HELENA BLAVATSKY, Isis sin velo

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belzebuth666
view post Posted on 24/11/2008, 16:32 by: belzebuth666




UN MATUSALÉN ÁRTICO
HISTORIETA DE NAVIDAD

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El antiguo castillo de un rico propietario de Finlandia se veía muy favorecido de
gentes en aquella fría noche de Navidad, gentes reunidas al amor del fuego del
clásico hogar, todo recuerdos de la santa tradición hospitalaria de sus nobles
antepasados, por la que se conservaban aún vivas las prácticas y supersticiones de la
Edad Media, en parte rusas, llevadas de las orillas del Neva por los últimos dueños.
No faltaban, no, en aquella noche augusta consagrada por los siglos, ni el árbol de
Noel, de o Navidad, ni los demás preparativos de fiesta que son de rigor allí como en
toda la tierra.
El castillo estaba lleno de tesoros arcaicos: los ceñudos retratos de los antecesores en
viejos y carcomidos marcos; toda clase de armas de caballeros en las panoplias, y de
antiguos vestuarios señoriles en los armarios. Extenso, misterioso, el tal castillo, como
todos los edificios de su clase, no faltaban en él tampoco antiguos torreones
desportillados y desiertos; baluartes almenados; góticos ventanales; sus sótanos
mohosos, obscuros e interminables, no visitados desde hacía quizá docenas de
generaciones, y enlazados con cuevas y escapes subterráneos, donde más de un preso
había quizá padecido las torturas de alguna vieja venganza, para retornar su espectro,
después de muerto aquél de angustia, a pedir justicia contra los vivos. Era, en fin, el tal
castillo–palacio, un resto imponente de un pasado feudal no menos imponente que él
mismo y el más apto, por tanto, para la reproducción de toda clase de horrores
románticos. Tranquilícese, sin embargo, el lector, que semejante marco de antiguos
horrores no va a jugar papel alguno, como podía esperarse, en esta mi verídica
narración.
El héroe principal de ella es, por el contrario, un hombre vulgarísimo a quien
llamaremos Erkler, o mejor el Dr. Erkler, profesor de medicina, alemán por línea paterna
y completamente ruso por su educación, como por su madre2.
El Dr. Erkler era un consumado viajero, por haber acompañado en todas sus empresas
a uno de los más famosos exploradores en sus viajes alrededor del mundo. Uno y otro,
el doctor y el explorador, habían tenido ocasiones varias de ver cara a cara la muerte y
desafiarla intrépidos, ora bajo las nieves polares, ora bajo los tórridos calores del
trópico.
2 Estas mismas condiciones de ascendencia prusiana y rusa nobiliarias reunía, como es sabido, H. P. B.,
cosa que nos hace sospechar si, bajo el velo de esta ficción, no se oculta alguno de tantos sucedidos de la
autora.
Entre el cúmulo de sus tan numerosos como emocionantes recuerdos, el doctor
parecía mostrar una no disimulada preferencia entusiasta hacia “sus inviernos” pasados
en Groenlandia y Nueva Zembla, más que hacia aquellos otros, por ejemplo, de la
Australia, donde, entre otras peripecias graves, estuvieron a punto de morir de sed él y
los suyos durante una travesía de catorce horas sin sombra ni agua.
–Sí –solía decir el doctor en medio de sus pintorescas y vivas narraciones.– Lo he
experimentado todo... ¡Todo, excepto eso que, en su ignorancia, llaman lo sobrenatural
las gentes supersticiosas!… Sin embargo –añadió, con trémula y baja voz –, hay en mi ya
larga vida un suceso sumamente extraordinario. He tropezado una vez con un extraño
hombre, rodeado de circunstancias completamente inexplicables, capaces de confundir
al más escéptico…
Todos los circunstantes sintieron, al oír aquello, el aletazo de la curiosidad, una
curiosidad terrorífica, bien adecuada al momento aquel en que el viento silbaba con
estrépito y caía la nieve en abundancia, haciendo más inestimable el beneficio de las
comodidades de cuantos le escuchaban al doctor en torno del hogar. El sabio continuó
de esta manera:
–En el año de mil ochocientos setenta y ocho nos fue forzoso invernar en la costa
noroeste de Spizberg, en nuestra exploración del fugaz verano anterior hacia el polo.
Como de costumbre, el propósito de abrirnos un camino hacia el polo ártico, fracasó
por causa de los iceberg, y tras vanos esfuerzos tuvimos que rendirnos a la dura
fatalidad. De allí a pocos días, la terrible noche polar tendió sobre nosotros su manto
cruel, y nuestras naves quedaron aprisionadas por los hielos en el golfo del Mussel3,
donde habíamos de pasar ociosos y separados de todo trato humano durante ocho
largos meses del invierno polar.
Sentí que mi fuerte voluntad me flaqueaba ante tan negra perspectiva, y más aún en
cierta espantosa noche de tempestad en que los , torbellinos de ventisca destruyeron
nuestros depósitos de provisiones, entre ellas catorce ciervos, con cuya carne
contábamos como arma contra la vida ártica que exige, según nadie ignora, un aumento
considerable en la cantidad y la calidad de los alimentos. Nos resignamos, no obstante,
lo mejor que pudimos por nuestra pérdida cruel y hasta llegamos a acostumbrarnos al
más nutritivo alimento del país, consistente en la carne de foca y en su grasa.
Para prevenirnos contra los rigores de la invernada, los hombres de nuestra tripulación
habían construido con los restos salvados del anterior desastre, una casita bastante
aceptable y dividida en dos departamentos, uno para mí y los otros tres jefes, y el
segundo para ellos. Agotando, además, todas nuestras previsiones meteorológicas y
magnéticas, añadimos al edificio un tercer cuerpo o establo protector para los escasos
ciervos que se habían salvado de la catástrofe.
3 Curiosa coincidencia onomástica con el célebre puerto asturiano del mismo nombre: una prueba más
del carácter protosemita de todo el Occidente europeo en sus épocas prehistóricas.
Se iniciaron al punto la inacabable serie de monótonos días y noches, que eran una
eterna noche sin aurora ni crepúsculo. Como, además, nos habíamos trazado el plan de
que dos de nuestros barcos regresasen en Septiembre antes de que los cortasen la
retirada los hielos, y este plan se habla frustrado por haberse anticipado la estación, la
tripulación era triple o cuádruple de la calculada para la invernada y para los elementos
con que contábamos para afrontarla, así que no sólo teníamos que economizar las
provisiones, sino también el combustible y la luz. Las lámparas se encendían sólo para
objetos de urgencia o científicos.
Teníamos que contentarnos, pues, con sólo la luz que quisiese darnos la Providencia
en aquella noche sin día: es a saber, la luz de la luna y la de las auroras boreales, pero,
¿cómo describir la gloria de aquellos incomparables fenómenos celestes? ¿Cómo
ponderar las cambiantes luces y colores de sus irradiaciones tan fantásticas corno
gigantescas de variedad infinita? En cuanto a las noches de luna de Noviembre, eran
sencillamente maravillosas, con los siempre cambiantes espectáculos de sus rayos entre
hielos y nieve. El encanto de tales momentos no se apartará jamás de mi imaginación.
Una de estas últimas noches, o por mejor decir, un día de estos, acaso, pues que desde
fines de Noviembre hasta mediados de Febrero no tuvimos crepúsculo alguno que nos
permitiese establecer diferencia entre la noche y el día, acertamos a columbrar entre las
irisaciones de la luna una como mancha obscura que se movía hacia nosotros,
remedando más que a un rebaño, que por fuerza tenía que ser blanco en aquellas
latitudes, a un grupo compacto de hombres trotando hacia el lugar donde nos
hallábamos, sobre la planicie nevada. ¿Qué seres humanos podían, sin embargo, ser
aquéllos?
Sí, era ya indudable: aunque nos resistiésemos a dar crédito a nuestros ojos, un
pelotón como de cincuenta hombres, se aproximaba rápidamente a nuestra vivienda.
Eran cincuenta cazadores de focas guiados por Matilin, el más famoso veterano de tales
empresas peligrosas, y que, como nosotros, habían sido cortados por los hielos en su
retirada.
Los hicimos entrar, atendiéndolos y obsequiándolos lo mejor que pudimos. Después
interrogamos a Matilin:
–¿Cómo supisteis que estábamos aquí?
–Nos lo dijo y nos enseñó el camino hasta vuestro albergue el viejo Johan–
contestaron varios, señalando a uno de sus compañeros: un anciano venerable con el
cabello más blanco que la misma nieve.
–Verdaderamente que es asombroso el que un anciano como éste se dedique aún a
cazar focas en compañía de hombres jóvenes como vosotros, en lugar de aguardar en el
rincón de su hogar, al amor de la lumbre, la llegada del último de sus días. Además,
¿cómo acertó a saber nuestra presencia en la solitaria región del oso blanco?– dijimos a
una.
Tanto el buen Matilin, como los demás de su grupo sonrieron compasivos ante nuestra
ignorancia. Según ellos nos aseguraron, “el viejo Johan” lo sabia todo, añadiendo:
–Bien novicios debéis de ser en estas tierras polares cuando ignoráis la existencia de
este prodigioso Johan y ahora tanto os asombráis de su presencia –dijo otro.
–Vengo cazando focas en estos mares desde hace cuarenta y cinco años, día tras día–
añadió el primero –y siempre le he conocido igual al buen Johan, a quien todos
veneramos con su cabellera blanca y su aspecto majestuoso. Es más: recuerdo
perfectamente que cuando yo era niño y acostumbraba a salir a la mar con mi padre,
éste y mi abuelo me contaban lo mismo, punto por punto, respecto de Johan, añadiendo
que igual contaron a mi abuelo, su padre y el padre de su padres… ¡Todos le habían
conocido igualmente anciano e imponente de grandeza con sus ojos de fuego y su
cabellera toda nieve!
–¡Según tal cuenta, el buen viejo tiene ya más de doscientos años! opuse festivo e
incrédulo.
Para sacarme de mi escepticismo, varios marineros rodearon al patriarca de la barba y
cabellera blanca importunándole:
–Abuelo querido, ¿tendréis la bondad de decirnos vuestra verdadera edad?
–Realmente, hijos míos, yo mismo no lo sé –replicó con la más seráfica de las sonrisas.
–Nunca conté mis años y vivo así el tiempo que Dios me ha decretado en su sabiduría
inescrutable…
–Pero, ¿cómo supisteis que invernábamos aquí? –le interrogué a mi vez.
–Él me guió –repuso simplemente –. Sólo sabía lo que sabía…
–No me atreví a indagar más, terminó el doctor –coronando su narración con estas
palabras, dichas en voz muy baja y como hablando ya consigo mismo:
–¡Inexplicable! ¡Absolutamente inexplicable!..
 
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