| El Doctor Angélico.
Veamos lo que dice Santo Tomás de Aquino, pues no en vano se le ha llamado Doctor Angélico, por su detallado estudio de los ángeles. En primer lugar se fija en su ser espiritual e inmaterial, y derivado de ello en su intelectualidad. Pero añade al decir que su conocer no tiene que ver con nada material que “la operación de cualquier ser se realiza según el modo de su sustancia. El acto de entender es totalmente inmaterial. Esto se comprueba examinando su objeto, que es donde todos los actos encuentran su naturaleza y especie. Pues cualquier cosa es entendida en cuanto se la abstrae de la materia”. Esta idea nos lleva a que hay muchos niveles de conocer, pero que entender propiamente es una operación intelectual inmaterial distinta de la percepción, incluso en sus formas más elevadas. El conocimiento del ángel es distinto del humano y distinto del divino, pero todos son inmateriales según su ser.
Otra precisión muy importante es que “el entendimiento no aprehende las cosas según el modo de ser de ellas, sino según el suyo propio”. Los hombres conocen las cosas como compuestas, Dios conoce las cosas en sí mismas, porque es el mismo ser. Esta afirmación que podría sonar a subjetivismo intelectivo nos lleva al conocimiento de los ángeles. En ellos “suprimida la materia, la forma tiene relación con su ser como la potencia se relaciona con el acto”, y el conocimiento no es la recepción de la materia, lo que es absurdo, sino la recepción de la forma inmaterial. Sin embargo en el ángel no se confunde su sustancia con su entender, pues admite grados más o menos perfectos pues “en esto radica la diversidad de participación del acto de entender”. En el hombre se da un entendimiento posible en cuanto es capaz de entender y entiende cuando está en acto por el entendimiento o intelecto agente, o luz. En el ángel es diverso según Santo Tomás, pues “nunca está en pura potencia para entender lo que entienden por naturaleza, ni sus objetos son inteligibles en potencia, sino en acto; pues ante todo y sobre todo entiende lo inmaterial”. Además “la potencia intelectiva del ángel se extiende a todas las cosas, porque el objeto del entendimiento es el ser o la verdad universal, aunque no comprende todo en sí mismo pues es algo propio de la esencia divina infinita”, para conocerlo todo necesita ser enriquecido por algunas especies, añade Santo Tomás. Es lo que en los hombres llamaremos fe, don de ciencia o don de entendimiento. Es importante darse cuenta que querer entender todo sin esos dones es el acto de orgullo de los ángeles caídos.
Otra aportación muy interesante de Santo Tomás es que los ángeles al conocer no conocen por las formas tomadas de las cosas, sino “que les son connaturales”. Es decir, conoce las cosas según el conocer que tiene en su inteligencia, pues “obtienen su perfección intelectual de un efluvio inteligible por el que recibieron de Dios, junto con su naturaleza intelectual, las especies de las cosas conocidas”. El conocimiento del ángel contiene todo el universo material en su mismo acto de ser creado, según Santo Tomás, aunque no toma de las cosas ese conocimiento, sino previas a ellas. Esta idea de las especies inteligibles connaturales es de verdadera importancia. Así mismo hay diferencias entre especies de ángeles, añade Santo Tomás siguiendo al pseudo Dionisio y al liber de Causis que consideraba de Aristóteles, pero que era obra del platónico Proclo. De ahí extrae la siguiente conclusión: “cuanto más elevado sea el ángel, con tantas menos especies puede entender la universalidad de lo inteligible”, como ocurre entre los humanos de inteligencia menos o más poderosa.
Los hombres se conocen a sí mismo después de conocer algo, al conocer se conocen a sí mismos. Los ángeles, en cambio, se conocen así mismos antes de conocer a otros. Su reflexión no depende de que conozcan el exterior. En cuanto a Dios no lo pueden conocer en su esencia, pues es imposible a cualquier criatura por sus medios naturales. Pero tampoco necesita conocerle a través de las otras criaturas sino “que ve el objeto por medio de las especies obtenidas de él”, es decir, como don creacional de Dios en su alta naturaleza, Santo Tomás dice que este conocimiento se “aproxima al conocimiento como en un espejo, ya que la misma naturaleza angélica es como un espejo que reproduce la imagen de Dios”. Este conocimiento, pues, no es igual al de visión, o cara a cara, propio de los santos (ángeles o hombres), sino que ven a Dios en su interior, de ahí que sea más fácil vislumbrar el engreimiento de atribuirse ese conocimiento de Dios a sí mismo, y creerse como Dios.
Muy interesante es la solución de Tomás sobre el conocimiento del futuro, pues después del conocer por conjeturas o por las causas, es decir no conocer propiamente, añade: “conocer lo futuro en sí mismo. Así sólo Dios conoce, y no sólo lo futuro que sucede necesariamente y en la mayoría de los casos, sino también lo casual y fortuito; porque Dios ve todas las cosas en su eternidad, que, por ser simple, está presente en todos los tiempos incluyéndolos a todos. De ahí que la mirada de Dios, siendo una, abarca todo cuanto se hace a través de todos los tiempos como si estuviese presente”. Y concluye que “no hay entendimiento creado que pueda conocer lo futuro como es en sí mismo”. Diciéndolo de otro modo, Dios conoce el pasado en presente y como pasado; conoce el presente en presente; y conoce el futuro en presente, no en cuanto como algo que sucederá fatalmente independientemente de la libertad y las causas fortuitas. Dios conoce todos los futuros posibles, y el futuro real en presente, pues la eternidad no es un tiempo infinito, ni cíclico, sino acto perfecto de vida que no necesita de futuro para ser plenamente activo.
Resumiendo, el doctor Angélico dice que el pensamiento de los ángeles procede de Dios y lleva a conocer mejor a Dios. El conocimiento humano no se reduce a la percepción, da un salto enorme respecto al mundo animal, puede entender ideas (esencias) según la luz de su inteligencia (intelecto agente), con ellas puede razonar (pasar de unas ideas a otras). Pero este conocimiento permanece en pura lógica hasta que emite un juicio de realidad, y así llega de manera más profunda a lo real. Además esa inteligencia puede llegar más lejos que el razonar, pues puede llegar al mismo ser de las cosas según su luz interior. Esto no es exclusivo del sabio o del filósofo, sino que lo primero conocido por todos es el ser. Pero, se puede decir que según la luz interior se alcanza la intuición o inteligencia del mismo Ser. En los ángeles no se da el conocimiento por percepción, ni el conocimiento por razonamiento, sino sólo el conocimiento del ser según su capacidad. Esta capacidad es muy superior a la del hombre, pero su luz se reduce a la recibida en su creación. Ve lo mismo que el hombre, podíamos decir, pero con más profundidad, luminosidad, claridad e intensidad. Esta gradación, que también se da entre los diversos grados de ángeles, es máxima en Dios, por eso el mejor modo de mostrar el conocer de Dios es compararlo con la Luz. Dios ve en sí mismo todas las ideas y todas las realidades creadas, con total simplicidad. Dios es la Verdad y el Logos, es Luz de Luz. Es el más cognoscible, aunque esta claridad está limitada a los hombres por la limitación de sus luces. De ahí, que el conocimiento de Dios no se pueda limitar al del razonamiento (ideas de ideas), sino el de la inteligencia del ser, y, sobre todo, al que procede de la Luz que Dios envía al que desea ver, y que llamamos fe en el caso de los creyentes. Pienso que en muchos casos, sin llamarle fe, esa luz llega a muchos increyentes. Los Padres llamaban a estas luces semina Verbi que se observa en tantas religiones, filosofías y sabidurías humanas.
La voluntad de los ángeles. Santo Tomás da dos razones para afirmar que los ángeles tienen voluntad. La primera porque todas las cosas proceden de la voluntad divina; la segunda es que la voluntad es la raíz de la tendencia al bien cada uno a su modo. Los irracionales movidos por el apetito natural sin conocimiento, el apetito sensitivo de los hombres en razón de algún bien particular, pero los hombres y ángeles tienden al bien “por un conocimiento que llega a conocer la razón misma de bien…esta tendencia se llama voluntad. Como los ángeles por su entendimiento conocen la razón universal de bien, es evidente que en ellos hay voluntad”. Vale la pena recalcar que la inteligencia precede a la voluntad, y que la voluntad es una tendencia al bien conocido como bien. Está lejos del voluntarismo de la voluntad de poder, o del capricho, o de la voluntad de indiferencia. La libertad propia de la voluntad lleva al amor del bien conocido. En el caso de los ángeles este conocimiento es universal y luminoso, luego la libertad es más amplia que en los hombres. Una precisión de la armonía o coordinación de la inteligencia y la voluntad es la siguiente:” el conocimiento se verifica por cuanto lo conocido está en quien conoce. De donde se sigue que el entendimiento de quien conoce se extiende a lo que está fuera de él. En cambio la voluntad se extiende a lo que está fuera de ella, en cuanto a que por cierta tendencia, de algún modo se extiende al exterior”. Es decir, tiene lo externo dentro de él como conocido, y fuera de él como apetecido, por tanto en la criatura deben existir dos tendencias: la inteligencia y la voluntad. En Dios se identifican porque Él es el Ser y el Bien, ambos son su esencia. Luego la simplicidad de Dios lleva a una idea de inteligencia y una voluntad divinas infinitamente distintas de las humanas y angélicas.
En consecuencia directa de lo anterior se llega a la afirmación de que los ángeles tienen libre albedrío y Santo Tomás concluye que “sólo el que tiene entendimiento puede obrar en virtud de un juicio libre, en cuanto que conoce la razón universal del bien por el que puede juzgar esto o aquello bueno. Por lo tanto, donde hay entendimiento, hay libre albedrío. Pero el libre albedrío de los ángeles es más sublime que en los hombres, puesto que es más sublime su entendimiento”. Luego la libertad humana y angélica son dos grados de libertad, que no dependen tanto de la inmunidad de coacción externa, como de la asimilación del bien al que se mueve la voluntad desde dentro hacia fuera. Cuando consigue el bien que le atrae es más libre. No se puede decir que la libertad sea algo exclusivo de la voluntad, ni que sea un actuar caprichoso, ni ciego, ni movido por el poder. Sino que la libertad se mueve desde dentro cuando el bien es entendido en la inteligencia y la voluntad se inflama de amor activo. Este amor puede ser tanto el natural, correspondiente al apetito, como electivo, correspondiente a la voluntad. El natural mueve al electivo en el caso del hombre, por ejemplo, algo me gusta, lo veo bueno para mí, razono que me conviene y lo elijo o lo rechazo. En cambio en los ángeles es diverso, pues no tienen un conocimiento según el razonamiento, sino que conocen en sí mismos por las ideas recibidas al ser creados. Por este conocimiento tiene amor natural más perfecto y también electivo, pues quiere el bien conocido y el último fin que es al que se dirige el amor electivo. Asimismo los ángeles se aman a sí mismos de un modo natural, pero aman más a Dios como bien más universal que redunda en mayor bien de sí mismo. Cabe que ese amor a sí mismo supere al amor a Dios y eso es perverso, dice Santo Tomas. Luego la libertad del ángel es superior a la del hombre, pero infinitamente inferior a la libertad de Dios, pues al ser limitada puede querer un bien propio más que un bien externo superior. Esto es la libertad maliciosa que da origen al pecado angélico, que no es simplemente ignorancia o una locura, sino un acto libre desordenado.
La voluntad es un acto espiritual por el que se quiere un bien captado por el entendimiento o por la razón. No hay inconveniente en que ese acto exista en el ángel pues es “un acto de lo perfecto”. Es un movimiento de perfección distinto del conocimiento. Además tiene como “objeto sólo los bienes, mientras en el conocimiento tiene tanto los bienes como los males”. En los gnósticos la salvación viene sólo por el conocimiento y no se entiende el pecado.
Con esta distinción es posible entender mejor el misterio del pecado como un acto que tiende al mal conocido como bueno para mí, prescindiendo que sea bueno en sí. La voluntad tiende naturalmente al bien, y los ángeles son más libres que los hombres “pues es más sublime su entendimiento”. Y como no cabe separar el conocimiento y la voluntad como si fuesen independientes, el acto libre es la conjunción de ambos actos. La clave de la libertad angélica está en el entendimiento de la formas recibidas, que lleva a su voluntad a un querer más sublime que el del hombre. Por lo tanto su amor natural es también más sublime. La distinción ente amor natural y amor de elección lleva al tema del pecado angélico. El amor electivo es querer una cosa como medio al fin, y el amor natural es querer el fin. Luego el pecado es un querer de amor electivo que quiere conocer más de lo que es dado a su naturaleza y en ese querer se da la rebelión lúcida que lleva al odio y la rebelión imposible.
El ángel, dice el doctor Angélico, ”después que realizó el primer acto de amor por el que mereció la bienaventuranza inmediatamente fue bienaventurado”. A esto hay que añadir que el ángel está fuera del tiempo, en otro tipo de duración. El pecado fue un acto libre de desamor en el que se endurece en su duración más que atemporal eviterna. Queda el problema del pecado en el amor electivo, en el uso de la libertad. ¿Cómo es que teniendo un bien conocido infundido de un modo tan sublime se rebela? Y aquí viene la razón más importante. No es que se trate de una maldad original anterior al pecado de origen, en ese acto continuo y eviterno que hemos visto; sino que la libertad necesita la gracia para alcanzar su fin. Tomás dice: “tanto el ángel como cualquier otra criatura racional, si sólo se considera su naturaleza, puede pecar. Si hay alguno que no pueda pecar, se debe a un don de la gracia y no a la condición natural”. Conocer por don, elegir por don, llegar por don por el camino de la inferioridad reconocida, llamada humildad. En cambio, querer conocer sólo con las propias fuerzas, enamorado de la propia suficiencia, rechazando una ayuda que se estima inútil es el pecado angélico. “inflamado de orgullo, quiso ser llamado Dios” dice Agustín, quizá crear, o no aceptar algo de la creación. No sabemos más de este pecado.
El Catecismo de la Iglesia Católica lo explica así:”La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2,4). Esta "caída" consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn 3,5). El diablo es "pecador desde el principio" (1 Jn 3,8), "padre de la mentira" (Jn 8,44)”(392).”Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte" (S. Juan Damasceno, f.o. 2,4: PG 94, 877C)”(393). “La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama "homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios”(394).
“Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física-en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero "nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8,28)” (395).
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