Enoc, Henoc, Enoc o Enoch

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gabriel1
view post Posted on 29/6/2009, 20:25 by: gabriel1




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Enoc en el paraíso

Serían cosas de la divinidad que la poblaba pero el suelo de aquel terreno se movía, y con él también lo hacía la inundación de luz y aquel derroche de colores imposibles que pintaban árboles de frutos exuberantes, pájaros con colas de fuego y seres traídos de nanas y demás cuentos de cama. Las escrituras hablaban del lugar sin acertar, aún por asomo, las diferencias entre lo terreno y lo guardado por Dios para justos, buenos y arrepentidos. Es facultad grandísima aquella del perdón y Enoc, hombre de muchas virtudes, no siempre encontró facilidad en ella, muestra está de su condición humana contra otras prebendas que discursaran lo contrario. Sin soles que surcaran cielos inexistentes, sin tímidas lunas alumbrando oscuridades, recuerden que era aquél templo de Luz, el tiempo carecía de sentido. Vivió tantos años entre los hombres antes de aparecer en el Paraíso que aprendió a medir los años con la desaparición de seres queridos. La longevidad fue por momentos tremenda en dolor porque nunca un amor sustituyó otro. Dios le puso pruebas difíciles y él, con sus momentos de duda, las debió superar, pensaba admirado ante la belleza que lo rodeaba. Tampoco había allí muerte para tensar el tiempo pues era aquella una consecuencia de esta realidad y no un fin. Con tanta novedad y sin otro referente que el para siempre jamás, estaba aturdido. A veces, intentaba pisar fuerte sobre el suelo pero la tierra del paraíso no admitía golpes. Otras, clavaba la vista al frente buscando un punto para devolverle la referencia de la distancia, pero el horizonte era plano y sinfín. Así, sólo podía tomar el vaivén como parte de aquella navegación extraña. Recordó a su madre, le había sido entregado junto a la mucha vida otro tanto de memoria, y aquellos desmayos que empezaban en simple mareo y habrían de acabar con su vida. Sobre la muerte de su madre, dijo nuestro patriarca que fue la suya suma de los males de muchas Evas. Es raro, aunque en aquella lejana época jamás hubiese mantenido una versión contraria a la de los sabios, de su madre sólo recordaba dulzura y una bondad sin quebrantos. Con la sensación hostil de la falta de permanencia en la cabeza y el revuelto en las tripas, le vienen a la cabeza las palabras que ella pronunciaba ante aquella maldición de los mareos. Decía que sentía en su cabeza la coz de quien, en un instante, percibe la totalidad del mundo por el embudo del ojo de una cerradura.

Pasmado, dedicó el primer tiempo de aquel desconcierto paradisíaco a recorrer el paraje. Falto de referencias geográficos asumió su papel errante. Cada flor, cada árbol, la más insignificante brizna de hierba conjuntaba con armonía el entorno. El paisaje había sido creado con escrupuloso cuidado. No podía tachar a la paupérrima brizna de tal pues su papel en el equilibrio del cuadro era fundamental. Andaba con un cuidado de anciano, despacio, asegurando cada paso sobre aquella tierra sagrada pues sabía de la mano que diseñara aquella maravilla y sentía pesados sus pies y aniquiladores de esa belleza. Sorteaba los guijarros del camino por miedo a alterar la conjunción de aquella perfección. No tardó mucho en dar con otros privilegiados del paraíso. Sintió alivio pues el peso de la sensación se le antoja excesivo para un solo hombre. Vio y conversó con hombres y mujeres. Conservaban todos el momento álgido de su existencia terrenal, la plenitud del cuerpo y alma mortal en su forma adulta. La ausencia de formas infantiles, siendo esa primera etapa la más íntegra en recuerdos felices, estaba reservada al limbo. Echó en falta la risa del niño, el desorden de su inocencia y el desconsuelo del llanto párvulo. No puede decirse que desluciera la creación pues era ésta perfecta. Las charlas empezaban todas por la admiración a la obra divina para desembocar en historias personales. Cómo y cuándo habían resultados agraciados con el goce eterno. Todos cuantos intercambiaron con Enoc el camino de sus vidas, mostraban una actitud despreocupada, libre de toda atadura. Daba la sensación que aquellos hechos que relataran fueran por bocas de otros y ellos sólo disfrutaran de la felicidad del relato y no del contenido.

No podría precisar, en calidad de tiempo, cuándo empezó a arrastrar aquella triste zozobra que le asaltó sin previo aviso. Entre los hombres, habiendo vivido tantísimos años, conoció que era el estado de decaimiento moral propio del pecador oculto en cada uno. Sólo la certeza de una fuerza superior y de la recompensa al final del camino llenaba aquella existencia terrenal de un gozo interior. Extrañaba en él la pesadez que le producía tanta maravilla y el lastre exprimido de aquellas conversaciones. Podía sentir como todos los habitantes de aquel premio disfrutaban de él, se sabían elegidos, disfrutaban la recompensa de la vía correcta. Por qué él no llegaba a ese estado de exaltación, dónde residía aquella extraña tristeza que le embargaba.

Empezó a deambular sin tregua por aquel mundo de ensueño. Todo aquello se tiñó ante sus ojos de caricaturas. Encontró frío el aire y gélida la composición. Y por primera vez en su existencia, supo no ser temeroso de Dios. Creyó que sería aquella reacción propia de quien ya anduvo su camino y ya nada deparaba el mañana. Había entre aquellos que encontrara grandes pecadores que pusieron en paz sus cuentas al final de sus días. Hombres y mujeres licenciosos que en algún momento supieron corregir comportamientos y muchos otros que reverenciaran el perdón del Grandísimo a tiempo de penitencias. Halló en aquellos conversos verdadera gracia y loa por el lugar, sinceras muestras de final feliz. Tan henchidos estaban de pertenecer al paraíso que sus caras reflejaban espejos de felicidad. También había buenos hombres, personas que siempre habían sido temerosos, se daba cuenta que por primera vez sometía a juicio a sus semejantes, pero estos eran partícipes del bien de los otros mientras él no. Las andanzas relatadas eran variopintas, de pelajes palaciegos o de ruinosas chozas, de concubinas y de amores eternos, de respetos y de extravíos aunque todas en algún momento de la narración admitían momentos de flaqueza en su Fe. Desviaciones concretas de sus vidas que les llevaran a tomar sendas erróneas. Unos iniciaron apenas ese camino, otros se adentraron hasta confines lejanos. Él jamás desvió su rumbo, permaneció entre las lindes por las que serpenteaba el sendero. No le despistó el gorjeo de las aves de vivos colores ni el rumor del agua cristalina de la fuente. Tuvo sed pero siguió recto. Por qué ahora, cuando el trayecto mostraba su fin, tenía sed de aquella fuente y volvía a él el poder cromático del ave. No podía desandar el trazo de sus pasos pues era un camino sin retorno.

Edited by satanas1 - 25/12/2015, 23:07
 
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4 replies since 13/4/2009, 20:30   1486 views
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