron, y dijeron a Jesús: Hijo de rey, por cuya mediación se
ha restablecido la armonía entre ambos, Dios glorifique tu persona y tu santo nombre
por toda la tierra. Te rogamos que nos bendigas. Y Jesús repuso: Id en paz. y que el
amor de Dios permanezca en vosotros.
7. Y, luego que Jesús hubo hablado de esta suerte, se prosternaron de nuevo ante él, y
se fueron a su casa. Y Jesús regresó a la suya de Nazareth, junto a María. Y su madre,
al verlo, le preguntó: ¿Dónde has estado el día entero, sin comprender que ignoro lo
que pueda ocurrirte, y que me alarmo por ti, al pensar que andas solo por sitios
apartados? Y Jesús respondió: ¿Qué me quieres? ¿No sabes que debo, de aquí en
adelante, recorrer la región, y cumplir lo que de mí está escrito? Porque para esto es
para lo que he sido enviado. María opuso: Hijo mío, como no eres todavía más que un
niño, y no un hombre hecho, temo de continuo que te suceda alguna desgracia. Mas
Jesús advirtió: Madre mía, tus pensamientos no son razonables, porque yo sé todas las
cosas que han de venir sobre mí. Y María replicó: No te aflijas por lo que te dije, pues
muchos fantasmas me obsesionan, e ignoro lo que he de hacer. Y Jesús preguntó:
¿Qué piensas hacer conmigo? Respondió su madre: Eso es lo que me causa pena,
porque tu padre y yo hemos cuidado de que aprendieses todas las proflsiones en tu
primera infancia, y tú no has hecho nada, ni te has prestado a nada. Y ahora, que eres
ya mayorcito, ¿qué quieres hacer, y cómo quieres vivir sobre la tierra?
8. Al oír esto, Jesús se conmovió en su espíritu, y dijo a su madre: Me hablas con
extrema inconsideración. ¿No comprendes las señales y los prodigios que he hecho
ante ti, y que has visto con tus propios ojos? Y continúas todavía incrédula, a pesar
del tiempo que llevo viviendo contigo. Considera todos mis milagros y todas mis
obras, y toma paciencia por algún tiempo, hasta verlas cumplidas, puesto que aún no
ha venido mi hora, y permanece firmemente fiel. Y, habiendo dicho esto, Jesús salió
de la casa con premura.
 
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astaroth1
view post Posted on 13/2/2016, 05:27




Sobre las numerosas curaciones que Jesús realizó en el pueblo, en la aldea y en dilerentes lugares

XXVI


1. Un día, Jesús, que había salido de su casa, recorría, solo, el país de los
galileos. Y, habiendo llegado a una aldea, que se llamaba Buboron o Buasboroín,
encontró allí a un hombre de treinta años, que estaba muy incomodado por la
vehemencia de su mal, y que yacía tendido sobre su lecho. Cuando Jesús lo vio, se
compadeció de él, y le preguntó: ¿De qué raza eres? El hombre repuso: De raza siria y
del país de los sirios. Jesús añadió: ¿Tienes todavía padre y madre? El hombre dijo:
Sí, y mis padres me han expulsado de su hogar. Errante ando por doquiera, para
buscar mi sustento diario, mas no poseo domicilio en parte alguna. Jesús inquirió: ¿Y
cómo has podido salir de tu país? Respondió el hombre: Se me trataba, unas veces
contra salario, y otras para pagarme. Jesús continuó: ¿Por qué has venido a este país?
El hombre contestó: Para pedir limosna, y para subvenir a mis necesidades materiales.
Y Jesús sentenció con gravedad: Si soportas con calma tus tormentos, encontrarás
más tarde el reposo. A lo que el hombre replicó: Pueda o no pueda, los soporto y los
acepto con júbilo.
2. Y Jesús dijo: ¿A qué dios sirves? El hombre repuso: Al dios Pathea. Y Jesús le
preguntó: ¿Encuentras, pues justo que te halles en este estado? El hombre manifestó:
He oído decir a mis padres que ese dios es el dios de los sirios, y que puede hacer a
los hombres todo lo que le place. Interrogó Jesús: ¿Cuál es tu nombre? El hombre
dijo: Hiram. Y Jesús lo conminó, diciendo: Si quieres curarte, abandona ese error.
Hiram dijo: ¿Y cómo he de dar crédito a tu propuesta? Porque tú eres todavía un niño,
mientras que yo soy ya un varón adulto. Y Jesús le preguntó: El dios de tu culto ¿tiene
el poder de devolverte la salud y la vida por una simple palabra? Y Jesús añadió: Si
crees de todo corazón, y si confiesas que hay un Dios del cielo y de la tierra, que ha
creado el mundo y el hombre, tal Dios es capaz de curarte. Hiram apuntó: No he oído
hablar de él. Jesús dijo: Sea. Pero cree sencillamente, y tu alma vivirá. Hiram le
preguntó: ¿Y cómo hacer ese acto de fe?
3. Respondió Jesús: He aquí la fórmula. Creo que es un Dios muy alto, el Padre
creador de toda cosa, y creo en su Hijo único y en el Espíritu Santo, trinidad y
divinidad una y perfecta. Hiram repuso: Creo lo que me dices. Entonces Jesús le
habló, interrogándolo: ¿No te has presentado a alguien, para que te cure? E Hiram
exclamó: ¿Qué médico podría librarme de tan grave enfermedad? Jesús dijo: Aquel a
quien pagues, lo podrá fácilmente. Hiram opuso: Pobre como soy, nada tengo que dar,
y nadie hace la caridad gratuitamente. Y Jesús objetó: ¿No has dicho tú mismo antes
que has venido de un país lejano, que has recorrido numerosas comarcas, y que has
recibido limosnas? ¿Por qué dices ahora falsamente que no tienes con qué pagar?
Hiram repuso: ¡Perdona, niño! Lo que te he dicho es que nada tengo que dar, excepto
el alimento que recibo al día, y el vestido que me cubre.
4. Y Jesús, viéndolo llorar, exclamó: ¡Oh hombre, dirígeme tu demanda! ¿Qué puedo
hacer por ti? Y respondio Hiram: Haz por mí todo lo que te plazca, y gratifícarne con
algún socorro. Y Jesús, extendiendo la mano, tomó la suya, y le ordenó: Levántate,
yérguete sobre tus pies, y ve en paz. Y, en el mismo momento, el hombre quedó
curado de sus males. Y cayó llorando de hinojos ante Jesús, y le hizo la siguiente
petición: Señor, si quieres, te seguiré en calidad de discípulo. Mas Jesús le dijo:
Vuelve en paz a tu casa, y cuenta todo lo que he hecho por ti en este encuentro. Y el
hombre se prosternó de nuevo ante Jesús, y marchó a su país.
 
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astaroth1
view post Posted on 14/2/2016, 22:41




De cómo se cumplieron las tradiciones escritas por los profetas y sobre las cosas
sorprendentes que hizo Jesús

XXVII


1. Y de nuevo fue Jesús llevado del Espíritu a la villa de Nazareth. Y
circulaba siempre por los Sitios retirados. Y los que lo veían se sorprendían y
murmuraban entre sí: Verdaderamente, el niño Jesús, el hijo del viejo, tiene el aire
despierto e inteligente. Algunos refrendaban: Cierto es lo que decís. Mas Jesús no se
manifestaba a ellos, a causa de su incredulidad.
2. Y sucedió que, aproximándose la gran fiesta, Jesús quiso ir a Jerusalén. Y, en el
curso del viaje, se encontró con un viejo canoso que se sostenía sobre dos cayadas, las
cuales desplazaba alternativamente, dejándose caer de la una a la otra. Y estaba
enfermo de los ojos y de los oídos. Al verlo, Jesús se sorprendió, y le dijo: Bien
hallado seas, viejo cargado de años. Y el anciano contestó: Bien hallado seas, niño,
hijo único del gran rey, y primogénito del Padre. Y Jesús indicó: Siéntate aquí, reposa
un poco, y luego proseguiremos nuestra ruta. El viejo asintió, diciendo: Hijo mío,
cumpliré tu orden. Y, cuando se hubieron sentado, Jesús se puso a interrogarlo en
estos términos: ¿Cuál es tu nombre, anciano? ¿De qué raza eres? ¿De qué país has
venido a éste?
3. Y el viejo contestó: Mi nombre es Baltasar, soy de raza hebraica, y vengo del país
de la India. Jesús le preguntó: ¿Qué buscas aquí? Y el viejo expuso: Mi padre era un
príncipe noble e iniciado en el arte de la medicina, cuya práctica me enseñó. Pero
ahora estoy impotente, y mi intención es ir a Jerusalén, para mendigar, y ganar así mi
vida. Jesús le hizo observar: Siendo hijo de médico, ¿cómo no puedes curarte a ti
mismo? El viejo repuso: Mientras fui joven, fuerte y robusto, practiqué la medicina.
Pero cuando la falta de salud me puso a prueba, perdí todo vigor, y hoy no soy ya
capaz de nada. Jesús dijo: ¿Fue durante tu infancia o en tu ancianidad cuando la
dolencia se apoderé de ti? Y el viejo repuso: Treinta años tenía, cuando este mal me
atacó, y todo mi cuerpo fue presa de un temblor general.
4. Al oír esto, Jesús se sorprendió, y le dijo: ¿Qué especie de tratamiento te aplicas? El
viejo contestó: A tal enfermedad, tal remedio. Mas Jesús le preguntó: ¿Sabes resucitar
a los muertos, hacer andar a los cojos, purificar a los leprosos, expulsar a los
demonios, curar todas las enfermedades, no con remedios, sino por una simple
palabra? Al oír esto, el viejo se sorprendió, y dijo, riendo: Me admiras mucho, porque
todo eso es una operación prodigiosa e imposible para el hombre. Jesús replicó: ¿Y
por qué te admiras? Y el viejo dijo: Porque, siendo todavía un niño, ¿cómo puedes
saber todo eso? Jesús contestó: Nadie me lo enseñó, sino que lo sé por mí mismo. Y el
viejo concedió: Si es como lo afirmas, de Dios y no de los hombres has recibido ese
don. Jesús respondió: Tú lo has dicho. Entonces el viejo murmuré: Paréceme que
entiendes el arte de la medicina. Y Jesús declaró, diciendo: Mi Padre posee el poder
de hacer todo eso.
5. Y el viejo le dijo: No ha habido nunca discípulo sin instrucción de su maestro, ni
hijo sin enseñanza de su padre. Te ruego que uses de caridad conmigo, y el Señor te
concederá una vida que largos años dure. Jesús dijo: Bien hablas, mas yo no puedo
hacer esto gratuitamente. Dame, pues, una retribución proporcionada a mi trabajo. El
viejo indicó: ¿Y qué retribución es la que pides? Jesús dijo: Poca cosa: oro, plata, todo
lo que por escrito acordemos bajo contrato. A estas palabras, el viejo rompió a reír.
Luego, reflexionando, pensó: ¿Qué hacer? Porque este muchacho se burla
pérfidamente de mí. Y, en voz alta, se quejó, diciendo: Niño, ¿por qué te mofas de un
viejo como yo? Se da limosna a los pobres, sobre todo a los ancianos, y no se los pone
en irrisión. Y Jesús lo hizo observar: Empezaste elogiándome grandemente, y ahora
me censuras. El viejo contestó: Es que me has irritado gravemente. Y dijo Jesús: No
te encolerices porque, no siendo más que un muchacho, haya querido entablar
conversación contigo. Entonces el viejo respondió a Jesús, y dijo: ¿Por qué no me
pides una cosa razonable, a fin de sacar provecho de mí? Pues ¿de dónde vendría esa
fortuna que me reclamas?
6. Y Jesús replicó: ¿No me has asegurado antes que eras de gran familia, hijo de
príncipe y descendiente de una casa real? El viejo otorgó: Y nada falso te aseguré,
puesto que poseía una enorme fortuna. Pero, cuando me hirió la enfermedad, todo lo
perdí. Y Jesús le preguntó: ¿Qué preferirías: recuperar tus opulentos tesoros, o hallarte
en cabal salud? El viejo respondió: Valdríame más ser hijo de un mendigo, pero no
estar enfermo. Y Jesús dijo: Si tal es tu deseo, abóname el precio de mi labor. Dijo el
viejo: No me atormentes con tan largos discursos. ¿Por qué te obstinas en hostigarme
con esas trampas y con esos engaños? Jesús repuso: ¿En qué hablé demasiado? ¿Y
qué consejo he recibido de ti? El viejo exclamó: Por amor de Dios, no me exasperes,
porque estoy gravemente enfermo. No me enojes. Ten un poco de paciencia. Nada
más he de contarte. Pero, por poseer facultades bastantes para socorrerte, me
compadezco de ti. El viejo exigió: Enuncia tus prescripciones. Y, respondiendo, Jesús
le dijo: Dame una pequeña recompensa por mi trabajo, y te curaré. Y el viejo replicó:
Dios te dará abundante recompensa por tu trabajo. Cuanto a mí, tanto me importa
morir como seguir con vida. Y Jesús le indicó: Tu curación no es tan difícil como
crees. El viejo dijo: Nada poseo más que un pedazo de pan y dos óbolos. Jesús
comenté, festivo: ¡He aquí el descendiente de gentes ricas en extremo! Entonces el
viejo montó en cólera, y exclamó, llorando: Verdaderamente, ¿he de sufrir todavía a
este niño, que ya me ha incomodado en grado sumo? Y Jesús dijo: ¡Viejo, no te
enojes! Ten un poco de paciencia, para que tu alma viva.
7. El viejo rezongó: Demasiada paciencia usé contigo, sin encontrar en ti asomos de
piedad. Y, como el viejo hubiese dicho esto, siempre entre lágrimas, Jesús le
preguntó: ¿Adónde vas? Respondió el viejo: A la ciudad de Jerusalén, para mendigar
mi pan. Y, si vienes en pos mío, te daré la mitad de los recursos con que Dios sea
servido de gratificarme. Jesús interrogó: ¿A qué Dios sirves? Y el viejo contestó: Al
Dios de mis padres. Advirtió Jesús: Ahí está justamente la causa de tu aflicción. Si
quieres ser perfecto, abandona la religión de tus padres, a fin de ser salvo en alma y en
cuerpo. El viejo dijo: ¿Y cómo podría dar fe a tus palabras? Replicó Jesús: Varias
veces me has puesto a prueba, y nada has conseguido. Y, al oír esto, el viejo
reflexionó, diciéndose: Mucho temo que este niño no esté jugando insidiosamente
conmigo. Mas Jesús le ordenó: Viejo, responde a la cuestión que te he planteado.
8. Y el viejo dijo: Estoy en duda, y no sé qué hacer, ni qué responder a esa cuestión.
Me parece que Dios te ha enviado a mí, y que eres el Señor, el que sondea el
pensamiento de los hombres. Dame, pues, a conocer lo que me es necesario. Jesús
exclamó, solemne: ¿Crees que existe un Dios creador de todas las cosas y su Hijo
único y el Espíritu Santo, trinidad y única divinidad? El viejo repuso: Sí, lo creo. Y
Jesús extendió la mano sobre el viejo, y dijo: Libre quedas de tu azote, y curado de tu
mal. Y, en el mismo instante, la curación fue un hecho. Y el viejo, cayendo a los pies
de Jesús, le confesó sus pecados. Y Jesús le dijo: Perdonados te son. Ve en paz, y el
Señor sea contigo. El viejo exclamó: Te ruego que me digas cómo te llamas! Y Jesús
repuso: ¿Para qué necesitas saber mi nombre? Ve en paz.
9. Y el viejo, inclinándose, se prosternó de nuevo ante Jesús, y se marchó
apaciblemente en dirección a Jerusalén. Y, cuando los habitantes de esta ciudad
vieron al viejo inmune, le preguntaron: ¿Quién te curó? Y el viejo dijo: Me curó, por
una simple palabra, un hijo de médico, que encontré en mi camino. Ellos dijeron:
¿Quién es ese médico? El viejo confesó: No lo sé. Y ellos fueron en su busca, y no lo
encontraron, porque Jesús había huido de aquel lugar, y vuelto a Nazareth. Y el viejo
publicó por doquiera el milagro que en él se había cumplido.
 
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astaroth1
view post Posted on 14/2/2016, 23:16




Sobre el juicio que Jesús pronunció entre dos soldados

XXVIII


1. Y sucedió, a los quince días, que Jesús pensó en mostrarse un poco a los
hombres. Y, como fuese por un camino, encontró a dos soldados que, durante su
marcha, disputaban con gran violencia, y que querían tomar uno de otro sanguinolenta
venganza. Y, cuando Jesús los divisé desde lejos, se dirigió hacia ellos y les preguntó:
¿Por qué, soldados, estáis tan llenos de furia, y en plan de mataros el uno al otro? Pero
ellos tenían el corazón tan henchido de cólera y de rabia, que no le respondieron. Y,
como llegasen a cierto paraje, ante un pozo, se sentaron cerca del agua, y se
amenazaban entre sí, con injurias. Y Jesús, que se había sentado también junto a
ambos, prestaba oído a la verbal contienda. Y uno de los dos, el que era más joven,
reflexioné, y se dijo: Él es mayor, yo menor, y conviene que me someta.
¡Desventurado de mí! Pero ¿por qué ponerle furioso, contrariándole? Me rendiré mal
de mi grado, al suyo.
2. Y, como después el soldado mirase a su alrededor, vio a Jesús sentado
tranquilamente, y le preguntó: ¿De dónde vienes, niño? ¿Adónde vas? ¿Cuál es tu
nombre? Y Jesús respondió: Si te lo digo, no me comprenderías. El soldado interrogó:
¿Viven tu padre y tu madre? Y Jesús respondió: Mi Padre vive, y es inmortal. El
soldado replicó: ¿Cómo inmortal? Jesús repuso: Es inmortal desde el principio. Vive,
y la muerte no tiene imperio sobre él. El soldado insistió: ¿Quién es el que vive
siempre, y sobre quien la muerte no tiene imperio, puesto que afirmas que a tu padre
le está asegurada la inmortalidad? Dijo Jesús: No podrías conocerlo, ni aun alcanzar
de él la menor idea. Entonces el soldado le preguntó, diciendo: ¿Quién puede verlo?
Y, respondiendo él, dijo: Nadie. E interrogó el soldado: ¿Dónde está tu padre? Y él
contestó: En el cielo, por encima de tierra. El soldado inquirió: Y tú ¿cómo puedes ir a
su lado? Jesús repuso: Yo he estado siempre con él, y hoy todavía con él estoy. El
soldado indicó, confuso: No comprendo lo que dices. Y Jesús aprobó: Ello es, en
efecto, incomprensible e inexpresable. El soldado añadió: ¿Quién, pues, puede
comprenderlo? Jesús dijo: Si me lo pides, te lo explicaré. Y el soldado encareció: Te
ruego que así lo hagas.
3. Y Jesús expuso: Estoy sin padre en la tierra, y sin madre en el cielo. El soldado
objetó: ¿Cómo has nacido, y cómo te has alimentado? Jesús dijo: Mi primera
generación procede del Padre antes de los siglos, y mi segunda generación tuvo lugar
sobre este suelo. Mas el soldado prosiguió objetando: ¿Cómo? ¿Se vio nunca que
quien nació de su padre, renazca de su madre? Jesús advirtió: No lo entiendes como es
debido. Y el soldado replicó: ¿Cuántos padres y cuántas madres tienes?
Contrarreplicó Jesús: ¿No te lo dije ya? Yo tengo un Padre único, y, con él, allá
arriba, nací sin madre. Yo tengo una madre única, y, con ella, aquí abajo, nací sin
padre. El soldado opuso: Primero dices que has nacido de tu padre, sin haber tenido
madre, y después dices que has nacido de tu madre, sin haber tenido padre. Jesús
concedió: Así es. El soldado exclamó: ¡Prodigiosa manera de nacer y de existir! ¿De
quién eres hijo, pues? Jesús afirmó: Soy hijo único del Padre, vástago carnal surgido
de mi madre, y heredero de todas las cosas. Y el soldado argumentó todavía: Tu
padre, ¿no ha conocido a tu madre? ¿Cómo entonces tu madre te ha concebido en su
vientre, y te ha traído al mundo? Dijo Jesús: Por efecto de una simple palabra de mi
Padre, sin sospecha de una aproximación a él por parte suya, y sin la idea siquiera de
esta aproximación. Rearguyó el soldado: ¿Cómo puedes conciliar las voluntades de tu
padre y de tu madre, y complacer los deseos del uno y de la otra? Respondió Jesús:
Estoy con mi Padre en el cielo, y permanezco con él por toda la eternidad, y habito
con mi madre en la tierra.
4. El soldado exclamó: ¡Sorprendente es lo que dices! Y Jesús repuso: ¿Y por qué me
planteas la cuestión sobre la que me interrogas, y que no puedes comprender? Mas el
soldado dijo: Si te he interrogado, ha sido con objeto de inducirte a que te pongas a
nuestro servicio. Además, he reconocido que eres vástago de una ilustre familia real.
Dios te glorifique en todo lugar y en todo tiempo, y te haga obtener la herencia de tu
padre.
5. Y Jesús le contestó, diciendo: Bendito seas de Dios. Pero informadme sobre el
motivo de vuestra querella. Y el soldado dijo: Yo te explicaré todo el asunto, y tú
pronunciarés entre nosotros una justa sentencia. Jesús dijo: Sí. Contadme el caso. Y el
soldado expuso: Somos del país de los magos y de una casa real. Hemos seguido a los
reyes que llegaron a Bethlehem con numerosas tropas y con ricos presentes en honor
del recién nacido rey de los israelitas. Cuando los reyes volvieron a Persia, nosotros
fuimos a la ciudad de Jerusalén, y, por amor de Dios, nos convertimos en compañeros
y como en hermanos el uno del otro. E hicimos un pacto de alianza,
comprometiéndonos por juramento a no separarnos hasta morir, y repartirnos, en
amistad perfecta y con equidad mutua, todos los provechos que Dios nos enviase.
6. Y, como nos alistásemos en la guardia del palacio de un gran jefe del reino, mi
poderoso príncipe me envió con un mensaje a un país lejano, donde permanecí largo
tiempo. Se me recibió allí con benevolencia y con honra, como la etiqueta de las
cortes reales prescribe hacer, concediendo a los portadores de mensajes las
deferencias que les son debidas. Por la gracia de Dios, volví satisfecho y, de todo lo
que gané, nada oculté a mi amigo y estoy pronto a repartirlo con él. Mi camarada
partió también con una tropa de caballeros y regresó a su casa, después de haber
obtenido un rico botín. Yo le pido que reparta conmigo el haber que ha traído de su
expedición y él se niega a ello y, en cambio, me reclama ásperamente la deuda que de
mí le corresponde. Y, ahora, ¿qué me ordenas que haga?
7. Y Jesús dijo: Si queréis escucharme, y obrar con rectitud, no os engañáis
mutuamente, y no olvidáis vuestros compromisos, antes bien, haced lo que habéis
prometido cumplir con toda solemnidad. Repartid vuestras ganancias equitativamente,
conforme al uso de la regla humana y a lo que habéis jurado sobre la ley divina. No
mintáis en presencia de Dios y no os frustréis el uno al otro injustamente, si queréis
vivir en amistad recíproca.
8. Empero el otro compañero, el que tenía más edad, manifestó: Niño, el juzgar en
verdadero derecho, no te concierne en modo alguno. Yo estuve en el campo de
muerte, corrí mil peligros y a duras penas pude tornar a mi hogar. Él, rodeado de un
aparato principesco, visitó los palacios de los reyes y volvió con presentes numerosos.
Es, pues, justo que me dé una parte de lo suyo y que yo no le dé nada de lo mío.
9. Mas Jesús replicó: No sabes lo que dices, soldado. Si, a la ida o a la vuelta, hubiera
él sufrido de los enemigos todo género de vejaciones, ¿qué parte le hubieras dado tú?
Y añadió: Si quieres repartir lo tuyo con él en plan de amistad, descubre claramente tu
pensamiento. Y, pronunciadas estas palabras, Jesús se calló.
10. Entonces, el soldado de menos edad se incorporó, se puso de hinojos ante su
colega, y le dijo: Perdona, hermano, que te haya contrariado gravemente, y haz ahora
lo que gustes. Yo repartiré, pero no viviré más contigo en relación de comunidad. Tú
has adquirido importancia, y te has convertido en el asesor de los reyes. Yo soy pobre,
me veo sin recursos, y tomará lo que buenamente quieras darme. Entonces Jesús,
mirándolo, lo amó, y se llenó de piedad, al ver su mansedumbre. Porque el mayor era
violento, por ser hijo de pobre, y el menor era humilde, por ser vástago de casa
grande.
11. Y Jesús dijo al último: Según lo que me referiste al principio, fuisteis a Bethlehem,
en la comitiva de los magos. ¿Visteis con vuestros propios ojos a aquel rey recién
nacido, que había venido al mundo? El soldado más joven repuso: Sí, lo vi, y lo adoré.
Jesús preguntó: ¿Y qué pensaste de él? ¿Qué fe tienes en él? El soldado respondió: Es
el Verbo encarnado, enviado por Dios. Y, conducidos por una estrella, fuimos a
visitarlo, y lo encontramos nacido de lá Virgen y acostado en la caverna. Jesús
apuntó: He oído decir que vive todavía. El soldado confesó: No lo sé. Pero he oído
decir que lo mataron por orden de Herodes, después de haber sido éste engañado por
los magos. Algunos afirman que, por causa suya, Herodes hizo perecer a los niños de
Bethlehem. Otros pretenden que su padre y su madre huyeron con él a Egipto. Jesús
comentó: Estás en lo cierto, pero repito que he oído decir que vive todavía. Ahora que
no falta quien asegure que no era lo que se creía, sino un impostor y un seductor. El
soldado rectificó: No propagues sobre él difamaciones que no podrías probar, porque
todos los que lo han
visto, aseguran que es el rey de Israel. Mas Jesús opuso: ¿Por qué entonces el pueblo
de Israel no ha creído en él?
12. Y los soldados dijeron: Lo ignoramos. Y Jesús interrogó: ¿Cómo os llamáis? Y un
soldado contesté: Mi nombre es Khortar. Y el otro: Mi nombre es Gotar. Jesús añadió:
¿A qué dios servís? Los soldados repusieron: Cuando vinimos a este país, estábamos
seducidos por los falsos dioses del nuestro, y practicábamos el culto del sol. Y Jesús
expuso: Volviendo a vuestro pleito, ¿cómo pensáis resolverlo? Y los soldados
replicaron: Haz lo que te sugiera tu buen juicio, pues nos has aparecido hoy como un
juez entre ambos. En efecto: desde que nos has visto, cesó nuestra indignación
precedente, y la gracia de Dios descendió sobre nosotros. Y, mientras con nosotros
has departido, nuestros corazones se han llenado de un vivo júbilo.
13. Y Jesús hizo entre los dos un reparto equitativo, y los soldados se conformaron con
su decisión. Y él los bendijo, y ellos prosiguieron su camino en paz.
 
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27 replies since 8/2/2016, 03:24   1163 views
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