El Evangelio Armenio de la Infancia

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astaroth1
view post Posted on 8/2/2016, 03:24




xmk-12
EL EVANGELIO ARMENIO DE LA INFANCIA

Lo que advino, con motivo de la Santa Virgen María, en la casa de su padre.

Relato de Santiago, hermano del Señor

I


1. En aquel tiempo, un hombre llamado Joaquín salió su casa, llevando consigo sus
rebaños y sus pastores, y fue al desierto, donde fijó su tienda. Y, después de haber
permanecido allí en oración, durante cuarenta días y cuarenta noches, gimiendo,
llorando y no viviendo más que de pan y de agua, se arrodilló, y, en la aflicción de su
alma, rogó a Dios en estos términos: Acuérdate de mí, Señor, según tu misericordia y
tu justicia, y opera en mí una señal de tu benevolencia, como lo hiciste con nuestro
antepasado Abraham, a quien, en los días de su vejez, concediste un vástago de
bendición, hijo de la promesa, Isaac, su descendiente único y prenda de consuelo para
su raza. Y de esta suerte, con lágrimas y alma afligida, pedía piedad a Dios. Y decía:
No me iré de aquí, ni comeré, ni beberé, hasta que el Señor me haya visitado, y haya
tenido compasión de su siervo.
2. Y, cuando se acabaron los cuarenta días de ayuno, advino el ángel del Señor, y,
colocándose ante Joaquín, le dijo: Joaquín, el Señor ha oído tus plegarias, y ha
atendido tus súplicas. He aquí que tu mujer concebirá, y te dará a luz un vástago de
bendición. Y su nombre será grande, y todas las razas lo proclamarán bienaventurado.
Levántate, toma las ofrendas que has prometido, llévalas al templo santo, y cumple tu
voto. Porque yo iré esta noche a prevenir al Gran Sacerdote, para que acepte esas
ofrendas. Y, después de hablar así, el arcángel lo abandonó. Y Joaquín se levantó en
seguida con júbilo, y partió con sus numerosos ganados y con sus ofrendas.
3. Y el ángel del Señor, apareciendo a Eleazar, el Gran Sacerdote, en una visión
semejante, le dijo: He aquí que Joaquín viene hacia ti con ofrendas. Recibe sus dones
religiosamente y conforme a la ley, como conviene. Porque el Señor ha escuchado sus
ruegos, y ha realizado su demanda. Y el Gran Sacerdote se despertó de su sueño, se
levantó, y dio gracias al Altísimo, diciendo: Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque no desdeña a sus servidores que le imploran. Después, el ángel apareció por
segunda vez a Ana, y le dijo: He aquí que tu marido llega. Levántate, ve a buscarlo, y
recíbelo con alegría. Y Ana se levantó, revistió su atavío nupcial, y fue a buscar a su
marido. Y, cuando lo divisó, se prosternó con júbilo ante él, y le echó al cuello los
brazos.
4. Y Joaquín dijo: Salud y feliz noticia, Ana, porque el Señor ha tenido piedad de mí,
me ha atendido, y ha prometido damos un vástago de bendición. Y Ana dijo a
Joaquín: Buena nueva a mi vez te doy, porque también a mí el Señor ha prometido
darnos lo que dices. Y, transportada de gozo, añadió: Bendito sea el Señor, Dios de
Israel, que no ha desdeñado nuestras súplicas, y que no ha apartado de nosotros su
misericordia. Y, al mismo tiempo, Joaquín ordenó que se llamase a sus amigos y
vecinos, y les hizo una recepción grandiosa. Comieron, bebieron, se regocijaron, y,
después de haber rendido gracias al Señor, volvieron cada uno a su casa. Y
glorificaron a Dios en alta voz.
 
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astaroth1
view post Posted on 8/2/2016, 03:53




Del nacimiento de la Virgen María, y lo que ocurrió en casa de su padre

II


1. Y Joaquín se levantó muy temprano, llamó a sus pastores, y les dijo: Traedme
diez corderos blancos, y esto será la ofrenda para el templo augusto de mi Dios; y
doce terneros, y esto será para los sacerdotes, los escribas y los ministros, que son los
servidores de la Sinagoga y cien moruecos, y esto será para todo el pueblo de Israel.
Y, cuando Joaquín hubo tomado estas ofrendas, las llevó al templo del Señor, y,
habiéndose prosternado ante los sacerdotes y ante toda la asamblea, les presentó los
dones aportados. Y ellos se regocijaron, y lo felicitaron de que hubiese placido al
Señor aceptar de sus manos tan santas ofrendas. Y la multitud de gentes que se
encontraban allí, estaban admirados, y decían: Alabado sea el Señor Dios de Israel,
que ha realizado los votos de tu corazón. Ve en paz a tu casa, y el Señor será contigo
perpetuamente, y te dará un hijo bendito y un vástago santificado, fruto de las
entrañas de tu esposa.
2. Y Joaquín, después de haberse prosternado ante los sacerdotes, se levantó, entró en
el templo, y, puesto en oración, daba gracias al Señor, y decía: Señor Dios de Israel,
puesto que has escuchado a tu servidor, y lo has tratado con amplia medida de
misericordia, yo te prometo que el hijo que me concedes, sea del sexo masculino o del
femenino, te lo daré, para que esté a tu servicio en este templo, todos los días de su
vida. Y, luego que hubo hablado así, Joaquín se incorporó, y marchó gozosamente a
su casa.
3. Transcurridos tres meses, el hijo se estremecía en el vientre de su madre. Y Ana,
llena de gran júbilo, dijo en un transporte de alegría: Por la vida del Señor, si me es
concedido un hijo de bendición del sexo masculino o femenino, lo doy al templo
santo, por todos los días de su vida. Y Ana cumplió ciento sesenta días de su
embarazo, lo que equivale a seis meses.
4. Y Joaquín partió con presentes, llegó al templo santo, y, ante los sacerdotes, ofreció
los sacrificios que había prometido cumplir íntegramente al comienzo del año. Y, al
levantar las víctimas sobre el altar de los sacrificios, e inmolarlas, los sacerdotes
vieron, mientras la sangre corría, que aquellas víctimas no contenían ninguna mácula,
y, llenos de gozo, dieron gracias al Altísimo.
5. Mas Joaquín, después de haber hecho sus ofrendas ordinarias, tomó un cordero, y,
haciendo primero su oblación, lo sacrificó después sobre el altar. Y todos vieron por
un prodigio inesperado salir de la arteria una especie de leche blanca en lugar de
sangre. Ante tan singular espectáculo, los sacerdotes y todo el pueblo quedaron
atónitos, sorprendidos y maravillados. Porque jamás se había visto un prodigio
semejante al que se verificara en tal sacrificio. Y Eleazar, el Gran Sacerdote, requirió
a Joaquín para que dijese en nombre de qué había presentado en ofrenda y en
sacrificio aquel cordero sobre el altar.
6. Y Joaquín respondió: Las primeras ofrendas las prometí al Señor, como un voto que
debía cumplir. Pero este último cordero lo ofrecí en nombre de mi vástago futuro, y a
él lo reservé. Y el Gran Sacerdote dijo: ¿Sabes lo que implica ese signo que el Señor
te ha mostrado en nombre de tu vástago futuro? La leche que acaba de salir de esa
arteria tiene una significación precisa. Porque lo que nacerá del vientre de su madre,
será una hembra, una virgen impecable y santa. Y esta virgen concebirá sin
intervención de hombre, y nacerá de ella un hijo varón, que llegará a ser un gran
monarca y rey de Israel. Y, al oír estas cosas, todos los que estaban presentes, fueron
presa de la mayor admiración. Joaquín se dirigió en silencio a su casa, y contó a su
esposa los prodigios que habían ocurrido. Y, dando gracias a su Dios, se regocijaron,
y dijeron al Altísimo: Hágase tu voluntad.
7. Y, cuando el embarazo de Ana alcanzó los doscientos diez días, lo que hace siete
meses, súbitamente, a la hora séptima, Ana trajo al mundo a su santa hija, durante el
día 21 del mes (de ...), que es el 8 de septiembre. El primer día preguntó a la partera:
¿Qué he traído al mundo? Y la partera contestó: Has traído al mundo una hija
extremadamente bella, graciosa y radiante a la vista, sin tacha ni mancilla alguna. Y
Ana exclamó: Bendito sea el Señor Dios de Israel, que ha escuchado las súplicas de
sus siervos, que nos ha mostrado su amplia misericordia, y que ha hecho por nosotros
grandes cosas, que han inundado de gozo nuestra alma. Ahora mi corazón está
sólidamente establecido en el Señor, y mi esperanza ha sido exaltada en Dios mi
Salvador.
8. Y, cuando la niña tuvo tres días, Ana ordenó a la partera que la lavase, y la llevase a
su dormitorio con respeto. Y, habiéndole la partera presentado a la niña, le dio el
pecho, y la nutría con su leche. Y, en una efusión de ternura, le puso por nombre
María. De día en día la niña crecía y adelantaba, y la madre, en los transportes de su
júbilo, la mecía entre sus brazos. Y así sus padres la alimentaban y la cuidaban. Y,
cuando llegó el tiempo de la purificación, por haber cumplido María cuarenta días,
sus padres la tomaron con respeto, y, aportando numerosas ofrendas, la condujeron al
templo santo, conforme a la regla de su tradición.
9. Y la pequeña María crecía y adelantaba de día en día. Cuando cumplió seis meses,
su madre permitió que intentase andar por sí sola. Y la niña avanzó tres pasos por sí
sola, y volviendo atrás, se echó en brazos de su madre. Y su madre, levantándola en
sus brazos, y haciéndole caricias, exclamó: ¡Oh tú, María, santa madre de las
vírgenes, raíz de hermoso crecimiento, rama de un noble trono, de ti se levantará la
aurora, el astro precursor de la luz, semejante a la luna más que ninguna estrella, luz
del día más brillante que el esplendor del sol, alba del sol del Oriente! Así hablaba
Ana, y añadía otras muchas cosas aún. Y, acariciando a su santa hija, decía: Por la
vida del Señor, tus pies no pisarán el suelo hasta el día en que te llevemos al templo.
Y Ana pidió a Joaquín: Construye a tu hija María un aposento en que habite, hasta el
momento en que sea mayor, y la llevemos al templo santo.
10. Y, pasado algún tiempo, los esposos se dijeron entre sí: Conduzcámosla a la casa
del Señor, para que viva en su presencia, conforme a nuestro voto. Pero Ana advirtió a
Joaquín: Esperemos a que adquiera conciencia de sí misma. Y, en aquellos mismos
días, Ana quedó encinta, y trajo al mundo una niña que llamó Parogithä, diciendo:
María será del Señor, y Parogithü constituirá nuestras delicias (phurgäiä) en lugar de
María.
 
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astaroth1
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De la educación de la Virgen María, que tuvo lugar en el templo, durante doce años

III


1. Y Joaquín dijo a Ana: Se han cumplido los días de la hija que ha nacido en
nuestra casa. Manda que se convoque a todas las hijas de los hebreos, vírgenes
consagradas a Dios para que cada una tome una lámpara en su mano, y conduzcan a la
niña, con santo respeto, al templo del Señor. Y, habiéndola conducido, la colocaron en
la tercera grada del tabernáculo. Y el Señor Dios le concedió gracia y sabiduría. Un
ángel que descendió del cielo, le servía la mesa, y se veía alimentada por los ángeles
del Espíritu Santo. Y, en el tabernáculo, oía incesantemente el lenguaje y el canto de
los ángeles.
2. María tenía tres años, cuando sus padres la llevaron al templo, y en él permaneció
doce. Al cabo de un año, sus padres murieron. María experimentó viva aflicción por
la pérdida de los que le habían dado el ser, y les guardó el duelo oficial de treinta días.
Establecida en el templo, fue allí educada, y se perfeccionó a la manera de las
mujeres, como las demás hijas de los hebreos que con ella se encontraban, hasta que
alcanzó la edad de quince años.
3. En aquel año, murió Eleazar, el Gran Sacerdote. Y los hijos de Israel, siguiendo las
reglas del duelo, lloraron por él treinta días. Y, después de todos estos
acontecimientos, tuvo lugar una asamblea de los sacerdotes, de los ancianos del
pueblo y de otros notables, que resolvieron designar un Gran Sacerdote del templo,
consultando la suerte. Y la suerte recayó sobre Zacarías, hijo de Baraquías. Todos los
sacerdotes lo impusieron, y lo nombraron soberano ministro y Sumo Pontífice del
santo altar. E Isabel, esposa de Zacarías, y Ana, eran parientes, y ambas a dos
infecundas. Y, desde el embarazo de Ana y el nacimiento de María hasta el momento
en que Zacarías comenzó a ejercer sus funciones de Gran Sacerdote, habían
transcurrido catorce años.
4. Y, siendo ya Zacarías el Gran Sacerdote, su esposa continuaba estéril, y sin tener
hijos, como Ana. Y, fuera de tiempo, los sacerdotes y todo el pueblo hicieron una
reflexión demasiado tardía, y se dijeron los unos a los otros: Es extremadamente
enojoso que no hayamos comprendido más pronto lo que hicimos. Porque hemos
establecido este Gran Sacerdote, sin advertir el defecto que se oponía a ello, dado que
su esposa es infecunda, y no ha concebido fruto de bendición. Y uno de los
sacerdotes, llamado Levi, dijo: este me parece justo, y, con vuestro permiso, se lo
comunicará. Los otros sacerdotes observaron: Declárale la cosa a él solo y en secreto,
y no hables de eso a nadie más. Y el sacerdote, asintiendo, dijo: Conforme. Se lo
manifestará a él, y a nadie más que a él.
5. Un día, pues, como hubiese terminado el tiempo de la plegaria, el sacerdote fue
secretamente a entrevistar se con Zacarías, y le notificó la conversación que había
tenido con sus compañeros. Al oír tal, Zacarías se turbó hasta lo sumo, y dijo entre sí:
¿Qué hará? ¿Qué respuesta he de dar? Porque, en lo tocante a mí, no me remuerde la
conciencia el haber hecho mal alguno, y, si me odian sin causa, a pesar de mi
inocencia, al Señor únicamente corresponde. examinarlo. Si repudio a mi esposa, sin
alegar ningún desaguisado por su parte, cometerá una falta torpe. Y sería muy penoso
para mí atribuirme un delito que no he cometido, para que se me destituya, o, sin decir
nada, abdicar el pontificado y el servicio del santo altar. ¿Qué, pues, va a ocurrir en
esta grave perplejidad que a mi alma atormenta?
6. Y, mientras revolvía en su pensamiento todas estas reflexiones, llegó la hora de la
oración ritual, en que debía depositar el incienso ante el Señor. Y, manteniéndose en
el templo cerca del santo altar, y llorando frente al tabernáculo, rogaba de esta suerte:
Señor, Dios de nuestros padres, Dios de Israel, mírame con misericordia, a mí, tu
siervo, que se presenta lleno de confusión delante de tu majestad, y que implora la
dulce gracia de tu benevolencia. No desdeñes a tu siervo humilde. Si me juzgas digno
de servir tu santo altar, usa a mi respecto de tu tierna bondad hacia los hombres, pues
que tú solo eres piadoso y omnipotente. Sea para ti la gloria en todos los siglos.
Amén.
7. Así habló Zacarías, mientras se encontraba a la derecha del santo altar, y,
prosternado, adoraba al Señor. Y he aquí que un ángel de Dios le apareció, en el
tabernáculo, y le dijo: No temas, Zacarías, porque tus plegarias han sido atendidas, y
tus súplicas han llegado hasta Dios. He aquí que tu esposa Isabel concebirá y parirá un
hijo, y llamaréis su nombre Juan. Mas Zacarías repuso: ¿Cómo puede suceder eso,
puesto que yo soy viejo, y mi mujer avanzada en edad? Y el ángel dijo: Por cuanto no
me has escuchado, ni creído mis palabras, he aquí que quedarás mudo e incapaz de
hablar, hasta que esas cosas advengan. Y, en el mismo instante, Zacarías fue atacado
de mutismo en el templo, y, habiéndose arrodillado en silencio frente al santo altar, se
golpeó el pecho, y lloró con amargura.
8. Y los sacerdotes y la multitud del pueblo que se encontraba allí, notaron con
sorpresa y con asombro que Zacarías se retardaba en el templo. Y, habiéndose
introducido cerca de él, los sacerdotes lo encontraron atacado de mutismo. No podía
hablar, y no se explicaba más que por gestos. Después, cuando hubo pasado la fiesta
de los santos tabernáculos, el 15 del mes de tesrín, que es el 2 de octubre, finaron las
primeras solemnidades. El 22 de tesrín, que es el 9 de octubre, Isabel quedó encinta.
Y el 16 del mes de tammuz, que es el 5 de junio, tuvo lugar el nacimiento de Juan el
Bautista.
 
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astaroth1
view post Posted on 8/2/2016, 04:37




De cómo los sacerdotes, siguiendo su uso tradicional, dieron a María en
matrimonio a José, para que velase cuidadosamente por la Santa Virgen, y cómo él
la tomó bajo su guarda, confiando en el Señor

IV


1. Cuando, transcurridos quince años, terminó la residencia santificada de María
en el templo, los sacerdotes deliberaron entre sí, y se preguntaron: ¿Qué haremos de
María? Sus padres, que han muerto, nos la confiaron en el templo, como un depósito
sagrado. Ahora ha alcanzado, en toda su plenitud, el desarrollo propio de las mujeres.
No es posible guardarla más tiempo entre nosotros, porque es preciso evitar que el
templo de Dios sea profanado sin noticia nuestra. Y los sacerdotes se repitieron los
unos a los otros: ¿Qué nos toca hacer? Y uno de ellos, un sacerdote llamado Behezi,
dijo: Hay todavía con ella en el templo muchas otras hijas de los hebreos. Vayamos,
por tanto, a interrogar a Zacarías, el Gran Sacerdote, y lo que él juzgue conveniente,
lo haremos. Todos contestaron, unánimes: Está bien. Y el sacerdote Behezi se
presentó ante Zacarías, y le dijo: Tú eres el Gran Sacerdote, avezado a la guarda del
santo altar. Y hay aquí hijas de los hebreos, que se han consagrado a Dios. Entra en el
Santo de los Santos, y ruega por la intención suya. Todo lo que el Señor revele, lo
haremos según su voluntad.
2. E inmediatamente Zacarías se levantó, y, tomando el racional, entró en el Santo de
los Santos, y rogó por aquellas jóvenes. Y, mientras esparcía el incienso ante el Señor,
he aquí que un ángel de Dios fue a colocarse cerca del altar del tabernáculo, y le dijo:
Sal a la puerta del templo, y ordena que se llame a las once hijas de los hebreos, y,
con ellas, trae aquí a María, que es de la raza de Judá y de la familia de David. Ordena
también que se llame a todos los celibatarios de la ciudad, y que cada uno aporte una
tablilla. Colocarás todas las tablillas en el tabernáculo de la alianza, escribirás el
nombre de cada uno sobre su tablilla, harás la plegaria, y cada virgen se casará con el
hombre que Dios designe entre ellos. Y el Gran Sacerdote salió del templo, y ordenó
que cuantos fuesen celibatarios se n,uniesen en aquel lugar. Y, al conocer esta orden,
todos, hasta el último, se reunieron en el lugar indicado, llevando cada uno en la mano
su tablilla. Y el viejo José, que también conoció aquella orden, abandonó su azuela de
carpintero, y, tomando una tablilla, se apresuró a ir al lugar marcado. Y el Gran
Sacerdote le tomó de las manos la tablilla, la aceptó, y, entrando en el templo, hizo la
plegaria por aquellos hombres.
3. Era, en efecto, uso constante entre las familias de Israel salidas de la tribu de Judá y
de la línea de David, colocar a sus hijas en el templo, donde se las guardaba en la
santidad y en la justicia por el espacio de doce años, para allí servir, y esperar el
momento de los decretos divinos, o sea, aquel en que el Verbo tomaría carne de una
pura e impecable virgen, y, convertido exteriormente en uno de tantos hombres,
pisaría la tierra con paso humano. La raza de Israel guardaba esa regla, consignada
por escrito y conservada en el templo por la tradición de los antepasados. Y, a menos
que no apareciese ningún signo o advertencia del Espíritu Santo, daban a aquellas
jóvenes en matrimonio. Así se procedió con aquellas doce vírgenes, que eran de la
raza de Judá y de la familia de David, y entre las cuales se encontraba la Virgen
María, que tenía preeminencia sobre todas. Se las reunió de común acuerdo, y se las
hizo comparecer en el lugar señalado. Y los sacerdotes consultaron la suerte a cuenta
de ellas y a intención de los celibatarios, para saber quién de éstos recibiría una como
esposa.
4. Y, cuando el Gran Sacerdote devolvió a los celibatarios sus tablillas respectivas,
que había sacado del templo, vio que el nombre de cada una de las vírgenes estaba
grabado sobre la tablilla de aquel a quien había tocado por mujer. Y, al tomar Zacarías
las tablillas, éstas no llevaban ningún signo, excepto los nombres que se hallaban
escritos en ellas. Pero, al entregar a José la última, en la cual se encontraba escrito el
nombre de María, he aquí que una paloma, que salió de la tablilla, se posó sobre la
cabeza del agraciado. Y Zacarías dijo a José: A ti te corresponde la Virgen María.
Recíbela, y guárdala como esposa tuya, puesto que te ha caído en suerte por una
decisión santa, para que se enlace contigo en matrimonio, como cada una de las otras
vírgenes a uno de los celibatarios.
5. Mas José, al oír esto, resistió y repuso: Yo os ruego, sacerdotes y todo el pueblo,
reunidos en este templo santo, que no me violentéis en presencia de todos. ¿Cómo
haré nada de lo que me decís? Tengo una numerosa familia de hijos y de hijas, y
quedaría avergonzado y confuso ante ellos. ¡No me violentéis! Mas los sacerdotes y
todo el pueblo le contestaron: Obedece a la voluntad de Dios, y no seas recalcitrante e
insumiso, porque no obras según la ley, al oponerte a esa voluntad. Y José dijo:
Siendo, como soy, viejo, y estando próximo a la muerte, ¿por qué me obligáis a hacer
en mi ancianidad cosas que no convienen a mi edad, ni a mi condición? Y el Gran
Sacerdote dijo: Escucha. No tendrás vergüenza ni confusión de ningún lado, sino de
todas partes bendición y gloria. Y José dijo: Hablas bien, pero la que me ha tocado es
una niña, no una mujer, y, al verlo y comprenderlo, todos los hijos de Israel me
pondrán en ridículo. Y el Gran Sacerdote dijo: Sabemos que eres bueno, justo y
temeroso de Dios. Esta virgen es huérfana, y se ve privada de sus padres. La hemos
tomado en tutela protectora, y en el templo la hemos residenciado, bajo la fe del
juramento. Los sacerdotes y todo el pueblo acabamos de atestiguar legalmente que te
ha caído en suerte María. Recógela por nuestra voluntad y nuestra bendición, y
guárdala con santidad y con respeto, conforme a la ley a la tradición de nuestros
antepasados, hasta que te llegue el momento de recibir la corona de gloria, al mismo
tiempo que las otras vírgenes y los otros celibatarios.
6. Y José dijo: Tened piedad de los cabellos blancos de mi vejez. No me impongáis la
carga, a que no tengo inclinación alguna, de guardarla con cuidado y con
circunspección, como conviene. Es una virgen que acaba de llegar a la edad núbil,
conforme a la naturaleza de las mujeres. ¿Cómo ha de ser para mí un deber aceptarla
en matrimonio, ya que esto constituiría un pecado? Y el Gran Sacerdote dijo: Si no
estabas dispuesto a consentir en las consecuencias de este acto, ¿quién te ha obligado
a ello? ¿Por qué has venido con los otros celibatarios? Y advierte que, después de
haberte presentado con ellos, y de haber tirado a la suerte, según el uso consagrado,
has recibido del templo del Señor un signo bendito e indicativo de que Dios te ha
concedido a María en matrimonio. Y José dijo: Yo no sabía esto de antemano, y, por
mis propias reflexiones, no me era posible conocer el acontecimiento que se
preparaba, ni sus resultas. Pero, repito, me hallo a punto de morir, y espero que
respetéis los cabellos blancos de mi cabeza y mi vida sin tacha. Y el Gran Sacerdote
dijo: Teme al Señor, y no resistas a sus órdenes. Recuerda cómo Dios procedió con
Coré, Dathan y Abiron, y cómo la tierra se abrió y los tragó a causa del acto de
desobediencia que cometieron. No los imites, si quieres evitar alguna desgracia
imprevista, que te advenga de súbito.
7. Cuando José hubo oído estas palabras, se inclinó, se prosternó ante los sacerdotes y
ante todo el pueblo, y sacando del templo a María, partió con ella, y la condujo a su
casa, en la villa de Nazareth. Al llegar, le advirtió: Hija mía, presta oídos a lo que voy
a decirte, y guarda su recuerdo. Yo proveeré a todas tus necesidades materiales, y tú
habitarás aquí honestamente. Guárdate a ti misma, y por ti misma vela. No vayas
inútilmente a parte alguna, y procura que nadie entre en casa, hasta que llegue el
momento en que, Dios mediante, vuelva al lado tuyo. Sea eternamente contigo el Dios
de Israel, Dios de nuestros padres. Y, habiendo hablado así, se levantó, y se puso en
camino, para ir a ejercer su oficio de carpintero.
8. Y, al cabo de pocos días, sucedió que los sacerdotes se reunieron en consejo, y
dijeron: Mandemos hacer, para el templo, un velo que será expuesto en el día de la
gran fiesta, ante la congregación de todo el pueblo, y que realzará el esplendor del
culto en el santo tabernáculo. Entonces el Gran Sacerdote ordenó que se convocase a
las mujeres y a las vírgenes que estaban consagradas a Dios en el templo, y que
pertenecían a la tribu de Judá y a la estirpe de David. Y, cuando las once vírgenes
hubieron llegado, Zacarías se acordó de que María pertenecía a aquella tribu y a
aquella estirpe, y mandó que fuesen a buscarla. Y, cuando María llegó, el Gran
Sacerdote dijo: Echad a suertes, para saber quiénes habéis de tejer la muselina y la
púrpura, lo encarnado y lo azul, y, echadas las suertes, la púrpura y la escarlata
tocaron a María. Y, tomándolas en silencio, regresó y comenzó por hilar la escarlata,
ante todo.
 
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astaroth1
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Sobre la voz del ángel mensajero, que anunció la impregnación de la Santa Virgen María

V


1. El año 303 de Alejandro, el 31 del mes de adar, el primer día de la semana, a la
hora tercera del día, María tomó su cántaro, y fue a la fuente en busca de agua. Y oyó
una voz que decía: Regocíjate, Virgen María. Súbitamente, María se turbó, y quedó
helada de espanto. Y miró a derecha y a izquierda, y, no viendo a nadie, se preguntó:
¿De dónde ha partido la voz que se ha dirigido a mí? Y, recogiendo su cántaro,
marchó precipitadamente a su casa, cuya puerta cerró y encerrojó cuidadosamente.
Después, se recogió, silenciosa, en el fondo de la casa. Y, en el estupo de su espíritu,
se decía con asombro: ¿Qué saludo es que se me ha hecho? ¿Cuál es el que me
conoce, y sabe de antemano quién soy? ¿A quién he visto yo que pueda hablarme en
esos términos? Y, pensando en todas esta cosas, se estremecía y temblaba.
2. Y, levantándose, se puso en oración, y dijo: Señor Dios de Israel, Dios de nuestros
padres, mírame con misericordia, y condesciende a mi demanda, y a la plegaria di mi
corazón. Escucha a tu miserable sierva, que te implora con esperanza y con confianza.
No me entregues a las tentaciones del seductor y a las emboscadas del enemigo, y
líbrame de los peligros y de la astucia del cazador, porqui espero y confío en que
guardarás mi virginidad intacta Señor y Dios mío. Y, luego que hubo hablado así,
rindió gracias al Señor, llorando. Y, después de haber permanecido en este estado
durante tres horas, tomando la escarlata, se puso a hilar.
3. Y he aquí que el ángel del Señor llegó, y penetró cerca de ella, estando las puertas
cerradas. El ser incorpóreo se le presentó bajo la apariencia de un ser corpóreo, y le
dijo: Regocíjate, María, sierva inmaculada del Señor Como el ángel se le apareciera
de súbito, María sintió pánico, y, en su pavor, era incapaz de responder. Y el ángel
dijo: No te espantes, María, bendita entre todas las mujeres. Yo soy el ángel Gabriel,
enviado por Dios para comu nicarte que quedarás encinta, y que darás a luz al hijo de
Altísimo, el cual será un gran rey, y prevalecerá sobre la tierra toda. María le
preguntó: ¿De qué hablas? ¿Qué es lo que expresas? Explícame este enigma. Y el
ángel repuso: Lo que te he dicho, lo has oído de mi boca. Recibe la invitación
contenida en este mensaje que acabo de hacerte y regocíjate. María dijo: Lo que me
manifiestas es de una novedad desconcertante, que me llena de sorpresa y de
asombro, pues afirmas que concebirá y pariré al tenor de las demás mujeres. ¿Cómo
ha de ocurrirme esto, si yo no conozco varón? Y el ángel dijo: ¡Oh Santa Virgen
María, no abrigues sospechas tales, y comprende lo que te revelo! No concebirás de
una criatura, ni de un marido, ni de la voluntad de un hombre, sino del poder y de la
gracia del Espíritu Santo, que habitará en ti, y que hará de ti lo que le plazca. María
dijo: Lo que me anuncias me parece extraordinario y duro de creer. Yo no puedo
conformarme, ni resignarme, con las cosas que me dices. Porque los prodigios de que
me hablas, me parecen chocantes en principio e inverosímiles de hecho. Al oír tus
palabras, mi alma se estremece de miedo, y tiembla. Mi espíritu continúa en la
perplejidad, y no sé qué respuesta dar a tus discursos. El ángel preguntó: ¿Por qué te
estremeces, y por qué tiembla tu alma?
4. Y María repuso: ¿Cómo podré conceder crédito a tus palabras, si jamás oí a nadie
otras parecidas, y ni aun sé lo que pretendes comunicarme? El ángel dijo: Mis
discursos son la exacta verdad. No te hablo a la ventura, ni conforme a mis propias
ideas, sino que te digo lo que he oído del Señor, y que Dios me ha enviado a
notificarte y a exponerte. Y tú tomas mi lenguaje por una falsedad. Teme al Señor, y
escúchame. La Virgen repuso: No es que considere tus discursos vanos, sino que
estoy poseída de un profundo asombro. Aquel que el firmamento y la tierra no pueden
contener, ni envolver su divinidad, y cuya gloria no pueden contemplar todas las
falanges celestes de espíritus luminosos y de seres ígneos, ¿podría yo sostenerlo, y
soportar su ardor infinito, y abrigarlo en mi carne? ¿Cómo sería yo capaz de llevarlo
corporalmente en mi seno, y de tocarlo con mis manos? Tu discurso es inverosímil; la
idea, incomprensible, y su realización desconcertante. Se necesita más que toda la
clarividencia del espíritu humano para escrutarlo y comprenderlo. ¿Quieres alucinar
mi espíritu con un discurso engañador? ¡No será así! El ángel replicó: ¡Oh
bienaventurada María, escúchame lo que decirte quiero! ¿Cómo la tienda de Abraham
recibió a Dios bajo formas corpóreas, sin que el fuego se le aproximase? ¿Cómo habló
Dios a Jacob, después de luchar con él? ¿Cómo Moisés, en el Sinaí, vio a Dios cara a
cara, y la hoguera en que se le mostró ardió, sin consumirse? A ti te sucederá igual
por otro concepto, y no tienes por qué temer a este propósito. Cree solamente, y oye
lo que ahora voy a significarte.
5. María opuso aún: ¿Cómo me sucederá lo que dices? ¿Y cómo conocerá yo en qué
día y a qué hora ocurrirá el suceso? Indícamelo. Y el ángel contestó: No hables así de
lo que ignoras, y no te niegues a creer lo que no comprendes. Humilla tu oído, y cree
todo lo que te revelo. María dijo: No hablo así por incredulidad, ni por desconfianza,
pero quiero asegurarme con exactitud, y saber con certeza cómo la cosa me ocurrirá y
en qué momento, a fin de que me halle dispuesta y prevenida. El ángel repuso: Su
advenimiento puede acaecer a cualquier hora. Al penetrar en tu seno, y habitar en él,
purificará y santificará toda la esencia de tu carne, que se convertirá en templo suyo.
María dijo: Pero ¿cómo advendrá esto, puesto que, repito, no conozco varón? El ángel
dijo: El Espíritu Santo vendrá a ti, y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra.
Y el Verbo divino tomará de ti un cuerpo, y parirás al hijo del Padre celestial, y tu
virginidad permanecerá intacta e inviolada. María dijo: ¿Y cómo una mujer,
conservando su virginidad, puede tener un hijo, sin la intervención de un hombre?
6. Y el ángel replicó: El caso no será como piensas. Tu maternidad no será efecto de
una concupiscente pasión corpórea, ni tu embarazo consecuencia de una relación
conyugal, porque tu virginidad permanecerá pura y sin tacha. La entrada del Verbo
divino no violará tu vientre, y, cuando salga de él, con su carne, no destruirá tu pureza
inmarchita, María exclamó: Tengo miedo de ti, porque me sonsacas con palabras
gratas de oír, y que me causan viva sorpresa. ¿Es que quieres convencerme mediante
frases engañosas, como sucedió a Eva, nuestra primera madre, a quien el demonio,
conversando con ella, persuadió por discursos dulces y agradables, y que fue en
seguida entregada a la muerte? El ángel dijo: ¡Oh Santa Virgen María, cuántas veces
me he dirigido a ti, y te he dicho la exacta verdad! Y no crees en las órdenes y en el
mensaje que te expresa mi boca, ni aun hallándome en tu presencia. De nuevo me
dirijo a ti en nombre de Dios, para que tu alma no se espante ante mi vista, ni tu
espíritu dude del que me ha enviado. Y no apartes de tu corazón las palabras que de
mí ya has oído. No he venido a hablarte por artificio engañoso de ninguna especie, ni
por trampa, ni por astucia, sino para preparar en ti el templo y la habitación del Verbo.
María dijo: Ante la insistencia de tus discursos, siento sobrecogido mi ánimo, y me
preocupa saber qué respuesta he de dar a lo que dices. Y, si no llego a convencerme a
mí propia, ¿a quién podré descubrir mi situación, y persuadirlo de que no miento?
7. Y el ángel exclamó: ¡Oh Santa Virgen sin mancilla, no te ocupes de aprensiones
vanas! María dijo: No dudo de tus palabras, ni tengo lo que dices por increíble, antes
bien, soy dichosa, y me regocijan vivamente tus discursos. Pero mi alma se estremece
y tiembla ante el pensamiento de que llevaré a Dios en mi carne, pada darlo a luz
como a un hombre, y que mi virginidad continuará inviolable. ¡Oh prodigio! ¡Y qué
maravilloso es el hecho de que me hablas! El ángel dijo: Una y otra vez he repetido
mi largo discurso, dándote de él mi verídico testimonio, y no me has creído. Y María
repuso: Te ruego, oh servidor del Altísimo, que no te enoje mi insistencia en
preguntarte. Porque tú conoces la naturaleza humana y su incredulidad en toda
materia. He aquí por qué yo quiero informarme fidedignamente, para saber al justo lo
que ha de ocurrirme. No quedes, pues, descontento de las frases que he pronunciado.
El ángel dijo: Llevas razón, pero ten fe en mí, que he sido enviado por Dios, para
hablarte, y para anunciarte la buena nueva.
8. Y María respondió: Sí, creo en tus discursos, sé que es verdad lo que hablas, y
acepto tus órdenes. Pero escucha lo que voy a decirte. Hasta el presente, he sido
guardada en la santidad y en la justicia, ante los sacerdotes y ante todo el pueblo,
después de haber sido legítimamente prometida a José, para ser su esposa. Y él se ha
eñcargado de recogerme en su casa, para velar cuidadosamente por mí, hasta el
momento que recibamos la corona de bendición, con las otras vírgenes y los otros
celibatarios. Y, si vuelve, y me encuentra encinta, ¿qué respuesta le daré? Y, si me
pregunta cuál es la causa de mi embarazo, ¿qué contestará a su interrogación? El
ángel dijo: ¡Oh bienaventurada María, escucha bien mi palabra, y guarda en tu
espíritu lo que voy a decirte! Esto no es obra del hombre, y el fenómeno de que te
hablo no provendrá de nadie, y el mismo Señor lo realizará en ti, y él posee el poder
de sustraerte a todas las angustias de la prueba. María dijo: Si la cosa es tal como la
explicas, y el mismo Señor se digna descender hasta su esclava y su sierva, hágase en
mí según tu palabra. Y el ángel la abandonó.
9. No bien la Virgen hubo pronunciado aquella frase de humillación, el Verbo divino
penetró en ella por su oreja. Y la naturaleza íntima de su cuerpo animado fue
santificada, con todos sus sentidos y con los doce miembros u órganos de sus
sentidos, y quedó purificada como el oro en el fuego. Y se convirtió en un templo
santo e inmaculado, y en la mansión del Verbo divino. Y, en el mismo momento,
comenzó el embarazo. Porque, cuando el ángel llevó la buena nueva a María, era el 15
de nisan, lo que hace el 6 de abril, un miércoles, a la hora tercera del día.
10. Y, al mismo tiempo, un ángel se apresuró a ir al país de los persas, para prevenir a
los reyes magos, y para ordenarles que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos,
después de haber sido guiados por una estrella durante nueve meses, llegaron a su
destino en el punto y hora en que la Virgen acababa de ser madre. Porque, en aquella
época, el reino de los persas dominaba, por su poder y por sus victorias, sobre todos
los reyes que existían en los países de Oriente. Y los reyes de los magos eran tres
hermanos: el primero, Melkon, que imperaba sobre los persas; el segundo, Baltasar,
que prevalecía sobre los indios; y el tercero, Gaspar, que poseía el país de los árabes.
Habiéndose reunido por obediencia al mandato de Dios, se presentaron en Judea en el
instante en que María había dado a luz. Y, habiendo apresurado su marcha, se
encontraron allí en el tiempo preciso del nacimiento de Jesús.
11. Y, luego que la Virgen recibió el mensaje de su lmpregnación por el Espíritu
Santo, vio a los coros angélicos, que cantaban en loor suyo. Y, al verlos, se sintió
llena de pánico a una que de gozo. Y, con la faz postrada contra la tierra, se puso a
alabar a Dios en hebreo, exclamando: ¡ Oh Señor de mi espíritu y de mi cuerpo, tú
tienes el poder de cumplir todas las voluntades de tu amor creador, y tú decides
libremente de toda cosa conforme a tu albedrío! Dígnate condescender con las
plegarias de tu esclava y de tu sierva. Atiéndeme y libra mí alma, por cuanto eres el
Dios mi Salvador, y tu nombre, Señor, ha sido invocado sobre mí cotidianamente. Y,
hasta este día, me he guardado en la santidad, en la justicia y en la pureza, ordenada
por ti, y he conservado mi virginidad firme e intacta, sin ningún deseo de carnales
mancillas. Y, ahora, hágase tu voluntad.
12. Y, habiendo hablado así, María se levantó, y dio gracias al Altísimo. Después de lo
cual, pasó una hora. Y, como la Virgen reflexionase, comenzó a llorar, y dijo: ¿Qué
prodigio nuevo, y que no se había visto en el nacimiento de ningún hombre, es el que
se realiza en mí? ¿No me convertiré en la fábula y en el ludibrio de todos, hombres y
mujeres? Heme aquí, pues, en la mayor perplejidad. No sé qué hacer, ni qué respuesta
dar a quienquiera se informe de mí. ¿A quién me dirigiré, y cómo justificaré todo
esto? ¿Por qué mi madre me ha parido? ¿Por qué mis progenitores me han consagrado
a Dios, en la tristeza de su alma, para convertirme en objeto de reproche para mí
misma y para ellos? ¿Por qué me han obligado a guardar virginidad en el templo
santo? ¿Por qué no he recibido más pronto la sentencia de muerte, que me sacará de
este mundo? Y, puesto que permanezco con vida, ¿por qué mis padres no me han
dado en matrimonio, sin decir nada, como a las demás hijas de los hebreos? ¿Quién ha
visto ni oído nunca cosa semejante? ¿Quién creerá que dé a luz una mujer que no ha
conocido varón? ¿A quién, ni en público, ni en secreto, contaré sin reticencia lo que
ocurre? ¿Podré persuadir, a fuerza de palabras, ni a casadas, ni a solteras? Si les
revelo exactamente lo insólito de mi caso, creerán que me mofo, y, si hablo bajo la fe
del juramento, juzgarán que soy perjura. Decir falsedades, me es imposible, y
condenarme a mí misma, siendo inocente, es bien duro. Si se me exige un testigo,
nadie podrá justificarme. Y, si repito por segunda vez mi declaración, diciendo la
verdad, se me condenará a muerte con desprecio. Todos los que oigan mi declaración,
prójimos o extraños, dirán: Quiere engañar, con vanos subterfugios, a los insensatos y
a los irreflexivos. No sé qué hacer, ni quién me sugerirá una respuesta que dar a todos,
con respecto a este asunto; ni cómo diré esto a mi marido, cuyo nombre he recibido
por el matrimonio; ni cómo me atrever a tomar la palabra ante los sacerdotes y el
pueblo; ni cómo soportará ser entregada, delante de todo el mundo, al apa rato de la
justicia humana. Si declaro a las casadas que soy virgen, y que he concebido sin la
operación de un horn bre, tomarán mis palabras por una burla, y no me creerán.
¿Cómo podré yo darme cuenta a mf misma de lo que me ha sucedido? Todo aquello
de lo que tengo conciencia, es que mi virginidad está a salvo, y que mi embarazo es
cierto. Porque el ángel del Señor me ha dicho la verdad, sin mentira alguna. No me ha
engaño con vanas habilidades, sino que ha transmitido, exacta y sinceramente, las
palabras pronunciadas por el Espíritu Santo. ¿Qué hacer, pues, ahora que me he
convértido en objeto de censura y de reprobación entre los hijos de Israel? ¡Oh palabra
asombrosa! ¡ Oh obra sorprendente! Oh prodigio terrible y desconcertante! Nadie
creerá que yo no haya conocido varón, y que mi embarazo es un ejemplo. Y, si digo
seriamente a alguien: Cree que estoy encinta, y que, sin embargo, permanezco virgen,
me contestará: Sea. Yo creo que hablas exacta y sinceramente. Pero explicame cómo
una virgen puede llegar a ser madre, sin que un hombre haya destruido su virginidad.
Y, con estas pocas palabras, me pondrán en ridículo. Bien sé que muchos hablarán
perversamente de mí, y que me condenarán a la ligera, a pesar de mi inocencia. Sin
embargo, el Señor me salvará de las murmuraciones y de los ultrajes de los hombres.
13. Habiendo dicho estas cosas, María dejó de hablar entre sí. Y, levantándose, abrió
la puerta de la casa, para ver si había por allí alguien que prestase oídos a las palabras
que pronunciara anteriormente. Como no percibiese ningún ser humano, volvió al
interior de la casa, y, tomando la escarlata y la púrpura que había recibido de manos
de los sacerdotes, para hacer un velo del templo, se puso a hilarlas. Cuando terminó su
obra, fue a llevarla al Gran Sacerdote. Y éste, tomándola de las manos de la Virgen
Santa, le dijo: María, hija mía, bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es tu
seno virginal. El Señor magnificará tu santo nombre por toda la tierra. Tendrás
preeminencia sobre todas las mujeres, y llegarás a ser la madre de las vírgenes. De ti
vendrá al mundo su salvación. Así habló Zacarías. María se prosternó ante los
sacerdotes y ante todo el pueblo, y, sumamente gozosa, regresó a su casa.
14. Y, cuando tuvo lugar la anunciación del ángel a María, el embarazo de Isabel
duraba ya desde su comienzo el 20 de tesrín, lo que hace el 9 de octubre, y de esta
fecha al 15 de nisan, es decir, al 6 de abril, habían transcurrido ciento ochenta días, lo
que hace seis meses. Entonces comenzó la encarnación del Cristo, por la cual tomó
carne en la Virgen Santa. Y un día, ésta, reflexionando, se dijo: Iré a ver a mi prima
Isabel, le contaré todo lo ocurrido, y cuanto ella me diga, otro tanto haré. Y envió a
José, a Bethlehem, un mensaje concebido en estos términos: Te ruego que me dejes ir
a ver a Isabel, mi prima. Y José le permitió ir, y ella salió a escondidas a punto de
amanecer y, dirigiéndose hacia las montañas de Judea, llegó a la villa de Judá. Y entró
en la morada de Zacarías, y saludó a su parienta.
15. Y, cuando Isabel oyó la vez de María, su hijo saltó en su vientre. E Isabel, llena del
Espíritu Santo, elevó la voz, y exclamó: Bendita eres entre todas las mujeres, y
bendito es el fruto de tus entrañas. ¿De dónde que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque, al llegar a mi oído tus palabras de saludo, mi hijo saltó en mi vientre. María,
que tal oyó, levantó hacia el cielo sus ojos preñados de lágrimas, y dijo: Señor, ¿qué
tengo yo, que todas las naciones me proclaman bienaventurada? ¿Por qué he sido
puesta en evidencia entre todas las mujeres e hijas de los hebreos, y por qué mi
nombre se hace célebre y famoso en todas las tribus de Israel? Y es que María había
olvidado lo que el ángel le comunícara precedentemente.
16. Y María permaneció mucho tiempo en casa de Isabel, y, confidencialmente, le
relató por orden todo lo que había visto y oído del ángel. Vivamente sorprendida,
Isabel repuso: Hija mía, lo que me refieres, es una obra maravillosa de Dios. Pero
atiende a lo que voy a decirte. No te espantes de lo que te ocurra, y no seas incrédula.
Pensamientos, actos, palabras, todo, en esto, sobrepuja absolutamente al espíritu
humano. Veme a mí, que estoy avanzada en edad y ya próxima a la muerte, y que, sin
embargo, me hallo encinta, a pesar de mi vejez y de mis cabellos blancos, porque
nada hay imposible para Dios. Cuanto a ti, ve silenciosamente a encerrarte en tu casa.
No participes a nadie lo que has visto y oído. No lo cuentes a ninguno de los hijos de
Israel, no sea que, llamados a engaño, te pongan en irrisión, ni tampoco a tu marido,
no sea que lo hieras en el corazón, y te repudie. Espera que la voluntad del Señor se
cumpla, y Él te manifestará lo que tiene intención de hacer.
17. Y María dijo: Obraré de acuerdo con tus recomendaciones. E Isabel añadió:
Escucha y guarda el consejo que te doy. Vuelve en paz a tu casa, y permanece
discretamente en ella, sin ir y venir de aquí para allí. Ocúltate al mundo, a fin de que
nadie sepa nada. Haz todo lo que tu marido te ordene. Y, en tus apuros, el Señor sabrá
prepararte una salida. No temas, y regocíjate. Así habló Isabel. María se prosterné
ante ella, y volvió a su casa con júbilo. Y allí continuó muchos días. Y el niño se
desarrollaba, de día en día, en su seno. Y, temiendo al mundo, permanecía
perpetuamente escondida, a fin de que persona alguna se enterase de su estado.
 
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astaroth1
view post Posted on 8/2/2016, 05:21




Aflicción de José.

Las sospechas que tuvo, y el juicio que formó de la muy Santa Virgen

VI


1. Cuando María alcanzó el quinto mes de su embarazo, José marchó de
Bethlehem, su pueblo natal, después de haber construido una casa, y regresó a la suya
de Nazareth, para continuar sus trabajos de carpintería. María fue a su encuentro, y se
prosterné ante él. Y José le preguntó: ¿Cómo te va? ¿Estás contenta? ¿Te ha ocurrido
algo? Y María repuso: Me va bien. Y, después de haber preparado la mesa, comieron
ambos en buena paz y compañía. Y José habiéndose tendido sobre un camastro, quiso
reposar un poco. Mas, al dirigir su mirada a María, vio que su semblante alterado
pasaba por todos los colores. Y ella intentó ocultar su confusión, sin conseguirlo.
2. José la miró con tristeza, e incorporándose de donde estaba recostado, le dijo: Me
parece, hija mía, que no tienes tu acostumbrada gracia infantil, porque te hallo un
tanto cambiada. Y María contestó: ¿Qué quieres decirme, con esa observación y con
ese examen? Y José advirtió: Me admiran tus palabras y tus pretextos. ¿Por qué estás
desmañada, deprimida, triste y con los rasgos de tu fisonomía alterados? ¿Te ha
hablado alguien? Ello me descontentaría. ¿Te ha sobrevenido alguna enfermedad o
dolencia? ¿O bien has pasado por alguna prueba, o sufrido las intrigas de los
hombres? María respondió: No hay nada de eso. Y José dijo: Entonces, ¿por qué no
me respondes francamente? María dijo: ¿Qué quieres que te responda? Y José dijo:
No creeré en tus palabras antes de haber visto. Ponte francamente en evidencia ante
mí, para que yo me cerciore de que hablas verdad. Y María, interiormente turbada, no
sabía qué hacer. Mas José, envolviendo a María a una ojeada atenta, vio que estaba
encinta. Y, dando un gran grito, exclamó: ¡Ah, qué criminal acción has cometido,
desgraciada!
3. Y José, cayendo de su asiento y puesta su faz contra la tierra, se golpeó la frente con
la mano, se mesó la barba y los cabellos blancos de su cabeza, y arrastró su cara por el
polvo, clamando: ¡Malhaya yo! ¡Maldición sobre mi triste vejez! ¿Qué ha ocurrido
aquí? ¿Qué desastre ha recaído sobre mi casa? ¿Con qué rostro mirará, en adelante, el
rostro de los hombres? ¿Qué responderá a los sacerdotes y a todo el pueblo de Israel?
¿Cómo logrará detener una persecución judicial? ¿Y con qué artificio conseguiré
apaciguar la opinión pública? ¿Qué haré en esta coyuntura, y cómo paliará el hecho
de haber recibido del templo a esta virgen, santa y sin tacha, y no haber sabido
mantenerla en la observancia de la ley, según la tradición de mis padres? Si se me
hace la intimación de por qué he dejado desflorar la pureza inmaculada de mi pupila,
¿qué respuesta daré a los sacerdotes y a todo el pueblo? ¿Cuál es el enemigo que me
ha tendido este lazo? ¿Qué bandido me ha arrebatado la virginidad de esta niña?
¿Quién ha perpetrado tamaño delito en mi casa, y hecho de mí un objeto de burla y de
oprobio entre los hijos de Israel? ¿Va a recaer sobre mí la falta del que, por la perfidia
de la serpiente, perdió su estado dichoso?
4. Y, hablando así, José se golpeaba el pecho, con gemidos entreverados de lágrimas.
Después, hizo comparecer de nuevo a María, y le dijo: ¡Oh alma digna de llanto
perpetuo, que te has hundido en el extravío más monstruoso, dime qué acción
prohibida has realizado! Porque has olvidado al Señor tu Dios, que te ha formad en el
seno de tu madre, tú, a quién tus padres te obtuvieron del Altísimo, a fuerza de sufrir y
de llorar, y que te ofrecieron a Él religiosamente y según la ley; que fuiste sustentada
y educada en el tempo; que oíste continuamente las alabanzas al Eterno y el canto de
los ángeles que prestaste oído atento a la lectura de los sagrados li bros, y escuchaste
sus palabras con unción y con respeto Y, a la muerte de sus padres, permaneciste en
tutela en el templo, hasta el momento en que quedaste corregida de toda inclinación
pecaminosa. Instruida y versada en las leyes divinas, recibiste, con gran honra, la
bendición de los sacerdotes. Y, luego que se te me confió, por mandato del Señor y
con beneplácito de los sacerdotes y de todo el pueblo, te acepté piadosamente, y te
establecí en mi casa, proveyendo a todas tus necesidades materiales, y
recomendándote que fueses prudente, y que velases por ti misma hasta mi regreso.
¿Qué es, pues, lo que has hecho, di? ¿Por qué no respondes palabra, y te niegas a
defenderte? ¿Por qué, desventurada e infortunada, te has hundido en tal desorden, y
convertido en objeto de vergüenza universal, entre los hombres, las mujeres y todo el
género humano?
5. Y María, bajando la cabeza, lloraba y sollozaba. Al cabo, dijo: No me juzgues a la
ligera, y no sospeches injuriosamente de mi virginidad, porque pura estoy de todo
pecado, y no conozco en absoluto varón. José dijo: En tal caso, explícame de qué tu
embarazo proviene. María dijo: Por la vida del Señor, que no sé lo que exiges de mí.
José dijo: No te hablo con violencia y con cólera, sino que quiero interrogarte
amistosamente. Indícame qué hombre se ha introducido o lo han introducido cerca de
ti, o a qué casa has ido imprudentemente. María dijo: No he ido jamás a parte alguna,
ni he salido de esta casa. José dijo: ¡He aquí algo prodigioso! Tú no sabes nada, y yo
veo con certidumbre que estás encinta. ¿Quién ha oído nunca que una mujer pueda
concebir y parir sin la intervención de un hombre? No creo en semejantes discursos.
María dijo: ¿Cómo, entonces, podré satisfacerte? Puesto que me interrogas con toda
sinceridad sobre el asunto, yo atestiguo, por mi parte, que pura estoy de todo pecado,
y que no conozco en absoluto varón. Y, si me juzgas temerariamente, habrás de
responder ante Dios de mí.
6. Al oír estas palabras, José quedó sorprendido, y concibió un vivo temor. Y,
poniéndose a reflexionar, dijo: ¡Cosa espantable y maravillosa! No comprendo nada
del curso de estos acontecimientos, tan extraños de suyo, y tan fuera de toda
concepción, de todo lo que hemos escuchado con nuestros propios oídos, de todo lo
que hemos aprendido de nuestros antepasados. El estupor constriñe mi espíritu. ¿A
quién me dirigiré? ¿A quién consultaré sobre este negocio? Porque vacilo ante el
pensamiento de que el hecho, secreto todavía, sea divulgado y contado por doquiera, y
que los que lo sepan, se mofen de nosotros. María dijo: ¿Hasta cuándo te sentirás
arrebatado contra mí, y me condenarás en desconsiderados términos? ¿No acabarás de
abrumarme con tus ultrajes? José dijo: Es que no puedo resistir la aflicción y la
tristeza que se han abatido sobre mi corazón. ¿Qué haré de ti, y qué respuesta daré a
quien acerca de ti me pregunte? Y temo que, si el hecho se muestra ostentoso, y es
llevado y traído con escándalo por la vía pública, mis canas queden deshonradas entre
los hijos de Israel.
7. Y José prorrumpió en amargo lloro, exclamando: Triste e infeliz viejo, ¿por qué
aceptaste tu papel de guardián? ¿Por qué obedeciste a los sacerdotes y a todo el
pueblo, para, en su ancianidad y a punto de morir, ver deshonradas tus canas? Y,
como no sabía qué partido tomar, se puso a reflexionar, y se dijo: ¿Qué haré de esta
niña? Porque no sabré lo que con ella ocurre, mientras el Señor no manifieste los
acaecimientos que se preparan, y yo, en todo ello, no he obrado por voluntad propia.
Pero sé con certeza que, si la prueba a que se me someta procede de Dios, será para
bien mío, y que si, por lo contrario, mi pena es obra del enemigo malo, el Señor me
librará de él. Con todo, ignoro cómo he de proceder. Si condeno a María, esto será, de
mi parte, una gran falta, y si hablo mal de ella, será justamente castigada por Dios. La
tomaré, pues, secretamente esta noche. la sacará de casa, y la dejaré ir en paz adonde
quiera.
8. Entonces, llamó a María, y le dijo: Todo lo que me has expuesto, verdadero o falso,
lo he escuchado , lo he creído. No te haré ningún mal, pero esta noche te sacará de
casa y te despediré, para que vayas adonde quieras. María, que tal oyó, se deshizo en
lágrimas. José salió tristemente de su casa, se fue de allí sin rumbc fijo, y, habiéndose
sentado, lloraba y se golpeaba el pecho.
9. Y María, prosternando la faz contra el suelo, habló en esta guisa: ¡Dios de mis
padres, Dios de Israel mira, en tu misericordia, los tormentos de tu siervo y la
desolación de mi alma! No me entregues, Señor, a la vergüenza y a las calumnias del
vulgo. Puesto que sabes que el corazón de los hombres es incrédulo, manifiesta tu
nombre ante todos, a fin de que confiesen que tú solo eres el Señor Dios, y que tu
nombre ha sido pronunciad sobre nosotros por ti mismo. Y, esto dicho, María derramó
copiosas lágrimas ante el Señor. Y, en el mismo instante, un ángel le dirigió la
palabra, diciendo: No temas porque he aquí que yo estoy contigo para salvarte di
todas tus tribulaciones. Sé valerosa, y regocíjate. Y, habiendo hablado así, el ángel la
abandonó. Y María, levantándose, dio gracias al Señor.
10. A la caída de la tarde, José volvió en silencio su casa. Y sentándose, y poniendo
los ojos en María, la vio muy alegre y con los rasgos de su rostro dilatados Y José le
dijo: Hija mía, por hallarte a punto de separarte de mí, e ir adonde quieras, me parece
hallarte excesivamente regocijada y con el semblante demasiado se reno y jubiloso. Y
María repuso: No es eso, sino qui doy gracias a Dios en todo tiempo, porque posee el
poder de realizar cuanto se le pide, y porque el Señor mismo, que escruta las
conciencias y las almas, tiene la voluntad y el designio de manifestar, ante todos y
ante cada uno en particular, las acciones de los hombres.
11. Y, dichas estas palabras, María calló. Y José continuó presa de la tristeza desde el
anochecido hasta la madrugada, y no comió, ni bebió. Y, como se hubiese dormido, el
ángel del Señor se mostró a él en una visión nocturna, y le dijo: José, hijo de David,
no temas conservar bajo tutela a María tu esposa, porque lo que ella ha concebido del
Espíritu Santo es. Y traerá al mundo un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Y José
despertó, y, levantándose, se puso en oración, y habló de esta suerte: Dios de mis
padres, Dios de Israel, te doy gracias, Señor, y glorifico tu nombre santo, oh tú, que
has atendido a la voz de mis súplicas, y que no me has abandonado en el tiempo de mi
vejez, antes al contrario, me has hecho esperar consuelo y salud, has disipado de mi
corazón el duelo y la pena, y has guardado a la Santa Virgen pura de toda mancilla
terrestre, para que, desde esta noche, parezca a mis ojos radiante como la luz. Y,
después de así expresarse, José se sintió lleno de regocijo, y alabó al Creador del
universo.
 
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astaroth1
view post Posted on 8/2/2016, 05:49




De cómo María demostró su virginidad y la castidad de José.

Se los somete a ambos a la prueba del agua

VII


1. Cuando el primer resplandor del alba iluminó las tinieblas, José volvió a
despertarse, llamó a María, se inclinó ante ella, y le pidió perdón, diciendo: Has sido
sincera, querida esposa, y con razón se te llama Sublime. Yo he pecado contra el
Señor mi Dios, porque frecuentemente he sospechado de tu virginidad sagrada, y no
he comprendido antes lo que encerraban las palabras que me decías. Y, en tanto que
José, abandonándose a sus reflexiones, hablaba de ese modo, y se absorbía en sus
pensamientos, he aquí que sobrevino un escriba llamado Anás, varón piadoso y fiel,
adherido al servicio del templo del Señor. Cuando entró en la casa, José se adelantó a
recibirlo, se abrazaron ambos, y tomaron asiento. Y el escriba Anás preguntó: ¿Has
vuelto felizmente de tu viaje, padre venerado? ¿Cómo te ha ido en tu marcha y en tu
regreso? Y José repuso: Muy dichoso soy al verte aquí, escriba y servidor de Dios. Y
el escriba dijo: ¿Cuándo has llegado, hombre venerable, viejo agradable al Señor?
José dijo: Llegué ayer, pero estaba fatigado en extremo, y no pude asistir a la
ceremonia de la plegaria. El escriba dijo: Los sacerdotes y todo el pueblo esperaron
algún tiempo tu llegada, porque bien sabes cuán considerado eres entre los hijos de
Israel. José dijo: Bendígalos Dios ahora y siempre.
2. Y, cruzadas estas palabras, se sentaron a la mesa, comieron, bebieron, se
regocijaron, y alabaron a Dios. Pero, en aquel momento, el escriba Anás detuvo sus
ojos en la Virgen María, y vio que estaba encinta. Se calló, sin embargo, y fue en
busca de los sacerdotes, a quienes dijo: Este José, que suponéis es el tipo del perfecto
justo, ha cometido una grave iniquidad. Los sacerdotes dijeron: ¿Qué obra inicua has
observado en él? El escriba dijo: La Virgen María, que sacó del templo y a quien le
habíais ordenado que santamente guardase, está violada hoy día, sin haber recibido
regularmente la corona de bendición. Los sacerdotes dijeron: José no ha hecho eso,
por que es un varón muy cabal e incapaz de faltar a su promesa, y de conculcar las
reglas de la justicia. El escriba opuso: Yo lo he visto con mis propios ojos. ¿Por qué
no creéis lo que os digo? Y el Gran Sacerdote repuso: No levantes falso testimonio,
porque se te imputará comc un pecado. Y el escriba replicó: Si mi testimonio es falso,
declararé ante Dios y ante todo el pueblo que soy digno de muerte. Y, si no das
crédito a mi palabra, ordena a alguien que vaya a mirar atentamente a la Virgen
María, y quedarás informado a placer y satisfacción.
3. Entonces Zacarías, el Gran Sacerdote, mandó unos conserjes del templo del Señor,
que citasen a Jose delante de todo el pueblo. Y, cuando los conserjes llega ron a la
casa encontraron que la Virgen María estaba encinta, y volvieron al templo,
testificando que el escriba Anás llevaba razón. Y los príncipes de los sacerdotes
enviaron a buscar a José y a María, para que compareciesen ante su tribunal. Y,
cuando llegaron, en medio de una gran afluencia del pueblo, el Gran Sacerdote
preguntó a María: ¿Qué acción ilegítima has llevado a cabo, hija mía, tú, que has sido
educada en el Santo de los Santos, y que, por tres veces has oído los cantos de los
ángeles? ¿Cómo es posible que hayas perdido tu virginidad, y olvidado al Señor tu
Dios? Y María bajó silenciosamente la cabeza, se prosternó humildemente ante los
sacerdotes y ante todo el pueblo, y respondió llorando: Juro por Dios vivo y por la
santidad de su nombre, que permanezco pura, y que no he conocido varón. Y Zacarías
la interrogó proféticamente: ¿Serás la madre del Mesías? Pero ¿cómo creer en tus
palabras? Auguras no haber conocido varón, y, sin embargo, estás encinta. ¿De
dónde, pues, procede tu embarazo? María dijo: Lo ignoro.
4. Entonces Zacarías ordenó que se le llevase a José, y, cuando lo tuvo delante, le
preguntó: ¿Qué has hecho, José? ¿Cómo has podido cometer, entre los hijos de Israel,
esa falta que te deshonrará entre numerosas tribus? Y José repuso: No sé lo que
quieres decir. Mas no me condenes a la ligera y sin testimonio, porque te harás
culpable de ello. El Gran Sacerdote dijo: No te condeno sin motivo y con inhibición
de tu inocencia, sino con razón. Devuélveme virgen a la santa y pura María, que has
recibido del templo. Donde no, reo eres de muerte. José concedió: No te lo niego,
pero juro por la vida del Señor Dios de Israel, que no sé nada de lo que me dices. El
Gran Sacerdote opuso: No mientas, y respóndeme con lealtad. ¿Te has arrogado el
derecho del matrimonio? ¿Has despreciado la ley del Señor, sin declararlo a los hijos
de Israel, ni doblar tu cabeza ante la poderosa mano de Dios, a fin de que tu
descendencia sea bendita, en la tierra entera? José respondió: Te.lo dije ya, y te lo
repito ahora, en la esperanza de que me creas. Tú mismo sabes perfectamente que
jamás me he apartado de los mandamientos de Dios, y que jamás he sido enemigo de
nadie. Y el Señor mismo podría atestiguar que nunca he conocido otra mujer que mi
primera y legítima esposa. Sois vosotros, sacerdotes y pueblo, quienes, ligándoos
contra mí, me habéis persuadido a mi pesar, a fuerza de instancias y de lisonjas, y yo,
por respeto a vosotros y a Dios, me sometí a vuestras órdenes, en lo tocante a la tutela
de María. E hice todo lo que convenía, conforme a lo que habíais imaginado
imponerme, llevando a esta doncella a mi casa, proveyendo a todas sus necesidades
materiales, recomendándole ser prudente, y conservarse en la santidad hasta mi
regreso. Yo me puse en camino, y me consagré en Bethlehem a los trabajos de mi
profesión, hasta concluir lo que tenía que hacer. Cuando ayer volví, todo el mundo
pudo enterarse de las circunstancias de mi llegada. Y, de la virgen, nada he visto, ni
nada sé, sino que está encinta.
5. Cuando la multitud del pueblo oyó esto, exclamó: Este viejo es justo y leal. Y el
Gran Sacerdote expuso: Admito de buen grado lo que dices. Pero esta joven no era
más que una niña, huérfana de padre y madre. Tú, en cambio, eras viejo, y he aquí por
qué te hemos confiado la custodia de su virginidad, para que permaneciese intacta e
inmaculada, hasta el momento en que recibieseis ambos la corona de bendición. Y
José dijo: Sin duda, pero yo no tenía idea alguna de lo que iba a suceder. Por lo
demás, el Señor manifestará, de la manera que quiera, la injusticia de que he sido
víctima. Y, esto hablado, José se encerró en el silencio.
6. El Gran Sacerdote dijo: Beberéis el agua de prueba, y el Señor revelará vuestro
delito, si sois culpables. Entonces Zacarías, tomando el agua de prueba, llamó a José a
su presencia y le dijo: ¡Oh hombre, piensa en tu ancianidad canosa! Contempla este
veneno de vida y de muerte, y no te lances con voluntaria e insensata temeridad a la
perdición. Y José dijo: Por la vida del Señor y por la santidad de su nombre, juro no
tener conciencia de falta alguna. Pero, si el Señor quiere condenarme, a pesar de mi
inocencia, cúmplase su voluntad. Y el Gran Sacerdote dio a beber el agua a José, y
luego le ordenó que fuese y volviese rápidamente. Y José fue y volvió corriendo, y
bajó indemne, sin deshonra, y sin que su persona hubiese sufrido ningún daño. Y,
cuando vieron que no había sido atacado por la muerte, todos se llenaron de un vivo
temor.
7. En seguida, el Gran Sacerdote mandó que se llamase a María a su presencia.
Cuando hubo llegado, Zacarías, tomando el agua de la prueba, dijo: Hija mía,
considera tu corta edad, y acuérdate del tiempo pasado, en que has sido sustentada y
educada en el templo. Ten piedad de ti misma, y, si eres inocente, sálvate de la
muerte, y no te advendrá ningún mal. Pero, si quieres tentar con engaño al Dios vivo,
Él te confundirá públicamente, y tu fin será desastroso. María repuso llorando: Mi
conciencia no me acusa de ninguna culpa, y mi virginidad permanece santa, inviolada
y sin la menor mancilla. Si el Señor me condena, a pesar de mi inocencia, cúmplase
su voluntad.
8. Y el Gran Sacerdote dio a beber el agua a María y luego le ordenó que fuese y
volviese rápidamente. Ella partió, se alejó, descendió (de la montaña) y regresó
intacta y sin mácula alguna. Viendo lo cual la multitud, poseída de admiración, quedó
estupefacta, y dijo: Bendito sea el señor Dios de Israel, que hace justicia a los que son
puros e inocentes. Porque han salido indemnes de la prueba, y en ellos no ha
aparecido ninguna obra culpable. Entonces el Gran Sacerdote hizo que compareciesen
ante él José y María, y les dijo: Bien se os alcanza que era preciso responder de
vosotros ante Dios. Lo que la ley nos ordena hacer, lo hemos hecho. El Señor no ha
manifestado vuestro pecado, y yo tampoco os condeno. Id en paz.
9. Y, después de haberse prosternado ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, José y
María volvieron a su casa y allí discretamente se ocultaron, sin mostrarse a nadie. Y
en su casa permanecieron hasta el término del embarazo de María. Y, cuando ésta
sintió que se aproximaban los dolores del parto, José tuvo miedo, y se dijo: ¿Qué haré
con ella, de modo que persona alguna sepa, para confusión nuestra, lo que va a
ocurrir? Y advirtió a su esposa: No conviene que quedemos en esta licalidad. Vamos a
un país lejano, donde nadie nos conozca. Porque, si permanecemos aquí, los que se
enteren de que has sido madre, lanzarán sobre nosotros el ridículo y el escarnio. Y
María dijo: Haz lo que gustes.
 
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astaroth1
view post Posted on 8/2/2016, 06:15




Del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo en la caverna

VIII


1. En aquellos días, llegó un decreto de Augusto, que ordenaba hacer un
empadronamiento por toda la tierra, y entregar al emperador los impuestos debidos al
tesoro, teniendo cada cual que pagar anualmente un diezmo calculado sobre el estado
nominativo de las personas pertenecientes a su casa. En vista de ello, José resolvió
presentarse con María al censo, para ser inscritos en él ambos, así como las demás
personas de su familia. E inmediatamente enjaezó su montura, y preparó todo lo
preciso para su subsistencia corporal. Y, tomando consigo a su hijo menor José colocó
a María sobre el asno, y juntos partieron, siguiendo la ruta que se dirige hacia el Sur.
2. Y, cuando estuvieron a quince estadios de Nazareth, lo que hace nueve millas, José
miró a María, y vio que su semblante estaba alterado, sombrío y melancólico. Pensó
entre sí: Hállase en gestación, y, a causa de su embarazo, no puede sostenerse bien
sobre su cabalgadura. Y preguntó a María: ¿Por qué está triste y turbada tu alma? Y
María repuso: ¿Cómo podría estar alegre, encontrándome, como me encuentro,
encinta, y no sabiendo adónde voy? José dijo: Tienes razón, María. Pero bendito sea
el Señor Dios de Israel, que nos ha librado de la calumnia y de la denigración de los
hombres. Y María replicó: ¿No te dije tiempo ha, en la esperanza de que me creyeses,
que yo no era consciente de falta alguna, y que me juzgabas con ligereza temeraria, a
pesar de mi inocencia? Pero el Señor de todas las cosas es quien me ha librado de
mortales peligros.
3. Y, después de haber caminado una hora, José volvió a mirar a María, y vio con
júbilo que ésta se estremecía de regocijo. Y María lo interrogó: ¿Por qué me miras, y
por qué tu insistencia en preguntarme? José dijo: Es que me admiran los cambios de
tu rostro, tan pronto triste como alegre. María dijo: Me exalto gozosamente, porque
Dios me ha preservado de las emboscadas del enemigo. Mas quiero, para instrucción
tuya, revelarte una cosa nueva. José dijo: Veamos. María dijo: Me alegro y me
entristezco, porque contemplo dos ejércitos compuestos de numerosos batallones: uno
a la derecha y otro a la izquierda. Los soldados del que se encuentra a la derecha, se
muestran alegres, y los del que se encuentra a la izquierda, tristes.
4. Al oír esto, José quedó asombrado, y, sumiéndose en reflexión, se dijo: ¿Qué
significa tan extraña visión? Y, en el mismo momento, un ángel se dirigió a María, y
le dijo: Regocíjate, virgen y sierva del Señor. ¿Ves la señal que te ha aparecido?
María dijo: Sí. El ángel dijo: Hoy día, los dolores de tu liberación están próximos. Las
tropas que divisas a la derecha las componen todas las multitudes del ejército de los
ángeles incorporales, que observan y esperan tu parto santo, para ir a adorar al niño
recién nacido, hijo del rey divino y soberano de Israel. Las tropas que divisas a la
izquierda son los batallones reunidos de la legión de los demonios de negros vestidos,
los cuales aguardan el acontecimiento con gran turbación, porque van a ser
derrotados. Y, habiendo oído estas palabras del ángel, José y María quedaron
confortados, y rindieron vivas acciones de gracia a Dios.
5. Y así caminaban, en un frío día de invierno, el 21 del mes de tébéth, que es el 6 de
enero. Y, como llegaron a un pasaje desolado, que había sido otrora la ciudad real
llamada Bethlehem, a la hora sexta del día, que era un jueves, María dijo a José:
Bájame del asno, porque el niño me hace sufrir. Y José exclamó: ¡Ay, qué negra
suerte la mía! He aquí que mi esposa va a dar a luz, no en un sitio habitado, sino en un
lugar desierto e inculto, en que no hay ninguna posada. ¿Dónde iré, pues? ¿Dónde la
conduciré, para que repose? No hay aquí, ni casa, ni abrigo con techado, a cubierto
del cual pueda ocultar su desnudez.
6. Al cabo de mirar mucho, José encontró una caverna muy amplia, en que pastores y
boyeros, que habitaban y trabajaban en los contornos, se reunían, y encerraban por la
noche sus rebaños y sus ganados. Allí habían hecho un pesebre para el establo en que
daban de comer a sus animales. Mas, en aquel tiempo, por ser de invierno crudo, los
pastores y los boyeros no se encontraban en la caverna.
7. José condujo a ella a María. La introdujo en el interior, y colocó cerca de la Virgen
a su hijo José, en el umbral de la entrada. Y él salió, para ir en busca de una partera.
8. Y, mientras caminaba, vio que la tierra se había elevado, y que el cielo había
descendido, y alzó las manos, como para tocar el punto en que se habían reunido
tierra y cielo. Y observó, en torno suyo, que los elementos aparecían entorpecidos y
como en estado bruto. Los vientos, inmóviles, habían suspendido su curso, y los
pájaros habían detenido su vuelo. Y, mirando al suelo, divisó un jarro nuevo, cerca del
cual, un alfarero amasaba arcilla, haciendo ademán de juntar sus dos manos, que no se
juntaban. Todos los demás seres tenían los ojos puestos en lo alto. Contempló también
rebaños, que un pastor conducía, pero que no marchaban. El pastor blandía su cayado,
mas no podía pegar a los carneros, sino que su mano permanecía tensa y elevada hacia
arriba. Por un barranco irrumpía un torrente, y unos camellos que pasaban por allí,
tenían puestos sus labios en el borde del barranco, peros no comían. Así, en la hora
del parto de la Virgen Santa, todas las cosas permanecían como fijadas en su actitud.
9. Mirando más lejos, José vio a una mujer, que venía de la montaña, y cuyos hombros
cubría una larga túnica. Y fue a su encuentro, y se saludaron. Y José preguntó: ¿De
dónde vienes, y adóndo vas, mujer? Y ella repuso: ¿Y qué buscas tú, que me
interrogas así? José dijo: Busco una partera hebraica. La mujer dijo: ¿Quién es la que
ha parido en la caverna? José dijo: Es María, que ha sido educada en el templo, y que
los sacerdotes y todo el pueble me concedieron en matrimonio. Mas no es mi mujer
según la carne, porque ha concebido del Espíritu Santo. La mujer dijo: Está bien, pero
indícame dónde se halla. José dijo: Ven y ve.
10. Y, mientras caminaban, José preguntó a la mujer: Te agradeceré me des tu
nombre. Y la mujer repuso: ¿Por qué quieres saber mi nombre? Yo soy Eva, la
primera madre de todos los nacidos, y he venido a ver con mis propios ojos mi
redención, que acaba de realizarse. Y, al oír esto, José se asombró de los prodigios de
que venía siendo testigo, y que no se daban vagar unos a otros.
11. Habiendo llegado a la caverna, se detuvieron a cierta distancia de la entrada. Y, de
súbito, vieron que la bóveda de los cielos se abría, y que un vivo resplandor se
esparcía de alto a abajo. Una columna de vapor ardiente se erguía sobre la caverna, y
una nube luminosa la cubría. Y se dejaba oir el coro de los seres incorporales, ángeles
sublimes y espíritus celestes que, entonando sus cánticos, hacían resonar
incesantemente sus voces, y glorificaban al Altísimo.
 
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satanas1
view post Posted on 9/2/2016, 21:52




De cómo Eva, nuestra primera madre, y José llegaron a la caverna con premura, y
vieron el parto de la muy Santa Virgen María

IX


1. Y, cuando José y nuestra primera madre vieron aquello, se prosternaron con la
faz en el polvo, y, alabando a Dios en voz alta, lo glorificaban, y decían: Bendito seas,
Dios de nuestros padres, Dios de Israel, que, por tu advenimiento, has realizado la
redención del hombre; que me has restablecido de nuevo, y levantado de mi caída; y
que me has reintegrado en mi antigua dignidad. Ahora mi alma se siente engrandecida
y poseída de esperanza en Dios mi Salvador.
2. Y, después de haber hablado así, Eva, nuestra primera madre, vio una nube que
subía al cielo, desprendiéndose de la caverna. Y, por otro lado, aparecía una luz
centelleante, que estaba puesta sobre el pesebre del establo. Y el niño tomó el pecho
de su madre, y abrevó en él leche, después de lo cual volvió a su sitio, y se sentó.
Ante este espectáculo, José y nuestra primera madre Eva alabaron y glorificaron a
Dios, y admiraron, estupefactos, los prodigios que acababan de ocurrir. Y dijeron:
¿Quién ha oído de boca de nadie una cosa semejante, ni visto con sus ojos nada de lo
que nosotros estamos viendo?
3. Y nuestra primera madre entró en la caverna, tomó al niño en sus brazos, y lo
acarició con ternura. Y bendecía a Dios, porque el niño tenía un semblante
resplandeciente, hermoso y de rasgos muy abiertos. Y, envolviéndolo en pañales, lo
depositó en el pesebre de los bueyes, y luego salió de la gruta. Y, de pronto, vio a una
mujer llamada Salomé, que procedía de la ciudad de Jerusalén. Y, yendo hacia ella, le
dijo: Te anuncio una feliz y buena nueva. En esta gruta, ha traído al mundo un hijo
una virgen que no ha conocido en absoluto varón.
4. Y Salomé repuso: Me consta que toda la ciudad de Jerusalén la ha condenado como
culpable y digna de muerte. Y, a causa de su vergüenza y de su deshonra, ha huido de
la ciudad, para venir aquí. Y yo, Salomé, he sabido, en Jerusalén, que esa virgen ha
dado a luz un hijo varón, y he venido, gozosa, para verlo. Nuestra primera madre Eva
dijo: Es cierto, y, sin embargo, su virginidad es santa, y permanece inmaculada.
Salomé preguntó: ¿Y cómo has podido enterarte de que continúa en estado virginal,
después del parto? Eva contestó: Cuando entré en esta gruta, vi una nube luminosa
que se cernía por encima de ella, y se oía, en las alturas, un rumor de palabras, con las
que el numeroso ejército de los coros espirituales de los ángeles bendecían al
Altísimo, y exaltaban su gloria. Y, hacia el cielo, se elevaba como una niebla
brillante. Salomé le dijo: Por la vida del Señor, que no creeré en tus palabras, antes de
ver que una virgen que no ha conocido varón ha traído un hijo al mundo, sin concurso
masculino. Y, penetrando en la caverna, nuestra primera madre dijo a María:
Disponte, porque es preciso, a que Salomé te ponga a prueba y corrobore tu
virginidad.
5. Y, cuando Salomé entró en la caverna y, extendiendo la mano, quiso acercarla al
vientre de la Virgen, súbitamente una llama, que brotó de allí con intenso ardor, le
quemó la mano. Y, lanzando un grito agudo, exclamó: ¡Malhaya yo, miserable e
infortunada, a quien mis faltas han extraviado gravemente! ¿Quién ha producido en
mí este horror? Porque he pecado contra el Señor, he blasfemado de él, y he tentado al
Dios vivo. ¡He aquí que mi mano se ha convertido en un fuego ardiente!
6. Pero un ángel, que estaba cerca de Salomé, le dijo: Extiende tu mano hacia el niño,
aproxímala a él, y quedarás curada. Y, cayendo a los pies del niño, Salomé lo besó, y,
tomándole en sus brazos, lo acariciaba, y decía: ¡Oh recién nacido, hijo del Padre
grande y poderoso, niño Jesús, Mesías, rey de Israel, redentor, ungido del Señor, tú te
has manifestado en la ciudad de David! ¡Oh luz que te has levantado sobre la tierra, tú
nos has descubierto la redención del mundo!
7. Salomé añadió a estas palabras otras parecidas, y, en el mismo momento, su mano
quedó curada. Y, levantándose, adoró al niño. Entonces, el ángel le dirigió la palabra,
y le advirtió: Cuando vuelvas a Jerusalén, no digas a nadie la visión que te ha
aparecido, no sea que llegue a conocimiento del rey Herodes, antes que el niño Jesús
vaya al templo para la purificación, después de cuarenta días. Salomé repuso:
Obedeceré, Señor, conforme a tu voluntad. Y, de regreso en su casa, no comunicó a
nadie las palabras que el ángel le había dicho.
 
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satanas1
view post Posted on 9/2/2016, 23:14




De los pastores que vieron la natividad del Señor

X


1. Y, cerca de aquel sitio, habitaban los pastores de que ya hemos hablado. Pero sus
rebaños de cabras y de ovejas no se recogían más que al caer la noche, en lugares
apartados y lejanos, donde pastaban en las montañas y en la llanura. Y, al oscurecer,
cada pastor reunía su rebañó, y velaba y guardaba sobre él las vigilias de la noche. Y
he aquí que el ángel del Señor vino sobre los pastores, y la claridad de Dios los cercó
de resplandor. Y tuvieron gran temor y, lanzando gritos, se congregaron en un mismo
lugar, y dijeron los unos a los otros: ¿Qué palabra es ésta que hasta nosotros ha
llegado, y que no conocemos?
2. Mas el ángel les dijo de nuevo: No temáis, hombres discretos e inteligentes que os
habéis congregado Porque he aquí que os doy nuevas de gran gozo, y es que os ha
nacido hoy mismo un salvador, que es el Cristo del Señor, en la ciudad de David. Y
esto os será por señal. Cuando entráis en la gruta, hallaréis a un niño envuelto en
pañales y echado en un pesebre de bueyes Y, después de haber oído al ángel, los
pastores, en nú mero de quince, fueron aprisa al paraje que les indican aquél. Y,
viendo a Jesús, se prosternaron ante él y lo adoraron. Y alababan en voz alta a Dios,
diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz y buena voluntad para con los
hombres. Y cada uno de los pastores volvk a su rebaño, alabando y glorificando al
Cristo.
 
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satanas1
view post Posted on 9/2/2016, 23:46




De cómo los magos llegaron con presentes, para adorar al niño Jesús recién nacido

XI


1. Y José y María continuaron con el niño en la caverna, a escondidas y sin
mostrarse en público, para que nadie supiese nada. Pero al cabo de tres días, es decir.
el 23 de tébeth, que es el 9 de enero, he aquí que los magos de Oriente, que habían
salido de su país hacía nueve meses, y que llevaban consigo un ejército numeroso,
llegaron a la ciudad de Jerusalén. El primero era Melkon, rey de los persas; el
segundo, Gaspar, rey de los indios; y el tercero, Baltasar, rey de los árabes. Y los jefes
de su ejército, investidos del mando general, eran en número de doce. Las tropas de
caballería que los acompañaban, sumaban doce mil hombres, cuatro mil de cada
reino. Y todos habían llegado, por orden de Dios, de la tierra de los magos, su patria,
situada en las regiones de Oriente. Porque, como ya hemos referido, tan pronto el
ángel hubo anunciado a la Virgen María su futura maternidad, marchó, llevado por el
Espíritu Santo, a advertir a los reyes que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y
ellos, habiendo tomado su decisión, se reunieron en un mismo sitio, y la estrella que
los precedía, los condujo, con sus tropas, a la ciudad de Jerusalén, después de nueve
meses de viaje.
2. Y acamparon en los alrededores de la ciudad, donde permanecieron tres días, con
los príncipes de sus reinos respectivos. Aunque fuesen hermanos e hijos de un mismo
padre, ejércitos de lenguas y nacionalidades diversas caminaban en su séquito. El
primer rey, Melkon, aportaba, como presentes, mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas
de lino, y también los libros escritos y sellados por el dedo de Dios. El segundo rey,
Gaspar, aportaba, en honor del niño, nardo, cinamomo, canela e incienso. Y el tercer
rey, Baltasar, traía consigo oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran
precio.
3. Y, cuando llegaron a la ciudad de Jerusalén, el astro que los precedía, ocultó
momentáneamente su luz, por lo que se detuvieron e hicieron alto. Y los reyes de los
magos y las numerosas tropas de sus caballeros se dijeron los unos a los otros: ¿Qué
hacer ahora, y en qué dirección marchar? Lo ignoramos, porque la estrella nos ha
guiado hasta hoy, y he aquí que acaba de desaparecer., abandonándónos y dejándonos
en angustioso apuro. Vamos, pues, a informarnos respecto al niño, y busquemos el
lugar exacto en que esté, y después proseguiremos nuestra ruta. Y todos convinieron
unánimemente en que esto era lo más puesto en razón.
4. Y el rey Herodes, al ver la numerosa caballería que acampaba, amenazadora,
alrededor de la ciudad, concibió vivo temor. Y, poniéndose a reflexionar, se dijo:
¿Quiénes son esos hombres que acampan ahí con un ejército numeroso, y que
disponen de una fuerza enorme, de tesoros, de vastas riquezas y de objetos de lujo?
Ninguno de ellos ha venido a presentarse a mí, y sus jefes son en tal medida grandes y
victoriosos, que no han dado un solo paso para cumplimentarme. Luego el rey mandó
llamar a los príncipes de su corte y a sus más altos dignatarios y, reunidos en concejo,
se dijeron los unos a los otros: ¿Cómo obraremos con esas gentes, que traen un
ejército numeroso a sus órdenes, y que son jefes aguerridos?
5. Y los príncipes dijeron a Herodes: ¡Oh rey, ordena que se guarde bien esta ciudad
por los guerreros de tu guardia, no sea que esos extranjeros la sorprendan
clandestinamente, se apoderen de ella a viva fuerza, y conduzcan a los habitantes en
cautividad! El rey repuso: Habláis bien, pero valgámonos antes de medios amistosos,
y después veremos. Y los príncipes dijeron: ¡Oh rey, dispón que todas tus tropas se
reúnan, que desplieguen vigilante energía, y que se mantengan atentas y sobre las
armas! Y, en el ínterir, enviad a esas gentes como diputados a varones hábiles, que
vayan a parlamentar con ellos, y que les pregunten, al justo y en detalle, de dónde
vienen y adónde van.
6. Entonces Herodes eligió a tres príncipes, hombres doctos y letrados, para que
fuesen a entrevistarse con los extranjeros de parte suya. Y, llegando a éstos, unos y
otros se saludaron con mutua consideración, y se sentaron. Y los príncipes dijeron:
Hombres venerables y reyes poderosos, explicadnos el motivo de vuestro
advenimiento a nuestro país. Los magos dijeron: ¿Por qué nos hacéis esa pregunta, si
somos nosotros los que venimos a interrogaros? Procedemos de Persia, comarca
lejana, y tenemos prisa en proseguir nuestra ruta. Los príncipes dijeron: Escuchadnos,
por amor de Dios. Nuestro rey está en la ciudad, y, al notar que os establecíais aquí en
observación, esperaba que os presentaseis a él, pues querría veros, oíros, hablaros, y
conversar con vosotros. Mas, como no os apresuraseis a ir a visitarlo, nos ha enviado
en vuestra busca, para invitaros a que os personéis en su palacio, a fin de informarse,
con todo respeto, de vuestras intenciones, y saber lo que deseáis.
7. Los magos dijeron: ¿Y para qué nos requiere vuestro rey? Si él tiene alguna
cuestión que plantearnos, nosotros, por nuestra parte, nada tenemos que ver, nada que
oír, nada que manifestar a nadie. Los príncipes dijeron: ¿Venís, pues, como amigos o
con designios violentos? Los magos dijeron: Libre y gozosamente hemos venido de
nuestra nación aquí. Nadie nos ha sometido a semejante interrogatorio, ¡y vosotros
pretendéis ahora sondearnos! Los príncipes dijeron: El rey es quien nos ha mandado
venir a veros, a oíros y a hablaros. Desde que habéis acampado en las afueras, un olor
de esencias aromáticas ha salido de vuestras tiendas, y llenado toda nuestra ciudad.
¿Sois mercaderes, que os dedicáis al gran comercio, o poderosos señores familiares de
reyes, que traéis en abundancia perfumes refinados de todas las flores preciosas, los
cuales tratan de cambiar en algún país rico? Los magos dijeron: Nada de eso somos,
ni nada tenemos que vender, y sólo preguntamos por nuestro camino.
8. Los príncipes preguntaron: ¿Qué camino? Y los magos contestaron: Aquel por el
que el Señor nos conducirá, en la justicia, hasta el país del bien. Por orden de Dios y
de común acuerdo, hemos venido aquí. Hace nueve meses que nos pusimos en
marcha, y no pudimos aún llegar a tiempo a nuestro destino. La estrella que nos
guiaba, nos precedía de continuo, y, al terminar cada etapa de nuestro viaje, se
estacionaba sobre nuestras cabezas. Cuando, puestos de nuevo en camino,
apresurábamos la marcha, la estrella, dejada atrás, tomaba otra vez la delantera, y así
hasta este lugar. Ahora, su luz, ha desaparecido de nuestra vista, y, sumidos en la
incertidumbre, no sabemos qué hacer.
9. Y los príncipes fueron a contar al rey todo lo que les participaron los magos.
Entonces Herodes se decidió a ir en persona a entrevistarse con ellos, y, así que
estuvo en su campamento, les preguntó: ¿Con qué propósito habéis hecho tan largo
viaje a esta tierra, con ejército tan numeroso y con presentes tan ricos? Y los magos
contestaron: Venimos de Persia, del Oriente. Por razón de nuestra nacionalidad, se
nos llama magos. Hemos llegado aquí conducidos por una estrella, y la causa de
nuestro viaje es haber visto en nuestro país que un rey ha nacido en el país de Judea.
Nuestro objeto es visitarlo y adorarlo.
10. Herodes, que tal oyó, quedó profundamente turbado y empavorecido. Él interrogó
a los extranjeros: ¿De quién habéis sabido lo que decís, o quién os lo ha contado? Y
los magos respondieron: De ello hemos recibido de nuestros antepasados el
testimonio escrito, que se guardó bajo pliego sellado. Y, durante largos años, de
generación en generación, nuestros padres y los hijos de sus hijos han permanecido en
expectación, hasta el momento en que aquella palabra se ha realizado ante nosotros,
puesto que en una visión se nos ha manifestado, por mandato de Dios y por ministerio
de un ángel. Y hemos llegado a este lugar, que nos ha indicado el Señor. Herodes
dijo: ¿De dónde proviene ese testimonio, sólo de vosotros conocido?
11. Los magos dijeron: Nuestro testimonio no proviene de hombre alguno. Es una
orden divina concerniente a un designio que el Señor ha prometido cumplir en favor
de los hijos de los hombres, y que se ha conservado entre nosotros hasta el día.
Herodes dijo: ¿Dónde está ese libro, que vuestro pueblo posee con exclusión de todo
otro? Los magos dijeron: Ningún Otro pueblo lo conoce, ni de oídas, ni por su propia
inteligencia, y sólo nuestro pueble posee de él un testimonio escrito. Porque, cuando
Adán hubo abandonado al Paraíso, y cuando Caín hubo matado a Abel, el Señor
concedió a nuestro primer padre el nacimiento de Seth, el hijo de consolación, y, con
él, aquella carta escrita, firmada y sellada por el dedo del mismo Dios. Seth la recibió
de su padre, y la dio a sus hijos. Sus hijos la dieron a sus hijos, de generación en
generación. Y, hasta Noé, recibieron la orden de guardar cuidadosamente dicha carta.
Noé se la dio a su hijo Sem, y los hijos de éste la transmitieron a los suyos. Y éstos, a
su vez, la dieron a Abraham. Y Abraham la dio a Melquisedec, rey de Salem y
sacerdote del Dios Alto, por cuya vía nuestro pueblo la recibió, en tiempo de Ciro,
monarca de Persia, y nuestros padres la depositaron con grande honra en un salón
especial. Finalmente, la carta llegó hasta nosotros. Y nosotros, poseedores de ese
testimonio escrito, conocimos de antemano al nuevo monarca, hijo del rey de Israel.
12. Al escuchar esto, llenóse de rabia el corazón de Herodes, que dijo: Mostradme
esos signos escritos, que poseéis. Los magos dijeron: Lo que hemos prometido remitir
a su dirección, y cumplir en su nombre, no podemos abrirlo, ni mostrarlo a nadie.
Entonces Herodes ordenó que se detuviese a los magos a viva fuerza. Empero, de
súbito, el palacio, en que residían multitud de gentes, fue sacudido por espantosa
conmoción. Las columnas se abatieron por cuatro lados, y todo el cimiento del palacio
se desfondó con gran ruina. Una muchedumbre numerosa que se encontraba fuera,
huyó de allí, aterrada, y los que estaban en el interior del edificio, grandes y pequeños,
quedaron muertos en número de setenta y dos. A cuya vista, todos los que habían
venido a aquel lugar, cayeron a los pies de Herodes, y le suplicaron, diciendo: Déjalos
proseguir tranquilamente su camino. Y su hijo Arquelao se puso también de hinojos
ante su padre, y le dirigió el mismo ruego.
13. El impío Herodes consintió en el deseo de su hijo, y despidió a los magos,
preguntándoles en tono de amistad: ¿Qué deseáis que haga por vosotros? Y los magos
contestaron: No tenemos otra demanda que hacerte sino ésta: ¿Qué hay escrito en
vuestra ley? ¿Qué leéis en ella? Y Herodes repuso: ¿Qué queréis decir? Y los magos
interrogaron: ¿Dónde va a nacer el Cristo, rey de los judíos? Y, oyendo esto, Herodes
se turbó, y toda Jerusalén con él. Y, convocados todos los príncipes de los sacerdotes
y los escribas del pueblo, les preguntó: ¿Dónde ha de nacer el Cristo? Y ellos le
dijeron: En Bethlehem de Judea, ciudad de David. Y Herodes dijo a los magos: Andad
allá, y preguntad con diligencia por el niño, y, después que hallarais, hacédmelo saber,
para que yo también vaya, y lo adore. Mas el tirano impío hablaba de esta suerte, para
hacer pasar el niño a cuchillo, por medio de aquella información sorprendida
pérfidamente.
14. Y los magos, levantándose en seguida, se prosternaron ante Herodes y ante toda la
ciudad de Jerusalén, y continuaron su ruta. Y he aquí la estrella, que habían visto
antes, iba delante de ellos, hasta que, llegando, se puso sobre donde estaba el niño
Jesús. Y, regocijándose con muy grande gozo, bajaron cada cual de su montura, e
inmediatamente, hicieron resonar sus bocinas, sus pífanos, sus tamboriles, sus arpas y
todos sus demás instrumentos de música, en honor del recién nacido, hijo del rey de
Israel. Reyes, príncipes y toda la multitud de la comitiva, entonando un canto,
empezaron a bailar y, a plena voz, con alegría, con reconocimiento, con corazón
jubiloso, bendecían y alababan a Dios, por haberlos considerado dignos de llegar a
tiempo a Bethlehem, para contemplar la gloria del gran día, ilustrado por el misterio
que ante ellos se mostraba.
15. Al ver todo aquel aparato, y al oír todo aquel estruendo, José y María, confusos y
medrosos, huyeron de allí, y el niño Jesús quedó solo en la caverna, acostado en el
pesebre de los animales. Mas los príncipes y los grandes señores de los reyes magos,
detuvieron a José, y le dijeron: Viejo, ¿qué temor es el tuyo, y por qué haces esto?
Nosotros, en verdad, también somos hombres semejantes a vosotros. José repuso: ¿De
dónde llegáis a esta hora, y qué pretendéis, al venir aquí con tan numeroso ejército?
Los magos replicaron: Llegamos de una tierra lejana, nuestra patria Persia, y venimos
con gran copia de presentes y de ofrendas. Queremos conocer al niño recién nacido,
que es el rey de los judíos, y adorarlo. Si por acaso lo sabes a ciencia cierta, indícanos
puntualmente el lugar en que se halla, a fin de que vayamos a verlo. Al oír esto, María
entró con júbilo en la caverna, y, alzando al niño en sus brazos, sintió el corazón lleno
de alegría. Y luego, bendiciendo y alabando y glorificando a Dios, permaneció
sentada en silencio.
16. Por segunda vez los magos interrogaron a José en esta guisa: Venerable anciano,
infórmanos con exactitud, manifestándonos dónde se encuentra el niño recién nacido.
José, con el dedo, les mostró de lejos la caverna. Y María dio de mamar a su hijo, y
volvió a ponerlo en el pesebre del establo. Y los magos llegaron gozosos a la entrada
de la caverna. Y, divisando al niño en el pesebre de los animales, se prosternaron ante
él, con la faz contra la tierra, reyes, príncipes, grandes señores, y todo el resto de la
multitud que componía su numeroso ejército. Y cada uno aportaba sus presentes, y los
ofrecía.
17. En primer término se adelantó Gaspar, rey de la India, llevando nardo, cinamomo,
canela, incienso y otras esencias olorosas y aromáticas, que esparcieron un perfume
de inmortalidad en la gruta. Después Baltasar, rey de la Arabia, abriendo el cofre de
sus opulentos tesoros, sacó de él, para ofrendárselos al niño, oro, plata, piedras
preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio. A su vez, Melkon, rey de la Persia,
presentó mirra, áloa, muselina, púrpura y cintas de lino.
18. Y, no bien hubieron ofrecido cada uno sus presentes, en honor del hijo real de
Israel, los magos salieron de la gruta, y, reuniéndose los tres fuera de ella, iniciaron
mutua consulta entre sí. Y exclamaron: ¡Asombroso es lo que acabamos de ver en tan
pobre reducto, desprovisto de todo! Ni casa, ni lecho, ni habitación, sino una caverna
lóbrega, desierta e inhabitada, en que estas gentes no tienen ni aun lo necesario çara
procurarse abrigo. ¿De qué nos ha servido venir de tan lejos para conocerlo?
Franqueémonos los unos con los otros en recíproca sinceridad. ¿Qué signo
maravilloso hemos contemplado aquí, y qué prodigio nos ha aparecido a cada uno?
Los hermanos se dijeron a una: Sí, lleváis razón. Contémonos nuestra visión
respectiva. Y preguntaron a Gaspar, rey de la India: Cuando le ofreciste el incienso,
¿qué apariencia reconociste en él?
19. Y el rey Gaspar contestó: Reconocí en él al hijo de Dios encarnado, sentado en un
trono de gloria, y a las legiones de los ángeles incorporales, que formaban su cortejo.
Ellos dijeron: Está bien. Y preguntaron a Baltasar, rey de la Arabia: Cuando le
aportaste tus tesoros, ¿bajo qué aspecto se te presentó el niño? Y Baltasar contestó: Se
me presentó a modo de un hijo de rey, rodeado de un ejército numeroso, que lo
adoraba de rodillas. Ellos dijeron: La visión es muy propia. Y Melkon, sometido a la
misma interrogación que sus hermanos, expuso: Yo lo vi como hijo del hombre, como
un ser de carne y hueso, y también le vi muerto corporalmente entre suplicios, y más
tarde levantándose vivo del sepulcro. Al escuchar tales confidencias, los reyes, llenos
de estupor, se dijeron con pasmo: Nuevo prodigio es el que estas tres visiones
sugieren. Porque nuestros testimonios no concuerdan entre sí, y, sin embargo, nos es
imposible negar un hecho patentizado por nuestros propios ojos.
20. Y por la mañana, muy temprano, los reyes se levantaron, y se dijeron los unos a
los otros: Vamos juntos a la caverna, y veamos si algún otro signo se nos manifiesta
claro. Y Gaspar entró en la gruta, y vio al niño en el pesebre del establo. E,
inclinándose, se prosternó, y tuvo la segunda visión, la de Baltasar, a quien se le
mostró el niño a manera de un monarca terrestre. Y, cuando salió, relató el caso a los
otros en estos términos: No he tenido mi primera visión, sino la tuya, Baltasar, la que
tú nos has referido. Y Baltasar entró a su vez, y halló al niño en el regazo de su madre.
E, inclinándose, se prosternó ante él, y tampoco tuvo su visión del día anterior, en que
el niño se le apareciera como hijo de rey, sino como hijo del hombre, con su carne
muerta entre tormentos, y después resucitado y vuelto a la vida. Y fue a comunicar
esto a los otros hermanos, diciéndoles: No he renovado mi primera visión, sino
contemplado la de Melkon, tal como él nos la ha contado. Entonces entró Melkon, y
encontró al Cristo sentado sobre un trono sublime. E, inclinándose, se prosternó ante
él, y no lo vio ya como lo había visto la primera vez, muerto y vuelto a la vida, sino
conforme lo viera Gaspar, como Dios hecho carne y nacido de la Virgen. Lleno de
gozo, Melkon fue, presuroso, a prevenir a los otros hermanos, diciéndoles: No he
tenido mi primera visión, sino la de Gaspar, pues vi a Dios, sentado sobre un trono de
gloria.
21. Luego de haber visto todas estas cosas, los reyes se congregaron nuevamente en
consulta. Y cambiaron impresiones sobre la visión que cada uno había percibido y
comprendido. Y se dijeron: Retirémonos ahora a nuestro albergue. Mañana, muy
temprano, volveremos por tercera vez a la gruta, y nos aseguraremos de modo
positivo y definitivo si está realmente allí el que el Señor nos ha mostrado. Y,
habiendo regresado a su tienda, permanecieron alegres en ella, hasta que despuntó el
día. Y, levantándose, llegaron a la abertura de la caverna, en la cual penetraron uno a
uno. Y miraron y reconocieron al niño, y tuvieron de él la misma visión que habían
tenido la primera vez. Y, transportados de júbilo, se contaron los unos a los otros lo
que habían comprobado, y fueron a anunciarlo a todo su ejército en estos términos: En
verdad, ese niño es efectivamente Dios e hijo de Dios, que se ha mostrado a cada uno
de nosotros bajo una apariencia exterior en relación con los dones que
respectivamente le hemos ofrecido. Y ha recibido con dulzura y con bondad nuestro
saludo y el homenaje de nuestros presentes. Y todos, reyes, príncipes, grandes señores
y toda la multitud del numeroso ejército que se encontraba allí, tuvieron fe en el niño
Jesús.
22. Y de nuevo el rey Melkon tomó el libro del Testamento, que guardaba en su casa
como herencia de los primeros antepasados, según ya advertimos, y se lo presentó al
niño, diciéndole: He aquí tu carta, que a nuestros ascendientes entregaste en custodia,
firmada y sellada por ti. Toma este documento auténtico que has escrito, ábrelo y
léelo, porque el quirógrafo está a tu nombre. Y el documento era aquel cuyo texto
permanecía oculto bajo pliego, y que los magos no se habían atrevido a abrir, y menos
aún a dar a los judíos y a sus sacerdotes, por cuanto éstos no eran dignos de llegar a
ser hijos del reino de Dios, destinados como estaban a renegar del Salvador, y a
crucificarlo.
23. Dicho documento había sido regalado por Dios a Adán, del cual, después de su
expulsión del Paraíso, se había apoderado un gran dolor, a raíz del homicidio
perpetrado por Caín en la persona de su hermano Abel. Mas, cuando hubo visto al
primero castigado por Dios, y a él mismo arrojado del edén glorioso por su
desobediencia, se encontró también atormentado en sus hijos, por la aflicción del
espectáculo de Abel muerto y Caín condenado a siete penas. Adán más entristecido
todavía y sumido en un duelo más profundo, no mantuvo ya relaciones conyugales
con Eva. Y, al cabo de doscientos cuarenta años de haber salido del Paraíso, Dios, en
su misericordia, le envió un ángel, y le ordenó que entrase a Eva. E hizo nacer a Seth,
nombre que significa hijo de la consolación. Y, por haber querido Adán hacerse Dios,
éste resolvió hacerse hombre, en el exceso de su piedad y de su amor a nuestra
desdichada especie. Y prometió a nuestro primer padre que, conforme a su plegaria,
escribiría y sellaría con su propio dedo un pergamino en letras de oro, que llevaría la
siguiente portada: En el año seis mil, el día sexto de la semana, el mismo en que te
creé, y a la hora sexta, enviaré a mi hijo único, el Verbo divino, que tomará carne en
tu raza, y que se convertirá en hijo del hombre, y que te restablecerá de nuevo en tu
dignidad original, por los supremos tormentos de su cruz. Y entonces tú, Adán, unido
a mí con un alma pura y un cuerpo inmortal, quedarás deificado, y podrás, como yo,
discernir el bien y el mal.
24. Y este documento, que Adán dio a Seth, Seth a Enoch, Enoch a sus hijos, y que de
tal suerte pasó de unos descendientes a otros, hasta Noé; que Noé dio a Sem, Sem a
sus hijos, y sus hijos a sus hijos hasta Abraham; que Abraham dio Melquisedec el
pontífice; que Melquisedec dio a otro, y éstos a otros todavía, hasta que llegó a manos
de Ciro, quien lo guardó cuidadosamente en un salón especial, donde se conservó
hasta el tiempo de la natividad del Cristo: ese documento era el mismo que los magos
ofrecieron al niño Jesús. Y, como los reyes y todo su acompañamiento hubiesen
cumplido sus votos y sus plegarias, después de tres días de permanencia en la gruta,
deliberaron entre sí, y se dijeron: No hay que olvidar lo prometido. Vamos por última
vez a la caverna, para adorar al niño, y después reanudaremos nuestro viaje en paz. Y,
de común acuerdo, entraron en el establo, y de nuevo tuvieron exactamente sus
visiones respectivas. Y, conmovidos por gran temor, se prosternaron ante el recién
nacido, y rindieron testimonio de fe en él, diciéndole: Eres Dios e hijo de Dios. Y,
salidos de la gruta, continuaron en sus alrededores el día entero hasta el siguiente. Y,
con júbilo y alegría, bendecían y alababan a Dios.
25. Y, por la mañana, al despuntar la aurora, el día primero de la semana, el 25 de
tébéth y de enero el 12, se dispusieron a partir para su país. Y, cuando deliberaban
sobre si volverían a entrevistarse con Herodes, he aquí que una voz les habló,
diciendo: No tornéis a Herodes, el tirano impío, porque quiere matar a ese tierno
infante. Y, habiendo oído esto, los magos renunciaron a pasar por la ciudad de
Jerusalén, y regresaron a su tierra por otro camino. Y, glorificando al Cristo, Dios del
universo, marcharon a su patria, poseídos de gozo y siguiendo la ruta por donde el
Señor los conducía.
 
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satanas1
view post Posted on 10/2/2016, 00:26




De cómo José y María circuncidaron a Jesús, y lo llevaron al templo de Jerusalén con presentes

XII


1. Después de todos los acontecimientos ocurridos, José y su esposa
permanecieron secretamente en la caverna, teniéndolo oculto, para que persona alguna
supiese nada. Y, tomando todos los tesoros aportados por los magos, José los
escondió cuidadosamente en la gruta. Y, siempre a hurto de la gente, salía y circulaba
a diario por la villa, por la aldea y por la campiña. Las necesidades materiales de
todos estaban provistas y nadie los inquietaba, ni los amenazaba, por voluntad de
Dios, pues, aunque de Bethlehem a la ciudad de Jerusalén, apenas hay doce millas,
todo el territorio de las inmediaciones está desierto e inhabitado. Y, cada vez que José
iba a algún menester a cualquier lugar, dejaba de guardián, al servicio de María, a su
hijo menor, que lo había seguido a Bethlehem.
2. Y, cuando el niño tuvo ocho días de edad, José dijo a María: ¿Cómo obraremos con
esta criatura, puesto que la ley ordena hacer la circuncisión a los ocho días del
nacimiento? Y María le dijo: Procede como te plazca en este asunto. Y José marchó
con sigilo a Jerusalén, y trajo de allí un hombre sabio, misericordioso y temeroso del
Señor, que se llamaba Joel, y que conocía a fondo las leyes divinas. Y llegó a la gruta,
donde encontró al niño. Y, al aplicarle el cuchillo no resultó de ello ningún corte en el
cuerpo de aquél. Ante este prodigio, quedó estupefacto, y exclamó: He aquí que la
sangre de este niño ha corrido sin incisión alguna. Y recibió el nombre de Jesús, que
le había sido impuesto de antemano por el ángel.
3. Y la sagrada familia continuó en la gruta. Y el niño Jesús crecía y progresaba en
gracia y en sabiduría. Y, hasta los cuarenta días, los esposos siguieron ocultándolo,
para que nadie lo viese.
4. Y, cuando Herodes vio que los magos habían regresado a su país sin visitarlo, se
hizo la reflexión siguiente: Si los magos que aquí llegaron no han vuelto es que son
traficantes familiares de los reyes. Por eso, no quisieron descubrirme sus secretos.
Mas, temiendo que les exigiese rescate, se me escaparon falazmente y con falsos
pretextos, para que yo no los perjudicase. Y, habiendo hablado así, Herodes abandonó
la ciudad de Jerusalén, y fue a residir temporalmente a Achaía. Por el momento, no
pensó más en su proyecto de buscar al niño Jesús, para hacerle una mala partida. Y,
como los sacerdotes y el pueblo tampoco prosiguiesen el asunto, éste cayó en el
olvido.
5. Y José, tomando en secreto a María y a Jesús, con numerosos dones y ofrendas
provenientes de la liberalidad de los magos, subió a la ciudad de Jerusalén. Y, después
de haber presentado el niño Jesús a los sacerdotes, ofrecieron al templo, según el uso
consagrado, un par de tórtolas, o dos palominos. Y el viejo Simeón, habiendo tomado
y recibido al Mesías en sus brazos, pidió al Señor que lo despidiese en paz, antes que
su alma quedase en libertad de volver a Él. Y, poseído de espíritu profético, Simeón
dijo de Jesús: He aquí que es puesto para caída y para levantamiento de muchos en
Israel.
6. Y, después de haber rendido el tributo de sus presentes y de sus sacrificios, José
volvió, con María y con Jesús, a Bethlehem. Recogidos en la gruta, permanecieron
allí largos días, hasta el año nuevo, sin aparecer en público, por miedo al impío rey
Herodes. Y, a los nueve meses, Jesús dejó espontáneamente de amamantarse en los
pechos de su madre. Y, al notario ésta y José, se admiraron en gran manera, y se
preguntaron el uno al otro: ¿Cómo es que no come, ni bebe, ni duerme, sino que está
siempre alerta y despierto? Y no podían comprender el imperio de voluntad que
ejercía sobre sí mismo.
 
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astaroth1
view post Posted on 10/2/2016, 01:20




De la cólera de Herodes, y de cómo degolló a los niños de Bethlehem

XIII


1. Y continuaron los tres viviendo hasta el comienzo de otro año en Bethlehem,
cuando un hombre impío de esta localidad, llamado Begor o Fegor, fue a prevenir al
perverso rey Herodes, y le hizo el siguiente relato: Los magos que enviaste a
Bethlehem, y a quienes ordenaste que pasasen a verte antes de abandonar Judea, no
han vuelto, sino que, habiendo ido allá abajo, y habiendo encontrado a un niño recién
nacido, del que se decía que era hijo de rey, le han ofrecido profusión de presentes
que consigo llevaban, y han regresado a su tierra por otro camino.
2. Al saber que había sido engañado por los magos, Herodes convocó a los príncipes y
a los grandes señores de su reino, y les dijo: ¿Qué hacer? Esos hombres, después de
habernos burlado y escarnecido pérfidamente, han huido, y se nos han escapado. ¿Qué
ha sido de ese niño, y en qué retiro tan oculto se esconde de mí, que nadie lo ha visto
hasta ahora? Ea, pues, mandemos soldados a Bethlehem, para que lo busquen, lo
capturen, y maten a su padre y a su madre.
3. Mas los príncipes dijeron: ¡Oh rey, escúchanos! Bethlehem es una ciudad en ruinas,
y los hechos que conciernen a ese niño, largos días ha que pasaron, por lo cual es casi
seguro que no esté ya en ese sitio, y que haya huido a un país lejano. Y los príncipes,
que no se cuidaron más del asunto, y que no lo revelaron a nadie, hablaron así por
disposición divina del Espíritu Santo, dado que Jesús y los suyos habitaban allí
todavía.
4. Y el malvado impío, en la rabia de su corazón no sabía qué determinación tomar. Y
los príncipes dijeron: ¡Oh rey, no te aflijas de ese modo, ni dejes que tu alma se turbe
por el arrebato! Manda todo lo que quieras y te obedeceremos. El rey repuso: Sí, yo sé
cómo he de obrar. Cuanto a vosotros, básteos estar prestos a cumplir mis órdenes. Y
convocó a los comandantes del ejército y a los jefes de los distritos, y los envió por
toda la estensión de su reino, para buscar a Jesús. Pero el resultado fue infructuoso y,
a su retorno, manifestaron al rey: Hemos recorrido todos los cantones de Judea, y no
lo hemos encontrado. En vista de ello, Herodes mandó a diez y ocho ci-harcas de sus
tropas que recorriesen todo el territorio sometido a su dominio, y les dio la consigna
siguiente: No tengáis piedad alguna de los niños pequeños, ni de las lamentaciones de
sus padres y de sus madres, y no os dejéis persuadir por gratificaciones fuertes, ni por
juramentos engañosos. Mas doquiera halléis niños menores de dos años, pasadlos a
cuchillo.
5. Entonces todos los comandantes del ejército se congregaron en torno suyo, con sus
espadas y con sus armas. Y, poniéndose en camino, circularon por todos los lugares, y
mataron a todos los niños que encontraron en ochenta y tres aldeas, en número de
trece mil sesenta. Y el tirano impío, al proceder de tal manera a causa de Jesús,
esperaba que éste hubiese quedado incluido entre las víctimas. Pero José y María, que
supieron todas esas cosas, y a quienes intimidó el temor al rey y a su ejército, tomaron
al niño Jesús, lo envolvieron en sus mantillas, y lo ocultaron en el pesebre de los
animales. Después, ganaron las ruinas de la ciudad, y se agazaparon allí en
observación. Y nadie los vio, porque los que los divisaban no les prestaban atención
alguna, ni los miraban siquiera.
 
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astaroth1
view post Posted on 10/2/2016, 02:16




De cómo Herodes mató, en el templo, a Zacarías, el Gran Sacerdote, a causa de su hijo Juan

XIV


1. Mas el tirano impío, no encontrando medio de poner término total a su
sangrienta obra, hizo en seguida investigaciones cerca de Zacarías con respecto a
Juan, para saber si era su hijo único; y si estaba destinado a reinar sobre Israel. Envió,
pues, soldados para que les entregase a su pequeño Juan, y dijo Zacarías: Varias
personas me han informado que tu hijo está destinado a reinar sobre la tierra de Judea.
Muéstramelo, para que yo lo conozca. Al oír tal, Zacarías tuvo miedo del escelerato
impío, y repuso: Por la vida del Señor, no sé lo que hablas.
2. Y, cuando Isabel supo esto, tomó al pequeño Juan y se fue con él, fugitiva, a un
lugar desierto de la montaña, donde buscó sitio en que poner en seguridad al nino.
Después, casi sin aliento, lloraba con amargura, y derramaba sus lágrimas ante el
Señor, exclamando: Dios de mis padres, Dios de Israel, escucha la plegaria de tu
sierva. Trátame conforme a tu piedad y a tu benevolencia para con los hombres, y
arráncanos de las manos de Herodes y de la jauría rabiosa y criminal de sus ejércitos.
Abrase la tierra, y tráguenos a ambos, antes que mis ojos vean la muerte de mi hijo.
Y, apenas pronunciadas estas palabras, en el mismo instante, la montaña se abrió y le
dio acceso, y ocultó a Isabel y al pequeño Juan. Una nube luminosa los cubrió, y los
guardó sanos y salvos. Y un ángel del Señor, descendiendo a ellos, les sirvió de
defensa tutelar.
3. Pero Herodes envió por segunda vez a sus servidores a Zacarías, y le comunicó:
Dime dónde se oculta tu hijo y tráemelo, para que lo vea. Zacarías contestó: Yo me
hallo consagrado al servicio del templo. Mas, como mi casa no está aquí, sino en la
región montañosa de Galilea, ignoro qué se ha hecho de la madre y del niño. Y los
servidores volvieron con el recado de Zacarías. De nuevo Herodes remitió un mensaje
a sus generales, y les expuso: Id a manifestar esto a Zacarías: He aquí lo que dice el
rey de Israel: Has escondido tu hijo a mis miradas, y no has querido presentármelo
francamente, porque sé que ese niño ha de reinar en la casa de Israel. ¿Es que
pretendes evitarme, y escapar de mis requerimientos, con palabras evasivas y con
pretextos vanos? No será así en mis días. Si no me lo traes de buen grado, lo tomaré a
la fuerza, y perecerás con él.
4. Y Zacarías respondió: Por la vida del Señor, repito que no sé lo que le ha ocurrido a
mi esposa y a mi hijo. Y los servidores fueron a referir al rey las palabras del Gran
Sacerdote. Pero el tirano impío y lleno de toda especie de iniquidad mandó
nuevamente a sus comisionados, y conminó a Zacarías, diciéndole: Por tercera vez te
transmito mis órdenes. No has querido atenderlas y no te han amedrentado mis
amenazas. ¿Olvidas que tu sangre está en mi mano y que nadie te salvará, ni aun aquel
en quien esperas?
5. Y, como los comisionados llevasen la nueva amonestación a Zacarías, éste replicó:
Comprendo que queréis mi sangre, y que estáis decididos a verterla sin razón. Pero,
aunque hagáis perecer mi cuerpo con muerte cruel, el Señor, que me ha hecho y que
me ha creado, acogerá mi alma. Y ellos marcharon a repetir a Herodes lo que Zacarías
había dicho. Pero el impío, en la perversidad creciente de su corazón, no dio respuesta
alguna. Y, aquella misma noche, envió soldados, que se introdujeron furtivamente en
el templo y mataron a Zacarías cerca del altar, en el tabernáculo de la alianza. Y
nadie, ni de los sacerdotes, ni del pueblo, supo nada de lo ocurrido.
6. Pero, a la hora de la plegaria ritual, esperaron a que Zacarías hiciese acto de
presencia, como todos los días, y tratando de verlo, no lo encontraron. Y, cuando
apareció la aurora, en el momento de entregarse a aquella plegaria, los sacerdotes y el
pueblo se reunieron para saludarse mutuaniente, y se dijeron: ¿Qué ha sucedido al
Gran Sacerdote? ¿Dónde estará? Y, extrañados de su tardanza, pensaron: Sin duda
reza su oración privada, o bien ha tenido alguna visión en el templo.
7. Mas uno de los sacerdotes, llamado Felipe, entró audazmente en el Santo de los
Santos, y vio la sangre coagulada cerca del altar de Dios. Y he aquí que una voz
articulada salió del tabernáculo, diciendo: La sangre inocente ha sido vertida en vano,
y no se borrará de encima de los hijos de la casa de Israel, hasta que llegue el día de la
completa venganza. Cuando los sacerdotes y toda la multitud popular oyeron esto,
rasgaron sus vestiduras y, esparciendo ceniza sobre sus cabezas, exclamaron:
¡Desdichados de nosotros y de nuestros padres, condenados todos a este desastre y a
esta ignominia!
8. Y los sacerdotes, penetrando en el tabernáculo, vieron la sangre de Zacarías
coagulada, como una piedra, cerca del altar de Dios, mas no vieron su cuerpo. Y,
llenos de estupor, se dijeron los unos a los otros que su pérdida estaba consumada. Y
se preguntaban, atónitos: ¿Qué se ha hecho de su cuerpo, que no aparece por ninguna
parte? Y erraron por doquiera en su busca, y no hallaron rastro de él. Y cada cual
sospechaba entre sí que alguien había recogido furtivamente su cuerpo, y lo había
llevado a esconder en algún sitio oculto. Y, celebrando gran duelo en honor del Gran
Sacerdote muerto, los hijos de Israel lo lloraron durante treinta días e hicieron
pesquisiciones en muchos puntos, sin que lograsen encontrar el cuerpo. Y así tuvo
lugar el asesinato de Zacarías.
9. Después de lo acaecido, los sacerdotes y todo el pueblo deliberaron para constituir
un nuevo Pontífice en el templo santo. Y, dirigiendo sus plegarias al Señor Dios, le
pidieron que diese otro servidor al altar. Y echaron suertes, y la designación recayó
sobre el viejo Simeón, el cual fue Pontífice muy poco tiempo y murió confesando
fielmente al Cristo. Porque, desde la llegada del Salvador al templo hasta el momento
en que Simeón entregó el espíritu, éste vivió cuarenta días en total. Y a continuación
de todos aquellos acontecimientos, se estableció otro jefe en la casa de Israel.
 
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astaroth1
view post Posted on 10/2/2016, 02:52




De cómo el ángel significó a José que huyese a Egipto

XV


1. Y un ángel del Señor apareció a José, y le dijo: Levántate, y toma a Jesús y a su
madre, y huye a Egipto, porque Herodes busca al niño, para matarlo. Y, en efecto, no
faltó quien fuese a informar al rey acerca de Jesús, declarándole que aún vivía.
2. Y José, levantándose precipitadamente, tomó al niño y a María, y partió como
fugitivo para Ascogon, que se llamaba Ascalón, ciudad situada a orillas del mar, y de
allí para Hebron, donde residieron ocultos, durante medio año. Uno y tres meses tenía
Jesús, y ya andaba por sus pies. E iba con sus juguetes a echarse en el seno de su
madre, y ésta, en un transporte de ternura, lo levantaba en sus brazos, le prodigaba sus
caricias, y alababa a Dios, dándole gracias.
3. Pero, entonces, algunas personas de la ciudad fueron a prevenir a Herodes en estos
términos: El niño Jesús vive, y se encuentra actualmente en Hebron. Y Herodes
despachó un correo a los jefes de la ciudad, para ordenarles expresamente que se
apoderasen de Jesús con astucia, y lo matasen. Cuando José y María supieron esto, se
dispusieron a partir de Hebron e ir a Egipto Y, abandonando secretamente la ciudad
como fugitivos, prosiguieron su ruta. Y recorrieron etapas numerosas y, en los sitios
en que hacían alto, Jesús tomaba agua de las fuentes y les daba a beber. Finalmente,
entraron en tierra egipcia, por la llanura de Tanís, y se dirigieron a una ciudad,
llamada Polpai, donde habitaron seis meses. Y Jesús pasaba ya de los dos años.
4. Y, partidos de allí, llegaron, cerca de las fronteras de Egipto, a una ciudad que se
llama Cairo, y moraron en un gran castillo de la residencia real, edificio cubierto, en
un vasto espacio, por palacios y por fortalezas. Era un castillo magnífico, muy
elevado, adornado espléndidamente y decorado con gran variedad, que Alejandro de
Macedonia había levantado otrora, en los días de su mayor poder. Y allí
permanecieron cuatro meses, hasta el momento en que el niño Jesús alcanzó la edad
de dos años y cuatro meses.
5. Y Jesús salía al exterior, para pasearse con los niños y los párvulos, jugar con ellos
y mezclarse en sus conversaciones. Y los llevaba a los sitios altos del castillo, a las
lumbreras y a las ventanas, por donde pasaban los rayos del sol, y les preguntaba:
¿Quién de vosotros podría rodear con sus brazos un rayo de luz, y dejarse deslizar de
aquí abajo, sin hacerse el menor daño? Y Jesús dijo: Mirad todos y ved. Y, abrazando
los rayos del sol, formados por minúsculos polvillos, que, desde el amanecer, pasaban
por las ventanas, descendió hasta el suelo, sin sufrir mal alguno. Viendo lo cual, los
niños y las demás personas que estaban allí fueron a la ciudad a contar el prodigio
realizado por Jesús. Y los que oyeron el relato de tamaño espectáculo, se admiraron
con estupefacción. Mas José y María, al saberlo, tuvieron miedo y se alejaron de la
ciudad, a causa del niño, para que nadie lo conociese. Y salieron furtivamente por la
noche, llevando consigo a Jesús, y huyendo de aquellos lugares.
6. Y llegaron a la ciudad de Mesrin, donde se habíar congregado multitud de gentes, y
que era una poblaciór muy grande y rodeada de altos muros. En el barrio poi donde
penetraron en ella, se habían levantado estatuas mágicas. Cuando se pasaba por la
primera puerta, se veía a cada lado una estatua mágica, que los reyes y los filósofos
habían colocado en cada una de las puertas de la ciudad, para que suspendiese en
admiración a todos los que entraban y salían. Y cuantas veces el enemigo amenazaba
al país con un peligro o con un daño, todas aquellas estatuas lanzaban un mismo grito,
que resonaba en la ciudad entera. Y los que oían la voz de las numerosas estatuas
reconocían ese grito y comprendían que algo funesto iba a acontecer en el país. En la
primera puerta del muro, se encontraban emplazadas dos águilas de hierro, con garras
de cobre, un macho a la derecha, y otra hembra a la izquierda. En la segunda puerta,
se veían animales de presa tallados en arcilla y en tierra cocida, a un lado un oso, al
otro un león, y otras bestias feroces, representadas en piedra y en madera. En la
tercera puerta, había un caballo de cobre y, sobre él, la estatua en cobre de un rey, que
tenía en la mano un águila también de cobre.
7. Y, cuando Jesús franqueó la puerta, súbitamente todas las estatuas se pusieron a
vociferar con estrépito y a coro. Y todas las demás estatuas inanimadas de los falsos
dioses gritaban a porfía y los ídolos de los templos lanzaban alaridos, como si la
ciudad entera se quebrantase en sus cimientos y como si, en medio de terrores y de
espantos, la vida se hiciese imposible para los hombres. Y, en el mismo momento, en
tanto que las águilas daban grandes chillidos, el león rugía, el caballo relinchaba, y el
rey de cobre clamaba a gran voz: Escuchad, todos los que aquí estáis, y preveníos,
porque un monarca, hijo del gran rey, se acerca a nuestra ciudad con un ejército
numeroso.
8. Al oír esto, todo el pueblo, formado en batallones, corrió precipitadamente en armas
hacia la muralla. Y miraron a todos lados y no vieron cosa alguna. Y, puestos a
reflexionar, se dijeron con asombro: ¿Qué voz tan sonora es ésa que nos ha
interpelado? ¿Quién ha visto que un hijo de rey haya entrado en nuestra ciudad?
Entonces se diseminaron por todas partes, y no descubrieron nada, excepto que, en
una casa, encontraron a José, María y Jesús. Y detuvieron a José poniéndolo en la
mitad de la plaza pública, le preguntaron: ¿De qué nación eres, viejo, y de dónde has
venido? José respondió: Soy de la tierra de Judea, y vengo de la ciudad de Jerusalén.
Y ellos insistieron: Dinos la verdad. ¿Cuándo has llegado aquí?
9. José contestó: Hace tres días que he llegado. Y ellos interrogaron: Y, por la ruta que
has seguido, ¿no has visto un príncipe, hijo de rey que avanzaba contra este pais con
sus tropas? José repuso: No lo he visto. Ellos le dijeron: Pero ¿cómo has recorrido un
camino tan largo y desprovisto de agua? José dijo: Unas veces iba yo solo, y otras
seguía al niño y a su madre. Y la multitud le dijo: Comprendemos que eres un pobre
anciano extranjero y un hombre seguro y fidedigno. Solamente quisiéramos
informarnos, y saber lo cierto. No nos censures, porque hemos presenciado hoy un
prodigio, que nos ha dejado en el mayor estupor. Y, habiendo hablado así, despidieron
a José y se fueron.
10. Y sucedió que José, al llegar a otra ciudad de Egipto, se albergó cerca de un
templo idolátrico, consagrado a Apolo, y permaneció allí varios días. Y uno de ellos,
Jesús consideraba atentamente el palacio de los ídolos, que, por su altura y por su
longitud, era como una ciudad pequeña.Y Jesús dijo a su madre: Respóndeme sobre lo
que voy a preguntarte. María le dijo: Habla, hijo mío: ¿Qué quieres? Jesús dijo: ¿Qué
es esta construcción tan elevada y cuya extensión es tan considerable? María dijo: Es
el templo de los ídolos, dedicado al culto de los altares ilegítimos y a la imagen del
falso dios Apolo. Jesús dijo: Voy a ver qué aspecto presenta y a qué se parece. María
dijo: Si quieres ir a él, sé prudente, para que no te suceda ningún mal.
11. Y Jesús se dirigió por aquel lado y entró en el templo de los ídolos. Y lo miraba
todo en derredor y consideraba el esplendor del edificio, lleno de dibujos y de relieves
de una decoración variada. Y lo admiró mucho, y salió prontamente. De nuevo las
estatuas mágicas de la ciudad se pusieron a aullar, como la primera vez, y
exclamaron: ¡Escuchad todos los presentes! He aquí que el hijo del gran rey ha
entrado en el templo de Apolo. Al oír esto, toda la población se lanzó, corriendo,
hacia el sitio indicado. Y las gentes se interrogaban las unas a las otras, diciendo:
¿Qué voz ha lanzado ese grito que se nos ha dirigido? Y recorrieron la ciudad, y a
nadie hallaron, sino sólo a Jesús. Y le preguntaron: Niño, ¿de quién eres hijo? Jesús
respondió: Soy hijo de un viejo de cabellos blancos, pobre y extranjero en este país.
¿Qué me queréis? Y ellos lo dejaron ir, y pasaron.
12. Los ciudadanos se interrogaban unos a otros, diciéndose: ¿Qué significa este nuevo
prodigio de que somos testigos? Oímos distintamente una voz que grita, y no
comprendemos lo que anuncia. Es de temer que nos advenga súbitamente un desastre
por donde menos sospechemos. Y, cuando aquellas gentes hubieron hablado así, toda
la ciudad quedó perpleja y llena de inquietud. Cuanto a Jesús, marchó silenciosamente
a su albergue, y cantó todo lo que había oído decir en la calle. Y María y José se
sorprendieron y asombraron vivamente.
13. Y Jesús tenía entonces tres años y cuatro meses. Y, como el año nuevo se
aproximase, celebróse un día de fiesta de Apolo. Toda la multitud se apretaba a las
puertas del templo de los ídolos con numerosos dones y presentes para ofrecer en
sacrificio a los grandes dioses animales y toda especie de cuadrúpedos. Y aderezaron
una larga mesa cubierta de enseres, para comer y beber. Y toda la multitud del pueblo
que había llegado, se mantenía a las puertas. Y los falsos sacerdotes celebraban la
fiesta, para honrar al ídolo de Apolo. Y Jesús, habiendo sobrevenido, entró
secretamente, y se sentó. Todos los sacerdotes estaban congregados y, con ellos, los
servidores del templo.
14. Y las águilas y las bestias feroces, es decir, las estatuas de estos animales, cuando
vieron a Jesús entrar en el templo de los ídolos, se pusieron de nuevo a gritar y
clamaron: ¡Mirad todos! He aquí que el hijo del gran rey ha entrado en el templo de
Apolo. Al oír estas palabras, toda la multitud que se encontraba allí, fue presa de
turbación y de cólera. Y, precipitándose los unos sobre los otros, querían acuchillarse
mutuamente. Y se preguntaban: ¿Qué haremos con ese viejo? Porque todos estos
prodigios se han producido desde que llegó a nuestra ciudad. Y el niño ¿será por
acaso un hijo de rey, que haya robado, y con el que haya huido a nuestro país? Ea,
apoderémonos de él y matémoslo.
15. Y, en tanto que ellos se entregaban a estos pensamientos homicidas, Jesús
continuaba sentado en el tempio de Apolo. Y consideraba atentamente aquella imagen
incrustada en oro y en plata, por encima de la cual estaba escrito: Éste es Apolo, el
dios creador del cielo y de la tierra, y el que ha dado vida a todo el género humano. Al
ver esto, Jesús se indignó en su alma y, levantando los ojos al cielo, dijo: Padre,
glorifica a tu hijo, para que tu hijo te glorifique. Y he aquí que una voz salió de los
cielos, que decía: Lo he glorificado, y lo glorificaré de nuevo.
16. Y, en el mismo instante en que habló Jesús, el suelo tembló, y toda la armazón del
templo se desplomó de arriba abajo. Y el ídoló de Apolo, los sacerdotes del santuario
y los pontífices de los falsos dioses, quedaron sepultados en el interior del edificio, y
perecieron. El resto de la población que se encontraba allí huyó de aquel lugar. Todos
los ídolos y todos los altares de los demonios que había en la ciudad se abatieron en
ruinas. Y todos los edificios religiosos y todas las estatuas mágicas que rodeaban la
ciudad, imágenes inanimadas de hombres, de fieras y de animales, cayeron a tierra
con gran destrozo. Entonces los demonios lanzaron un grito, y dijeron: Mirad todos, y
compadeceos de nosotros, porque un niño muy pequeño nos ha destruido, con ser lo
que somos, arruinando nuestra morada, exterminando a nuestros servidores, y
haciéndolos perecer con mala muerte. Apoderaos, pues, de él y matadlo sin piedad.
17. Al oír esta queja y esta lamentación de los demonios, y al sonido de su grito, toda
la multitud de las gentes de la ciudad se precipitó a una hacia el emplazamiento del
templo arruinado y, con grandes manifestaciones de duelo, lloraba cada cual a sus
difuntos. Y Jesús marchó en silencio a su casa y se sentó en un rincón. Y aquellas
gentes, habiendo apresado a José, lo hicieron comparecer ante el tribunal, y le
preguntaron: ¿Qué significa este desastre, que se ha anidado en nosotros, desde antes
que nos refirieses lo que habías visto y oído en tu camino? Sin embargo, has callado
esto, y nos lo has ocultado. Vamos, por tanto, a baceras perecer con mala muerte, a ti,
a tu hijo, y a la mujer que te acompaña, puesto que, por tu traición, has provocado la
pérdida de esta ciudad. Dinos dónde está tu hijo, y muéstranoslo, para que veamos al
que ha destruido a nuestros dioses, anonadado a los ministros de nuestro culto,
enterrado a nuestros sacerdotes bajo los escombros del templo, y causado tantas
muertes prematuras. Y no escaparás de nuestras manos sino después de que nos hayas
devuelto a nuestros parientes y a nuestros prójimos.
18. Y proferían muchas otras invectivas de este género contra él. Empero María cayó a
los pies de Jesús y, llorando, lo invocaba, y decía: Jesús, hijo mío, escucha a tu sierva.
No te irrites así contra nosottos, y no amotines a esta ciudad, no sea que, por odio, nos
detengan y nos hagan perecer con mala muerte. Jesús repuso: ¡Oh madre mía!, no
sabes lo que dices. Todas las tropas del ejército celestial de los espíritu angélicos
tiemblan y se estremecen de temor ante el glorioso poder de mi divinidad, que ha
concedido el don de la vida a todos los seres animados. Y él, Sadaiel mi enemigo y el
de mis criaturas, hechas a mi imagen y semejanza, osa, a mi ejemplo, tomar el nombre
de Dios y recibir el culto y las adoraciones del género humano.
19. Y María suplicó a Jesús: Hijo mío, aunque sea verdad lo que dices, te ruego que
me escuches y que, por la intercesión de tu madre y sierva, resucites a esos muertos,
cuya pérdida has producido. Y todos los que vean el milagro que hagas creerán en tu
nombre. Porque bien sabes los numerosos tormentos con que afligen a ese viejo, que
han detenido por causa tuya. Y Jesús respondió: Madre mía, no me aflijas de tal
modo, porque aún no ha venido para mí la hora de hacer eso. Pero María insistió: De
nuevo te ruego que me escuches, hijo mío. Considera nuestra angustia y nuestra
situación, puesto que, por causa tuya, emigrados y desterrados, erramos, como
desconocidos por país extranjero. Y Jesús dijo: Por consideración a tu plegaria, haré
lo que me pides, a fin de que esas gentes reconozcan que soy hijo de Dios.
20. Y, luego que hubo hablado así. Jesús se levantó, y atravesó por entre la multitud
del pueblo. Y, cuando los concurrentes vieron a aquel niño de tan tierna edad, pues
sólo tenía tres años y cuatro meses, se dijeron los unos a los otros: ¿Es éste el que ha
derribado el templo de los ídolos, y hecho pedazos la estatua de Apolo? Algunos
contestaron: este es. Y, al oír tal, todos admiraron, con estupor, la obra prodigiosa que
había cumplido. Y lo miraron fijamente, preguntándose: ¿Qué va a hacer? Y Jesús,
nuevamente indignado en su alma, avanzó por encima de los cadáveres y, tomando
polvo del suelo, lo vertió sobre ellos, y clamó a gran voz: Yo os conmino a todos,
sacerdotes, que yacéis aquí, heridos de muerte por el desastre que os ha anonadado,
que os incorporéis en seguida, y que salgáis fuera.
21. Y en el mismo momento en que pronunciaba estas palabras, tembló de pronto el
lugar en que se encontraban los difuntos. Y se levantó el polvo, haciendo remolinear
las piedras, y cerca de ciento ochenta y dos personas se levantaron de entre los
muertos y se irguieron sobre sus pies. Pero otros ministros y arciprestes de Apolo, en
número de ciento nueve no se levantaron. Y el temor y el terror se apoderaron de todo
el mundo y, poseídos de pánico, dijeron: este, y no Apolo, es el Dios del cielo y de la
tierra, que da la vida a todo el género humano. Y todos los sacerdotes resucitados de
entre los muertos fueron a prosternarse ante él, y confesaban sus faltas, y decían:
Verdaderamente, éste es el hijo de Dios y el salvador del mundo, que ha venido a
darnos la vida. Y el ruido de sus milagros se esparció por toda la región, y los que de
él oían hablar, venían de lejos, en gran número, para verlo. Y, por razón de su
cortísima edad, se asombraban más aún.
22. Después, toda la muchedumbre reunida cayó a los pies de Jesús, y le rogaron que
resucitase también de los muertos a los que habían sido servidores del templo. Mas
Jesús no quiso hacerlo. Y, llevando a José ante la multitud agrupada, imploraban, y
decían: Perdónanos las faltas que hemos cometido contigo, y ruega a tu hijo que
resucite a los muertos que estaban en el templo. Y José dijo: Hacedme gracia de esto,
porque no puedo violentarlo. Mas, si él quiere obrar espontáneamente, cúmplase la
voluntad del Señor, que tiene poder sobre toda cosa.
23. Y sobrevino un hombre de gran familia, que fue a prosternarse ante Jesús y José,
diciendo: Os suplico que vengáis a la casa de vuestro siervo y, una vez entráis bajo mi
techo, quedad allí el tiempo que os plazca. Y los llevó a su morada, y todo el pueblo
de la ciudad iba a visitar a Jesús, y los servía de sus haciendas con mucha simpatía. Y
los que estaban atormentados por espíritus inmundos, por los demonios o por sus
enfermedades, se arrodillaban ante Jesús, y él los curaba. Y hubo gran alegría en
aquella ciudad, y las gentes del país de los alrededores, al saber todo esto, glorificaban
a Dios en voz alta.
24. Y José permaneció en aquella ciudad largo tiempo, en la mansión de un príncipe,
que era de raza hebraica. Eléazar había por nombre y tenía un hijo, llamado Lázaro, y
dos hijas, llamadas Marta y María. Y acogió a José y a los suyos con gran
consideración y deferencia. Y José prolongó allí su estancia y cantó a Eléazar todos
los tratos de que le habían hecho objeto los hijos de Israel: opresiones, persecuciones,
vejaciones, y por remate, el destierro en que se veían. Y, al oír estas cosas, Eléazar se
llenó de tristeza. José le dijo: Bendito seas, por habernos recibido de buena voluntad,
habernos sustentado, y habernos hecho todo el bien posible, desde que aquí estamos.
Eléazar dijo a José: Venerable anciano, establece tu residencia en esta localidad, y no
dudes que más tarde encontrarás el reposo y el cesamiento de tu angustia.
25. Y, luego de haber hablado así, ambos se sintieron poseídos de una alegría serena y
cordial. Y el príncipe reveló a su huésped: Yo también soy de la tierra de Judea y de
la ciudad de Jerusalén. Y he sufrido muchas penas y muchas aflicciones, por obra de
mis enemigos. Me he visto expoliado y privado de todos mis bienes, y, por miedo al
impío Herodes, me he expatriado, y he venido a este lugar con mi familia y con mis
compañeros. Hace quince años que me he fijado en esta ciudad, y no he sufrido
violencia alguna de parte de sus moradores, antes al contrario, he encontrado
simpatía, benevolencia y respeto. No temas a nadie, y establece tu estada en el sitio
que te parezca mejor, hasta el momento en que el Señor te visite, y tome en cuenta tu
múcha edad. Después, volverás a la tierra de Judea, y tu alma vivirá por la esperanza
en el Señor.
26. Dichas estas palabras, guardaron silencio. Y la sagrada familia permaneció tres
meses completos en aquella población. José y Eléazar se trataban como dos hermanos,
unidos por una afección y una bondad recíprocas. Marta y María recibieron a la
Virgen y al niño en su casa, con una caridad perfecta, como si no hubiesen tenido más
que un corazón y un alma. Marta cuidaba especialmente de su hermano Lázaro, y
María, que era de la misma edad que Jesús, acariciaba a éste, como si fuese su propio
hermano.
27. Y Jesús, viendo todo lo que había sucedido, se indignó en su espíritu, y dijo a su
madre: Mi espíritu está turbado por lo que he hecho en esta ciudad. Porque yo no
quería manifestarme, para que nadie me conociese, y he aquí que escuché tus súplicas,
y cumplí tu voluntad. Y la Virgen repuso: ¿Por qué me diriges ese reproche, hijo mío?
En verdad, has ocasionado la ruina de los ídolos, y nos has librado a todos de la
perdición y de la muerte, y esto es lo que yo te había rogado. En adelante, sea tu
voluntad la que se cumpla, en cuanto dispongas o resuelvas hacer.
28. Y, a la noche siguiente, el ángel del Señor dijo a José, en una visión: Levántate, y
toma a Jesús y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque muertos son los que
procuraban la muerte del niño. Y José, despertándose de su sueño, contó a María
aquella visión, y ambos se regocijaron en gran manera. Pero, pocos días más tarde,
oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá. Y,
levantándose de noche, tomó a Jesús y a su madre, partió en dirección al sur, hacia el
pie del monte Sinaí, por el desierto de Horeb, cerca del territorio donde, en otro
tiempo el pueblo de Israel se había establecido y había morado.
 
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27 replies since 8/2/2016, 03:24   1163 views
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