Enoc, Henoc, Enoc o Enoch

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gabriel1
view post Posted on 13/4/2009, 20:30




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Enoc

Henoc (a veces transcrito como Enoc o Enoch) es, en el libro del Génesis, del Antiguo Testamento de la Biblia, el nombre de varios personajes mencionados en dos genealogías, y posteriormente por muchos autores judíos, cristianos y musulmanes:

* El primero aparece como primogénito de Caín (quien construyó una ciudad a la que le puso el nombre de Henoc para celebrar su nacimiento). Henoc fue padre de Irad, éste de Mavael, éste de Matusalén, éste de Lamech quien aparece como el primer polígamo, y éste de Jabal y Jubal.
* El segundo aparece como hijo de Jared, descendiente de Set, hijo de Adán, padre de Matusalén, abuelo de Lamec y bisabuelo de Noé (Génesis 5:18-30). Este «Henoc anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó»; «por la fe fue trasladado, para que no viera la muerte, y no se le halló porque Dios le trasladó.»
* Existió otro Henoc diferente, hijo de Madián y nieto de Abraham, que habría vivido en el 1700 a. C. aproximadamente.

Según el Libro de los Jubileos (texto apócrifo escrito en tono midrásico probablemente en el siglo II a. C. por un judío fariseo; de la versión hebrea sólo se conservan los fragmentos encontrados entre los manuscritos del Mar Muerto; la versión mejor conservada es la etíope):

Durante trescientos años, Henoc aprendió todos los secretos (del Cielo y de la Tierra) de los bene Elohím (‘los hijos de los Señores’)

El es el nombre de uno o varios dioses ugaríticos que fueron importados a Palestina e introducidos en los textos sagrados hebreos.

Por ejemplo, en Génesis 1:26 se dice: «Entonces Elohím dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, a nuestra semejanza”» y en Génesis 3:22: «Miren, el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, conociendo lo bueno y lo malo». Durante la descripción de la Torre de Babel (Génesis 11:7), los Elohím dicen: «Ahora pues, descendamos y confundamos sus lenguas». Algunos historiadores bíblicos opinan que el judaísmo fue en un tiempo una religión politeísta, hasta que los sacerdotes del dios Yahvéh ganaron el suficiente poder político y religioso como para declarar un Dios único. Sin embargo, otros opinan que este término sería usado como un plural mayestático de un solo Dios.

Los « eran gigantes que habían bajado a la Tierra porque carecían de compañía femenina. Los dioses El les enviaron para enseñar a la humanidad la verdad y la justicia. En el Libro de Enoc los hijos de los Elohím son llamados «Vigilantes» y se les menciona como un grupo de ángeles.

Igualmente, según los midrashim de Yalqut Shimoni (la más importante de varias colecciones de midrashim, realizada en la primera mitad del siglo XIII por rabí Shimeon Hadarshan de Fráncfort y el Bereshit Rabbati (midrás sobre el Génesis, abreviado a partir de un midrás perdido, más extenso, recopilado por rabí Moshe Hadarshan durante la primera mitad del siglo XI en Narbona):

Shemhazai y Azael (originalmente Azazel, ‘le fortalece un El’), dos ángeles que gozaban de la confianza de los Elohím (‘Señores’), preguntaron: «Señores del Universo, ¿no les advertimos el día de la Creación que el hombre demostraría ser indigno de Vuestro mundo?». Los Elohím replicaron: «Pero si destruimos al hombre, ¿qué será de Nuestro mundo?». Los ángeles contestaron: «Nosotros lo habitaremos». Los Elohím preguntaron: «Pero si descendéis a la Tierra, ¿no pecaréis incluso más que el hombre?». Ellos suplicaron: «¡Déjennos vivir allí durante un tiempo y santificaremos Vuestro nombre!».


Elohím le permitió descender, pero enseguida a los ángeles les venció la lujuria por las hijas de Adán y se corrompieron mediante el trato sexual. Henoc dejó constancia no sólo de las instrucciones que recibieron de Elohím, sino también de su posterior caída en desgracia: antes del fin disfrutaban indistintamente con vírgenes, matronas, hombres y bestias.
Shemhazai engendró dos hijos monstruosos llamados Hiwa e Hiya, cada uno de los cuales comía diariamente mil camellos, mil caballos y mil bueyes. Y Azael inventó los adornos y cosméticos empleados por las mujeres para pervertir a los hombres. En consecuencia, los Elohím les advirtieron que liberarían las Aguas de Arriba y así destruirían a todos los hombres y todas las bestias. Shemhazai lloró amargamente, pues temía que sus hijos, aunque bastante altos para no ahogarse, murieran de hambre.
En aquellos días sólo la virgen Ishtahar permaneció casta. Cuando Shemhazai le hizo proposiciones lascivas, ella se dirigió a los hijos de los Elohím: «¡Préstenme sus alas!». Ellos accedieron y ella voló hasta el Cielo, donde se acogió en el Trono de los Elohím, quienes la transformó en la constelación Virgo (o según otros, las Pléyades). Al perder sus alas, los ángeles caídos quedaron abandonados en la Tierra durante muchas generaciones hasta que ascendieron por la escalera de Jacob y así regresaron a su lugar de origen.

Shemhazai se arrepintió y se situó en el firmamento meridional, entre el Cielo y la Tierra —cabeza abajo y con los pies hacia arriba—, donde permanece colgado hasta nuestros días, formando la constelación llamada Orión por los griegos.


Se cree que el escritor griego Arato (de comienzos del siglo III a. C.) también escribió sobre este relato, o su relato aunque diferente presenta una gran similitud con éste. Cuenta que la Justicia (siempre virgen, ya que no yacía con nadie), hija de la Aurora, gobernó con virtud la humanidad en la Edad de Oro, pero cuando llegaron las Edades de Plata y de Bronce acarreando codicia y masacre, ella exclamó: «¡Ay de esta raza perversa!» y ascendió al Cielo, donde se convirtió en la constelación Virgo.

El resto de la narración está tomada del relato de Apolodoro sobre la persecución de las siete Pléyades vírgenes, hijas de Atlante y Pléyone, que lograron escapar de los abrazos del cazador Orión transformadas en estrellas.

No obstante, la mayoría de los estudiosos creen que Ishtahar parece referir a la diosa babilónica Ishtar, identificada a veces con la constelación Virgo. La creencia popular egipcia identificaba a Orión, la constelación en la que se convirtió Shemhazai, con el alma de Osiris.

Edited by satanas1 - 25/12/2015, 23:01
 
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gabriel1
view post Posted on 13/4/2009, 20:48




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La explicación de este mito de los gigantes «hijos de El», que ha constituido un obstáculo para los teólogos, puede estar en la llegada a Palestina de pastores hebreos, altos y bárbaros, aproximadamente en el 1900 a. C. y en su contacto, mediante el matrimonio, con la civilización asiática.

En este sentido, los «hijos de El» se referiría a los propietarios de ganado que veneraban al dios-toro semita El; «hijas de Adán» querría decir ‘mujeres de la tierra’ (en hebreo adama), esto es, las agricultoras cananeas adoradoras de la Diosa, famosas por sus orgías y su prostitución premarital.

Si es así, este acontecimiento histórico se ha mezclado con el mito ugarítico según el cual el dios El sedujo a dos mujeres mortales y engendró dos hijos divinos con ellas, a saber Shahar (‘Aurora’) y Shalem (‘Perfecto’). Shahar aparece como divinidad alada en el Salmo 139,9; y su hijo (según Isaías 14:12) era el ángel caído Helel.

Las uniones entre dioses y mortales (que generalmente en la mitología provienen de las uniones de reyes o reinas con plebeyos), ocurren con frecuencia en los mitos del Mediterráneo y el Cercano Oriente. Como el judaísmo posterior rechazó todas las deidades menos su propio Dios trascendental, y como éste nunca se casó ni asoció con mujer alguna, Rabbí Shimon ben Yohai se sintió obligado a maldecir, en Génesis Rabba, a todos los que interpretaban «hijos de El» en el sentido ugarítico.

De manera evidente, tal interpretación todavía era habitual en el siglo II, y sólo desapareció cuando los bene Elohím fueron interpretados como ‘hijos de los jueces’. Elohím podía significar ‘dioses’ pero también ‘jueces’. Se generó incluso la teoría de que cuando un magistrado debidamente designado juzgaba una causa, el espíritu de El lo poseía: «Yo había dicho: ¡Ustedes son dioses, todos ustedes, hijos del Altísimo!».

Según las Homilías clementinas (opúsculo cristiano de principios del siglo III, escrito probablemente en Siria)

Ciertos ángeles acusadores pidieron permiso al dios Yahvéh Elohím para reunir pruebas fidedignas de la iniquidad perlas, tinte purpúreo, oro y otros tesoros, que fueron robados inmediatamente por los codiciosos hombres. Entonces los ángeles-joyas adoptaron forma humana con la esperanza de enseñar rectitud a la humanidad. Pero esa asunción de carne humana les hizo someterse a los apetitos humanos: seducidos por las hijas de los hombres, se encontraron encadenados a la Tierra y fueron incapaces de recuperar sus formas espirituales.


Los Caídos tenían unos apetitos tan grandes que Yahvéh Elohím hizo llover sobre ellos maná de muchos sabores diferentes para que no sintieran la tentación de comer carne, alimento prohibido, y excusaran su flaqueza alegando escasez de cereal y hortalizas.

No obstante, los Caídos rechazaron el maná de Yahvéh Elohím, mataron animales para comerlos y hasta probaron carne humana, contaminando así el aire con vapores nauseabundos. Fue entonces cuando Yahvéh Elohím empezó a pergeñar la destrucción de Su mundo por medio del Diluvio.


Más tarde, el mito hebreo convierte a Henoc en el ángel ayudante y consejero de Yahvéh Elohím y también en patrono de todos los niños que estudian la Torá.

Según el Sefer Hejalot (midrás sobre los secretos del Cielo, estrechamente relacionado con el Libro de Henoc):

El sabio y virtuoso Henoc ascendió al Cielo, donde se convirtió en el principal consejero de Yahvéh Elohím y desde entonces fue llamado Metatron. Yahvéh Elohím puso su propia corona sobre la cabeza de Henoc y le dio setenta y dos alas y numerosos ojos. La carne de Henoc se transformó en llama, los tendones en fuego, los huesos en ascuas, los ojos en antorchas, el cabello en rayos de luz, y lo envolvió la tormenta, el torbellino, el trueno y el rayo.

Metatrón sería una corrupción hebrea del griego meta-dromos, ‘el que persigue con venganza’, o de meta ton zronon, ‘cercano al trono’.

Los setitas (descendientes de Set) hacían voto de celibato y llevaban vida de anacoretas, según el ejemplo de Henoc.

Según el Génesis 5.22-24, Henoc era un hombre justo, «caminó con Yahvéh», vivió 365 años, y desapareció, porque Yahvéh se lo llevó sin que muriera.

El escritor midrásico judío Bar-Hebraeus escribió:

Henoc fue el primero que inventó los libros y las diversas formas de escritura. Los antiguos griegos declaran que Henoc es equivalente a Hermes Trimegisto, y enseñó a los hijos de los hombres el arte de construir ciudades, y promulgó algunas leyes admirables [...]
Descubrió el conocimiento del zodiaco, y el curso de los planetas; y enseñó a los hijos de los hombres que debían adorar a los Elohim, que debían ayunar, que debían rezar, que debían dar limosnas, ofrendas votivas y diezmos. Reprobó los alimentos abominables y la ebriedad, e instituyó festivales para sacrificios al Sol, en cada uno de los signos zodiacales.


En el Corán, el profeta Henoc es conocido como Idris, y se le describe como sigue:

¡Verdaderamente! Es un hombre de verdad y un profeta. Le elevamos a un alto puesto.

Para los mormones, este Henoc fundó la ciudad justa de Sión en un mundo pecaminoso. Él y los habitantes de toda la ciudad fueron «trasladados» por Yahvéh y se esfumaron de la superficie de la Tierra antes del Gran Diluvio. Dejaron a Matusalén y su familia (incluido Noé) para que las gentes justas siguieran poblando la Tierra.

Según el 2 Henoc, texto apócrifo y pseudoepigráfico, el dios Yahvé se llevó a Henoc y le transformó en el ángel Metatrón.

Se dice que el rey Salomón adquirió gran parte de su sabiduría en el Libro de Raziel, colección de secretos astrológicos tallados en zafiro, que guardaba el ángel Raziel.

En el capítulo 23 del 2 Henoc, el Henoc eslavo dice que el dios El dictó a Henoc su conocimiento cósmico, después designó a los ángeles Samuil y Raguil o Semil y Rasuil para que acompañaran a Henoc en su regreso a la Tierra y ordenó a éste que legara esos libros a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Tal sería el origen del Libro de Raziel, que fue entregado, según la tradición judía, por el ángel Raziel a Adán, del cual pasó a Noé, Abraham, Jacob, Leví, Moisés y Josué antes de llegar al rey Salomón.

Según el Tárgum sobre el Eclesiastés:

Cada día el ángel Raziel, erguido sobre el monte Horeb, proclama los secretos de los hombres a toda la humanidad y su voz resuena alrededor del mundo.

Un denominado Libro de Raziel, que data aproximadamente del siglo XII, fue escrito con toda probabilidad por el cabalista Eleazar ben Judah de Worms, pero contiene creencias místicas mucho más antiguas.
 
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samael69
view post Posted on 13/4/2009, 22:18




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Génesis 4:17-18

17 Conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Enoc; y edificó una ciudad, a la cual dio el nombre de su hijo, Enoc.

18 A Enoc le nació Irad, e Irad engendró a Mehujael; Mehujael engendró a Metusael, y Metusael engendró a Lamec.

1. Génesis 4:17 Estas listas genealógicas desempeñan un papel muy importante en la primera parte de Génesis, porque establecen un nexo entre los orígenes de la humanidad (Gn 1--11) y la historia de los patriarcas (Gn 12--50). Así se pone de manifiesto que la revelación de Dios a Abraham y, después de él, a Israel, forma parte de un plan divino de salvación que abarca a todas las naciones (véase Gn 11.10-26 n.). Cf. Gn 12.4; 26.4; 28.14.
2. Génesis 4:17 Edificó una ciudad: En el marco de esta genealogía se dan varias indicaciones acerca de los orígenes de la civilización. A Caín, el primer homicida (cf. Gn 4.8), se le atribuye la fundación de la primera ciudad, y a su descendencia se hace remontar el origen de las artes y las técnicas (cf. v. 20-22).
3. Génesis 4:18 La primera parte de esta genealogía menciona siete generaciones desde Adán hasta Lamec. Esa cifra tiene, sin duda, un significado simbólico, ya que, tanto en Israel como en el antiguo Oriente, el número siete representaba la perfección y la plenitud. Véanse Gn 4.23-24 n.; Sal 79.12 nota h.


Génesis 5:24

Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque lo llevó Dios.

Génesis 5:24 Desapareció, porque lo llevó Dios: En la sección dedicada al patriarca Enoc (v. 21-24), esta frase sustituye a la fórmula habitual y murió. Es decir, que Enoc fue sacado de este mundo por una acción especial de Dios, en virtud de la cual la íntima relación de amistad continuó más allá de la vida terrena. Nótese, además, que el texto bíblico no dice nada acerca del lugar adonde fue llevado Enoc, ni confirma las leyendas que surgieron más tarde en torno a la figura de este patriarca, sobre todo en la tradición y en la literatura apocalípticas. Cf. Heb 11.5.

Hebreos 11:5

Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuera traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios.

1. Hebreos 11:5 Traspuesto: o trasladado.
2. Hebreos 11:5 Gn 5.21-24.


Edited by satanas1 - 25/12/2015, 23:03
 
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gabriel1
view post Posted on 29/6/2009, 20:25




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Enoc en el paraíso

Serían cosas de la divinidad que la poblaba pero el suelo de aquel terreno se movía, y con él también lo hacía la inundación de luz y aquel derroche de colores imposibles que pintaban árboles de frutos exuberantes, pájaros con colas de fuego y seres traídos de nanas y demás cuentos de cama. Las escrituras hablaban del lugar sin acertar, aún por asomo, las diferencias entre lo terreno y lo guardado por Dios para justos, buenos y arrepentidos. Es facultad grandísima aquella del perdón y Enoc, hombre de muchas virtudes, no siempre encontró facilidad en ella, muestra está de su condición humana contra otras prebendas que discursaran lo contrario. Sin soles que surcaran cielos inexistentes, sin tímidas lunas alumbrando oscuridades, recuerden que era aquél templo de Luz, el tiempo carecía de sentido. Vivió tantos años entre los hombres antes de aparecer en el Paraíso que aprendió a medir los años con la desaparición de seres queridos. La longevidad fue por momentos tremenda en dolor porque nunca un amor sustituyó otro. Dios le puso pruebas difíciles y él, con sus momentos de duda, las debió superar, pensaba admirado ante la belleza que lo rodeaba. Tampoco había allí muerte para tensar el tiempo pues era aquella una consecuencia de esta realidad y no un fin. Con tanta novedad y sin otro referente que el para siempre jamás, estaba aturdido. A veces, intentaba pisar fuerte sobre el suelo pero la tierra del paraíso no admitía golpes. Otras, clavaba la vista al frente buscando un punto para devolverle la referencia de la distancia, pero el horizonte era plano y sinfín. Así, sólo podía tomar el vaivén como parte de aquella navegación extraña. Recordó a su madre, le había sido entregado junto a la mucha vida otro tanto de memoria, y aquellos desmayos que empezaban en simple mareo y habrían de acabar con su vida. Sobre la muerte de su madre, dijo nuestro patriarca que fue la suya suma de los males de muchas Evas. Es raro, aunque en aquella lejana época jamás hubiese mantenido una versión contraria a la de los sabios, de su madre sólo recordaba dulzura y una bondad sin quebrantos. Con la sensación hostil de la falta de permanencia en la cabeza y el revuelto en las tripas, le vienen a la cabeza las palabras que ella pronunciaba ante aquella maldición de los mareos. Decía que sentía en su cabeza la coz de quien, en un instante, percibe la totalidad del mundo por el embudo del ojo de una cerradura.

Pasmado, dedicó el primer tiempo de aquel desconcierto paradisíaco a recorrer el paraje. Falto de referencias geográficos asumió su papel errante. Cada flor, cada árbol, la más insignificante brizna de hierba conjuntaba con armonía el entorno. El paisaje había sido creado con escrupuloso cuidado. No podía tachar a la paupérrima brizna de tal pues su papel en el equilibrio del cuadro era fundamental. Andaba con un cuidado de anciano, despacio, asegurando cada paso sobre aquella tierra sagrada pues sabía de la mano que diseñara aquella maravilla y sentía pesados sus pies y aniquiladores de esa belleza. Sorteaba los guijarros del camino por miedo a alterar la conjunción de aquella perfección. No tardó mucho en dar con otros privilegiados del paraíso. Sintió alivio pues el peso de la sensación se le antoja excesivo para un solo hombre. Vio y conversó con hombres y mujeres. Conservaban todos el momento álgido de su existencia terrenal, la plenitud del cuerpo y alma mortal en su forma adulta. La ausencia de formas infantiles, siendo esa primera etapa la más íntegra en recuerdos felices, estaba reservada al limbo. Echó en falta la risa del niño, el desorden de su inocencia y el desconsuelo del llanto párvulo. No puede decirse que desluciera la creación pues era ésta perfecta. Las charlas empezaban todas por la admiración a la obra divina para desembocar en historias personales. Cómo y cuándo habían resultados agraciados con el goce eterno. Todos cuantos intercambiaron con Enoc el camino de sus vidas, mostraban una actitud despreocupada, libre de toda atadura. Daba la sensación que aquellos hechos que relataran fueran por bocas de otros y ellos sólo disfrutaran de la felicidad del relato y no del contenido.

No podría precisar, en calidad de tiempo, cuándo empezó a arrastrar aquella triste zozobra que le asaltó sin previo aviso. Entre los hombres, habiendo vivido tantísimos años, conoció que era el estado de decaimiento moral propio del pecador oculto en cada uno. Sólo la certeza de una fuerza superior y de la recompensa al final del camino llenaba aquella existencia terrenal de un gozo interior. Extrañaba en él la pesadez que le producía tanta maravilla y el lastre exprimido de aquellas conversaciones. Podía sentir como todos los habitantes de aquel premio disfrutaban de él, se sabían elegidos, disfrutaban la recompensa de la vía correcta. Por qué él no llegaba a ese estado de exaltación, dónde residía aquella extraña tristeza que le embargaba.

Empezó a deambular sin tregua por aquel mundo de ensueño. Todo aquello se tiñó ante sus ojos de caricaturas. Encontró frío el aire y gélida la composición. Y por primera vez en su existencia, supo no ser temeroso de Dios. Creyó que sería aquella reacción propia de quien ya anduvo su camino y ya nada deparaba el mañana. Había entre aquellos que encontrara grandes pecadores que pusieron en paz sus cuentas al final de sus días. Hombres y mujeres licenciosos que en algún momento supieron corregir comportamientos y muchos otros que reverenciaran el perdón del Grandísimo a tiempo de penitencias. Halló en aquellos conversos verdadera gracia y loa por el lugar, sinceras muestras de final feliz. Tan henchidos estaban de pertenecer al paraíso que sus caras reflejaban espejos de felicidad. También había buenos hombres, personas que siempre habían sido temerosos, se daba cuenta que por primera vez sometía a juicio a sus semejantes, pero estos eran partícipes del bien de los otros mientras él no. Las andanzas relatadas eran variopintas, de pelajes palaciegos o de ruinosas chozas, de concubinas y de amores eternos, de respetos y de extravíos aunque todas en algún momento de la narración admitían momentos de flaqueza en su Fe. Desviaciones concretas de sus vidas que les llevaran a tomar sendas erróneas. Unos iniciaron apenas ese camino, otros se adentraron hasta confines lejanos. Él jamás desvió su rumbo, permaneció entre las lindes por las que serpenteaba el sendero. No le despistó el gorjeo de las aves de vivos colores ni el rumor del agua cristalina de la fuente. Tuvo sed pero siguió recto. Por qué ahora, cuando el trayecto mostraba su fin, tenía sed de aquella fuente y volvía a él el poder cromático del ave. No podía desandar el trazo de sus pasos pues era un camino sin retorno.

Edited by satanas1 - 25/12/2015, 23:07
 
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satanas1
view post Posted on 25/12/2015, 23:09




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HENOC

En la versión latina de la Vulgata Henoch, en castellano Henok o Enoc (hebreo: Hanók=dedicación, de hának=dedicar; cananeo: hanaku=compañero), es el nombre del primogénito de Caín y de una ciudad edificada por éste (Gen 4,17-18), así como de un hijo de Midyan (Madián), hijo de Abraham y Queturah (Gen 25,4; 1 Par 1,33); del primogénito de Rubén (Gen 46,9; 1 Par 5,3), jefe de la familia de los hanokitas (Ex 6,14; Num 26,5); y, finalmente, de uno de los patriarcas más célebres, del1 que trataremos aquí, en torno al cual la tradición bíblican y la imaginación popular han creado una aureola misteriosa, que ni la investigación exegética ni la crítica literaria e histórica han logrado todavía aclarar del todo. Bajo su nombre existe también un libro apócrifo.

1. El personaje. El texto fundamental, del que depende toda la tradición bíblica, es Gen 5,21-24: «Vivió Henoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Caminó Henoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. Fueron todos los días de Henoc trescientos sesenta y cinco años. Caminó después Henoc con Dios, y desapareció, porque le tomó Dios». Siglos más tarde, el Eclesiástico dice de él: «Henoc agradó al Señor y fue trasladado, ejemplo de conversión para las generaciones» (Eccli 44,16), o según el texto hebreo: «signo de ciencia para las generaciones sucesivas», y en otro pasaje (Eccli 49,14): «Nadie fue creado sobre la tierra cual Henoc; porque él fue asumido de la tierra». La Epístola a los Hebreos en el N. T. lo propone como modelo de fe: «Por la fe, Henoc fue trasladado de modo que no viese la muerte, y no se le encontró, porque Dios le había trasladado. En efecto, antes de su traslado recibió testimonio de haber agradado a Dios» (Heb 11,5). Finalmente, S. Judas lo presenta profetizando contra los impíos: «De éstos profetizó también Henoc, el séptimo después de Adán, diciendo...» (lds 14-15).

Tres problemas plantean al investigador estos textos: histórico-literario, exegético y teológico. Algunos sostienen que el relato del Génesis, atribuido a la tradición sacerdotal del Pentateuco (v.), que lo redactaría hacia el s. v durante el destierro babilónico, depende de la tradición sumero-babilónica relativa al séptimo rey de los monarcas mesopotámicos: En-men-dur-Anea, llamado también Enme-dur-an-ki, rey de Sippar, y de la relativa al héroe del diluvio mesopotámico Utnapishtim-Ziusuthros: «Todo pasa como si la tradición judía hubiera acumulado sobre el personaje de Henok dos clases de noticias sacadas de la leyenda mesopotámica: el papel de Emmeduranki como iniciador de la civilización, y el de Xisutros como trasmisor de la sabiduría antediluviana, mediante sus libros, los únicos que habían sobrevivido a la-catástrofe» (P. Grelot, o. c. en bibl., 17). Aunque en la tradición judía extra-canónica no faltan indicios en favor de la influencia de las leyendas babilónicas sobre la figura bíblica de H., carece de sólido fundamento la identificación de ambos personajes, limitándose la coincidencia a ocupar el séptimo lugar en las listas, y faltando en el relato sobrio del Génesis el ambiente astrológico, que se le ha querido dar arbitrariamente, al coincidir el total de los años de H., 365, con el de los días del año solar. No se trata, pues, de un personaje mítico o de una creación literaria a base de leyendas sumero-babilónicas, sino de una persona real como Noé, del que leemos un elogio semejante (Gen 6,9), y como Elías, desaparecido de entre los vivos también de una manera misteriosa.

Bajo el aspecto exegético, dos afirmaciones perfilan su figura en la prehistoria de la salvación: que vivió en íntima comunicación con Dios, agradándole en todo a lo largo de su vida, y que Dios le «tomó» consigo, sin hacerle experimentar el horror de la muerte (Heb 11,5), de manera parecida a como «espera el justo que Dios le tome (=lágah), librándole del seol y recibiéndole en su gloria (Ps 49,16; 73,24)» (F. Asensio, Génesis, 1967, 75). «El autor sagrado alude a la desaparición misteriosa del justo Henoc, como lo dirá más tarde del profeta Elías. En realidad no sabemos el sentido exacto de esa desaparición, que dio origen a la creencia de que ambos habían de volver antes de la manifestación mesiánica y al fin del mundo. Pero Jesús salió al paso del caso de Elías al decir que ya había venido en la persona delBautista, todo lo cual da a entender que no se ha de creer en la supervivencia de Elías hasta el fin de los tiempos. Tanto en el caso de Enoc como en el Elías, parece que el autor sagrado refleja una opinión popular sobre la misteriosa desaparición de un tan señalado justo y un tan excepcional profeta» (A. Colunga-M. García Cordero, Pentateuco, en Biblia comentada, 1, Madrid 1960, 121).

Sea de esta conjetura lo que se quiera, el sentido obvio de Heb 11,5 es que de hecho H. no murió como los demás hombres, aunque esta afirmación pudiera no ser sino un simple reflejo, a través de la versión griega de los Setenta, de la referencia primitiva de Gen 5,24. Dada la índole literaria del relato del Génesis sobre H. y lo enigmático de su desaparición, los rasgos firmes de su fisonomía teológica se reducen a haber sido, entre Adán y Noé, el justo grato a Dios, que recibió de Él un destino del todo diferente de la muerte a la que todos los demás hombres están condenados. Enlaza además a Cristo con Adán (Le 3,37-38).

2. El libro. Es una compilación, que consta de cinco partes más la introducción y un apéndice. Era conocido por una versión completa en lengua etíope y por fragmentos de versiones griegas parciales, conservadas en citas de escritores antiguos y en algunos papiros egipcios. últimamente se han encontrado en la gruta 4 de Qumrán hasta una docena de manuscritos fragmentarios en arameo, relacionados con este libro (v. AFóCRIFOS aíat.ICOS 1, 3).

a. Contenido y fecha de composición. La Introducción (cap. 1-5) se debe, sin duda, al compilador definitivo del libro, que muchos colocan a mediados del s. t a. C. y otros en el s. i d. C. La primera parte (cap. 6-36), que trata de la caída de los ángeles y de la asunción de H., debió ser compuesta en tiempo de Antíoco Epifanes (175164 a. C.). El libro de las parábolas (cap. 37-71) es la parte más hermosa e importante, por la semblanza que hace del Mesías, en la que algunos descubren interpolaciones cristianas. Parece referirse a la persecución de Antíoco Epifanes, pudiendo colocarse su composición entre la muerte de este perseguidor (164 a. C.) y la toma de Jerusalén por Pompeyo (64 a. C.). El Libro astronómico (cap. 72-82), escrito hacia la segunda mitad del s. ii a.C., ofrece el interés de ser de algún modo un precursor literario de los viajes espaciales para descubrir los secretos del universo. En El libro de los sueños (cap. 83-90) H. anuncia a su hijo Matusalén el castigo del diluvio, y cuenta después la historia del mundo desde la caída de los ángeles hasta el juicio final, representando simbólicamente a los hombres en figura de animales. Se compuso probablemente antes de la muerte de Judas Macabeo (161 a. C.), si como parece lo más verosímil es este héroe el que se presenta bajo el símbolo de «un gran cuerno», nacido a una de las ovejas perseguidas, que representan a los israelitas fieles. Otros refieren el símbolo del «cuerno» a Juan Hircano (135-104 a. C.) antes de su ruptura con los fariseos. El Libro de la exhortación y de la maldición (cap. 91-105) es la parte más antigua (el Apocalipsis de las 10 Semanas: cap. 93; 91,12-17); sería anterior al alzamiento de los Macabeos (167 a. C.), y el resto, con sus palabras de consuelo y aliento para los justos y anuncio de desgracia para los pecadores en la perspectiva del juicio, pertenecería al tiempo de la persecución de Antíoco Epifanes, según unos, o a los reinados de Juan Hircano (135-04 a. C.) o Alejandro Janneo (104-78 a. C.) o aun de Herodes (37-4 a. C.), como quieren otros, que identifican a los «justos» perseguidos con los fariseos, y a los «pecadores» con los saduceos. El Apéndice contiene un extracto del Libro de Noé con las maravillas obradas en el nacimiento de este patriarca (cap. 106-107) y una última exhortación (cap. 108), y sería anterior al a. 161 a. C., descontando las interpolaciones cristianas.

b. Texto. «El texto base arameo de las partes primera y cuarta, además del de los cap. 106 ss., existía globalmente en una composición aparte atestiguada por cinco manuscritos de la gruta 4Q; es la sección que las antiguas versiones han traducido con más fidelidad. La tercera parte, la de los cálculos astronómicos, está igualmente representada por cuatro manuscritos arameos de 4Q; su texto nos da una redención más particularizada e inteligente que la del Henoc etíope. Un manuscrito de 4Q contiene tan sólo el principio de la quinta parte, que probablemente circulaba también en edición separada, según puede deducirse de un manuscrito griego fragmentario del periodo bizantino, hallado entre los papiros Chester Beatty-Michigan y que al fin lleva el título: Carta de Henoc. No se ha encontrado ningún fragmento de la segunda parte, es decir, de las parábolas, y no parece se deba simplemente a una casualidad; pues quizá no sea arriesgado suponer que esta parte sea obra de un judío o judío-cristiano del s. i o 11 d. C., quien, para conciliar mayor aceptación a su obra, echó mano de los antiguos escritos henóquicos y compuso un Pentateuco de Enoc, inspirándose en el Pentateuco mosaico y en el Salterio, Pentateuco davídico» (J. T. Milik, o. c. en bibl., Diez años..., 43).

c. Importancia. En su conjunto el libro de H. viene a representar un puente ideológico entre el judaísmo y el cristianismo (cfr. G. Beer, o. c. en bibl.). Enlaza también la humanidad antediluviana con la de los últimos tiempos, pudiendo considerarse el destino de H. como el destinotipo a través del cual se deja adivinar el que Dios reserva a los justos en general y especialmente a los justos de los «últimos tiempos».

V. t.: APóCRIFOS BíBLICOS 1, 3.

J. PRADO GONZÁLEZ
 
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