MARQUÉS DE SADE
LAS 120 JORNADAS DE SODOMAPRIMERA PARTELas 150 pasiones simples o de primera clase que comprenden las treinta jornadas de
noviembre empleadas en la narración de la Duelos, se entremezclan con los acontecimientos
escandalosos del Castillo en forma de diario durante el mencionado mes.
INTRODUCCIONLas guerras considerables que Luis XIV tuvo que sostener durante su reinado, agotando
el Tesoro del Estado y las facultades del pueblo, encontraron sin embargo el secreto de
enriquecer a una enorme cantidad de sanguijuelas siempre al acecho de las calamidades
públicas provocándolas en lugar de apaciguarlas, para poder sacar más ventajas. El final de
ese reinado, tan sublime por otra parte, es acaso una de las épocas del imperio francés en que
se vio el mayor número de estas fortunas oscuras que sólo brillan por un lujo y unas orgías
tan secretas como ellas. En las postrimerías de dicho reinado y poco antes de que el regente
hubiese tratado a través del famoso tribunal conocido por el nombre de Sala de Justicia de
hacer restituir lo mal adquirido por esa tarifa de arrendadores de contribuciones, cuatro de
ellos imaginaron la singular orgía de que hablaremos. Sería un error creer que sólo la plebe se
había Ocupado de esta exacción, puesto que estaba acaudillada por tres grandes señores. El
duque de Blangis y su hermano el obispo de..., que habían hecho inmensas fortunas, son
pruebas incontestables de que la nobleza no desdeñaba más que los otros los medios de
enriquecerse por este camino. Estos dos ilustres personajes, íntimamente ligados por los
placeres y los negocios con el célebre Durcet y el presidente Curval, fueron los primeros que
imaginaron la orgía cuya historia narramos, y tras comunicársela a esos dos amigos, los
cuatro fueron los actores de los famosos desenfrenos.
Desde hacía más de seis años estos cuatro libertinos, unidos por la similitud de sus
riquezas y sus gustos, habían imaginado estrechar sus lazos mediante alianzas en las que el
desenfreno tenía más parte que cualquier otro de los motivos que generalmente forman estos
vínculos. He aquí cuáles habían sido sus arreglos: el duque de Blangis, viudo de tres esposas,
de una de las cuales le quedaban dos hijas, habiendo advertido que el presidente Curval
mostraba ciertos deseos de casarse con la mayor, a pesar de estar bien enterado de las
familiaridades que el padre se había permitido can ella, el duque, digo, imaginó de pronto
esta triple alianza.
-Tú quieres a Julie por esposa -dijo a Curval-. Te la doy sin vacilar, pero con una
condición: que no te muestres celoso, y que ella, aunque sea tu mujer, siga concediéndome
los mismos favores de siempre, y, además, que te unas a mí para convencer a nuestro común
amigo Durcet para que me entregue a su hija Constance, la cual ha suscitado en mí los
mismos sentimientos que tú experimentas por Julie.
-Pero no ignoras que Durcet es tan libertino como tú... -dijo Curval.
-Sé todo lo que puede saberse -contestó el duque-. ¿Crees que a nuestra edad y con
nuestra manera de pensar detienen esas cosas? ¿Crees que yo quiero una mujer para hacerla
mi amante? La quiero para que sirva a mis caprichos, para que vele y encubra una infinidad
de pequeñas orgías secretas que el manto del matrimonio tapa de maravilla. En un palabra: la
quiero como tú quieres a mi hija. ¿Te imaginas que ignoro el fin que persigues y tus deseos?
Nosotros los libertinos tomamos mujeres para que sean nuestras esclavas; su calidad de
esposas las hace más sumisas que si fuesen amantes. Tú sabes cómo se aprecia el despotismo
en los placeres que gozamos.
En este momento entró Durcet. Los dos amigos lo pusieron al corriente de la
conversación, y el arrendador de contribuciones, encantado por la oportunidad que se le
ofrecía de confesar sus sentimientos por Adéldide, hija del presidente, aceptó al duque como
yerno a condición de que él se convirtiera en yerno de Curval. No tardaron en concertarse
los tres matrimonios, las dotes fueron inmensas y las cláusulas iguales.
El presidente, tan culpable como sus dos amigos, confesó, sin que esto molestase a
Durcet, su pequeño comercio secreto con su propia hija, ante lo cual los tres padres,
deseosos de conservar cada uno sus derechos, convinieron, para ampliarlos más aún, en que
las tres jóvenes, únicamente ligadas por los bienes y el nombre de sus esposos, pertenecerían,
corporalmente, y por igual, a cada uno de ellos, bajo pena de los castigos más severos si
infringían alguna de las cláusulas a las que se las sujetaban.