Los 120 días de Sodoma, Marqués de Sade

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astaroth1
view post Posted on 14/1/2009, 18:32




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Los 120 días de Sodoma

Los 120 días de Sodoma o La Escuela del Libertinaje (Les 120 Journées de Sodome ou l'école du libertinage) fue escrita en treinta y siete días -o mejor, en treinta y siete noches-, los que van del 22 de octubre de 1785 al 28 de noviembre de ese mismo año, en el que Sade cumplía los cuarenta y cinco.

El lugar de redacción fue una celda de la Bastilla, una de las prisiones en las que transcurrió casi la mitad de la vida del escritor. Corto de materiales, escribió en letra pequeña en un rollo continuo de papel de 12 metros de largo.

Todo empieza cuando cuatro libertinos se reúnen y formulan un plan para ocupar 120 jornadas en los más inimaginables excesos sexuales, para lo cual redactan un código que ordenará el gran desorden carnal de cada una de sus largas sesiones de desenfreno.

Debido al extremadamente crudo contenido de Los 120 Días de Sodoma, se le considera mayoritariamente un libro difícil de leer.

Los 120 Días de Sodoma ha sido descrito como una novela gótica. Ambientado en un remoto castillo medieval, alto en las montañas y rodeado de bosques, desligado del resto del mundo; sin señalarse ni siquiera un punto específico del tiempo en el que la acción se desarrolla (aunque se implica al comienzo que la historia tiene lugar o bien en el periodo de la Guerra de los Treinta Años -que duró de 1618 a 1648- o poco después).

La acción de la novela se desarrolla durante 5 meses, de noviembre a marzo. Cuatro adinerados pervertidos se encierran en un castillo, el Chateau de Silling, junto con un grupo de víctimas y cómplices. Su intención es la de escuchar historias de depravación de 4 veteranas prostitutas, las cuales les inspirarán a cometer similares actos con sus víctimas. Sade expone de forma cruda y grotesca la corrupción a la que lleva el exceso y el abuso del poder, aspectos que denuncia en sus obras y que forman parte de los ideales del movimiento de Ilustración.

Es una historia remarcablemente bien construida, con un orden estricto de eventos marcado de antemano. Sin embargo, no está completa. Solamente la primera sección está escrita en detalle. Después de eso, las restantes tres secciones están escritas como un borrador, a modo de notas con los comentarios personales de Sade aún presentes en la mayoría de traducciones. Bien antes o durante el trabajo, Sade sabía evidentemente que no podría completar la obra y eligió escribir las tres partes restantes en breve, para terminarlas después (obviamente no pudo hacerlo).

En 1975, el poeta y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini adaptó al cine la obra de Sade, transformando a los protagonistas en cuatro dignatarios de la República de Saló, el Estado fascista residual del Norte de Italia tras la derrota de Mussolini en la Segunda Guerra Mundial. El filme, considerado el testamento artístico de su autor, ha sido considerado una película maldita, no sólo por la extrema crudeza de sus imágenes, sino por la radicalidad de sus planteamientos, que recogen con fidelidad desasosegante las posturas filosóficas de Sade.

Edited by astaroth1 - 19/1/2016, 02:43
 
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belzebuth666
view post Posted on 14/1/2009, 18:39




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MARQUÉS DE SADE

LAS 120 JORNADAS DE SODOMA


PRIMERA PARTE

Las 150 pasiones simples o de primera clase que comprenden las treinta jornadas de
noviembre empleadas en la narración de la Duelos, se entremezclan con los acontecimientos
escandalosos del Castillo en forma de diario durante el mencionado mes.

INTRODUCCION

Las guerras considerables que Luis XIV tuvo que sostener durante su reinado, agotando
el Tesoro del Estado y las facultades del pueblo, encontraron sin embargo el secreto de
enriquecer a una enorme cantidad de sanguijuelas siempre al acecho de las calamidades
públicas provocándolas en lugar de apaciguarlas, para poder sacar más ventajas. El final de
ese reinado, tan sublime por otra parte, es acaso una de las épocas del imperio francés en que
se vio el mayor número de estas fortunas oscuras que sólo brillan por un lujo y unas orgías
tan secretas como ellas. En las postrimerías de dicho reinado y poco antes de que el regente
hubiese tratado a través del famoso tribunal conocido por el nombre de Sala de Justicia de
hacer restituir lo mal adquirido por esa tarifa de arrendadores de contribuciones, cuatro de
ellos imaginaron la singular orgía de que hablaremos. Sería un error creer que sólo la plebe se
había Ocupado de esta exacción, puesto que estaba acaudillada por tres grandes señores. El
duque de Blangis y su hermano el obispo de..., que habían hecho inmensas fortunas, son
pruebas incontestables de que la nobleza no desdeñaba más que los otros los medios de
enriquecerse por este camino. Estos dos ilustres personajes, íntimamente ligados por los
placeres y los negocios con el célebre Durcet y el presidente Curval, fueron los primeros que
imaginaron la orgía cuya historia narramos, y tras comunicársela a esos dos amigos, los
cuatro fueron los actores de los famosos desenfrenos.
Desde hacía más de seis años estos cuatro libertinos, unidos por la similitud de sus
riquezas y sus gustos, habían imaginado estrechar sus lazos mediante alianzas en las que el
desenfreno tenía más parte que cualquier otro de los motivos que generalmente forman estos
vínculos. He aquí cuáles habían sido sus arreglos: el duque de Blangis, viudo de tres esposas,
de una de las cuales le quedaban dos hijas, habiendo advertido que el presidente Curval
mostraba ciertos deseos de casarse con la mayor, a pesar de estar bien enterado de las
familiaridades que el padre se había permitido can ella, el duque, digo, imaginó de pronto
esta triple alianza.
-Tú quieres a Julie por esposa -dijo a Curval-. Te la doy sin vacilar, pero con una
condición: que no te muestres celoso, y que ella, aunque sea tu mujer, siga concediéndome
los mismos favores de siempre, y, además, que te unas a mí para convencer a nuestro común
amigo Durcet para que me entregue a su hija Constance, la cual ha suscitado en mí los
mismos sentimientos que tú experimentas por Julie.
-Pero no ignoras que Durcet es tan libertino como tú... -dijo Curval.
-Sé todo lo que puede saberse -contestó el duque-. ¿Crees que a nuestra edad y con
nuestra manera de pensar detienen esas cosas? ¿Crees que yo quiero una mujer para hacerla
mi amante? La quiero para que sirva a mis caprichos, para que vele y encubra una infinidad
de pequeñas orgías secretas que el manto del matrimonio tapa de maravilla. En un palabra: la
quiero como tú quieres a mi hija. ¿Te imaginas que ignoro el fin que persigues y tus deseos?
Nosotros los libertinos tomamos mujeres para que sean nuestras esclavas; su calidad de
esposas las hace más sumisas que si fuesen amantes. Tú sabes cómo se aprecia el despotismo
en los placeres que gozamos.
En este momento entró Durcet. Los dos amigos lo pusieron al corriente de la
conversación, y el arrendador de contribuciones, encantado por la oportunidad que se le
ofrecía de confesar sus sentimientos por Adéldide, hija del presidente, aceptó al duque como
yerno a condición de que él se convirtiera en yerno de Curval. No tardaron en concertarse
los tres matrimonios, las dotes fueron inmensas y las cláusulas iguales.
El presidente, tan culpable como sus dos amigos, confesó, sin que esto molestase a
Durcet, su pequeño comercio secreto con su propia hija, ante lo cual los tres padres,
deseosos de conservar cada uno sus derechos, convinieron, para ampliarlos más aún, en que
las tres jóvenes, únicamente ligadas por los bienes y el nombre de sus esposos, pertenecerían,
corporalmente, y por igual, a cada uno de ellos, bajo pena de los castigos más severos si
infringían alguna de las cláusulas a las que se las sujetaban.
 
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astaroth1
view post Posted on 14/1/2009, 18:41




En vísperas de concluir el contrato, el obispo de..., compañero de placeres de los dos
amigos de su hermano, propuso que se añadiera una cuarta persona a la alianza, si es que
querían dejarlo participar en las otras tres. Esta persona, la segunda hija del duque, y por
consiguiente, su sobrina, le pertenecía más de lo que se creía. Había tenido enredos con su
cuñada, y los dos hermanos sabían sin lugar a dudas que la existencia de esta joven que se
llamaba Aline se debía ciertamente más al obispo que al duque; el obispo, que se había
preocupado de Afine desde el día de su nacimiento, no la había visto llegar a la edad de los
encantos sin haber querida gozarlos, como es de suponer. Sobre este punto, pues, estaba a la
par de sus cofrades y su propuesta comercial tenía el mismo grado de avaricia o de
degradación; pero como los atractivos y la juventud de la muchacha supe-asan os de sus tres
compañeras, la proposición fue aceptada sin vacilar. El obispo, como los otros tres, cedió sin
dejar de conservar sus derechos, y, así, cada uno de nuestros cuatro personajes se encontró
pues marido de cuatro mujeres. Para comodidad del lector, recapitulemos la situación basada
en el convenio:
El duque, padre de Julie, se convirtió en el esposo de Constance, hija de Durcet.
Durcet, padre de Constance, se convirtió en el esposo de Adélaïde, hija del presidente;
El presidente, padre de Adélaïde, se convirtió en el esposo de Julie, hija mayor del duque.
El obispo, tío y padre de Aline, se convirtió en el esposo de las otras tres al ceder Aline a
sus amigos, sin renunciar a los derechos que tenía sobre ella.
Estas felices bodas se celebraron en una magnífica propiedad que el duque poseía en el
Borbonés, y dejo a los lectores que se imaginen las orgías que se celebraron allí; la necesidad
de describir otras nos priva del placer que hubiéramos experimentado pintando éstas.
A su regreso, la asociación de nuestros cuatro amigos se hizo más estable, y como es
importante darlos a conocer bien, un pequeño detalle de sus arreglos lúbricos servirá, creo'
yo, para arrojar luz sobre los caracteres de esos desenfrenados, mientras esperamos el
momento de tratarlos por separado para desarrollarlos todavía mejor.
La sociedad disponía de una bolsa común que administraba por turno uno de los
miembros durante seis meses, pero los fondos de esta bolsa, que sólo debían emplearse para
los placeres, eran inmensos. Su excesiva fortuna les permitía a este respecto cosas muy
singulares y el lector no debe sorprenderse cuando se le diga que había destinados dos
millones anuales para atender únicamente a los placeres de la buena mesa y la lujuria.
Cuatro famosas alcahuetas para las mujeres y otros tantos alcahuetes para los hombres se
dedicaban por entero a encontrar, en la capital y en las provincias, todo lo que de un modo o
de otro podía satisfacer su sensualidad. Por regla general hacían juntos cuatro cenas cada
semana -en cuatro diferentes casas de campo situadas en los cuatro extremos de París. En la
primera de estas cenas, destinada únicamente a los placeres de sodomía, sólo se admitía a
hombres. En ella se veía regularmente a dieciséis jóvenes entre veinte y treinta años cuyas inmensas
facultades hacían gozar a nuestros cuatro héroes, en calidad de mujeres, los más
sensuales placeres. Eran escogidos exclusivamente por la talla de su miembro, y era casi
necesario que ese soberbio miembro fuese de tal magnificencia que nunca hubiese podido
penetrar en ninguna mujer; ésta era una condición esencial. Y como no se escatimaban
gastos para la despensa, rara era la vez que no estuviese repleta. Pero con el fin de gozar a la
vez de todos los placeres, añadíanse a estos dieciséis maridos el mismo número de donceles
mucho más jóvenes y que tenían que cumplir las funciones de mujeres. Estos eran escogidos
entre la edad de doce años y la de dieciocho, y, para ser admitidos, era necesario poseer una
lozanía, un rostro, una gracia, un porte, una inocencia y un candor muy superiores a todo lo
que nuestros pinceles podrían pintar. Ninguna mujer podía ser recibida en estas orgías
masculinas, donde se realizaba todo lo que Sodoma y Gomorra inventaron de más lujurioso.
 
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satanas1
view post Posted on 14/1/2009, 18:45




La segunda cena estaba consagrada a las muchachas de buen tono que, obligadas a
renunciar a su orgulloso lujo y a la insolencia ordinaria de su comportamiento, eran obligadas
debido a las sumas recibidas, a entregarse a los caprichos más irregulares, y hasta a los
ultrajes, de los libertinos. Por lo regular eran doce, y como París no hubiera podido
abastecer, para variar este género con la frecuencia precisa se alternaban estas veladas con
otras, donde sólo se admitía el mismo número de damas distinguidas, desde la clase de los
procuradores hasta la de los oficiales. Hay más de cuatro o cinco mil mujeres en París que
pertenecen a una u otra de estas clases, a las que la necesidad o el lujo obliga a tomar parte
en este tipo de fiestas; sólo es cuestión de estar bien servido para encontrar mujeres de éstas,
y como nuestros libertinos lo estaban en gran medida, encontraban a menudo maravillas en
esta clase singular. Pero por más que se fuese una mujer honrada, era preciso someterse a
todo, y el libertinaje que nunca admite límites se enardecía de una manera particular
imponiendo horrores e infamias a lo que la naturaleza y las convenciones sociales parecían
inclinadas a apartar de tales pruebas. Se iba allá, era necesario hacerlo todo, y como nuestros
cuatro miserables tenían todos los gustos del más crapuloso e insigne desenfreno, este
consentimiento esencial a sus deseos no era poca cosa.
La tercera cena estaba destinada a los seres más viles y mancillados que puedan existir. A
quien conoce las desviaciones del desenfreno este refinamiento le parecerá algo muy sencillo;
resulta muy voluptuoso revolcarse por decirlo así en la basura con seres de esta clase; en ella
se encuentra el abandono más completo, la más monstruosa crápula, el envilecimiento más
completo, y estos placeres, comparados con los que se gozaron la víspera o con las criaturas
distinguidas que nos los proporcionaron, hacen más picantes uno y otro exceso. En este
caso, como la orgía era más completa, nadase había olvidado para hacerla más numerosa y
excitante. Tomaban parte, durante seis horas, unas cien putas, y muy a menudo no todas las
cien salían enteras. Pero no nos anticipemos; estos refinamientos tienen detalles de los que
no podemos ocuparnos aún.
La cuarta cena estaba reservada a las vírgenes, cuya edad oscilaba entre los siete y los
quince años. Su condición daba lo mismo, sólo se trataba de su rostro, que tenía que ser
encantador, y en cuanto a la seguridad de sus primicias, era necesario que éstas fuesen
auténticas.
 
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astaroth1
view post Posted on 14/1/2009, 18:47




¡Increíble refinamiento del libertinaje! No se trataba de que ellos deseasen ciertamente
coger todas aquellas rosas. ¿Cómo hubieran podido hacerlo si ellas eran ofrecidas siempre en
número de veinte, y si de nuestros cuatro libertinos solamente dos se encontraban en estado
de poder entregarse al acto de que se trata, y uno de los otros dos, el arrendador de
contribuciones, no experimentaba ninguna erección y el obispo no podía en absoluto gozar
más que de una manera susceptible, convengo en ello, de deshonrar a una virgen pero que la
dejaba siempre entera? No importa. Era necesario que las veinte primicias estuvieran allí, y
las que no resultaban perjudicadas por ellos se convertían ante ellos en presa de ciertos
criados tan libertinos como sus amos y que siempre tenían cerca por más de una razón.
Independientemente de estas cuatro cenas, había todos los viernes una secreta y
particular, mucho menos numerosa que las otras cuatro, aunque tal vez infinitamente más
cara. A dicha cena sólo se admitían cuatro señoritas de alcurnia, raptadas de casa de sus
padres a fuerza de engaños y de dinero. Las mujeres de nuestros libertinos participaban casi
siempre en esta orgía, y su extrema sumisión, sus cuidados, sus servicios, la hacían siempre
más excitante. En cuanto a la comida de estas cenas, es inútil decir que era tan abundante
como exquisita. Ninguna de aquellas cenas costaba menos de diez mil francos y se
acumulaba allí todo lo que Francia y el extranjero pueden ofrecer de más raro y exquisito.
Los vinos y los licores eran de primera calidad y abundantes, las frutas de todas las estaciones
se encontraban allí hasta en invierno, y se puede asegurar, en una palabra, que la mesa del
primer monarca de la tierra no estaba servida con tanto lujo y magnificencia.
Volvamos ahora sobre nuestros pasos y pintemos lo mejor que nos sea posible, para el
lector, a cada uno de estos cuatro personajes, no embelleciéndolos para seducir o cautivar,
sino con los mismos pinceles de la naturaleza, la cual, a pesar de todo su desorden, es a
menudo sublime, incluso cuando más se deprava. Porque, osemos decirlo de paso, si el
crimen carece de esa clase de delicadeza que se encuentra en la virtud, ¿no tiene continuamente
un carácter de grandeza y de sublimidad que lo hace superior siempre a los atractivos
monótonos y afeminados de la virtud? Nos hablarán ustedes de la utilidad del uno y de la
otra. ¿Pero es que nos incumbe escrutar las leyes de la naturaleza, debemos decidir nosotros
si, el vicio siéndole tan necesario como la virtud, no nos inspira quizás en igual proporción la
inclinación hacia uno u otra en razón de sus necesidades? Pero prosigamos.
El duque de Blangis, dueño a los dieciocho años de una fortuna ya inmensa y que se
acrecentó después por las rentas que percibió, sufrió todos los numerosos inconvenientes
que surgen en torno a un joven rico, con influencia, y que no se niega nada; casi siempre en
tal caso la medida de las fuerzas se convierte en la de los vicios, y uno se contiene tanto
menos cuanto mayores son las facilidades de procurarse todo. Si el duque hubiese recibido
de la naturaleza algunas cualidades primitivas, tal vez éstas hubiesen equilibrado los peligros
de su posición, pero esta madre extravagante que parece a veces entenderse con la fortuna
para que ésta favorezca todos los vicios que da a ciertos seres de los cuales espera cuidados
muy diferentes de los que la virtud supone, y esto porque ella necesita tanto éstas como
aquellos, la naturaleza, digo, al destinar a Blangis una riqueza inmensa, le había precisamente
ofrecido también todos los impulsos, todas las inspiraciones necesarias para abusar de su
fortuna. Con un espíritu muy negro y perverso, le había dado el alma más vil y más dura,
acompañada de los desórdenes en los gustos y los caprichos de donde nacía el espantoso
libertinaje al que el duque se sentía tan singularmente inclinado. Había nacido falso, duro,
imperioso, bárbaro, egoísta, tan pródigo para sus placeres como avaro cuando se trataba de
ser útil, mentiroso, glotón, borracho, cobarde, sodomita, incestuoso, asesino, incendiario,
ladrón, y ni una sola virtud compensaba tantos vicios. ¡Qué digo!: no solamente no respetaba
ninguna, sino que todas las virtudes le causaban horror, y a menudo se le oía decir que un
hombre, para ser verdaderamente feliz en este mundo, no sólo debería entregarse a todos los
vicios, sino además no permitirse nunca ninguna virtud, y que no se trataba solamente de
obrar mal siempre, sino también de no hacer nunca el bien.
 
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belzebuth666
view post Posted on 14/1/2009, 18:50




El duque decía:
-Hay mucha gente que sólo se entrega al mal cuando es impulsada por sus pasiones; una
vez recobrados de sus extravíos, sus almas regresan tranquilamente a los caminos de la virtud
y pasan sus vidas de combates en errores y de errores en remordimientos sin que sea posible
afirmar qué papel han representado en la tierra. Tales seres, continuaba, deben ser
desgraciados: siempre flotantes, siempre indecisos, su vida transcurre odiando por la mañana
lo que han hecho por la noche. Muy seguros de arrepentirse de los placeres de que disfrutan,
se estremecen al permitírselos, de manera que se convierten ala vez en virtuosos en el crimen
y criminales en la virtud. Mi carácter, más firme, añadía nuestro héroe, no se desmentirá
nunca de esta manera: no dudo nunca en mis decisiones, y como siempre estoy seguro de
hallar el placer en lo que hago, jamás el arrepentimiento mella lo que me atrae. Inmutable en
mis principios, porque me formé sólidamente en ellos desde mis años mozos, obro siempre
de acuerdo con ellos. Por ellos he conocido el vacío y la nada de la virtud; la odio, y nunca
caeré en ella. Mis principios me han convencido de que el vicio está hecho para que el
hombre experimente esa vibración moral y física que es la fuente de las más deliciosas
voluptuosidades, a las que me entrego. Desde pronto me coloqué por encima de las
quimeras de la religión, convencido de que la existencia del creador es un escandaloso
absurdo en el que ni siquiera los niños creen. Ni siquiera necesito forzar mis inclinaciones
para complacerlas. He recibido de la naturaleza estas inclinaciones, y no quiero irritarla frenándolas;
si la naturaleza me las ha concedido malas es porque eran necesarias para sus
designios. Yo sólo soy en sus manos una máquina que ella hace funcionar a placer, y ni uno
solo de mis crímenes deja de servirle; cuantos más crímenes me aconseja, más necesita, y
sería yo un necio si me opusiera a ella. Por lo tanto, sólo tengo contra mí a las leyes, pero las
desafío. Mi oro y mi influencia me ponen por encima de esos azotes vulgares que sólo deben
golpear al pueblo.
 
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astaroth1
view post Posted on 14/1/2009, 18:54




Si se le objetaba al duque que en todos los hombres existen ideas acerca de lo justo y lo
injusto que no podían ser más que fruto de la naturaleza, porque se encontraban también en
todos los pueblos, hasta en los que no estaban civilizados, contestaba que estas ideas eran
siempre relativas, que el más fuerte encontraba siempre muy justo lo que el débil consideraba
como injusto y que si se les cambiaba de lugar, ambos al mismo tiempo cambiarían
igualmente de manera de pensar, de donde concluía que lo único realmente justo era lo que
causaba placer e injusto lo que causaba aflicción; que en el momento en que tomaba cien
luises del bolsillo de un hombre, realizaba una cosa muy justa para él, aunque el hombre
robado la considerase todo lo contrario; que todas estas ideas, por ser arbitrarias, servían
para encadenar a los tontos. Mediante estos razonamientos el duque justificaba todos sus
desafueros y, como tenía mucho ingenio, sus argumentos parecían decisivos. Adecuando,
pues, su conducta a su filosofía, el duque, desde su mocedad, se había abandonado sin freno
a los extravíos más vergonzosos y extraordinarios. Su padre, que había muerto joven, lo
había dejado, como he dicho, dueño de una fortuna inmensa, pero había puesto una cláusula
en su testamento en virtud de la cual el joven dejaría gozar a su madre, mientras viviera, de
una gran parte de dicha fortuna. Tal condición disgustó pronto a Blangis, y como criminal
consideró que sólo el veneno podía ayudarlo, decidió emplearlo inmediatamente. Pero como
el bribón comenzaba entonces la carrera del vicio, no se atrevió a obrar personalmente:
encargó a una de sus hermanas, con la que mantenía relaciones criminales, la ejecución del
envenenamiento, dándole a entender que si tenía éxito le entregaría parte de la fortuna que él
recibiría como consecuencia de la muerte de la madre. Pero la joven se horrorizó ante tal
proyecto, y el duque, viendo que su secreto mal confiado podía traicionarlo, decidió al punto
añadir a su víctima a la que había querido hacer su cómplice; las llevó a una de sus heredades,
de donde las dos desgraciadas mujeres no regresaron nunca. Nada alienta tanto como un
primer crimen impune. Después de esta prueba, el duque rompió todos sus frenos. En
cuanto alguien oponía a sus deseos el más ligero obstáculo, el veneno era empleado inmediatamente.
De los asesinatos necesarios pasó pronto a los de la voluptuosidad; concibió
esta desgraciada perversión que nos hace encontrar placer en los males de los demás; se dio
cuenta de que una conmoción violenta impuesta a un adversario cualquiera proporciona al
conjunto de nuestros nervios una vibración cuyo efecto, al irritar los espíritus animales que
circulan en la concavidad de dichos nervios, los obliga a presionar los nervios erectores y a
producir, tras esta sacudida, lo que se llama una sensación lúbrica. En consecuencia, empezó
a cometer robos y asesinatos, teniendo como único principio el desenfreno y el libertinaje, de
la misma manera que otro, para inflamar estas mismas pasiones, se contenta con ir a una casa
pública. A los veintitrés años, junto con tres de sus compañeros de vicio, a los cuales había
inculcado su filosofía, decidió detener una diligencia en pleno camino real, violar tanto a las
mujeres como a los hombres, asesinarlos después, apoderarse del dinero del que no tenían
ninguna necesidad y encontrarse los tres, aquella misma noche, en un baile de la Opera a fin
de tener una coartada. Este crimen fue cometido: dos encantadoras señoritas fueron violadas
y asesinadas en los brazos de su madre, y a eso pueden añadirse muchos otros horrores, pero
nadie sospechó nada. Cansado de una esposa encantadora que su padre le había dado antes
de morir, el joven Blangis no tardó en mandarla a hacer compañía a los manes de su madre,
de su hermana y de sus otras víctimas, y esto para poder casarse con una doncella muy rica,
pero públicamente deshonrada, y que él sabía bien que era la amante de su hermano. Era la
madre de Aline, una de las protagonistas de nuestra novela, de la cual se ha hablado antes.
Esta segunda esposa, pronto sacrificada como la primera, dio paso a una tercera, que pronto
también corrió la misma suerte que la segunda. Decíase que era su corpulencia lo que mataba
a todas sus mujeres, y como su gigantismo era exacto en todos sus puntos, el duque dejaba
que se propalase un rumor que velaba la verdad. Aquel coloso horrible daba la impresión, en
efecto, de Hércules o de un centauro: el duque tenía una estatura de cinco pies y once
pulgadas, miembros de gran fuerza y energía, articulaciones dotadas de tremendo vigor,
nervios elásticos, y añádase a esto un rostro viril y fiero, grandes ojos negros, hermosas cejas
oscuras, nariz aquilina, hermosos dientes, un aspecto de salud y frescura, robustos hombros,
anchas espaldas, aunque bien torneadas, bellas caderas, nalgas soberbias, las más hermosas
piernas del mundo, un temperamento de hierro, una fuerza de caballo y el miembro de un
verdadero mulo, sorprendentemente velludo, dotado de la facultad de lanzar su esperma tantas
veces como quisiera en un día, incluso a la edad de cincuenta años, que era los que tenía a
la sazón, una erección casi continua de dicho miembro cuyo tamaño era de ocho pulgadas de
circunferencia por doce de largo, y tendremos el verdadero retrato del duque de Blangis.
Pero si esta obra maestra de la naturaleza era violento en sus deseos, ¿en qué se convertía,
Dios mío, cuando la embriaguez de la voluptuosidad hacía presa en él? No era un hombre,
sino un tigre furioso. ¡Desgraciado aquel que entonces servía a sus pasiones! Gritos
espantosos, blasfemias atroces salían de su pecho hinchado, sus ojos llameaban, su boca
soltaba espuma, relinchaba, se lo podía tomar por el dios de la lubricidad. Fuese cual fuese su
manera de gozar entonces, sus manos necesariamente no sabían lo que hacían, y se le había
visto más de una vez estrangular a una mujer en el momento de su pérfida descarga. Vuelto
en sí, la despreocupación más completa sobre las infamias que acababa de permitirse tomaba
pronto el lugar de su extravío, y de esta indiferencia, de esta especie de apatía, nacían casi
inmediatamente nuevas chispas de voluptuosidad.
 
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nubarus
view post Posted on 14/1/2009, 18:56




El duque, en su juventud había llegado a descargar su miembro dieciocho veces en un
mismo día, sin que se lo viera más agotado la última vez que la primera. Siete u ocho veces
seguidas no lo asustaban, a pesar de haber cumplido el medio siglo. Desde hacía casi
veinticinco años se había habituado a la sodomía pasiva, cuyos ataques sostenía con el
mismo vigor con que los devolvía activamente, un momento después, él mismo, cuando le
gustaba cambiar de papel. En una apuesta había soportado hasta cincuenta y cinco asaltos en
un día. Dotado, como hemos dicho, de una fuerza prodigiosa, le bastaba una mano para
violar a una muchacha, cosa que había hecho varias veces. Un día apostó que ahogaría a un
caballo entre sus piernas, y el animal reventó en el momento que el duque había indicado.
Sus excesos en la mesa superaban, si ello es posible, los de la cama. La cantidad de víveres
que tragaba era casi inconcebible. Hacía regularmente tres comidas al día, tan copiosas como
largas, regadas con diez botellas de vino de Borgoña; había llegado a beberse treinta y estaba
dispuesto a apostar contra cualquiera que llegaría hasta cincuenta, pero su embriaguez
cobraba el cariz de sus pasiones, cuando los licores o los vinos le subían a la cabeza, se ponía
tan furioso que era preciso amarrarlo. Y con todo eso, quién lo hubiera dicho, de tal modo es
verdad que el alma responde bien mal a las disposiciones corporales, un niño resuelto
hubiera espantado a aquel coloso, porque cuando para deshacerse de su enemigo no podía
emplear sus trampas o la traición, se convertía en un ser tímido y cobarde, y la idea del
combate menos peligroso incluso en igualdad de fuerzas, lo hubieran hecho huir hasta el fin
del mundo. Sin embargo, como era costumbre, había intervenido en una o dos campañas
militares, con tan poca honra que había tenido que abandonar el servicio. Sosteniendo su
bajeza con tanto ingenio como descaro, pretendía altaneramente que siendo la cobardía un
deseo de conservarse, era perfectamente imposible que la gente sensata la considerase como
un defecto.
 
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nubarus
view post Posted on 16/1/2009, 18:05




Conservando absolutamente los mismos rasgos morales y adaptándolos a una existencia
física infinitamente inferior a la que acaba de ser trazada, tendremos el retrato del obispo
de..., hermano del duque de Blangis. La misma negrura de alma, la misma inclinación al crimen,
el mismo desprecio por la religión, el mismo ateísmo, la misma bellaquería, el espíritu
más flojo y sin embargo más hábil y artero en perder a sus víctimas, pero con un talle más
esbelto y ligero, un cuerpo canijo, de salud vacilante, nervios delicados, un refinamiento mayor
en los placeres, facultades mediocres, un miembro muy común, incluso pequeño, pero
manejado con tanta habilidad y eyaculando siempre tan poco que su imaginación
continuamente inflamada lo hacía susceptible, como en el caso de su hermano, de gozar del
placer con tanta frecuencia como éste; por otra parte, sus sensaciones eran de tal finura, sus
nervios se excitaban hasta tal extremo, que a menudo se desmayaba en el instante de su
descarga y casi siempre perdía el conocimiento.
Tenía cuarenta y cinco años, cara de rasgos delicados, muy bellos ojos, pero una boca
perversa y dientes podridos, cuerpo blanco y sin vello, trasero pequeño y bien formado y un
miembro de cinco pulgadas de circunferencia, por seis de largo. Idólatra de la sodomía, tanto
la activa como la pasiva, y más de ésta que aquélla, se pasaba la vida haciéndose dar por el
culo, y este placer, que nunca exige un gran consumo de fuerza, se acomodaba con lo
menguado de sus medios. Más adelante hablaremos de sus otros gustos. Por lo que respecta
a los placeres de la mesa, los llevaba casi tan lejos como su hermano, pero ponía en ellos un
poco más de sensualidad. Monseñor, tan infame como su hermano mayor, tenía por otra
parte ciertos rasgos que lo ponían al mismo nivel sin duda que las célebres hazañas del héroe
que acabamos de pintar. Nos contentaremos con citar una, que bastará para que el lector vea
de qué podía ser capaz tal hombre, y lo que sabía y podía hacer habiendo hecho lo que va a
leerse:
Uno de sus amigos, hombre muy rico, había tenido en otro tiempo amores con una hija
de buena familia de la que había tenido dos hijos, un niño y una niña. Sin embargo, nunca
había podido casarse con ella, y la muchacha se casó con otro. El amante de esta desgraciada
murió joven, pero dueño de una inmensa fortuna; sin parientes por los que sintiera afecto,
decidió dejar sus bienes a los dos desgraciados frutos de sus amores.
 
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astaroth1
view post Posted on 16/1/2009, 18:33




En el lecho de muerte, confió su proyecto al obispo y le entregó las dos grandes dotes,
que puso en dos carteras iguales, encomendándole la educación de los dos huérfanos y le
pidió que entregase a cada uno de ellos lo que le correspondía cuando fueran mayores de
edad. Al mismo tiempo, pidió al prelado que manejara los fondos de sus pupilos para que su
fortuna se doblara. Le testimonió al mismo tiempo que deseaba que la madre ignorase
siempre lo que hacía por sus hijos, y exigía que nunca se hablase del asunto con ella.
Tomadas estas disposiciones, el moribundo cerró los ojos, y monseñor se vio dueño de cerca
de un millón en billetes de banco y de dos niños. El miserable no dudó mucho en tomar su
partido: el moribundo sólo había hablado con él, la madre debía ignorarlo todo, los hijos
sólo tenían cuatro o cinco años. Hizo público que su amigo, antes de morir, había dejado sus
bienes a los pobres, y desde ese mismo momento el infame se apoderó de ellos. Pero no era
bastante arruinar a los dos infelices niños: el obispo, que nunca cometía un crimen sin
maquinar otro inmediatamente, hizo retirar, con el consentimiento de su amigo, estos niños
de la oscura pensión donde eran educados y los colocó en casa de personas de su confianza,
decidido a convertirlos pronto en víctimas de sus pérfidas voluptuosidades. Cuidó de ellos
hasta que llegaron a la edad de trece años. El primero que los cumplió fue el muchacho; se
sirvió de él, lo sometió a todas sus orgías, y como era muy guapo se divirtió con él durante
unos ocho días. Pero la chiquilla no tuvo tanto éxito: llegó siendo fea a la edad prescrita, sin
que nada detuviera sin embargo al lúbrico furor de nuestro canalla. Satisfechos sus deseos,
temió que si dejaba vivir a aquellos muchachos descubriesen algo del secreto que se refería a
ellos. Los condujo, pues, a una finca de su hermano, y convencido de encontrar en un nuevo
crimen las chispas de lubricidad que el placer acababa de hacerle perder, inmoló a los dos a
sus pasiones feroces y acompañó su muerte con episodios tan picantes y tan crueles que su
voluptuosidad renació en el seno de los tormentos a que los sometió. El secreto es
desgraciadamente demasiado seguro, y no hay libertino anclado en el vicio que no sepa en
qué medida el asesinato influye en los sentidos y en qué medida determina una descarga
voluptuosa. Esta es una verdad que el lector debe asimilar antes de emprender la lectura de
una obra que tiene que desarrollar este sistema.
Tranquilo, después de perpetrados sus crímenes, monseñor regresó a París dispuesto a
gozar del fruto de sus fechorías, y sin el menor remordimiento por haber traicionado las
intenciones de un hombre incapaz, por su situación, de experimentar ni pena ni placeres.
 
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nubarus
view post Posted on 16/1/2009, 18:36




El presidente Curval era el decano de la sociedad; de sesenta años de edad y singularmente
gastado por el desenfreno, parecía un esqueleto. Era alto, enjuto, delgado, de ojos azules de
apagado mirar, boca lívida y malsana, mentón saliente y nariz larga. Cubierto de vello como
un sátiro, de espalda recta y nalgas blandas y colgantes, que parecían dos sucios paños de
cocina oscilando encima de sus muslos, cuya piel aparecía magullada a fuerza de latigazos y
tan curtida que no notaba cuando se la pellizcaban. En medio de todo esto veíase, sin que
tuviera que separarse la carne, un orificio inmenso cuyo enorme diámetro, olor y color le
hacían parecer más un catalejo que el agujero de un culo. Y, para colmo, entraba en los
hábitos de este puerco de Sodoma dejar siempre esta parte de su cuerpo en tal estado de
suciedad que velase siempre alrededor del ano un redondel de porquería de dos pulgadas de
espesor. En la parte inferior del vientre tan arrugado como lívido y fofo, se veía en un
bosque de pelos un instrumento que, en estado de erección, podía tener unas ocho pulgadas
de largo por siete de circunferencia; pero dicho estado era muy raro y era necesaria toda una
serie de circunstancias furiosas para lograr que se irguiera. Sin embargo, tenía aún erecciones
por lo menos dos o tres veces por semana, y el presidente entonces enfilaba indistintamente
todos los agujeros, aunque el del trasero de un joven era el que más le gustaba. El presidente
se había hecho circuncidar, de modo que la cabeza de su miembro no estaba nunca cubierta,
ceremonia que facilitaba mucho el placer y a la cual todas las personas voluptuosas deberían
someterse. Aunque dicha ceremonia tiene por objeto mantener esta parte limpia, en el caso
de Curval no era así: tan sucia como la otra, aquella cabeza pelona, naturalmente grande, resultaba
por lo menos una pulgada más ancha que la circunferencia del miembro. Igualmente
sucio en toda su persona, el presidente, que a esto añadía inclinaciones tan cochinas como su
persona, era un personaje tan apestoso que acercarse a él no podía agradar a todo el mundo.
Pero sus compinches no eran gente susceptible de escandalizarse por tan poca cosa y no le
hablaban de ello. Pocos hombres había habido tan listos y desenfrenados como el
presidente, pero completamente hastiado, absolutamente embrutecido, sólo le quedaban ya
la depravación y la crápula del libertinaje. Se necesitaban más de tres horas 'de excesos, y de
excesos de los más infames, para obtener de él un cosquilleo voluptuoso. En cuanto a la
eyaculación, aunque tuviera lugar más a menudo que la erección, y casi una vez cada día, era
difícil obtenerla o se lograba efectuando cosas tan singulares y a menudo tan crueles o sucias,
que los agentes de su placer renunciaban a ello a menudo, lo que suscitaba en él una especie
de cólera lúbrica que a veces surtía mejores efectos que los anteriores esfuerzos. Curval se
encontraba tan hundido en el lodazal del vicio y del libertinaje, que le hubiera resultado
imposible hablar de otra cosa. Siempre tenía tanto a flor de labios como en el corazón, las
más soeces expresiones, que entremezclaba con rudas blasfemias e imprecaciones surgidas
del verdadero horror que experimentaba, como sus compañeros, por todo lo que se refería a
la religión. Este desorden del espíritu, acrecentado aún por la embriaguez casi continua en la
que le gustaba sentirse le daba desde hacía algunos años un aire de imbecilidad y de
embrutecimiento que, según afirmaba, le era muy agradable.
 
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Lucífago Rofacale
view post Posted on 16/1/2009, 18:48




Tan glotón como borracho, era el único que podía competir con el duque, y a lo largo de
esta historia lo veremos realizar proezas que asombrarán sin duda a nuestros famosos
comedores.
Desde hacía diez años, Curval no ejercía su cargo, no solamente porque estuviera
incapacitado para ello: aunque hubiese podido desempeñarlo, creo que le habrían rogado que
se abstuviera de ello todo la vida.
Curval había llevado una vida muy libertina, todos los extravíos le eran familiares, y
quienes lo conocían particularmente sospechaban que debía a dos o tres asesinatos
execrables la inmensa fortuna que poseía. Sea lo que fuere, es muy verosímil para la historia
que sigue que esta especie de exceso tenía el arte de conmoverlo intensamente, y fue a causa
de esta aventura, que, desgraciadamente, tuvo poca repercusión, por lo que fue excluido de la
Corte. Vamos a contarla para dar al lector una idea de su carácter.
Cerca del palacio de Curval vivía un pobre mozo de cuerda, padre de una bella
muchacha, que cometía la ridiculez de ser un hombre dotado de sentimientos. Más de veinte
veces mensajes de todas clases habían tratado de corromper a aquel infeliz y a su mujer con
proposiciones relativas a su hija, sin poder doblegarlos, y Curval, inspirador de aquellas
embajadas, irritado por los continuos rechazos, no sabía qué hacer para gozar de la
muchacha y para someterla a sus libidinosos caprichos. Cuando por fin decidió simplemente
hundir al padre con el objeto de poder llevar a la hija a su cama. El medio fue tan bien
concebido como ejecutado. Dos o tres bribones pagados por el presidente se cuidaron del
asunto, y antes que terminara el mes el desgraciado mozo de cuerda se vio envuelto en un
crimen imaginario supuesta mente cometido ante la puerta de su casa y que lo condujo
pronto a los calabozos de la Conciergerie. El presidente, como podemos suponer, se encargó
en seguida de este asunto, y como no tenía deseos de que el caso se alargara, en tres días,
gracias a sus bribonadas y a su dinero, el desgraciado mozo de cuerda fue condenado al
suplicio de la rueda, sin que hubiese cometido otro crimen que el de defender su honor y el
de su hija.
Tras esto, el asedio volvió a empezar. Se habló con la madre, se le hizo ver que estaba en
sus manos la suerte de su marido, que si daba satisfacción al presidente era claro que
arrancaría a su marido de la suerte terrible que lo esperaba. Ya no era posible dudar. La
mujer fue a aconsejarse; se sabía perfectamente a quien acudiría, y como los consejeros
habían sido comprados, contestaron de inmediato que no había tiempo que perder. La
desgraciada mujer lleva ella misma llorando a su hija a los pies de su juez; éste promete todo
lo que se le pide, pero en realidad estaba muy lejos de cumplir su palabra. No solamente
temía que el marido puesto en libertad armase ruido al advertir a qué precio había sido
salvado, sino que el canalla experimentaba un placer más agudo haciéndose entregar lo que
deseaba sin dar nada a cambio.
 
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astaroth1
view post Posted on 16/1/2009, 18:52




Sobre todo esto se habían ofrecido a su espíritu episodios de maldad que aumentaban su
pérfida lubricidad. Y he aquí lo que maquinó para poner a la escena toda la infamia y la
excitación que pudo:
Su palacio se encontraba delante de un lugar donde a veces se ejecutaba a criminales en
París, y como el delito se había cometido en aquel barrio, consiguió queda ejecución tuviese
lugar sobre esta plaza en cuestión. A la hora indicada, hizo que la madre y la hija se
encontrasen en palacio. Todo estaba bien cerrado por el lado de la plaza, de modo que en los
aposentos donde tenía a sus víctimas no se veía nada de lo que estaba a punto de suceder. El
canalla, que sabía la hora exacta de la ejecución, escogió aquel momento para desflorar a la
muchacha en los brazos de su madre, y todo fue dispuesto con tanta habilidad y precisión,
que el miserable eyaculaba en el culo de la doncella en el momento en que el padre expiraba.
Una vez hubo terminado, dijo a sus dos doncellas, abriendo una ventana que daba a la plaza:
-Venid a ver... Venid a ver cómo he cumplido mi palabra.
Y las dos desgraciadas vieron, una de ellas a su padre y la otra a su marido, expirando
bajo el hierro del verdugo. Ambas cayeron desmayadas, pero Curval lo había previsto todo.
Este desmayo era su agonía: ambas fueron envenenadas y nunca volvieron a abrir los ojos.
Por más que se cuidó de envolver este crimen, en las sombras del más profundo misterio
algo trascendió: se ignoró la muerte de las dos mujeres, pero se sospechó vivamente de
prevaricación en_ el asunto del marido. El motivo fue a medias conocido, y el resultado de
todo ello fue su retiro. Desde aquel momento, Curval, sin necesidad ya de guardar el decoro,
se precipitó en un nuevo océano de errores y crímenes. Se hizo buscar víctimas por todas
partes para inmolarlas a la perversidad de sus gustos. Por un refinamiento de crueldad atroz,
y sin embargo fácil de comprender, la clase del infortunio era la preferida para lanzar los
efectos de su pérfida rabia. Tenía algunas mujeres que le buscaban noche y día, en las buhardillas
y zahurdas todo lo de más desvalido que la miseria podía ofrecer, y bajo el pretexto de
socorrer, las envenenaba, cosa que era uno de sus pasatiempos favoritos, o bien las atraía a
su casa y las inmolaba él mismo a la perversidad de sus gustos. Hombres, mujeres, niños,
todo era bueno para su pérfida rabia, y cometía excesos que lo hubieran podido llevar mil
veces al cadalso si su nombre y su oro no lo hubiesen evitado. Fácil es comprender que un
ser así se hallaba tan apartado de la religión como sus compañeros; la detestaba sin duda tan
soberanamente como ellos, pero había hecho más para extirparla de los corazones, porque,
aprovechándose del ingenio que poseía para escribir contra ella: era el autor de varias obras
cuyos efectos habían sido prodigiosos, y estos éxitos, que recordaba continuamente, eran una
de sus más caras voluptuosidades.
 
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nubarus
view post Posted on 16/1/2009, 18:55




Cuanto más multiplicamos los objetos de nuestros goces... (1).

(a)... los débiles años de la infancia.
(b) Durcet tiene cincuenta y tres años, es bajo, gordo y robusto, rostro agradable y fresco,
la piel muy blanca, todo el cuerpo y principalmente las caderas y las nalgas, completamente
como de una mujer, su culo es rozagante, firme y rollizo, pero excesivamente abierto por el
hábito de la sodomía, su pito es extraordinariamente pequeño, apenas tiene dos pulgadas de
circunferencia por cuatro de largo, nunca se empalma, sus descargas son escasas y penosas,
poco abundantes y siempre precedidas de espasmos que lo ponen en un estado de furor que
lo lleva al crimen, tiene senos como una mujer, una voz dulce y agradable y es muy honrado
en sociedad, aunque tenga una cabeza tan depravada como la de sus amigos. Compañero de
escuela del duque, todavía se divierten juntos diariamente. Uno de los grandes placeres de
Durcet consiste en hacerse cosquillear el ano por el enorme miembro del duque.
Tales son, en una palabra, querido lector, los cuatro criminales con los cuales voy a
hacerte pasar algunos meses. Te los he descrito lo mejor que he podido para que los
conozcas a fondo y para que nada te asombre en el relato de sus diferentes extravíos. Me ha
sido imposible entrar en el detalle particular de sus gustos, porque al relatarlos hubiera
perjudicado el interés de la obra y a su plan principal. Pero a medida que el relato avance, no
habrá más que seguirlos con atención y se descubrirán más fácilmente sus pecados habituales
y la clase de manía voluptuosa que más les agrada a cada uno. Todo lo que ahora puede
decirse grosso modo, es que eran generalmente susceptibles al placer de la sodomía, que los
cuatro se hacían encular regularmente e idolatraban los culos.

(1) Colóquese aquí el retrato de Durcet que se encuentra en el cuaderno 18,
encuadernado en rosa, y después de haber terminado este retrato con las palabras de los
cuadernos... (a), prosígase así (b):

El duque, sin embargo, debido a su gran corpulencia y más bien, sin duda, por crueldad
que por gusto, jodía también coños con el mayor placer.
El presidente también lo hacía a veces, pero más raramente.
En cuanto al obispo, los detestaba tan soberanamente que su sola presencia lo habría
desempalmado por seis meses. Sólo había jodido uno en su vida, el de su cuñada, y con la
intención de tener un hijo que pudiese procurarle un día los placeres del incesto. Ya hemos
visto cómo logró sus propósitos.
Por lo que respecta a Durcet, idolatraba el culo por lo menos con tanto ardor como el
obispo, pero gozaba de él de una manera más accesoria; sus ataques favoritos se dirigían
contra un tercer templo. Más adelante nos será descifrado este misterio. Terminemos con los
retratos esenciales para la comprensión de esta obra y demos ahora a los lectores una idea de
las cuatro esposas de estos respetables maridos.
 
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satanas1
view post Posted on 16/1/2009, 18:59




¡Qué contraste! Constance, la esposa del duque e hija de Durcet, era una mujer alta,
delgada, digna de ser pintada, y formada como si las Gracias se hubiesen complacido en
embellecerla, pero la elegancia de su talle no superaba en nada a su frescor, era rolliza, y las
formas más deliciosas, que se ofrecían bajo una piel más blanca que los lirios, suscitaban la
idea de que el mismo Amor se había tomado la molestia de modelarla. Su rostro era un poco
alargado, de rasgos extraordinariamente nobles, con más majestad que gentileza y más
autoridad que finura. Sus ojos eran grandes, negros, y llenos de fuego, su boca
extremadamente pequeña, y adornada con los más hermosos dientes que se pudiese
sospechar, tenía la lengua delgada, estrecha, de un bello color rojo, y su aliento era más dulce
que el olor de las rosas. Sus senos eran rotundos, firmes y blancos como el alabastro, sus
flancos descendían deliciosamente hasta el culo más artísticamente formado que la naturaleza
había producido desde hacía mucho tiempo. Era completamente redondo, no muy grande
pero firme, blanco, rollizo, y sólo se entreabría para ofrecer el agujerito más limpio, más
gracioso y más delicado. Un leve matiz rosado coloreaba este culo, encantador asilo de los
más dulces placeres de la lubricidad. Pero, ¡gran Dios!, ¡cuán poco tiempo conservó tantos
atractivos! Cuatro o cinco ataques del duque marchitaron pronto todas las gracias, y
Constance, después de su matrimonio, pronto no fue más que la imagen de un hermoso lirio
que la tempestad acaba de tronchar. Dos muslos redondos y perfectamente- moldeados sostenían
otro templo menos delicioso sin duda pero que ofrecía al partidario de éste tanto
atractivos que sería inútil que mi pluma tratara de pintarlos. Constance era más o menos
virgen cuando el duque se casó con ella, y su padre, el único hombre que ella había
conocido, la había dejado, como se ha dicho, perfectamente entera por ese lado. Los más
hermosos cabellos negros que caían en bucles naturales por encima de sus hombros y,
cuando se quería, llegaban hasta el lindo vello del mismo color que sombreaba ese coñito
voluptuoso, se convertían en un nuevo adorno que hubiera hecho mal en omitir, y acababa
de prestar a aquella criatura angélica, que debía tener unos veintidós años, todos los encantos
que la naturaleza puede prodigar a una mujer. A todos sus atractivos Constance añadía un
espíritu justo, agradable y más elevado de lo que podía esperarse de la triste situación en que
la había colocado la suerte y cuyo horror ella sentía completamente, y con una sensibilidad
menos delicada hubiera sido sin duda más feliz.
Durcet, que la había educado más como una cortesana que como una hija, y que sólo se
había preocupado por darle más buenas maneras que moralidad, no había podido sin
embargo destruir en su corazón los principios de honradez y virtud con que la naturaleza la
había dotado. No tenía religión, nunca se le había hablado de ella, jamás se le había
permitido que la practicase, pero todo esto no había apagado en ella ese pudor, esa modestia
natural que es independiente de las quimeras religiosas y que, en un alma honesta y sensible,
difícilmente se desvanecen. No había abandonado nunca la casa de su padre, y el miserable la
había utilizado para sus crapulosos placeres desde la edad de doce años. Ella encontró
mucha diferencia en los que el duque gozaba con ella, su físico se alteró sensiblemente a
causa de ello, y al día siguiente de haber sido desvirgada sodomíticamente por el duque cayó
gravemente enferma. Creyóse que el recto había sido absolutamente perforado, pero su juventud,
su salud y el efecto de algunos medicamentos devolvieron pronto al duque el uso de
esta vía prohibida, y la desgraciada Constance, obligada a habituarse a este suplicio diario, y
que no era el único, se restableció completamente y se acostumbró a todo.
 
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303 replies since 14/1/2009, 18:32   7414 views
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