CARTA DE PILATO A HERODESPilato, gobernador de Jerusalén, saluda al tetrarca Herodes.
Nada bueno hice bajo tu instigación el día aquel en que los judíos presentaron a Jesús, el
llamado Cristo. Pues de la misma manera que fue crucificado, así también ha resucitado al
tercer día de entre los muertos, como acaban de anunciarme algunos, y entre ellos el
centurión. Yo mismo he decidido enviar una expedición a Galilea y atestiguan haberle visto
en su propio cuerpo y conservando el mismo semblante. Y ha llegado a dejarse ver de más
de quinientas personas, con la misma voz e idénticas enseñanzas. Estos individuos han ido
por ahí dando testimonio de ello, y, lejos de vacilar, han predicado su resurrección como
fenómeno extraordinario y han anunciado un reino eterno, hasta el punto de que los cielos y
la tierra parecían alegrarse de sus santas enseñanzas [de Jesus].
Y has de saber que Procla, mi mujer, dando crédito a las apariciones que tuvo de él cuando
yo estaba a punto de mandarle crucificar por tu instigación, me dejó solo y se fue con diez
soldados y Longino, el fiel centurión, para contemplar su semblante, como si se tratara de
un gran espectáculo. Y le han visto sentado en un campo de cultivo, rodeado de una gran
turba y enseñando las magnificencias del Padre; de manera que todos estaban fuera de sí y
llenos de admiración, [pensando] si había resucitado de entre los muertos aquel que había
padecido el tormento de la crucifixión.
Y, mientras todos estaban observándole con gran atención, divisó a éstos y se dirigió a ellos
en estos términos: «¿Todavía no me creéis, Procla y Longinos? ¿No eres tú por ventura el
que hiciste guardia durante mi pasión y vigilaste mi sepulcro? Y tú, mujer, ¿no eres la que
enviaste a tu esposo una misiva acerca de mi? [...] el testamento de Dios que dispuso el
padre. Yo, el que fui levantado y sufrí muchas cosas, vivificaré por medio de mi muerte, tan
conocida para vosotros, toda la carne que ha perecido. Ahora, pues, sabed que no perecerá
todo aquel que haya creído en Dios Padre y en mí, pues yo hice desaparecer los dolores de
la muerte y traspasé al dragón de muchas cabezas. Y, en ocasión de mi futura venida, cada
uno resucitará con el mismo cuerpo y alma que ahora tiene y bendecirá a mi Padre, al Padre
de aquel que fue crucificado en la época de Poncio Pilato».
Al oírle decir tales cosas, tanto mi mujer, Procla, como el centurión que tuvo a su cargo la
ejecución de Jesús, como los soldados que habían ido en su compañía, se pusieron a llorar
llenos de aflicción, y vinieron a mí para referirme estas cosas. Yo, a mi vez, después de
oírlas, se las referí a mis grandes comisarios y compañeros de milicia; estos, llenos de
aflicción y ponderando el mal que habían hecho contra Jesús, se pusieron a llorar durante el
día; y asimismo yo, compartiendo el dolor de mi mujer, estoy entregado al ayuno y duermo
sobre la tierra. [...] y en esto vino el Señor y nos levantó del suelo a mí y a mi mujer; yo
entonces fijé mi vista en él y vi que su cuerpo conservaba aún los cardenales. Y Él puso sus
manos sobre mis hombros, diciendo: «Bienaventurado te llamarán todas las generaciones y
los pueblos, porque en época tuya murió el Hijo del hombre y resucitó ya ahora va a subir a
los cielos y se sentará en lo más alto. Y caerán en la cuenta todas las tribus de la tierra de
que yo soy el que va a juzgar a los vivos y a los muertos en el último día».
Aurelio De Santos Otero