LOS MITOS DE CTHULHU, LOVECRAFT Y OTROS

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belzebuth666
view post Posted on 23/12/2011, 23:35




mitos_chlulu
INDICE
PRÓLOGO
....................................................................................................................... 3
Los Mitos de Cthulhu, por Rafael LLopis........................................................................ 4
LIBRO PRIMERO ......................................................................................................... 29
Los Precursores .............................................................................................................. 30
Días de Ocio en el Yann, de Lord Dunsany ................................................................... 31
Un Habitante de Carcosa, de Ambrose Bierce ............................................................... 42
El Signo Amarillo, de R. W. Chambers ......................................................................... 45
Vinum Sabbati, de Arthur Machen................................................................................. 61
El Wendigo, de Algernon Blackwood............................................................................ 73
La Maldición que Cayó sobre Sarnath, de H. P. Lovecraft.......................................... 106
LIBRO SEGUNDO...................................................................................................... 111
Los Mitos...................................................................................................................... 112
El Ceremonial, de H. P. Lovecraft ............................................................................... 114
Los Perros de Tíndalos, de Frank Belknap Long ........................................................ 121
La Sombra sobre Innsmouth, de H. P. Lovecraft ......................................................... 133
La Piedra Negra, de Robert E. Howard........................................................................ 179
Estirpe de la Cripta, de Clark Ashton Smith ................................................................ 192
En la Noche de los Tiempos, de H. P. Lovecraft.......................................................... 205
Reliquia de un Mundo Olvidado, de Hazel Heald........................................................ 258
Las Ratas del Cementerio, de Henry Kuttner.............................................................. 277
El Vampiro Estelar, de Robert Bloch ........................................................................... 283
El Morador de las Tinieblas, de H. P. Lovecraft .......................................................... 290
LIBRO TERCERO....................................................................................................... 309
Mitos Postumos ............................................................................................................ 309
La Hoya de las Brujas, de H. P. Lovecraft y A. Derleth .............................................. 311
El Sello de R'lyeh, de August Derleth .......................................................................... 328
La sombra que huyó del chapitel, de Robert Bloch...................................................... 348
La iglesia de High Street, de J. Ramsey Campbell....................................................... 366
Con la técnica de Lovecraft, de Joan Perucho.............................................................. 377
 
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astaroth1
view post Posted on 24/12/2011, 13:54




PRÓLOGO

Los Mitos de Cthulhu, por Rafael LLopis

Localización histórico-cultural de los Mitos


Aunque muy relacionados con la science-fiction con la literatura onirica y con la
fantasía pura, en rigor los Mitos de Cthulhu deben adscribirse a la tradición del cuento
de miedo anglosajón.
A principios de siglo, el cuento de miedo sufrió una importante mutación. Hasta
entonces su protagonista predilecto había sido el muerto. La creencia en el retorno de
los muertos, abolida fundamentalmente junto con muchas otras creencias por el
racionalismo del siglo XVIII, vuelve -negación de la negación- en el Romanticismo.
Pero ya no vuelve como la pura creencia que era antes, sino como estética. Esta
desincronización entre el creer y el sentir queda perfectamente expresada en la célebre
frase de madame du Deffand, quien, habiéndosele preguntado en pleno siglo XVII si
creía en los fantasmas, contestó que no, pero que le daban miedo. En el Romanticismo,
ya no se cree en los muertos, pero éstos aún dan miedo.
En efecto, sabemos que la razón es mucho más plástica, ligera, cambiante y ágil que el
sentimiento y que éste está mucho más sujeto a la inercia de la memoria. Razón y
memoria son términos dialécticamente antitéticos, pues la memoria es el residuo físico
de lo que algún día fue razón y la razón no es sino el más elevado rendimiento de una
estructura espacial que, en definitiva, sólo es memoria. En la memoria han quedado
fijados esquemas emocionales y de comportamiento que, por haber demostrado su
utilidad para el individuo o para la especie, se han automatizado, abandonando, pues, el
terreno de la razón. Y por eso, cuando la razón descubre nuevos horizontes y aniquila
viejos mitos, los sentimientos ligados a éstos -más aún, determinantes de éstosperviven
ni aún negados por la razón se resignan a morir. Tienen entonces que
abandonar sus pretensiones de verdad y expresarse -todo sentimiento se expresa siempre
de una u otra forma- en un plano estético donde reconocen de antemano su falta de
objetividad. Y así, el sentimiento, negado como creencia por la razón, niega a su vez a
la razón. Pero al negarla no se produce un paso atrás hacia la creencia, sino que, muy al
contrario, se consolida el paso adelante recién dado por la razón. Expresadas en forma
de arte, las ex-creencias pierden su fuerza sugestiva y su ímpetu embriagador. Ya como
arte -es decir, como eco emocional de una creencia que ya no lo es- se van agotando, se
van apagando hasta desaparecer o sufrir una nueva mutación.
Pues bien, como digo, el primer protagonista de cuentos de miedo fue cronológicamente
el pobre muerto. Fue el falso muerto de Ana Radcliffe, el hombre que debería haber
muerto de Maturin, el muerto no muerto de Polidori, el muerto recauchutado de Mary
Shelley o la muerta adorada y odiada de Edgar Poe. Y muchos más. Algunos de estos
muertos eran corporales y putrescentes; otros eran inmateriales como un soplo, como un
aroma, como una vaga tristeza. Durante el siglo XlX, los escritores fantásticos
inventaron toda clase de muertos. En la Inglaterra victoriana, el racionalismo pegó otro
empujón y los muertos tuvieron que armarse de filosofías místicas, de
swedenborgianismo de mesmerismo y de martinismo, para poder seguir asustando. El
cuento de miedo se apuntaló así en filosofías periclitadas que le dieron cierto barniz de
verosimilitud. Decía Coleridge que, para gozar de un cuento de miedo, se necesitaba
suspender voluntariamente la incredulidad. Pero ésta era cada vez más fuerte y menos
suspendible, por lo que el autor tenía que recurrir a toda clase de argucias
pseudorracionales para coger desprevenido al lector. Y darle su pequeño escalofrío, que
es de lo que se trataba.
Pero llegó un momento en que el neo-muerto sofisticado y apuntalado de los victorianos
produjo tan poco miedo al lector como el burdo paleo-muerto -cadenas, aullido y tente
tieso- de los románticos. Y entonces el cuento de miedo sufrió una importante mutación.
Esta importante mutación se produjo a principios del siglo XX y su adelantado fue un
escritor galés casi desconocido: Arthur Machen (pronúnciese Méichin, Májen, Mashán,
Macken, McHen o como se quiera, que cada cual lo hace a su modo). Pues bien Machen
sintió que era necesario revisar a fondo el cuento de miedo. Y empezó a eliminar de él
una serie de elementos caducos: el castillo medieval, el muerto en todas sus infinitas
variedades y subespecies, la noche... En una palabra, sepultó la tramoya romántica y se
puso a escribir cuentos de miedo a base de luz, de campo, de verano, de cantos de
insectos, de piedras y de montes.
Se sabe de Machen que pertenecía a una sociedad secreta llamada "Golden Dawms'. Tal
vez fue en ella donde encontró material numinoso novelable. Quizá él mismo no quería
asustar, sino dar publicidad a aquellas doctrinas místicas. No lo sé. Pero de lo que no
cabe duda es de que sus relatos fueron aceptados como cuentos de miedo, es decir,
como pura ficción fantástica que producía un deseable estremecimiento de terror. Y esta
aceptación por parte del público apunta hacia la existencia -en éste- de una necesidad.
Pero ¿por qué el público anglosajón de principios de siglo necesitaba asustarse con
terrores nuevos, con terrores inéditos que, sin embargo, reactualizaban los terrores más
ancestrales y recónditos del alma humana?
Mejor dicho, sabemos que la emoción del terror -como toda emoción- tenia ya su
público y una larga tradición, y que, para seguirla manteniendo, la literatura fantástica
tenía que modificarse a fondo. Pero ¿por qué se modificó entonces? ¿Por qué se
modificó así?
Para comprenderlo es necesario situarse en su contexto histórico-cultural. Por el lado
histórico, tenemos inquietudes revolucionarias, pánico, atentados. Por el lado cultural,
tenemos una nueva crisis del racionalismo, expresión del fracaso de las ideas filosóficas
y sociales del siglo XVIII. Ambos lados son caras de una misma moneda. El hombre se
da cuenta entonces de que vive sobre un volcán apenas dormido. Marx enseña que las
capas sociales burguesas flotan precariamente sobre un mar social embravecido que las
ha de destruir. Freud hace ver que la razón no es más que la última capa evolutiva de la
conciencia y que, bajo ella, palpitan terrores sin nombre. La crisis del racionalismo
filosófico social y cultural es, en el fondo, una ampliación del racionalismo porque lo
que muere es sólo una forma ya caduca de la razón. La conciencia humana no sólo crece
hacia arriba, sino también hacia abajo. Y de pronto descubre que bajo ella -por debajo
de los salones burgueses y por debajo del Yo- hay un mundo inmenso y reprimido que -
racionalmente- se ha de asimilar. El racionalismo, pues, engendró el interés por lo
irracional.
El arte que es expresión de sensibilidad, reflejó estas crisis, estas luchas, estos partos
dolorosos y esta gran ansiedad. Pintores, músicos, poetas y novelistas se apartaron de
los cánones académicos porque los sentían ya muertos, y se volvieron hacia los
submundos reprimidos -sociales o psicológicos- de los cuales hicieron mundos de
ficción deseados u odiados, utópicos o escapistas, puramente fantásticos o sólidamente
verosímiles. Los nuevos contenidos rompieron las viejas formas y el arte exploró
nuevos caminos de expresión. El artista rompió las tradiciones de su arte, las desintegró
en infinidad de ismos y cada uno de éstos se convirtió en protesta y huida, en martillo y
láudano. En esta revolución cultural, el nuevo cuento de miedo iniciado por Machen
representa el momento de protesta y evasión, el dolor por la pérdida de una paz
idealizada, el horror contradictorio hacia un pasado bárbaro y terrible que aún acecha en
las profundidades y también la transposición del objeto de la angustia.
Para huir de la violencia real, el joven galés se refugió en un mundo arquetípico.
Superpuesto al Londres mísero y tiznado, soñó un Londres espiritualmente transmutado.
Frente al horror de la gran ciudad mecanizada, huyó a los misterios paganos de su Gales
natal. En sus cuentos aparecieron de nuevo las hadas y las ninfas de la mitología clásica.
Exhumó literariamente los restos de la dominación romana en Gales y en sus ruinas –
ruinas clásicas, ya no medievales- hizo revivir cultos horrendos, sacrificios humanos,
sátiros y faunos, magia arcaica y ciencia hoy perdida por el hombre. Para Machen, en el
saber de los antiguos hierofantes se escondía una verdad hoy olvidada y por eso lo
sobrenatural ya es en él mucho menos sobrenatural.
Por último, debo señalar que Machen1 creó también un objeto ficticio de terror, que
encauzó el terror real de los hombres, sublimándolo. Al transponer la causa del terror, al
sustituirla por una inventada, Machen conjuró los miedos objetivos a la muerte violenta,
al futuro incierto, al terrible pasado, a la revolución y a la contrarrevolución y al
maquinismo cada vez más inhumano. La gente sentía angustia y Machen le dio una
angustia sublimada que era a la vez espuela y bálsamo. El lector angustiado sentía el
acicate del miedo como arte y, agotándolo como tal arte, sentía ese alivio que, según nos
enseña la reflexología, es una magnífica recompensa para fijar una conducta.
Desde los tiempos de Machen, los motivos de ansiedad han ido aumentando, sobre todo
en el mundo anglosajón. La guerra del 14, la revolución rusa, las crisis económicas, d
fascismo y el gangsterismo crecientes, la guerra mundial por fin, han representado
nuevos estímulos ansiógenos para el americano de los años veinte y treinta. Y, en la
literatura, el terror ha seguido proporcionando un motivo ficticio para el miedo real,
desviando al arte de sus orígenes y sublimándolo hasta hacerlo soportable. Igual que
Joyce y Faulkner bucearon en los submundos psicológicos y sociales, mientras la
música dodecafónica y el jazz y el cubismo y el surrealismo buscaban nuevos caminos
estéticos, la literatura popular abandonó sus cauces clásicos. Dashiell Hammett orientó
la novela policiaca en un sentido nuevo de violencia y sadismo y también de crítica
social. Impulsada por los nuevos descubrimientos científicos, por la cuarta dimensión y
por la relatividad, la literatura de anticipación abandonó los modos de Verne y de Wells
y creó mundos improbables y probables, de sátira a veces y, otras, de pura evasión.
En la literatura fantástica, como es lógico, el pobre muerto -en d fondo tan inocenteresultó
incapaz por si solo de torcer el curso del terror real, de desarraigarlo de sus
orígenes objetivos. No sólo ya nadie creía en él, sino que ni siquiera daba miedo como
en tiempos de madame du Deffand. Y los escritores fantásticos siguieron el camino de
Machen y exploraron nuevos horizontes.
Por debajo de los terrores más superficiales y banales, descubrieron nuevos mundos -
viejísimos mundos- de caos y horror. Igual que la razón crecía también hacia las
profundidades, los cuentos de miedo -sus más fieles seguidores- ahondaron su campo de
acción. Más allá del simple muerto y del castillo medieval, retrocedieron a épocas
primitivas, prehistóricas, prehumanas, a épocas de oscuridad primigenia, de caos, de
vagas formas protoplasmáticas del despertar del mundo. La arcaica capa geológica vino
a simbolizar un estrato primitivo de la mente. Los terrores más antiguos de la
humanidad resucitaron, como arte nuevo, al quedar liberados por d avance en
profundidad de la razón. La viejísima creencia se convirtió en novísimo arte. Los
terrores primitivos vinieron a ser antídoto del último terror.
Y así, Bram Stoker -autor de Drácula-- revivió en The Lair of White Worm2, su última
novela, un horrible ser prehist6rico que había llegado a nuestros días por un extraño
camino evolutivo. M. P. Shiel3 y W. H. Hodgson4 escribieron sobre terrores cósmicos.
Lord Dunsany5 inventó mundos oníricos de pura evasión. Algernon Blackvvood6 hizo
protagonista de sus relatos al horror numinoso, a lo tremendum, a la fascinación de la
naturaleza virgen. Pero, de todos ellos, el que mejor supo expresar la angustia de su
tiempo -expresando simplemente la suya propia- fue Howard Phillips Lovecraft.
Lovecraft fue un adelantado y un hombre enfermo (o fue un adelantado por ser un
hombre enfermo). Como enfermo, supo sintonizar con la angustia de su mundo. Pero
desde sus años treinta hasta ahora, el terror ha ido en aumento y hoy siente todo el
mundo lo que entonces sólo percibía un hombre angustiado. Lovecraft es un adelantado
porque, a través de su ansiedad supo expresar, aún más que los miedos de su tiempo, los
del mismo porvenir. Y, como tantas veces sucede, el escritor minoritario y desconocido
se ha vuelto mayoritario y popular. Sus Mitos de Cthulhu se han constituido en la última
mitología del siglo XX pero con la diferencia de que es ésta una religión para escépticos
de que está distanciada, de que su autor no quiere hacerla pasar por verdad. Y, sin
embargo, resulta verdadera, auténtica y sincera porque posee la verdad del arte: los
Mitos de Cthulhu traducen en palabras y conceptos el terror de hoy, ese terror sin
nombre que sólo puede expresarse mediante imágenes de sueño o de locura
apocallptica.

1 el propio Lovecraft reconoce la deuda que tiene con Machen (Lovecraft, "Selected
Letters")
2 De esta novela dijo Lovecraft que "arruinaba completamente una idea magnífica por el
tratamiento casi infantil de la misma" (Lovecraft, "Supernatural horror in literature").
3 Toda la obra de Shiel fue encomiada por Lovecraft) pero en especial su cuento "The
house of sounds"
4 Para Lovecraft, The house on the borderland constituye algo casi sin par en la
literatura (Lovecraft, "Supernatural...").
5 "The sword of Walleran" es una antología de relatos de Dunsany hecha por el propio
autor. Los "Cuentos de un soñador" desgraciadamente están agotados en castellano. Es
de desear su reedición, así como la traducción de "Tales of Wonders” y de "Gods of
Pegana", de Dunsany
6 La obra de Blackwood ha sido una de las que más han influido en Lovecraft, según e1
mismo reconoce (Lovecraft, "Selected Letters”). Ciertos seres de Blackwood han sido
incluso reelaborados por algunos escritores del "Círculo de Lovecraft" para mejor
adaptarlos a los Mitos.
 
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belzebuth666
view post Posted on 24/12/2011, 20:52




Lovecraft. historia y leyenda

El principal creador de los Mitos de Cthulhu fue Lovecraft, cuya vida contradictoria
rompe cualquier esquema preconcebido. Con él, el azar -bajo la forma de un individuo
casual, de una familia pequeño-burguesa y neurótica como tantas, de una educación
altanera y malsana- salió al encuentro de la necesidad. Su obra de solitario atormentado
cayó en el terreno abonado de su sociedad.
Howard Phillips Lovecraft nació en Providence (Rhode Island) el 20 de agosto de 1890.
Su padre, Winfield Scott Lovecraft, era un viajante de comercio pomposo y dictatorial
que prácticamente nunca convivió con su hijo y que murió cuando éste tenía ocho años.
Su madre, Sarah Susan Phillips -de la que él fue el vivo retrato-, era neurótica y
posesiva y volcó todas sus muchas insatisfacciones en el pequeño Howard.
Continuamente decía a éste que era muy feo, que no debía dar un paso lejos de sus
faldas, que la gente era mala y tonta, que, como sus padres provenían de Inglaterra, él
era de estirpe británica y, por tanto, ajeno al terrible país en que vivían. Recibió, pues,
una educación aristocrática y ramplona, de gente bien venida a menos, pero orgullosa de
sus tradiciones. Como era de esperar, se crió medroso y superprotegido, siempre entre
personas mayores, solitario, fantástico, reprimido. Apenas jugaba con otros niños y,
cuando lo hacía, le gustaba representar escenas históricas o imaginarias. Los otros niños
no le querían y él se refugiaba en los libros de la magnífica biblioteca de su abuelo
materno. Desde muy pequeño sintió una morbosa aversión al mar (según Wandrei, a
partir de una intoxicación por comer pescado en malas condiciones). Se alimentaba
preferentemente de dulces y helados y desde niño sufrió terribles pesadillas, lo que no
es de extrañar, ya que, como enseña la psicología, el horror cósmico deriva de ese
horror al vacío que con tanta frecuencia resulta inducido secundariamente por una
educación superprotectora.
Siempre fue ateo. Hablando de sí mismo en tercera persona, dice el propio Lovecraft:
"A pesar de que su padre era anglicano y su madre anabaptista, a pesar de que desde
muy pequeño estuvo acostumbrado a los cuentecillos de rigor en un hogar religioso y en
la escuda dominical, nunca creyó en la abstracta y estéril mitología cristiana que
imperaba en torno suyo. En cambio fue un devoto de los cuentos de hadas y de las Mil y
Una Noches, en los que tampoco creía, pero los cuales, pareciéndole tan ciertos como la
Biblia, le resultaban mucho más divertidos"'. Su afán de maravillas indica, sin embargo,
que, tal vez por el ambiente en que se educó, Lovecraft, aun radicalmente ateo, siempre
sintió un profundo anhelo religioso que él mismo reprimió y sublimó. A los seis años
descubrió las leyendas del paganismo clásico y se entusiasmó, llegando incluso, como
juego -¡siniestro juego de niño solitario!-, a construir altares a Pan y a Apolo, a Atenea
y a Artemisa y al benévolo Saturno, que gobernaron el mundo en la Edad de Oro. A los
trece años, influido por las novelas policiacas, fundó una tal "Agencia de detectives de
Providence, que obtuvo cierto éxito entre la chiquillería de vecindario. Pero pronto se
cansó de este juego y volvió a su soledad, a leer cuentos fantásticos y terroríficos y
también a escribirlos. Su primer relato -La bestia de la cueva, imitación de los cuentos
terroríficos de la tradición "gótica” fue escrito a los quince años de edad.
En su adolescencia, racionalista y lógico cien por cien, se dedicó a imitar a los escritores
del siglo XVIII. Sentía predilección por todo lo antiguo, pero en especial por este siglo.
Lovecraft era un reaccionario terrible. Sentía un miedo visceral por todo lo nuevo, e
incluso deploraba la independencia de su país (a la que denominaba el cisma de 1776).
El se consideraba británico cien por cien y adoraba todo lo que le recordase el pasado
colonial de su patria. "Todos los ideales de la moderna América -basados en la
velocidad, el lujo mecánico, los logros materiales y la ostentación económica- me
parecen inefablemente pueriles y no merecen seria atención" escribiría más adelante.
Pero, en vez de buscar un futuro mejor, su protesta se plasmaba en un intento de retorno
a un pasado ya muerto.
Educado en un santo temor al género humano (exceptuando de éste a las "buenas
familias" de origen anglosajón), creía que nadie es capaz de comprender ni de amar a
nadie y se sentía un extranjero en su patria. Para él, "el pensamiento humano... es quizá
el espectáculo más divertido y más desalentador del globo terráqueo. Es divertido por
sus contradicciones y por la pomposidad con que intenta analizar dogmáticamente un
cosmos totalmente incógnito e incognoscible, en el cual la humanidad no constituye
sino un átomo transitorio y despreciable; es desalentador porque, por su misma índole,
nunca alcanzará ese grado ideal de unanimidad que permitiría liberar su tremenda
energía en provecho de la raza humana". Unas líneas más abajo escribe: "El conflicto es
la única realidad ineludible de la vida". Y él, incapacitado para la lucha, se encerró en el
pesimismo de su soledad impotente, entre dos viejas tías solteronas, rodeado de muebles
antiguos y empolvados. Hasta los treinta años no pasó una noche fuera de su casa.
Filosóficamente, se consideraba "monista dogmático" y "materialista mecanicista" y era
en realidad un escéptico radical, absoluto, autodestructor. Para él, el colmo del
idealismo era pretender mejorar la situación del hombre.
Y así fue su vida que luego se convirtió en leyenda: una vida de penuria económica, de
represión y soledad, de amargura y pesimismo. Odiaba la luz del día. Pero en las noches
revivía para leer, para escribir, para pasear por las calles solitarias -sin enemigos ya- y,
sobre todo, para soñar. Lovecraft vivía por y para sus sueños. En ellos experimentaba
"una extraña sensación de expectación y de aventura, relacionada con el paisaje, con la
arquitectura y con ciertos efectos de las nubes en el cielo" Este goce estético fue el que,
según Derleth le impidió suicidarse.
A los veintitantos años, Lovecraft abandonó su estilo dieciochesco y adoptó el de su
gran ídolo de entonces: lord Dunsany. Los Cuentos de un Soñador El Libro de las
Maravillas y Los Dioses de Pegana se convirtieron en sus libros de cabecera. Y en 1917,
a los veintisiete años de edad, publicó su primer relato fantástico: Dagon, en la revista
Weird Tales. A éste siguieron otros, la mayor parte de los cuales se publicó en la misma
revista.
En 1921 sucedieron dos hechos que habrían de cambiar la vida del joven Howard. La
pequeña fortuna familiar se había ido agotando y, por fin, cayó por debajo del mínimo
vital. Eque secuestrado. Howard se sintió en el vacío, perdido en -d mundo, solo ante la
sociedad hostil. Pero reaccionó en forma positiva. El sólo sabía hacer una cosa: escribir.
Y decidió ganarse la vida como escritor de cuentos de miedo, como crítico, como
corrector de estilo, como lo que fuese, con tal de que tuviera relación con la pluma. Y
así, entre su flaca renta y sus magros ingresos profesionales, fue tirando con más duras
que maduras.
El trabajo, sin embargo, abrió notablemente su panorama social. A la fuerza tuvo que
relacionarse con gente y, aunque sus cuentos pasaron inadvertidos por el gran público,
hubo quienes se interesaron en ellos y escribieron al autor. Y este hombre hosco y
solitario que decía aborrecer al mundo -cuando lo que le pasaba en realidad es que se
sentía o se creía rechazado por él- se convirtió de pronto, en sus cartas, en un muchacho
alegre y entusiasta, capaz de escribir larguísimas epístolas a cualquier lector adolescente
y desconocido.
Y entre sus corresponsales -escritores conocidos, noveles o aficionados- se fue creando
el que más tarde se llamaría "Círculo de Lovecraft". Lovecraft exultaba. "Mis cartas -
escribió a uno de sus amigos- constituyen una faceta más de mi gusto por lo antiguo.
Como usted saber, el arte epistolar fue asiduamente cultivado en el siglo XVIII, que es
mi siglo predilecto". Y, un poco más abajo, confiesa: "Este intercambio de ideas me
ayuda considerablemente a superar la estrechez de horizontes que siempre amenaza mi
existencia de hombre solitario". Sus cartas eran realmente prodigiosas y en ellas hacía
gala de una gran cultura, de inagotable fantasía e incluso de un magnífico humor.
Bautizó a sus corresponsales y amigos con nombres exóticos y sonoros: Frank Belknap
Long se convirtió en Belknapius, Donald Wandrei en Melmoth, August Derleth en el
Conde d'Erlette, Clark Ashton Smith en Klarkash-Ton, Robert Bloch en Bho-Blok,
Virgil Finlay en Monstro Ligriv, Robert Howard en Bob-Dos-Pistolas. El mismo
firmaba sus cartas como el sumo sacerdote Ech-Pi-El (transcripción fonética inglesa de
sus iniciales H. P. L.), como Abdul Alhazred o como Luveh-Kerapf. "Sus fórmulas de
despedida -dice Ricardo Gosseyn- son casi siempre como éstas: Suyo, por el signo de
Gnar, Abdul Alhazred; Suyo, por el Pilar de Pnath; Suyo, por el Ritual Gris de Khif,
Ech-Pi-EI.” Los que sólo le conocían por carta le pintan como un hombre afable,
bondadoso, cordial. Los que llegaron a viajar para conocerle en persona corroboran esta
impresión. "Era un hombre inteligente y objetivo" Robert Bloch. "Era uno de los
hombres más humanos y comprensivos que he conocido en mi vida" Clifford M. Eddy,
Jr.. "Poseía un encanto y un entusiasmo juveniles" Alfred Galpin. "Jamás y de ninguna
manera fue un hombre solitario y excéntrico. La lógica y la razón gobernaban todas sus
actividades" Donald Wandrei. Robert Bloch dice que, si bien es cierto que Lovecraft
fomentó su propia leyenda, también lo es que viajó, que se escribió con mucha gente,
que estaba siempre al corriente de la filosofía, la política y la ciencia de su época. "El
cuadro del hombre retraído y solitario que persigue sombras y pasea de noche en
antiguos cementerios -dice Bloch- no es completo". y añade: "La rareza de Howard
Phillips Lovecraft -si es que hubo tal rareza- residió en que su torre de marfil estaba
mejor construida y era más bella que la mayoría de ellas y en que invitaba al mundo
entero a visitarla y a compartir sus riquezas".
He aquí, pues, a un Lovecraft radicalmente distinto del que debieron conocer los
vecinos de su calle. ¡Curioso personaje! Pesimista y entusiasta, amargado, amable,
bondadoso, misántropo, utópico y soñador, vulgar, gris, avaro, generoso, ocultista y
racionalista a la vez, amigo fiel y comprensivo, racista, materialista, humanitario,
n el mismo año falleció su madre, que hasta entonces lo había tenido poco menos
realista y fantástico, simpático, abierto, solitario, ateo, degenerado, loco, prodigio de
inteligencia, creador de mundos, fracasado y triunfador, aficionado a los helados como
un niño y a los gatos como una solterona, ¿cómo era de .verdad este hombre alto y
desgarbado, feísimo, de enorme mandibula, ojos de pez y voz chillona? Pues es seguro
que era todo eso y más que se me olvida. El hombre es siempre una estructura dialéctica
de elementos contradictorios y, según unos ambientes u otros, según la gente que le
rodea o su situación social, son unos u otros elementos los que predominan o son
percibidos. Entre sus amigos se sentía admirado y querido, se sentía seguro y volcaba en
ellos todo su amor reprimido. Ante la sociedad pragmática y violenta de su país era un
hombre aterrado y retraído que soñaba con vagas utopías pacifistas. En contacto con los
inmigrantes pobres brotaba su orgullo aristocrático y los odiaba. Se cuenta que, en cierta
ocasión, tres ciegos palparon un elefante. Uno palpó su trompa y dijo: "El elefante es
como una gran serpiente." Otro palpó su flanco y dijo: “El elefante es como una roca."
Un tercero palpó una pata y dijo: "El elefante es como un árbol." Lo mismo sucede con
Lovecraft. Cada cual intenta reducirlo a la faceta que en él descubrió, que está
determinada sobre todo por el ángulo desde el que lo estudia. Pero Lovecraft, como
todo ser humano, posee una riqueza que no puede reducirse a un esquema simplista.
La amistad postal y multilateral del Círculo de Lovecraft pronto se refiejó en su obra
literaria. Sus corresponsales empezaron a salir en sus cuentos: Derleth, como el conde
d'Erlette, autor de un horrible libro titulado Cultes des Goules, y también como
Danforth (En las montañas alucinantes)7 o Wiimarth (El que susurraba en las tinieblas)8;
Ashton Smith, como autor de abominables esculturas y de poemas cósmicos (lo que era
en realidad); Robert Bloch, como Robert Blake, ocultista víctima de sus propias
magias... Por su parte, sus amigos hicieron aparecer a Lovecraft -como Ech-Pi-E1,
como Luveh-Kerapf, como Ward Phillips o bajo cilalquier otro nombre- en sus propios
relatos. Frank Belknap Long y Donald Wandrei despertaron también su interés por la
fantasía científica. Y sobre todo -cosa curiosa aunque lógica- esta apertura de horizontes
hizo de él un escritor realista. "¡Cómo! -exclama Bloch- ¿Realismo en la obra de H. P.
Lovecraft? ¡Pues claro que sí! ¿Quién como él ha descrito con tanta exactitud y tan
convincentemente las zonas rurales de su Estado? ¿Quién sino él ha sabido pintar con
suma claridad la decadencia de las gentes y de las costumbres de esta región?" En esta
segunda época, el propio Lovecraft se declara realista: "Estoy plenamente convencido
de que, en esencia, toda mente creadora es fruto que crece del humus de su propia tierra
natal y de que ningún material literario se adapta a aquélla tan perfectamente como el
rico colorido y los antecedentes históricos de ésta. Ya habrán observado ustedes que en
mis cuentos he puesto mucho de mi propia Nueva Inglaterra" Según Bloch, Lovecraft
"poseía todos los atributos del escritor regionalista". Fue historiador, economista y
sociólogo de Nueva Inglaterra. "Nueva Inglaterra, que antaño fue la tierra de Thoreau y
de Hawthorne -afirma Bloch- es hoy y será en lo sucesivo la tierra de H. P. Lovecraft".
"Las viejas calles de Providence -escribe W. T. Scott- han sido visitadas durante
generaciones por el mágico recuerdo de la intensa y oscura figura, a veces vacilante, de
Edgar Allan Poe. Creo que ahora podemos ver al fin que otro caballero más delgado,
ascético y alto se ha unido a él, se pasea con él y es más especialmente nuestro".
De esta su época de apertura datan los primeros Mitos de Cthulhu. El primero de sus
relatos perteneciente a este ciclo es La Ciudad sin Nombre (1921)9, que todavía
conserva el estilo dunsaniano de su juventud. En El Ceremonial (1923) aún quedan
algunos rasgos dunsanianos, pero la acción transcurre ya en Nueva Inglaterra. Sus
cuentos, aun los no pertenecientes a los Mitos, se sitúan ya indefectiblemente en su
región natal, casi siempre en sus zonas rurales. A partir de La llamada de Cthulhu
(1926), los Mitos adquieren su forma adulta y definitiva, en colaboración con todo el
Grculo de Lovecraft. Cada uno de sus amigos puso su granito de arena: el uno se
inventó un nuevo dios; el otro, un nuevo libro de oscuro saber olvidado; el de más allá,
una situación, un detal]e, un ambiente. Los Mitos dc Cthulhu son, pues, obra colectiva
que cristalizó en torno a un hombre solitario.
También de esta época de apertura social data su amistad con Sonia Greene, diez años
mayor que él. Lovecraft era entonces un asiduo colaborador de revistas de aficionados y
ella trabajaba en la United Amateur Press Association. Alfred Galpin la pinta como
"una especie de Juno dominante, de magníficos ojos y cabellos negros", Lovecraft, ante
ella, debió sentirse de nuevo niño superprotegido y asustado. Sin duda vio en ella una
imagen de su madre perdida, secretamente anhelada. Y, en 1924, se casó con ella,
yéndose a vivir a Brooklyn. Estos matrimonios edipianos suelen salir mal. No puedo por
menos de evocar aquí la figura de Poe, tan paralela en muchísimos sentidos a la de
Lovecraft. También Poe vivió siempre hechizado por el espectro de su madre muerta y
también se casó con una imagen simbólica de ella, En el caso de Poe, se sabe que su
matrimonio fue blanco. En el de Lovecraft, que sentía verdadero horror al sexo. Sea
como fuere, Lovecraft y su mujer se separaron a los dos años de casados, divorciándose
tres después de la separación. La ruptura del matrimonio fue debida, según él, a
"dificultades económicas más crecientes divergencias en cuanto a aspiraciones y
necesidades".
Tras la separación, Lovecraft regresó a Providence y se dedicó a escribir, a leer, a
investigar la historia de Nueva Inglaterra. Hizo algunos pocos viajes y, sintiéndose
definitivamente fracasado en el mundo, se hundió de nuevo en su antigua misantropía
que, en realidad, nunca le había abandonado del todo.
Murió de cáncer intestinal e insuficiencia renal el 15 de marzo de 1937, en el Jane
Brown Memorial Hospital de Providence. Tenía cuarenta y siete años. Después de su
muerte, sus amigos y admiradores -sobre todo Donald Wandrei y August Derleth- se
dedicaron a recopilar sus cuentos dispersos o inéditos y a publicarlos. En torno a la
naciente leyenda de Lovecraft crearon una editorial -Arkham House- cuyo mismo
nombre está tomado del de la imaginaria ciudad donde aquél situó varios de sus relatos.
La editorial tuvo un éxito cada vez mayor, Lovecraft fue saliendo del olvido en que
vivió y aparecieron infinidad de imitadores que -inevitablemente- representaron el
principio de la decadencia literaria de los Mitos. Al popularizarse la obra de Lovecraft,
empezó también a desarrollarse su leyenda de rondador de cementerios, de sabedor de
secretos prohibidos, de practicante de cultos abominables, de creyente en sus propios
Mitos de Cthulhu. Los americanos -dice Maurice Lévy- quisieron explicar los
monstruos de Lovecraft, haciendo de éste un monstruo.
Creo yo, sin embargo, que, si llamamos monstruoso a lo patológico, Lovecraft sí fue un
monstruo (y aquí enfoco yo su figura polidimensional desde mi ángulo
psicopatológico). Pero su monstruosidad apenas se reflejó en su vida externa.
Exteriormente, fue un hombre vulgar tímido, afable, educado y desvaído, que ni siquiera
fue huraño. Lejos de creer en magias y esoterismos, fue siempre un hombre lógico,
materialista, racionalista, ateo. Su vida pública fue una vida más, una vida humilde de
pequeño burgués fracasado. Sus amigos le querían porque él, ante ellos, se sentía
liberado y manifestaba todo su apasionado entusiasmo reprimido.
Las demás personas le debieron ignorar por completo. ¿Por qué le iban a odiar?
La tragedia de Lovecraft, su epopeya, su lucha, su drama, fueron interiores. El se sentía
solo, destrozado, en pugna con la sociedad. Para huir de ésta, él se quería británico, lo
que para él significaba puro, inmaculado. Como todos los hombres angustiados, sentía
horror por la suciedad, por la descomposición, por la mezcla. Dice Maurice Lévy que
acaso sus monstruos -o algunos de ellos- procedan de una transmutación literaria del
americanísimo concepto del melting pot, es decir, del crisol donde se unen razas
distintas. Le horrorizaban los pobres porque estaban sucios y derrotados, porque eran
brutales y zafios, porque incluso muchos de ellos no hablaban inglés. Amaba la Nueva
Inglaterra colonial porque aún no había sido mancillada por "esa chusma de extranjeros
miserables venidos de la Europa Continental". En una de sus cartas relata un viaje a los
barrios bajos de Nueva York y dice que él caminaba por el centro de la calzada para no
rozar esa horda italo semítico-mongoloide que pululaba, leprosa, llena de llagas y
podredumbre, en las aceras. No es difícil adivinar a estos mendigos costrosos tras los
seres degenerados, los monstruos hibridos y las criaturas ajenas e inhumanas que
pueblan sus relatos.
Teniendo en cuenta la personalidad de Lovecraft, no es de extrañar que, hacia el final de
sus días, en los años treinta, simpatizara con los fascismos crecientes. Fue la suya, sin
embargo (y acaso la de muchos), una simpatía de neurótico que necesitaba orden para
vencer su propio desorden, de fracasado que anhelaba poder, de hombre torturado por
su propia lógica inexorable, de niño enfermizo y delicado que teme al obrero hirsuto, y
también de hombre espiritualmente malsano que necesitaba pureza. Para él, la pureza
era la raza nórdica, más bella y más limpia a sus ojos, más familiar y más suya que los
extranjeros morenos, bajitos y sucios, de hablas exóticas, que invadían su amada Nueva
Inglaterra. Pero, por otra parte, Lovecraft odiaba la violencia y la dictadura y hubiera
deseado poder ser lo que él denominaba "idealista": creer en la perfectibilidad del
hombre y de la sociedad. Condenemos el nazismo como fenómeno social, pero, antes de
condenar al individuo llamado Lovecraft, comprendamos sus complejas motivaciones
de hombre enfermo. En el origen de su pro-fascismo laten su odio neurótico al hombre
y a la sociedad su educación aristocrática, medrosa y miserable, su incapacidad ante la
vida práctica y también su protesta social. como tantos otros soñadores de su clase
social, vio en el fascismo un nuevo orden luminoso, un alborear real de utopías
gloriosas en las que apenas se atrevía a creer. Y, acaso por esto, sus simpatías políticas
quedaron por completo sepultadas en su vida secreta, no apareciendo, sino bajo un
grueso disfraz, en su obra literaria. Públicamente, tampoco adoptó jamás postura
política alguna ni tuvo el menor contacto con ninguna de las muchas asociaciones pro
nazis que florecieron entonces en los Estados Unidos. Su pro-fascismo fue puramente
imaginario, ideal, fantástico como sus cuentos. No cabe duda, por otra parte, de que a
este hombre aristocrático y con anhelos de limpieza le habría molestado muchísimo que
los "puros arios" hubieran tildado su obra de "arte burgués degenerado" como
indudablemente habría sucedido; pero, como murió en 1937, no se puede adivinar cuál
hubiera sido su postura definitiva ante el ulterior ascenso del nazismo, ante la guerra y
ante las atrocidades descubiertas más tarde.
Otro rasgo característico de la vida secreta de Lovecraft, rasgo opuesto y
complementario, dialécticamente vinculado a sus temores irracionales, fue su
materialismo mecanicista, su lógica implacable. Esta lógica y este materialismo
estrechos corresponden al mundo sensato y romo, ridículamente digno, en que se educó.
Parafraseando a Letamendi, "el médico que sólo medicina sabe ni medicina sabe”,
podría decirse que el racionalista que sólo es racionalista, no es ni siquiera racionalista.
Lovecraft se aferró al racionalismo estrecho y rígido del siglo XVIII y, al hacerlo, no
pudo asimilar, en una razón más amplia, las fantasías nacidas de su situación vital. El yo
consciente de Lovecraft estuvo siempre al milimetro y en él no cupo la vida cambiante y
contradictoria. Uno de sus ensayos termina con estas palabras profundamente
significativas: "¡Idealismo y materialismo, ilusión :y verdad!" En ellas se refleja la
contradicción lovecraftiana entre la razón y la sinrazón. Se declara materialista, en
efecto, pero, aparte su sentido conceptual explícito, esa frase tiene un significado
afectivo implícito de decepción y lástima: ¡Qué pena que las cosas sean así! ¡Qué pena
que el mundo sea bajo y miserable! ¡Qué pena que no se pueda arreglar! (Y no
olvidemos que el más delirante idealismo era creer en la perfectibilidad del hombre y de
la sociedad.) Y también: ¡Qué pena que los sueños sueños sean tan sólo!
En suma, por miedo a la vida infinitamente rica en contradicciones, Lovecraft se aferró
a un materialismo estrecho y a una étiica caduca que engendraron, como es habitual, un
irracionalismo compensador. En Lovecraft sin embargo, este irracionalismo fue
vencido, dominado y reprimido por la razón. Por eso, en rigor, no se puede calificar a
Lovecraft de irracionalista, ya que éste es un término filosófico aplicable al que expresa,
como pretendida verdad metafísica, lo que sólo es una racionalización de sentimientos..
Pero Lovecraft nunca pretendió creer en su irracionalismo ni hacer creer a nadie en él.
Sus sentimientos no se hicieron metafísica, sino arte. A su represión debemos su
alucinante obra literaria. Lo reprimido siempre se manifiesta de una u otra forma. Como
compensación de su seco mecanicismo dominante, Lovecraft tuvo sueños maravillosos
y terribles que supo describir con arte. En sus relatos encontró expresión mítica la vida
reprimida de sus sentimientos. En ellos supo sublimar las fantasías que rechazaba su
intelecto formalista.
El sentía con enorme intensidad el misterio numinoso del mundo, pero precisamente su
racionalismo le impedía caer en la creencia. En sus relatos inventó, pues, una mitología
fantástica que le permitió expresar sus emociones más complejas y extrañas en un piano
estético donde no turbaban la visión del mundo que le exigía su razón, no por estrecha
menos pura. De haber nacido hace milenios, acaso Lovecraft hubiera sido un profeta o
un visionario. En el siglo xx y con su escepticismo radical, fue sólo –pero nada menosque
un creador de arte. Como Poe -otro hombre desgarrado entre una lógica inflexible y
los terrores fantásticos del alma- supo transmutar sus dolores en arte. Su obra contiene,
pues, el germen de una religión. Pero este germen, en vez de orientarse hacia la
creencia, creció en un plano puramente estético de ficción sabida y aceptada. Los Mitos
de Cthulhu constituyen una religión, con sus profetas y sus libros canónicos, con sus
lugares sagrados, su hagiografía, su dogma, su culto y su ética. Pero en ella no creyó ni
su propio creador.

7 El personaje "Danforth" no acaba demasiado bien. En el "Círculo de Lovecraft", los
autores no ahorraban penalidades a los amigos a quienes hacían intervenir como
personajes en sus relatos.
8 En este relato también se menciona a Clark Ashton Smith bajo el disfraz del sacerdote
atlanteano Narkas-Ton
9 Es en La ciudad sin nombre donde por primera vez cita Lovecraft el Necronomicon.
 
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nubarus
view post Posted on 26/12/2011, 11:52




Génesis y estructura de los Mitos

El elemento fundamental de los Mitos, su materia prima -tanto desde un punto de vista
genético como estructural- es la angustia cósmica del ateo Lovecraft y su expresión
simbólica onírica. Es evidente -dice George W. Wetzel- que detrás de la formación de
los Mitos de Cthulhu había una profunda motivación psicológica. ( . . . ) Al descubrir
que la religión era un absurdo, quedó en él un vacío que intentó llenar con un mundo
místico imaginario. Este ansia religiosa frustrada, determinada por las circunstancias de
su vida real, prolongada durante toda ella y manifestada en pesadillas especialmente
vívidas, actúa como proyecto totalizador en torno al cual se van a ir estructurando
elementos diversos y hasta contradictorios para dar origen a los Mitos. Cada uno de
dichos elementos no se superpone mecánicamente a los anteriores, sino que se integra
con ellos en un conjunto cada vez más amplio. Por otra parte, cada elemento de la
estructura de los Mitos es, a su vez, otra estructura que había tenido su propia génesis
anterior.
Desde niño sufrió Lovecraft pesadillas terribles, pesadillas numinosas en que el terror
adoptaba vagas formas arquetípicas, que él siempre quiso sublimar en obras de arte. Los
primeros intentos de Lovecraft adolescente por dar forma estética a sus sueños se
encuadran en la tradición del cuento de miedo anglosajón. Imitó los cuentos "góticos"
prerrománticos, pero en seguida se sintió atraído por Edgar Poe, cuya influencia es, a mi
juicio, la primera que sufrió Lovecraft.
Es muy interesante recalcar que Lovecraft, desde sus comienzos, se situó en la línea del
cuento de miedo, más aun, del cuento de miedo americano. La novela gótica inglesa -
Ana Radcliffe, M. G. Lewis- había cambiado de estilo arquitectónico al trasplantarse a
los Estados Unidos 36. En América no había castillos góticos ni ruinas medievales. Las
únicas ruinas eran las de su pasado colonial. Y los cuentos de miedo americanos -
Brockden Brown, Hawhorne, Poe- tomaron por escenario esos caserones llenos de
columnas, de escalinatas, de tejadillos y de porches que habían quedado en el país como
memoria física de la dominación inglesa. "Mis terrores no son de Alemania -decía Poesino
del alma" y Harry Levin, refiriéndose a Poe, escribió: "El castillo en ruinas no era
sino el palacio encantado de su propia mente, que aparece así terriblemente desintegrada
en La Caída de la Casa Usher". Lo mismo sucede con Lovecraft. Su amor por el siglo
XVIII colonial sólo sirvió para poner de manifiesto que aquella época había muerto
irrevocablemente. El palacete, símbolo de los tiempos coloniales, estaba en ruinas. No
importaba. Lovecraft -como cualquier romántico- amó antes las ruinas del pasado
querido que las construcciones nuevas de un presente odiado; pero, al amarlas, amó la
muerte. También en él la casa en ruinas era símbolo de su desolación interior. De ahí
que su primera influencia -nunca desechada posteriormente- fuera la de Poe, tanto la del
Poe macabro de Valdemar como la del Poe lírico y misterioso de Silencio.
Por otra parte, ya hemos visto cómo el niño Lovecraft se había sentido muy atraído por
el paganismo clásico. Pues bien, Lovecraft adolescente fue un lector infatigable de
religiones comparadas o sin comparar y llegó a conocer a fondo los mitos y los ritos de
los salvajes y los cultos terribles de Egipto, de Babilonia y de la América precolombina.
Su mismo amor por el siglo XVIII también le había llevado a leer los poemas
cosmogónicos y numinosos de William Blake10 y todas estas lecturas abrieron ante él un
inmenso mundo de fábula espantosa, de verdadero terror cósmico, que armonizaba
perfectamente con el de sus eternas pesadillas. Lovecraft fascinado por el vértigo de las
profundidades, abandonó el macabro terror gótico y se dejó caer en el abismo de los
sueños. Y así, en el joven Lovecraft, el Poe de Silencio o de Sombra11 prevaleció sobre
el Poe macabro é, integrándolo, se continuó, muy naturalmente, con la pura fantasía de
lord Dunsany. En efecto, es indudable que entre el Poe de Silencio y los Cuentos de un
Soñador de Dunsany existe un común denominador: el estilo bíblico, los nombres
sonoros y exóticos, el irrealismo onírico, el fondo numinoso de religión arcaica. Sin
embargo, en Dunsany no suele haber ecos terroríficos, como en Poe. Al contrario, en él
se advierte cierto impulso triunfalista y épico de sagas nórdicas y mitos célticos. Era, no
obstante, muy fácil integrar el terror en la estructura del mundo dunsaniano y Lovecraft
lo hizo con toda naturalidad.
La fase dunsaniana de Lovecraft -a la que pertenecen sus primeros cuentos publicados--
corresponde a su punto culminante de irrealismo y evasión, a la época en que vivía
encerrado con su madre y sus dos tías y aún no había pasado una noche fuera de su casa.
Su ansia de misterio numinoso, estimulada por las mitologías leídas y por las pesadillas
soñadas, encontró un medio de expresi6n adecuado en el estilo dunsaniano, propio del
libro maravilloso y sagrado, en los nombres sonoros de dioses olvidados, en la
descripción de templos sepultados y de civilizaciones perdidas, en las cúpulas
resplandecientes y en las inmensas torres de los cuentos de Dunsany. El camino para
llegar a este mundo místico y fantástico era también dunsaniano y el único que podía
seguir un joven tímido y solitario: los sueños. Además, Lovecraft era un soñador. Según
él mismo refiere, sus pesadillas eran terribles y grandiosas, sorprendentemente vívidas y
conexas. Con estos materiales, creó un vasto mundo onírico que no fue sólo épico y
legendario, sino terrorífico también, porque en los sueños de Lovecraft el terror era
elemento imprescindible.
Este escalón dunsaniano -que no es exclusivamente dunsaniano porque en él estaban
también integrados Poe, Blake y muchos elementos tomados de religiones orientales o
primitivas- es un escalón muy importante en la génesis de la estructura de los Mitos. El
propio Lovecraft decía que sus Mitos se inspiraban principalmente en la obra de
Dunsany. Sin embargo, es ésta, a mi juicio, una verdad a medias. Aún admitiendo que
haya estado presidida fundamentalmente por la figura de Dunsany, su llamada fase
dunsaniana es en sí una estructura -relativamente acabada, eso sí- que sólo corresponde
a determinada situación de su vida. Pero, al ir modificándose ésta, dicha estructura fue
integrando en sí nuevos elementos que la modificaron a su vez, hasta producir en ella
por fin una mutación cualitativa. El dunsanismo persistió en ella, pero ya como un
elemento, más, subordinado a la estructura de la nueva totalidad y, por tanto,
transmutado.
Naturalmente, Lovecraft continuó soñando y sus relatos siguieron conteniendo una base
onírica. Sin embargo, cuando, fallecida su madre, Lovecraft se abrió un poco al mundo
y empezó a trabajar y a mantener correspondencia, comenzaron a entrar en su vida
nuevos elementos, nuevos horizontes, nuevas lecturas y nuevos modos de considerar sus
viejas lecturas. El estilo maravilloso y poético de Dunsany empezó a revelarse
insuficiente. Para expresar ante el mundo sus sueños, Lovecraft necesitaba instrumentos
más mundanos. La vía ouramente onírica de Dunsany no le bastaba ya para dar a sus
sueños una estructura más verosímil, Lovecraft necesitaba el apoyo de la razón, de la
ciencia, de la realidad, de las nuevas tendencias de la literatura fantástica. Lo que he
llamado estructura dunsaniana fue asimilando estos elementos nuevos o renovados hasta
que, colmada su medida de evolución cuantitativa, se produjo el salto dialéctico a su
fase madura, a la de los Mitos de Cthulhu.
Los primeros elementos que adoptó fueron los que le proporcionaba la nueva tendencia
del cuento de miedo iniciada por Machen. Es muy posible que Lovecraft conociese ya
de antes este estilo de cuentos, pero es significativo que fuese entonces cuando lo
adoptase para sí. En efecto, desde Dunsany como punto de partida, los cuentos de miedo
de la nueva escuela representaban un paso de gigante hacia el realismo y hacia la
asimilación de las nuevas conquistas de la ciencia y de la filosofía.
El mundo onírico-dunsaniano se fue enriqueciendo. De Machen integró en él los cultos
de la antigüedad clásica, los afanes arqueológicos, la desintegración de la figura humana
en un magma amorfo, los símbolos resplandecientes y tetradimensionales, las doctrinas
esotéricas de ciertas sociedades secretas, el materialismo de explicar lo sobrenatural
mediante secretos científicos hoy olvidados. De él tomó también tres detalles concretos:
el arcaico e imaginario lenguaje aklo, los misteriosos Dols12 (seres jamás descritos que
aparecen en los Mitos con el nombre de Dholes o Doels) y el Gran Dios Nodens, señor
de los abismos13. De Algernon Blackwood tomó la existencia de seres primordiales que
han sobrevivido hasta nuestro, días y la fascinación por la naturaleza virgen
personificada en vagas divinidades incorpóreas, elementales y terribles, aterradoras por
su misma grandiosidad. Uno de esos dioses naturales y prehumanos, el Wendigo,
ingresó más tarde en los Mitos por la pluma de Derleth y con el nombre de Ithaqua, El
Que Camina En El Viento14. En homenaje a Blackwood, Lovecraft utiliza, como lema
de La llamada de Cthulhu15, esta frase de aquel autor: "Es concebible que tales
potencias o seres hayan sobrevivido desde una época infinitamente remota en que la
conciencia se manifestaba quizá a través de cuerpos y formas que ya hace tiempo se
retiraron ante la marea de la ascendiente humanidad, formas de las que sólo la poesía y
la leyenda han conservado un fugaz recuerdo bajo el nombre de dioses, monstruos, seres
míticos de toda clase y especie. Júzguese, por esta frase, lo mucho que a Blackwood
debe Lovecraft.
Esta idea, sin embargo, no era sólo de Blackwood. También se encontraba en The Lair
of the White Worm última novela de Bram Stoker, y en el fabuloso Moon Pool16 de
Abraham Merritt que también influyeron en la obra de Lovecraft. En la novela de Meritt
sale cierto Morador del Estanque que parece tomado de un cuento de Lovecraft. Se trata
de un ser ultraterreno y andrógino que brota, cuando hay luna llena, de ciertas arcaicas
ruinas polinesias y se manifiesta, entre cánticos lejanos y campanas cristalinas, como un
conglomerado de luces resplandecientes. Su presencia produce éxtasis y terror. Un
personaje que se salva de ser arrastrado por el Morador a su mundo incógnito, dice que,
ante su presencia, sintió "como si el alma helada del Mal y el alma radiante del Bien
hubiesen penetrado juntas en mí".
De The House on the Borderland, de Hodgson, tomó la existencia de larvas espirituales
en dimensiones paralelas y de puertas místicas que permiten su acceso, y, sobre todo, el
horror cósmico, el frío infinito de los espacios interestelares. En su Nube Purpúrea, M.
P. Shiel habla de “una acumulación de columnas basálticas, semejantes a un destrozado
templo antediluviano". De él tomó Lovecraft ciertos paisajes, ciertas formas grandiosas
de la naturaleza que parecen sugerir una mano prehumana y la desolación de los
desiertos polares17. Del Gordon Pym de Poe18 -releído o repensado o resentido- tomó
este mismo sentimiento de horror cósmico y hasta un detalle muy concreto: el
misterioso grito "¡ekeli-li!” que resuena en el aire quieto, en la infinita soledad blanca
de la Antártida de Poe. El pacífico dios Hastur-dios de los pastores en Ambrose Bierce,
que también fue utilizado por Chambers- se convirtió en una deidad terrorífica en
Lovecraft. La mítica ciudad de Carcosa -que Chambers también había tomado de
Bierce- se convirtió en uno de los centros místicos de la nueva religión lovecraftiana.
The King in Yellow, de R. W. Chambers produjo una gran impresión en Lovecraft. Se
trata -según este último- de una serie de relatos breves vagamente relacionados entre sí
en torno a cierto libro monstruoso y prohibido, cuya lectura origina terror, locura y
tragedia. En ese libro maldito -que precisamente se llama The King in Yellow- no es
difícil ver un antepasado directo del lovecraftiano Necronomicon. En los cuentos de
Chambers también se habla de Carcosa, de Hastur, del lago de Hali y de las Híadas19'.
Sería interminable la lista de los elementos que se fueron integrando en los Mitos. A
partir de la creación del Círculo de Lovecraft, sus amigos empezaron a aportar ideas
nuevas, a sugerir lecturas de libros, a añadir dioses al panteón lovecraftiano y
volúmenes a su mística biblioteca imaginaria. Frank Belknap Long concibió sus atroces
Perros de Tíndalos. Clark Ashton Smith inventó al dios Ubbo-Sathla, fuente de toda
vida terrena, que luego Derleth convirtió en Padre de los Primigenios. Derleth y
Schorer20 inventaron los Dioses Arquetípicos, rivales de los Primordiales. El Libro de
Eibon es invención de Clark Ashton Smith21; la Cábala de Saboth, el Daemonolorum y
De Vermis Mysteriis, de Bloch; los Cantos de Dhol y las Invocaciones a Dagon, de
Darleth22. Este último intentó con ahínco sistematizar los Mitos, que, para él, son "una
distorsión de antiguas leyendas cristianas reducidas a sus elementos más simples: una
interacción de la lucha cósmica entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal" (lo cual
acaso sea cierto en los relatos de Derleth, pero no en los de Lovecraft).
Wandrei y Belknap Long aportaron elementos de science-fiction que sería prolijo
enumerar e instaron a Lovecraft para que leyera este tipo de literatura. Se podría hablar
extensamente de la fantasía científica -la teoría de la relatividad, los viajes en el tiempo,
llegada de seres extraterrestres en la prehistoria de la humanidad, de las esculturas
fantásticas de Clark Ashton Smith- que a Lovecraft le parecían cinceladas por manos no
humanas- y del Libro de los Malditos de Charles Forts tan caro a la revista Planeta, del
cual tomó Lovecraft la técnica de explicar fenómenos diversos, pero simultáneos, de
todo el mundo por una sola causa común: el monstruo del Loch Ness, la serpiente de
mar, el yeti son sólo eslabones aislados de una cadena que aún está por -reconstruir,
trasuntos muy humanizados ya de las atroces entidades primigenias 7'4.
A partir de la muerte de su madre, Lovecraft empezó a viajar. A. E. Rothovius nos
cuenta la impresión que en aquél produjo la contemplación de ciertos megalitos
prehistóricos existentes en Nueva Inglaterra, El propio Lovecraft relata el horror que le
produjeron los míseros inmigrantes "ítalo-semítico-mongoloides" de Nueva York.
También entonces leyó libros de ocultismo y religiones esotéricas, que abrieron ante él
mundos fantásticos de figuras mágicas de frases cabalísticas y de gestos dotados de
poder. Su adición por los viejos volúmenes de nombres místicos, por los pentaculos
mágicos, por los dioses olvidados, se vio muy alentada por estas lecturas.
Todos estos elementos, diversos y algunos contradictorios, se integraron en el mundo
dunsaniano de Lovecraft, reventándolo desde dentro. La totalidad rota tuvo que
estructurarse en una forma nueva, en la que los mismos elementos de antes cambiaron
de función. El mundo onírico, vagamente oriental, de su primera época se convirtió en
la Nueva Inglaterra realista de los Mitos y de otros relatos de su madurez. El puro
espíritu tuvo que apoyarse en la nueva física relativista para poderse manifestar. A este
respecto, escribe Wetzel: "A través de su sobrenaturalismo mecanicista, Lovecraft
transmutó los tres elementos fundamentales del cuento de miedo (fantasmas, demonios,
magia) en algo casi enteramente nuevo': los símbolos mágicos, en fórmulas geométricas
no euclidianas hoy olvidadas por la ciencia; los diablos, en híbridos de razas no
humanas ni terrenas; los fantasmas, en confusas manifestaciones, nunca
antropomórficas, permitidas en virtud de ciertas leyes cósmicas desconocidas. En suma,
la estructura que he llamado dunsaniana, caracterizada por el onirismo, se transmutó en
otra estructura, la de los Mitos, que se caracteriza, al contrario, por su realismo formal.
En ella, el elemento onírico subsiste, pero subordinado como un elemento más a la
nueva totalidad. Así, un mismo tema: el descensus ad inferos23, la entrada en un mundo
puramente onírico (por ejemplo, en The dream-quest of unknown Kadath) se racionaliza
(por ejemplo, en En la Noche de los Tiempos) por medio de viajes en el tiempo, de
técnicas adelantadísimas y de otros elementos tomados de la fantasía científica.
También es curioso señalar que, al adoptar su nuevo estilo realista, Lovecraft retornó al
Poe macabro de su adolescencia. El Poe de Valdemar y Berenice, negado en el ámbito
cultural por el nuevo cuento de Machen y, en la evolución individual de Lovecraft, por
su fase dunsaniana retorna dialécticamente y se integra de modo definitivo en los Mitos
de Cthulhu. Era lógico que sucediera así, pues, al dirigir su atención al espacio
geográfico en que vivía, Lovecraft tuvo que sentir un renovado interés por su historia y
sus tradiciones. Y, aun amada, esta historia muerta exhalaba un inequívoco hedor de
corrupción que horrorizaba a Lovecraft ¡Terrible contradicción, romántica contradicción
entre la huida al pasado y el horror de ese mismo pasado, entre la fascinación y la
repulsión de la muerte! La necrofilia de Lovercraft -como la de Poe- es, a la vez,
necrofobia porque en verdad nunca se puede amar la muerte. Y por eso, al volver
Lovecraft al pasado de su tierra, al sentir la contradicción entre la vida que siempre va
hacia delante y su deseo de un pasado que ya es muerte, entraron de nuevo en la
literatura la casa en ruinas y el muerto putrefacto de la tradición gótica.
Ahora bien, al leer esta relación de influencias asimiladas por los Mitos, el lector se
preguntará, asombrado, dónde radica la originalidad de la obra lovecraftiana. Pues bien,
su originalidac no radica en ninguno de sus elementos aislados, sino en su totalidad, en
su estructura, en su Gestalt, que es algo más que la suma de los elementos que la
integran. Esta forma está en función del contenido que, como dije desde un principio,
queda constituido por la angustia cósmica de Lovecraft y por su manifestación onírica
simbólica. Para expresarla a lo largo de las vicisitudes de su existencia, Lovecraft tuvo
que ir utilizando -y descartando- elementos tomados de ámbitos diversos. Los Mitos
constituyen la última de tales estructuras, pero no sabemos si habría sido definitiva en
caso de que Lovecraft hubiera seguido con vida varios años más.
Por otra parte, los Mitos de Cthulhu, una vez estructurados han pasado también a
convertirse en nuevos elementos constitutivos de otras estructuras más modernas. Como
todo ciclo mitológico -real o fingido-, el de Cthulhu se ha hecho, ha alcanzado su
apogeo y ahora se halla en plena decadencia, a pesar de su tardío éxito popular y a pesar
también de la inyección de savia juvenil que representa J. Ramsey Campbell. No sé
cuánto durará la agonía, pero creo que, cuando termine de morir, su cadáver va a
fertilizar toda la literatura fantástica, en especial el terreno de la sctence-ftction. Su
influencia en ésta es ya evidente hoy como en la obra de Tolkien y en la llamada
fantasía heroica de relatos de "espada y brujería" (que arranca, no sólo de las sagas
nordicas, de Beowulf y del falso Ossian, sino de. Dunsany, del primer Lovecraft, de
Eddison, del propio Tolkien, de E. R. Borroughs y de Roberr Howard), en las
elucubraciones más o menos paracientíficas de Pauvels y Bergier, en ciertas fantasías
humorísticas del catalán Perucho y hasta en algunos relatos crípticos de Borges. Acaso
los propios Mitos se transmuten pars sobrevivir y den origen a un nuevo tipo de relato.
No lo sé. Pero, por lo pronto, como dice precisamente Jacques Bergier, "Lovecraft
inventó un género nuevo: el cuento materialista de terror". Después de él el cuento de
miedo no volverá a ser nunca el mismo. Yo personalmente opino que el río del cuento
de miedo, antaño caudaloso hoy desangrado después de muchas bifurcaciones, irá a
parar, como mero afluente, a la corriente de la fantasía científica, pues hoy estamos
lejos del cientificismo de Verne o de Wells. Para Bradbury, para el último Kuttner, para
Matheson, Harlan Ellison o Sloane, la ciencia es -como para Lovecraft- el vehículo que
permite admitir lo fantástico. La explicación meramente sobrenatural cada vez convence
menos, aún en un plano estético nuestra civilización se aleja de lo sobrenatural. Para
conseguir el ligero estremecimiento que, según Walter Scott, permite "gozar de la
agradable sensación del terror" se necesita infundir nuevos y renovados visos de
verosimilitud al relato fantástico. No se trata naturalmente, de hacerlo pasar por verdad
científica objetiva, pero si de darle un tinte de verdad que lo haga aceptable en un nivel
científico, impidiendo el excesivo escándalo de la razón. La ciencia nos da cada vez más
sorpresas y el misterio -núcleo de toda literatura fantástica- ya hoy empieza a no radicar
en lo sobrenatural sino en lo natural, no en el pasado sino en el futuro (incluido lo que
sobre el pasado se averigüe en el futuro). En este sentido, los Mitos de Cthulhu -el
"cuento materialista de horror" que dice Bergier- señala una transición entre el cuento
de miedo de antaño y la fantasía científica del porvenir.
Pero volvamos al contenido, a ese contenido definitivo (o, por lo menos, último) de los
Mitos que ya se hallaba como potencia en las ansias místicas del feo niño Lovecraft y
que se fue haciendo a través de los azares de la forma.
"Todos mis relatos, por muy distintos que sean entre sí -dice Lovecraft-, se basan en la
idea central de que antaño nuestro mundo fue poblado por otras razas que, por practicar
la magia negra, perdieron sus conquistas y fueron expulsados, pero viven aún en el
Exterior, dispuestas en todo momento a volver a apoderarse de la Tierra"
Este es el eje principal de los Mitos. En él distinguimos en seguida dos factores
contradictorios (como es de rigor en toda verdadera estructura): el racionalismo
materialista y el anhelo religioso. Del maridaje de estos opuestos nace el elemento
fundamental del contenido de los Mitos: el horror arquetípico.
El materialismo dc Lovecraft fue precisamente el que le llevó a encarnar sus horrores
arquetípicos, no en puros dioses, tampoco en figuras meramente oníricas, sino en seres
materiales -si bien de una materia distinta y ajena a nuestros cánones-, que habían
venido a la Tierra mucho antes de que apareciese el hombre y que, por supuesto, luego
han sido a menudo adorados como dioses y manifestando una gran facilidad para
inmiscuirse en los sueños de los hombres. Pero estos seres, por muy materiales y
racionalizados que nos los quiera representar, son indudablemente símbolos
arquetípicos, "supervivencias latentes en el inconsciente colectivo: el recuerdo
inconsciente de arcaicas fases filogenéticas" (Alfonso Sastre). En este sentido, los
Primordiales son personificaciones de los arquetipos más aterradores y primitivos, de
los monstruos más antiguos de nuestro abismo interior. Estos monstruos, nunca
domesticados, se manifiestan de nuevo con todo su poder cuando, en el sueño,
descendemos a las profundidades del alma donde habitan. Y Lovecraft descendió a
menudo en sus pesadillas.
Anteriores a la especie humana y aletargados por la hegemonía del hombre, los
Primitivos -enormes masas amorfas- esperan y sueñan con volver a dominar la tierra. El
Gran Dios Cthulhu, el más maligno e importante de ellos, yace en el fondo del mar.
Desde un punto de vista simbólico, todo esto es rigurosamente cierto. En el fondo del
mar -que es cuna de la vida y símbolo de nuestro propio inconsciente prehumano- o en
las entrañas de la tierra, en estratos geológicos arcaicos que simbolizan arcaicos niveles
de la mente, yacen nuestros terrores y deseos más ancestrales, los que heredamos de
nuestros antepasados no humanos, junto con nuestra estructura cerebral v como
memoria de un mundo entonces percibido a través de su mente irracional. Antes de ser
hombres, hubo en nuestra vida una época de terrores sin nombre y de caos sin forma.
Entonces ciertamente eran los Primordiales señores del mundo. Al alborear lo
específicamente humano -la razón, el verbo- esa zona de nuestra psique quedó rehusada,
hundida en lo subconsciente, y se convirtió en un estrato funcional inferior. Pero ahí
sigue, amando, odiando y tañendo con impulsos infinitos aún no domeñados por la
palabra, envuelto en el aura numinosa de los terrores primitivos. Para esta zona de
nuestra alma, que no conoce el verbo, lo racional es un carcelero despiadado, y lo odia.
Sueña así con recuperar su hegemonía e invadir el mundo humano consciente°.
En este horror arquetípico se manifiesta plenamente la básica contradicción
lovecraftiana entre su racionalismo mecanicista y ese anhelo de sueños numinosos que
en e1 estaba íntimamente ligado su imagen fabulosa del pasado. Porque el horror
arquetípico de Lovecraft deriva también, y sin ninguna duda, del juego dialéctico entre
la fascinación que en él ejercía todo lo arcaico y su horror racionalista a la regresión.
Para su razón hiperlógica, el caos del abismo representaba un peligro mortal, tanto más
amenazador cuanto más rígida era aquélla. Pero, a la vez, Lovecraft amaba el pasado
legendario, los mitos arcaicos, los grandes sueños numinosos, es decir, lo irracional.
Otra vez hay que repetir su lamento: “¡Idealismo y materialismo, ilusión y verdad!" Lo
irracional acaba con lo racional y, de ese choque y de la represión subsiguiente, el deseo
se volvía horror. Lo numinoso, reprimido por un aro rígido y atemorizado, se tornaba
negativo, esto es, diabólico. Por eso en Lovecraft, los arquetipos -a pesar de desearlos
secretamente- tienen ese cariz terrorífico y brutal, siempre amenazador, de primitivas
fuerzas del Mal.
De esta contradicción fundamental nacieron -repito- los Mitos de Cthulhu. Lovecraft,
para expresar su horror en forma literaria, recurrió a sus sueños (que ya eran ilustración
e imagen, personificación de ese mismo horror). Y, al recurrir a ellos, utilizó símbolos
que perviven en nuestro subconsciente y supo despertar "ese terror ancestral que yace en
todos nosotros como denominador común". A este respecto la angustia de Lovecraft -el
terror a la disolución del Yo, islita perdida en un mar embravecido psicológico y socialpertenece
de lleno a nuestro siglo XX buceador de honduras, portador de luz a las
profundidades. Para Lovecraft -que, como he dicho, fue un terrible pesimista- no hay
modo de defenderse de los Primordiales salvo, si acaso por el azar. Los benévolos
Dioses Arquetípicos, enemigos de los Primordiales a los que mantienen reprimidos
mediante signos místicos, son en realidad creación de Derleth. Sólo al final de sus días e
influido por éste, aceptó Lovecraft en sus últimos cuentos la posibilidad de defenderse
del Mal, aunque sin especificar los métodos.
Junto a estos horrores arquetípicos y colectivos, aparecen como contenido de los Mitos
y estructurados en forma simbólica, otros sentimientos dominantes de Lovecraft.
En primer lugar, hay que citar su aislamiento espiritual, su hondo sentimiento de ser
distinto a los demás. El protagonista de sus relatos -aquel personaje con el que se
identifica el autor- es, cuando no un monstruo declarado (El Extraño, En la Noche de
los Tiempos), la única persona normal de un mundo enfermo (La Sombra sobre
Innsmouth, El Ceremonial). En ambos casos se pone de manifiesto su distanciamiento
del mundo que le rodeaba, su sentimiento de soledad hostil. Este sentimiento se expresa
de modo especialmente intenso y patético en El Extraño24 (no perteneciente al ciclo de
los Mitos). A mi juicio, este relato es una autobiografía, simbólica pero exactísima, de
su autor solitario, necesitado de calor humano, que busca anhelante a sus semejantes
para descubrir que él es un ser de otra época, una carroña viva que causa horror. En
otros cuentos suyos reaparece este tema y, aun en muchos en los que el acento morboso
recae sobre la sociedad, el protagonista acaba por descubrir que él mismo es mucho más
monstruoso aún.
Intimamente ligado a este sentimiento está su horror racista. "Soy sencillamente incapaz
-escribía Lovecraft- de contemplar seres anormales sin sentir náuseas físicas". Cuando
el prójimo, ya de por sí ajeno y potencialmente hostil, era además bajito, aceitunado, de
ojos oblicuos, habla extranjera y sucio por añadidura -es decir, mucho más ajeno y
hostil-, Lovecraft sentía hacia él un horror sin límites y evitaba hasta su mero contacto
físico. La sensación que le producían estos extranjeros –como señala Maurice Lévy- se
expresa en los Mitos por medio de monstruos híbridos que amenazan con proliferar
excesivamente. Sin embargo, Lovecraft nunca fue un escritor ideológico. Tuvo siempre
la rarísima delicadeza de no meter política en sus cuentos. En éstos, su pro-fascismo no
aparece en forma explícita, excepto en su En la noche de los Tiempos, donde parece
declararse partidario de "un socialismo de cierto matiz fascista". Y es que, en sus
cuentos, Lovecraft expresó las vivencias que había por debajo de sus simpatías políticas
y no éstas últimas. Sus cuentos están hechos con su racismo hondo, visceral, vital, con
su angustia, su temor, su soledad. Como sus relatos, sus opiniones políticas emanaban
de estas vivencias primarias, eran racionalizaciones de ellas. Pero, al expresarlas como
arte y no como doctrina, supo evitar la amenaza -especialmente grave en él- de caer en
el irracionalismo. Sus vivencias se expresaron en símbolos estéticos perfectamente
integrados en el contexto de los Mitos.
Por otra parte, tan sincero fue Lovecraft al expresarse, y tan ajeno a todo partidismo,
que los auténticos anglosajones, entre los cuales refugió su vida, aparecen en su obra
apenas menos monstruosos que los propios monstruos. En efecto, los habitantes de las
zonas rurales de Nueva Inglaterra se nos presentan, en sus relatos, como unos seres
atrasados, degenerados por los muchos cruces consanguíneos, poseídos de
supersticiones sin cuento, dominados por un absurdo orgullo misoneísta y encerrados en
un círculo pequeño y sofocante. Tampoco es difícil ver en ellos a los familiares y a los
viejos amigos de la familia del propio Lovecraft a esos puritanos pequeñoburgueses que
llevaban una vida recluida entre muebles antiguos, tradiciones empolvadas y orgullo
inmovilizado de familia añeja. Lovecraft, pues, rechazaba con horror lo extraño, pero
señalaba la decadencia de lo propio. Era -repito- un hombre enfermo y torturado,
educado en el terror del prójimo pero que sentía como cárcel el ambiente enrarecido de
los suyos. Para él -cuenta Wetzel- el Puritanismo representaba el apogeo del Mal. En
este sentido, se le puede considerar como un escritor realista a lo Balzac, que, siendo
partidario de cierto grupo social y perteneciendo a él, supo en su amargura, y acaso sin
pretenderlo, pintar su descomposición real.
Su horror al mar también se integra perfectamente con los demás elementos de sus
cuentos. Cthulhu, máximo símbolo de su borror, yace en el fondo del mar. Los seres
híbridos de sus relatos a menudo son cruces de hombres y bestias marinas. Los barrios
portuarios y el olor a pescado corrompido son, en sus relatos, signo equívoco de la
presencia del Mal.
Esta es, pues, en líneas generales, la estructura de los Mitos en la que,
contradictoriamente, se integran oscurantismo y racionalismo, materialismo y magias
arcaicas, ciencia y mística La sociedad de los años treinta y, sobre todo, la de hoy,
estaba necesitada de arte torturado. Se lo proporcionó un hombre casual: Lovecraft.
Pero, desde el punto de vista de éste, necesidad y azar se convierten en sus opuestos. El
necesitaba expresarse. El que hubiese o no un público dispuesto a aceptar su obra era
para él casual.

10 Blake evitó el irracionsslismo de Swedenborg al expresarse en un plano no filosófico
sino estético
11 Estos poemas en prosa influyeron también notablemente en Dunsany y, a través de él,
en la llamada fantasía heroica.
12 El lenguaje aklo y los Dols son invenciones de Machen y figuran por primera vez en
su cuento El pueblo blanco
13 En El Gran Dios Pan, Machen intenta hacer pasar a Nodens, que es en realidad
invenci6n suya, por un númen romano
14 En otras ocasiones no se identifica plenamente al Wendigo con Ithaqua, pero al
menos se le considera como pariente suyo muy próximo.
15 El llamado de Cthulhu, según la traducción de Gosseyn. Este relato es una de las
piezas básicas de los Mitos. No lo he incluido en esta antología por ser fácilmente
accesible al aficionado, pero recomiendo vivamente su lectura.
16 The moon pooll se publicó originalmente en 1919 y casi puede considerarse como
perteneciente a los Mitos. Hay que tener en cuenta que Merritt formó parte del Círculo y
que incluso colaboró literariamente con el
17 Esta descripción se limita a subrayar una semejanza percibida subjetivamente y, por
tanto, Shiel no traspasa aquí las fronteras del arte realista. En cambio, cuando Lovecraft
para expresar un sentimiento análogo al de Shiel, describe ruinas auténticamente
prehumanas, hace arte fantástico pues, aún dentro de la ficción aceptada que es el arte,
objetivo; su subjetividad en una aparente realidad. En líneas generales, puede decirse
que d realismo y la fantasía dependen sólo del predominio respectivo de los factores
perceptivos (subjetivación de lo objetivo) o impresivos (objetivación de lo subjetivo)
presentes en todo arte.
18 Gordon Pym casi debería también ser considerado como parte integrante de los
Mitos, o al menos como uno de sus antepasados más directos e inmediatos. Así lo pone
de manifiesto el propio Lovecraft en su relato "En bs montañas de la locura” que
constituye, no sólo una continuación de la novela de Poe, sino también una
interpretación de la misma a la luz de los Mitos.
19 En el cuento "El que susurraba las tinieblas", Lovecraft cita textualmente el terrible
Signo Amarillo inventado por Chambers
20 El primer relato en que aparecen los Dioses Arquetípicos es "The lair of the starspawn"
de Derleth y Schorer, publicado originalmente en Weird Tales en agosto de
1932 Pese a su indudable interés histórico, no lo he incluido en esta antología por su (a
mi juicio) demasiado. baja calidad.
21 El relato "The coming of the white worm", constituye un capítulo completo del
espantoso Libro de Eibon o Liber Ivonis
22 La bibliografía canónica de los Mitos ha sido establecida por Carter, que hace constar
si cada libro citado es real o imaginario y, en este caso, quién es su inventor.
23 El "descensus ad inferos" es un elemento imprescindible de todo cuento de miedo.
De ahí el valor catártico de éstos.
24 Sobre este cuento escribe Groff Conklin: "El extraño individuo que escribió este
extraño relato vivió sin duda algo de lo que escribió; y supongo, por lo tanto, que a
partir de esta narración un psiquiatra podría deducir muchas cosas de su autor".
 
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nubarus
view post Posted on 27/12/2011, 12:45




Intentos de sistematización de los Mitos
Lovecraft nunca intentó sistematizar los Mitos. El fue -digamos- el profeta de la nueva
religión. El permitió que hablase la voz numinosa de su caos subconsciente y sólo dejó
establecido que, antes de que apareciera el hombre, la Tierra había tenido otros amos,
cuyos nombres enumera. A esta idea central aluden -según Lovecraft- determinados
libros "aborrecibles", ciertos grabados "abominables" y algunas esculturas "sacrílegas".
También menciona varios lugares que resultan sagrados, bien porque en ellos exista
alguna "puerta" que comunique con otras dimensiones, bien porque en ellos se oculten
aún ciertos seres del Exterior, bien porque en ellos se mantenga determinada influencia
cósmica. Asimismo, cita Lovecraft la existencia de cultos y de rituales "blasfemos" que
prefiere no detallar. Pero esto es todo. El sampablo de los Mitos, el sistematizador y
exégeta de Lovecraft fue sobre todo Derleth. Ya vimos que él fue el creador de lo,
benignos Dioses Arquetípicos y del Sello Sagrado de éstos: una piedra en forma de
estrella de cinco puntas, que es el talismán más eficaz contra los Primordiales. Derleth
intentó hacer de los Mitos una cosmogonía y una ética. Los ordenó y sistematizó y
entresacó de ellos los elementos más aptos para sus fines.Páginas atrás
vimos cómo Derleth interpretaba los Mitos como una distorsión de
elementos judeo-cristianos. Veamos ahora un esquema de los Mitos, trazado por el
mismo autor: Se trataba -dice- de la lucha, presente en todos los credos, de las fuerzas
de la luz contra las de las tinieblas, o, al menos, eso parecía. ¿Qué más da llamarlas
Dios y el Diablo que Dioses Arquetípicos y Primordiales o Bien y Mal? ¿Qué
importancia tiene darles respectivamente por nombres el de Nodens, Señor del Gran
Abismo -único Dios Arquetípico conocido- y los de los Primordiales?
Pero Derleth, en definitiva, intentó sistematizar los Mitos desde dentro, es decir, desde
sus propios relatos de ficción. Desde fuera, Lin Carter, erudito, teólogo y bibliógrafo de
la relación lovecraftiana, describe así los Mitos: "Los trabajos de ese grupo de escritores
que llamamos la escuela de Lovecraft -H. P. Lovecraft, Clark Ashton Smith, August
Derleth, Robert E. Howard, E. Hoffamn Price, Frank Belknap Long, Henry Kuttner y
Robert Bloch- tienen en común un cuerpo doctrinal que los vincula hasta casi hacer de
ellos un género literario propio: el que llamamos mitología de Cthu]hu: Dicho cuerpo
doctrinal -al que contribuyeron los los autores citados- es en parte una cronología de la
Tierra desde su pasado más remoto hasta su último futuro- en parte, una historia de las
numerosas razas de dioses, demonios, monstruos, hombres y entidades que la han
poblado, que la pueblan o que la han de poblar; en parte, un panteón de dichos dioses y
demonios, con una especie de teología descriptiva de sus nombres, atributos y
servidores, y, en parte, una bibliografía de libros científicos, místicos, literarios e
históricos".
El mismo Lin Carter resume los Mitos del modo siguiente: estudiando las divinidades y
los demonios que aparecen en los Mitos de Cthulhu se induce que la tesis de Lovecraft,
la fuente prima de los Mitos, es que, en épocas geológicas remotísimas este mundo fue
habitado y gobernado por grupos de dioses y de divinidades benévolas. Mucho antes de
que apareciese el hombre en la Tierra, ésta era compartida por los Primigenios y la Gran
Raza de Yith, quienes cayeron en discordia y se alzaron contra sus propios creadores, es
decir, contra los misteriosos Dioses Arquetípicos, primeros pobladores de los espacios
estelares. La Gran Raza, constituida por seres espirituales e inmateriales que parasitaban
cuerpos ajenos, abandonó las zonas terráqueas por ella dominadas y huyó, a través del
tiempo, hasta el siglo que se apoderaron de los cuerpos de una raza de escarabajos que
sucederá al hombre, en esa época remota, como forma de vida dominante en el planeta.
Los Primigenios, sin rival ya, quieren dominar el mundo y, en combate con los Dioses
Arquetípicos que moraban en Betelgeuse, les robaron ciertos talismanes y determinadas
tablillas de piedra cubiertas de jeroglíficos, que ocultaron en un planeta próximo a la
estrella Celaeno. Los Dioses Arquetípicos castigaron esta inoportuna e impropia
rebelión. Aunque los Primigenios, bajo las órdenes de Azathoth se batieron largamente,
por último fueron vencidos y expulsados y apresados. Hastur el Inefable fue exiliado al
lago de Hali, cerca de Carcosa, en las Híadas próximas a Aldebarán- el Gran Cthulhu,
mantenido en un letargo mágico, similar a la muerte, en la mítica ciudad sumergida de
R'lyeh, situada no lejos de Ponapé en el Pacífico; Ithaqua, El Que Camina En el Viento,
fue desterrado a los helados desiertos árticos, de los que un sello poderoso le impide
escapar. Yog-Sothoth fue expulsado de nuestro continuo espacio-tiempo y fue lanzado
al Caos junto con Azathoth, a quien, además, por haber sido el cabecilla de la rebelión,
los Dioses Arquetípicos privaron de inteligencia y de voluntad. Tsathoggua fue
aherrojado en una caverna situada bajo el Monte Voormithadreth, en Hiperbórea, junto
con algunos dioses menores, como Abhoth y Atlach-Nacha. Cthugha fue exiliado
en la estrella Fomalhaut. Ghatanothoa, el Dios-Demonio, fue sellado en las criptas que se
extienden bajo una arcaica fortaleza construida por los crustáceos de Yuggoth en la
cima del Monte Yadith-Gho, que domina la primitiva ciudad de Mu. Muchos dioses
menores fueron obligados a refugiarse en el negro castillo de ónice que corona la ciudad
de Kadath, situada en el Desierto de Hielo, en la zona en que el Mundo de los Sueños
penetra en nuestra Tierra. De los Primigenios Mayores, sólo Nyarlathotep parece haber
evitado tanto prisión como exilio.
"Pero, antes de ser derrotados en aquella la primera de las guerras, los Primigenios
Mayores habían engendrado una multitud de sicarios infernales que desde entonces se
esfuerzan por liberarlos de nuevo; sin embargo, ni siquiera los Profundos de R'lyeh,
seres marítimos y anfibios, pueden levantar ni tocar el Signo Arquetípico, poderoso
Sello de estos Dioses, que mantiene a Cthulhu dormido en la muerte. Y, aunque en la
página 751 de la edición completa del Necronomicon figura el famoso Noveno Verso
que, debidamente entonado, devolverá la libertad a Yog-Sothoth y dará origen a su
retorno anunciado por los profetas, ninguno de sus adoradores humanos o inhumanos ha
conseguido hasta la fecha liberarlo. En ocasiones, alguien ha conseguido levantar el
Sello Arquetípico, pero siempre ha sido vuelto a colocar en su sitio, bien por
intervención directa de los propios Dioses, bien de sus muchos servidores humanos. Sin
embargo, Alhazred ha profetizado que, por fin, los Primigenios serán liberados y
regresarán. Debemos suponer, pues, que, en algún futuro incierto, volverán a disputar
una vez más el Universo a los Dioses Arquetípicos".
Derleth, sin embargo, refiere que entre los mismos Primigenios hay rencillas. Por
ejemplo, Hastur es enemigo irreconciliable de Cthulhu y a veces actúa como salvador de
los perseguidos por éste 77. Esto está en relación con la procedencia original de los
Primigenios, algunos de los cuales son espíritus de los elementos y mantienen entre sí
las oposiciones que entre éstos existen Así Cthulhu simboliza en cierto modo el agua;
Cthugha, el fuego; Ithaqua y Hastur, el aire; Shub-Niggurath, la tierra. Otro exégeta,
Fritz Leiber, muy inclinado hacia la vertiente de la fantasía científica de los Mitos,
considera "equivocado ver en los Mitos de Cthulhu un trasunto sofisticado de la
demonología cristiana o incluir sus númenes en las categorías, simétricas y maniqueas
del Bien y el Mal". Para él, lo más importante sería el contenido cosmogónico de los
Mitos, los cuales, a su juicio, constituyen todo una historia primitiva de la Tierra. Como
se ve, la cosa no está clara ni mucho menos y cada autor la interpreta un poco a su
gusto.
Tampoco hay mucho orden en lo que se refiere a los dioses, diosecillos y semidioses de
la mitología lovecraftiana. Incluso no está totalmente claro si los Primigenios y los
Primordiales son los mismos o distintos. Por su parte, como ya he dicho, Lovecraft no
clarifica ni quiénes ni qué son, pero Derleth, en su afán sistematizador señala que los
Primordiales son "manifestaciones de los Primigenios en el plano terreno". Sea como
fuere Lévy divide el panteón lovecraftiano en tres grandes categorías: los monstruos de
las Altas Tierras del Sueño, los monstruos del mundo vigil y los Primordiales.
Carter, por su parte, clasifica los dioses lovecraftianos en dos categorías: los
Primordiales ("también llamados Primigenios, Malignos, Los-Que-Llegan y Arcaicos")
y los Dioses de la 1. A la primera categoría pertenecen los antiguos dominadores de
nuestro planeta, aunque Carter no hace grandes distinciones entre los Mayores -Cthulhu,
YogSothoth, Shub-Niggurath, Nyarlathotep, Lloigor, Hastur, Ubbo Sathla, etc-
y losMenores -Dagon, Hydra, Nug, Gnoph-Keh, Yig, etc.-. En su segunda categoría incluye
algunos diosecillos citados por Lovecraft en su fase dunsaniana y también, un poco por
no saber dónde si no, al propio Nodens. Para mayor confusión, Carter señala la
posibilidad de que algunos de los Primordiales no sean sino avatares o emanaciones de
otros. Byagoona, dios menor, por ejemplo, se caracteriza por no poseer rostro, lo que
hace pensar que acaso no sea sino una transposición de Nyarlathotep, el Gran Dios Sin
Cara.
Por mi parte, yo prefiero la clasificación de Lévy, pero –para hacerla extensiva a todos
los Mitos de Cthulhu y no sólo a los relatos de Lovecraft- donde él dice Primordiales,
yo diría sencillamente Dioses y los dividiría en dos grandes grupos: Arquetípicos y
Primordiales (o Primigenios), subdividiendo estos últimos en mayores y menores. Sería
muy largo enumerar y describir aquí todos ellos.
También sería largo enumerar todos los lugares sagrados, 1as invocaciones y los rituales
de los Mitos. Me remito a los textos que integran esta antología y a los que cito en la
bibliografía final.
Y ya que hablo de textos, voy a referirme, para terminar, a 1os libros canónicos de la.
religión lovecraftiana. Estos libros –según Carter- acontribuyen a apoyar numerosos
detalles de los Mitos a los que dan un aire de autenticidad y de erudición. Pero tampoco
en tales libros se sistematizan los Mitos. Al parecer, en ellos se alude veladamente, bajo
parábolas y símbolos y a menudo en forma fragmentaria, a oscuros arcanos que sólo los
adeptos saben interpretar.
Algunos de dichos libros tienen existencia real, como el Thesaurus Chemicus de Bacon,
la Turba Philosophorum, The Witch Cult in Western Europe de Murray, De
Masticatione Mortuorum in Tumulis de Raufft, el Libro de Dzyan, la Ars Magna et
Ultpma de Lulio, el Libro de Thoth, el Zohar, la Cryptomenysis Patefacta de Falconer o
la Polygraphia de Trithemius. Estos libros se citan sobre todo por sus nombres
rimbombantes y misteriosos, pero, naturalmente, tienen en realidad muy poco o nada
que ver con los Mitos. De los demás, sin embargo, la mayoría es puramente inventada y
trata directamente de los Mitos, aunque, como he dicho, de modo velado y, al parecer,
en medio de otros temas diversos aunque igualmente esotéricos. Entre ellos, los
principales son: el Libro de Eibon, el Texto R'lyeh, los Fragmentos de Celaeno, los
Cultes des Goules del conde d'Erlette, De Vermi Mysteriis de Ludvig Prinn, las Arcillas
de Eltdown, el People of the Monolith de Justin Geoffrey, los Manuscritos Pnakóticos,
los Siete Libros Crípticos de Hsan, los Unaussprechlichen Kultem de Von Junzt y, sobre
todo, el Necronomicon de Abdul Alhazreth
Este último libro es mencionado con tal lujo de detalles bibliográficos y se citan tantos
pasajes suyos en los Mitos que mucha gente ha llegado a creer en su existencia real.
Derleth relata en un controvertido artículo cómo, al principio, algunos lectores
engañados empezaron a insertar anuncios, solicitándolo, en las revistas serias y
respetables. Luego, ya como broma, ya como estafa, el Necronomicon comenzó a
aparecer en los catálogos de los libreros de viejo. Derleth cita el siguiente anuncio,
aparecido en 1962 en el Antiquan Bookman: "Alhazred, Abdul. Necronomicon, España,
1647. Encuadernado en piel algo arañada descolorida, por lo demás buen estado.
Numerosísimos grabaditos madera signos y símbolos místicos. Parece tratado (en latín)
de Magia Ceremonial. Ex libris. Sello y guardas indica procede de BibliotecaMenores
-Dagon, Hydra, Nug, Gnoph-Keh, Yig, etc.-. En su segunda categoría incluye
algunos diosecillos citados por Lovecraft en su fase dunsaniana y también, un poco por
no saber dónde si no, al propio Nodens. Para mayor confusión, Carter señala la
posibilidad de que algunos de los Primordiales no sean sino avatares o emanaciones de
otros. Byagoona, dios menor, por ejemplo, se caracteriza por no poseer rostro, lo que
hace pensar que acaso no sea sino una transposición de Nyarlathotep, el Gran Dios Sin
Cara.
Por mi parte, yo prefiero la clasificación de Lévy, pero –para hacerla extensiva a todos
los Mitos de Cthulhu y no sólo a los relatos de Lovecraft- donde él dice Primordiales,
yo diría sencillamente Dioses y los dividiría en dos grandes grupos: Arquetípicos y
Primordiales (o Primigenios), subdividiendo estos últimos en mayores y menores. Sería
muy largo enumerar y describir aquí todos ellos.
También sería largo enumerar todos los lugares sagrados, 1as invocaciones y los rituales
de los Mitos. Me remito a los textos que integran esta antología y a los que cito en la
bibliografía final.
Y ya que hablo de textos, voy a referirme, para terminar, a 1os libros canónicos de la.
religión lovecraftiana. Estos libros –según Carter- acontribuyen a apoyar numerosos
detalles de los Mitos a los que dan un aire de autenticidad y de erudición. Pero tampoco
en tales libros se sistematizan los Mitos. Al parecer, en ellos se alude veladamente, bajo
parábolas y símbolos y a menudo en forma fragmentaria, a oscuros arcanos que sólo los
adeptos saben interpretar.
Algunos de dichos libros tienen existencia real, como el Thesaurus Chemicus de Bacon,
la Turba Philosophorum, The Witch Cult in Western Europe de Murray, De
Masticatione Mortuorum in Tumulis de Raufft, el Libro de Dzyan, la Ars Magna et
Ultpma de Lulio, el Libro de Thoth, el Zohar, la Cryptomenysis Patefacta de Falconer o
la Polygraphia de Trithemius. Estos libros se citan sobre todo por sus nombres
rimbombantes y misteriosos, pero, naturalmente, tienen en realidad muy poco o nada
que ver con los Mitos. De los demás, sin embargo, la mayoría es puramente inventada y
trata directamente de los Mitos, aunque, como he dicho, de modo velado y, al parecer,
en medio de otros temas diversos aunque igualmente esotéricos. Entre ellos, los
principales son: el Libro de Eibon, el Texto R'lyeh, los Fragmentos de Celaeno, los
Cultes des Goules del conde d'Erlette, De Vermi Mysteriis de Ludvig Prinn, las Arcillas
de Eltdown, el People of the Monolith de Justin Geoffrey, los Manuscritos Pnakóticos,
los Siete Libros Crípticos de Hsan, los Unaussprechlichen Kultem de Von Junzt y, sobre
todo, el Necronomicon de Abdul Alhazreth
Este último libro es mencionado con tal lujo de detalles bibliográficos y se citan tantos
pasajes suyos en los Mitos que mucha gente ha llegado a creer en su existencia real.
Derleth relata en un controvertido artículo cómo, al principio, algunos lectores
engañados empezaron a insertar anuncios, solicitándolo, en las revistas serias y
respetables. Luego, ya como broma, ya como estafa, el Necronomicon comenzó a
aparecer en los catálogos de los libreros de viejo. Derleth cita el siguiente anuncio,
aparecido en 1962 en el Antiquan Bookman: "Alhazred, Abdul. Necronomicon, España,
1647. Encuadernado en piel algo arañada descolorida, por lo demás buen estado.
Numerosísimos grabaditos madera signos y símbolos místicos. Parece tratado (en latín)
de Magia Ceremonial. Ex libris. Sello y guardas indica procede de Biblioteca
Universidad Miskatonica. Mejor postor." Asimismo, el libro ha sido a menudo
solicitado en bibliotecas públicas y, lo que es más grande, ¡incluso ha aparecido en los
propios ficheros de éstas! En 1960 se descubrió, en el archivo de la Biblioteca General
de la Universidad de California, la siguiente ficha, elaborada sin duda por un estudiante:

BL 430
A 47
Alhazred, Abdul aprox. 738 D.C.
NECRONO~flCON (Al Azif) de Abdul Alhazred. Traducido del griego
por Olaus Wormius (Olao Worm) Xiii, 760 págs., grabados madera,
enc. tablas, tam. fol. (62 cm.) (Toledo), 1647


Esta ficha, según Derleth, "es deliciosamente plausible, ya que la sección BL 430 de la
Biblioteca está dedicada a las religiones primitivas y la letra B corresponde a un armario
cerrado donde se gardan libros que no deben ser hojeados por cualquiera".
Por mi parte; puedo añadir que, en París, en la librería "La Mandragore”, especializada
en literatura fantástica, hay clavada en la pared una lista de libros raros muy solicitados.
¡En primer lugar figura el Necronomicon! Claro que también aquí se trata de una
broma, obra en este caso de mi amigo Francois Béalu. Pero es gracioso que estos Mitos
de Cthulhu, que esta religión sabida desde un principio, acabara por ser aceptada como
cierta. No es imposible que los ocultistas -que, en general, y pese a su negativa,
mantienen una postura predominantemente estética- empezaran a descubrir que hay en
los Mitos más verdad de lo que parece. Tal vez algún ocultista engañado cite algún día
en sus obras el Necronomicon. Acaso entonces sus discípulos y lectores crean al
maestro y Cthulhu empiece a tener adoradores reales.

¡Si Lovecraft levantara la cabeza...! (Pero si Lovecraft levantara la cabeza, igual existía
Cthulhu de verdad.)


Rafael Llopis
 
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satanas1
view post Posted on 7/1/2012, 11:23




LIBRO PRIMERO

Los Precursores

En este Libro Primero recojo algunas muestras de los trabajos que influyeron en la
estructuración de los Mitos. Y los recojo en un orden cronológico un tanto especial, a
saber: no en el que fueron escritos o publicados, sino en el que fueron influyendo en la
obra de Lovecraft.
En las páginas que siguen podrá leerse al Dunsany fantástico de Días de Ocio, junto al
que habría que mencionar también al Poe bíblico de Silencio, a la Cábala y al Bardo
Thodol, al Taob~King y al Libro de Lzyan, lecturas predilectas del joven Lovecraft.
Bierce nos habla después de la mítica Carcosa y prefigura, en su relato, el terrible
Extraño de Lovecraft. Chambers dice en el suyo El fabuloso Rey AmariUo, ese libro
espantoso cuya lectura destruye al osado lector.
Machen nos presenta un relato que subraya la existencia de retos hoy perdidos por la
ciencia. En él retorna a uno de sus temas predilectos: la índole diabólica -en este caso
narcisista- de las antiguas iniciaciones. Y Blackwood nos habla de las primitivas fuerzas
de la naturaleza salvaje.
Por último, como colofón, viene un cuento del propio Lovecrat, escrito en l918, es
decir, en plena época dunsaniana de su autor.
Este Libro Primero es, como si dijéramos, un aperitivo que invitará la digestión de los
horrores "abominables", "impíos" “sacrílegos" y “monstruosos" que vendrán después.
 
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satanas1
view post Posted on 9/1/2012, 15:22




Días de Ocio en el Yann, de Lord Dunsany

Así bajé a través del bosque hasta la rivera del Yann y encontré, como había sido
profetizado, al barco Pájaro del Río a punto de soltar amarras.
El capitán estaba sentado de piernas cruzadas sobre la blanca cubierta, a su lado la
cimitarra dentro de su vaina enjoyada, y los marineros afanados en desplegar las ágiles
velas para dirigir el barco hacia el centro de la corriente del Yann, cantando durante
todo el tiempo dulces canciones antiguas. Y el viento fresco del atardecer, que
desciende desde los ventisqueros donde tienen sus moradas montañosas los dioses
distantes, llegó súbitamente, como las buenas nuevas a una ciudad ansiosa, a las velas
con forma de alas.
Y así llegamos a la corriente central, donde los marineros bajaron las grandes velas.
Pero yo había ido a dar mis reverencias al capitán, y a consultarle acerca de los milagros
y apariciones de los más sagrados dioses entre los hombres, cualquiera fuera la tierra de
su procedencia. Y el capitán respondió que venía de la lejana Belzoond, y que adoraba a
los dioses más pequeños y humildes, aquellos que rara vez enviaban la hambruna o el
trueno y que eran fácilmente aplacados con pequeñas batallas. Y yo le conté que venía
de Irlanda, que está ubicada en Europa, ante lo cual el capitán y sus marineros rieron
porque, dijeron, "No hay lugares como ese en todo el País del Sueño". Cuando acabaron
de burlarse de mí, les expliqué que mi imaginación moraba principalmente en el
desierto de Cuppar-Nombo, en una hermosa ciudad llamada Golthoth la Maldita, que
era custodiada completamente por los lobos y sus sombras, y que ha estado deshabitada
por años y años debido a una maldición dicha en la ira de los dioses y que desde
entonces no han podido revocar. Y algunas veces mis sueños me llevaban tan lejos,
hasta Pungar Vees, la ciudad de los muros rojos donde se encuentran los manantiales, la
que comercia con Isles y Thul. Cuando dije esto me felicitaron por la morada de mis
sueños, diciendo que, aunque ellos jamás han visto dichas ciudades, lugares como esos
pueden bien ser imaginados. Durante el resto de la velada negocié con el capitán la
suma que debería pagarle por el viaje, si Dios y la marea del Yann, nos llevaban a salvo
hasta los arrecifes junto al mar, llamados Bar-Wul-Yann, la Puerta del Yann.
Y ahora el sol se había puesto, y todos los colores del mundo y del cielo han
conservado un festival con él, y se han escabullido, uno a uno, antes de la inminente
llegada de la noche. Los papagayos de ambas riberas han volado a casa, hacia la jungla;
los monos, en hileras, sobre las altas ramas de los árboles, estaban en silencio y
dormidos; las luciérnagas, en las profundidades del bosque, iban de arriba abajo; y las
grandiosas estrellas salieron brillando para contemplar la superficie del Yann. Entonces
los marineros encendieron las linternas y las colgaron alrededor del barco, y la luz
destelló repentinamente sobre un Yann encandilado, y los patos que se alimentan a lo
largo de sus cenagosas márgenes se elevaron de súbito, y trazaron amplios círculos en el
aire, y vieron las distantes extensiones del Yann y la niebla blanca que suavemente
cubría la selva, antes de retornar nuevamente a sus ciénagas.
Y entonces los marineros se arrodillaron sobre las cubiertas y oraron, no todos a la vez,
sino cinco o seis por turno. Lado a lado se arrodillaron juntos cinco o seis, porque sólo
oraban al mismo tiempo aquellos hombres con distintas fés, así ningún dios tendría que
oír a dos hombres rezándole a la vez. Tan pronto como alguno terminaba su oración,
otro de la misma fe tomaría su lugar. De esta forma, se arrodillaba la fila de cinco o seis
con las cabezas inclinadas bajo las flameantes velas, mientras la corriente central del
Río Yann los llevaba hacia el océano, y sus oraciones subían entre las lámparas
dirigiéndose hacia las estrellas. Y detrás de ellos, en el final del barco, el timonel oraba
en voz alta la oración del timonel, que es rezada por todos aquellos que ejercen su oficio
en el Río Yann, cualquiera sea la fe que tuviera. Y el capitán oraba a sus pequeños
dioses menores, a los dioses que bendicen Belzoond.
Y yo también sentí que podría rezar. Sin embargo, no me gustaba rezarle a un Dios
celoso, allí donde los frágiles y afectuosos dioses, que son adorados por los paganos,
son humildemente invocados; entonces pensé, en cambio, en Sheol Nugganoth, a quien
los hombres de la selva han abandonado desde hace mucho, quien no es ahora venerado
y está solitario; y a él le recé.
Y sobre nosotros rezando, la noche súbitamente cayó, así como cae sobre los hombres
que oran al atardecer y sobre aquellos hombres que no lo hacen; sin embargo, nuestras
plegarias aliviaron nuestras almas al pensar en la Gran Noche por venir.
Y así el Yann nos condujo magníficamente adelante, pues estaba exaltado por la nieve
derretida que el Politiades le trajo desde las Colinas de Hap, y el Marn y el Migris
estaban engrosados con las crecidas; y nos llevo en su fuerza por Kyph y Pir, y vimos
las luces de Goolunza.
Pronto todos dormíamos excepto el timonel, quien mantenía el barco en la corriente
central del Yann.
Cuando el sol salió el timonel cesó de cantar, pues con el canto alegraba la noche
solitaria. Al cesar la canción súbitamente todos despertamos, y otro tomó el timón, y el
timonel durmió.
Sabíamos que pronto llegaríamos a Mandaroon. Nos preparamos una merienda, y
Mandaroon apareció. Entonces el capitán comandó, y los marineros soltaron
nuevamente las grandiosas velas, y el barco viró y abandonó la corriente del Yann y se
acercó a un puerto bajo los rojizos muros de Mandaroon. Entonces, mientras los
marineros iban y recogían frutas, yo me dirigí solo a la entrada de Mandaroon. Unas
cuantas cabañas se encontraban fuera de ella, en las cuales habitaba el guardia. Un
vigilante con una larga y blanca barba se encontraba en la puerta, armado de una
herrumbrosa lanza. Usaba unos grandes anteojos, que estaban cubiertos de polvo. A
través de la puerta vi la ciudad. Una quietud mortal se cernía sobre ella. Los caminos no
parecían haber sido hollados, y el moho era grueso en las entradas de las puertas; en el
mercado varias figuras acurrucadas dormían. Había un aroma a incienso y a amapolas
quemadas, y un murmullo constante de campanas distantes. Le dije al guardia, en la
lengua de la región del Yann, "Por qué todos duermen en esta apacible ciudad?"
Él contestó: "Nadie puede hacer preguntas en esta puerta por miedo a despertar a las
personas de la ciudad. Pues cuando la gente de esta ciudad despierte, los dioses morirán.
Y cuando los dioses mueren los hombres no pueden soñar nunca más". Y comencé a
preguntarle qué dioses eran venerados en aquella ciudad, pero él levantó su lanza pues
nadie debe hacer preguntas allí. Así que lo deje y volví al Pájaro del Río.
Ciertamente Mandaroon era bella, con sus blancos pináculos despuntando sobre sus
rojizas murallas, y el verde de sus tejados de cobre.
Cuando regresé al Pájaro del Río, descubrí que los marineros habían retornado al barco.
Pronto levamos anclas y navegamos nuevamente, y una vez más alcanzamos el centro
del río. Y ahora el sol se estaba moviendo hacia las alturas, y allí en el Río Yann nos
alcanzó la melodía de aquellas innumerables miríadas de coros que lo acompañan en su
progreso alrededor del mundo.
Las pequeñas criaturas de muchas piernas habían extendido fácilmente sus diáfanas
alas en el aire, como un hombre reposa sus codos en un balcón, y dieron jubilosas y
ceremoniales alabanzas al sol; o se movían juntas en el aire oscilando en ágiles e
intrincadas danzas; o se desviaban para evitar la arremetida de alguna gota de agua
sacudida por el viento desde una orquídea de la jungla, templando el aire e
impulsándolo delante de ellas, mientras se precipitaba zumbando, en su prisa, sobre la
tierra; sin embargo, todo el tiempo cantaban triunfalmente. "Porque el día es para
nosotras", decían, " sea que nuestro gran y sagrado padre, el Sol, cree más vida como
nosotras desde el cieno, o si todo el mundo terminase esta noche". Y allí cantaban todas
aquellas notas conocidas por oídos humanos, así como aquellas cuyas numerosas notas
que jamás han sido escuchadas por el hombre.
Para aquellas un día lluvioso habría sido como una era de guerra que desolaría
continentes durante una vida de hombre.
Y también aparecieron, desde la oscura y vaporosa jungla, para contemplar y regocijarse
en el Sol, las gigantes y perezosas mariposas. Y danzaron, pero danzaron
indolentemente, por los caminos del aire, como lo haría alguna altiva reina de tierras
lejanas y conquistadas, en su pobreza y exilio en algún campamento de gitanos, por el
pan para sobrevivir, sin embargo, más allá de aquello, jamás disminuiría su orgullo de
danzar por un momento más.
Y las mariposas cantaron acerca de cosas extrañas y coloreadas, sobre orquídeas
púrpuras y sobre perdidas ciudades rosa, y sobre los monstruosos colores de la selva
descompuesta. Y también ellas estaban entre dichas voces no discernibles por oídos
humanos. Y mientras flotaban sobre el río, yendo de bosque en bosque, su esplendor era
rivalizado por la belleza hostil de los pájaros que se lanzaban a perseguirlas. O algunas
veces se posaban sobre las flores, que parecían de cera, de la planta que se arrastra y
trepa por los árboles del bosque; y sus alas púrpuras fulguraban desde las flores, como
las caravanas que van desde Nurl a Thace, las brillantes sedas llameando sobre la nieve
cuando los astutos mercaderes las despliegan, una a una, para asombrar a los
montañeses de las Colinas de Noor.
Sin embargo, sobre hombres y bestias, el sol envió somnolencia. Los monstruos del río,
a lo largo de sus márgenes, yacían dormidos en el cieno. Los marineros armaron una
tienda en cubierta, con borlas doradas para el capitán, y todos se deslizaron, excepto el
timonel, bajo una vela que habían colgado como un toldo entre dos mástiles. Entonces
narraron historias, cada una de la propia ciudad o sobre los milagros de su dios, hasta
que todos cayeron dormidos. El capitán me ofreció el amparo de su tienda de borlas
doradas, y allí hablamos por un rato, él contándome que llevaba mercancía a
Perdóndaris, y que llevaría de vuelta a la hermosa Belzoond cosas relacionadas con los
asuntos del mar. Entonces, mientras miraba a través de la apertura de la tienda a las
brillantes aves y mariposas que cruzaban y cruzaban sobre el río, me dormí, y soñé que
era un monarca entrando a su capital bajo arcos de estandartes, y todos los músicos del
mundo estaban allí, tocando melodiosamente sus instrumentos; pero nadie se alegraba.
En la tarde, cuando el día refrescó nuevamente, desperté y encontré al capitán ciñéndose
su cimitarra, la que se había quitado para descansar.
Y ahora nos estábamos acercando a la gran corte de Astahan, que se abre sobre el río.
Extraños botes de antaño se encontraban encadenados a las escalinatas. Al acercarnos
vimos el atrio abierto de mármol, donde en tres de sus lados se alzaba la ciudad sobre
columnas. Y la gente de aquella ciudad paseaba por el patio y las columnas con
solemnidad y cuidado, de acuerdo a los ritos de ceremoniales antiguos. Todo en dicha
cuidad era de antigua factura; la talla de las casas, que, cuando el tiempo las ha
quebrado, se han mantenido sin ser reparadas, era de los tiempos más remotos, y por
todas partes había representaciones en piedra de bestias que hace mucho tiempo dejaron
de existir sobre la Tierra--el dragón, el grifo y el hipogrifo, y las distintas especies de
gárgolas. Nada podía encontrarse en Astahahn, ya fuera material o costumbre, que fuera
nuevo. De esta forma, ellos no tomaron nota de nuestra presencia, sino que continuaron
sus procesiones y ceremonias en la antigua ciudad, y los marineros, conociendo su
tradición, no tomaron nota de ellos. Pero yo, al acercarnos, me dirigí a uno que se
encontraba al borde del agua, preguntándole qué hacían los hombres en Astahahn y cuál
era su mercancía, y con quién la comerciaban. Él dijo: "Aquí hemos encadenado y
esposado al Tiempo, quien de otra manera asesinaría a los dioses".
Le pregunté qué dioses veneraban en dicha ciudad, y él dijo: "Todos aquellos dioses que
el Tiempo no ha matado aún". Entonces se dio la vuelta y no diría nada más, y se afanó
en comportarse de acuerdo a la antigua costumbre. De esta forma, de acuerdo a la
voluntad del Yann, nos dirigimos hacia delante y dejamos Astahahn, y encontramos en
mayores cantidades a aquellas aves que hacen de los peces sus víctimas. Y eran de
plumaje maravilloso, y no venían de la jungla, sino que volaban, con sus largos cuellos
estirados delante de ellos, y sus patas descansado hacia atrás en el viento, directamente
río arriba sobre la corriente central.
Y la tarde comenzó a recogerse. Una niebla blanca y gruesa había aparecido sobre el
río, y suavemente se estaba elevando. Se asía a los árboles con largos e impalpables
brazos, elevándose más y más, enfriando el aire; y unas figuras blancas se alejaban
hacia la selva, como si fueran los fantasmas de marineros náufragos buscando
furtivamente a aquellos espíritus del mal que hace tanto tiempo los hicieron zozobrar en
el Yann.
Mientras el sol se hundía detrás del campo de orquídeas que crecía en las enmarañadas
cimas de la selva, los monstruos del río se asomaron, revolcándose, del lodo en el cual
habían descansado durante el calor del día, y las grandes bestias de la selva bajaron a
beber. Las mariposas, hacía poco, se habían ido a descansar. Y en los pequeños y
estrechos estuarios que pasamos, la noche parecía ya haber caído, a pesar de que el sol,
que para nosotros había desaparecido, aún no se había puesto.
Y ahora los pájaros de la selva vinieron volando a casa, muy por arriba de nosotros, con
la luz del sol resplandeciendo rosada sobre sus pechos, y bajaron sus alas tan pronto
como vieron el Yann, y se dejaron caer sobre los árboles. Y la mareca comenzó a subir
el río en grandes bandadas, todas silbando, y súbitamente todas virarían e bajarían
nuevamente. Y allí, junto a nosotros, estaba el pequeño y tornasolado turro, con su
forma de flecha; y oímos los gritos variados de las bandadas de gansos, los cuales,
según me contaron los marineros, habían recién llegado cruzando las cordilleras de
Lispasian; cada año venían por la misma vía, cerca de la cima del Mluna, dejándolo a su
izquierda; y las águilas montañesas conocen el camino por el que vienen y, según los
hombres, hasta la misma hora, y cada año las esperan por la misma vía tan pronto como
las nieven caen sobre las Planicies del Norte. Pero pronto estuvo tan oscuro que no
vimos más a esas aves, y sólo oímos el zumbido de sus alas, y de otras tantas
innumerables, hasta que todas se establecieron en las riberas del río, y fue la hora en que
las aves nocturnas salen. Entonces los marineros prendieron las linternas para la noche,
y aparecieron enormes mariposas nocturnas, aleteando alrededor del barco, y por
momentos, sus magníficos colores eran revelados por las linternas, para pasar
nuevamente a la noche, donde todo era negrura. Y nuevamente los marineros oraron, y
posteriormente cenamos y dormimos, y el timonel tomo nuestras vidas a su cuidado.
Al despertar descubrí que realmente habíamos llegado a Perdóndaris, la famosa ciudad.
Pues allí, a nuestra izquierda, se alzaba una ciudad hermosa y notable, y de lo más
agradable a la vista, luego de la selva, que estuvo tanto tiempo con nosotros. Y
atracamos cerca del mercado, y toda la mercancía del capitán fue exhibida, y un
mercader de Perdóndaris la estaba observando. Y el capitán tenía en la mano su
cimitarra, y golpeaba furiosamente la cubierta con ella, y las astillas volaban desde los
blancos maderos; porque el comerciante le había ofrecido un precio por la mercancía
que el capitán había considerado como un insulto, hacia sí mismo y hacia los dioses de
su tierra, de quienes ahora hablaba como grandes y terribles y cuyas maldiciones eran
espantosas. Sin embargo, el mercader agitó sus manos, las cuales eran realmente gordas,
mostrando sus rosadas palmas, y juró que no pensaba en sí mismo, sino solamente en
las pobres gentes de las cabañas, más allá de la ciudad, a quienes él deseaba vender la
mercancía al precio más bajo posible, sin obtener él ninguna remuneración. Pues la
mercancía consistía principalmente en el grueso toomarund, que en el invierno aleja el
viento del suelo, y tollub, que la gente quemaba en pipas. Entonces el mercader dijo que
si ofrecía un piffek más, la pobre gente se quedaría sin su toomarund para el invierno, y
sin su tollub para las tardes, o de otra forma, él y su anciano padre morirían de hambre.
En ese mismo instante, el capitán llevó su cimitarra hacia su propia garganta, diciendo
que era un hombre arruinado, y que nada más quedaba para él que la muerte. Y mientras
cuidadosamente levantaba su barba con la mano izquierda, el mercader miró
nuevamente la mercancía y dijo que, en vez de ver morir a un capitán tan valioso, un
hombre por el cual había concebido un aprrecio especial al verlo por primera vez
manejar su barco, prefería que él y su anciano padre perecieran de hambre, por lo que
ofreció quince piffeks más.
Cuando dijo esto, el capitán se posternó y pidió a sus dioses que endulzaran el amargo
corazón de este mercader, pidió a sus pequeños dioses menores, a los dioses que
bendicen Belzoond.
Finalmente, el mercader ofreció cinco piffeks más. Entonces el capitán lloró pues, dijo,
había sido abandonado por sus dioses; y el comerciante también lloró, porque, dijo,
pensaba en su anciano padre y en cuán pronto moriría de hambre, y escondió su rostro
sollozante entre sus dos manos, y entre los dedos miró nuevamente el tollub. Y así la
negociación fue concluida, y el mercader tomó el toomarund y el tollub, pagando por
ellos de su grande y tintineante monedero. Y fueron empacados en fardos nuevamente,
y tres de los esclavos del mercader los cargaron sobre sus cabezas hacia la ciudad. Y
durante todo este tiempo los marineros estuvieron sentados en silencio, las piernas
cruzadas en una medialuna sobre la cubierta, ansiosamente siguiendo el negocio, y
ahora un murmullo de satisfacción se elevó entre ellos, y comenzaron a compararlo con
otros negocios de los que han sabido. Y me enteré por ellos que en Perdóndaris hay
siete mercaderes, y que todos habían acudido al capitán, uno a uno, antes que las
negociaciones comenzaran, y cada uno le había prevenido, privadamente, en contra de
los otros. Y a todos los comerciantes el capitán les había ofrecido el vino de su propia
tierra, que se fabrica allá en Belzoond, pero no pudo persuadirlos. Pero ahora que el
trato estaba hecho, y los marineros estaban sentados para la primera merienda del día, el
capitán apareció entre ellos con un tonel de vino, y lo espitamos con cuidado y nos
divertimos en conjunto. Y el corazón del capitán estaba contento pues sabía que era
honorable a los ojos de sus hombres, por el negocio que había hecho. De esta forma, los
marineros bebieron el vino de su tierra natal, y pronto sus pensamientos regresaron a la
hermosa Belzoond y a las pequeñas ciudades vecinas, Durl y Duz.
Sin embargo, para mí, el capitán escanció en un pequeño vaso un poco de vino espeso y
amarillo desde una pequeña jarra, que mantenía aparte, entre sus objetos sagrados. Era
grueso y dulce, como la miel, pero había en su corazón un fuego poderoso y ardiente,
que tenía autoridad sobre las almas humanas. Estaba hecho, me dijo el capitán, con gran
delicadeza por el arte secreto de una familia de seis miembros que moraba en una choza
en las montañas de Hiam Min. Me dijo que una vez, en aquellas montañas, seguía la
huella de un oso y que, súbitamente, se encontró con un hombre de dicha familia que
había cazado al mismo oso, y que se encontraba al borde de un estrecho camino rodeado
de precipicios, y su lanza estaba clavada en el oso, y la herida no era fatal, y no tenía
otra arma. Y el oso se dirigía hacia el hombre, muy lentamente, porque su herida
empezaba a molestarle, aunque no estaba muy cerca. Y lo que el capitán hizo no lo
contó, pero cada año, tan pronto como las nieves se endurecen y es fácil viajar por el
Hian Min, aquel hombre baja al mercado en las praderas, y siempre deja en la puerta de
la hermosa Belzoond una vasija de aquel invaluable y secreto vino, para el capitán.
Y mientras sorbía el vino y el capitán hablaba, me acordé de las cosas nobles que hacía
tiempo había planificado resueltamente, y mi alma pareció más poderosa dentro de mí y
pareció dominar toda la corriente del Yann. Puede ser que en ese momento me
durmiera. O, si no lo hice, no puedo recordar minuciosamente cada detalle de las
ocupaciones de dicha mañana. Desperté hacia el atardecer, deseando ver Perdóndaris
antes de abandonarla por la mañana, e incapaz de despertar al capitán, me dirigí solo a
tierra. Perdóndaris era de hecho una ciudad poderosa; estaba cercada por una muralla de
gran fuerza y altura, que tenía caminos huecos para el paso de las tropas, y almenas en
toda su extensión, y quince resistentes torres, una a cada milla, y placas de cobre, abajo
donde los hombres pudieran leerlas, contando en todas las lenguas de aquellas partes de
la Tierra--un idioma en cada placa--la historia de cómo una vez un ejército atacó
Perdóndaris y lo que le sobrevino. Entonces entré a Perdóndaris y encontré a todos
danzando, vestidos en sedas brillantes, tocando el tam-bang, mientras bailaban. Porque
una terrible tormenta los había aterrorizado mientras yo dormía, y los fuegos de la
muerte -decían- habían danzado sobre Perdóndaris, pero ahora la tormenta se había ido
lejos, saltando, inmensa, negra y espantosa, decían, sobre las colinas distantes, y que se
había girado, gruñéndoles, mostrando sus destellantes dientes, y que mientras se alejaba,
azotó las cumbres hasta que retumbaron como si hubieran sido de bronce. Y
frecuentemente detenían sus danzas alegres y oraban al Dios que no conocían: "Oh,
Dios que no conocemos, Te agradecemos por mandar de vuelta la tormenta a sus
colinas". Y seguí avanzando hasta llegar al mercado, donde sobre el pavimento de
mármol vi al mercader durmiendo y respirando pesadamente, con su rostro y palmas de
las manos hacia el cielo, y los esclavos lo abanicaban para mantener alejadas a las
moscas. Y desde el mercado llegué a un templo de plata y luego a un palacio de ónix, y
había muchas maravillas en Perdóndaris, y me hubiera quedado para verlas todas; sin
embargo, cuando llegué a la muralla exterior de la ciudad, vi de pronto una inmensa
puerta de marfil. Por un momento me detuve a admirarla, mas cuando me acerqué
percibí la horrorosa verdad. ¡La puerta estaba tallada en una sola y sólida pieza!
Escapé entonces por la entrada y bajé hacia el barco, incluso mientras corría creía oír en
la distancia, detrás de mí en las colinas, las pisadas de la temible bestia que dejó caer
aquella masa de marfil, y que, tal vez, estuviera buscando su otro colmillo. Cuando
estuve de nuevo en el barco me sentí más seguro, y no conté nada de lo que había visto
a los marineros.
Y ahora el capitán despertaba gradualmente. La noche se estaba enrollando desde el
Este y el Norte, y sólo los pináculos de las torres aún tomaban la caída luz del sol.
Entonces me dirigí al capitán y, tranquilamente, le conté la cosa que había visto. E
inmediatamente me preguntó acerca de la puerta, en voz baja, para que los marineros no
se enteraran; y le conté que el peso era tal, que no podía haber sido traída desde lejos, y
el capitán sabía que no había estado allí un año atrás. Concordamos en que aquella
bestia no podría ser destruida pon ningún ataque humano, y que la puerta debía ser un
colmillo caído, uno caído cerca y recientemente. Ante esto, decidió que era mejor
escapar de una vez, así ordenó, y los marineros fueron hacia las velas, y otros levaron el
ancla, y justo cuando el pináculo de mármol más alto perdía sus últimos rayos de sol,
dejamos Perdóndaris, la famosa ciudad. Y la noche cayó y cubrió Perdóndaris y la
escondió a nuestros ojos, y, como han sucedido las cosas, para siempre; pues he oído
que algo veloz y sorprendente súbitamente hundió Perdóndaris en un día--torres, muros
y gente.
Y la noche se profundizaba en el Río Yann, una noche toda blanca en estrellas. Y con la
noche emergió la canción del timonel. Tan pronto como terminó de rezar, comenzó a
cantar para darse ánimos a través de la noche solitaria. Pero primero rezó, recitando la
plegaria del timonel. Y esto es lo que recuerdo de ella, traducida al Inglés, con un pálido
equivalente de aquel ritmo que parecía tan resonante en aquellas noches tropicales.

"Para cualquier dios que escuche
Donde quiera que haya marineros, de río o de tierra; sea oscuro su camino o sea a través
de la tormenta; sean sus peligros las bestias o la roca; o de enemigo acechando en tierra
o persiguiéndolo en el mar; donde sea que el timón esté helado o el timonel rígido;
donde sea que los marineros duerman y el timonel vigila: guárdanos, guíanos y
regrésanos a la antigua tierra que nos ha conocido: a los lejanos hogares que
conocemos.
Para todos los dioses que existen
Para cualquier dios que escuche"



De esta forma rezó, y hubo silencio. Y los marineros se tendieron a descansar en la
noche. El silencio se hizo más profundo, y sólo era quebrado por los murmullos del
Yann que, suavemente acariciaba nuestra proa. Una que otra vez algún monstruo del río
tosía.
Silencio y murmullos, murmullos y silencio.
Muchas canciones cantó, contándole al vasto y exótico Yann las pequeñas historias y
menudencias de Durl, su ciudad. Y las canciones brotaban sobre la negra jungla y
subían al frío y claro aire arriba, y las grandes constelaciones de estrellas que miraban al
Yann conocieron los asuntos de Durl y de Duz, y sobre los pastores que habitaban en
los campos intermedios, y de las manadas que poseían, y de los amores que habían
amado, y todas las pequeñas cosas que deseaban hacer. Y, súbitamente, mientras me
arropaba en pieles y frazadas escuchando esas canciones, y miraba aquellas fantásticas
formas de los grandiosos árboles, parecidos a negros gigantes merodeando en la noche,
me quedé dormido.
Cuando desperté una gran niebla se estaba retirando del Yann. Y la corriente del río
daba tumbos tumultuosamente, y pequeñas olas aparecieron; porque el Yann había
olido, desde la distancia, el antiguo risco de Glorm, sabiendo que sus frescas cañadas se
encontraban adelante, donde encontraría al salvaje y alegre Irillion, rejocijándose de
glaciares. De esta forma, se sacudió el tórpido sueño que había caído sobre él en la
aromática y cálida selva, y olvidó sus orquídeas y sus mariposas, y pasó turbulento,
expectante, fuerte; y pronto aparecieron destellando, las cumbres nevadas de las Colinas
de Glorm. Y los marineros ya estaban despertando del sueño. Momentos después
comimos, y el timonel se tendió a dormir mientras un camarada lo remplazaba, y todos
extendieron sobre él sus pieles favoritas.
Y en un instante, oímos el sonido del Irillio mientras baja danzando por los campos de
hielo.
Entonces vimos frente a nosotros la hondonada, escarpada y lisa, hacía la cual el Yann,
a saltos, nos conducía. Así dejamos la vaporosa selva y respiramos el aire de montaña;
los marineros se irguieron y tomaron grandes bocanadas de él, y pensaron en sus lejanas
colinas de Acrotia, donde se encontraban Durl y Duz, y abajo, en la planicie, la bella
Belzoond. Una gran sombra se cernió sobre las colinas de Glorm, pero los peñascos
arriba, cual deformes lunas, fulguraban, casi iluminando la penumbra. Más y más fuerte
oímos la canción del Irillion, el sonido de su danza al bajar de los ventisqueros. Y
pronto lo vimos, blanco y cubierto de brumas, engalanado con delicados y pequeños
arcoiris que había arrancado cerca de la cima, de algún jardín celestial del Sol. Luego se
dirigió hacia el océano junto al inmenso y gris Yann, y la hondonada se ensanchó y se
abrió al mundo, y nuestro tambaleante barco salió a la luz del día.
Toda aquella mañana y la tarde navegamos por las ciénagas de Pondoovery, donde el
Yann se ensanchaba y fluía lenta y solemnemente, y el capitán ordenó a los marineros
tocar las campanas para así vencer la melancolía del pantano.
Finalmente divisamos las Montañas Irusian, que protegen a los poblados de Pen-Kai y
Blut, y las maravillosas calles de Mlo, donde los sacerdotes aplacan con vino y maíz a
la avalancha. Entonces cayó la noche sobre las planicies de Tlun, y vimos las luces de
Cappadarnia. Oímos a los Pathnites golpeando los tambores mientras pasamos Imaut y
Golzunda, luego todos dormimos, excepto el timonel. Y las villas dispersas a lo largo de
las riberas del Yann oyeron toda esa noche, en la desconocida lengua del timonel, las
pequeñas historias de ciudades que no conocían.
Desperté antes del amanecer con una sensación de infelicidad, antes de recordar el por
qué. Entonces recordé que, en la tarde de aquel día, de acuerdo a las posibilidades
previstas, deberíamos llegar a Bar-Wul-Yann y yo debería despedirme del capitán y sus
marineros. Y yo había apreciado a ese hombre pues me había convidado con aquel vino
amarillo que mantenía apartado junto a sus objetos sagrados, y me había contado
muchas historias acerca de su hermosa Belzoond, entre las Colinas Acrotas y el Hian
Min. Y me habían gustado las costumbres de los marineros, y las plegarias dichas, lado
a lado, al atardecer, sin jamás desvalorizar al dios extranjero. Y también me gustaba la
tierna manera en que frecuentemente hablaban de Durl y de Duz, pues es bueno que el
hombre ame sus ciudades natales y las pequeñas colinas que las sostienen.
Y llegue a saber quiénes los recibirían al retornar a casa, y dónde imaginaban que el
encuentro sucedería, algunos en un valle de las Colinas Acrotas, donde el camino sube
desde el Yann, otros en la puerta de una de las tres ciudades, y otros en el hogar, junto a
la hoguera. Y pensé en todos los peligros que nos habían amenazado, a todos por igual,
fuera de Perdóndaris, un peligro muy real, así como las cosas han sucedido.
También pensé en la alegre tonada del timonel en la fría y solitaria noche, y cómo él
había tomado nuestras vidas en sus cuidadosas manos. Y mientras reflexionaba sobre
esto, el timonel dejó de cantar, y miré hacia arriba y vislumbré en el cielo una luz pálida
que había aparecido, y la solitaria noche había pasado; y el amanecer creció, y los
marineros despertaron.
Y pronto vimos la marea del mismo océano avanzando, resueltamente, entre las orillas
del Yann, y el Yann saltó graciosamente y lucharon por un momento; luego el Yann, y
todo lo suyo, fue empujado hacia el norte, por lo que los marineros tuvieron que izar las
velas, y como el viento era favorable, seguimos adelante.
Y pasamos Góndara y Narl, y Hoz. Y vimos la memorable y sagrada Golnuz, y oímos a
los peregrinos orando.
Al despertar de nuestro descanso del mediodía nos acercábamos a Nen, la última ciudad
del Río Yann. Y nuevamente la jungla nos rodeaba por todos lados, así como a Nen;
mas las grandes cordilleras de Mloon se erguían sobre todas las cosas, y observaban la
ciudad más allá de la selva.
Aquí anclamos, y con el capitán fuimos a la ciudad y supimos que los Errantes habían
venido a Nen.
Los Errantes eran una tribu extraña y oscura que, una vez cada siete años bajaba desde
las cumbres de Mloon, cruzando por un paso que ellos conocen, desde una tierra
fantástica situada más allá. Y toda la gente de Nen permanecía fuera de su casa, todos
maravillándose en sus propias calles. Pues los hombres y las mujeres de los Errantes
estaban amontonados en todas las vías, cada uno haciendo alguna cosa extraña. Algunos
bailaban danzas asombrosas que habían aprendido del viento del desierto, curvándose y
arremolinándose hasta que el ojo no podía seguirlos. Otros interpretaban en sus
instrumentos hermosas y tristes tonadas, que estaban llenas de horror. ¿Qué almas se las
habrán enseñado mientras vagaban de noche por el desierto? Aquel lejano y extraño
desierto del cual los Errantes provenían.
Ningunos de sus instrumentos eran conocidos en Nen, o en alguna región del Yann;
incluso los cuernos de los que algunos estaban hechos, pertenecían a bestias que nadie
ha visto a lo largo del río, ya que tenían barbas en las puntas. Y cantaban, en una lengua
tampoco conocida, canciones que parecían estar emparentadas con los misterios de la
noche y con el miedo irrazonable que encanta los lugares oscuros.
Todos los perros de Nen desconfiaban de ellos amargamente. Y los Errantes se contaban
entre sí historias temibles, y aunque nadie en Nen conocía su idioma, podían distinguir
el miedo en los rostros de sus interlocutores, y mientras el cuento continuaba, ponían los
ojos en blanco, en vívido terror, como los ojos de una pequeña bestia a la que el águila
ha atrapado. Luego el narrador de la historia sonreía y se detenía, y otro contaría su
historia, y los labios del narrador del primer relato temblarían con terror. Y si, por
casualidad, una serpiente mortal aparecía, los Errantes lo felicitarían como un hermano,
y parecería que la serpiente les diera sus felicitaciones antes de seguir nuevamente. Una
vez, la serpiente más fiera y letal del trópico, la enorme lythra, bajó de la selva y pasó
por toda la calle, la calle principal de Nen, y ningún Errante se alejó de ella, mas tocaron
sus tambores sonoramente, como si hubiera sido una persona de mucho honor; y la
serpiente paso entre ellos y no derribó a ninguno.
Incluso los niños de los Errantes podían hacer cosas extrañas, si alguno de ellos se
encontraba con un niño de Nen, se mirarían uno a otro en silencio, con ojos grandes y
graves; después, el niño de los Errantes sacaría, lentamente de su turbante, un pez o una
serpiente vivos. Los niños de Nen no podían hacer ninguna de esas cosas.
Cuánto me hubiera gustado quedarme y oír el himno con el que reciben a la noche, que
es contestado por los lobos en las alturas del Mloon, pero nuevamente era tiempo de
levar anclas y que el capitán regresara de Bal-Wul-Yann por la corriente que va hacia a
tierra. Entonces subimos al barco y continuamos río abajo. Y el capitán y yo
conversamos un rato, pues ambos pensábamos en nuestra separación, la que sería por
mucho tiempo, y miramos, en cambio, el esplendor del sol occidental. Porque el sol era
de un dorado rojizo, pero una tenue y baja bruma cubría la selva, y en ella se depositaba
el humo de las pequeñas ciudades selváticas, y el humo de ellas se reunía en la bruma y
formaban una sola neblina, que se tornó púrpura y era iluminada por el sol, mientras los
pensamientos de los hombres santificaron con cosas grandiosas y sagradas.
Eventualmente, una columna de humo de alguna casa solitaria se elevaba más alto que
el humo de las ciudades, y brillaba solitario en el sol.
Y cuando los rayos del sol estaban casi a nivel, vimos lo que yo había venido a ver,
pues de las dos montañas que se erguían a ambas orillas, salían hacia el río dos riscos de
mármol rosa, resplandeciendo en la luz del sol bajo, y eran suaves y altos como una
montaña, y casi se encontraban, y el Yann paso entre ellas dando tumbos, y encontró el
mar.
Y esta era Bar-Wul-Yann, la Puerta del Yann, y, en la distancia, entre la abertura de
aquellas barreras, vi el indescriptible azul del mar, donde los pequeños botes de pesca
resplandecían.
Y llegó el atardecer y el breve crepúsculo, y la regocijante gloria de Bar-Wul-Yann se
había ido, mas los acantilados rosa aún brillaban, la maravilla más hermosa que se ha
visto--incluso en una tierra de prodigios. Y pronto el crepúsculo dio paso a las
incipientes estrellas, y los colores de Bar-Wul-Yann se fueron consumiendo. Y la visón
de esos riscos era para mí como la cuerda de música arrancada del violín por la mano de
un maestro, y que lleva al Cielo de las Hadas los espíritus temblorosos de los hombres.
Y a la orilla se anclaron y no fueron más lejos, porque ellos eran marineros del río y no
del océano, y conocían el Yann, pero no las mareas más allá.
Y llegó el momento en que el capitán y yo debíamos separarnos, él para retornar
nuevamente a su hermosa Belzoond, divisable desde las lejanas cumbres del Hian Min,
y yo, para encontrar, por extraños medios, mi camino de vuelta a aquellos brumosos
campos que los poetas conocen, donde se encuentran unas pequeñas y misteriosas
cabañas, desde cuyas ventanas, mirando hacia el oeste, se pueden avistar los campos de
los hombres, y mirando hacia el este, las brillantes montañas de los elfos, coronadas de
nieve, extendiéndose de cadena en cadena hasta la región del Mito, y más allá, hasta el
reino de la Fantasía, que pertenecen al País del Sueño. No nos encontraríamos por
mucho tiempo, quizá nunca, pues mi imaginación se ha debilitado al pasar de los años,
y cada vez son más infrecuentes mis visitas al País del Sueño. Entonces nos dimos la
mano, torpemente de su parte, pues éste no es el método de saludo en su tierra, y
encomendó mi alma al cuidado de sus propios dioses, a aquellos dioses menores, los
humildes, los dioses que bendicen Belzoond.
 
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astaroth1
view post Posted on 16/1/2012, 19:44




Un Habitante de Carcosa, de Ambrose Bierce

Existen diversas clases de muerte. En algunas, el cuerpo perdura, en
otras se desvanece por completo con el espíritu. Esto solamente sucede,
por lo general, en la soledad (tal es la voluntad de Dios), y, no habiendo
visto nadie ese final, decimos que el hombre se ha perdido para siempre
o que ha partido para un largo viaje, lo que es de hecho verdad. Pero, a
veces, este hecho se produce en presencia de muchos, cuyo testimonio es
la prueba.
En una clase de muerte el espíritu muere también, y se ha comprobado
que puede suceder que el cuerpo continúe vigoroso durante muchos
años. Ya veces, como se ha testíficado de forma irrefutable, el espíritu
muere al mismo tiempo que el cuerpo, pero, según algunos, resucita en el
mismo lugar en que el cuerpo se corrompió.


Meditando estas palabras de Hali (Dios le conceda la paz eterna), y preguntándome cuál
sería su sentido pleno, como aquel que posee ciertos indicios, pero duda si no habrá algo
más detrás de lo que él ha discernido, no presté atención al lugar donde me había
extraviado, hasta que sentí en la cara un viento helado que revivió en mí la conciencia
del paraje en que me hallaba. Observé con asombro que todo me resultaba ajeno. A mi
alrededor se extendía una desolada y yerma llanura, cubierta de yerbas altas y marchitas
que se agitaban y silbaban bajo la brisa del otoño, portadora de Dios sabe qué misterios
e inquietudes. A largos intervalos, se erigían unas rocas de formas extrañas y sombríos
colores que parecían tener un mutuo entendimiento e intercambiar miradas
significativas, como si hubieran asomado la cabeza para observar la realización de un
acontecimiento previsto. Aquí y allá, algunos árboles secos parecían ser los jefes de esta
malévola conspiración de silenciosa expectativa.
A pesar de la ausencia del sol, me pareció que el día debía estar muy avanzado, y
aunque me di cuenta que el aire era frío y húmedo, mi conciencia del hecho era más
mental que física; no experimentaba ninguna sensación de molestia. Por encima del
lúgubre paisaje se cernía una bóveda de nubes bajas y plomizas, suspendidas como una
maldición visible. En todo había una amenaza y un presagio, un destello de maldad, un
indicio de fatalidad. No había ni un pájaro, ni un animal, ni un insecto. El viento
suspiraba en las ramas desnudas de los árboles muertos, y la yerba gris se curvaba para
susurrar a la tierra secretos espantosos. Pero ningún otro ruido, ningún otro movimiento
rompía la calma terrible de aquel funesto lugar.
Observé en la yerba cierto número de piedras gastadas por la intemperie evidentemente
trabajadas con herramientas. Estaban rotas, cubiertas >de musgo, y medio hundidas en
la tierra. Algunas estaban derribadas, otras se inclinaban en ángulos diversos, pero
ninguna estaba vertical. Sin duda alguna eran lápidas funerarias, aunque las tumbas
propiamente dichas no existían ya en forma de túmulos ,,,ni depresiones en el suelo. Los
años lo habían nivelado todo. Diseminados aquí y allá, los bloques más grandes
marcaban el sitio donde algún sepulcro ,,pomposo o soberbio había lanzado su frágil
desafío al olvido. Estas reliquias, estos vestigios de la vanidad humana, estos
monumentos de piedad afecto me parecían tan antiguos, tan deteriorados, tan gastados,
tan manchados, y el lugar tan descuidado y abandonado, que no pude más que creerme
el descubridor del cementerio de una raza prehistórica de hombres cuyo nombre se
había extinguido hacía muchísimos siglos.
Sumido en estas reflexiones, permanecí un tiempo sin prestar atención al
encadenamiento de mis propias experiencias, pero después de poco pensé: "¿Cómo
llegué aquí?". Un momento de reflexión pareció proporcionarme la respuesta y
explicarme, aunque de forma inquietante, el extraordinario carácter con que mi
imaginación había revertido todo cuanto veía y oía. Estaba enfermo. Recordaba ahora
que un ataque de fiebre repentina me había postrado en cama, que mi familia me había
contado cómo, en mis crisis de delirio, había pedido aire y libertad, y cómo me habían
mantenido a la fuerza en la cama para impedir que huyese. Eludí vigilancia de mis
cuidadores, y vagué hasta aquí .para ir... ¿adónde? No tenía idea. Sin duda me
encontraba a una distancia considerable de la ciudad donde vivía, la antigua y célebre
ciudad de Carcosa.
En ninguna parte se oía ni se vela signo alguno de vida humana. No se veía-ascender
ninguna columna de humo, ni se escuchaba el ladrido de ningún perro guardián, ni el
mugido de ningún ganado, ni gritos de niños jugando; nada más que ese cementerio
lúgubre, con su atmósfera de misterio y de terror debida a mi cerebro trastornado. ¿No
estaría acaso delirando nuevamente, aquí, lejos de todo auxilio humano? ¿No sería todo
eso una ilusión engendrada por mi locura? Llamé a mis mujeres y a mis hijos, tendí mis
manos en busca de las suyas, incluso caminé entre las piedras ruinosas y la yerba
marchita.
Un ruido detrás de mí me hizo volver la cabeza. Un animal salvaje -un lince- se
acercaba. Me vino un pensamiento: "Si caigo aquí, en el desierto, si vuelve la fiebre y
desfallezco, esta bestia me destrozará la garganta." Salté hacia él, gritando. Pasó a un
palmo de mí, trotando tranquilamente, y desapareció tras una roca.
Un instante después, la cabeza de un hombre pareció brotar de la tierra un poco más
lejos. Ascendía por la pendiente más lejana de una colina baja, cuya cresta apenas se
distinguía de la llanura. Pronto vi toda su silueta recortada sobre el fondo de nubes
grises. Estaba medio desnudo, medio vestido con pieles de animales; tenía los cabellos
en desorden y una larga y andrajosa barba. En una mano llevaba un arco y flechas; en la
otra, una antorcha llameante con un largo rastro de humo. Caminaba lentamente y con
precaución, como si temiera caer en un sepulcro abierto, oculto por la alta yerba.
Esta extraña aparición me sorprendió, pero lo me causó alarma. Me dirigí hacia él para
interceptarlo hasta que lo tuve de frente; lo abordé con el familiar saludo:

-¡Que Dios te guarde!
No me prestó la menor atención, ni disminuyó su ritmo.
-Buen extranjero -proseguí-, estoy enfermo y perdido. Te ruego me indiques el camino a
Carcosa.
El hombre entonó un bárbaro canto en una lengua desconocida, siguió caminando y
desapareció.

Sobre la rama de un árbol seco un búho lanzó un siniestro aullido y otro le contestó a lo
lejos. Al levantar los ojos vi a través de una brusca fisura en las nubes a Aldebarán y las
Híadas. Todo sugería la noche: el lince, el hombre portando la antorcha, el búho. Y sin
embargo, yo veía... veía incluso las estrellas en ausencia de la oscuridad. Veía, pero
evidentemente no podía ser visto ni escuchado. ¿Qué espantoso sortilegio dominaba mi
existencia?
Me senté al pie de un gran árbol para reflexionar seriamente sobre lo que más
convendría hacer. Ya no tuve dudas de mi locura, pero aún guardaba cierto resquemor
acerca de esta convicción. No tenía ya rastro alguno de fiebre. Más aún, experimentaba
una sensación de alegría y de fuerza que me eran totalmente desconocidas, una especie
de exaltación física y mental. Todos mis sentidos estaban alerta: el aire me parecía una
sustancia pesada, y podía oír el silencio.
La gruesa raíz del árbol gigante contra el cual me apoyaba, abrazaba y oprimía una losa
de piedra que emergía parcialmente por el hueco que dejaba otra raíz. Así, la piedra se
encontraba al abrigo de las inclemencias del tiempo, aunque estaba muy deteriorada.
Sus aristas estaban desgastadas; sus ángulos, roídos; su superficie, completamente
desconchada. En la tierra brillaban partículas de mica, vestigios de su desintegración.
Indudablemente, esta piedra señalaba una sepultura de la cual el árbol había brotado
varios siglos antes. Las raíces hambrientas habían saqueado la tumba y aprisionado su
lápida.
Un brusco soplo de viento barrió las hojas secas y las ramas acumuladas sobre la lápida.
Distinguí entonces las letras del bajorrelieve de su inscripción, y me incliné a leerlas.
¡Dios del cielo! ¡Mi propio nombre ... ! ¡La fecha de mi nacimiento...! ¡y la fecha de mi
muerte!
Un rayo de sol iluminó completamente el costado del árbol, mientras me ponía en pie de
un salto, lleno de terror. El sol nacía en el rosado oriente. Yo estaba en pie, entre su
enorme disco rojo y el árbol, pero ¡no proyectaba sombra alguna sobre el tronco!
Un coro de lobos aulladores saludó al alba. Los vi sentados sobre sus cuartos traseros,
solos y en grupos, en la cima de los montículos y de los túmulos irregulares que
llenaban a medias el desierto panorama que se prolongaba hasta el horizonte. Entonces
me di cuenta que eran las ruinas de la antigua y célebre ciudad de Carcosa.
Tales son los hechos que comunicó el espíritu de Hoseib Alar Robardin al médium
Bayrolles.
 
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belzebuth666
view post Posted on 18/1/2012, 18:43




El Signo Amarillo, de R. W. Chambers

Rompen las olas neblinosas a lo largo de la costa,
Los soles gemelos se hunden tras el lago,
Se prolongan las sombras
En Carcosa.
Extraña es la noche en que surgen estrellas negras,
Y extrañas lunas giran por los cielos,
Pero más extraña todavía es la
Perdida Carcosa.
Los cantos que cantarán las Híades
Donde flamean los andrajos del Rey,
Deben morir inaudibles en la
Penumbrosa Carcosa.
Canto de mi alma, se me ha muerto la voz,
Muere, sin ser cantada, como las lágrimas no derramadas
Se secan y mueren en la
Perdida Carcosa.

El canto de Cassilda en El Rey de Amarillo
Acto 1º, escena 2ª


I. QUE COMPRENDE EL CONTENIDO DE UNA CARTA SIN FIRMA ENVIADA AL AUTOR

¡Hay tantas cosas imposibles de explicar! ¿Por qué ciertas notas musicales me recuerdan
los tintes dorados y herrumbrosos del follaje de otoño? ¿Por qué la Misa de Santa
Cecilia hace que mis pensamientos vaguen entre cavernas en cuyas paredes
resplandecen desiguales masas de plata virgen? ¿Qué había en el tumulto y el torbellino
de Broadway a las seis de la tarde que hizo aparecer ante mis ojos la imagen de un
apacible bosque bretón en el que la luz del sol se filtraba a través del follaje de la
primavera y Sylvia se inclinaba a medias con curiosidad y a medias con ternura sobre
una pequeña lagartija verde murmurando: "¡Pensar que esta es una criatura de Dios!"
La primera vez que vi al sereno, estaba de espaldas a mí. Lo miré con indiferencia hasta
que entró a la Iglesia. No le presté más atención que la que hubiera prestado a cualquier
otro que deambulara por el parque de Washington aquella mañana, y cuando cerré la
ventana y volví a mi estudio, ya lo había olvidado. Avanzaba la tarde, como hacía calor,
abrí la ventana nuevamente y me asomé para respirar un poco de aire. Había un hombre
en el atrio de la iglesia y lo observé otra vez con tan poco interés como por la mañana.
Miré la plaza en que jugueteaba el agua de la fuente y luego, llena la cabeza de vagas
impresiones de árboles, de senderos de asfalto y de grupos de niñeras y ociosos
paseantes, me dispuse a volver a mi caballete. Entonces, mi mirada distraída incluyó al
hombre del atrio de la iglesia. Tenía ahora la cara vuelta hacia mí y, con un movimiento
totalmente involuntario, me incliné para vérsela. En el mismo instante levanté la cabeza
y me miró. Me recordó de inmediato a un gusano de ataúd. Qué era lo que me
repugnaba en el hombre, no lo sé, pero la impresión de un grueso gusano blancuzco de
tumba fue tan intensa y nauseabunda que debe de haberle mostrado en mi expresión,
porque apartó su abultada cara con un movimiento que me recordó una larva perturbada
en un nogal.
Volví a mi caballete y le hice señas a la modelo para que reanudara su pose. Después de
trabajar un buen rato, advertí que estaba echando a perder tan de prisa como era posible
lo que había hecho. Cogí una espátula y quité con ella el color. Las tonalidades de la
carne eran amarillentas y enfermizas; no entendía cómo había podido dar unos colores
tan malsanos a un trabajo que había resplandecido antes de salud.

Miré a Tessie. No había cambiado y el claro arrebol de la salud le teñía el cuello y las
mejillas; fruncí el ceño.
-¿He hecho algo malo? -preguntó.
-No... he estropeado este brazo y, no sé cómo pude haber ensuciado de este modo la tela
-le contesté.
-¿No estoy posando mal? -insistió.
-Pues, claro, perfectamente.
-¿No es culpa mía entonces?
-No, es mía.
-Lo siento muchísimo -dijo ella.
Le dije que podía descansar mientras yo aplicaba trapo y aguarrás al sitio corroído de la
tela; ella empezó a fumar un cigarrillo y a hojear las ilustraciones del Courier Français.

No sé si tenía algo el aguarrás o era defecto de la tela, pero cuanto más frotaba, más
parecía extenderse la gangrena. Trabajé como un castor para quitar aquello, pero la
enfermedad parecía extenderse de miembro en miembro de la figura que tenía ante mí.
Alarmado, luché por detenerla, pero ahora el color del pecho cambió y la figura entera
pareció absorber la infección como una esponja absorbe el agua. Apliqué vigorosamente
espátula y aguarrás pensando en la entrevista que tendría con Duval, que me había
vendido la tela. pero pronto advertí que la culpa no era de la tela ni de los colores de
Edward.

"Debe de ser el aguarrás -pensé con enfado- o bien la luz del atardecer ha enturbiado y
confundido tanto mi vista, que no me es posible ver bien."
Llamé a Tessie, la modelo, que vino y se inclinó sobre mi silla llenando el aire con
volutas de humo.
-¿Qué ha estado usted haciendo? -exclamó.
-Nada -gruñí-. Debe de ser el aguarrás.
-¡Qué color más horrible tiene ahora! -prosiguió-. ¿Le parece a usted que mi carne se
parece a un queso Roquefort?
-No, claro que no -dije con enfado-. ¿Me has visto alguna vez pintar de este modo?
-¡Por cierto que no!
-¡Entonces!
-Debe de ser el aguarrás, o algo -admitió.
Se puso una túnica japonesa y se acercó a la ventana. Yo raspé y froté hasta cansarme;
finalmente cogí los pinceles y los hundí en la tela lanzando una gruesa expresión cuyo
tono tan solo llegó a oídos de Tessie.
No obstante, no tardó en exclamar:
-¡Muy bonito! ¡Jure, actúe como un niño y arruine sus pinceles! Lleva tres semanas
trabajando en ese estudio y ahora ¡mire! ¿De qué le sirve desgarrar la tela? ¡Que
criaturas son los artistas!
Me sentí tan avergonzado como de costumbre después de un exabrupto semejante, y
volví contra la pared la tela arruinada. Tessie me ayudó a limpiar los pinceles y luego
marchó bailando a vestirse. Desde detrás del biombo me regaló consejos sobre la
pérdida parcial o total de la paciencia, hasta que creyendo quizá que ya me había
atormentado lo bastante, salió a suplicarme que le abrochara el vestido por la espalda,
donde ella no alcanzaba.
-Todo ha salido mal desde el momento en que volvió de la ventana y me habló del
horrible hombre que vio en el atrio de la iglesia -declaró.
-Sí, probablemente embrujó el cuadro dije bostezando.
Miré el reloj.
-Son más de la seis, lo sé -dijo Tessie arreglándose el sombrero ante el espejo.
-Sí -contesté-. No fue mi intención retenerte tanto tiempo.
Me asomé por la ventana, pero retrocedí con disgusto. El joven de la cara pastosa estaba
todavía en el atrio. Tessie vio mi ademán de desaprobación y se asomó.
-¿Es ese el hombre que le disgusta? -susurró.
Asentí con la cabeza.
-No puedo verle la cara, pero parece gordo y blando. De todas maneras -continuó y se
volvió hacia mí- me recuerda un sueño... un sueño espantoso que tuve una vez. Pero -
musitó mirando sus elegantes zapatos- ¿fue un sueño en realidad?
-¿Cómo puedo yo saberlo? -dije con una sonrisa.
Tessie me sonrió a su vez.
-Usted figuraba en él -dije-, de modo que quizá sepa algo.
-¡Tessie, Tessie! -protesté- ¡No te atrevas a halagarme diciendo que sueñas conmigo!
-Pues lo hice -insistió-. ¿Quiere que se lo cuente?
-Adelante -le contesté encendiendo un cigarrillo.
Tessie se apoyó en el antepecho de la ventana abierta y empezó muy seriamente:
-Fue una noche del invierno pasado. Estaba yo acostada en la cama sin pensar en nada
en particular. Había estado posando para usted y me sentía agotada, no obstante, me era
imposible dormir. Oí a las campanas de la ciudad dar las diez, las once y la medianoche.
Debo de haberme quedado dormida aproximadamente alrededor de las doce, porque no
recuerdo haber escuchado más campanadas. Me parece que apenas había cerrado los
ojos, cuando soñé que algo me impulsaba a ir a la ventana. Me levanté abriendo el
postigo, me asomé. La calle Veinticinco estaba desierta hasta donde alcanzaba mi vista.
Empecé a sentir miedo; todo afuera parecía tan... ¡tan negro e inquietante! Entonces oí
un ruido lejano de ruedas a la distancia, y me pareció corno si aquello que se acercaba
era lo que debía esperar. Las ruedas se aproximaban muy lentamente y por fin pude
distinguir un vehículo que avanzaba por la calle. Se acercaba cada vez más, y cuando
pasó bajo mi ventana me di cuenta que era una carroza fúnebre. Entonces, cuando me
eché a temblar de miedo, el cochero se volvió y me miró. Cuando desperté estaba de pie
frente a la ventana abierta estremecida de frío, pero la carroza empenachada de negro y
su cochero habían desaparecido. Volví a tener ese mismo sueño el pasado mes de marzo
y otra vez desperté junto a la ventana abierta, Anoche tuve el mismo sueño. Recordará
cómo llovía; cuando desperté junto a la ventana abierta tenía el camisón empapado.
-Pero ¿qué relación tengo yo con el sueño? -pregunté.
-Usted... usted estaba en el ataúd; pero no estaba muerto.
-¿En el ataúd?
-Sí.
-¿Cómo lo sabes? ¿Podías verme?
-No; sólo sabía que usted estaba allí.
-¿Habías comido Welsh rarebits o ensalada de langosta? -empecé yo riéndome, pero la
chica me interrumpió con un grito de espanto.
-¡Vaya! ¿Qué sucede? -pregunté al verla retroceder de la ventana.
-El... el hombre de abajo del atrio de la iglesia... es el que conducía la carroza fúnebre.
-Tonterías -dije, pero los ojos de Tessie estaban agrandados por el terror. Me acerqué a
la ventana y miré. El hombre había desaparecido-. Vamos, Tessie -la animé-, no seas
tonta. Has posado demasiado; estás nerviosa.
-¿Cree que podría olvidar esa cara? -murmuró-. Tres veces vi pasar la carroza fúnebre
bajo mi ventana, y tres veces el cochero se volvió y me miró. oh, su cara era tan blanca
y... ¿blanca? Parecía un muerto... como si hubiera muerto mucho tiempo atrás.
Convencí a la muchacha de que se sentara y se bebiera un vaso de Marsala. Luego me
senté junto a ella y traté de aconsejarla.
-Mira, Tessie -dije-, vete al campo por una semana o dos y ya verás como no sueñas
más con carrozas fúnebres. Pasas todo el día posando y cuando llega la noche tienes los
nervios alterados. No puedes seguir a este ritmo. Y después, claro, en lugar de irte a la
cama después de terminado el trabajo, te vas de picnic al parque Sulzer o a El Dorado o
a Coney Island, y cuando vienes aquí a la mañana siguiente te encuentras rendida. No
hubo tal carroza fúnebre. No fue más que un tonto sueño.
La muchacha sonrió débilmente.
-¿Y el hombre del atrio de la iglesia?
-Oh, no es más que un pobre enfermo como tantos.
-Tan cierto como me llamo Tessie Rearden, le juro, señor Scott, que la cara del hombre
de abajo es la cara del que conducía la carroza fúnebre.
-¿Y qué? -dije-. Es un oficio honesto.
-Entonces, ¿cree que sí vi la carroza fúnebre?
-Bueno -dije diplomáticamente-, si realmente la viste, no sería improbable que el
hombre de abajo la condujera. Eso nada tiene de raro,
Tessie se levantó, desenvolvió su perfumado pañuelo y cogiendo un trozo de goma de
mascar anudado en un ángulo, se lo metió en la boca. Luego, después de ponerse los
guantes, me ofreció su mano con un franco:
-Hasta mañana, señor Scott.
Y se marchó.
 
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satanas1
view post Posted on 19/1/2012, 16:14




II

A la mañana siguiente, Thomas, el botones, me trajo el Herald y una noticia. La iglesia
de al lado había sido vendida. Agradecí al cielo por ello. No porque yo siendo católico,
tuviera repugnancia alguna por la congregación vecina, sino porque tenía los nervios
destrozados a causa de un predicador vociferante, cuyas palabras resonaban en la nave
de la iglesia como si fueran pronunciadas en mi casa y que insistía en sus erres con una
persistencia nasal que me revolvía las entrañas. Había además un demonio en forma
humana, un organista que interpretaba los himnos antiguos de una manera muy
persona1. Yo clamaba por la sangre de un ser capaz de tocar la doxología con una
modificación de tonos menores sólo perdonable en un cuarteto de principiantes. Creo
que el ministro era un buen hombre, pero cuando berreaba: "Y el Señorrr dijo a Moisés,
el Señorrr es un hombre de guerrrra; el Señorrr es su nombre. Arrrderá mi irrra y yo te
matarrré con la espada", me preguntaba cuántos siglos de purgatorio serían necesarios
para expiar semejante pecado.
-¿Quien compró la propiedad? -pregunté a Thomas.
-Nadie que yo conozca, señor. Dicen que el caballero que es propietario de los
apartamentos Hamilton estuvo mirándola. Quizás esté por construir más estudios.
Me acerqué a la ventana. El joven de la cara enfermiza estaba junto al portal del atrio;
sólo verlo me produjo la misma abrumadora repugnancia.
-A propósito, Thomas -dije-, ¿quién es ese individuo allá abajo?
Thomas resopló por la nariz.
-¿Ese gusano, señor? Es el Sereno de la iglesia, señor. Me exaspera verlo toda la noche
en la escalinata, mirándolo a uno con aire insultante. Una vez le di un puñetazo en la
cabeza, señor... con su perdón, señor...
-Adelante, Thomas.
-Una noche que volvía a casa con Harry, el otro chico inglés, lo vi sentado allí en la
escalinata. Molly y Jen, las dos chicas de servicio, estaban con nosotros, señor, y él nos
miró de manera tan insultante, que yo voy y le digo: ";Qué está mirando, babosa
hinchada?" Con su perdón, señor, pero eso fue lo que le dije. Entonces él no contestó y
yo le dije: "Ven y verás cómo te aplasto esa cabeza de puddin." Entonces abrí el portal y
entré, pero él no decía nada y seguía mirándome de ese modo insultante. Entonces le di
un puñetazo, pero ¡ajj! tenía la cara tan fría y untuosa que daba asco tocarla.
-¿Qué hizo él entonces? -pregunté con curiosidad.
-¿Él? Nada.
-¿Y tú, Thomas?
El joven se ruborizó turbado y sonrió con incomodidad.
-Señor Scott, yo no soy ningún cobarde y no puedo explicarme por qué eché a correr.
Estuve en el Quinto de Lanceros, señor, corneta en Te-el-Kebir y me han disparado a
menudo.
-¿Quieres decir que huiste?
-Sí, señor, eso hice.
-¿Por qué?
-Eso es lo que yo quisiera saber, señor. Agarré a Molly del brazo y eché a correr, y los
demás estaban tan asustados como yo.
-Pero ¿de qué tenían miedo?
Thomas rehusó contestar de momento, pero el repulsivo joven de abajo había
despertado tanto mi curiosidad, que insistí. Tres años de estadía en América no sólo
habían modificado el dialecto cockney25 de Thomas, sino que le habían inculcado el
temor americano al ridículo.
-No va usted a creerme, señor Scott.
-Sí, te creeré.
-¿No va a reírse de mí, señor?
-¡Tonterías!
Vaciló.
-Bien señor, tan verdad como que hay Dios lo golpeé, él me agarró de las muñecas, y
cuando le retorcí uno de los puños blandos y untuosos, me quedé con uno de sus dedos
en la mano.
Toda la repugnancia y el horror que había en la cara de Thomas debieron de haberse
reflejado en la mía, porque agregó:
-Es espantoso. Ahora cuando lo veo, me alejo. Me pone enfermo.
Cuando Thomas se hubo marchado, me acerqué a la ventana. El hombre estaba junto al
enrejado de la iglesia con las manos en el portal, pero retrocedí con prisa a mi caballete,
descompuesto y horrorizado. Le faltaba el dedo medio de la mano derecha.
A las nueve apareció Tessie y desapareció tras el biombo con un alegre "Buenos días,
señor Scott". Cuando reapareció y adoptó su pose sobre la tarima, empecé para su
deleite una tela nueva. Mientras trabajé en el dibujo, permaneció en silencio, pero no
bien cesó el rasguido de la carbonilla y cogí el fijador, comenzó a charlar.
-¡Pasamos un momento tan agradable anoche! Fuimos a Tony Pastor's.
-¿Quienes?
-Oh, Maggie, ya sabe usted, la modelo del señor Whyte, y Rosi McCormick -la
llamamos Rosi porque tiene esos hermosos cabellos rojos que gustan tanto a los artistasy
Lizzie Burke.
Rocié la tela con el fijador y dije:
-Bien, continúa.
-Vimos, a Kelly y a Baby Barnes, la bailarina y... a todo el resto. Hice una conquista.
-¿Entonces me has traicionado, Tessie?
Ella se echó a reír y sacudió la cabeza.
-Es Ed Burke, el hermano de Lizzie. Un perfecto caballero.
Me sentí obligado a darle algunos consejos paternales acerca de las conquistas, que ella
recibió con sonrisa radiante.
-Oh, sé cuidarme de una conquista desconocida -dijo examinando su goma de mascar-
,pero Ed es diferente. Lizzie es mi mejor amiga.
Entonces contó que Ed había vuelto de la fábrica de calcetines de Lowell,
Massachusetts, y que se había encontrado con que ella y Lizzie ya no eran unas niñas, y
que era un joven perfecto que no tenía el menor inconveniente en gastarse medio dólar
para invitarlas con helados y ostras a fin de festejar su comienzo como dcpendiente en
el departamento de lanas de Macy's. Antes que terminara, yo había empezado a pintar, y
adoptó nuevamente su pose sonriendo y parloteando como un gorrión. Al mediodía ya
tenía el estudio bien limpio y Tessie se acercó a mirarlo.
-Eso está mejor -dijo.
También yo lo pensaba así y comí con la íntima satisfacción de que todo iba bien.
Tessie puso su comida en una mesa de dibujo frente a mí y bebimos clarete de la misma
botella y encendimos nuestros cigarrillos con la misma cerilla. Yo le tenía mucho apego
a Tessie. De una niña frágil y desmañada, la había visto convertirse en una mujer
esbelta y exquisitamente formada. Había posado para mí durante los tres últimos años y
de todas mis modelos ella era la favorita. Me habría afligido mucho, en verdad, que se
vulgarizara o se volviera una fulana, como suele decirse, pero jamás advertí el menor
deterioro en su conducta y sentía en el fondo que ella era una buena chica. Nunca
discutíamos de moral, y no tenía intención de hacerlo, en parte porque yo no tenía muy
en cuenta a la moral, pero también porque sabía que ella haría lo que le gustara muy a
mi pesar. No obstante, esperaba de todo corazón que no se viera envuelta en
dificultades, porque deseaba su bien y también por el egoísta motivo de no perder a la
mejor de mis modelos. Sabía que una conquista, como la había llamado Tessie, no
significaba nada para chicas como ella, y que tales cosas en América no se asemejan en
nada a las mismas cosas en París. No obstante, yo había vivido con los ojos bien
abiertos y sabía que alguien se llevaría algún día a Tessie de un modo u otro, y aunque
por mi parte consideraba que el matrimonio era un disparate, esperaba sinceramente,
que en este caso había un sacerdote al final de la aventura. Soy católico. Cuando oigo
misa solemne, cuando me persigno, siento que todo, con inclusión de mí mismo, se
encuentra más animado, y cuando me confieso, me siento bien. Un hombre que vive tan
solo como yo, debe confesarse con alguien. Claro que Sylvia, era católica, y ese era
motivo suficiente para mí. Pero estaba hablando de Tessie, lo que es muy diferente.
Tessie también era católica y mucho más devota que yo, de modo que, teniendo todo
esto en cuenta, no había mucho que temer por mi bonita modelo mientras no se
enamorase. Pero entonces sabía que sólo el destino decidiría su futuro, y rezaba
internamente por que ese destino la mantuviera alejada de hombres como yo y que
pusiera en su camino muchachos como Ed Burker y Jimmy McCormick. ¡Dios bendiga
su dulce rostro!
Tessie estaba sentada lanzando anillos de humo que ascendían al cielo raso y haciendo
tintinear el hielo en su vaso.
-¿Sabes, Chavala, que también yo tuve un sueño anoche?
La observé. A veces la llamaba "la Chavala".
-No habrá sido ese hombre -dijo riendo.
-Exacto. Un sueño parecido al tuyo, sólo que mucho peor.
Fue tonto e irreflexivo de mi parte decirlo, pero ya se sabe el poco tacto que tienen los
pintores por lo general.
-Debo de haberme quedado dormido poco más o menos a las diez -proseguí-, y al cabo
de un rato soñé que me despertaba. Tan claramente oí las campanas de la medianoche,
el viento en las ramas de los árboles y la sirena de los vapores en la bahía, que incluso
ahora me es difícil creer que no estaba despierto. Me parecía yacer en una caja con
cubierta de cristal. Veía débilmente las lámparas de la calle por donde pasaba, pues
debo decirte, Tessie, que la caja en la que estaba tendido parecía encontrarse en un
carruaje acojinado en el que iba sacudiéndome por una calle empedrada. Al cabo de un
rato me impacienté e intenté moverme, pero la caja era demasiado estrecha. Tenía las
manos cruzadas en el pecho, de modo que no me era posible levantarlas para aliviarme.
Escuché y, luego, intenté llamar. Había perdido la voz. Podía oír los cascos de los
caballos uncidos al coche e incluso la respiración del conductor. Entonces otro ruido
irrumpió en mis oídos, como el abrir de una ventana. Me las compuse para ladear la
cabeza un tanto, y descubrí que podía ver, no sólo a través del cristal que cubría la caja,
sino también a través de los paneles de cristal a los lados del carruaje. Vi casas. Vi
casas, vacías y silenciosas, sin vida ni luz en ninguna de ellas, excepto en una. En esa
casa había una ventana abierta en el primer piso, y una figura toda de blanco miraba a la
calle. Eras tú.
Tessie había apartado su cara de mí y se apoyaba en la mesa sobre el codo.
-Pude verte la cara proseguí- que me pareció muy angustiada. Luego seguimos viaje y
doblamos por una estrecha y negra calleja. De pronto los caballos se detuvieron. Esperé
y esperé, cerrando los ojos con miedo e impaciencia, pero todo estaba silencioso como
una tumba. Al cabo de lo que me parecieron horas, empecé a sentirme incómodo. La
sensación de que algo se acercaba hizo que abriera los ojos. Entonces vi la cara del
cochero de la carroza fúnebre que me miraba a través de la cubierta del ataúd...
Un sollozo de Tessie me interrumpió. Estaba temblando como una hoja. Vi que me
había comportado como un asno e intenté reparar el daño.
-¡Vaya, Tess -dije- Sólo te lo conté para mostrarte la influencia de tu historia en los
sueños de los demás. No pensarás realmente que estoy tendido en un ataúd ¿no es
cierto? ¿Por qué estás temblando? ¿No te das cuenta de que tu sueño y la irrazonable
repugnancia que me produce ese inofensivo sereno de la iglesia pusieron sencillamente
en marcha mi cerebro no bien me quedé dormido?
Puso la cabeza entre sus brazos y sollozó como si fuera a rompérsele el corazón. Me
había portado como un imbécil. Pero estaba por superar mi propio récord. Me le acerqué
y la rodeé con el brazo.
-Tessie, querida, perdóname -dije-; no tendría que haberce asustado con semejantes
tonterías. Eres una chica demasiado atinada, demasiado buena católica corno para creer
en sueños.
Su mano se puso en la mía y su cabeza cayó sobre mi hombro, pero todavía temblaba;
yo la acariciaba y la consolaba.
-Vamos, Tess, abre los ojos y sonríe.
Sus ojos se abrieron con un lánguido lento movimiento y se encontraron con los míos,
pero su expresión era tan extraña que me apresuré a reanimarla otra vez.
-Fue una patraña, Tessie, no creerás que todo esto podrá acarrearte algún mal.
-No -dijo, pero sus labios escarlatas se estremecieron.
-¿Qué sucede, entonces? ¿Tienes miedo?
-Sí, pero no por mi.
-¿Por mí, entonces? -pregunté alegremente.
-Por usted -murmuró en voz casi inaudible-. Yo... yo lo quiero a usted.
En un principio me eché a reír, pero cuando comprendí lo que decía, un
estremecimiento me atravesó el cuerpo y me quedé sentado como de piedra. Esta era la
culminación de las tonterías que llevaba cometidas. En el momento que transcurrió
entre su réplica y mi contestación, pensé en mil respuestas a esa inocente confesión.
Podía desecharla con una sonrisa, podía hacerme el desentendido y decirle que me
encontraba muy bien de salud, podía manifestarle con sencillez que era imposible que
ella me amase. Pero mi reacción fue más veloz que mis pensamientos, y cuando quise
darme cuenta ya era demasiado tarde, porque la había besado en la boca.
Aquella noche fui a dar mi paseo habitual por el parque de Washington pensando en los
acontecimientos del día. Me había comprometido a fondo. No podía echarme atrás
ahora, y miré de frente a mi futuro. Yo no era bueno, ni siquiera escrupuloso, pero no
tenía intención de engañarme a mí mismo o a Tessie. La única pasión de mi vida yacía
sepultada en los soleados bosques de Bretaña. ¿Estaba sepultado para siempre? La
Esperanza clamaba: "¡No!" Durante tres años había esperado el ruido de unos pasos en
mi umbral. ¿Sylvia se había olvidado? "¡No!" clamaba la Esperanza.
Dije que no era bueno. Eso es verdad, pero con todo no era exactamente el villano de la
ópera cómica. Había llevado una vida fácil y atolondrada, recibiendo de buen grado el
placer que se me ofrecía, deplorando, a veces lamentando con amargura, las
consecuencias. Sólo una cosa, con excepción de mi pintura, tomaba en serio, y aquello
yacía ocultado, si no perdido, en los bosques bretones.
Era demasiado tarde ahora para lamentar lo ocurrido en el día. Tanto si fue lástima,
como si fue la súbita ternura que produce el dolor o el más brutal instinto de la voluntad
satisfecha, daba igual ahora, y a no ser que deseara dañar a un corazón inocente, tenía la
senda trazada ante mí. El fuego y la intensidad, la profundidad de la pasión de un amor
que ni siquiera había sospechado, a pesar de la experiencia que creía tener del mundo,
no me dejaban otra alternativa que corresponderle o apartarla de mi lado. No se si me
acordaba producir dolor en los demás o si hay algo en mí de lóbrego puritano, pero lo
cierto es que me repugnaba negar la responsabilidad por ese irreflexible beso, y de
hecho no tuve tiempo de hacerlo antes que se abriesen las puertas de su corazón y la
marejada se expandiera. Otros que habitualmente cumplen con su deber y encuentran
una sombría satisfacción en hacer de sí mismos y de los demás unos desdichados, quizá
habrían resistido. Yo no. No me atreví. Después de amainada la tormenta, le dije que
más le habría valido amar a Ed Burke y llevar un sencillo anillo de oro, pero no quiso
escucharme siquiera, y pensé que mientras hubiera decidido amar a alguien con quien
no podía casarse, era preferible que fuera yo. Yo, al menos, podría tratarla con
inteligente afecto, y cuando ella se cansara de su pasión, no saldría de ella mal parada.
Porque yo estaba decidido en cuanto a eso, aunque sabía lo difícil que resultaría.
Recordaba el final habitual de las relaciones platónicas y cuánto me disgustaba oír de
ellas. Sabía que iniciaba una gran empresa para alguien tan falto de escrúpulos como yo,
y temía el futuro, pero ni por un momento dudé de que ella estaría segura conmigo. Si
se hubiera tratado de cualquier otra, no me habría dejado atormentar por escrúpulos.
Pero ni se me ocurría la posibilidad de sacrificar a Tessie como lo habría hecho con una
mujer de mundo. Miraba el porvenir directamente a la cara y veía los varios probables
finales del asunto. Terminaría ella por cansarse de mí, o llegaría a ser tan desdichada
que tendría que desposarla o abandonarla. Si nos casábamos, seríamos desdichados. Yo
con una mujer inapropiada para mí, ella con un marido inapropiado para cualquier
mujer. Porque mi vida pasada no me calificaba para el matrimonio. Si la abandonaba,
quizá caería enferma, pero se recuperaría y acabaría casándose con algún Ed Burke,
pero, precipitada o deliberadamente, podía cometer una tontería. Por otra parte, si se
cansaba de mí, toda su vida se desplegaría ante ella con maravillosas visiones de Eddie
Burke, anillos de boda, gemelos, pisos en Harlem y el Cielo sabe que más. Mientras me
paseaha entre los árboles vecinos al Arco de Washington, decidí que de cualquier modo
ella encontraría a un sólido amigo en mí, y que el futuro se cuidara de sí mismo. Luego
entré en la casa y me puse el traje de noche, porque la nota ligeramente perfumada que
habla sobre mi tocador decía: "Tenga un coche pronto a la entrada de los artistas a las
once", y estaba firmada "Edith Carmichel, Teatro Metropolitan, 19 de junio de 189-."
Esa noche cené o, más bien cenamos la señorita Carmichel y yo, en el Solari y el alba
empezaba a dorar la cruz de la iglesia Memorial cuando entré en el parque de
Washington después de haber dejado a Edith en Brunswick. No había un alma en el
parque cuando pasé entre los árboles y cogí el sendero que va de la estatua de Garibaldi
al edificio de los apartamentos Hamilton, pero al pasar junto al atrio de la iglesia vi una
figura sentada en la escalinata de piedra. A pesar mío, me estremecí al ver la hinchada
cara blancuzca y apresuré el paso. Entonces dijo algo que pudo haberme estado dirigido
o quizá sólo estuviera musitando para sí, pero que semejante individuo se dirigiera a mí
me puso súbitamente furioso. Por un instante me dieron ganas de girar sobre los talones
y aplastarle la cabeza con el bastón, pero seguí andando, entré en el Hamilton y fui a mi
apartamento. Por algún tiempo di vueltas en la cama intentando librarme de su voz, pero
no me fue posible. Ese murmullo me llenaba la cabeza como el denso humo aceitoso de
una cuba donde se cuece grasa o la nociva fetidez de la podredumbre. Y mientras me
revolvía en mi lecho, la voz en mis oídos parecía más clara y distante, y empecé a
entender las palabras que había murmurado. Me llegaban lentamente, como si las
hubiera olvidado y por fin pudiera comprender su sentido. Había articulado:
-¿Has encontrado el Signo Amarillo?
-¿Has encontrado el Signo Amarillo?
-¿Has encontrado el Signo Amarillo?
Estaba furioso. ¿Qué había querido decir con eso? Luego, dirigiéndole una maldición,
cambié de postura, y me quedé dormido, pero cuando más tarde desperté estaba pálido y
ojeroso, porque había vuelto a soñar lo mismo de la noche pasada y me turbaba más de
lo que quería confesarme.
Me vestí y bajé al estudio. Tessie estaba sentada junto a la ventana. Cuando yo entré se
puso de pie y me rodeó el cuello con los brazos para darme un beso inocente. Tenía un
aspecto tan dulce y delicado que la volví a besar y luego me fui a sentar frente al
caballete.
-¡Vaya! ¿Dónde está el estudio que empecé ayer?
Tessie parecía confusa, pero no respondió. Comencé a buscar entre pilas de telas
mientras le decía:
-Apresúrate, Tess, y prepárate; debemos aprovechar la luz de la mañana.
Cuando por fin abandoné la búsqueda entre las otras telas y me volví para registrar el
cuarto, vi que Tessie estaba de pie junto al biombo con las ropas todavía puestas.
-¿Qué sucede? -le pregunté-. ¿No te sientes bien?
-Sí.
-Apresúrate, entonces.
-¿Quiere que pose como... como he posado siempre?
Entonces comprendí. Se presentaba una nueva complicación. Había perdido, por
supuesto, a la mejor modelo de desnudo que había conocido nunca. Miré a Tessie. Tenía
el rostro escarlata. ¡Ay! ¡Ay! Habíamos comido el fruto del árbol del conocimiento y el
Edén y la inocencia original ya eran sueños del pasado... quiere decir, para ella.
Supongo que notó la desilusión en mi cara, porque dijo:
-Posaré, si lo desea. El estudio está detrás del biombo. He sido yo quien lo ha puesto
allí.
-No -le dije-, empezaremos algo nuevo.
Y fui a mi armario y elegí un vestido morisco resplandeciente de lentejuelas. Era un
traje auténtico y Tessie se retiró tras el biombo encantada con él. Cuando salió otra vez,
quedé atónito. Sus largos cabellos negros estaban sujetos en su frente por una diadema
de turquesas y los extremos llegaban rizados hasta la faja resplandeciente. Tenía los pies
calzados en unas bordadas babuchas puntiagudas, y la falda del vestido, curiosamente
recamada de arabescos de plata, le caía hasta los tobillos. El profundo azul metálico del
chaleco bordado en plata y la chaquetilla morisca en la que estaban cosidas refulgentes
turquesas, le sentaban maravillosamente. Avanzó hacia mí y levanté la cabeza sonriente.
Deslicé la mano en el bolsillo, saqué una cadena de oro con una cruz y se la coloqué en
la cabeza.
-Es tuya, Tessie.
-¿Mía? -balbució.
-Tuya. Ahora ve y posa.
Entonces, con una sonrisa radiante, corrió tras el biombo y reapareció en seguida con
una cajita en la que estaba escrito mi nombre.
-Tenía intención de dársela esta noche antes de irme a casa-dijo-, pero ya no puedo
esperar.
Abrí la caja. Sobre el rosado algodón, había un broche de ónix negro en el que estaba
incrustado un curioso símbolo o letra de oro. No era arábigo ni chino, ni como pude
comprobar después no pertenecía a ninguna de las escrituras humanas.
-Es todo lo que tengo para darle como recuerdo.
Me sentí molesto, pero le dije que lo tendría en alta estima y le prometí llevarlo
siempre. Ella me lo sujetó en la chaqueta, bajo la solapa.
-¡Qué tontería, Tess, comprar algo tan bello! -le dije.
-No lo he comprado -dijo riendo.
-¿De dónde lo has sacado?
Entonces me contó que lo había encontrado un día al volver del acuario de la Batería y
que había hecho publicar un aviso en los periódicos y que por fin perdió las esperanzas
de encontrar al propietario del broche.
-Fue el invierno pasado -dije-, el mismo día en que tuve por primera vez ese horrible
sueño de la carroza fúnebre.
Recordé el sueño que había tenido la pasada noche, pero no dije nada, y en seguida la
carbonilla empezó a revolotear sobre la nueva tela, y Tessie permaneció inmovil en la
tarima.

25 Todo lo que dice Thomas está representado fonéticamente en inglés. Es imposible, por supuesto,
reproducirlo en castellano. (N. del T.)
 
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satanas1
view post Posted on 16/5/2012, 23:03




III

El día siguiente fue desastroso para mí. Mientras trasladaba una tela enmarcada de un
caballete a otro, mis pies resbalaron en el suelo encerado y caí pesadamente sobre
ambas muñecas. Tan grave fue la luxación sufrida que resultó inútil intentar sostener el
pincel, examinando dibujos y esbozos inacabados hasta que, ya desesperado me senté a
fumar y a girar los pulgares con fastidio. La lluvia que azotaba los cristales y
tamborileaba sobre el techo de la iglesia me produjo un ataque de nervios con su
interminable repiqueteo. Tessie cosía sentada junto a la ventana, y de vez en cuando
levantaba la cabeza y me miraba con una compasión tan inocente, que empecé a
avergonzarme de mi irritación y miré a mi alrededor en busca de algo en qué ocuparme.
Había leído todos los periódicos y todos los libros de la biblioteca, pero por hacer algo
me dirigí a la librería y la abrí con el codo. Conocía cada volumen por el color y los
examiné a todos pasando lentamente junto a la librería y silbando para animarme el
espíritu. Estaba por volverme para ir al comedor, cuando me sorprendió un libro
encuadernado en amarillo en un rincón de la repisa más alta de la última biblioteca. No
lo recordaba y desde el suelo no alzaba a descifrar las pálidas letras sobre el lomo, de
modo que fui a la sala de fumar y llamé a Tessie. Ella vino del estudio y se encaramó
para alcanzar el libro
-¿Qué es? -le pregunté.
-El Rey de Amarillo.
Quedé estupefacto. ¿Quién lo había puesto allí? ¿Cómo había ido a parar a mis
aposentos? Hacía ya mucho que había decidido no abrir jamás ese libro, y nada en la
tierra podría haberme persuadido a comprarlo. Temiendo que la curiosidad me tentara a
abrirlo, ni siquiera lo había mirado nunca en las librerías. Si alguna vez experimenté la
curiosidad de leerlo, la espantosa tragedia del joven Castaigne, a quien yo había
conocido, me disuadió de enfrentarme con sus malignas páginas. Siempre me negué a
escuchar su descripción y, en verdad, nadie se aventuró nunca a comentar en alta voz la
segunda parte, de modo que no tenía conocimiento en absoluto de lo que podrían revelar
esas páginas. Me quedé mirando fijamente la ponzoñosa encuadernación amarilla como
habría mirado a una serpiente.
-No lo toques, Tessie -dije-. Baja de ahí.
Por supuesto, mi admonición bastó para despertar su curiosidad y antes que pudiera
impedírselo cogió el libro y, con una carcajada, se fue bailando al estudio con él. La
llamé, pero ella se alejó dirigiendo una torturadora sonrisa a mis imponentes manos y yo
la seguí con cierta impaciencia.
-¡Tessie! -grité entrando en la biblioteca-, escucha, hablo en serio. Deja ese libro. ¡No
quiero que lo abras!
La biblioteca estaba vacía. Fui a ambas salas, luego los dormitorios, a la lavandería, la
cocina y, finalmente, volví a la biblioteca donde inicié un registro sistemático. Se había
acurrucado, pálida, y silenciosa, junto a la ventana reticulada del cuarto del almacenaje
de arriba. A primera vista me di cuenta que su necedad había sido castigada. El Rey de
Amarillo estaba a sus pies, pero el libro estaba abierto en la segunda parte. Miré a Tessie
y vi que era demasiado tarde. Había abierto El Rey de Amarillo. Entonces la tomé de la
mano y la conduje al estudio. Parecía obnubilada, y cuando le dije que se tendiera en el
sofá me obedeció sin decir palabra. Al cabo de un rato sus ojos se cerraron y la
respiración se le hizo regular y profunda, pero no me fue posible descubrir si dormía o
no. Durante largo rato me quedé sentado en silencio junto a ella, en el cuarto de
almacenaje jamás frecuentado, cogí el libro amarillo con la mano menos herida. Parecía
pesado como el plomo, pero lo llevé al estudio otra vez y sentándome en la alfombra
junto al sofá, lo abrí y lo leí desde el principio al fin.
Cuando debilitado por el exceso de las emociones, dejé caer el volumen y me recosté
fatigado contra el sofá, Tessie abrió los ojos y me miró.
Habíamos estado hablando cierto tiempo con opacada y monótona tensión cuando
advertí que estábamos comentando El Rey de Amarillo. ¡Oh, qué pecado, haber escrito
semejantes palabras... palabras que son claras como el cristal, límpidas y musicales
como una fuente burbujeante, palabras que resplandecen y refulgen como los diamantes
envenenados de los Medicis! ¡Oh, la malignidad, la condenación más allá de toda
esperanza de un alma capaz de fascinar y paralizar a criaturas humanas con tales
palabras! Palabras que comprenden el ignorante y el sabio por igual, palabras más
preciosas que joyas, más apaciguadoras que la música celestial, más espantosas que la
muerte misma.
Seguimos hablando sin prestar atención a las sombras que se espesaban, y ella me
estaba rogando que me deshiciera del broche de ónix negro en que estaba curiosamente
incrustado lo que, ahora lo sabíamos, era el Signo Amarillo. Nunca sabré por qué me
negué a hacerlo, aunque en esta hora, aquí, en mi habitación, mientras escribo esta
confesión, me gustaría saber qué me impidió arrancar el Signo Amarillo de mi pecho y
arrojarlo al fuego. Estoy seguro de que deseaba hacerlo, pero Tessie me lo imploró en
vano. Cayó la noche y transcurrieron las horas, pero aún seguíamos hablando quedo del
Rey y la Máscara Pálida, y la medianoche sonó en los chapiteles brumosos de la ciudad
hundida en la niebla. Hablamos de Hastur y Cassilda mientras afuera la niebla rozaba
los ciegos paneles de las ventanas como el oleaje de las nubes avanzaba y se rompía
sobre las costas de Hali.
La casa estaba ahora acallada y ni el menor sonido de las calles brumosas quebrantaba
el silencio. Tessie yacía entre cojines, su rostro era una mancha gris en la penumbra,
pero tenía sus manos apretadas en las mías y yo sabía que ella sabía y que leía mis
pensamientos como yo los suyos, porque habíamos comprendido el misterio de las
Híadas y ante nosotros se alzaba el Fantasma de la Verdad. Entonces, mientras nos
respondíamos el uno a la otra, velozmente, en silencio, pensamiento tras pensamiento,
las sombras se agitaron en la penumbra que nos rodeaba y a lo lejos en las calles
distantes oímos un sonido. Cada vez más cerca, se escuchó el lóbrego crujido de ruedas,
cada vez más cerca todavía, y ahora cesó afuera, ante la puerta. Me arrastré hasta la
ventana y vi una carroza fúnebre empenachada de negro. El portal, abajo, se abrió y se
volvió a cerrar; me arrastré temblando hasta la puerta y le eché la llave, pero no había
candado ni cerradura que pudiera impedir el paso de la criatura que venía en busca del
Signo Amarillo. Y ahora la oía avanzar muy lentamente por el vestíbulo. Y ahora estaba
a la puerta y los candados se pudrieron a su tacto. Ahora había entrado. Con ojos que se
me saltaban de las órbitas trate de escudriñar en la oscuridad, pero cuando entró en el
cuarto, no la vi. Sólo cuando la sentí envolverme en su frío abrazo blando grité y luché
con furia mortal, pero tenía las manos inutilizadas y me arrancó el broche de el ónix de
la chaqueta y me golpeó en plena cara. Entonces, al caer, oí el grito leve de Tessie y su
espíritu voló al encuentro de Dios, y mientras caía deseé poder seguirla, porque sabía
que el Rey de Amarillo había abierto su andrajoso manto y ahora sólo era posible
implorar ante Cristo.
Podría decir más, pero al mundo no le serviría de nada. En cuanto a mí, estoy más allá
de toda ayuda o esperanza humanas. Mientras yazgo aquí escribiendo, sin preocuparme
de si moriré o no, antes de terminar, veo al doctor que recoge sus polvos y frascos con
un vago ademán dirigido al buen cura que tengo junto a mí; entonces comprendo.
Sentirán curiosidad por conocer los detalles de la tragedia... ésos del mundo exterior que
escriben libros e imprimen millones de periódicos, pero no escribiré ya más, y el padre
confesor sellará mis últimas palabras con el sello sagrado cuando su santo oficio haya
sido cumplido. Los del mundo exterior podrán enviar a sus vástagos a hogares
desdichados o casas visitadas por la muerte, y sus periódicos se cebarán en la sangre y
las lágrimas, pero en mi caso sus espías tendrán que detenerse ante el confesionario.
Saben que Tessie ha muerto y que yo agonizo. Saben que la gente de la casa, alarmada
por un grito infernal, se precipitó a mi cuarto y encontró a un vivo y dos muertos; pero
no saben lo que voy a decir ahora; no saben que el médico dijo señalando un horrible
bulto descompuesto que yacía en el suelo... el lívido cadáver del sereno de la iglesia:
-No tengo teoría alguna, ninguna explicación. ¡Este hombre debe de haber muerto hace
meses!
Creo que me muero. Desearía que el cura...
 
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astaroth1
view post Posted on 18/5/2012, 08:45




Vinum Sabbati, de Arthur Machen

Mi nombre es Leicester; mi padre, el mayor general Wyn Leicester, distinguido oficial
de artillería, sucumbió hace cinco años a una compleja enfermedad del hígado,
adquirida en el letal clima de la india. Un año después, Francis, mi único hermano,
regresó a casa después de una carrera excepcionalmente brillante en la universidad, y
aquí se quedó, resuelto como un ermitaño a dominar lo que con razón se ha llamado el
gran mito del Derecho. Era un hombre que parecía sentir una total indiferencia hacia
todo lo que se llama placer; aunque era más guapo que la mayoría de los hombres y
hablaba con la alegría y el ingenio de un vagabundo, evitaba la sociedad y se encerraba
en la gran habitación de la parte alta de la casa para convertirse en abogado. Al
principio, estudiaba tenazmente durante diez horas diarias; desde que el primer rayo de
luz aparecía en el este hasta bien avanzada la tarde permanecía encerrado con sus libros.
Sólo dedicaba media hora a comer apresuradamente conmigo, como si lamentara el
tiempo que perdía en ello, y después salía a dar un corto paseo cuando comenzaba a
caer la noche. Yo pensaba que tanta dedicación sería perjudicial, y traté de apartarlo
suavemente de la austeridad de sus libros de texto, pero su ardor parecía más bien
aumentar que disminuir, y creció el número de horas diarias de estudio. Hablé
seriamente con él, le sugerí que ocasionalmente tomara un descanso, aunque fuera sólo
pasarse una tarde de ocio leyendo una novela fácil; pero él se rió y dijo que, cuando
tenía ganas de distraerse, leía acerca del régimen de propiedad feudal y se burló de la
idea de ir al teatro o de pasar un mes al aire libre. Confieso que tenía buen aspecto, y no
parecía sufrir por su trabajo, pero sabía que su organismo terminaría por protestar, y no
me equivocaba. Una expresión de ansiedad asomó en sus ojos, se veía débil, hasta que
finalmente confesó que no se encontraba bien de salud. Dijo que se sentía inquieto, con
sensación de vértigo, y que por las noches se despertaba, aterrorizado y bañado en sudor
frío, a causa de unas espantosas pesadillas.
-Me cuidaré -dijo-, así que no te preocupes. Ayer pasé toda la tarde sin hacer nada,
recostado en ese cómodo sillón que tú me regalaste, y garabateando tonterías en una
hoja de papel. No, no; no me cargaré de trabajo. Me pondré bien en una o dos semanas,
ya verás.
Sin embargo, a pesar de sus afirmaciones, me di cuenta que no mejoraba, sino
empeoraba cada día. Entraba en el salón con una expresión de abatimiento, y se
esforzaba en aparentar alegría cuando yo lo observaba. Me parecía que tales síntomas
eran un mal agüero, y a veces, me asustaba la nerviosa irritación de sus gestos y su
extraña y enigmática mirada. Muy en contra suya, lo convencí de que accediera a
dejarse examinar por un médico, y por fin llamó, de muy mala gana, a nuestro viejo
doctor.
El doctor Haberden me animó, después de la consulta.
-No es nada grave -me dijo-. Sin duda lee demasiado, come de prisa y vuelve a los
libros con demasiada precipitación y la consecuencia natural es que tenga trastornos
digestivos y alguna mínima perturbación del sistema nervioso. Pero creo, señorita
Leicester, que podremos curarlo. Ya le he recetado una medicina que obtendrá buenos
resultados. Así que no se preocupe.
Mi hermano insistió en que un farmacéutico de la colonia le preparara la receta. Era un
establecimiento extraño, pasado de moda, exento de la estudiada coquetería y el
calculado esplendor que alegran tanto los escaparates y estanterías de las modernas
boticas. Pero Francis le tenía mucha simpatía al anciano farmacéutico y creía a ciegas
en la escrupulosa pureza de sus drogas. La medicina fue enviada a su debido tiempo, y
observé que mi hermano la tomaba regularmente después de la comida y la cena.
Era un polvo blanco de aspecto común, del cual disolvía un poco en un vaso de agua
fría. Yo lo agitaba hasta que se diluía, y desaparecía dejando el agua limpia e incolora.
Al principio, Francis pareció mejorar notablemente; el cansancio desapareció de su
rostro, y se volvió más alegre incluso que cuando salió de la universidad; hablaba
animadamente de reformarse, y reconoció que había perdido el tiempo.
-He dedicado demasiadas horas al estudio del Derecho -decía riéndose-; creo que me
has salvado justo a tiempo. Bien, de cualquier modo, seré canciller, pero no debo
olvidarme de vivir. Haremos un viaje a París, nos divertiremos, y nos mantendremos
alejados por un tiempo de la Biblioteca Nacional.
He de confesar que me sentí encantada con el proyecto.
-¿Cuándo nos vamos? -pregunté-. Podríamos salir pasado mañana, si te parece.
-No, es demasiado pronto. Después de todo, no conozco Londres todavía, y supongo
que un hombre debe comenzar por entregarse a los placeres de su propio país. Pero
saldremos en una o dos semanas, así que practica tu francés. Por mi parte, de Francia
sólo conozco las leyes, y me temo que eso no nos servirá de nada.
Estábamos terminando de comer. Tomó su medicina con gesto de catador, como, si
fuera un vino de la cava más selecta.
-Jiene algún sabor especial? -pregunté.
-No; es como si fuera sólo agua-. Se levantó de la silla y empezó a pasear de arriba
abajo por la habitación, sin decidir qué hacer.
-¿Vamos al salón a tomar café? -le pregunté-. ¿0 prefieres fumar?
-No; me parece que voy a dar un paseo. La tarde está muy agradable. Mira ese
crepúsculo: es como una gran ciudad en llamas, como si, entre las casas oscuras,
lloviera sangre. Sí. Voy a salir. Pronto estaré de vuelta, pero me llevo mi llave. Buenas
noches, querida, si es que no te veo más tarde.
La puerta se cerró de golpe tras él, y le vi caminar rápidamente por la calle, balanceando
su bastón-, y me sentí agradecida con el doctor Haberden por esta mejoría.
Creo que mi hermano regresó a casa muy tarde aquella noche, pero a la mañana
siguiente se encontraba de muy buen humor.
-Caminé sin pensar adónde iba –dijo gozando de la frescura del aire, y vivificado por la
multitud cuando me acercaba a los barrios más transitados. Después, en medio de la
gente, me encontré con Orford, un antiguo compañero de la universidad, y después...
bueno, nos fuimos por ahí a divertirnos. He sentido lo que es ser joven y hombre. He
descubierto que tengo sangre en las venas como los demás. Me he citado con Orford
para esta noche; algunos amigos nos reuniremos en el restaurante. Sí, me divertiré
durante una semana o dos, y todas las noches oiré las campanadas de las doce. Y
después tú y yo haremos nuestro pequeño viaje.
Fue tal el cambio de carácter de mi hermano, que en pocos días se convirtió en un
amante de los placeres, en un indolente asiduo de los barrios alegres, en un cliente fiel
de los restaurantes opulentos y en un excelente crítico de baile. Engordaba ante mis
ojos, y no hablaba ya de París, pues claramente había encontrado su paraíso en Londres.
Yo me alegré, pero no dejaba de sorprenderme, porque en su alegría encontraba algo
que me desagradaba, aunque no podía definir la sensación. El cambio le sobrevino poco
a poco. Seguía regresando en las frías madrugadas; pero yo ya no le oía hablar de sus
diversiones, y, una mañana, cuando desayunábamos juntos, lo miré de pronto a los ojos
y vi a un extraño frente a mí.
-¡Oh, Francis! --exclamé- ¡Francis, Francis! ¿Qué has hecho?
Y dejando escapar el llanto, no pude decir ni una palabra más. Me retiré llorando a mi
habitación, pues aunque no sabía nada, lo sabía todo, y por un extraño juego del
pensamiento, recordé la noche en que salió por primera vez, y el cuadro de la puesta de
sol que iluminaba el cielo ante mí: las nubes, como una ciudad en llamas, y la lluvia de
sangre. Sin embargo, luché contra esos pensamientos, y consideré que tal vez, después
de todo, no había pasado nada malo. Por la tarde, a la hora de comer, decidí presionarlo
para que fijara el día de comenzar nuestras vacaciones en París. Estábamos charlando
tranquilamente, y mi hermano acababa de tomar su medicina, que no había suspendido
para nada. iba yo a abordar el tema, cuando las palabras desaparecieron de mi mente, y
me pregunté por un segundo qué peso helado e intolerable oprimía mi corazón y me
sofocaba como si me hubieran encerrado viva en un ataúd.
Habíamos comido sin encender las velas. La habitación había pasado de la penumbra a
la lobreguez, y las paredes y los rincones se confundían entre sombras indistintas. Pero
desde donde yo estaba sentada podía ver la calle, y cuando pensaba en lo que iba a
decirle a Francis, el cielo comenzó a enrojecerse y a brillar, como durante aquella noche
que tan bien recordaba; y en el espacio que se abría entre las dos oscuras moles de casas
apareció el horrible resplandor de las llamas: espeluznantes remolinos de nubes
retorcidas, enormes abismos de fuego, masas grises como el vaho que se desprende de
una ciudad humeante y una luz maligna brillando en las alturas con las lenguas del más
ardiente fuego, y en la tierra, como un inmenso lago de sangre. Volví los ojos a mi
hermano; las palabras apenas se formaban en mis labios, cuando vi su mano sobre la
mesa. Entre el pulgar y el índice tenía una marca, una pequena mancha del tamaño de
una moneda de seis peniques y el color de un moretón. Sin embargo, por algún sentido
indefinible, supe que no era un golpe. ¡Ah!, si la carne humana pudiera arder en llamas,
y si la llama fuese negra como la noche... sin pensamiento ni palabras, el horror me
invadió al verlo, y en lo más profundo de mi ser comprendí que era un estigma. Durante
algunos interminables segundos, el manchado cielo se oscureció como si se tratara de la
medianoche, y cuando la luz volvió, me encontraba sola en la silenciosa habitación.
Poco después, pude oír cómo salía mi hermano.
A pesar de que ya era tarde, me puse el sombrero y fui a visitar al doctor Haberden, y en
su amplio consultorio, mal iluminado por una vela que el doctor trajo consigo, con
labios trémulos y voz vacilante pese a mi determinación, le conté todo lo que había
sucedido desde el día en que mi hermano comenzó a tomar la medicina hasta la horrible
marca que había descubierto hacía apenas media hora.
Cuando terminé, el doctor me miró durante un momento con una expresión de gran
compasión en su rostro.
-Mi querida señorita Leicester –dijo- usted se ha angustiado por su hermano; se
preocupa mucho por él, estoy seguro , ¿no es así?
-Sí, me tiene preocupada -dije Desde hace una o dos semanas no he estado tranquila.
-Muy bien. Ya sabe usted lo complicado que es el cerebro.
-Comprendo lo que quiere usted decir, pero no estoy equivocada. He visto con mis
propios ojos todo lo que acabo de decirle.
-Sí, sí; por supuesto. Pero sus ojos habían estado contemplando ese extraordinario
crepúsculo que tuvimos hoy. Es la única explicación. Mañana lo comprobará a la luz del
día, estoy seguro. Pero recuerde que siempre estoy a su disposición para prestarle
cualquier ayuda que esté a mi alcance. No dude en acudir a mí o mandarme llamar si se
encuentra en un apuro.
Me marché intranquila, completamente confusa, llena de tristeza y temor, y sin saber
que hacer. Cuando nos reunimos mi hermano y yo al día siguiente, le dirigí una rápida
mirada y descubrí, con el corazón oprimido, que llevaba la mano derecha envuelta en un
pañuelo. La mano en la que había visto aquella mancha de fuego negro.
-¿Qué tienes en la mano, Francis? -le pregunté con firmeza.
-Nada importante. Anoche me corté un dedo y me salió mucha sangre. Me lo vendé lo
mejor que pude.
-Yo te lo curaré bien, si quieres.
-No, gracias, querida, esto bastará. ¿Qué te parece si desayunamos? Tengo mucha
hambre.
 
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astaroth1
view post Posted on 18/5/2012, 09:25




Nos sentamos, y yo lo observaba. Comió y bebió muy poco. Le tiraba la comida al perro
cuando creía que yo no miraba. Había una expresión en sus ojos que nunca le había
visto; cruzó por mi mente la idea de que aquella expresión no era humana. Estaba
firmemente convencida de que, por espantoso e increíble que fuese lo que había visto la
noche anterior, no era una ilusión, ni era ningún engaño de mis sentidos agobiados, y,
en el transcurso de la mañana, fui de nuevo a la casa del médico.
El doctor Haberden movió la cabeza contrariado e incrédulo, y pareció reflexionar
durante unos minutos.
-¿Y dice usted que continúa tomando la medicina? Pero, ¿por qué? Según tengo
entendido, todos los síntomas de que se quejaba desaparecieron hace tiempo. ¿Por qué
sigue tomando ese brebaje, si ya se encuentra bien? Y, a propósito, ¿dónde encargó que
le prepararan la receta? ¿Con Sayce? Nunca envío a nadie allí; el anciano se está
volviendo descuidado. Supongo que no tendrá usted inconveniente en venir conmigo a
su casa; me gustaría hablar con él.
Fuimos juntos a la tienda. El viejo Sayce conocía al doctor Haberden, y estaba dispuesto
a darle cualquier clase de información.
-Según tengo entendido, usted lleva varias semanas preparando esta receta mía al señor
Leicester -dijo el doctor, entregándole al anciano un pedazo de papel.
-Sí -dijo-, y ya me queda muy poco. Es una droga muy poco común, y la he tenido
embodegada durante mucho tiempo sin usarla. Si el señor Leicester continúa el
tratamiento, tendré que encargar más.
- Por favor, déjeme ver el preparado -dijo Haberden.
El farmacéutico le dio un frasco. Haberden le quitó el tapón, olió el contenido y miró
con extrañeza al anciano.
-¿De dónde sacó esto? -dijo-. ¿Qué es? Además, señor Sayce, esto no es lo que yo
prescribí. Sí, sí, ya veo que la etiqueta está bien, pero le digo que ésta no es la medicina
correcta.
-La he tenido mucho tiempo --dijo el anciano, aterrado-. Se la compré a Burbage, como
de costumbre. No me la piden con frecuencia, y la he tenido desde hace algunos años.
Como ve usted, ya queda muy poco.
-Sería mejor que me lo diera -dijo Haberden-. Me temo que ha habido una
equivocación.
Nos marchamos de la tienda en silencio; el médico llevaba bajo el brazo el frasco
envuelto en papel.
-Doctor Haberden -dije, cuando ya llevábamos un rato caminando-, doctor Haberden.
-Sí -dijo él, mirándome sombríamente.
-Quisiera que me dijese qué ha estado tomando mi hermano dos veces al día durante
poco más de un mes.
-Francamente, señorita Leicester, no lo sé. Hablaremos de esto cuando lleguemos a mi
casa.
Continuamos caminando rápidamente sin pronunciar palabra, hasta que llegamos a su
casa. Me pidió que me sentara, y comenzó a pasear de un extremo al otro de la
habitación, con la cara ensombrecida por temores nada comunes.
-Bueno -dijo al fin-. Todo esto es muy extraño. Es natural que se sienta alarmada, y
debo confesar que estoy muy lejos de sentirme tranquilo. Dejemos a un lado, se lo
ruego, lo que usted me contó anoche y esta mañana, aunque persiste el hecho de que
durante las últimas semanas el señor Leicester ha estado saturando su organismo con un
preparado completamente desconocido para mí. Como le digo, eso no es lo que yo le
receté. No obstante, está por ver qué contiene realmente este frasco.
Lo desenvolvió, vertió cautelosamente unos pocos granos de polvo blanco en un
pedacito de papel y los examinó con curiosidad.
-Sí -dijo-. Parece sulfato de quinina, como usted dice; forma escamitas. Pero huélalo.
Me tendió el frasco, y yo me incliné a oler. Era un olor extraño, empalagoso, etéreo,
irresistible, como el de un anestésico fuerte.
-Lo mandaré analizar -dijo Haberden-. Tengo un amigo 1 que se dedica a la química.
Después sabremos qué hacer. No, no; no me diga nada sobre la otra cuestión. No quiero
escucharlo de momento. Siga mi consejo y procure no pensar más en eso.
Aquella tarde, mi hermano no salió como siempre después de la comida.
-Ya me he divertido lo suficiente -dijo con una risa extraña- y debo volver a mis viejas
costumbres. Un poco de leyes será el descanso adecuado, tras una dosis tan
sobrecargada de placer -sonrió para sí mismo. Poco después subió a su habitación. Su
mano seguía vendada.
El doctor Haberden pasó por casa unos días más tarde.
-No tengo ninguna noticia especial para usted -dijo-. Chambers está fuera de la ciudad,
así que no sé nada que usted no sepa sobre la sustancia. Pero me gustaría ver al señor
Leicester, si está en casa.
-Está en su habitación -dije-. Le diré que está usted aquí.
-No, no; yo subiré. Quiero hablar con él con toda tranquilidad. Me atrevería a decir que
nos hemos alarmado mucho por muy poca cosa. Al fin y al cabo, sea lo que sea, parece
que ese polvo blanco le ha sentado bien.
El doctor subió, y, al pasar por el recibidor, lo oí llamar a la puerta, abrirse ésta, y
cerrarse después. Estuve esperando en el silencio de la casa durante más de una, hora, y
la quietud se volvía cada vez más intensa, mientras las manecillas del reloj caminaban
lentamente. Oí arriba el ruido de una puerta que se abría vigorosamente, y el médico
bajó. Sus pasos cruzaron el recibidor y se detuvieron ante la puerta. Respiré largamente
y con dificultad, vi mi cara, en un espejo, demasiado pálida, mientras él volvía y se
paraba en la puerta. Había un indecible horror en sus ojos; se sostuvo con una mano en
el respaldo de una silla, su labio inferior temblaba como el de un caballo; tragó saliva y
tartamudeó una serie de sonidos ininteligibles, antes de hablar.
-He visto a ese hombre -comenzó, en un áspero susurro-. Acabo de pasar una hora con
él. ¡Dios mío! ¡Y estoy vivo y entero! Yo que me he enfrentado toda mi vida con la
muerte y conozco las ruinas de nuestra fortaleza... ¡Pero eso no, Dios mío, eso no! -y se
cubrió el rostro con las manos para apartar de sí alguna horrible visión.
-No me mande llamar otra vez, señorita Leicester -dijo, recobrando un poco la
compostura-. Nada puedo hacer ya por esta casa. Adiós.
Lo vi bajar las escaleras tembloroso, y cruzar la calzada en dirección a su casa. Me dio
la impresión de que había envejecido diez años desde la mañana.
Mi hermano permaneció en su habitación. Me dijo con voz apenas reconocible que
estaba muy ocupado, que le gustaría que le dejara su comida afuera de la puerta, y que
me hiciera cargo de los criados. Desde aquel día, me pareció que el arbitrario concepto
que llamamos tiempo había desaparecido para mí. Vivía con la continua sensación de
horror, llevando a cabo mecánicamente la rutina de la casa, y hablando sólo lo
imprescindible con los criados. De vez en cuando salía a pasear una hora o dos y luego
volvía a casa. Pero tanto dentro como fuera, mi espíritu se detenía ante la puerta cerrada
de la habitación de arriba, y, temblando, esperaba que se abriera.
He dicho que apenas me daba cuenta del tiempo, pero supongo que debieron transcurrir
un par de semanas, desde la visita del doctor Haberden, cuando un día, después del
paseo, regresaba a casa reconfortada con una sensación de alivio. El aire era dulce y
agradable, y las formas vagas de las hojas verdes flotaban en la plaza como una nube; el
perfume de las flores hechizaba mis sentidos. me sentía feliz y caminaba con ligereza.
Cuando iba a cruzar la calle para entrar a casa, me detuve un momento a esperar que
pasara un carro y miré por casualidad hacia las ventanas. instantáneamente se llenaron
mis oídos de un fragor tumultuoso de aguas profundas y frias; el corazón me dio un
vuelco y cayó en un pozo sin fondo, y me quedé sobrecogida de un terror sin forma ni
figura. Extendí ciegamente una mano en la oscuridad para no caer, mientras, las piedras
temblaban bajo mis pies, perdían consistencia y parecían hundirse. En el momento de
mirar hacia la ventana de mi hermano, se abrió la persiana, y algo dotado de vida se
asomó a contemplar el mundo. No, no puedo decir si vi un rostro humano o algo
semejante; era una criatura viviente con dos ojos llameantes que me miraron desde el
centro de algo amorfo representando el símbolo y el testimonio de todo el mal y la
siniestra corrupción. Durante cinco minutos permanecí inmóvil, sin fuerza, presa de la
angustia, la repugnancia y el horror. Al llegar a la puerta, corrí escaleras arriba, hasta la
habitación de mi hermano, y lo llamé.
-¡Francis, Francis! -grité-. Por el amor de Dios, contéstame. ¿Qué es esa bestia
espantosa que tienes en la habitación? ¡Sácala, Francis, arrójala fuera de aquí!
Oí un ruido como de pies que se arrastraban, lentos y cautelosos, y un sonido ahogado,
como si alguien luchara por decir algo. Después, el sonido de una voz, rota y apagada,
pronunció unas palabras que apenas pude entender.
-Aquí no hay nada -dijo la voz-. Por favor, no me molestes. No me encuentro bien hoy.
Me volví, horrorizada pero impotente. Me preguntaba por qué me habría mentido
Francis, pues había visto, aunque sólo fuera por un momento, la aparición aquella,
demasiado nítida para equivocarme. Me senté en silencio, consciente de que había sido
algo más, algo que había visto en el primer instante de terror antes de que aquellos ojos
llameantes se fijaran en mí. Y, súbitamente, lo recordé. Al mirar hacia arriba, las
persianas se estaban cerrando, pero tuve tiempo de ver a aquella criatura, y al evocarla,
comprendí que la imagen no se borraría jamás de mi memoria. No era una mano; no
había dedos que sostuvieran el postigo, sino un muñón negro que la empujaba. El torpe
movimiento de la pata de una bestia se había grabado en mis sentidos, antes de que
aquella oleada de terror me arrojara al abismo. Me horroricé al recordar esto y pensar
que aquella espantosa presencia vivía con mi hermano. Subí de nuevo y lo llamé
desesperadamente, pero no me contestó. Aquella noche, uno de los criados vino a mi y
me contó con cierto recelo que hacía tres días que colocaba regularmente la comida
junto a la puerta y después la retiraba intacta. La sirvienta había tocado, pero sin obtener
respuesta; sólo oyó los mismos pies arrastrándose que yo había oído. Pasaron los días,
uno tras otro, y siguieron dejándole a mi hermano las comidas delante de la puerta y
retirándolas intactas, y aunque llamé repetidamente a la puerta, no conseguí jamás que
me contestara. La servidumbre quiso entonces hablar conmigo. Al parecer, estaban tan
alarmados como yo. La cocinera dijo que, cuando mi hermano se encerró por vez
primera en su habitación, ella empezó a oírle salir por la noche, y deambular por la casa;
y una vez, según dijo, oyó abrirse la puerta del recibidor, y cerrarse después. Pero hacía
varias noches que no oía ruido alguno. Por último, la crisis se desencadenó; fue en la
penumbra del atardecer. El salón donde me encontraba se fue poblando de tinieblas,
cuando un alarido terrible desgarró el silencio y oí unos precipitados pasos escabullirse
por la escalera. Aguardé, y un segundo después irrumpió la doncella en el cuarto y se
quedó delante de mí, pálida y temblorosa.
-¡Oh, señorita Helen! -murmuró-. ¡Por Dios, señorita Helen! ¿Qué ha pasado? Mire mi
mano, señorita, ¡mire esta mano!
La conduje hasta la ventana, y vi una mancha húmeda y negra en su mano.
-No te comprendo -dije-. ¿Quieres explicarte?
-Estaba arreglando su habitación hace un momento --comenzó-. Estaba cambiando las
sábanas, y de repente me cayó en la mano algo mojado; miré hacia arriba y vi que era el
techo, que estaba negro y goteaba justo encima de mí.
Primero la miré con severidad y luego me mordí los labios.
-Ven conmigo -dije-. Trae tu vela.
La habitación donde yo dormía estaba debajo de la de mi hermano, y al entrar sentí que
yo temblaba también. Miré el techo; en él había una mancha negra y húmeda, que
goteaba persistente sobre un charco horrible que empapaba la blanca ropa de mi cama.
Me lancé escaleras arriba y toqué con fuerza la puerta
 
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astaroth1
view post Posted on 18/5/2012, 10:07




-¡Francis, Francis, hermano mío! ¿Qué te ha pasado?
Me puse a escuchar. Hubo un sonido ahogado; luego, un gorgoteo y un vómito, pero
nada más. Llamé más fuerte, pero no contestó.
A pesar de lo que el doctor Haberden había dicho, fui a buscarlo.
Le conté, con los ojos arrasados en lágrimas, lo que había sucedido, y él me escuchó
con una expresión de dureza en el semblante.
-En recuerdo de su padre --dijo finalmente-, iré con usted, aunque nada puedo hacer por
él.
Salimos juntos; las calles estaban oscuras, silenciosas y densas por el calor y la
sequedad de varias semanas. Bajo los faroles de gas, el rostro del doctor se veía blanco.
Cuando llegamos a casa, le temblaban las manos.
No dudamos, sino que subimos directamente. Yo sostenía la lámpara y él llamó con voz
fuerte y decidida:
-Señor Leicester, ¿me oye? Insisto en verlo. Conteste de inmediato.
No hubo respuesta, pero los dos oímos aquel gorgoteo que ya he mencionado.
-Señor Leicester, estoy esperando. Abra la puerta en este instante, o me veré obligado a
echarla abajo -dijo. Y llamó una tercera vez, con una voz que hizo eco por todo el
edificio-: ¡Señor Leicester! Por última vez, le ordeno abrir la puerta.
-¡Ah! -exclamó, después de unos pesados momentos de silencio-, estamos perdiendo e 1
tiempo. ¿Sería tan amable de proporcionarme un atizador o algo parecido?
Corrí a una pequeña habitación donde guardábamos las cosas viejas y encontré una
especie de azadón que me pareció le serviría al doctor.
-Muy bien --dijo-, esto funcionará. ¡Pongo en su conocimiento, señor Leicester -gritó
por el ojo de la cerradura-, que voy a destrozar la puerta!
Luego comenzó a descargar golpes con el azadón, haciendo saltar la madera en astillas.
De pronto, la puerta se abrió con un grito espantoso de una voz inhumana que, como un
rugido monstruoso, brotó inarticuladamente en la oscuridad.
-Sostenga la lámpara -dijo entonces el doctor. Entramos y miramos rápidamente por
toda la habitación.
-Ahí está -dijo el doctor Haberden, dejando escapar un suspiro-. Mire, en ese rincón.
Sentí una punzada de horror en el corazón. En el suelo había una masa oscura y pútrida,
hirviendo de corrupción y espantosa podredumbre, ni líquida ni sólida, que se derretía y
se transformaba ante nuestros ojos con un gorgoteo de burbujas oleaginosas. Y en el
centro brillaban dos puntos llameantes, como dos ojos. Y vi, también, cómo se sacudió
aquella masa en una contorsión temblorosa, y cómo trató de levantarse algo que bien
podía ser un brazo. El doctor avanzó, alzó el azadón y descargó un golpe sobre los dos
puntos brillantes; y golpeó una y otra vez, enfurecido. Finalmente reinó el silencio.
Un par de semanas más tarde, cuando ya me había recobrado de la terrible impresión, el
doctor Haberden vino a visitarme.
-He traspasado mi consultorio -comenzó-. Mañana emprendo un largo viaje por mar. No
sé si volveré a Inglaterra algún día; es muy probable que compre un pequeño terreno en
California y me quede allí el resto de mi vida. Le he traído este sobre, que usted podrá
abrir y leer cuando se sienta con fuerza y valor para ello. Contiene el informe del doctor
Chambers sobre la muestra que le remití. Adiós, señorita, adiós.
En cuanto se marchó, abrí el sobre y leí los papeles. No podía esperar. Aquí está el
manuscrito, y, si me lo permiten, les leeré la asombrosa historia que narra:
"Mi querido Haberden -comenzaba la carta-: Le pido mil perdones por haberme
retrasado en contestar su pregunta sobre la sustancia blanca que me envió. A decir
verdad, he dudado un tiempo sobre qué determinación tomar, pues hay tanto fanatismo
y ortodoxia en las ciencias físicas como en la teología, y sabía que si yo me decidía a
contarle la verdad, podría ofender prejuicios que alguna vez me fueron caros. No
obstante, he decidido ser sincero con usted, así que, en primer lugar, permítame entrar
en una breve aclaración personal.
"Usted me conoce, Haberden, desde hace muchos años, como un escrupuloso hombre
de ciencia. Usted y yo hemos hablado a menudo de nuestras profesiones, y hemos
discutido el abismo insondable que se abre a los pies de quienes creen alcanzar la
verdad por caminos que se aparten de la vía ordinaria de la experiencia y la observación
de la materia. Recuerdo el desdén con que me hablaba usted una vez de aquellos
científicos que han escarbado un poco en lo oculto y han insinuado tímidamente que tal
vez, después de todo, no sean los sentidos la frontera eterna e impenetrable de todo
conocimiento, el inmutable límite, más allá del cual ningún ser humano ha llegado
jamás. Nos hemos reído cordialmente, y creo que con razón, de las tonterías del
'ocultismo' actual, disfrazado bajo nombres diversos: mesmerismos, espiritualismos,
materializaciones, teosofías, y toda la complicada infinidad de imposturas, con su
maquinaria de trucos y conjuros, que son la verdadera armazón de la magia que se ve
por las calles londinenses. Con todo, a pesar de lo que le he dicho, debo confesarle que
no soy materialista, tomando este término en su acepción más común. Hace muchos
años me convencí -me he convencido a pesar de mi anterior escepticismo-, de que mi
vieja teoría de la limitación es absoluta y totalmente falsa. Quizá esta confesión no le
sorprenda en la misma medida en que le hubiera sorprendido hace veinte años, pues
estoy seguro de que *no habrá dejado de observar que, desde hace algún tiempo, ciertas
hipótesis han sido superadas por hombres de ciencia que no son nada menos que
trascendentales; y me temo que la mayor parte de los modernos químicos y biólogos
famosos no dudarían en suscribir el díctum de la vieja escolástica, Omnía exeunt ín
mysterium, que significa que toda rama del saber humano, si nos remontamos a sus
orígenes y primeros principios, se desvanece en el misterio. No tengo por qué agobiarlo
ahora con una relación detallada de los dolorosos pasos que me han conducido a mis
conclusiones. Unos cuantos experimentos de lo más simple me dieron motivo para
dudar de mi propio punto de vista, el tren de pensamiento que surgió en aquellas
circunstancias relativamente paradójicas, me llevó lejos. Mi antigua concepción del
universo se ha venido abajo; estoy en un mundo que me resulta tan extraño y temible
como las interminables olas del océano a los ojos de quien lo contempla por primera vez
desde Darién. Ahora sé que los límites de los sentidos, que resultaban tan impenetrables
que parecían cerrarse en el cielo y hundirse en unas tinieblas de profundidad
inalcanzable no son las barreras tan inexorablemente herméticas que habíamos pensado,
sino velos finísimos y etéreos que se deshacen ante el investigador y se disipan como la
neblina matinal de los riachuelos. Sé que usted no adoptó jamás una postura
extremadamente materialista; usted no trató de establecer una negación universal, pues
su sentido común lo apartó de tal absurdo. Pero estoy convencido de que encontrará lo
que digo extraño y repugnante a su habitual forma de pensar. No obstante, Haberden, lo
que digo es cierto; y en nuestro lenguaje común, se trata de la verdad única y científica,
probada por la experiencia. Y el universo es más espléndido y más terrible de lo que
imaginábamos. El universo entero, mi amigo, es un tremendo sacramento, una fuerza,
una energía mística e inefable, velada por la forma exterior de la materia. Y el hombre,
y el sol, y las demás estrellas, la flor, y la yerba, y el cristal del tubo de ensayo, todos y
cada uno, son tanto materiales como espirituales y están sujetos a una actividad interior.
Probablemente se preguntará usted, Haberden, adónde voy con todo esto; pero creo que
una pequeña reflexión podrá aclararlo. Usted comprenderá que, desde semejante punto
de vista, cambia la concepción entera de todas las cosas, y lo que nos parecía increíble y
absurdo podría ser posible. En resumen, debemos mirar con otros ojos la leyenda y las
creencias, y estar preparados para aceptar hechos que se habían convertido en fábulas.
En verdad, esta exigencia no es excesiva. Al fin y al cabo, la ciencia moderna admite
hipócritamente muchas cosas. Es cierto que no se trata de creer en la brujería, pero ha de
concederse cierto crédito al hipnotismo; los fantasmas están pasados de moda, pero aún
hay mucho que decir sobre la teoría de la telepatía. Póngale un nombre griego a una
superstición y crea en ella, y será casi un proverbio.
"Hasta aquí mi aclaración personal. Ahora bien, usted me envió un frasco tapado y
sellado, que contenía una pequeña cantidad de un polvo blanco y escamoso, y que cierto
farmacéutico proporcionó a uno de sus pacientes. No me sorprende que usted no haya
conseguido ningún resultado en sus análisis. Es una sustancia que hace muchos cientos
de años cayó en el olvido y que es prácticamente desconocida hoy en día. jamás hubiera
esperado que me llegara de una farmacia moderna. Al parecer, no hay ninguna razón
para dudar de la veracidad del farmacéutico. Efectivamente, como dice, pudo comprar
en un almacén las sales que usted prescribió; y es muy posible también que
permanecieran en su estante durante veinte años, o tal vez más. Aquí comienza a
intervenir lo que llamamos azar o casualidad: durante todos estos años, las sales de esa
botella han estado expuestas a ciertas variaciones periódicas de temperatura; variaciones
que probablemente oscilan entre los cinco y los 30 grados centígrados. Y, por lo que se
aprecia, tales alteraciones,, repetidas año tras año durante periodos irregulares, con
distinta intensidad y duración, han provocado un proceso tan complejo y delicado que
no sé si un moderno aparato científico, manejado con la máxima precisión, podría
producir el mismo resultado. El polvo blanco que usted me ha enviado es algo muy
diferente del medicamento que usted recetó; es el polvo con que se preparaba el Vino
Sabático, el Vínum Sabbati. Sin duda habrá leído usted algo sobre los aquelarres de las
brujas, y se habrá reído de los relatos que hacían temblar a nuestros mayores: gatos
negros, escobas y maldiciones formuladas contra la vaca de alguna pobre vieja. Desde
que descubrí la verdad, he pensado a menudo que, en general, es una gran suerte que se
crea en todas estas supercherías, pues de este modo se ocultan muchas otras cosas que
es preferible ignorar. No obstante, si se toma la molestia de leer el apéndice a la
monografía de Payne Knight encontrará que el verdadero sabbath era algo muy
diferente, aunque el escritor haya felizmente callado ciertos aspectos que conocía muy
bien. Los secretos del verdadero sabbath datan de tiempos muy remotos, y
sobrevivieron hasta la Edad Media. Son los secretos de una ciencia maligna que existía
muchísimo antes de que los arios entraran en Europa. Hombres y mujeres, seducidos y
sacados de sus hogares con pretextos diversos, iban a reunirse con ciertos seres
especialmente calificados para asumir con toda justicia el papel de demonios. Estos
hombres y estas mujeres eran conducidos por sus guías a algún paraje solitario y
despoblado, tradicionalmente conocido por los iniciados y desconocido para el resto del
mundo. Quizá a una cueva, en algún monte pelado y barrido por el viento, o a un
recóndito lugar, en algún bosque inmenso. Y allí se celebraba el sabbath. Allí, a la hora
más oscura de la noche, se preparaba el Vinum Sabbati, se llenaba el cáliz diabólico
hasta los bordes y se ofrecía a los neófitos, quienes participaban de un sacramento
infernal; sumentes caficem principis inferorum, como lo expresa muy bien un autor
antiguo. Y de pronto, cada uno de los que habían bebido se veía atraído por un
acompañante (mezcla de hechizo y tentación ultraterrena) que lo llevaba aparte para
proporcionarle goces más intensos y más vivos que los del ensueño, mediante la
consumación de las nupcias sabáticas. Es dificil escribir sobre estas cosas,
principalmente porque esa forma que atraía con sus encantos no era una alucinación
sino, por espantoso que parezca, el hombre mismo. Debido al poder del vino sabático -
unos pocos granos de polvo blanco disueltos en un vaso de agua-, la morada de la vida
se abría en dos, disolviéndose la humana trinidad, y el gusano que nunca muere, el que
duerme en el interior de todos nosotros, se transformaba en un ser tangible y externo, y
se vestía con el ropaje de la carne. Y entonces, a la medianoche, se repetía y
representaba la caída original, y el ser espantoso oculto bajo el mito del Árbol del Bien
y del Mal era nuevamente engendrado. Tales eran las nuptiae sabbatí.
"Prefiero no decir más. Usted, Haberden, sabe, tan bien como yo que no pueden
infringirse impunemente las leyes más triviales de la vida, y que un acto tan terrible
como éste, en el que se abría y profanaba el santuario más íntimo del hombre, era
seguido de una venganza feroz. Lo que comenzaba con la corrupción, terminaba
también con la corrupción."
Debajo está lo siguiente, escrito por el doctor Haberden:
"Por desgracia, todo esto es estricta y totalmente cierto. Su hermano me lo confesó todo
la mañana en que estuve con él. Lo primero que me llamó la atención fue su mano
vendada, Y lo obligué a que me la enseñara. Lo que vi yo, un hombre de ciencia, me
puso enfermo de odio. Y la historia que me vi obligado a escuchar fue infinitamente
más espantosa de lo que habría sido capaz de imaginar. Hasta me sentí tentado a dudar
de la Bondad Eterna, que permite que la naturaleza ofrezca tan abominables
posibilidades. Y si no hubiera visto usted el desenlace con sus propios ojos, le habría
pedido que no diera crédito a nada de todo esto. A mí no me quedan más que unas
semanas de vida, pero usted es joven, y quizá pueda olvidarlo.

Dr. Joseph Haberden
 
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astaroth1
view post Posted on 23/5/2012, 12:22




El Wendigo, de Algernon Blackwood

I


Aquel año se organizaron numerosas partidas de caza, pero apenas si se llegó a
descubrir rastro alguno; los alces parecían excepcionalmente tímidos aquella temporada
y los chasqueados Nemrods regresaron al seno de sus respectivas familias formulando
las mejores excusas que se les ocurrieron. El doctor Cathcart, como otros muchos,
regresó sin un solo trofeo. Pero trajo, en cambio, el recuerdo de una experiencia que,
según confiesa, vale por todos los alces cazados en su vida. Y es que Cathcart, de
Aberdeen, aparte de los alces, estaba interesado en otras cosas; entre ellas, en las
extravagancias de la mente humana. Sin embargo, esta singular historia no figura en su
libro La Alucinación colectiva por la sencilla razón de que (así lo confesó una vez a un
colega suyo) vivió los hechos demasiado de cerca para poder opinar con entera
objetividad...
Además de él y de su guía Hank Davis, iban el joven Simpson, su sobrino, que era
estudiante de teología y visitaba por primera vez los apartados bosques del Canadá, y el
guía de éste, Défago. Joseph Défago era un franco-canadiense que había huido de su
originaria provincia de Quebec años antes, y había conseguido trabajo en Rat Portage,
cuando el Canadian Pacific Railway estaba en construcción. Era un hombre que, además
de sus incomparables conocimientos sobre bosques y monte bajo, sabía cantar viejas
canciones de viajeros y narrar emocionantes historias de caza. Por otra parte, era
profundamente sensible al encanto singular que posee la naturaleza salvaje y solitaria de
ciertos parajes, y sentía por esa soledad una especie de pasión romántica que rayaba en
lo obsesivo. La vida de los bosques le fascinaba. De ahí, sin duda, la certera perspicacia
con que era capaz de desentrañar sus misterios.
Fue Hank quien lo escogió para esta expedición. Hank lo conocía ya, y tenía plena
confianza en él. Y él le correspondía del mismo modo, «como buen compadre». Tenía
un vocabulario salpicado de juramentos pintorescos, aunque totalmente carentes de
significado, y la conversación entre los dos fornidos cazadores a menudo subía de tono.
Hank trataba de paliar esta riada de exabruptos por respeto a su viejo «patrón de caza»,
el doctor Cathcart -a quien llamaba «Doc», según costumbre del país-, y también porque
sabía que el joven Simpson era ya « medio cura». Con todo, Défago tenía un defecto y
solo uno, a juicio suyo, y era que, como franco-canadiense, daba muestras de lo que
Hank definía como «un maldito carácter»; esto significaba, al parecer, que a veces se
comportaba como genuino tipo latino y tenía arrebatos de sordo mal humor en los que
nadie en el mundo era capaz de sacarle una palabra. Hay que decir que Défago era
imaginativo y melancólico, y por lo general, las estancias demasiado largas en la
«civilización» parecían originarle esos accesos, ya que le bastaban unos pocos días en
despoblado para curarse por completo.
Estos eran, pues, los cuatro expedicionarios que se encontraban en el campamento
durante la última semana del mes de octubre de aquel «año de alces tímidos», en la
región de selvática espesura que se extiende, abandonada y solitaria, al norte de Rat
Portage. También estaba Punk, un cocinero indio que siempre había acompañado al
doctor Cathcart y a Hank en sus cacerías de años anteriores. Su trabajo consistía
únicamente en permanecer en el campamento, pescar y preparar las tajadas de carne de
venado y el café. Iba vestido con las ropas usadas que le daban sus amos y, aparte su
cabello negro y espeso y su tez oscura, con aquella indumentaria de ciudad se parecía
tanto a un piel roja como un blanco disfrazado de negro a un africano auténtico. A pesar
de eso, Punk poseía aún los instintos de su raza moribunda: su silencio reservado y su
gran resistencia. Y también sus supersticiones.
El grupo, sentado alrededor del fuego, se sentía desanimado aquella noche porque había
pasado una semana sin descubrir un solo rastro de alce. Défago había cantado su
canción y había comenzado uno de sus relatos. Pero Hank, de mal humor, le recordaba
tan a menudo que «lo estás contando mal, no fue así», que el «francés» se hundió
finalmente en un hosco silencio del que nada probablemente podría sacarle ya.
El doctor Cathcart y su sobrino estaban cansados, después del día agotador. Punk estuvo
fregando los platos y rezongando para sus adentros bajo el sombrajo de ramas, donde
más tarde acabó por dormirse. Nadie se molestaba en reavivar el fuego que lentamente
se consumía. Allá arriba, las estrellas brillaban en un cielo completamente invernal; y
hacía tan poco viento, que comenzaban ya, solapadamente, a helarse las orillas del lago
que se extendía a sus espaldas. El silencio de la inmensidad del bosque se desplegaba en
torno para envolverlos.
De pronto, lo quebró inesperadamente la voz nasal de Hank:
-Deberíamos intentarlo por otra zona, Doc -exclamó con energía mirando a su patrón-.
Por aquí ya se ve que no tenemos maldita la suerte.
-Vale -dijo Cathcart, que era hombre de pocas palabras-. Buena idea.
-Claro que es buena -continuó Hank con confianza-. ¿Qué tal si, para variar, diésemos
una batida hacia el oeste, por el camino de Garden Lake? Aún no hemos explorado esa
zona solitaria.
-De acuerdo.
-Y tú, Défago, te llevas al señorito Simpson en la canoa, cruzas el remanso, pasas el
Lago de las Cincuenta Islas, y haces un buen ojeo por la orilla sur. El año pasado estaba
aquello lleno de alces, y por lo que llevamos visto hasta ahora, puede que también lo
esté ahora, nada más que para fastidiarnos.
Défago, con los ojos clavados en el fuego, no dijo nada. Probablemente estaba ofendido
aún por la interrupción de su relato.
-Por esa parte no se ha visto ningún alce este año, ¡me apuesto mi último dólar! -añadió
Hank con énfasis. Miraba a su patrón con astucia-. Mejor sería recoger la tienda y
alejarnos un par de noches -concluyó, como si el asunto estuviera definitivamente
decidido.
A Hank se le reconocía una gran competencia para organizar cacerías, y era el
encargado de esta expedición.
Para todo el mundo estaba claro que Défago no aprobaba el plan, pero su silencio
parecía dar a entender algo más que una simple desaprobación. Por su sensitivo rostro
atezado cruzó una curiosa expresión, como un fugaz resplandor de llamas, que no pasó
desapercibido para los tres hombres que estaban allí.
-Me parece que tiene miedo por alguna razón -comentaría Simpson más tarde, una vez
solos su tío y él en la tienda que compartían. El doctor Cathcart no replicó
inmediatamente, aunque pareció interesarse y tomar nota mentalmente de la
observación. La expresión de Défago le había causado una pasajera inquietud, sin
motivo aparente a la sazón.
Pero Hank, como era natural, fue el primero en observarla; y lo extraño fue que, en
lugar de irritarse o ponerse furioso por la falta de interés del otro, comenzara
inmediatamente a gastarle bromas.
-Me parece a mí que no hay ninguna razón especial para que vayamos allí este año -
dijo, con cierta ironía en el tono-; ¡al menos, no la razón que quieres dar a entender! El
año pasado fue el incendio lo que contuvo a la gente. Este año me parece que... que la
gente ya no quiere ir. ¡Eso es todo! -su actitud trataba de ser alentadora.
Joseph Défago alzó los ojos un momento, y luego los bajó otra vez. Una ráfaga de
viento se deslizó por el bosque avivando los rescoldos y levantando llamas pasajeras. El
doctor Cathcart observó nuevamente el semblante del guía, y tampoco esta vez le
agradó su expresión. Le traicionaba su mirada. Por un instante, vio en aquellos ojos el
destello de un hombre verdaderamente asustado. Esto le inquietó más de lo que le
habría gustado admitir.
-¿Hay indios peligrosos en esa dirección? -preguntó con una sonrisa conciliadora, en
tanto que Simpson, demasiado soñoliento para percatarse de estas sutilezas, se
marchaba a la cama con un prodigioso bostezo- ¿o... o pasa algo? -añadió, cuando su
sobrino ya no podía oírle.
Hank le miró con menos franqueza que de costumbre.
-Está asustado -exclamó, fingiendo buen humor-. está asustado por algún cuento de
hadas que le han contado. Eso es todo, ¿eh, viejo? -y le dio amistosamente en el pie que
tenía más cercano al fuego.
Défago alzó los ojos con rapidez, como si le hubieran interrumpido algún sueño, de un
sueño que, sin embargo, no le había abstraído de todo lo que pasaba a su alrededor.
-¿Asustado…? ¡Ni hablar! -contestó con desafiadora animación-. No hay nada en el
bosque que pueda asustar a Joseph Défago, ¡que no se te olvide! -y la natural energía
con que habló, hizo imposible saber si contaría toda la verdad, o sólo una parte.
Hank se volvió hacia el doctor. Iba a añadir algo, cuando se detuvo bruscamente y miró
en torno. Justo detrás de ellos, en la oscuridad, había sonado un ruido que les hizo
estremecer a los tres. Era el viejo Punk, que había abandonado su yacija mientras
hablaban y ahora estaba de pie, un poco más allá del círculo de luz, escuchando lo que
decían.
-Ahora no, Doc -susurró Hank haciendo un guiño- ; más adelante, cuando no haya
moros en la costa.
Y poniéndose en pie de un salto, le dio al indio una manotada en la espalda y exclamó
sonoramente:
-¡Acércate al fuego y calienta un poco esa sucia piel colorada que tienes! -lo arrastró
hacia el fuego y echó más leña-. Ha sido muy buena la comida que nos has preparado
antes -continuó cordialmente, como si quisiera encauzar los pensamientos del hombre
por otros derroteros- y no sería de cristianos dejarte ahí, de pie, enfriándote el pellejo,
mientras nosotros estamos aquí bien calentitos.
Punk avanzó, y se calentó los pies, sonriendo ante la verbosidad del otro, que
comprendía sólo a medias, pero no dijo nada. El doctor Cathcart, viendo que era
imposible proseguir la conversación, siguió el ejemplo de su sobrino y se metió en la
tienda, dejando a los tres hombres que siguieran fumando alrededor de las renovadas
llamas del fuego.
No es fácil desnudarse en una tienda pequeña sin despertar al compañero, y Cathcart,
hombre duro y de sangre ardorosa a pesar de sus cincuenta años, hizo al raso lo que
Hank habría descrito como «una temeridad». Mientras se desnudaba observó que Punk
había regresado a su yacija, y que Hank y Défago seguían charlando junto al fuego. Era
la típica escena convencional del Oeste: el fuego de campamento iluminaba sus rostros
con luces y sombras. Défago, con el sombrero echado y los mocasines, parecía
representar el papel de malvado; Hank, con el rostro despejado y sin sombrero,
encogiéndose de hombros con indiferencia, podía ser el héroe justo y desengañado; y el
viejo Punk, escuchando oculto en la oscuridad, proporcionaba la atmósfera de misterio.
El doctor sonrió al darse cuenta de los detalles. Pero al mismo tiempo sintió en su
interior como si algo muy hondo -no sabía qué- le oprimiera un poco, como si un soplo
casi imperceptible de advertencia hubiera rozado la superficie de su alma,
desapareciendo antes de poderlo captar. Probablemente se debía a la «expresión
asustada» que había observado en los ojos de Défago. «Probablemente»... porque de no
ser a esto, no sabía a qué atribuir esta sombra de emoción fugitiva que escapaba a su
fina capacidad de análisis. Le dio la impresión de que acaso hubiera problemas con
Défago. No le parecía un guía tan seguro como Hank, por ejemplo... aunque no sabía
exactamente por qué.
Antes de zambullirse en la tienda donde Simpson dormía ya ruidosamente, observó un
poco más a los dos hombres. Hank juraba como un africano loco en una sala de fiestas;
pero sus juramentos eran de «afecto». Los pintorescos denuestos brotaban libremente,
ahora que dormía la causa de sus anteriores represiones. Luego pasó el brazo
cariñosamente por encima del hombro de su camarada y se marcharon juntos hacia las
sombras donde tenían la tienda. Punk siguió su ejemplo también, un momento después,
y desapareció entre sus malolientes mantas, en el otro extremo del claro.
El doctor Cathcart se retiró a su vez. La fatiga y el sueño luchaban en su mente contra
una oscura curiosidad por averiguar qué había al otro lado de las Cincuenta Islas, que
tanto parecía atemorizar a Défago... Se preguntaba también por qué la presencia de
Punk impidió a Hank terminar lo que había empezado a decir. Después, el sueño le
venció. Mañana lo sabría. Se lo contaría Hank mientras caminaran en pos de los alces
huidizos.
Un profundo silencio descendió sobre el pequeño campamento, tan atrevidamente
instalado ante las mismas fauces de la selva. El lago brillaba como una lámina de cristal
negro bajo las estrellas. Picaba el aire frío. En las brisas nocturnas que surgían
silenciosas de las profundidades del bosque, con mensajes de lejanas cordilleras y de
lagos que comenzaban a helar, flotaban ya unos perfumes fríos y desmayados que
anunciaban la llegada del invierno. El hombre blanco, con su olfato embotado, jamás
habría podido adivinarlos; la fragancia del fuego de leña le habría ocultado, en un
centenar de millas a la redonda, la viveza de ese olor a musgo, a corteza de árbol y a
marisma seca. Incluso Hank y Défago, ligados íntimamente al espíritu de los bosques,
habrían olfateado en vano...
Pero una hora más tarde, cuando todos estuvieron dormidos como troncos, el viejo Punk
salió a gatas de entre sus mantas y se escurrió como una sombra hasta la orilla del lago,
en silencio, como únicamente un indio sabe moverse. Después levantó la cabeza y miró
a su alrededor. La espesa negrura hacía casi imposible toda visibilidad; pero, como los
animales, poseía él otros sentidos que la oscuridad no era capaz de anular. Escuchó, y
luego olfateó el aire. Se quedó quieto, inmóvil como un arbusto. Al cabo de unos cinco
minutos, estiró de nuevo la cabeza y olfateó el aire una y otra vez. Un prodigioso
hormigueo de nervios le corrió por el cuerpo al oler el aire penetrante. Luego, se
sumergió en la negrura como sólo hacen los animales y los hombres salvajes, y regresó
finalmente, deslizándose bajo el ramaje, hasta su lecho.
Poco después de dormirse, el cambio de viento que había presentido agitaba
blandamente el reflejo de las estrellas en el lago. Procedía de las lejanas montañas de la
región situada al otro lado del Lago de las Cincuenta Islas, venía en la dirección que
había observado él, pasaba por encima del campamento dormido y cruzaba, como un
murmullo apagado y suspirante, apenas perceptible, por entre las copas de los árboles
inmensos. Con él, por los desiertos senderos de la noche, aunque demasiado tenue aún
para los agudos sentidos del indio, cruzó un olor ligerísimo, muy particular y
extrañamente inquietante; un olor de algo raro... absolutamente desconocido.
El franco-canadiense y el hombre de sangre india se agitaron intranquilos en su sueño,
aunque ninguno de los dos se despertó. Luego, el espectro de aquel olor innominado se
alejó para perderse entre las regiones remotas del bosque deshabitado.

Edited by astaroth1 - 23/5/2012, 13:58
 
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107 replies since 23/12/2011, 23:35   2843 views
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